Número 93

Ernst Jünger. La resistencia al presente

Mosaico*

Salvador Gallardo Cabrera

Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México

La escritura de Ernst Jünger es una topografía cristalina de múltiples facetas que crecen en diversas direcciones. En este ensayo se intenta construir un plano para seguir esas facetas y mostrar que esa topografía no se limita a describir, narrar y representar los relieves de nuestro tiempo, que no se contenta con la cómoda negatividad o con la crítica de las falsas aplicaciones y deja intactos los núcleos donde los poderes y los saberes se corroboran a sí mismos, sino que hace una inflexión creativa para hacer de la literatura un acontecimiento vinculado a nuestra vida presente. En la obra de Ernst Jünger hay toda una armazón literaria y filosófica que está conectada con varios de los problemas que configuran nuestro presente vital: la planetarización de la técnica, la creación de nuevos modos de existencia, las derivas biotecnológicas y los conflictos bioéticos y ecológicos, el angostamiento del tiempo y la aceleración de las velocidades, los mecanismos de poder y las resistencias. Para Jünger, la resistencia es una asignatura ineludible para el escritor, y puede ser posible aun en un presente que la hace parecer como estrategia vana o impracticable. Su obra, entonces, es una señal de que el camino puede convertirse en meta a cada momento si al escribir se resiste.

 

*

*                *

 

El mapa no es el territorio, pero los sueños de exploración se entretejen en sus líneas. Corre el día mediterráneo y Ernst Jünger sigue por la isla de Pafos el curso de un río que había descubierto en un mapa. Acaba de cumplir noventa años. Es un «cazador sutil», un entomólogo amateur con una colección inmensa de escarabajos, ordenada con rigor luminoso. «A mi biografía», escribe en su diario, «le podría servir de hilo rojo la caza de coleópteros; viajes, expediciones militares, meditaciones solitarias han formado el telón de fondo». Jünger creía que había una fuerza común a las plantas, animales y cosas. Un carácter vegetativo, por ejemplo, conformando órganos: dentaduras que son molinos, mandíbulas que son palas de cavar. Una fuerza operativa de varias dimensiones o facetas que enlaza los cuernos de los escarabajos y las cornamentas de los gigantes de las praderas con las ramificaciones de los árboles, y que no se detiene en las formas. Así, la urdimbre de vidas y de fuerzas, cierra la distancia lógica entre las cosas del mundo: un escarabajo diminuto se inserta en el tejido cristalino como un vínculo, el mapa y el territorio se hallan sobrepuestos y sus dimensiones se tocan.

La obra de Ernst Jünger es un poliedro, un cristal con múltiples facetas. Lo mismo dirige su atención a los fundamentos de la guerra que a las experiencias con drogas, a las consideraciones acerca de nuestra época, los saberes ocultos de la tradición, los relatos de viajes, la entomología y las ciencias naturales, las gramáticas antiguas, la literatura fantástica, los mecanismos de transmisión del poder, las culturas fundacionales y sus mitos, el salto de lo micro a lo macro, los saberes yuxtapuestos en un mismo estrato: la astrología tanto como la astronomía, la ordenación de Linneo y las cualidades mágicas de las plantas. A esta multiplicidad de puntos de aplicación responde una diversificación de formas literarias que siempre están imbricadas, en constante combinación: la luminosa mezcla de las especies. Pocas escrituras han sacado de la propia vida tanta literatura. Pero también muy pocas vidas de escritor han sido vividas de una manera tan poco literaria, fuera de los cubículos, fuera de los congresos y los circuitos de promoción, en la línea de resistencia al presente. De ahí la ambivalencia que rodea su vida y su escritura. Ambivalencia, no confusión. Escritura donde lo exacto pesa más que lo bello, lo necesario más que lo moral.

