Número 88

Entre el cielo y el suelo

Pensando las atmósferas (con Ivan Illich)

Silvia Grünig Iribarren

Signos 1.1 El sofá de mi amiga Connie

Entre el cielo y el suelo se encuentra, entre otras cosas, el sofá de mi amiga Connie. Viene a cuento porque es allí donde escribo estas líneas con una rodilla fracturada, intervenida y literalmente atada con alambre quirúrgico. Me caí hace un mes, estrepitosamente, en medio de la calzada, en un rincón de mi ciudad frecuentado por inmigrantes de todos los colores. Inmediatamente aparecieron desde distintas direcciones cuatro o cinco chicos pakistaníes, o quizás marroquíes, que en un abrir y cerrar de ojos cortaron el tránsito, me elevaron por el aire cual bailarina clásica, me depositaron en una silla traída de no se sabe dónde, llamaron a una ambulancia, buscaron a la guardia urbana para hacer el atestado y desaparecieron, menos uno que se quedó junto a mí con su patineta y no se movió de allí hasta que me cargaron en la ambulancia rumbo al hospital.

Llegas en camilla con tu angustia y tu dolor y te encuentras a la enfermera dicharachera que se toma en solfa tus limitaciones y te provoca unas risas, la limpiadora que intenta no molestarte más allá de lo imprescindible, la médico de guardia competente que te explica de manera comprensible el panorama y su evolución. Llega Connie, la dueña del sofá, que se ocupa de buscar lo necesario, de acompañarme en los boxes de urgencias, de ayudarme a pensar. Y luego, al salir del hospital me da, generosa y sin dudar, cuidado, cobijo y hospitalidad en su casa. Dejándome su cama para que esté más a gusto. Y, de día, su sofá, donde esto escribo.

Cuando se habla de la sanidad suele tratarse de presupuestos y de algoritmos, de estadísticas y de listas de espera, de protocolos y de convenios. Pero en la angustia, el dolor, la enfermedad, lo que realmente cuenta es la atmósfera que nos rodea y que depende de la gracia del prójimo.

Atmosphaera (latín científico), del griego atmós, «vapor, aire» y sphaîra, «esfera». Atmósfera, la esfera de aire, es la capa gaseosa que rodea la Tierra como también a otros cuerpos celestes. Atmósfera es el aire que respiramos. Su composición está en continua evolución y depende muy estrechamente del equilibrio entre las diferentes formas de vida, de los fenómenos naturales y de la actividad humana. Las plantas transforman el dióxido de carbono en oxígeno que permite la vida de animales y seres humanos. Fenómenos naturales como erupciones volcánicas y otros cataclismos, como también la industria y otras actividades, modifican la composición atmosférica provocando consecuencias a corto, medio y largo plazo (una de ellas es el cambio climático antropogénico, producto de la revolución industrial, que se caracteriza por el aumento en la frecuencia y la intensidad de los fenómenos extremos). Una de sus capas, compuesta fundamentalmente de ozono, absorbe gran parte de la radiación ultravioleta emitida por el sol, que si no fuera filtrada haría imposible la vida tal y como la conocemos. Además, actúa como escudo protector de cuerpos celestes naturales o artificiales que pudieran impactar contra la Tierra gracias a que, por fricción, se desintegran antes de llegar a ella. Atraída por la fuerza de gravedad, el peso de esta capa gaseosa que recubre la Tierra establece unas condiciones de presión (medida justamente en «atmósferas») que nos dan forma, nos mantienen en nuestros límites corporales y condicionan nuestras funciones orgánicas.

Finalmente, y en sentido metafórico (reconocido también por la Real Academia Española), utilizamos atmósfera como el ambiente o clima que nos rodea, algo que va mucho más allá de los objetos materiales de los que nos podemos rodear, de las normas y los protocolos que pretenden regular cada aspecto de nuestro bienestar y de las relaciones entre las personas y con el medio. Algo intangible y por lo tanto difícil de definir e imposible de cuantificar pero que, a fin de cuentas, es lo que realmente importa. Al igual que en el sentido literal, esta acepción se halla en equilibrio inestable, amenazada por lo que Amin Maalouf llama «el desajuste del mundo».2 La supervivencia de las atmósferas fue un tema central para Ivan Illich y sus amigos. Hoy, ante la crisis múltiple —climática, económica, sanitaria, migratoria, civilizacional…— apelar a su pensamiento adquiere todo su sentido.

 

1.Espacio vs. lugar

En el año 2000, invitado por su amigo Jerry Brown —alcalde de Oakland de 1999 a 2007 y dos veces gobernador de California— Ivan Illich acudió, acompañado de un grupo de amigos y discípulos, a una sesión de The Oakland Table organizada por la We The People Foundation3 que abría en esta ocasión sus puertas a la reflexión sobre la distinción entre espacio y lugar.

