Número 91

Urorbe Ciudad Control*

Salvador Gallardo Cabrera

Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México

Ruidos

Ruido de helicópteros levitando como relámpagos congelados. El sonido del viento que sopla en la medianoche de quien no tiene a dónde ir, el zumbido sostenido de 60 ciclos por segundo de los transformadores en los postes telefónicos. Ruido destituyente desencaja los bosques, ruido atmosférico derrite los glaciares, ruido aceitoso poluciona los océanos, ruido de los aerogeneradores nimba los montes. Frecuencias termodinámicas anudadas a resonancias eléctricas, colisiones de flujos electroacústicos y pulsos electrónicos, ondas electromagnéticas atravesando bramidos mecánicos, vibraciones vaporosas termoeléctricas y ruido estacionario del aire acondicionado, impacto de un avión chocando contra un rascacielos, alarmas desquiciadas, gritos que ascienden por las cuerdas vocales y consignas de modulación en la radio y en los periódicos.

El ruido del tercer milenio es el ruido sísmico antropogénico. Un gran ruido descentrado y sin fondo que envuelve todo. Más fuerte y violento que el choque de dos placas continentales, tan feroz y penetrante que las vibraciones de alta frecuencia producidas en la superficie generan señales sísmicas en el subsuelo, en los océanos cóncavos, en la atmósfera erosionada. Trascabos multánimes, revolvedoras de cemento y martillos neumáticos, grúas chirriantes, autos, sistemas de trenes subterráneos, oleoductos, excusados, cañerías, drenajes, fricción y conexión, el silbido del vapor a chorros, las vibraciones en la estructura de los estadios y los cantos a la nulidad, el carraspeo de miles de lámparas globulares encendiéndose, un remolino de papeles arrojados en la calle, cardúmenes de barcos, escuadras de turbinas aéreas, ruido rosa que contiene la misma cantidad de energía en cada banda de octava, explosiones y cambio, el burbujeante crescendo tonal del agua hirviendo. El ruido que desciende por los nueve círculos del infierno de las refinerías, de las minas, de la computadora de quien trabaja sin distancia ni horario donde el sol calla. Ruidos humanos del tráfico metabólico-mecánico-electrónico en las Urorbes interfiriendo con los sensores que monitorean volcanes y zonas sísmicas. Urorbes: urbes atravesadas por la ubicuidad y la inmediatez del orbe virtual, urbes que son orbes, con cien mil caminos —pero ninguno lleva fuera—. Ya no manchas que se rigen por la lógica de la expansión continua, sino agujeros negros que todo lo absorben y se alimentan de sus propios derrumbamientos. Urorbes que han hecho de la planificación un método de extracción, de la circulación unos circuitos de control y de la seguridad un modo de gobierno. Tonos macromecánicos, pulsos microelectrónicos. Verticales de desplazamiento, horizontales de superposición, zumbido vertical y frío, blanco, al descargar, procesar y analizar millones de terabytes de datos, frecuencia horizontal de la licuadora, resonancia ondulante de los anuncios de la televisión, vibraciones de alta frecuencia, reverberaciones y tensión febril: no hay donde bajarse, no tienes opción, los ruidos empujan tus palancas, tiran de tus hilos. Sonidos devorados por sonidos, sonidos que sólo perviven en las fonotecas, sin curva ni vuelta, o sonidos señales-signos-órdenes. Ruido que atruena o modula, vírico, inmersivo, persecución visceral y sináptica de los ruidos y rastreo continuo, frecuencias sanadoras y música psi para ir de un escalón a otro de nuestro entorno programado, ruidos minimalistas que parten de una pauta básica que crece o decrece, se ensancha o se angosta, casi imperceptiblemente, por microrrepeticiones, subidas o bajadas de tono, intervenciones de dispositivos que se suman al murmullo continuo, a través de una variación y repetición meticulosas, formando un ambiente sin salida. Alarmas en todos los dispositivos para ir al parejo de la recomposición ilimitada, cambiar lo que hacemos, vivir como avatares de todos los «estilos de vida» que se nos ofrecen en el intercambiador subjetivo.