 

*

*                *

 

Aprender a observar, crearse a sí mismo desde la observación y la escritura, o alcanzar el distanciamiento total frente a la existencia física a partir de la contemplación, son asignaturas de la mayor relevancia para las figuras y muchos de los personajes jüngerianos porque están conectadas con un arte de conducción de la vida, es decir, con los modos de existencia. Las morfologías que Jünger practica sobre los insectos y las plantas, los colores, las pinturas, las fotografías y las arquitecturas, los dispositivos tecnológicos, las tácticas y las estrategias, parten siempre de una observación o de un eco de algo observado. Incluso el relato de los sueños soñados, tan acuciosamente perseguidos por las mañanas, son descripciones visuales, observaciones de un viajero onírico. De ahí las sutiles distinciones entre los modos de observación que atraviesan su escritura: observar (beobachten) y contemplar (betrachten) están separados y ligados entre la visión concreta y la visión abstracta: «contemplo la manecilla del reloj, pero observo su marcha». «Si observo una hoja, una piedra, un pedazo de pared o una rama, la inventiva y la imaginación me oprimen como un torbellino. La naturaleza visible se convierte en la fuente de mi imaginación, mi fermento».

 

*

*                *

 

Hay otro tipo de observación ligado al tiempo tomado por anticipado: el modo de acercamiento. Ponerse en condición de alcanzar el lugar desde donde sea posible observar las mudanzas en el tiempo, abrir una brecha en el plano del tiempo medido, y acercarse al otro lado. No se trata de dataciones practicadas en el curso del tiempo, sino de experiencias en sus fronteras, de excursiones a territorios limítrofes, excursiones de las que se regresa con los ojos enrojecidos o con las pupilas dilatadas, si es que se regresa. Excursiones peligrosas, por tanto. Hay una condición para tales acercamientos: mantenerse abierto, embarcarse en una corriente anticrónica, en lo indiferenciado, ahí donde falta la sucesión, ahí donde no hay líneas directrices y la aventura es un concentrado de la vida.

Para afrontar tales regiones es necesario viajar en estado modificado. La ebriedad como acercamiento: el vino y las drogas pueden servir de vehículos, medios de intensificación de la sensibilidad o apaciguamiento del ánimo, alucinógenos, sustancias etílicas, somníferos, estimulantes, vehículos psicodélicos sintetizados. Plantas y sustancias visionarias. Muchas de ellas se han usado desde tiempos inmemoriales para atravesar el muro del tiempo, para alcanzar, en la fase de subida del viaje drogado, el infinito turbulento, como escribió Michaux. Entre los personajes jüngerianos encontramos viajeros que buscan en la ebriedad un impulso vital, otros un impulso espiritual, y otros más usan las drogas como catapultas ante el muro del tiempo, pero todos parten de un nuevo emplazamiento de la mirada, de una nueva disposición observacional que está ligada a la construcción de sí y que, en algunos casos, exige desprenderse no sólo de los usos y costumbres del entorno social, sino de los ropajes del yo. El propio Jünger, como personaje de su escritura, fue un viajero de los circuitos drogados que se abren para intentar la transformación de sí desde la mirada renovada. Fumó opio y observó el retículo, el tejido en forma de red, los hilos cruzados que se ponen en el foco de algunos anteojos y sirven para precisar la puntería: retículo, retina, «trenzas delicadas, líneas de anillos anuales de árboles añosos, pliegues de líneas de la vida, signos proféticos en forma de huso, colas de cometa que se adhieren a los guijarros y a las conchas arrojadas por la mar». En sus convalecencias debido a las heridas que recibió en el frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial, le administraron morfina, y para sobrepasar las fiebres se autoprescribió cócteles de borgoña y codeína. Esnifeó «nieve» y alcanzó una mirada de frialdad vigilante, de atención extrema, saltando entre icebergs interiores y exteriores al cuerpo. Tras los pasos de Maupassant, quien creía que la ebriedad servía como mediación a un saber absoluto, se impregnó de éter y recorrió las calles de Hannover, esclarecido visualmente, entregado a la afición fisiognómica. Siguiendo las indicaciones de Albert Hofmann, psiconauta y mago de los vehículos sintetizados, Jünger tomó LSD: un flujo de luz azul anunciaba el acercamiento.