El sentido del lugar, explica Illich, es un sentido espacial alrededor de nuestro cuerpo, un sentido común, que los antiguos situaban en la pituitaria, un órgano que nos hace percibir lo que está en correspondencia, lo que va bien junto, lo que permite construir tanto en sentido físico como en sentido moral: lo edificante, lo que lleva a la virtud. No es posible edificar fuera de un lugar. El lugar limita las posibilidades de expansión de una comunidad en función de los desplazamientos posibles (como llevar una vaca y estar de regreso antes de que caiga la noche) y hace referencia a la atmósfera que se crea entre tú y yo, al sitio que ocupa nuestra voz como extensión de nuestro cuerpo y al radio en torno a nosotros donde se construye toda relación. Cuenta Illich que poco después de su nacimiento fue llevado de su Viena natal a Split para ser presentado ante la familia paterna. Junto con él, en el barco, viajaba el primer altavoz, que representa un punto de ruptura con el sentido común, pues su intervención destruye el sentido del lugar al abolir la igualdad de todas las voces que conviven en él, dando prioridad a unas sobre otras.4

Para Illich el sentido de lugar resulta de la interacción de las personas y su conmensurabilidad, de la actividad física que en él tiene lugar. Si observamos las unidades de medida para la tierra utilizadas en las culturas tradicionales (en España días de bueyes, peonadas, celemines, fanegas, etc.), vemos que provienen de las actividades agrícolas que en ella se desarrollan, relacionadas con el tiempo que lleva trabajarla o a la cantidad del fruto que en ella se recoge. En los desplazamientos a pie, a caballo o en bicicleta se adquiere el sentido de la distancia y la duración del trayecto, del esfuerzo, de las condiciones climáticas y unidades como «días de postas» hacen referencia a ello.5 De igual manera, el sonido de la campana y el alcance de su mensaje determinaban los límites de una comunidad en la Edad Media como una unidad fónica.

En nuestra concepción moderna del territorio —planificable, intercambiable, evaluable en términos económicos—, el espacio reemplaza a los lugares, y los valores económicos al sentido común. Pensar en términos de espacio destruye nuestro sentido del lugar y nuestra capacidad de percibirlo y juzgarlo. El espacio abstracto se expresa en planos (distintos ciertamente de una cartografía), planes y programas, pero no puede ser habitado. El vehículo superpotente engendra él mismo la distancia que aliena6 y la distinción moderna entre espacio público y espacio privado destruye la distinción tradicional entre el hogar y los comunales (commons). Un umbral delimita y simboliza tanto la radical diferencia entre ambos como la existencia de una hospitalidad posible.7 Illich alerta a los expertos —planificadores, urbanistas, arquitectos—, sobre todo, que no pretendan crear un lugar, pues las atmósferas que caracterizan un lugar verdadero dependen de una multitud de factores (físicos, biológicos, temporales…) que escapan por completo a la capacidad de decisión y de acción de los técnicos. En el espacio no tiene sentido hablar del «arte de vivir» y Jerry Brown lo resume bien:

Vivimos en un mundo con dos esferas heterogéneas. Las prácticas sociales, políticas y urbanísticas de finales del siglo XX son fundadas sobre la asunción latente de un espacio homogéneo. La planificación y la gestión tratan el espacio de la ciudad como una matriz que precede a la presencia humana, como un contenedor de objetos arquitectónicos. Esos objetos son construidos como planos sobre un tablero de dibujo, incorporando las características del espacio abstracto. Carecen de orientación,8 proximidad, trazas y atmósfera.9 Un lugar, en cambio, emerge del compromiso mutuo de vivir allí donde estamos, es el resultado de la actividad de habitar. Cada lugar es único, y es por eso que no se puede hablar de lugar sino de un lugar o de los lugares. The Oakland Table no puede existir en el espacio.10

Ergo, en el espacio no hay atmósferas.

Jean Robert, amigo y discípulo de Illich desde los tiempos de Cuernavaca —donde aún reside y trabaja— afirma tajante : «modernizar es espacializar»11 y, en su aportación a The Oakland Table, da un paso más y detecta en la «la simetría conceptual de todo aquí y todo allá y la negación de todo más allá» un origen y reflejo de la destrucción de la noción de lugar y su sustitución por la de espacio, perfectamente adaptada al monopolio de la economía y a la lógica cibernética. La matriz de un más allá asimétrico pero complementario del aquí y allá daba sentido al concepto vernáculo de lugar. Esta reunión del cielo y de la tierra estaba en el origen fundacional de las ciudades. La incapacidad de concebir ese más allá, característica de la modernidad, instituyó la igualdad y la intercambiabilidad de todo aquí y todo allá en un aquí neutro y sin distalidad.12 Su pérdida es, para Robert, el origen de la noción de espacio.

El espacio homogéneo, isótropo y universal, en el cual todos los emplazamientos son reversibles, halla su culminación en la llamada ciudad global: un sistema de redes desterritorializado, un (no-)espacio de los flujos, que sólo puede ser captado desde el punto de vista inmaterial de la pantalla. Espacios inodoros, incoloros e insípidos como lo es el H2O­, un producto químico que destruye, según Illich, «el agua de los sueños» de la imaginación material bachelardiana.13 Espacios «en los cuales no podemos posar nuestro trasero»14 y que, por consiguiente, no podemos poseer. Espacios, en suma, simbolizados por el buldócer, pero también por «la deconstrucción de la conversación en un proceso de comunicación»,15 uno de esos eslóganes posmodernos a los cuales Illich nos invita a resistir.

Así, surgida a la par que la Revolución Industrial, la noción de urbanismo como «conjunto de conocimientos relacionados con la planificación y desarrollo de las ciudades»,16 consagra una concepción de la ciudad fundada sobre los transportes, sobre la alternancia del hombre en movimiento o en reposo según ritmos establecidos de manera exógena y, cada vez más, sobre un modelo económico de reproducción acelerada del capital. Se trata de un modelo urbano basado en un metabolismo lineal insostenible en el que todos los flujos necesarios para su subsistencia provienen de fuera, externalizándose nuevamente los desechos. La complementariedad básica ciudad-campo queda destruida, la ciudad desaparece como espacio de proporcionalidad y sólo permanece como un espacio de acumulación y multiplicación capitalista. Los flujos se extienden hasta la desmesura de manera homogénea sobre un territorio isomorfo, neutralizado: tenemos entonces, por un lado, una ciudad-maqueta desarraigada y, por el otro, un tablero de soporte de la agroindustria voraz e insostenible, ambos desprovistos de atmósfera.


