Número 92

Zoom lag

Una conversación con Paul Virilio*

Andrea González

Departamento de Lenguas
ITAM

Cuando viajo en avión, me imagino un largo túnel que cruza el océano y me hace aparecer al otro lado del mundo. El túnel avanza demasiado rápido: mi cuerpo aterriza en territorio desconocido, mientras mi corazón se ha quedado en casa, acurrucado, apenas abriendo los ojos. Cuando viajo en avión, imagino que es posible ocupar dos lugares al mismo tiempo: el cielo es mi cama y las nubes una almohada. Quizás por eso algunas personas se llevan esas ridículas almohadas inflables y yo le pido a la azafata que me consiga una como si fuera un dulce. A pesar de esto, me siento rara al viajar en avión. Tal vez no tenga la sal de los verdaderos navegantes.

*

*       *

Creo que realmente es posible estar en dos lugares al mismo tiempo. Una parte de mí llega a su destino y la otra se queda en casa sin entender por qué fuimos tan lejos. Tal vez por eso nos sentimos con jet lag: nos convertimos en recién nacidos que sólo conocen el hambre y el sueño, que luchan por reconocer el día y la noche, por sintonizar el cuerpo con el corazón.

*

*       *

Quizás cuando nacemos, el túnel avanza tan rápido que ni siquiera nos damos cuenta de que hemos nacido. Quizás siempre hemos podido habitar dos lugares al mismo tiempo: una parte en el vientre de nuestra madre y la otra acurrucada en sus brazos. Quizás, al principio, nos cuesta abrir los ojos porque la luz también viaja demasiado rápido.

*

*       *

Según Marc Augé, los aeropuertos son no-lugares, espacios en los que experimentamos una especie de bardo que pone en cuestión nuestros puntos de referencia. El aeropuerto nos obliga a tomar una decisión: subir al avión o dar la vuelta, pero no es posible permanecer mucho tiempo en ese limbo porque sería insoportable: el blanco y negro de los pasillos y escaleras nos inquietaría, desquiciaría nuestros sentidos. El aeropuerto nos enfrenta a un falso dilema, el mismo del aburrimiento: avanzar o quedarse atrás.

*

*       *

Cuando viajo por las videollamadas de Zoom, ni siquiera me imagino un túnel a través del océano, sino que me siento como si estuviera al otro lado del mundo sin moverme de mi asiento. Tengo la ilusión de estar conversando con mi amiga, pero en realidad ambas estamos acurrucadas, apenas abriendo los ojos. A diferencia del jet lag, no hay punto de partida ni de llegada, sólo la incisiva incomodidad de no saber habitar dos lugares a la vez. Aunque estoy en casa y puedo refugiarme en almohadas y pantuflas, me siento extraña a mí misma y extraña a todo. No hay sal que alcance para humedecer los ojos. El blanco y negro de los recuadros en la pantalla desquicia mis sentidos, provocándome una especie de desazón de la que nunca me recupero del todo. Zoom es como quedarse demasiado tiempo varada en un aeropuerto después de aterrizar. Zoom lag: pretender

*

*       *

Hace siglos, los navegantes de barba blanca utilizaban las estrellas como punto de referencia para no perderse en el mar de la incertidumbre. A veces basta con mirar al cielo para convencerse de que todo es efímero. Ahora nosotros, los navegantes del ciberespacio, nos pasamos el día descifrando pixeles que imitan nuestros rostros, fantasmas.

*

*       *

Los científicos dicen que el trastorno del sueño conocido como jet lag se produce porque cambiamos de zona horaria, pero quizás sea la velocidad a la que viajamos lo que nos cansa. Pienso en los remeros esclavos que movían los buques durante la Guerra del Peloponeso, o en los traileros y techies que pasan horas sin dormir para que un paquete de Amazon llegue a mi puerta. Es una buena noticia que la sensación de moverse tan rápido nos incomode. Zoom hace zoom a nuestro desfase. En cuanto empezamos a sentirnos orgullosos de los «grandes avances tecnológicos», nos damos cuenta de que la tecnología nos está devorando, convirtiéndonos en fantasmas.  

*

*       *

Paul Virilio dice:

El poder es inseparable de la riqueza y la riqueza es inseparable de la velocidad. Quien dice poder, dice ante todo, poder dromocrático —dromos proviene del griego y quiere decir «carrera»— y toda sociedad es una sociedad de carreras. Sea en las sociedades antiguas a través del poder de la caballería (los primeros banqueros romanos eran caballeros), sea en la potencia marítima a través de la conquista de los mares, el poder siempre es el poder de controlar un territorio mediante mensajeros, medios de transporte y de transmisión.1

Pienso en los cazadores y sus flechas, atravesando a toda velocidad el bosque para atrapar la carne. Pienso en un gran caballo blanco, en su misterio y en nuestro intento de apropiarnos de su inmensa libertad de viento.

*

*       *

Estoy empezando a tener problemas para conectarme. No me refiero a mi velocidad de Internet de 30 Mbps, que incluso aumenté a 40 para ver películas en mejor resolución. Me refiero al cansancio de reducir la vida a 13 pulgadas, a un estado perpetuo de Zoom lag. Y es cierto que cuando escribo, también reduzco el mundo a ese espacio de 13 pulgadas. Pero sé que a veces las palabras son suficientes y a veces no. Y cuando no son suficientes, salgo a la calle para mirar la rama más alta del árbol.

