Número 90

Paleocristianismo y teología política

Inquietudes interdisciplinarias, estudios heterofónicos

Camila Joselevich

Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México

A mi juicio, la teología debería ser el principal objeto de estudio del materialista histórico, del cientista político, del estudioso del derecho y, por supuesto, de todo aquel que se llame a sí mismo ateo.
M. Martínez Abarca

Insistimos en el estudio académico de las religiones —o de las tradiciones de lo sagrado— y más particularmente del judeocristianismo, quizá queriendo hacernos cargo de algo que creemos que tenemos que enfrentar: una cierta hebra, a menudo invisibilizada o escurridiza, que sin embargo participa en la urdimbre de nuestra tradición, de nuestra creatividad y nuestras maravillas, pero también de nuestros prejuicios, miedos y aptitudes de destrucción. Tal vez tratamos de hacer visible esa hebra, de sostenerla para que no vuelva a su cómodo lugar oculto, y vemos que, donde a veces forma parte de tejidos problemáticos, no todo parece estar dicho o resuelto.

Los estudios de la teología y las religiones en la UNAM tienen un espacio limitado, pero que de hecho insiste. Se trata de proyectos, grupos o seminarios de investigación constituidos a menudo con la idea de que tales estudios no deben restringirse a ámbitos confesionales, centros teológicos o universidades católicas, para dar ejemplos significativos del contexto mexicano, sino que es importante llevarlos a cabo en la universidad pública, no a pesar de su carácter laico y su «ateísmo» —digámoslo así, aun con la imprecisión del término—, sino precisamente por esa razón.

En el año 2012, con esa y otras inquietudes, nos reunimos un grupo de profesoras, profesores y estudiantes de diferentes carreras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con la intención de conformar un espacio de trabajo en torno a un amplio abanico de cuestiones relativas a la historia del judeocristianismo, especialmente la imbricada relación entre los ámbitos teológico y político de esta historia. Así, en ese año activamos el seminario de investigación «Paleocristianismo y teología política: estudios interdisciplinarios», que permaneció activo hasta principios de 2019.1 La historia de algunos de los intereses que nos convocaron y de algunos de los debates-textos que produjimos son precisamente lo que queremos compartir en este pequeño escrito, que sigue el formato cercano al de un relato de viaje.

Redacto y firmo estas páginas como coordinadora de este proyecto extinto, pero se trata, por supuesto, de muchas voces implicadas. Varias de ellas serán escuchadas sobre la marcha, en forma de trazos rescatados de algunos debates del seminario o de otros momentos de conversaciones personales. Estos fragmentos de diálogos aparecerán entre comillas y sin referencias al pie de página.

Inquietudes interdisciplinarias

Quienes estábamos en el momento de la constitución del seminario, historiadoras(es), filólogas(os) y filósofas(os), llevábamos a cabo investigaciones sobre una gran variedad de temas y desde diferentes disciplinas: la retórica y la poética bíblicas; la historia social paleocristiana; la cuestión paulina, tanto allá, en el siglo I, como aquí, en el pensamiento político contemporáneo que vuelve a mirar a Pablo; la filosofía agustiniana; la historia política de las ortodoxias medievales y la dimensión retórico-discursiva de la pugna antiherética; las formas de construcción de la subjetividad tardomoderna; o la racionalidad política en torno a la muerte y al cuerpo, entre otros.

Sin embargo, persistían algunas inquietudes comunes: en primer lugar, las diferentes situaciones de dominio y poder entrelazadas con los relatos sobre lo sagrado en cada momento de la historia, incluida —y esa inclusión era relevante— la historia moderna luego de la «secularización». En segundo lugar, si ésta puede pensarse o no como una especie de «sobrevivencia», en palabras de Alonzo Loza, «de las estructuras de la subjetivación a lo largo de la historia de Occidente». En tercer lugar, un constante malestar ante la idea de la imposibilidad de diálogo entre las disciplinas, o el trazado de límites muy rígidos en ese diálogo, lo cual predominaba en los ámbitos en los que nos habíamos formado en muchos casos. Y, por último, la cuestión de la imbricación entre las inquietudes sociopolíticas actuales y las miradas «históricas» sobre las sociedades precapitalistas o premodernas: ¿cómo se implican? ¿Con qué límites? ¿O sin límites en absoluto? Como se puede ver, algunas de estas interrogantes e inquietudes se consideran pasadas de moda, incluso «superadas»; pero nos preocupaban y queríamos discutirlas en ese espacio donde convergían experiencias muy diversas, tanto a nivel personal como académico.