2. Desarrollo y paz. Por una austeridad gozosa

Signos 2. De pícnic en Marruecos

«La vista de Ait Oum er-Rbia era extraordinaria […]. Por todas partes había familias sentadas a la sombra […] preparaban té en quemadores de carbón o disponían el pique-nique. [...] Y, pese a las turbulentas aguas, reinaba una extraordinaria sensación de paz. Quizás fuera por la belleza del lugar, o por la forma natural, sin sofisticación, con que estas familias pasaban un buen rato, disfrutando del simple placer de estar juntos, en un sitio de extraña y espectacular hermosura. Ésta procedía en parte de la ausencia de productos envasados. Hasta el omnipresente letrero de Coca-Cola brillaba por su ausencia; no había sillas, mesas, ni sombrillas de plástico con logos globales estampados. Aquel sitio era una parte de nuestro precioso planeta tal como debería verse y disfrutarse: sin torniquetes, anuncios, hilo musical; ni siquiera había barandillas de seguridad para impedir que te cayeras».

Chris Stewart, Los almendros en flor.

En 1988, en su ensayo titulado La historia de las necesidades, Illich describía el mundo sobresaturado por el desarrollo:

Por donde quiera que viajemos, el paisaje es reconocible a través del mundo abarrotado, no hay más que torres de enfriamiento y aparcamientos, agroindustria y megalópolis. Pero ahora que el desarrollo toca su fin —la Tierra no era el buen planeta para este tipo de construcción— los proyectos de crecimiento se deshacen rápidamente en ruinas y en detritos en medio de los cuales debemos aprender a vivir.17

Estos paisajes de guerra verdadera, «declarada contra la paz de la gente común, la paz de los pueblos»,18 atraen nuestra atención sobre el hecho de que a la dimensión etno-antropológica e histórica de la noción de paz debe añadirse la cuestión esencial de los «lugares» de la paz, siguiendo la línea de Jean Robert19 y de Massimo Angelini.20 Las atmósferas ricas y variadas en las cuales ésta se enraíza, a menudo son relegadas por el devenir de la historia y abolidas en nombre del progreso o abandonadas por los historiadores.

Esta reflexión apunta muy específicamente a la necesidad de profundizar la crítica del desarrollo, desligándolo de su connotación de requisito para la paz. Dicha asociación, que implica la imposición exógena de estándares de consumo y la subsiguiente mercantilización de todas las cosas, obliga a los ideales de igualdad y democracia heredados del siglo XIX a inscribirse en los límites que traza el postulado de la escasez y las leyes de la ciencia económica.21 Con estos ideales desligados de consumo y acumulación, y considerando que el desarrollo es entendido por Illich como una guerra a la subsistencia, la paz vernácula —la paz de los pueblos— puede ser comprendida como una atmósfera conspirativa que caracteriza un lugar único, habitado, vivido, radicalmente opuesto al «espacio homogéneo de los bienes de consumo». En este contexto el (no-)espacio virtual del paradigma informático acrecienta «la amenaza terrible que la vida moderna hace planear sobre la supervivencia de las atmósferas».22

Para comprender las características de las atmósferas, en la actualidad amenazadas, las reflexiones del arquitecto Peter Zumthor resultan de gran ayuda. Según Zumthor, la atmósfera de un lugar nos habla de una sensibilidad emocional que funciona a una velocidad enorme y que se manifiesta como una intelección inmediata. Ella puede conmovernos o, alternativamente, generar un rechazo inmediato. En palabras de Illich, que no en vano poseía una gran nariz, «para saborear la atmósfera de un lugar, uno debe confiar en su nariz; para confiar en otro, uno debe primero olerlo».23 Ello nos remite a una ascesis gozosa de los sentidos de la que nos separan la profusión de estímulos artificiales, la mediatización de las relaciones así como la búsqueda, la adquisición, la gestión y el mantenimiento de la multitud de objetos (¡tantas cosas!) como acarreamos con nosotros, en lo individual y en lo colectivo.


Signos 3. Hacer poco, o nada, y mejor nosotros mismos

«Necesitamos aprender a vivir con nada».
Gandhi

En 1996 el ayuntamiento de Lyon encargó a los arquitectos Anne Lacaton y Philippe Vassal la reforma de la plaza Léon Aucoc.24 Desde su primera visita encontraron hermoso ese square triangular bordeado de tilos, una impresión que se confirmó después de varias visitas en diferentes momentos de la jornada y en conversaciones con los vecinos. Finalmente, en línea con la filosofía de su estudio, el proyecto consistió en unas pocas intervenciones de mantenimiento simples e inmediatas, un plan de limpieza y conservación de la vegetación y el acondicionamiento de algunos elementos de equipamiento existentes. El mismo criterio aplica el estudio Lacaton & Vassal en sus proyectos de renovación de vivienda social HLM: anteponen bastidores con jardines a las fachadas, redistribuyen a los vecinos según sus necesidades familiares, contratan un conserje que se ocupa del acogimiento, el orden y la limpieza y abren espacios para juegos y huertos comunitarios. La reapropiación por parte de los vecinos continuará este proceso abierto que es la arquitectura.

