Número 89

La cavidad resonante

Lionel Manga

¿Quién podría negar o dudar por un segundo que la sensación es anterior al sentido? Cuando hace mucho frío y todo está helado es efectivamente en mi carne, con y a través de mi cuerpo, que siento su escozor, que puede resultar ardiente. El frío atraviesa la piel, esta frágil corteza, y se infiltra hasta los huesos. De hecho, es por esta razón que la meteorología establece ahora una diferencia cualitativa entre la temperatura (¿objetiva?), indicada en el termómetro por el nivel de la columna de mercurio, y la «sensación», en este caso la manera en que el cuerpo experimenta los -5° C: la razón no tiene nada que ver aquí. De hecho, siempre me he preguntado, a este respecto y no sin cierto escalofrío, cómo vivieron en el Nuevo Mundo este primer contacto con el frío, cuando fue el turno de su estación, los esclavos trasplantados desde el África subtropical a latitudes invernales. Fue para ellos un choque térmico absoluto, del orden de lo inaudito: el zoon logon echon conceptualizado en el pasado por el venerable Aristóteles podría entonces carecer de las palabras para describir tal realidad. Para no salir de este campo histórico con sus determinaciones, ¿no podría haber visto la luz el blues que tan bien encarnó la conmovedora Billie Holiday, ese lamento de sufrimiento soportado bajo la whipping machine y que, con el tiempo, se convirtió en un apreciado género musical, una fuente proclamada/reivindicada por los íconos del rock y los miles de millones de dólares ganados por la industria fonográfica? La respuesta, por supuesto, está en la pregunta. Y por una buena razón, estamos en el mundo y hemos venido a expresarnos en él, dice una discreta carta africana de la realidad, y de hecho comienza con la voz. En el sistema de representación mwaba-gurma, el mundo sensible aparece efectivamente «como la expresión concertada, a través de las “bocas” de la Tierra, de una multitud de locutores».1

 

Clamor sobre el cuerpo

Ahora, con dos siglos y medio de retrospectiva, es posible considerar que el cuerpo fue, en efecto, la primera entidad que se sometió a la idealización aristotélica bajo la égida de la regla del tercero excluido. Esta evacuación formal alcanza su apogeo con el advenimiento del gnosticismo, el cristianismo monástico y la teología escolástica, que concibe al Dios de la Biblia como un espíritu puro, repudiando así al cuerpo como una instancia de corrupción, depravación y tutti quanti del mismo género, como resultado de la Caída atribuida a la culpa original de Adán y Eva, expulsados del Jardín del Edén, de la bienaventuranza y condenados a conocer el sufrimiento por una insigne desobediencia a Dios, como castigo que se transmite a sus descendientes. Hipatia de Alejandría, filósofa neoplatónica, astrónoma y matemática, pagará el precio. Fue asesinada en marzo de 415 por monjes cristianos fanáticos que la desmembraron, y estos imbéciles con túnica la quemaron también, para que sirviera de ejemplo. Deberíamos escuchar en este atroz crimen de misoginia: «¿Quién se cree esta mujer que se atreve a usar la voz en el terreno de los hombres? ¡Eso es imposible!». A lo largo de este foco bimilenario y hasta la sazón de furia dogmática absoluta que se abre con la Inquisición de la mano de Jean Bodin, Tomás de Torquemada y compañía, la consigna del rígido dogma cristiano que mantenía a Occidente bajo su severo pulgar era la degradación del cuerpo a cambio de la Redención. No podía haber más voces sobre el asunto.

Publicado por primera vez en Estrasburgo en 1486, bajo la celosa pluma de un tándem de dominicos alemanes habilitados por el papa Inocencio VIII, Kraemer y Sprenger, el Malleus Maleficarum circulará por varios lares. Este «manual del perfecto cazador de brujas» se publicó en catorce ediciones, nada menos, entre 1486 y 1521.2 Esta «inflación» editorial atestigua su inmenso éxito entre la élite de la época, alimentada de libros gracias al reciente invento de Gutenberg. ¿Acaso alguien dijo bestseller? Un auténtico verdugo de la inocencia y la voluptuosidad, que cristaliza los miedos de una sociedad, en palabras de Esther Cohen tan dramáticamente acertadas, lanza un clamor sobre el cuerpo, en este caso femenino, y luego pone en marcha a su paso una poderosa máquina de exterminio, tan inexorable como infernal. ¿Cuántas, pues, de estas benévolas terapeutas, que tanto consuelo trajeron a los círculos populares, y otras mujeres fueron así enviadas a la hoguera por la persecución masculina, a la muerte atroz por el fuego, bajo el falso pretexto del comercio carnal con Satanás, el adversario de Dios?