 

*

*                *

 

El trabajo en la edad de la radiación se ha convertido en trabajo dilatado, continuo, donde las supuestas compensaciones —jornadas de ocho horas, descanso sabatino— son, en realidad, restricciones en un sistema global, permanente, que entreteje en una materia intercambiable el trabajo y el tiempo libre. Todo un mecanismo disciplinario, minucioso y productivo. Nadie como Jünger ha sabido extraer los matices de este mecanismo: quien «sale» de trabajar no se aleja del mundo del trabajo, sino que asume una función diferente, se convierte en un consumidor o en un receptor de noticias. Hay formas especiales de disciplina ocultas tras el carácter de diversión de los medios planetarios, como la radio y el cine. La conexión ha devenido una obligación. Aún más: los medios planetarios han desbordado al acontecimiento. El acontecimiento ya no se haya ligado a su espacio ni a su tiempo particulares; ha pasado a un segundo plano en relación con su transmisión. La transmisión crea ahora el acontecimiento y lo relativiza. Los juicios políticos, las competencias deportivas, las sesiones parlamentarias son diseñados para ser objetos de una transmisión planetaria, y ser objeto de tal transmisión es su sentido. De ahí el uso extensivo de la estadística, de los récords, de la primacía de las valoraciones técnicas resplandecientes de vacío. Las articulaciones disciplinadas, que Jünger cartografía en Sobre el dolor, muestran la fusión de la técnica con un sentido instrumental del poder. El poder ha mudado también de carácter, y las articulaciones disciplinadas han creado una legalidad modificada donde el sentido instrumental del poder, entretejido a la técnica, no se limita a la zona propia del instrumento, no se circunscribe a las modificaciones técnicas, sino que aspira a instaurar «una especie nueva de vida». Un biopoder tecno-instrumental, como se ha explicado líneas arriba, donde la técnica proyecta un modo especial de vida, el trabajo, que se convierte en un espacio ilimitado.

 

*

*                *

 

En el periodo que va de La movilización total (1930) a las anotaciones hechas a El Trabajador en 1963, Jünger aún no perfilaba completamente la idea de que la técnica planetarizada implica la total humanización del mundo. Ese trazo sólo adquiere toda su fuerza teórica en el curso de los Acercamientos, un libro escrito a finales de los años setenta. El totalitarismo humanitarista había sido ya detectado por Stirner: una totalidad, liberal o comunista, para que nada se escape, para que todo esté controlado, para que nada se evada. El emboscado y el anarca, como figuras de la resistencia, buscan quebrar esa articulación absorbente.

 

*

*                *

 

Hay que situar los escritos de Jünger sobre la fotografía en el curso de dos amplias inflexiones teóricas: la relativización del acontecimiento provocada por la irrupción de la plataforma mediática, y la trabazón del carácter biotecno-instrumental con una nueva especie de vida. Es posible señalar cómo la aparición de la fotografía genera un tipo nuevo de observación que aspira a «ver» espacios hasta entonces cerrados al ojo humano, que por sus características telescópicas se halla fuera de la zona de sentimentalidad burguesa, que transforma el sentido del documento y del discurso visual, y se convierte en un arma del tipo: «La Meca entra en la esfera colonial en el mismo instante en que es posible fotografiarla», escribió Jünger en Sobre el dolor.