El ruido contemporáneo ya no tiene fondo ni puede adscribirse a una fuente localizada, exterior o interior, desde la cual reverbera. No se sigue discontinuamente en una escala limitada ni en un periodo finito. El ruido quiebra la dimensionalidad del espacio-tiempo moderno: no se está bajo, sobre, fuera del alcance, del ruido; el ruido es el medio. Por eso, el decibel no es una unidad de medida, sino una expresión logarítmica, adimensional y matemáticamente escalar, no lineal, de relaciones diferenciales entre cantidades de potencias diferentes, entre valores de presión sonora. Que para relacionar diversas potencias se parta como magnitud de referencia del umbral de la percepción del sonido en el ser humano, no contradice la relatividad y la irreductibilidad de las relaciones, sino que muestra la creciente humanización del mundo por el ruido. El ruido se enquista en todo lo que percibimos, sabemos, amamos; penetra incluso lo inerte. Ruido furioso ilimitado, brama, agujera, tunde, el ruido recoge todo lo que se piensa, todo lo que se sabe, desierto sónico donde no queda sino la confesión biológica: «no logro intercalar algo entre mi cuerpo y los ruidos, ninguna interrupción». El ruido es vírico. Pero el ruido no es una excrecencia, no es un accidente ni sólo contaminación o interferencia, no es la parte maldita de la información, el ruido sísmico antropogénico se ha convertido en un flujo-sin-fisuras que crea una disyunción transfronteriza entre acontecimientos, neobjetos e imágenes, y erradica la polaridad de toda oposición. Nosotros, sí, hemos perdido la opción al silencio.

Antropausa

Un aerolito se desplaza de lo inerte, en la oscuridad de los sonidos inarticulados, a lo vivo, en la luz y el viento del mundo despierto. Para vivir requiere infectar, convertirse en un parásito obligado. Debe alcanzar una célula, apropiarse de sus herramientas y reproducirse. Desde lo inerte, la tracción vírica infecta y alcanza la vida. Nosotros no comprendemos bien esos trayectos entre lo inerte y lo vivo; consideramos a lo inerte como algo dado, estable, con movimientos encapsulados en leyes, como energías y fuerzas ciegas diluyéndose en el estanque de la entropía, como regularidades encriptadas en las mareas, en las rotaciones de los astros, en los saltos y enlaces cuánticos, como materias primas o nichos para que germine la vida. Lo inerte nos ha servido para darle un telón de fondo a los órdenes de magnitud del universo, los reinos de la naturaleza, los elementos, las escalas, para introducir una diferencia desde la que se desplazan nuestros saberes, percepciones y afectos. Consideramos la vida que conocemos una rareza, enviamos sondas-sin-vida-entramada-por-el-carbono al cosmos buscando la huella de una célula, y situamos a lo inerte del lado de lo yerto, lo muerto.

Ningún aerolito, un virus venido de dónde. Es tal su fuerza de tracción que reduce al cincuenta por ciento el ruido sísmico del mundo, la parte humana de ese ruido. Burroughs sólo pudo soñarlo: un virus dislocando las pautas biopolíticas y las regulaciones disciplinarias del mundo pregrabrado, dislocando los «cuerpos blandos» de los humanos y sus sistemas de seguridad social. La antropausa desnudó la falacia de la «sociedad abierta», pero más tajantemente, mostro qué inestables son las líneas de conducción biopolítica. Atenuación del ruido / intensificación de las regulaciones / toque de queda: cierre de centros de trabajo, de plazas y parques, escuelas, museos, centros comerciales, gimnasios, fronteras, aeropuertos, estaciones de trenes, puertos, oficinas, universidades, restaurantes. La globalización es vírica, decían atronando los sociólogos y los opinadores profesionales. Pero cuando el virus que produce la covid-19 mostró que la globalización no es esférica, que se genera en franjas de bienestar y de pobreza en un mismo país, franjas hemisféricas norte/sur, franjas que funcionan como barreras o coordenadas de atracción, que segmentarizan los accesos y verticalizan los dividendos, porosas o de grano cerrado, de hilos múltiples y pocos tensores, franjas que pueden suspenderse y plegarse hasta el encierro, entonces el ruido antropogénico se atenuó a la vez que la franja de autosuficiencia de los sistemas de seguridad se diluía. Las estaciones de monitoreo detectaron una baja de emisiones en la atmósfera, en los océanos laminados, en las profundidades desestratificadas.

