Número 86

Michel Serres, un zurdo cojo

Jorge Andrés Gordillo López

La vida de Michel Serres es la de un nómada: migrante de las ciencias, navegante de océanos y mares, escritor, amigo del saber, docente de la Sorbona y Stanford, autor de más de cincuenta libros, entre los cuales nos interesará aquí Figuras del pensamiento. Autobiografía de un zurdo cojo (2015).1 Este libro es una recapitulación de sus obras, así como una descripción de los modos en que su vida se ha insertado en el acontecer cósmico, todo lo cual tiene la intención de afirmar la asimetría, la inclinación, el renqueo y la bifurcación como condición de posibilidad para la innovación.

Dividido en seis capítulos y múltiples subtítulos, el libro transita entre dimensiones universales y particulares que se unen por puntos concretos que dinamizan el contenido por medio de la fusión de espacios, tiempos, figuras y conceptos. La narración sugiere una temporalidad que se constituye por una serie de estallidos y flujos contingentes en la que hay continuidades milenarias, así como discontinuidades. La escritura posee un estilo que combina ensayo literario y filosófico. La inclusión del «yo» en la narración es fundamental, ya que Serres afirma formar parte del Gran Relato universal.

En el comienzo del libro, Serres menciona que, desde el big bang, no han dejado de ocurrir novedades, interacciones, relaciones e imprevistos que constituyen los motivos de las creaciones de formas de vida, de todo tipo de cuerpos y seres, tanto partículas como galaxias. La existencia de todos estos acontecimientos se halla inscrita en el Gran Relato que «cuenta estos fenómenos contingentes, apariciones de elementos, producciones de figuras: invenciones».2 Las invenciones son el resultado del pensamiento: vivencia de todo ser vivo en las profundidades y superficies del Gran Relato donde se recibe, emite, almacena y trata la información de todos y de todo. De aquí emergen las figuras, en cuanto síntesis de cada especie en las que se expresan todos sus conocimientos, sabidurías y tecnologías. En las zonas de vida, allí donde habitan los cuerpos, se da la convivencia de las figuras que, imitándose unas a otras, se metamorfosean. Prosiguiendo estas propuestas que acarrean algunos principios para comprender las formas de vida, Serres formula las siguientes tesis:1) las construcciones de identidades proceden de la fusión de figuras, fetiches y seres vivos; 2) los pensamientos son esencialmente bifurcaciones; 3) cada ser vivo es «portador del tiempo del mundo»; 4) el cuerpo es un conjunto de síntesis; y 5) el cuerpo piensa y sus órganos también. En este sentido, Serres dirige una sentencia contra la producción historiográfica: «Ocupada exclusivamente del ser humano, la historia, entonces, narcisista, olvida la evolución de lo viviente, así como sus orígenes, sumergidos en un lapso de tiempo casi cuatro veces milmillonario».3

Para Serres, toda figura se relaciona necesariamente con máquinas, tecnologías y cuerpos. Un ejemplo de figura es la que Serres se adjudica: el zurdo cojo. «La inestabilidad precede a la existencia»,4 dice. La propuesta de «entrar en ese potencial cósmico y este flujo viviente, seguir esta duración cienmilenaria, habitar en ella, actuar con ella, adoptar su gesto de crear»,5 se origina en una inclinación que se enfrenta al azar a partir de una necesidad de estabilidad, como aquella de quien camina en cuerdas flojas. No pensar equivaldría a quedarse quieto y caer. Nuestra especie, determinada por la falta, vagabundea por el mundo construyendo lugares para estar, para inscribirnos y, obligados al exilio por la marea de los cambios, para continuar construyendo el camino. El «método», criticado a lo largo del libro, queda cancelado en cuanto lo único que existiría sería el riesgo y la deriva. Serres nos invita, una vez más, a la creación, a la escritura:

Sed valientes: escribid vuestros libros siguiendo la hidra de Hergé, cuya red de ramas irá trazando vuestra pluma, con golpes de efecto que causarán sorpresa. Porque la hiedra inventa como la vida progresa y como van las cosas desde el comienzo del mundo, contingentes, por azar, a menudo eliminadas pero, en conjunto, sensatas como un relato.6

Una vez postulada «la filosofía como travesía», se problematiza el espacio y quienes lo habitan a partir de las preposiciones. La preposición por excelencia es «entre», ya que es entre el mundo y el zurdo cojo donde se dan las palabras, las culturas, un campo energético que posibilita la comunicación, las metamorfosis. «Entre» es el lugar donde suceden las simbiosis, las mutaciones, las nuevas especies. Un ejemplo de ello es el «entre» comunicativo, aquel que hay entre un lugar y otro que sólo el mensajero, en la edad dura, podía sintetizar y que ahora, debido al espacio de «vecindades inmediatas» (la edad suave), el mensajero se funde en el mensaje volviéndose información. En la actualidad, el verbo abandona el cuerpo. Una vez ejemplificado el «entre» en nuestra constitución como seres vivos, Serres nos introduce en uno de los sentidos de su propio apellido: invernadero. Éste lo llevará a reflexionar sobre los lugares y nuestra necesidad de ellos, ya que «habitar dice que el lugar donde queremos vivir repite siempre, más o menos, el útero en el que vivimos».7 Esto sucede debido a la falta que nos constituye, a la debilidad que nos caracteriza. Es por ellas que debemos tener refugios, «topologías abiertas-cerradas» que requieren un proceso de cierre y otro de expulsión, de límites vivos como «el secreto dual del pensamiento: bucle cerrado para asegurar rigor, exactitud, precisión; abierto, para descubrir, innovar, inventar. Así habita y atraviesa el universo, imita y crea las cosas, vibra de vida y construye su casa; así cojea».8