*

*       *

Dice Virilio: «Existe la ilusión de una velocidad salvadora, la ilusión de que el acercamiento exagerado entre las poblaciones no va a traer conflicto sino amor, que hay que amar al que está lejos como a sí mismo. Creo que hoy en día es una verdadera ilusión».2 Cuando era niña, solía llamar al timbre todos los días para invitar a mis vecinas a jugar. Ahora, no recuerdo la última vez que toqué un timbre.

*

*       *

Zoom lag: visitar la casa de mi amiga sin haber estado allí. Estar allá y en ninguna parte. Reír, apagar las luces y darme cuenta de que estoy sola en mi departamento. Ninguna de nosotras atravesó el océano. Esto es un desierto. La inmediatez es una prisión. Recordar el verdadero significado de la palabra «zoom»: estar más cerca de lo que está cerca de mí.

*

*       *

¿Qué puedo escribir ahora, para volver aquí, a la transparencia del vaso, a la estabilidad de mi silla, a la valentía de los balcones? Frente a mí, la página blanca y las paredes blancas de mi casa. Dentro de mí, la voluntad de ver, de estar donde el misterio es tan grande que quiero acercarme.

*

*       *

Dice Virilio:

La medida del mundo es nuestra libertad. Saber que el mundo alrededor de nosotros es vasto, tener consciencia de ello, aunque no nos movamos por él, es un elemento de la libertad y la grandeza del hombre. Howard Hughes que dio la vuelta al mundo en varias ocasiones, llegó a un estado de inercia mental y de pérdida de relación con el mundo. Él fue, por lo tanto, patológico. Fue un hombre planeta e identificó el mundo con su cuerpo hasta el extremo de no querer ya moverse de su Desert Inn, su casa en las Vegas, y de morir como un enfermo mental.3

«Desert Inn»: así se sentían nuestros hogares durante el encierro.

*

*       *

Lo último que leí antes del encierro fue el diario de un astronauta ruso que relataba una de sus mayores hazañas, uno de los momentos más memorables de su viaje: comer una fresa. Me la imagino ahí, suspendida en el espacio, orbitando la tierra. Su sabor rojo es lo único que ancla, el único punto de referencia. La fresa vuelve a ser la fresa y más que la fresa. Imagino que cuando el astronauta ruso da un mordisco, también puede ver ahí su corazón, ese corazón que se quedó acurrucado en la tierra.

*

*       *

Dice Virilio:

 

Al igual que existe la contaminación de la naturaleza, existe una contaminación de las dimensiones reales del mundo. Es un hecho INSOPORTABLE. Perder el cuerpo en el autismo y la esquizofrenia es insoportable. Ahora bien, creo que a causa de la tecnología estamos perdiendo el cuerpo propio en beneficio del mundo virtual. La cuestión que se plantea es la de reencontrar el contacto.4

*

*       *

Papá me cuenta que Jeff Bezos está vendiendo viajes de diez minutos al espacio. Diez minutos por 250 000 dólares. Papá es un hombre de ciencia, se muere de ganas de ir. Hay un señor de 90 años que fue y no le pasó nada. Y mientras me cuenta todo esto, me lo imagino allá arriba, gozoso, queriendo comer una fresa, la misma que está mordiendo ahora mismo.

 

Bibliografía

 

Paul Virilio, El Cibermundo, la política de lo peor. Entrevista con Philippe Petit, trad. Mónica Poole, Madrid, Teorema, 1997.

Notas

* Los fragmentos con los que converso en este texto pertenecen a la entrevista que Philippe Petit hizo a Paul Virilio, El Cibermundo, la política de lo peor.

1 Ibid., p. 17.

2 Ibid., p. 22.

3 Ibid., p. 45.

4 Ibid., pp. 50-51.

Sobre la autora
Andrea González Aguilar es escritora, profesora y editora en jefe de la Stanford Social Innovation Review En Español. Es maestra en Antropología por el University College London y licenciada en Ciencia política por el ITAM. Tiene un diploma en Política global de la London School of Economics. Fue editora en jefe de Opción, revista del alumnado del ITAM y editora adjunta de la Comisión de Publicaciones de El Colegio de México. Ha colaborado en diversos talleres de escritura creativa y ha impartido clases en el Departamento de Lenguas del ITAM. Ama la poesía, el ensayo y la literatura para niños. En 2018 y 2019 ganó por dos años consecutivos la Beca de Escritura Creativa que otorga la Fundación para las Letras Mexicanas. Su trabajo ha sido publicado por Cambridge University Press, Letras Libres, Tierra Adentro, Este País, Cúpula-El Heraldo de México, entre otras.

Resumen
En este ensayo, la autora propone el concepto de Zoom lag para explicar la sensación de estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo tras la incorporación de la plataforma Zoom a la vida cotidiana, a raíz de la pandemia de covid-19. Problematiza este fenómeno a través de una conversación imaginaria entre Paul Virilio y su propia voz, en la que se pregunta si es posible realmente «estar» en dos lugares al mismo tiempo.