Las calles de las Urorbes, vacías. Después del recuento de los contagiados y de los muertos, de las cifras crecientes de contagiados, muertos y camas disponibles, de la comparación entre países y continentes de cifras de contagiados, muertos, camas disponibles y aparatos de respiración, las televisoras nos regalan con una imagen beatífica: cabras triscando el pasto en los camellones, bandadas de gansos paseando por los centros históricos, osos trepados en los coches de los suburbios, bancos de sardinas fuera de los claustros reglamentados… Con la antropausa ha sido posible apreciar el intervalo entre las cosas: un silencio entre la persistencia sin elocuencia de la secadora del pelo y el traqueteo de la lavadora, entre las turbinas de los aviones que atraviesan el parque, una voz que entra lentamente en la gravitación de la tarde y la lluvia tamborileando en los cristales, entre el claxon estridentista del automóvil y las calles casi vacías, entre los ruidos enroscados en el cuerpo y los ruidos sin imágenes ni comparación que hacen de la conexión una obligación, entre los ruidos que creíamos circunscritos a un radio de emisión y los ruidos que encierran en medios abiertos. La antropausa nos ha revelado el potencial vírico del ruido, su flujo variable-ilimitado-continuo-intercambiable, sus cualidades inmersivas y de laminación, su potencia para generar un entorno de sustentación que envuelve nuestras vidas.

Laminar el acontecimiento

Los acontecimientos interdigitan la vida, el mundo, los signos. Entre las orillas donde las cosas se cierran y los espacios aparecen muertos, el acontecimiento empuja el día, permite desligarse de lo que únicamente acaece, transforma el advenir en activo: lo que hace venir, lo que tiene caminos múltiples de relación. Un acontecimiento, algo que pasa, un trayecto de lo inerte a lo vivo, un poema, la estela de un reactor deshilándose en el cielo o un niño jugando, está hojaldrado, en él coexisten planos que no siguen la linealidad de una sucesión ni de una realización en un estado de cosas. Edgar Allan Poe mostró que la pauta en la cual gravitaban los acontecimientos y los objetos sostenía la representación del tiempo y del espacio, su trama. Para Poe un acontecimiento, un poema, puede producir singularidades mediante la variación: el efecto de la variación de la aplicación destituye la sucesión de acontecimientos y de objetos como signos del espacio y del tiempo, quiebra el enlace entre continuidad y variabilidad por medio de trayectos hojaldrados sin sucesión ni peldaños. El efecto de variación, según Poe, infesta la versificación, que durante siglos ha permanecido estática, creando ruidos nuevos, micro-variaciones en las orillas del metro, intrusiones sonoras para dislocar la estrofa. La variación de los ruidos nuevos crea una diferencia de potencial entre las cosas del mundo para que se produzca un acontecimiento y surja la singularidad en relación con la vida. Porque los acontecimientos tienen márgenes, bordes, lagunas, hojas interdigitadas que crean una multiplicidad desdoblada en singularidades y no desde un sujeto. Campos de intervención acontecimentales.

Los acontecimientos están formados por múltiples pétalos y dimensiones: eso explica los diferenciales de potencial sin los cuales un acontecimiento sería una mera secuencia en un estado de cosas determinado. En un acontecimiento hay una coexistencia de planos, no una sucesión de «hechos», la multiplicidad es el medio en que transcurren las cosas. Una de las tareas del escritor es desgeneralizarlos, mostrar sus nudos y sus discontinuidades, observar las fuerzas que los recorren, las estructuras de poder que los circundan, los modos de existencia que han producido y los usos de lenguaje que los impulsan. Los acontecimientos tienen un tiempo geológico, un espacio constructivo, una plataforma energética, que hay que desvelar.

Los poderes contemporáneos de control buscan conducir, programar, modular la fuerza intempestiva del acontecimiento; superponerle, por ejemplo, un juicio con sus criterios preexistentes o valores superiores, como sin el juicio y los valores todo fuera equivalente y ya no hubiera posibilidad de establecer diferenciales creadores de nuevas combinaciones. O tratan de absorberlo por medio de una asignación de subjetividad. Esos poderes buscan conducir la fuerza dislocante del acontecimiento, el advenimiento activo de la singularidad. Ahora es posible notar que la zona de coexistencia entre Jünger, Foucault, Burroughs, Virilio y Deleuze, ese horizonte fragmentado al que se alude en el prefacio de este libro, está atravesada por la atención sostenida al acontecimiento como fuente diferencial de nuevos modos de vida, modos alternos a los que, desde el control, nos modulan.

