Número 90

De la polisemia al análisis situado

Darío Betancourt y el concepto de experiencia

José Benito Garzón Montenegro

Universidad Católica Lumen Gentium
Decano Facultad de Educación

La memoria está, pues, íntimamente ligada al tiempo, pero concebido éste no como el medio homogéneo y uniforme donde se desarrollan todos los fenómenos humanos, sino que incluye los espacios de la experiencia.
Darío Betancourt

Luego de dos décadas de aquel crimen atroz cometido contra Darío Betancourt, que agredió a la academia misma en su conjunto y que buscó suprimir su pensamiento por la fuerza, es un compromiso reivindicar su legado y sus aportes. Este compromiso es tanto más importante con respecto a uno de los conceptos más polisémicos de las ciencias sociales: el concepto de experiencia.

Junto con otros colegas, creo que en la obra de Betancourt puede encontrarse la entrada de este concepto en la discusión académica en Colombia de una manera novedosa y contundente. En efecto, aunque los aportes académicos de este intelectual se clasifican generalmente en lo que se ha llamado «Estudios sobre la violencia y la mafia en Colombia», sería un despropósito ignorar los debates académicos que avizoró y los aportes que introdujo al quehacer de los científicos sociales, aportes mismos que merecen ser considerados con calma.

Es innegable que las investigaciones de Betancourt sobre la violencia marcaron sus preocupaciones académicas desde finales de la década de 1980. Como resultado de su trabajo de maestría en historia en la Universidad Nacional de Colombia, el libro Matones y cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano. 1946-1965 fue publicado unos años más tarde, en coautoría con Martha Luz García Bustos. Este trabajo fue seguido por otros estudios en los que se centró en las dinámicas territoriales de las relaciones violentas y el comportamiento de los diferentes sujetos sociales involucrados: la violencia bipartidista sufrida en Colombia durante gran parte de la primera mitad del siglo XX, la cual hunde sus principales motivaciones en los intereses agrarios y electorales para obtener el poder económico y político hegemónico; la formación de grupos armados al margen de la ley que sirvieron a estos intereses, entre los que destacan las bandas de Los Pájaros al servicio del Partido Conservador Colombiano, que en el caso del Valle del Cauca se originaron y se consolidaron principalmente en el piedemonte de las cordilleras occidental y central (recientemente ocupadas por un campesinado sin tierra, cuyo trabajo se empleaba como jornalero en las haciendas cafeteras, a diferencia del impulso agroindustrial del monocultivo de caña de azúcar que proliferó en el valle geográfico del río Cauca). Es el vínculo entre estos grupos armados ilegales y élites políticas y económicas de los diferentes espacios territoriales lo que le permite conectar la violencia de mediados del siglo XX con las de las décadas de 1980 y 1990 en adelante, ya que, aunque con algunas mutaciones, los grupos paramilitares ascendieron política y militarmente, incluso al amparo de la legislación contrainsurgente dictada por instancias nacionales y/o departamentales.

Como diría Gonzalo Sánchez, uno de los profesores más eminentes de Betancourt, las preocupaciones investigativas de este último estaban más relacionadas con problemáticas que con períodos históricos concretos, con una clara apuesta por pensar el pasado con las preguntas que surgen en el presente, para comprenderlo e imaginar las posibilidades del futuro.