En la misma línea, a finales de septiembre de 2007 Bohmte, una ciudad del noroeste de Alemania ha decidido suprimir paneles indicadores y semáforos para crear un espacio compartido según las teorías del ingeniero holandés Hans Monderman y devolver la responsabilidad a los ciudadanos.

Finalmente, en lo que respecta a la vivienda, en la línea de John F. C. Turner25 y siguiendo el pensamiento de autores como Paul Goodman (ambos amigos de Illich), Colin Ward, Walter Segal, Patrick Geddes y tantos otros, multitud de movimientos reivindican el derecho y el placer de la autoconstrucción de su vivienda, y con ello del arte de habitar.


3. Sustantivos vs. verbos: atmósfera y comunales

Signos 4. El Valle de Can Masdeu

Can Masdeu se autodefine como «una red de proyectos que resiste al ritmo de las estaciones, la voracidad de una ciudad sin límites. Un acto de desobediencia creativa al mundo del dinero, el humo y las ordenanzas, el ruido y la velocidad. Una propuesta de cooperación colectiva y convivencia entre generaciones».26

El proyecto surgió en 2001 a partir de la ocupación y la recuperación edilicia, agrícola y social de un antiguo leprosario abandonado durante más de cincuenta y tres años al pie de la sierra de Collserola en el límite mismo de la metrópoli barcelonesa. El espacio es sostenido por un grupo de colectivos centrados en la «defensa agroecológica y la gestión pública» del valle en que se aloja, entendiendo lo público como «recuperación de los comunes, es decir, espacios y recursos sustraídos a la lógica mercantil y autogestionados por la comunidad».

Los colectivos instalados en Can Masdeu desarrollan actividades agroecológicas, educativas, sociales y culturales en las que se implican de manera activa a sus vecinos de Nou Barris, un distrito formado por población mayoritariamente llegada a Cataluña desde otras regiones de España y del mundo. Ellos han encontrado allí un lugar de esparcimiento y aprendizaje, tienen huertos comunitarios y hacen talleres y encuentros. Después de vencidas las reticencias iniciales ante estos nuevos vecinos hippies, se han convertido en sus mejores amigos y mayores defensores.27

En la lógica de la espacialización descrita más arriba, los sustantivos abstractos sometidos a la lógica económica reemplazan a los verbos vernáculos y la voz pasiva reemplaza la voz activa. «Habitar» es sustituido por «ser alojado» en «soluciones habitacionales». «La movilidad» y «el transporte» reemplazan las acciones de desplazarse, de ir y venir. «La sanidad» impide cuidarse, curarse, atender. El placer de «enseñar y aprender» es obstaculizado, cuando no neutralizado, por la escolarización. Notemos que en este simple pasaje se manifiesta un proceso de expropiación de las iniciativas, las acciones y la autonomía de las personas y las comunidades que dejan de ser protagonistas de su vida y sus acciones y pasan a una condición de consumidores, de seres asistidos en un contexto burocrático. Lo anterior, llevado al límite, conduce a lo que Illich llama contraproductividad estructural o parálisis de la imaginación. Las actividades básicas humanas se transforman en actividades económicas, sujetas a rentabilidades y por lo tanto desigualmente distribuidas. Un umbral ha sido traspasado. Fin de las atmósferas.

En cambio, la lógica de los lugares, «la paz de los pueblos» illichiana, se enraíza en un medio favorable a las actividades de subsistencia y de intercambio no mercantil, en los comunales (commons). Illich nos recuerda que «la medida en la cual nuestro mundo se ha tornado inhabitable es una consecuencia manifiesta de la destrucción de los comunales»,28 entendidos como «la inversa exacta de un recurso económico». Éstos abarcan desde las bases materiales de la existencia: la tierra, el agua, las semillas, la biodiversidad, hasta los comunales inmateriales: el sentido común, los sentidos, el silencio necesario a la palabra y la palabra misma, los saberes y los sueños. Pero también, para el Illich peregrino de los últimos años, se manifiestan en la conversación en torno a una mesa que engendra su propia aura, su propia atmósfera.

Ante la amenaza de un apocalipsis en el que la sociedad fracasa en controlar sus herramientas, y frente a la imposibilidad de encontrar la paz en un medio totalmente mediatizado, Illich apuesta por la paz como un cuidado atento del espíritu de una comunidad en su propia especificidad. Las capacidades de estar frente al otro en un compromiso mutuo por la verdad; la búsqueda, en la amistad, de un saber disciplinado y comprometido en una situación inmediata, íntimo y libre, abierto a la sorpresa del otro, fijan los lugares donde puede enraizar la ética en un mundo privado de ethnos.29 Illich aboga por la recuperación de «un arte de vivir contemporáneo»30 basado en el respeto, el compromiso, «la loca confianza»,31 la sorpresa32 y la disponibilidad. El cuidado y la supervivencia de las atmósferas hace posible intersubjetividades de esta clase.

En sus últimos años, cuestionado habitualmente sobre qué podemos o debemos hacer, Illich solía responder: «No podemos hacer nada, sólo nos queda la amistad». Es llamativo que cuando evoco esta respuesta en aulas o foros, el público de más edad, que espera probablemente una fórmula activista, militante, suele sentirse decepcionado mientras que inmediatamente brillan los ojos de los más jóvenes que, levantando las cejas, se permiten incluso algunos exabruptos de entusiasmo: creo que ellos captan lo profundamente subversivo del mensaje.