Los movimientos del pensamiento y de lo virtual son el eje principal del tercer capítulo. Para abordar la cuestión, Serres menciona que la ciencia estudia lo necesario y la filosofía lo contingente, entre los cuales se localiza la posibilidad. La potencia y la posibilidad, así como lo suave, se contraponen al acto y habitan el mundo de la abstracción. En este sentido: «El humano no es, puede. Olvidad el verbo ser, auxiliar, vago y nulo. En sentido literal, lo virtual expresa la virtud, el principio, la esencia del hombre».9 La mano del humano es un ejemplo de lo posible, del cambio de sus prácticas duras (arar, martillar) a las suaves (acariciar, escribir). La mano, dura y suave, se vuelve el órgano del mundo virtual, de las posibilidades. El pensamiento de los órganos hace que éstos puedan. Si estamos constituidos de posibilidades, nuestra propiedad es ser virtuales. Por esta razón, Serres plantea que conocer es «instruirse en obras altamente imaginarias», como la literatura. No obstante, las indefiniciones no solamente se suceden en el campo humano, también en el mundo de las máquinas y las técnicas, cuando se da un uso inesperado de éstas. Por último, el capítulo cierra mencionando que la composición del universo, hecha de materia e información, de fuertes y suaves, muestra que sus propias expresiones son similares a las de nuestra especie. Las experiencias de las formas de vida del universo son comunicación entre la especie humana y todas las demás. En consecuencia: «La ciencia consiste entonces en escuchar y luego traducir, emergiendo del ruido de fondo del mundo, las lenguas de las cosas».10

Inmersos en la edad suave, Serres nos sitúa fuera de la edad dura, cuya base era la materia y sus transformaciones dependían del uso del cuerpo. La edad suave ha cambiado radicalmente las formas de vida. Ahora se vive en lo virtual, en el acceso inmediato a la información, en la comunicación instantánea con quien sea y donde sea, en la posibilidad de la fusión creativa que nos heredó la era sólida. Un horizonte proyecta sus expectativas hacia las «pantopías»: lugares donde pueda converger la unificación de las culturas, a diferencia de las utopías de la edad dura. Ahora bien, una de las consecuencias de las libertades que emergen en la edad suave es la «economía del ocio», que se produce por una disminución del tiempo del trabajo y un aumento del tiempo libre, y que se basa en la explotación del mundo en aras de la acumulación del capital. Así pues, el tiempo libre, propone Serres, debería estar entregado al pensamiento. En cuanto a la paz y la guerra, la apuesta por lo suave es la posibilidad de fusión de contrarios y de diseminación de poderes, pues en la edad dura la centralización y la imposición eran lo que propiciaba la guerra. Los individuos autónomos no requieren de una nación, operan solos y continúan su propia organización en un espacio virtual donde la cercanía física es la más lejana y la lejanía es más cercana. Éste es el nuevo campo del pensamiento. El caso de la «Red» es reflexionado a partir de la relación que se genera con los individuos, quienes, convertidos en códigos, pueden adoptar cualquier forma y violar las leyes. Sin embargo, Serres añade que, ahora más que nunca «el individuo se convierte en moralmente autónomo; se conduce a sí mismo, porque no puede tener más garantía que él mismo. Si se pusiera en práctica, se trataría al fin de la verdadera moral, porque sin contrato social, la hipocresía y la coerción ya no podrían intervenir».11

Con dos párrafos a modo de dedicatoria, Serres celebra el pensamiento de la era suave dejando un cabo suelto por venir que dice: «Para completar el ensayo, siguiendo la era que se termina y la que comienza, prometo proponer una filosofía de la historia».12 Inscrito en el Gran Relato, Figuras del pensamiento traza una línea de fuga en la que las escrituras de todas las especies y cuerpos celestes estallan y dan nacimiento a una nueva cosmovisión de nosotros, los vivos. Navegantes, ingresamos al territorio de lo suave, en el cual, con la imaginación, crearemos narrativas y formas de vida de donde brotarán figuras por venir.

Notas

1 Michel Serres, Figuras del pensamiento. Autobiografía de un zurdo cojo, trad. Marta Beltrán Bahón, Barcelona, Gedisa, 2015.

2 Ibid., p. 21.

3 Ibid., p. 39.

4 Ibid., p. 75.

5 Ibid., p. 30.

6 Ibid., p. 91.

7 Ibid., p. 143.

8 Ibid., p. 145.

9 Ibid., p. 159.

10 Ibid., p. 180.

11 Ibid., p. 212.

12 Ibid., p. 221.

Sobre la autor
Jorge Andrés Gordillo López (Ciudad de México, 1993). De 2012 a 2013 colaboró con Casa del Migrante de Saltillo. En 2013 asistió al Taller de Creación Literaria organizado por la Fundación para las Letras Mexicanas. Estudió la licenciatura en Historia en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Actualmente estudia su posgrado en Teoría Crítica en 17, Instituto de Estudios Críticos, donde coordina el área de historia e historiografía y 17 radio.