Otro tema con el que Betancourt contribuyó al debate fue el de las dinámicas de la mafia. Por supuesto, sin disociarlo de sus estudios de la violencia, encuentra en estas formas de ejercicio del poder un incentivo para explorar y debatir las formas en que se construyó el Estado colombiano durante gran parte del siglo XX. Esto no se limitaba, como en el pasado, a las zonas rurales del país, sino que incluía importantes desarrollos en algunas de sus principales ciudades. Betancourt entiende la mafia como «aquel crimen organizado [del] que [se] obtiene ganancias y beneficios y pretende alcanzar la inmunidad jurídica mediante la aplicación sistemática del terror, la corrupción y el soborno».1 Aunque comparten serios vínculos y dinámicas que las asemejan y emparentan, las organizaciones de tipo mafioso suelen operar al margen de las instituciones del Estado, hasta el punto de que a menudo son agentes que cumplen labores de Estado sin pertenecer a uno (pero con su connivencia). En sus consideraciones sobre la mafia, se deslinda y se aparta de la categoría de «narcotráfico», porque le resulta inapropiada, ambigua y reduccionista para comprender la complejidad de lo que el fenómeno encarna. El establecimiento de las dinámicas mafiosas también afectó la vida política cotidiana de los territorios, logrando posicionar una especie de mediadores para gestionar las demandas sociales de las élites, para lo cual se acudió a la violencia y los incentivos económicos a corto plazo. Según Betancourt, uno de los grandes errores en el intento de explicar la crisis colombiana ha sido creer que la penetración del Estado por parte de las organizaciones de tipo mafioso fue un fenómeno reciente producido desde los espacios urbanos de la gran política. Esto equivale a ignorar el proceso de larga data y, en primer lugar, todos los espacios locales y regionales a través de los cuales inició su lenta intrusión en el Estado, la sociedad y la política.2

En síntesis, nos encontramos ante la labor investigativa de un historiador que, a partir de un análisis situado y sin ínfulas de neutralidad, busca comprender algunos de los fenómenos que han marcado la historia política de Colombia y que han trascendido hasta nuestros días. Un historiador que alude de manera rigurosa a argumentos novedosos y críticos ante lo escrito hasta entonces en las ciencias sociales y que explicita su compromiso con la verdad y la justicia para la construcción de una ciudadanía que responda a los retos de los nuevos tiempos.

Más allá de una conceptualización. Debate con posturas académicas

En cuanto al concepto de experiencia, motivación central de este ensayo, la obra de Betancourt se distingue en primer lugar por el establecimiento de varios debates con diferentes autores, con los que discrepó de manera seria y rigurosa, lo que no implicó la pérdida de una relación respetuosa con los mismos.

Darío se distanció de algunos de los postulados de dos de sus maestros: Gonzalo Sánchez3 y, en cierta medida, Daniel Pécaut,4 que en sus interpretaciones del fenómeno de la violencia tendían a disociar los ámbitos individuales y colectivos, particulares y públicos, favoreciendo enfoques analíticos estructuralistas o estrategistas. En el mismo sentido, ambos autores, manteniendo sus divergencias y énfasis, dan espacio a las diferencias territoriales de dicho fenómeno, sin que ello implique, entre otras cosas, un reconocimiento de las dinámicas locales en su devenir histórico. Por otra parte, anticipándose a los aportes de Martin Jay,5 Betancourt propone pensar la experiencia, en particular de la violencia, como una tensión creativa que encuentra su mejor expresión en los intersticios entre el leguaje público y la subjetividad individual, ya que no sólo es un acontecimiento que reúne situaciones vividas y narradas colectivamente, sino que también atraviesa las fibras más íntimas del sujeto que lo padece. En sus palabras:

La conciencia no es jamás cerrada sobre ella misma, no es solitaria. Nosotros estamos en direcciones múltiples, como si los recuerdos se situaran en un punto de señal o de mira, que nos permite ubicarnos en medio de la variación continua de los marcos sociales y de la experiencia colectiva histórica. Es lo que tal vez explica por qué en los periodos de calma o de fijación momentánea de las estructuras sociales, los recuerdos colectivos son menos importantes que dentro de los periodos de tensión o de crisis.6

Betancourt va más allá al indicar que esta experiencia, aunque siempre es personal o particular, suele implicar rasgos colectivos en comunidades específicas o en grupos particulares al heredar una recomposición mágica del pasado en forma de memoria colectiva, en particular a través del relato. De esta manera, todos los tipos de memoria (individual, colectiva e histórica) tienen su base principal en y desde la experiencia.