 

Signos 5. Conspiratio coral

En los días posteriores a los movimientos de las plazas de mayo de 2011,33 en un grafiti pintado en el escaparate de un banco de mi ciudad se leía: «Dejadnos respirar juntos». Respirar juntos, cantar juntos, todas las generaciones confundidas en la «ciudad de la Plaza», ¿puede haber mejor manera de crear y compartir una atmósfera que esta expresión de la conspiratio illichiana?

4. Proporcionalidad y escala

En el homenaje a su amigo Leopold Kohr y a sus fundamentales aportaciones en el campo de la morfología social, Illich nos invita a una tarea delicada: «encontrar algo como un oído perdido, una sensibilidad abandonada».34 Se trata de una llamada a la moderación, a la búsqueda de la justa medida, de lo que es razonable y apropiado, de lo que conviene, del tonos de los griegos, en síntesis, de la proporción «que permite delimitar la forma social y apreciar su belleza desde el interior de la trama de las relaciones intersubjetivas»35 y que la globalización, «monstruoso deseo de un acuerdo global […] amenaza con hacer volar en pedazos».36

En su obra El género vernáculo, Illich demuestra que elementos básicos de la vida comunitaria como el habla vernácula, el género y la subsistencia sólo pueden existir y cobrar sentido dentro de un ámbito limitado (Illich habla de «finitud morfológica»), un postulado implícito pero con frecuencia expresado ritualmente y representado mitológicamente.37 Pero tal y como lo definió su amigo Kohr, al igual que sucede con las partes de un cuerpo, no se trata solamente de una cuestión cuantitativa, de tamaño, dimensión o intensidad, sino que entran en juego el equilibrio y la armonía de las partes que hacen que las claves de su bondad, su belleza y su adecuación a una escala dada, radiquen en la proporción38.

Illich profundiza en el concepto de proporcionalidad y comienza por poner en evidencia dos elementos fundamentales que lo componen: el de «relación de naturaleza apropiada» y el de «“un cierto…”. La fórmula “Un cierto…” invita a reflexionar sobre el sentido específico de lo conveniente, mientras que “apropiado” nos guía hacia el conocimiento del bien».39 Estas dos fórmulas se oponen respectivamente a eficacia y certeza y, por consiguiente, a todo pensamiento único, reforzando la importancia «del sentido que nos damos, a nosotros mismos y al mundo».40 La proporcionalidad puede ser así comprendida como un cierto equilibrio de relaciones propias a un lugar y es fundamental para abordar la restauración de las complementariedades disimétricas perdidas (por ejemplo, la ya mencionada de la ruptura entre ciudad y campo). En el lado opuesto del desarrollo —que consiste en hacer servir a unos las recetas que convienen a otros— y de la globalización homogeneizante, la proporcionalidad nos invita a reconstruir un ethos sobre las bases de la autonomía y el sentido común. Dado que conduce a reflexionar sobre lo bello y lo bueno, hace que las decisiones descansen en condiciones morales y no económicas,41 se opone a la mercantilización y subvierte así la teoría económica tradicional. Proporcionalidad se opone también a desmesura puesto que la «visión de una vida común digna estaba fundada no sobre la abundancia sino sobre la contención».42 Esto confirma el precepto illichiano de que «ser humano es sinónimo de sumisión comunitaria a la regla de la necesidad en un lugar y una época dadas».43 Por último, al mantenerse dentro de límites, al alcance de un horizonte compartido y lejos de quimeras que lo exceden se opone a la utopía.44

Kohr define la proporción como la forma acorde al tamaño,45 un concepto que en las prácticas relacionadas con el habitar y el territorio asociamos con el de escala. Hoy en día globalización y virtualización contribuyen a emborronar el concepto de escala, cuando no a destruirlo. Diferentes dimensiones espaciotemporales coexisten en nuestra experiencia cotidiana de manera indiferenciada al mismo tiempo que la escala se pierde completamente en las pantallas, en las que las imágenes pueden ampliarse y reducirse a voluntad pero carecen de toda referencia que el ojo pueda reconocer. El resultado es confuso, y resulta fácil perder el norte.46 «Debéis pensar», decía Illich en The Oakland Table, «en una escala en la cual las proporciones humanas puedan ser aplicadas».47 Una escala que Jean Robert, en la misma intervención, relaciona fundamentalmente con la experiencia pedestre y que podríamos extender al conjunto de la experiencia sensorial, a aquello que puede captarse con nuestros sentidos.

5. Pertinencia y límites

En una lengua extranjera, los errores fonéticos «pertinentes» son los que impiden la comprensión del sentido, y por lo tanto los primeros que el maestro corregirá. La pertinencia como adecuación o sentido de algo en un determinado contexto añade a la proporción y la escala un aspecto menos concreto, cultural, ligado a la inteligibilidad de un orden, de una atmósfera, de un sentido común. Bajo los argumentos (falaces, pero esto es otro artículo) de la democratización del viaje o del derecho al turismo, de la demanda de entretenimiento y de la creación de puestos de trabajo, continuamos construyendo aeropuertos y botando megacruceros, haciendo parques temáticos, campos de golf y puertos deportivos, organizando rallies o carreras de avionetas sobre nuestras propias cabezas. En el contexto de crisis medioambiental en que vivimos, sobrepasar estos límites es una im-pertinencia. Como también lo son, en nombre de la gobernanza, las grandes cumbres (del clima u otras); o, en nombre del crecimiento económico, las grandes ferias internacionales o el despilfarro consumista.