Algunas fuentes proponen la considerable cifra de cien mil, y uno se estremece de horror de pies a cabeza. ¿Y los fáusticos se atreven a presumir que son el parangón de la civilización en la Tierra? ¡Que se lo cuenten a las focas y a los chimpancés! Figura de la alteridad radical, reducida por estos señores neuróticos a una vulva presuntamente insaciable, la bruja comparte el estatuto de paria de tres estrellas con los judíos, los leprosos, los homosexuales, las prostitutas y pronto los indios del Nuevo Mundo, sin olvidar, por supuesto, a los negros. Produciendo outsiders, la dialéctica de la razón triunfante no se queda de brazos cruzados con la estigmatización y, como si no hubiera pasado nada, el Renacimiento desfila en el escenario de la historia con Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, revestido de un humanismo bonachón cosido con el hilo blanco del universalismo, mientras una barbarie impúdica hace estragos sin control entre bastidores. Esos treinta y tres millones de turistas de todo el mundo que han venido y que se extasían (¿por mimetismo?) ante la Gioconda en el Museo del Louvre de París, ¿ven esas llamas en acción? ¿Oyen esos gritos desgarradores donde no deberían faltar imprecaciones, tras la enigmática sonrisa de la Mona Lisa? ¿Les llegan en este renombrado templo dedicado al arte, como las marcas punzantes de la carne asada? La destrucción sistemática de los Curiosos3 habrá hecho mucho por reducir el cuerpo a menos que nada y, tras este monstruoso feminicidio, por amordazarlo: la ciencia puede ahora comenzar su arrogante epopeya en la historia, con los pies en sus cenizas.

 

La huella de los desquiciados

Disertando sin piedad en «El Palacio de Cristal» del capitalismo y su despliegue planetario desde el viaje de Magallanes, el cáustico filósofo alemán Peter Sloterdijk no duda en indexar en el foco de esta expansión ultramarina que enarbola la bandera de la fe cristiana, lo que él llama un «sistema de demencia» que resultó en ese momento de las cortes reales europeas y fue impulsado por una lógica de desinhibición. ¡Vaya! ¿Demencia? ¿Desinhibición? Esas palabras son tan agudas como irrevocables. Son unos desquiciados, en otras palabras, quienes desembarcaron con metales de pies a cabeza, en la tierra de Quetzalcóatl, donde Cristóbal Colón y sus compañeros conquistadores en busca de oro no gastaron muchas palabras.

Lejos de las miradas de reprobación y de la censura doméstica, los degradados, como tan acertadamente los llama el propio Sloterdijk, dieron rienda suelta a los impulsos más viles. Entre masacres, violaciones y saqueos cometidos a la misma escala, la saga de los desquiciados ha dejado una huella profunda, más que desastrosa, cuya violencia contemporánea, endémica y ordinaria en América del Sur, se despliega de un extremo a otro del cono. Oh, Ciudad Juárez. Así, el Premio Nobel de Literatura, el escritor Jean-Marie Gustave Le Clézio, puede preguntarse con razón, en El sueño mexicano, no sin un perceptible y legítimo matiz de amargura, qué habría sido de nuestra época si este saqueo no hubiera tenido lugar. La inconmensurable crueldad de los cárteles decididos a imponer su orden a cualquier precio con sangre no cayó del cielo en absoluto…

Gran historiador de las religiones, Jean Delumeau pudo hablar con razón de los mil años de terror que han retorcido a Occidente.4  Es decir, unas cuarenta generaciones atrapadas en una camisa de fuerza. Y la epigenética ha demostrado que los traumas se transmiten… Presionando a 360 grados en estos tiempos todavía subyugados por el Kairós,5 los mandatos de larga duración a la virtud y a la fe sólo podían engendrar neurosis XXL. Entre la eufórica promesa del Edén y la gélida imaginería producida por la santísima Iglesia católica del espantoso destino reservado en la ardiente Gehena para los cuerpos de las personas condenadas que son arrojadas ahí por una existencia más bien disoluta durante su vida, la elección era obvia y el rebaño caminaba lo más recto posible. Evitando sucumbir a la tentación, a esas debilidades de la carne que son tan peligrosas para el alma.