Nuestro punto de arranque fue el estudio de algunas fuentes judías y paleocristianas: Isaías, Mateo, algunos textos patrísticos y, con especial atención, las cartas paulinas, tratando de observar sus filamentos teológico-políticos y las diversas formas en que resuenan en el presente, en el contexto de sociedades «seculares» pero atravesadas, si no constituidas, por lógicas y discursividades religiosas en general, cristianas en particular.

Puesto que la cuestión paulina nos concernía particularmente, nos dedicamos a revisar a pensadores como Giorgio Agamben, Alain Badiou o Jacob Taubes, quienes, desde el punto de vista del pensamiento político, han recuperado a Pablo de Tarso o lo han vuelto a observar de diferentes maneras. Las lecturas filosóficas contemporáneas de Pablo nos aportaron un sinfín de nuevos problemas a la investigación histórica sobre el tema —como veremos más adelante—, mientras que el estudio filológico directo de las epístolas dio nuevos giros, como comenta Juan José Abud, «a las reflexiones filosóficas sobre la organización política hoy en día y su relación con la emancipación».

Con la llegada de nuevos miembros, los intereses del grupo se fueron diversificando y ampliando. Así, la imagen amplia del trabajo realizado a partir de entonces podría describirse como dos rutas de estudios intercomunicadas y paralelas, pero que van en sentido inverso: una de ellas, el abordaje crítico de los textos bíblicos desde un enfoque político «y con el interés restitutivo de la memoria histórica, especialmente de la memoria marginada», como lo describe Mónica Ríos Saloma. Esto se hace de modo paralelo al repaso de diferentes planteos sobre la actualización crítica de los estudios historiográficos y retórico-discursivos del cristianismo antiguo, tardoantiguo y medieval según la situación del estudio, en particular las experiencias sociales o las preocupaciones políticas que se cruzan en la forma de mirar el pasado. La segunda de las rutas, en sentido contrario, fue el estudio de ciertos debates sobre la continuidad o discontinuidad, en el presente, de formas de subjetivación paleocristianas y posteriores, así como de las formulaciones políticas engarzadas con ellas, tratando de entender, como dice Lucero San Vicente, «las repercusiones y los reflejos» —tanto lo que se oye retumbar por debajo como lo que se ve con claridad— que ciertos «conflictos de poder del pasado tienen en nuestras realidades presentes».

La intercomunicación entre ambas rutas fue el intento de desplazar los límites del diálogo interdisciplinario, como ya se mencionó: que la filosofía y los estudios históricos puedan afectarse mutuamente y, al mismo tiempo, que ambos se interesen por el pensamiento teológico. Aunque, como opina Eric Martínez, las raíces teológicas de la subjetividad moderna occidental «han quedado oscurecidas en el discurso filosófico hasta hace muy poco», la teología subsiste como objeto de gran interés para algunos ámbitos filosóficos. Pero en el caso de la historia como disciplina, según Eduardo Yescas, la teología está sistemáticamente relegada, considerada como un «mero auxiliar» de estudios presuntamente serios, cuya estructura no debería estar implicada con meditaciones premodernas.