Falsas pistas son pues las que ponen el foco en la densidad o la intensidad urbana, el crecimiento de infraestructuras o la evolución del PIB. De lo que debemos hablar es de proporción en la relación forma-tamaño, de escala, de pertinencia y de respeto de los límites, que lejos de ser un desafío a vencer son «como la piel que limita mi cuerpo y lo contiene»48 (bajo el influjo atmosférico, no lo olvidemos). La correspondencia entre cuerpo y macrocosmos, su manifestación en la armonía de la arquitectura o de la música, tiene el sentido de la justa medida: un proyecto local es el que puede ajustarse a la justa escala, encontrar lo que es armonioso y pertinente respecto de un sitio, restaurar las complementariedades desaparecidas ¡y desterrar las impertinencias!

 

Signos 6. AMAP, huertos comunitarios y guerrilla gardening

Una AMAP (Asociación para el Mantenimiento de una Agricultura Campesina)49 es, en Francia, una asociación entre un grupo de consumidores y un agricultor local. Su objetivo es doble: sostener al campesinado que tiene dificultades para subsistir frente a la agroindustria por un lado, favorecer la producción ecológica y de proximidad, buena para la salud y el medio ambiente por el otro. El principio, basado en la confianza, es crear un lazo directo entre campesinos y consumidores que se comprometen a comprar la producción a un precio justo y pagando por adelantado. Las cestas se reparten en un domicilio o asociación y las granjas pueden visitarse, de modo que de paso surgen amistades, se comparten recetas, y también encuentros y otras actividades.

En la misma línea, cada vez más personas cultivan sus propios vegetales en huertos propios o compartidos (lo hemos visto en Can Masdeu), dando lugar a una producción saludable y accesible, a una actividad creativa y un intenso intercambio de saberes y de experiencias que fortalecen el vínculo social, la dignidad y, en ocasiones, el orgullo de alimentar a los vecinos. Como por su parte los guerrilla gardening/guérrilleros du jardinage se ocupan de reverdecer mediante acciones nocturnas los espacios urbanos comunes.


6. Recuperar los sentidos

Nuevamente es Leopold Kohr quien en su texto «Beauty & Community» proponía, mediante una relocalización de nuestras vidas personales y profesionales, la reducción de la distancia y la velocidad de circulación y, por lo tanto, de las necesidades de transporte con la consiguiente «contracción urbana». El resultado es una asociación de comunas federadas a las que él añade una condición singular: debe ser una comunidad de bellas comunas, capaces de cuidar a sus habitantes. Debe haber residencias en los centros como también sofisticación de la vida urbana en las periferias. Así, el problema metropolitano pasa a sumar a lo meramente funcional un aspecto estético: una llamada a los sentidos. Como en el poema baudelairiano de «Correspondencias», «los perfumes, los colores y los sonidos se corresponden» y esta imagen puede servirnos para transponer la noción de proporcionalidad al mundo sensorial. Frente a las pulsiones de virtualidad y la inherente pérdida de los sentidos,50 el lugar habitado nos asegura el pasaje a lo real a través de lo sensible, es el lugar de todas las correspondencias. Esta capacidad de realización y actualización de lo virtual atrayéndolo al mundo de lo sensible, al de las realidades y los actos encarnados, es una de las mayores virtudes del lugar, una de sus potencias fundamentales y una de sus funciones principales.

Illich aboga por un renacimiento de las prácticas ascéticas para mantener vivos nuestros sentidos,51 apelando a nociones provenientes de la tradición (custodia oculorum) para mejorar la agudeza y la calidad moral de la mirada.52 La bella formulación de Levinas «mi rostro viene a la vida por el rostro del otro […] que se dirige siempre a mí de manera ética», es para Illich «un antídoto a la integración ocular en las realidades virtuales».53 Pero también pueden serlo la atmósfera sonora, todo lo que caracteriza un ambiente y que es parte del devenir sensorial y emocional de una persona que lo experimenta; el olfato que, como hemos visto más arriba, nos permite captar una atmósfera y poner en ella (o en alguien) nuestra confianza. A su vez son antídotos el quid del tacto, el con-tacto, el hacer con las manos y «la mano que piensa».54 Los cinco sentidos intervienen en la atmósfera de un lugar. Los cinco reclaman hoy en día una revitalización y una ascesis.

 

7. Entre el cielo y el suelo

Finalmente, como sustento y complementario disimétrico de las atmósferas, nos queda por mirar al suelo.

En su «Declaration on Soil», Illich y sus amigos Sigmar Groeneveld y Lee Hoinacki relacionan la pérdida de la virtud a la pérdida del suelo bajo sus pies, cuando por virtud entienden la forma, el orden y la dirección de la acción informada por la tradición, limitada a un lugar y cualificada por elecciones hechas en un medio al alcance de los actores. Prácticas reconocidas como buenas en el seno de una cultura local compartida, que enriquecen la memoria de un lugar, que se encarnan en los trabajos, el artesanado, el arte de vivir, de sufrir y de morir, soportados no sobre un planeta abstracto, un medioambiente o un sistema energético, sino sobre un suelo particular y común que esas mismas acciones configuraron y enriquecieron con sus trazas. En una carta a su amigo Hellmut Becker, Illich escribía: «Pertenecemos los dos a la generación de los que todavía hemos “venido al mundo” —a un mundo dotado de un suelo— amenazados hoy de morir privados de suelo. Nuestra generación, contrariamente a todas las que le antecedieron, ha vivido la experiencia de la ruptura con el suelo y el mundo».55

Esta condición «fuera del suelo» del hombre contemporáneo —una novedad histórica— y las posibilidades, las condiciones, las consecuencias y los límites de una reintegración del suelo bajo sus pies son dos problemas que los tres amigos nos invitan a explorar filosóficamente. Esta labor de reintegración se distingue de la gestión de los comportamientos en un planeta compartido y de la absorción de la vida social en la economía, que transforman a la gente en segmentos intercambiables de poblaciones regidas por las leyes de la escasez en un mundo amalgamado.