La conexión como norma

Jünger fue uno de los primeros en observar que la ampliación planetaria de los medios de comunicación supone la absorción de los acontecimientos. La transmisión no sólo absorbe, sino que recombina el acontecimiento y lo relativiza. Los acontecimientos son laminados para ser objeto de una transmisión, editados para generalizarlos y reducirlos a un principio o un fin, a un mero accidente en un estado de cosas dado; ser objeto de tal transmisión es su sentido. Esto es posible porque la conexión ha devenido una norma. Como vio Foucault, el espacio normativo, el espacio donde se asienta la sociedad de control, integra todo lo que pudiera excederlo; nadie puede considerarse exterior a él ni reivindicar una alteridad. De ahí que la fusión de la técnica con el sentido instrumental del poder muestre que las mutaciones en los poderes no se circunscriben a las modificaciones técnicas. Los poderes de control aspiran, como escribió Jünger, a instaurar «una especie nueva de vida», ligada a la norma, a la conexión obligatoria, a la predicibilidad de los campos de intervención.

Para Jünger la norma produce, segrega modelos, roles, campos de imantación, es viral como el ruido contemporáneo, no solamente bloquea o prohíbe. Uno de sus mecanismos es la absorción de los acontecimientos, hacerlos predecibles. «Impredecible» se ha convertido en una mala palabra, explicaba Jünger, tanto en lo moral como en lo intelectual. Los «derechos humanos», por ejemplo, se ofrecen en la medida en que son predecibles. La mutación de la estadística, que ha pasado de la colección sabia de datos a la instrumentalización de los cuerpos, ejemplifica el poder imantador de la norma. Los procedimientos estadísticos asociados al biopoder, a los datos usados por el gobierno y los cuerpos administrativos, a los espacios de intervención demográficos y económicos, a la teoría de las probabilidades, a los análisis de frecuencias y de decisiones, a los enfoques de la información y de la computación, son dispositivos de instrumentalización que operan el espacio normativo, predecible, absorbiendo y laminando los acontecimientos. Desde el espacio normativo, la estadística llevada a sus últimas consecuencias permite probar todo y como mostró Jünger, «ahí donde todo es demostrable, todo está permitido»; la norma integra lo que pudiese excederla. Incluso, tiende una pauta predecible sobre nuestros afectos. En su bello ensayo Sobre el dolor (1934), Jünger analizaba los fenómenos ligados a la anestesia, a los efectos de la medicalización extendida, al velo con que la estadística busca absorber la fuerza acontecimental del dolor: los índices de accidentes, de muertes, de analfabetos, de desnutridos o de mujeres desaparecidas se reducen a una cifra y ésta se nos presenta como suficiente, explicativa, necesaria.

La pauta del mundo pregrabado

La absorción del acontecimiento corre simultáneamente al vaciamiento vírico de los cuerpos y su programación. Burroughs mostró que el control atrapa a sus adictos en dispositivos de previsibilidad en el mundo pregrabado de los acontecimientos editados, de los acontecimientos cuyos elementos y asociaciones han sido fijados como Uno y Único, desde una identidad permanente. El vaciamiento supone la programación viral de los movimientos físicos, los procesos mentales, perceptivos, afectivos y su entramamiento en el mundo pregrabado, esa pauta preestablecida desde la cual el control condiciona lo que vivimos con lo que esperamos vivir. El control no es ideológico, supone un entrenamiento programado, preciso y dilatado para que los consumidores se conviertan en adictos a todo aquello para lo que han sido entrenados a consumir. La norma no sólo estabiliza, no sólo vehiculiza la sujeción económica y social, es indisociable de las modulaciones que positivizan el control, que plantean exigencias y generan modelos de realización subjetiva. Por ello el control es un poder desustancializado y descentrado: lo que hay son múltiples controladores, operando tanto en los estratos masificadores como en el tejido micrológico.

Si el control no irradia desde una superestructura ideológica, tampoco busca la homogeneización per se; no busca el tabicamiento, ni aun el tabicamiento móvil o desmontable que permitiría la adaptación a distintos programas o instituciones, sino integrar todas las relaciones que pudieran considerarse exteriores a él. Lo que busca es generar espacios laminares sin relaciones exteriores, sin afuera, sin la singularidad del acontecimiento.