En el mismo sentido, a François Dubet le rebatió la idea de entender la experiencia como una noción ambigua y vaga, ya que según Betancourt la experiencia está inmiscuida sobre todo en categorías sociales, que proporcionan al sujeto unas «formas» de construcción de la realidad. Así, «la experiencia social deja de ser una “esponja”, una manera de incorporar el mundo a través de emociones y sensaciones, para tornarse en una manera de construir el mundo».7 Entre los argumentos que Darío plantea está aquel, en primer lugar, de que la experiencia es una forma de comprobar, de ser invadido por un estado emocional suficientemente fuerte, de manera que el actor no se pertenece verdaderamente a sí mismo, y puede entonces descubrir una subjetividad personal. Por lo tanto, permanentemente estamos hablando de experiencia estética, amorosa, religiosa, etc., pero esta representación de lo «vivido» es también ambivalente: por un lado, aparece como totalmente individual hasta el punto de ser «inefable», «misteriosa» e «irracional», una manifestación romántica del «ser» único y su historia particular; por el otro, la experiencia puede ser concebida como el recubrimiento de la conciencia individual por parte de la sociedad, como ese «trance» original de lo social del que hablaron Durkheim y Weber, en el que el individuo olvida su yo al fundirse en una emoción común, la del «gran ser» que no es otra cosa que la sociedad percibida como una emoción, o la del amor generado por la emoción carismática:

A esta representación emocional de la experiencia se yuxtapone un segundo sentido: la experiencia es una actividad cognitiva; es una manera de construir lo real y sobre todo de «verificarlo», de «experimentarlo». La experiencia construye los fenómenos a partir de las categorías del entendimiento y la razón.8

Una vez más, Betancourt toma una postura situada y argumentada frente a la experiencia, lo que sustituye su atribuido carácter polisémico. Uno de los autores en los que se basa es Edward Palmer Thompson, quien vincula la experiencia con la tradición y la costumbre. Este autor, en su debate con buena parte de los marxistas de su tiempo, sitúa la posibilidad de la conciencia no como una experiencia inducida o proveniente «de afuera», sino como la posibilidad de que cada sujeto, individual o colectivo, asuma posturas de ser y vivir en el mundo, a partir de las experiencias percibidas y vividas. En palabras de Betancourt:

Los procesos de construcción de la conciencia representan un papel muy significativo en la noción de experiencia, en sus dos momentos fundamentales: la experiencia vivida y la experiencia percibida. La primera involucra aquellos conocimientos históricos, sociales y culturales que los individuos, los grupos sociales o las clases ganan, aprehenden al vivir su vida, elementos que se constituyen en los nutrientes de sus reacciones mentales y emociones frente al acontecimiento. De otra parte, la experiencia percibida comprende los elementos históricos, sociales y culturales que los hombres, los grupos, las clases, toman del discurso religioso, político, filosófico de los medios, de los textos, de los distintos mensajes culturales, en una palabra, del conocimiento formalizado e históricamente producido y acumulado.9

En este sentido, Betancourt afirma, con los elementos de Thompson, que la experiencia emerge después de algunas dinámicas que a primera vista parecen «espontáneas» para los sujetos sociales, pero que son esencialmente fruto de las capacidades de reflexión de todos los seres humanos a partir de sus prácticas y posibilidades de transformación de las mismas, de las situaciones que les presentan sus realidades inmediatas y generales que han tenido que vivir y asumir. Así, «dentro del ser social se produce una serie de cambios que dan lugar a la experiencia transformada; dicha experiencia produce presiones sobre la conciencia social, generando nuevos y mejores cuestionamientos».10

Como resultado, Betancourt da un lugar privilegiado a los relatos y recuerdos, ya que posibilitan «develar algunos de los aspectos velados y escondidos de los recuerdos, lo impersonal no es más que la experiencia yuxtapuesta de lo que el narrador conoce».11 Esto lo ha convertido en pionero en Colombia en el abordaje del estudio de este tipo de fenómenos desde una noción situada de experiencia.

