Jose Carlos Cataño

Poemas

 

I

Al margen de la duda y bajo el sol

Muere lo que dejo por nombrar

Que no pensado

Pues lento como el río

Que aspira a mediodía

Se me muere la vida no en la carne,

Se me muere la vida en las palabras.

II

El Libro, sus letras apagadas,

Abierto lo mantiene el desamparo,

Pasan las páginas,

Buscan vocales

Candelas y enseñanzas del dolor

Que se desplaza

Y en casa del novio no halla cobijo,

Ni aire que temple a la llama,

Y en el consuelo nos mantiene,

Pues

Errando en la lectura, torpes en la lectura,

Y aun desposeídos de fe,

Error enciende mi destello.

IV

Vagar a solas bajo el cielo raso,

Por entre bosques de chatarra,

Despojos que abandonó la rapiña,

Y, a veces,

El deseo de escribir una

No posible, no creíble

Nostalgia, pues falsa sería, falsa,

Como origen todo, soñada,

Manchados hasta el fin con el color extranjero,

En islas nuevas, de extraña fijación,

Su pasado nos prestaron,

A sabiendas de que el tiempo de atrás

También es pintura.

V

No soportamos

Casa acabada,

Ni templo reconstruido.

Dichoso quien abraza

Una idea de mundo,

Un credo para comprender.

La ignorancia es un arte,

Leer sin cartas qué isla

Digo ahora que es mi cuna.

VI

Para alcanzar,

Para alcanzar este rada

De azogue tan breve bajo el sol,

Bajo un sol sonámbulo,

Esta rada, este yerro,

Este espejo, su agua tan breve,

Para volver a la cuna

Todas las vueltas son tumbas.

VII

Tu casa ahora es la celeste,

El cielo desplomado bajo el agua,

Casa del padre que apenas ha sido,

Sólo un puñado de reflejos,

Traídos y llevados por el aire,

Todo el cielo amansado,

Por encima y por debajo del cielo,

Tu imagen en las olas que se vierten,

Todo el mar en silencio,

Las olas deshojadas, sin volumen,

Todo el mar sin sabor,

Entero, ignorándose.

Enséñame la luz,

Enséñame el valor de la luz, tú, que no sabes.

VIII

Sólo lo necesario sobrevive,

Pero quién se atreve a sugerir

Lo necesario,

que llega también la hora

De desprenderse

Y lo que entendíamos como algo

Imprescindible

Como todo lo amado se evanesce,

Estas líneas se desvanecen,

Partieron hace tiempo

De una isla a otra

–isla de helenos, desde Sicilia

a Tenerife–,

de una isla otra,

A un mar todavía por nombrar,

Volcán o vertedero,

Muladar de imágenes sin vida,

Pensamiento, duelo y olvido,

La perfecta ola última

Contra el pecho podrido.

IX

Memoria, tú nada germinas,

Verde de bosque, blanca retama, desvaído

Azul de tanta plata,

Perfil luciente de lo que es

Triángulo, sombra sobre el mar,

País o paisaje,

El nombre secreto del agua,

Y la necesaria porción de complicidad

Y de remordimiento

Para enterrar

A los muertos en las palabras,

Abiertas sobre el lecho de las olas,

Entre el océano que nunca sentían

Y el rumor de los cielos, que es, memoria,

Tu humo.