Es aquí donde la teología política aparece para trazar algunos cauces. Sus viejos problemas siguen guiando algunos debates hoy en día: en el mundo secular —incluso en el contexto de Estados laicos como el mexicano—, el cual es un mundo devastado por el capitalismo, los diversos modos del neocolonialismo y el patriarcalismo que los acompaña, cómo se actualizan o re-forman rumbos del pensamiento como el monoteísmo, el universalismo y el mesianismo; cómo persisten las nociones de sacralidad y trascendencia, entrelazadas con ciertas reivindicaciones de «lo común», «la comunidad» o incluso la identidad, donde se ha dicho que el rayo fulminante de la modernidad ha despojado todo de un sentido trascendente. Como lo planteó Cynthia Maciel, ¿en qué sentido la articulación entre teología y política sustentó la primacía de ciertos pontificados medievales? Y, ¿en qué medida las ecuaciones del poder configuradas en ellos se han mantenido en el Estado moderno? ¿Por qué medios, hoy en día, el principio teológico-moral de la existencia de usos del cuerpo «adecuados a la naturaleza» y otros contra naturam sigue extendiéndose en terrenos políticos? ¿Qué opera —¡qué pasa!— si se observa que las diversas dinámicas actuales de dominio y poder parecen entenderse mejor a la luz de las nociones cristianas de revelación y gracia, originalidad doctrinal y herejía, potestas e infirmitas, etc.?

Al mismo tiempo, si el hecho es que las diferentes concepciones contemporáneas del poder y lo social tienen un impacto más o menos directo en el abordaje de los estudios antiguos, de los estudios de las diferentes tradiciones de lo sagrado y del judeocristianismo en particular, qué límites pueden o deben ponerse —o no— a esa actualización de la mirada sobre el pasado, sobre las fuentes, y a costa de qué. Miranda Martínez señala, por ejemplo, que la mera división entre «los dos reinos», el teológico y el político, «se toma por sentada desde el presente y se proyecta hacia el pasado, deformándolo». Pero ¿cómo se puede evitar tal deformación?

Así, yendo y viniendo entre el pasado y el presente —sus límites no son tan claros como se podría suponer—, durante todos esos años añadimos a nuestros estudios de Agustín, Schmitt o Vattimo investigaciones sobre filosofía descolonial y poscolonial de la religión, Peterson, Spinoza, estudios sobre la cultura persecutoria en la Edad Media, Benjamin, Feuerbach, Ireneo de Lyon, etc. Cada participante propuso y aportó desde sus propios intereses y premuras, y así nos fuimos apremiando juntas(os). Todo esto fue encauzado por la inquietud de saber cómo aquellas nociones o «rumbos» de la tradición judeocristiana pueden estar implicados en la articulación de pensamientos y formas de lucha contra las diversas formas de devastación en el mundo actual, como ya mencionábamos, o, por el contrario, cómo colaboran, actualizándose, en la articulación y la reproducción de tal devastación.

Algunas conversaciones: estudios heterofónicos

En marzo de 2019, este grupo publicó un pequeño expediente de tres artículos en el vol. 4, núm. 1, de la revista Interpretatio, editada por el Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.2

Los tres textos en cuestión adoptaron la forma de conversaciones en las que dialogaron diferentes enfoques disciplinarios, teóricos y metodológicos e incluso diferentes opiniones sobre el mismo tema; pues cada uno de ellos fue escrito colectivamente, en un intento de escritura académica que nos implicara en una práctica de escucha sostenida y crítica del otro, de la otra. Como resultado, los tres textos-conversaciones tienen un carácter heterofónico: aunque las voces a veces convergen para formar una textura homogénea, por lo general es posible distinguirlas cuando dialogan entre sí. La simultaneidad de las voces no siempre implica una homofonía. Aquí compartimos un breve recuento de tales conversaciones, todas ellas producidas desde el trabajo del seminario y representativas de sus diferentes periodos.

«Teología política y apertura posfundacional» es un texto de Miranda Martínez, Eduardo Yescas y Jonathan Juárez, dos jóvenes historiadoras(es) con un gran interés en el pensamiento teológico como enclave para el análisis de lo social, y un filósofo cuya entera carrera académica se ha confrontado con los lugares oscuros de las manifestaciones religiosas. Ellas(os) describieron las vías principales del debate sobre teología política desde Carl Schmitt con el contrapunto de la perspectiva posfundacional, que representaría una posibilidad de apertura. A partir del enfoque posfundacional de Olivier Marchart, se hila el sendero hasta Giorgio Agamben, heredero tanto del pensamiento schmittiano como del mesianismo benjaminiano, para mostrar con él la posibilidad del ejercicio práctico y teórico de lo que Martínez, Yescas y Juárez llaman «otra teología política»:3 una que no acepta fundamentos políticos inamovibles, sino que muestra su capacidad de trazar de manera afirmativa caminos de resistencia; que posibilita reivindicar principios desde la periferia; y que también permite una refundación «siempre que se comprenda que con ello hay una renovación constante del conflicto, que la labor de establecer fundamentos es siempre acrobática, que no existe posibilidad de comunión universal».4

