Número 91

Presentación

Animalidad
Crítica a la razón antropoCéntrica

Hay una nueva mirada que sacude los intersticios de la sociedad contemporánea: la mirada de la condición animal. Nuestras relaciones con los animales, es decir, con los demás seres vivos con los que cohabitamos el planeta, son una expresión de lo que hemos llegado a ser en los umbrales de una época atravesada por los dilemas y las rupturas de la crisis de la modernidad. En esos umbrales aparecen no sólo las huellas de las devastaciones cometidas por el ser humano contra sí mismo, sino sobre todo contra la multiplicidad de seres vivos cuyo expolio ha hecho insondable la condición humana.

Los lugares de devastación son ya innumerables. Establos y granjas se han convertido en nuevos sistemas de encierro y fábricas inconmensurables de aniquilación masiva, donde miles y miles de vacas, aves y cerdos son condenados a morir —aterrorizados— para satisfacer nuestro delirio alimentario, y que aparecerán desmembrados en los luminosos anaqueles de los supermercados. Los centros de experimentación de la ciencia y de los dispositivos de guerra, de las industrias de la belleza y del Big Tobacco que someten a ratones, simios, gatos, perros y conejos a intervenciones físicas y psicológicas inimaginables. Zorros, visones, chinchillas, lobos, coyotes, cocodrilos y la mayoría de los reptiles esperan con angustia su fin para convertirse en piezas calcáreas de blasones de lujo o de prendas de vestir producidas en serie, y representan los sujetos actuales de una tristeza inabarcable y la extinción gradual de la afectación como plano sensible de la sensatez. Los serpentarios, los acuarios, los aviarios, los zoológicos donde jirafas, águilas, ciervos, búfalos y tigres son privados de su libertad y puestos al servicio de los avatares de la sociedad del espectáculo. El lucro con los cuernos de elefantes y rinocerontes ha provocado prácticamente el exterminio de sus especies de una manera ominosa. Granjas lecheras donde las vacas y las cabras se mantienen en un estado de ingravidez permanente sólo para que las industrias de procesamiento de «carne tierna» les arrebaten sus crías-terneras. Leche amarga.

La normalización de esta falta de empatía ha llegado a crear carreras y prestigios académicos en las facultades de nutrición dedicadas a la «producción de carnes y lácteos» a partir del llamado «ganado». Sólo para convertir cada cuerpo animal, sus miembros y órganos en mercancías absolutas, en objetos, en cosas. La destrucción de la mayoría de las especies se produce cada día a través de la quema de bosques y arboladas para obtener campos de monocultivo para la producción de forraje. En las corridas de toros continúa un suplicio al que se llama «arte».

A menudo se afirma que detrás de cada una de estas formas de expolio se encuentra la lógica de la reproducción y optimización del capital. Y esto es en parte cierto. La transformación de los cuerpos en mercancías conduce inevitablemente a la reducción de la vida a una vida desnuda, es decir, a una vida sacrificable. Pero sólo en parte. En la lógica de la reducción de los seres animales a la condición de seres sacri se encuentra la sujeción de las formas de vida a la soberanía de los seres humanos. Es decir, al dominio de sus designios políticos, sociales y culturales: el antropocentrismo. En el centro de la actual masacre de cuerpos está la inmanencia del antropocentrismo. Se trata de un vértigo que va mucho más allá de la lógica del capital. Tiene que ver con las estructuras profundas de los sistemas psíquicos, políticos y de subjetivación de las sociedades contemporáneas; con sus formas de construcción del Otro y sus pulsiones anímicas y espirituales; con sus gustos y predilecciones; con los planos del miedo y del deseo, del goce y de la muerte; con el dolor que anida en su inconsciente y las tecnologías del yo. Y, por supuesto, con la crisis de la representación y las nuevas tecnologías del signo.

Todas las relaciones que los seres humanos mantienen entre sí están mediadas por la relación con los demás seres vivos. En la actual condición animal, el ser humano se encuentra en el espacio absoluto de su afuera, situado ante el espejo de su existencia o, mejor dicho, ante la miseria de su existencia. La violencia ejercida en los mataderos es, en cierta manera, la continuación de la violencia que implica la economía política que considera la naturaleza como un acervo infinito de recursos por devorar. ¿Cuántos siglos de insensibilización animal tuvieron que pasar para que se produjeran los campos de exterminio nazis? Y viceversa: sólo una sociedad capaz de exterminar humanos hace del exterminio animal su máxima de normalización. La homologación entre «animal» y «bestia» ha sido, desde el Leviatán de Hobbes, la metáfora viva sobre la que se construye el quiebre de la empatía que el estado de excepción, fundamento de todas las formas políticas modernas, requiere en la esfera política. De eso se trata la ruta de la anulación de la empatía social, que comienza invariablemente con la bestialización del Otro. Sólo cuando el dolor de los animales se convierta en una causa humana, los seres humanos se convertirán en seres verdaderamente afectivos, sensibles, empáticos. El principal motivo de la actual catástrofe ecológica no son los gases de efecto invernadero que arrojan los coches y la industria, sino la lógica del antropocentrismo. Es el gigantismo de la producción de ganado lo que produce las emisiones de metano, la deforestación y la crisis del agua, no sólo el CO2.