No hemos escapado a la dialéctica de la homogeneidad/heterogeneidad, individualismo/totalitarismo. Todavía resulta teóricamente rentable confrontar un orden totalitario, homogéneo, en sus modelos de realización racionalista o primitivista, y un medio de iniciativas individuales, de vivencias encarnadas particularmente, democráticas o en búsqueda de serlo. En las visiones distópicas del futuro esta dialéctica pervive: los zombis son todos iguales, los simios sirven de espejo deformado del humanismo, las poblaciones moduladas bio-psíquicamente están encajonadas en un molde homogéneo. Con la aparición de la cibercultura esos pares opuestos fueron reformateados: la humanidad, ¿devendría una especie de súpersujeto cognoscente, colectivo, que poseería una percepción única de la totalidad de la realidad? La cibercultura, ¿supondría el fin de la autonomía de la reflexión individual en provecho de una inteligencia colectiva, presentada o no como un avatar de la ubicuidad eterna? Preguntas que traslucen el reduccionismo de esta dialéctica y una concepción, en última instancia, gratificante del poder.

El diseño de la realidad adherido al mundo pregrabado está ligado a la información pero no opera ideológicamente, no genera una mera urdimbre de engaños o una infraestructura ideológica desde los aparatos de estado. No hay una realidad «real» velada por aparatos ideológicos. Para Burroughs, el control es un poder de todo el campo y busca envolver al «universo espontáneo, impredecible, vivo» del acontecimiento, asignándonos una identidad inmutable, un cuerpo como máquina blanda, subjetivando las singularidades e imponiendo una realidad condicionante. La información se impone al acontecimiento, lo reduce a la sincronización que va de la edición a la transmisión, como observó Virilio, y poluciona las distancias del mundo. La información designa el estado asimilado de un acontecimiento, su medio es la velocidad vírica de propagación, su objetivo es propalar consignas, palabras de orden, alarmas, generar una sincronización continua, ilimitada, una pauta de control. De ahí que la pieza clave de la arqueología de Foucault sea su inflexión para resituar los enunciados como acontecimientos de lenguaje, funcionando en un campo de intervención, y ya no como elementos de una estructura, ni como propiedad de los sujetos que los emiten, ni como índices de un significante-policía.

¡ALARMA!

Secuela del alarido de las sirenas pende en el cielo.

En las azoteas de los edificios de Anexia, la ciudad de la conducción subjetiva extrema que dibujó Burroughs, las sirenas aullaban cada quince minutos para mantener el estado de alerta permanente y la crispación entre la población. ¡Qué civilizados! Nosotros vivimos conectados a las alarmas.

Por las calles
la alarma riega su horror…

Escribió Salvador Gallardo en «ALARMA!!», un poema estridentista de 1925. Cuando Varèse utilizó la sirena de los bomberos en Ionisation (1929), los ruidos de las calles habían dejado ya de ser «ruidos».

Del repique de las campanas de la iglesia y el silbido de fábricas y locomotoras, alarmas con que el poder disciplinario pautaba el día, a los pulsos y zumbidos del entorno de inmersión con que el control lamina el día. ¿Cómo puede haber inmersión en un medio laminado?

Alarmas enroscadas en el cuerpo, ruidos en velocidad de caída, ruidos sin imágenes, jamás escuchados, ajenos a las comparaciones, ruidos blancos fluyen sin interrupción, siseochirriante doblega curva retuerce, la cabeza ya no sigue el movimiento de los ojos, busca alejarse, frecuencias rayas tendones crispados ruidos fibras en dispersión sin promesa de órbita.

La alarma y luego los rescatistas después del terremoto. La alarma y luego las casas tronchadas después del tornado. La alarma y luego los bomberos después del incendio.

El espesamiento del agua en la orilla, el cambio de tono en la cresta de las olas, y la marea de dos anillos. El punto de rocío en la atmósfera, la condensación del vapor del combustible, y la aparición fugaz de una franja blanca. El acontecimiento y su estela llegan sin alarma y transcurren sin luego ni después.