Otra de estas conversaciones escritas se titula «Deseo y pecado: de la teología del error a la teología indecente» y es representativa de los debates que tuvieron lugar dentro del proyecto hacia el último período de su actividad: los planteamientos cristianos —antiguos y tardoantiguos, pero también actuales— sobre el cuerpo erótico, el sexo y el género, y la crítica contemporánea de los mismos. En este caso, Gabriela González y Eric Martínez —una politóloga latinoamericanista con una larga trayectoria en los estudios feministas y un filósofo dedicado a la relación entre imagen y deseo— entrecruzaron perspectivas fenomenológicas y análisis histórico-discursivo para observar la articulación social de la semántica del pecado. Primero de la mano de Foucault y Bataille, se plantean cómo el pecado ha sido instrumentalizado en la configuración de una subjetividad que incorpora la culpa inventando, detonando, permitiendo —¡no ya impidiendo!— el yerro que permite activar el deseo de expiación. Sin embargo, observando esto con sospecha, las(os) autoras(es) mostraron cómo esa semántica del pecado, esa dinámica de subjetivación, ha sido dislocada desde la teología de la liberación latinoamericana hasta las teologías feminista, queer, afro y la llamada «teología indecente»; esto bajo la consideración de que el concepto de cuerpo pecaminoso ha estado atado a la sexualidad —enfáticamente la femenina— y dirigido a la legitimación del dominio y la explotación. Las(os) autoras(es) se preguntaron entonces si es posible desatar ese vínculo para reivindicar un cuerpo erótico como territorio de liberación, radicalmente libre de culpa, apostando por un proyecto teológico-político enfáticamente anticolonial, antipatriarcal y, en última instancia, anticapitalista; o si ese cuerpo culpable y pecaminoso persistirá como una subjetividad que tiende a la dominación cada vez que «hallamos en [pecado] un deseo de ser sometidos y por lo tanto de ser reformados y liberados para siempre del deseo»5

Por último, está el texto titulado «Pablo: palabra, imperio y disidencia. Compromiso y fragmentación en la izquierda», una conversación entre Alonzo Loza y quien ahora escribe. Se trata de una especie de pausa y recapitulación de siete años de reflexiones compartidas en el seminario, pero no una conclusión. Presentamos enfoques sociohistóricos y retóricos que reconstruyen el movimiento paulino como un proyecto no sólo claramente político, sino también enfáticamente antimperialista (o, según algunos autores, anticolonial). Al mismo tiempo, revisamos la recuperación que una cierta filosofía contemporánea ha hecho de la figura de Pablo para ser reivindicado de diferentes maneras por diversos rumbos de las izquierdas hoy: Agamben, Badiou, Dussel o Rozitchner. Todo esto, sin embargo, fue confrontado con otras lecturas que observan en el planteamiento paulino una extensión y reproducción de las formas y dinámicas del poder imperial romano, más que su desgajamiento. Así, nos preguntamos: «Si el Cristo crucificado tanto como Pablo toman por asalto los nodos retórico-políticos del dominio, ¿éstos se disuelven por esa resemantización o, por el contrario, se reproducen y fortalecen puestos de cabeza? ¿Es desenraizar el modo del poder imperante o hilar la continuidad de un régimen imperial con otro nombre y algunas otras funciones vicarias?».6 Observando, pues, los alcances y los límites del carácter subversivo atribuido al paulinismo, se sugiere ver cómo el abordaje de esta cuestión arroja luces sobre el debate actual en torno a la subjetividad política y los cauces de la militancia de izquierda, con las interrogantes subyacentes de si la búsqueda de instituir un solo cuerpo debe ser el objetivo último —¿el primordial?— de los esfuerzos de tales luchas, y a qué costo. O si, por el contrario, lo único que es posible y/o deseable afirmar es algún tipo de fragmentación, ¡y a qué costo!

