Número 87

Presentación

Desde una perspectiva de larga duración, la historia intelectual y la historia de los intelectuales hoy se nos presentan como asignaturas nuevas en los combates por la historia. Ambas se muestran como un terreno movedizo y lleno de trampas para el investigador. Las dificultades a la hora de delimitar y establecer sus campos de estudio parten de sus propias indeterminaciones epistemológicas, cuyos acercamientos se encuentran en zonas limítrofes con otras disciplinas como la sociología, la filosofía y los estudios sobre arte y literatura. Sin embargo, las transformaciones de la ciencia histórica en los últimos decenios han posibilitado una nueva etapa dentro de la cual son reconocibles distintas perspectivas y aproximaciones que contienen actualizaciones en lo que se refiere a la selección de temáticas, objetos de estudio y conceptualizaciones.

Las reflexiones sobre tan polisémicos enfoques recorrieron múltiples caminos a lo largo del siglo XX. Diferentes momentos de renovación tuvieron lugar desde sus primeros pasos con la fundación de la revista Journal of the History of Ideas por Arthur O. Lovejoy en 1940; las teorías de Reinhart Koselleck y su impulso a la historia de los conceptos o Begriffsgeschichte; la influencia del «giro lingüístico» a partir de la década de 1960; y los paradigmas metodológicos de la Escuela de Cambridge. A pesar de los valiosos aportes de estas escuelas y tendencias, la historia intelectual ha estado anclada por mucho tiempo a la historia de las ideas, a la historia cultural o a la historia de lo político. En sus más recientes propuestas, los nuevos enfoques buscan analizar las condiciones históricas de la producción de pensamientos, la evolución de sus principales conceptos, las dinámicas del texto, sus soportes comunicativos y sus espacios o mecanismos de circulación y recepción.

Por otro lado, el estudio de los intelectuales, obviado mayormente por la historia intelectual, ha cobrado un protagonismo cardinal en los últimos años; se ha situado frente a la condición de ser del intelectual, su discurso y acción, sus lugares de enunciación, los arquetipos de compromisos, las redes intelectuales que conforma, así como los diversos modos de lecturas y abordajes que les da la sociedad, llegando a erigirse como un campo de estudio por separado. La gran dificultad a la que se enfrenta esta disciplina, si se puede llamar así por el momento, es la definición de su objeto de estudio: los intelectuales. Como es bien sabido, se trata de un problema no resuelto (y, probablemente, de difícil resolución en el futuro) que se planteó ya desde las primeras reflexiones que centraron su atención en los intelectuales cuando el término empezó a ser utilizado como sustantivo para definir a un determinado grupo de individuos en los albores de la modernidad.

La problemática que se presenta al diferenciar la historia intelectual y la historia de los intelectuales se distingue de las disyuntivas vigentes al acercarse a los temas que ellas competen. Al respecto existen polémicas en torno a si abarcan el mismo campo de estudio o si son dos acercamientos diferentes, y cabría preguntarse si es posible la separación de ambas como áreas de estudio diferentes o es necesaria la inserción de la segunda en la primera. Parte de esta disyuntiva se asocia, primeramente, a la poca atención que la historia intelectual ha prestado al sujeto intelectual, sus posiciones y discursos y, en segundo lugar, al reto que representa definir un programa de estudio para la historia de los intelectuales que parta de su concepto fundamental: el intelectual.

En América Latina, la renovación del cuestionamiento por la historia (de los) intelectual(es) ha cobrado una gran importancia en el siglo XXI. Distintas variantes de historia intelectual e historia de los intelectuales han vivido un florecimiento en los últimos decenios. Figuras como Elias Palti, Carlos Altamirano, Martin Bergel, François-Xavier Guerra, Guillermo Zermeño, Adriana Lamoso, Beatriz Sarlo, Arcadio Díaz Quiñones, Rafael Rojas, Liliana Weinberg, Aurelia Valero, Aimer Granados, Claudia Gilman, Alexandra Pita, por sólo mencionar algunos nombres, el Centro de Historia Intelectual en la Universidad de Quilmes, la revista Prismas, los encuentros del Congreso de Historia Intelectual, los volúmenes de Historia de los intelectuales en América Latina, y muchos otros esfuerzos, han contribuido al impulso de nuevas formas de escritura y al acercamiento a nuevos contenidos en estas disciplinas.

Todas estas miradas y propuestas han ayudado a reducir la visión simplista que entiende el desarrollo del universo intelectual como una sucesión cronológica de influencias de un autor a otro o como una producción aislada de pensamiento en la sociedad, y han contribuido a afirmar el continente americano como un centro de actualización en ambas materias. Este expediente pretende inscribirse en esa intención, ser un punto más de partida en dicho sentido. Nos interesó, más que los objetivos o la función de la historia intelectual o de los intelectuales, ejemplificar los modos de hacerlas y encontrar así nuevos aportes e interrogantes a las formas de estudiar el reino de lo intelectual, sus protagonistas y dinámicas.

El ensayo de Aurelia Valero Pie explora los intersticios teóricos y metodológicos de la biografía intelectual, tendencia historiográfica que ha cobrado una importante renovación en los últimos años. Liliana Weinberg nos ubica ante una de las herramientas por excelencia de los intelectuales y su historia, género esencial para comprender la historia del pensamiento latinoamericano. Rafael Rojas, rehabilitador por excelencia de la memoria cultural cubana, dialoga en su texto con Antonio Benítez Rojas, escritor cubano que se inserta en una condición dual de intelectual y exilio, cardinal en la literatura de la isla.

Para complementar estos modos de historia intelectual incluimos la traducción de un texto de François Chaubet, el cual ofrece una mirada contemporánea a los entramados caminos teóricos de este campo de estudio al cual nombra «disciplinas en proceso de afirmación» y sus modos de realización. El ensayo de Tracie Matysik es una original lectura a partir de un nuevo acercamiento a las relaciones que se han tejido, o no, entre la historia de la sexualidad y la historia intelectual.

Grethel Domenech Hernández