Cerrojos invisibles y modulaciones

Conducir los acontecimientos, absorber el medio viviente en un marco instrumental, estructurar el posible campo de acción de los otros y generar, así, un entorno de sustentación, son las marcas del Control. Regulaciones y modulaciones. Gubernamentalidad de la seguridad, conducción y medicalización extendida. Control que individualiza y totaliza a la vez. Circulaciones discontinuas y de larga duración de las disciplinas enquistadas por circulaciones continuas y de rotación rápida de las modulaciones. Jünger y Foucault hicieron aportaciones muy valiosas para resituar las regulaciones, esos «cerrojos invisibles» como las llamó Thoreau. Burroghs, Virilio y Deleuze iniciaron el trabajo para conceptualizar las modulaciones, pero habría que mostrar que con la aparición de los moduladores las regulaciones entran en un nuevo juego: positivizan las normas, hacen circular las leyes, pautan el territorio de las in(c)stituciones. Mostrar, por ejemplo, cómo la propia capacidad recombinante de los moduladores absorbe la discontinuidad convergente de los reguladores y cómo las modulaciones no se detienen en la «subjetividad», en el «yo» o en la «personalidad», esas ficciones regulativas, sino que generan una interdigitación entre lo individual y lo transindividual, señalan la mutación del individuo en dividual por medio del funcionamiento de todos los afectos cruzados con los acontecimientos, neobjetos y sus estados: esa dicha evanescente, el apremio ante la falta o el presentimiento de un objeto modulado, los estados de calma, satisfacción, saturación, expansión, impaciencia, sincronía, los modelos aspiracionales ligados a las imágenes y a los ruidos.

Un virus, un inerte convertido en parásito obligado, riega las alarmas sanitarias en todo el mundo. Los sistemas de salud providenciales son llevados al borde del colapso. La estricta observancia del encierro durante la pandemia de covid-19, sólo ha sido posible porque en las franjas de población ricas del mundo existían ya individuos tan provistos de recursos y de bienes que se habían encerrado en su entorno en busca de vivencias diferenciadoras desde hace mucho tiempo. En la fecunda línea de trabajo abierta por Foucault y, en otra vertiente, por Goffman, sobre los sistemas de seguridad social, la conducción subjetiva y la medicalización extendida, Donzelot, Castel, Ewald, Elias, Beck, Dubet, Estèbe han trazado investigaciones para analizar el trabajo, las protecciones, el estatuto del individuo y de las instituciones, el ascenso de las incertidumbres. Peter Sloterdijk, en Esferas, señaló que ahí donde se ha impuesto el sistema asegurador del estado de beneficencia las situaciones no aseguradas se vuelven raras y, consecuentemente, se puede gozar el desajuste como excepción; una excepción normalizada que llega a la estetización de las inseguridades tal como ha aparecido durante la pandemia.

Seguridad es un mecanismo de gobierno. No se trata de una serie de políticas puestas en marcha a partir del surgimiento de una situación de inseguridad. Antes de la pandemia por covid-19 los mecanismos de seguridad ya funcionaban. No se trata tampoco de un fenómeno que exprese cierto malestar de la cultura o un deseo que corroe la «vida posmoderna», sino de una serie de mecanismos de regulación y modulación cuya función es asegurar el poder. Es por ello que muchos estados contemporáneos ofrecen «seguridad» como el misterio resuelto de la ciudadanía, la cohesión social y la legitimidad gubernamental. Los mecanismos de seguridad son marcos de integración, regulaciones a las que las implicaciones sociales y culturales, así como los estratos urbanísticos y geográficos, deben subordinarse. ¡Un simple semáforo, traduciendo las alarmas epidemiológicas, ha bastado para cerrar continentes completos!

Reglas, regulaciones, normas, modulaciones han generado una especie de sistema inmunológico de conducta que incorpora desde las respuestas del sentido del gusto, el rechazo a los alimentos que huelen mal o que están podridos, o los disparadores del asco, hasta la apreciación de las interacciones con los otros para minimizar los contagios con posibles patógenos. Ese sistema nos lleva a ajustarnos a las normas cuando se emite una alarma de enfermedad por contagio, nos condiciona y vuelve obedientes porque obtenemos un supuesto beneficio. Y nos convierte en policías morales los unos de los otros: juzgamos como desleal o no solidario a quien no lleva mascarilla, preferimos atravesar la calle antes de cruzarnos con un anciano o con un joven identificados en los «grupos de riesgo», y si nos adherimos plenamente a las recomendaciones sanitarias de las autoridades no es simplemente porque la «salud» se juega en el marco de integración seguridad, y ya no en el ámbito estrictamente médico, sino porque se ha generado un consenso que pasa por toda la serie de controles, incitaciones y coerciones, que laminan el acontecimiento y se realiza a través de los medios de comunicación y las redes sociales hasta alcanzar una regulación instantánea, preestablecida en el sentido de que remite a su propio criterio «mayoritario», «universal», «científico». Desde esta regulación instantánea, ante una situación regularizada por sí misma, el control se perpetúa, se autogenera, se recompone continua e ilimitadamente, estructurando el posible campo de acción de los otros, como mostraron Burroughs, Foucault y Deleuze.