Para cerrar

Como se ha visto, nuestro interés ha sido insistir en una reflexión crítica sobre las tradiciones de lo sagrado que han forjado y siguen configurando políticamente nuestro(s) presente(s), así como vislumbrar posibilidades de redimensionar, agrietar, dislocar o incluso, sí, re-clamar algunos de sus fundamentos o fluencias, preguntándonos con qué tipo de tejido social y con qué tipo de creación de sentido colabora cada afirmación religiosa/teológica en cada caso particular.

Consideramos importante, en aquellos espacios académicos que tienden a rechazarlas, pensar con las religiones, con las teologías que se han hecho y se están haciendo, más allá de lo que se cree o no se cree, de lo que se cree cuando se cree, etc. Incluso a pesar del «temperamento anticlerical» de algunos miembros, en palabras de Juan Manoel Sandoval, el estudio interdisciplinario de la teología política mostró la importancia de ésta para la crítica del presente. Si «en nuestros días la decadencia de las religiones y la permanencia de lo religioso van a la par»,7 parece pertinente señalar cómo, de acuerdo con Jonathan Juárez, «la influencia o variación de los discursos pastorales no es privativo de los momentos en que dichos discursos fueron hegemónicos», sino que persisten incluso donde parecen estar ausentes. Para ello hace falta que la historia, la filosofía, la filología y la teología se dejen escuchar entre sí.

Que la hebra judeocristiana del tejido problemático del poder hodierno no vuelva, por lo tanto, a su cómodo lugar oculto; sino que sea visible, para que con suerte pueda conectarse con otros hilos diferentes y tejer nuevos y distintos rumbos.

Notas

1 PIFFyL 2012-018 / 2015-007, «Paleocristianismo y Teología Política: Estudios Interdisciplinarios», inscrito al área de Apoyo a la Investigación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

2 El número puede consultarse en línea: https://revistas-filologicas.unam.mx/ interpretatio/index.php/in/issue/view/10. El expediente llegó a publicarse allí por la generosa invitación que nos hizo Rafael Mondragón Velázquez, editor de la revista.

3 Jonathan Juárez Melgoza, Miranda A. Martínez Bonfil y Eduardo Yescas Mendoza, «Teología política y apertura posfundacional», en Interpretatio. Revista de Hermenéutica, vol. 4, núm. 1, marzo-agosto de 2019, p. 49.

4 Ibid., p. 69.

5 Gabriela González Ortuño y Eric Martínez Tomasini-Bassols, «Deseo y pecado: de la teología del error a la teología indecente», en Interpretatio. Revista de Hermenéutica, vol. 4, núm. 1, marzo-agosto de 2019, p. 79.

6 Camila Joselevich y Alonso Loza, «Pablo: palabra, imperio y disidencia. Compromiso y fragmentación en la izquierda», en Interpretatio. Revista de Hermenéutica, vol. 4, núm. 1, marzo-agosto de 2019, p. 24.

7 Eric Deschavanne y Pierre-Henri Tavoillot, «Nota de los editores», en Luc Ferry y Marcel Gauchet, Lo religioso después de la religión, Barcelona, Anthropos, 2007, pp. 1-2.

Sobre la autora
Camila Joselevich Aguilar es doctora en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde 2012, es coordinadora del Seminario de Investigación PIFFyL-UNAM «Paleocristianismo y Teología Política: Estudios Interdisciplinarios». Desde 2011, es profesora en la carrera de Desarrollo y Gestión Interculturales de la UNAM. Trabaja diversos enfoques de la relación entre discurso, religión y poder, tanto en la Antigüedad como en las sociedades contemporáneas; especialmente la construcción discursiva de la disidencia y la herejía en Pablo de Tarso e Ireneo de Lyon.
Correo electrónico: latin.filosofía@gmail.com