8. Recapitulando

Si estamos aquí es porque nos encontramos a la búsqueda de sentido. Sin embargo, nos empeñamos en proyectar utopías tecnológicas en las que delegar (perezosamente) nuestra acción, nuestras responsabilidades y nuestras decisiones (¿qué otra cosa es la smart city?). Persistimos en la desmesura (¿qué es si no la obsesión por el crecimiento?) que amenaza la vida sobre la Tierra y mientras tanto se agudizan más y más las dependencias y las inequidades (¿o no es éste lamentablemente el resultado contraproductivo de la ideología del desarrollo?). Ésta es una tentación que se ha revelado ciertamente suicida cuando no apocalíptica, pues responde a una visión de corto alcance que sitúa a la economía en el centro de la vida social y deposita su confianza en un modelo basado en el enriquecimiento, la acumulación, la productividad, la rentabilidad y la especulación.

Una atmósfera, en cambio, tiene que ver con el aire que respiramos; con el lugar y el suelo que pisamos; con la forma y los límites de nuestro cuerpo en el espacio y su relación con el otro; con actividades humanas esenciales (habitar, comer, aprender, curarse…); con los verbos que describen nuestras acciones, iniciativas y decisiones que dejan trazas en la vida concreta. En esta medida, las atmósferas construyen una historia, continúan o modifican la tradición en la que estamos insertos, con la consiguiente autonomía y con la recuperación del comunal, que es el opuesto de los recursos económicos. Por ello, éstas son un sustrato fértil de prácticas sociales complejas donde se encarnan la ascesis, la amistad y la celebración a través de prácticas que limitan la desmesura y la escasez, al tiempo que permiten, mediante la conspiración (el respirar juntos), establecer una relación con la amistad y la paz de los pueblos, al igual que con la recuperación ascética de los sentidos; con la escala adecuada, la proporción, la pertinencia, base porosa de lo que Illich llama una sociedad convivial.


Bibliografía

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Notas

1 Bajo el epígrafe Signos me gusta exponer la observación de la realidad, consignada y descrita. Signos está empleado en el sentido médico del término, como las manifestaciones objetivas que el facultativo puede constatar durante su examen, abriendo la vía a una metodología inductiva o por generalización que arroje luz sobre los conceptos. Este recurso, que empleo hace años, está inspirado en el concepto de «realidad significamentosa» formulado por el filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós en De la modernidad. Resulta, además, en mi opinión, muy compatible con la aproximación fenomenológica cara a Illich.

2 Cf. Amin Maalouf, El desajuste del mundo.

3 We The People Foundation. Esta organización sin fines de lucro tiene por objetivo reforzar las prácticas democráticas y la capacidad de la gente de conformar los sitios donde viven a través del estudio disciplinado, la conversación y el compromiso cívico en un ambiente de apertura y confianza mutua. Cf. https://wethepeoplefoundation.org/00-Mission.htm.

4 Cf. Ivan Illich, «Silence is a Commons».

5 La atmósfera conspirativa (de conspiratio, osculum pace, «respirar en el otro y compartir el aliento de Dios como expresión fuerte, clara y somática de un espíritu fraternal») se encuentra en la génesis de las ciudades medievales europeas —Illich remite a su amigo Paolo Prodi— en tensión dinámica singular con la conjuratio, el pacto social sobre el cual se construyó la sociedad contractual a partir de los cambios que comenzaron a operarse en siglo XII. Cf. I. Illich, «La culture de la conspiration»; y Paolo Prodi, Il sacramento del potere.

6 Cf. I. Illich, «Énergie et équité», p. 410. Las referencias corresponden a la bibliografía de Illich en idioma francés. Las traducciones son de la autora.

7 Cf. I. Illich, «L’art d’habiter», p. 760.

8 La orientación de los volúmenes en el espacio abstracto responde a criterios técnicos (asoleamiento, ventilación…) o funcionales (vías de acceso, transporte…) pero nunca a una orientación basada en significados, a una voluntad de destino común y plural y a los símbolos que la representan, lo que Ilya Semo, en una comunicación personal, ha llamado con justeza una «orientación existencial».

9 La itálica es nuestra.

10 Cf. Jerry Brown, «The Oakland Table. An Explanation».

11 Jean Robert, «Del aquí y del allá, de un poodle y del sentido de la proporción en arquitectura», p. 2.

12 El concepto de distalidad como separación entre la mano y la herramienta y su desaparición, característica según Illich del fin de la era de la técnica y el pasaje a la era de los sistemas, retorna aquí, en Robert, como una característica fundamental de la absorción de los bienes de consumo en el espacio homogéneo y en el (no-)espacio virtual de las redes.