 

*

*                *

 

En el periodo de entreguerras, en el lapso que va de 1930 a 1934, Jünger configuró su teoría sobre la irrupción de la técnica como armazón y envoltura planetaria. Una teoría compleja, densamente elaborada, y no únicamente una colección de imágenes o de apuntes tomados en la cresta de los acontecimientos. Es necesario situar las aportaciones filosóficas jüngerianas en su espesor real. Durante mucho tiempo nos hemos contentado con la versión canónica que hace de la obra de Jünger una especie de colección de imágenes que Heidegger utilizaría en su pensamiento filosófico, sobre todo en el tramo en que se pregunta por la esencia de la técnica y el nihilismo. Y esto no es así, en absoluto. Jünger no sólo anticipó a Heidegger en el planteamiento de estas cuestiones —asunto menor, por cierto— sino que creó la plataforma conceptual y los análisis morfológicos de tales cuestiones con un rigor filosófico admirable, mostrando cómo se hace filosofía desde la literatura. Heidegger, el filósofo que recorría los bosquecillos domesticados como quien escribe en bustrofedon, nunca comprendió los conceptos y las visiones jüngerianas. Para decirlo con un término de Thomas Bernhard: Heidegger cursificó a Jünger.

 

*

*                *

 

La técnica produce al tipo; construye su espacio interior y exterior. El medio técnico hace al tipo; la fotografía no sólo capta, también produce. El cine produce modelos. La técnica produce instrumentos con los que se intenta determinar normativamente las exigencias que cabe hacer al tipo. La biotécnica no sólo instrumentaliza los cuerpos, sino que extrae la vida fuera de sí; la objetiza. Por eso, la relación con el dolor se ha modificado. Por ello, «ya no estamos en nuestro cuerpo como en nuestra casa». Esta observación sobre la biotécnica no se deriva «naturalmente» de los escenarios observados; exigió una conceptualización muy elaborada. Empeñado en su daltonismo regresivo, Heidegger nunca pudo ver este flujo de mudanza; para él la técnica abre y amenaza fuera de la espacialidad constructiva que fusiona técnica, vida y cuerpos. Una espacialidad anfibia. Ese nuevo modo de vida, visible en la aparición del espacio constructivo omniintegrador y de la dinámica informativa, produce los nuevos modos de subjetivación del tipo, sus marcas y sus prácticas.

 

*

*                *

 

Una de las inflexiones decisivas en las obras de Jünger de los años cincuenta es la interrogación de los espacios. Así como nos movemos en una red de radiaciones, de la que sólo percibimos un hilo o no percibimos absolutamente nada, atravesamos espacios que se distinguen por su fragmentación, su variabilidad, su heterogeneidad y su cualidad transitoria. Espacios quebrados, en movimiento, que modifican los órdenes territoriales y de derecho, que suspenden las leyes, las prohibiciones, los recursos, los circuitos de producción, los bienes, pero también nuestros trayectos en las ciudades, nuestros desplazamientos cotidianos, las costumbres, los cuerpos, las memorias y la historia, las sintaxis instituidas, entreverándonos en un flujo de metamorfosis incesante. Los espacios que proliferan desde la red de carreteras, de aeropuertos, a través de la red de telecomunicaciones, se alargan de continente a continente, de isla en isla, relativizan las instituciones, los lineamientos geográficos tradicionales, la armazón jurídico-legal de los países, el ordo mundial.

 

*

*                *

 

Esos espacios en aceleración constante alcanzan el spatium, que ha dejado de ser una bóveda o una envoltura. Ahora, incluso los juegos de guerra se juegan en el spatium. Somos seres anfibios que atravesamos diversos espacios. A los análisis de los espacios de guerra y del dominio de la técnica planetaria, Jünger suma unas morfologías de esos espacios anfibios, mixtos, multidimensionales, polivalentes. Es desde esas morfologías que se puede comprender mejor el concepto jüngeriano de Estado mundial y de las posibilidades de resistencia y construcción subjetiva.