El encierro por la pandemia, un encierro en que se trenzan límites asignables disciplinarios y zonas de frecuencias de control, demostró que la «sociedad», si algo, es hoy un entorno de sustentación asistida. Desde aquí, es posible observar cómo funciona la intrincada red entre regulaciones y modulaciones: una regulación biopolítica como las que estudió Foucault, que totaliza a la población en su conjunto a la vez que individualiza, hace que el estado funcione como estrato de regulación, y simultáneamente, abre esa regulación no finalizada, vacía, a una modulación continua y variable en los espacios moleculares. En ese margen vacío, de incertidumbre, que dejan las regulaciones, los moduladores adquieren más potencia, y producen un control abierto, una circulación continua y de rotación rápida controlada. La medicalización extendida es una prueba de ello. El continuum farmacéutico se extiende incluso sobre los parámetros científicos, y muy fácilmente, sobre las aprehensiones bioéticas; absorbe el medio viviente en una reformulación de las competencias físicas, psíquicas, sexuales, sociales, y genera pautas de asistencia dirigida, controlada.

Abrazar el acontecimiento

«No emitir» era el principio operativo de Burroughs contra la información que infecta todo, que impone su imagen del lenguaje, de los gestos y del pensamiento a partir de la laminación del acontecimiento, de la organización de las redundancias y la transmisión de consignas. El error estratégico, según Burroughs, es creer que se pueden emitir mensajes eficientes, creativos, liberados de esa red de redundancias y palabras de orden. ¿Habría que buscar el silencio, el estado catatónico, el despojamiento expresivo? Tal vez, puesto que el ruido no es una excrecencia, ni una interferencia o contaminación, sería más productivo escapar a esa oposición; no permitir que las consignas del control nos confronten en un campo determinado de antemano.

Abrazar el acontecimiento , la bella frase de Marco Aurelio, bien podría ser la divisa contra el control. Habría que desligarla de la presunción providencial de un Todo, pero muestra la extensión de los peligros que Jünger, Foucault, Burroughs, Virilio y Deleuze cartografiaron en el espacio densamente rayado de la mudanza de los poderes. En un entorno laminado no hay espacios para que surja la singularidad, el potencial diferencial que hace despuntar el acontecimiento. Por eso, inventar un uso múltiple de los espacios para atravesar los entornos de vida programada, implica rebasar la resistencia como mera oposición o confrontación. Unos acontecimientos así potenciados forman parte del curso actual de nuestras vidas, no pasan por fuera, nos transforman, nos piden atención, son umbrales que nos ponen en movimiento. Buscar crear, entre los inertes y los vivientes que pueblan el mundo, entre nuestros desplazamientos cotidianos en la Urorbe, una posición de fuerza vital y conceptual que permite hacer crecer algo distinto, una ondulación que fortalezca el presente, una vibración nueva en la vida.


Notas

* Éste es el ensayo de la nueva edición de La mudanza de los poderes. De la sociedad disciplinaria a la sociedad de control , Ciudad de México, Matadero editorial, 2021.

Sobre el autor
Salvador Gallardo Cabrera es filósofo, poeta, ensayista y editor mexicano. Autor, entre otras obras, de La mudanza de los poderes. De la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, Sobre la tierra no hay medida. Una morfología de los espacios,Estado de sobrevuelo, Sublunar y Las máximas políticas del mar. También ha publicado ensayos, artículos, reseñas, traducciones y poemas en revistas y suplementos literarios de México, Brasil, Francia, España, Estados Unidos, Canadá y Rumania.
Correo electrónico: redvertice2005@yahoo.com.mx