EL TESTIGO Y EL FORASTERO

 

Las escasas imágenes que se conocen de Jorge Cuesta han sido publicadas intermitentemente desde los años cincuenta. Aunque breve este esencial compendio de fotografías, dibujos y pinturas aguarda todavía la curiosidad de un intérprete. La historia cultural contemporánea ha sido tan indiferente al mundo visual como lo fue la mayor parte de la historiografía del siglo XX. Es común ver a los historiadores recurrir a imágenes como fuente de información o de inspiración; pero lo suelen hacer sólo para ilustrar o corroborar sus afirmaciones, no para explorar los enigmas que plantea la imagen en sí. En la biografía más fina y exhaustiva que se ha escrito sobre Cuesta, Itinerario de una disidencia, Louis Panabiére dedicó un solo renglón a mencionar los retratos que datan de los años treinta. La mención sirve como pie de página para confirmar y visualizar las impresiones que dejaron Elías Nandino, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia sobre “esa gélida elegancia a la que consumía el fuego de la inteligencia”. Es una inferencia esencial aunque tambien inicial. No es culpa de Panabiére. Es una práctica que proviene del anclaje de la escritura de la historia en los órdenes textuales. Las imágenes de Cuesta nos siguen mirando como preguntas abiertas al tiempo.
Desafortunadamente, este volumen no compensa esa omisión. A cambio, decidimos invitar a ocho pintores a dialogar con el mundo de Cuesta. Ellos son: Francisco Castro Leñero, Saúl Kaminer, Gustavo Monroy, Mario Nuñez, Irma Palacios, Roberto Parodi, Roberto Rébora, Luciano Spano.
¿En qué medida dibujar significa dialogar? En una medida obviamente aleatoria. Cada uno de los dibujos en tinta o en carbón quiere ser una pregunta a ese fragmentario universo llamado Jorge Cuesta: ya sea a sus aislados retratos, a su pasión por la abstracción, o a su misterioso fin. Lo que acaso los unifica es la sombra de un hombre que, como Kafka, quiso hallar “el arte en las ingobernables mareas de su propia tormenta”.
En el dossier: “El Testigo y el Forastero”, se reúnen ocho pinturas que reaccionan frente al laberinto de Cuesta. La relación entre la poesía y la pintura es un enigma antiguo. Optamos por ponerlo una vez mas a prueba antes que reiterar el pobre ejercicio de confinar a las imágenes al simple juego de pies de página (ilustrativos).

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SAÚL KAMINER
La Venus y el Cóndor,1995
Oléo/tela, 65 x 50 cm.






MARIO NUÑEZ
 Cosas, 2001
Óleo sobre masonite, 60 x 47 cm.






ROBERTO RÉBORA
 La descarga, 2002
Acuarela, 56 x 76 cm.






FRANCISCO CASTRO LEÑERO
Tablero, 2000
Acrilico sobre tela, 200 x 190 cm.





ROBERTO PARODI
Invidente, 1980
Oléosobre tabla, 90 x 50 cm.






LUCIANO SPANO
Después del temporal,2003
Oléosobre tela.





IRMA PALACIOS FLORES
Deshielo, 2002
Óleo/tela, 200 x 160 cm.




GUSTAVO MONRROY
Melankhole
Óleo y collage sobre tela, 50 x 50 cm.