 

*

*                *

 

La postura crítica de Jünger ante el nacionalsocialismo fue inequívoca en todo momento, al contrario de las posturas sostenidas por Schmitt y Heidegger, cuya adhesión entusiasta al nacionalsocialismo es un ejemplo de cómo la ignominia no es sólo una cuestión de masas iletradas y frenéticas. En 1934, en el «Epílogo epigramático» de Hojas y piedras, Jünger publicó una serie de epigramas que fueron registrados por los órganos del Partido Nacionalsocialista como un ataque directo a Hitler: «El ataque a la autoridad empieza con aclamaciones», o, «Los falsos profetas revientan como un globo si se los alaba en exceso». Jünger jamás cruzó los puentes que le tendieron las figuras más elevadas del nazismo, y en 1942 el régimen nazi prohibió la publicación de sus obras. Cuando Jünger cumplió cincuenta años, Goebbels impidió cualquier mención o felicitación en los periódicos y en la radio. En ese sentido, fue ejemplar el apoyo que Jünger brindó a la familia de Ernst Niekisch (1889-1967), el editor de Widerstand (Resistencia) —una revista de tendencia nacional-bolchevique en la que Jünger colaboró en varias ocasiones— cuando fue encarcelado y sentenciado a cadena perpetua por los nazis en 1939, después de publicar un libro titulado Hitler, una fatalidad alemana (1932). Jünger sostuvo siempre que la opción socialista, encabezada por Niekisch, era una mejor opción para Alemania que la Revolución Conservadora o el nacionalsocialismo: «Con las izquierdas nos hubiera ido mejor, y habríamos seguido adelante. Ernst Niekisch cuenta entre las raras personas que, una y otra vez, han ofrecido un mejor camino y no han conseguido hacerse oír. Yo había puesto grandes esperanzas en él», consigna en su diario. Niekisch aparece en las obras de Jünger también con el nombre de Cellaris (el prisionero); en 1965, al cumplir setenta años, le escribe desde su casa de Wilflingen: «usted conoció con claridad nuestro destino común y también el destino del Reich. Consiste en que los alemanes nunca hemos tenido una izquierda fuerte…».

 

*

*                *

 

Otro ejemplo de la escritura por intensidades de Jünger: al recorrer las ciudades estridentes, atravesadas por el movimiento en aceleración constante y creciente, observa que en sus plazas, en sus grandes avenidas, ya no hay lugar para esculturas que personifiquen la grandeza humana, como las que en el Renacimiento o en el Barroco se colocaron en los puntos centrales, y que exhalaban un halo de quietud, autosuficiencia y libre albedrío. En la edad de la radiación, la grandeza histórica encarnada en una persona ha dejado de ser creíble; la sustancia histórica se ha agotado. El Estado ha mudado también: produce entidades nuevas y adquiere nuevas cualidades; al tratar con poblaciones en aumento el Estado se ha hecho «monstruoso»: Estado-seguro, Estado-bienestar y Estado-providencia son estas nuevas cualidades. El Estado mundial (1960), lleva un subtítulo revelador: organismo y organización. Como lo hará Foucault al analizar las biopolíticas, Jünger sostiene que las mudanzas políticas, jurídicas, económicas y morales dirigidas a la población en su conjunto suponen un Estado de nuevo cuño, «una estructura multívoca, elástica» que apunta al control de la vida y en la que los seres humanos se han vuelto intercambiables. Esta mutación muestra la inoperancia de los presupuestos teóricos democráticos-liberales en torno al Estado o, al menos, su desplazamiento: «No es la sociedad la que se da a sí misma una forma en el Estado, sino que es el Estado el que determina la forma de la sociedad». Jünger fue uno de los primeros en analizar los costos del Estado-providencia ahí donde todos veían sólo ganancias sociales. La carga del Estado se ha vuelto muy pesada; el Estado, además de imponerse por su poder, imita las formas de la sociedad pervirtiéndolas: llama «socializaciones» o «expropiaciones» a las incautaciones que buscan concentrar, que tienen como propósito la estatificación.