Para Betancourt, la memoria en sus distintas acepciones está ligada a la capacidad de registrar, conservar y reproducir los acontecimientos propios y ajenos que, a su vez, cuando se convierten en relato, desempeñan un papel fundamental y permanente que da sentido al presente desde el propio pasado. Unos años más tarde, Beatriz Sarlo haría un argumento análogo enTiempo pasado. Lo hizo con un sentido muy similar, pero desde la literatura, indicando que la experiencia es un argumento de verdad y reivindicándola en el marco de la teoría y la reflexión que alimentan la cultura. Para esta última «es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también, recordar».12

Por lo tanto, pensar históricamente obliga a construir y reconstruir archivos que, en forma de documentos históricos, permitan dar cuenta de los recuerdos individuales y colectivos, abriendo la posibilidad de una memoria histórica que vincule los relatos y las narraciones con la experiencia de quienes vivieron o mantienen viva la misma historia.

Bibliografía

Darío Betancourt Echeverry, Historia de Restrepo Valle. De los conflictos agrarios a la fundación de pueblos. El problema de las historias locales 1885-1990 , Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 1995.

_____, Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del Cauca entre la Historia, la memoria y el relato, 1890-1997 , Bogotá, Antropos, 1998.

_____, «Memoria individual, memoria colectiva y memoria histórica: lo secreto y lo escondido en la narración y el recuerdo», en Absalón Jiménez Becerra y Alfonso Torres Carrillo (coords.),La práctica investigativa en ciencias sociales, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2004.

Darío Betancourt Echeverry y Martha Lucía García Bustos, Matones y cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano , Bogotá, Tercer Mundo, 1991.

_____, Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos. Historia social de la mafia colombiana (1965-1992) , Bogotá, Tercer Mundo, 1994.

Jorge Orjuela Cubides, «Darío Betancourt Echeverry: un vallecaucano e historiador de pura cepa», en Jhon Diego Domínguez-Acevedo y Piedad Ortega Valencia (coords.), Persistencias de la memoria y la historia. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry (1952-1999) , Bogotá, Impresol, 2017.

François Dubet, Sociología de la experiencia, Madrid, Editorial Complutense, 2010.

Martin Jay, Cantos de experiencia. Variaciones modernas sobre un tema universal , Buenos Aires, Paidós, 2009.

Daniel Pécaut, Orden y violencia, Bogotá, Norma, 2001.

Gonzalo Sánchez Gómez, «Los intelectuales y la violencia», enAnálisis político, núm. 19, 1993, pp. 40-49.

Beatriz Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo, una discusión , Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.

Notas

1 Jorge Orjuela Cubides, «Darío Betancourt Echeverry : un vallecaucano e historiador de pura cepa», p. 89.

2 Cf . Darío Betancourt Echeverry, «Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del Cauca entre la Historia, la memoria y el relato, 1890-1997».

3 Cf . Gonzalo Sánchez Gómez, «Los intelectuales y la violencia».

4 Cf . Daniel Pécaut, Orden y violencia.

5 Cf . Martin Jay, Cantos de experiencia.

6 D. Betancourt, «Memoria individual, memoria colectiva y memoria histórica: lo secreto y lo escondido en la narración y el recuerdo», p. 126.

7 Ibid ., p. 128.

8 Ibid ., pp. 127-128.

9 Ibid ., p. 127.

10 Id .

11 Ibid ., p. 129.

12 Beatriz Sarlo, Tiempo pasado, p. 86.

Sobre el autor
José Benito Garzón Montenegro es doctor en historia por la Universidad París 7 y doctor en humanidades por la Universidad del Valle. Es coordinador del grupo de investigación Educarte en Colombia y miembro del laboratorio de Identidad, Cultura, Territorios en Francia. Es presidente de la Comisión Asesora para la Enseñanza de la Historia de Colombia ante el Ministerio de Educación Nacional. Actualmente es decano de la Facultad de Educación en la Unicatólica de Cali y docente-investigador en la Universidad del Valle. Sus temas de investigación están ligados a la historia urbana, los movimientos sociales y la interculturalidad.
Correo electrónico: jose.b.garzon@correounivalle.edu.co