El viejo problema de «la liberación del ser humano por el propio ser humano» implica inevitablemente la liberación animal.

Los textos reunidos en este expediente de la revista Fractal ponen a debate este problema fundamental. Lo hacen desde diversas perspectivas: los complejos dilemas éticos de un joven que se une al movimiento de liberación animal, una recapitulación radical del concepto de existencia, una revisión del pensamiento de Schopenhauer sobre la voluntad animal, las huellas del movimiento animalista en México y su relación con las concepciones teóricas a las que ha dado lugar desde la década de 1980, la poesía de un activista animalista, la distinción entre animalismo hegemónico y animalismos situados, la importancia del tacto en la relación entre seres humanos y animales.

En «Piel», fragmento de una novela homónima, Jeroen Siebelink cuenta un momento de la historia de un niño que ayuda a su padre en su granja de visones. Cuando crece, siente que ese trabajo cruel no va con su amor por los animales. La resistencia es inevitable: junto con su mejor amigo, se une al radical Frente de Liberación Animal. Durante sus peligrosas misiones nocturnas, mientras liberan a cientos de animales, empieza a darse cuenta de que puede abrir muchas más jaulas, pero eso no cambia el hecho de que su padre está encerrado dentro de él. ¿Cómo puede alguien que ama tratar a los animales como lo hace? Inevitablemente se encontrará cara a cara con el lugar en el que todo comenzó. ¿Se atreverá a enfrentarse a su padre? Siebelink describe el dilema de la fractura del amor filial provocada por la empatía con la causa animal. En realidad, lo que está en juego es una fractura más vasta y general. ¿Qué ocurre con el sentimiento de fraternidad que une a los seres humanos cuando se rompe de repente porque unos permanecen indiferentes ante el expolio animal y otros han decidido desafiarlo? No se trata sólo de una causa —manifestada por otra conducción de la vida— que puede ser admisible para quienes no la comparten, sino de una confrontación de lo que constituye los sentimientos más intensos de proximidad y afinidad. La relación con el otro, al que se ama o con el que se fraterniza, puede estar llena de vacíos insondables. El animalismo lleva a una redefinición radical de la empatía, la simpatía y lo que nos une en lo más profundo de nuestro ser. Agradecemos a Caroline van Kooten por su traducción del holandés, que donó sus honorarios a la fundación canina Mundo Patitas.

El texto de Florence Brugat, «La vida animal, ¿otra existencia?», propone una redifinición del concepto clave en torno al cual se desarrolló la filosofía existencialista: la angustia. Su punto de partida es la partición entre vida y existencia, una nueva variante de la oposición entre «animal y hombre». Aquí, el primero es considerado, especialmente por las corrientes de la antropología filosófica y el existencialismo, como «un mero ser vivo», el segundo como «un existente». Basándose en el enfoque fenomenológico (Husserl, Merleau-Ponty) de la subjetividad animal, cuestiona radicalmente esta partición, mostrando en qué sentido los animales son existentes. Atribuye un lugar especial a la experiencia de la angustia, que el existencialismo ha establecido como característica del hombre. A ello suma los análisis de Gilbert Simondon y Kurt Goldstein que, de manera muy diferente, son especialmente esclarecedores en este sentido.

En «Las ocho inflexiones sobre de los animalismos situados», Iván Darío Ávila Gaitán desarrolla, desde una perspectiva histórica, algunas de las concepciones que distinguen al animalismo hegemónico del animalismo situado. En particular, se centra en definir sus diferencias en torno al concepto de animal y las disimilitudes en ambas interpretaciones del especismo. También aborda sus puntos de vista sobre la ética animal y sus diferentes estrategias políticas, que giran en torno a la confrontación entre bienestarismo y abolicionismo. Sobre todo, es una reflexión sobre las muy diferentes concepciones del estatus del veganismo. En principio, se trata de una reconsideración radical de las asimetrías que actualmente prevalecen en la definición de la condición animal. Mientras que para el actual animalismo hegemónico —es decir, más influyente— la idea del especismo reside en la práctica en la aceptación del antropocentrismo, para los animalismos situados se entiende como un orden social, biológico, físico y tecnológico que, para Ávila, «se basa en una dicotomía jerárquica, la dicotomía humano/animal; un orden que produce y reproduce continuamente la explotación, la subordinación y el sometimiento animal».