 

*

*                *

 

Para Jünger, el encuentro entre organización y organismo es un «protofenómeno», un desplazamiento transhistórico o una constante extrahistórica, un modelo que crea sentido y que adquiere diversos matices en el mundo biológico y en el social. Como entomólogo, Jünger estudió con fascinación incisiva la organización de los insectos «estatizadores»: hormigas, abejas, termitas que dirigen incluso sus metamorfosis para fortalecer la organización. Al modificarse la función también se modifica el estado biológico de acuerdo con tareas específicas; el molde determina el «ser así». El asesinato de los zánganos es un modelo de cómo funciona la implacable razón de Estado, la organización de las hormigas es un modelo de la agricultura y de la esclavitud. Jünger pasó horas y horas observando, en Brasil, en Singapur, en Rodas o en el jardín de su casa, a los insectos «estatizadores». Así comprendió que los modelos de sentido entre organización y organismo no siempre son reductivos: la abeja obrera es una hembra mutilada, pero ha recibido una indemnización, puede aparearse con las flores. Los hombres han formado castas, han practicado el incesto en ciertos estamentos, la esclavitud, la vida monástica, pero no pueden formar estados biológicos ni especies distintas. Por eso nuestra especificidad es una imperfección: el libre albedrío, una constante extrahistórica que se filtra en los moldes organizativos. Si cupiera hablar de un plan mundial estatal, este buscaría que «el orden racional cobrara la precisión del instinto», es decir, hacer superflua la libertad, lograr la simplificación última, alcanzar la perfección.

 

*

*                *

 

En la obra de Jünger se distinguen cuatro figuras que están en relación directa con el problema de la libertad en la resistencia, con la posibilidad de creación de nuevos modos de existencia, con la disposición de los saberes y las técnicas, y con las estructuras de poder: el soldado desconocido, el trabajador, el emboscado y el anarca. Emboscarse era una antigua práctica islandesa que seguía a la proscripción. Mediante la emboscadura «proclamaba el hombre su voluntad de depender de su propia fuerza y afirmarse en ella sola…». El bosque era el lugar de la libertad. Jünger actualiza esa práctica para mostrar que existen medios de resistencia diferentes a los del no institucional. ¿Cuáles son los propósitos del emboscado?

La doctrina del bosque parte de una confrontación del hombre consigo mismo, pero el propósito de tales medios no es la simple colonización de reinos interiores: «no podemos limitarnos a conocer la verdad y la bondad en el piso de arriba mientras en el sótano están arrancando la piel a otros».

Si es posible y practicable, ¿qué clase de rebelión puede crearse en la edad de la radiación? ¿El desmarcaje del emboscado, la volcadura anarquista, el derrumbe terrorista, las estrategias retardatarias del conservador, la negación absoluta del nihilista, la resistencia del anarca? En primer lugar, hay que partir de un hecho amargo: las resistencias, sean cuales sean sus modalidades, no son exteriores a los poderes, no están más allá o más acá de los poderes, sino en relación con ellos.

 

*

*                *

 

Los ejercicios y las técnicas de sí, como la escritura, se practican para resistir al presente, para desplegar un movimiento afirmativo en la vida, no por sport narcisista, ni como ensoñaciones de un alma bella, nunca como actos de autosuperación personal. «Si me atrevo a hacer una cosa, que sea con plena fuerza y con amore; no puede dársele vueltas…», era una de las máximas mínimas de orientación de Jünger. Los límites que se tantean son los de la vida y es por ello que los personajes jüngerianos son tan poco afectos a las declaraciones o a los actos melodramáticos como a las grandes posturas. No son afectos a la grandilocuencia como los personajes de Sartre ni se colocan preferentemente en los extremos como los personajes de Camus. Sus actos y sus trayectos están siempre situados en un suelo determinado, en una cierta constelación de acontecimientos, y esos suelos y constelaciones imponen sus propios ritmos. La orientación estratégica de la resistencia parte de un movimiento casi imperceptible: liberarse del individuo cuestionable que se representa.