Tras la Conferencia de Berlín de 1885 y en nombre de la so called misión civilizadora, la frenética cristianización en África, tan extensa como en América del Sur, rima con la conversión de los negros a esta insensata represión del cuerpo, perfectamente contra natura, por no hablar de la extinción del deseo. La predicación asidua de las sotanas aboga por su humillación diaria, a la que obliga la piedad. Aunque en las proximidades de este catecismo inhibidor, los libidinosos hombres blancos, como dueños del tiempo, se derraman en una alegre lujuria con las mujeres negras.6 Mimados o reacios, estos soldaditos no se preocupan y se limitan a servirse hasta la saciedad, según los accesos diarios de la presión de la cópula, cuando la codicia pica. Sin embargo, los anales históricos no dan cuenta —salvo algunas raras voces discordantes, pero muy rápidamente sofocadas por la omertá circundante— de que la institución eclesiástica se haya conmovido más que eso. Tanto más cuanto que ciertos ungidos del Altísimo no siempre permanecieron insensibles a la atracción de esos cuerpos exóticos y desnudos, al alcance de un deseo necesariamente culpable y totalmente irreprimible. Sobre este punto turbio, sin embargo, abundan las anécdotas escabrosas.

 

El tiempo de los pacientes

Paul Ricœur distingue tres tipos de protagonistas en el teatro de la historia, en función de la búsqueda de la verdad: los agentes, los testigos y los pacientes.7 Bajo este último término, si hay que escuchar a quienes la han padecido, a quienes hasta hace poco sufrían las consecuencias de la acción unilateral de los agentes, esta acepción no anula, sin embargo, la acepción hospitalaria ni la acepción psicológica. Ha llegado el momento de que los pacientes rompan por fin el mutismo pentasecular al que la arrogante modernidad occidental, heredera de la lógica aristotélica del tercero excluido, les condenó en su día de forma inapelable. La miríada de giros tomados por la rehabilitación de los dispositivos expresivos antaño descalificados por la proscripción del cuerpo basta para establecer que está en marcha una reiniciación neguentrópica, casi en todas partes donde los fáusticos montados sobre los zancos del milagro griego impusieron sus visiones hegemónicas en detrimento de las poéticas a la vez sublimes y seculares, estampadas con un cúmulo de supersticiones arcaicas por una cohorte de antropólogos condescendientes.


Traducción del inglés:
Alan Cruz

 

Bibliografía

Nicolas Bancel et al., Sexe race & colonies. La domination des corps du XVe siècle à nos jours, París, La Découverte, 2018.

Esther Cohen, Con el diablo en el cuerpo. Filósofos y brujas en el Renacimiento, Ciudad de México, Taurus-UNAM, 2003.

Jean Delumeau, El miedo en Occidente, Barcelona, Taurus, 2019.

François Hartog, Chronos. L’Occident aux prises avec le temps, París, Gallimard, 2020.

Paul Ricœur, La memoria, la historia, el olvido, Madrid, Trotta, 2003.

Albert de Surgy, La divination par les huit cordelettes chez les Mwaba-Gurma (Nord Togo), París, L’Harmattan, 1986.

Notas

1 Cf. Albert de Surgy, La divination par les huit cordelettes chez les Mwaba-Gurma (Nord Togo).

2 Cf. Esther Cohen, Con el diablo en el cuerpo.

3 Erik Orsenna señala que curiosidad comparte la misma raíz latina cura que care en inglés y cure en francés, por lo que etimológicamente significa el acto de cuidar.

4 Cf. Jean Delumeau, El miedo en Occidente.

5 Cf. François Hartog, Chronos. L’Occident aux prises avec le temps.

6 Cf. Nicolas Bancel et al., Sexe race & colonies. La domination des corps du XVe siècle à nos jours.

7 Cf. Paul Ricœur, La memoria, la historia, el olvido.