13 En 1984 Illich es llamado a disertar en Dallas sobre el proyecto de construcción de un lago artificial de aguas residuales depuradas sobre las ruinas de la demolición de un barrio popular. En su conferencia titulada «H2O et les eaux de l’oubli» publicada en «Dans le miroir du passé» y en el ensayo subsiguiente «H2O, les eaux de l’oubli» (1985), recupera la obra de Gaston Bachelard L’Eau et les Rêves. La aproximación fenomenológica del filósofo de la ciencia Bachelard a los lugares de nuestra intimidad y a los cuatro elementos, entre ellos el agua, que moviliza la imaginación, la ensoñación y la imagen poética, es familiar y enormemente inspiradora para Illich

14 David Cayley, Entretiens avec Ivan Illich, p. 291. «La posesión es un estado que manifestamos con nuestro trasero: el que se sienta, literalmente, sobre un terreno, manifiesta con ello que ese terreno es su propiedad, que lo posee como se tiene entre las manos un acta judicial».

15 I. Illich y D. Cayley, La corruption du meilleur engendre le pire, p. 217.

16 Diccionario de la Real Academia Española.

17 I. Illich, «L’histoire des besoins», p. 71.

18 I. Illich, «Pour un découplage de la paix et du développement», p. 712.

19 Cf. J. Robert, «Corpo e luogo».

20 Cf. Massimo Angelini, «I luoghi comuni».

21 Cf. I. Illich, «La culture de la conspiration», p. 348.

22 Ibid., p. 346.

23 Ibid., p. 344.

24 Cf. Revista 2G, «Lacaton & Vassal», 2006, p. 74.

25 John F. C. Turner es autor de Housing by People.

26 Cf. www.canmasdeu.net.

27 Cf. «Can Masdeu: una isla en el mar urbanístico».

28 I. Illich, «L’art d’habiter», p. 760.

29 Cf. Samar Farage, Conversazioni attorno alla távola.

30 D. Cayley, Entretiens avec Ivan Illich, p. 245.

31 Ibid., p. 90. « una “confianza desbordante”, la actitud de un amigo que no perdió jamás la capacidad de sorprenderse ni el coraje de hacer pasar su instinto antes que la ideología y de seguir su intuición».

32 Ibid., p. 16. Escribe David Cayley: «Comprendí, gracias a Illich, que la sorpresa verdadera es imposible sin lo que el budismo zen llama el espíritu del novicio que deriva de una curiosidad auténtica y de una verdadera indiferencia respecto a la posición que pudiéramos tener al inicio».

33 Lo que se ha conocido como el movimiento de los indignados en España, inspirado en el manifiesto Indignez-vous ! de Stéphane Hessel (2010).

34 I. Illich, «La sagesse de Leopold Kohr», p. 244.

35 Roberto Ochoa, «Morphologie sociale et re-génération politique», p. 19.

36 I. Illich, op. cit., p. 239.

37 D. Cayley, op. cit., po. 124-125.

38 Ivan Illich, op. cit., p. 234. Illich evoca a Platón (pp. 244 y 247) quien en su Tratado sobre el arte de gobernar observa que «el mal político es el que confunde medidas y proporcionalidad, sin reconocer lo que es apropiado a un ethos particular —palabra que inicialmente designaba un lugar de morada y que tomó luego el sentido de “carácter popular”». Opone el sueño de Alejandro de una ecúmene universal, y el reemplazo de la paideia entendida como concordancia del sentido común, a los usos de una comunidad, por una educación universalista.

39 Ibid., p. 237. El ejemplo que Illich utiliza para ilustrarlo es claro: «Kohr afirmaba que la bicicleta es el medio de locomoción idealmente apropiado para alguien que vive en un cierto lugar como Oberndorf».

40 Ibid., p. 243.

41 Id.

42 Ibid., p. 234.

43 I. Illich, «L’histoire des besoins», pp. 73-74.

44 I. Illich, «La sagesse de Leopold Kohr», p. 235.

45 Id.

46 Los fabricantes de muebles para estancias de lujo los hacen grandes, muy grandes, a escala de los grandes malls de hoteles y centros de convenciones. Salen bien en las fotos, ¡pero no te puedes sentar en ellos!

47 I. Illich, lección inaugural de The Oakland Table. Conversations Between Ivan Illich and Friends, sesión del 2 de septiembre de 2000.

48 R. Ochoa, op. cit., p. 19.

49 Cf. Annuaire national des AMAP, http://www.reseau-amap.org/.

50 «La pérdida de los sentidos» hace referencia al título de una obra de Ivan Illich (cf. bibliografía).

51 I. Illich, La perte des sens, p. 7.

52 I. Illich, «Surveiller son regard à l’âge du show», p. 195.

53 I. Illich, «Passé scopique et éthique du regard. Plaidoyer pour l’étude historique de la perception oculaire», pp. 322-323.

54 El pensamiento está antes relacionado con la mano y el cuerpo, con sus ritmos correspondientes, que con los «tiempos tecnológicos» estandarizados que toma dibujar o escribir sobre el teclado de un ordenador. Pensamos con las manos mientras dibujamos o escribimos. Es lo que la mano sabe hacer: la unión del gesto y el pensamiento en armonía. Su disociación es una amputación. Lo explican, entre otros, el personalista Denis de Rougemont, en su libro Penser avec les mains, un título que retoma el arquitecto Alberto Campo Baeza (Pensar con las manos) y también Richard Sennet (Ce que sait la main).

55 I. Illich, «La perte du monde et de la chair», p. 352.