 

*

*                *

 

El anarca es la contrapartida positiva del anarquista. Es una figura donde Jünger mezcla algunos principios genealógicos debidos a Nietzsche con observaciones de tipo geológico. El anarquista es el antagonista del poderoso, el anarca es su polo contrario. El poderoso quiere dominar a todos, el anarquista quiere acabar con él, el anarca sólo busca dominarse a sí mismo —por ello tiene una relación objetiva, y escéptica, respecto del poder—. El anarquista ha sido expulsado de la sociedad; el anarca ha expulsado a la sociedad, no quiere mejorarla sino mantenerla a distancia. El anarca busca el poder de la libre disposición. Es un optimista que está convencido de su poder aunque conoce también cuáles son sus límites. Llega tan lejos «como lo permiten el tiempo y las circunstancias». Por eso prefiere la diagonal, la posición de flanqueo de quien va y viene entre las muescas de la bifurcación, tanteando entre la frontera y el bosque, como un espectador que no interviene, sobre todo en política. La resistencia diagonal del anarca.

 

*

*                *

 

El lugar de la palabra es el bosque. El bosque es el lugar de la ambivalencia, de la libertad indeterminada, de la vida y la muerte. Al final de la novela, Venator viaja a los bosques después de lograr el distanciamiento total frente a la existencia física. Al final de Heliópolis Lucius de Geer inicia un recorrido hacia «donde se realizan los auténticos sueños». Se trata de viajes al reino de lo ilimitadamente posible; donde «la esperanza conduce más lejos que el terror». El reino de las palabras, una vía libre y salvaje donde el autor tiene que asumir sus riesgos «aunque sea él mismo uno de los animales contra los que está prohibido tirar». Allí, explica Jünger en La Tijera, «es posible hacer visible lo invisible; las cosas que no están presentes podemos acercarlas a la razón mediante parábolas, y a la intuición, mediante símbolos». ¿Y no es esto justamente lo que ha hecho Ernst Jünger? ¿Nombrar lo invisible junto al muro del tiempo? Los seres, las cosas, los acontecimientos, las percepciones y afectos que hemos sepultado en lo «anónimo». ¿No ha mostrado que la resistencia y nuevos modos de existencia pueden ser posibles aún en un presente que los hace aparecer como estrategias impracticables? Una resistencia que se desliga tanto como puede de los indicadores que marcan caminos y prefiere arriesgarse en la creación de una topografía nueva, de fuerzas creativas en las que el camino, la Tierra, ofrece al caminante su fuerza plena. Por eso, «el mero hecho de recorrer el camino es ya de por sí incomparable e inapreciable».

Notas

*Este «Mosaico» es una breve selección de párrafos realizada por Salvador Gallardo Cabrera, que funciona como un avance editorial de su próximo libro: Ernst Jünger. La resistencia al presente (Matadero/Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2023).

Resumen
En las obras de Ernst Jünger hay toda una armazón literaria y filosófica que está conectada con varios de los problemas que configuran nuestro presente vital: la planetarización de la técnica, la creación de nuevos modos de existencia, las derivas biotecnológicas y los conflictos bioéticos y ecológicos, el angostamiento del tiempo y la aceleración de las velocidades, los mecanismos de poder y las resistencias. Para Jünger, la resistencia (el emboscado, el anarca) es una asignatura ineludible para el escritor, y puede ser posible aun en un presente que la hace parecer como estrategia vana e impracticable. Su obra, entonces, es una señal de que el camino puede convertirse en meta a cada momento si al escribir se resiste.

Sobre el autor
Salvador Gallardo Cabrera es filósofo, poeta, ensayista y editor mexicano. Autor, entre otras obras, de Sublunar (1997), Las máximas políticas del mar (1998), Sobre la tierra no hay medida. Una morfología de los espacios (2008) Estado de sobrevuelo (2008) y La mudanza de los poderes. De la sociedad disciplinaria a la sociedad de control (2011/2021). También ha publicado ensayos, artículos, reseñas, traducciones y poemas en revistas y suplementos literarios de México, Brasil, Francia, España, Estados Unidos, Canadá y Rumania.
Correo electrónico: redvertice2005@yahoo.com.mx