El texto de Patrick Llored, «Vulnerabilidad de la vida animal en la filosofía de Jacques Derrida», sugiere que la condición animal es un problema fundamental de la ética animal contemporánea. Este texto relaciona la cuestión del tacto con la de la vulnerabilidad para demostrar que todo ser vivo animal se relaciona consigo mismo, con los demás y con el mundo social que lo rodea principalmente a través del contacto. Existe un tacto animal que el autor sitúa en el centro de la ética animal de Jacques Derrida, el filósofo que reconoció la importancia de este sentido háptico en el que reside el sentido de los sentidos. Llored escribe: «El tacto aparece así como el sentido del encuentro entre los seres vivos, tanto humanos como no-humanos, en la medida en que permite a cada uno de ellos, sin excepción, inscribirse en un espacio en el que se elaboran las fronteras entre el “sí mismo” y el “no-sí mismo”, a partir de las cuales se hacen posibles el contacto y, por tanto, el encuentro como acontecimiento». Ya que el tacto es la premisa de toda autoafección en los seres que constituyen al mundo, el tacto entre el ser humano y el animal se vuelve «la condición de su encuentro sin que tenga que transformarse en fusión o identificación».

En «¿Agrandar o destruir las jaulas? El movimiento en México en defensa de los animales no-humanos», Azucena S. Granados Moctezuma señala que lo que llama la atención en la sociedad contemporánea es que se haya reavivado el debate sobre la relación que los seres humanos han establecido con los animales. La controversia ha tenido lugar tanto en la teoría, especialmente en la filosofía y el derecho, como en la práctica, a través de la acción colectiva. Aunque en México el tema no ha tenido el mismo impacto que en otros países, ha habido un trabajo persistente por parte de diversos sectores sociales para cuestionar las prácticas habituales de explotación animal. Así, muestra cómo las discusiones dominantes en torno a la defensa de los animales se reflejan en la organización del movimiento en México. Es decir, cómo reflexiones teóricas aparentemente abstractas han influido en la formación del movimiento, sobre todo en la Ciudad de México.

La poesía de Luis Rat evoca la pérdida de un mundo en el que la unidad del mundo no existía como tal. Cada ser, cada planta, cada rincón de lo existente constituía su propio mundo en una época antigua:

eran otros tiempos, miradas desnudas poblaban el mundo
el mundo no era un mundo, había un mundo en cada rincón
un misterio en cada roca, en cada presencia
florecían signos pacíficos junto al matorral
sin mucho esfuerzo podías escuchar el canto de la tierra
el arrullo palpitante del corazón de vida
la pasión andaba suelta, brincando por el monte,
cual cabra delirante

Fue un centro autofágico, el ser humano, el animal eternamente insatisfecho, el que le impuso esa coherencia, expropiando a la tierra, a las rocas y a los seres del misterio que los hacía palpitaciones inalienables del cosmos. Sólo para desobrar todo aquello de lo que ahora podría arrepentirse y

descompasó, perdió el ritmo, y pervirtió todo el baile
exterminó muchos mundos de este mundo,
solo, quedó solo en un mundo espejo, soporífero, furibundo
que se muere de no respetar.

En el texto «Sobre el laberinto de la conciencia animal», Wendy González sugiere una vía trazada por Schopenhauer para emprender una crítica del antropocentrismo. Parte de un principio elemental: lo racional no es necesario para (sobre)vivir. Éste es el punto de partida de toda crítica a la razón antropocéntrica. Acostumbrados a pensar en la distinción entre el ser humano y los demás seres vivos, sí: seres, ser-es, no se trata de la diferencia entre animales humanos y animales no-humanos. Ya está plagado el especismo y el antiespecismo de esta distinción tanto en el mundo académico como en los campos de batalla —animal—; no es la diferencia el presupuesto ontológico, es la situación de abismo óntico. Estos párrafos datan la premisa de la condición animal en su mismidad. No para descifrar esa condición, sino para hacer un llamado de atención sobre lo que esa condición implica en el ser otro animal y en nuestro ser-con lo animal. El ser como relación entre vivientes, como dolor y duelo por las masacres que cometemos a diario y ante esto ¿Con qué sueñan los perros? ¡Con la Rebeliòn animal!

Wendy González