Número 83

Más allá del concepto de lo político

Koselleck y la historización radical de la política

Eduardo Yescas

La historia de lo político frente a la política

Si hay un tema en común entre la teoría política y la discusión historiográfica de las últimas décadas, ése es la crisis de los espacios fundacionales y de los valores de seguridad. Desde el llamado fin de las certezas políticas que acompañaban al mundo moderno —y que está a su vez marcado por el fin de narrativas y certezas metafísicas de cualquier tipo de unidad política—, pensar la política y su desarrollo histórico se ha vuelto una constante. Estas discusiones recientes se aglutinan en torno a dos grandes polos: por un lado, se afirma que ante la falta de seguridad metafísica y factual, toda historia parece relegada a ser mero discurso; por el otro, la necesidad de regresar a algunos puntos de anclaje parece delimitar la discusión en nuevos marcos de seguridad.

Dicho esto, algunas figuras clave en el pensamiento que ponen especial énfasis en las presuposiciones de la modernidad, al menos en tono político, han sido tomadas como un punto de partida que no se puede pasar por alto. Quizá la figura con mayor peso es la propuesta de Carl Schmitt, quien, en el afán de criticar las supuestas directrices naturales y positivas del Estado liberal, definió lo político como un ejercicio que se da siempre en situación, escindiendo una distinción propia de la condición contemporánea entre ontología e historicidad. Recordemos que para este jurista alemán la política debía entenderse de forma autónoma y autárquica, donde un ámbito político determinado se crea por la distinción conceptual —siempre con referencia «al caso decisivo»— entre amigos y enemigos. Más allá de las presuposiciones ideológicas del pensamiento schmittiano, la postulación de este modelo marcará el tono de los debates políticos, pues no es posible pensar ni una autonomía ni una restitución de lo político sin prestar atención a este centro fundamental. Esto quiere decir que, independientemente de la idea de despejar el camino para una nueva decisión soberana, la crítica schmittiana ha marcado el debate sobre el pensamiento político posterior, al dejar en claro que la apariencia de toda política se debe comprender desde dentro. Sin embargo, esto ha creado una serie de problemas urgentes tanto en las teorías políticas como en sus ramificaciones. En particular, aquí nos interesa hablar sobre sus problemas en el terreno del análisis historiográfico, pues si lo político no está determinado por figuras y presunciones ontológicas, ¿cómo se le puede formular desde un punto de vista histórico? De forma más precisa, esta pregunta puede formularse así: si lo político —entendido como independiente de la política en su sentido tradicional— ahora se piensa como una esfera autónoma, ¿cómo se puede rastrear esta autonomía desde el punto de vista del historiador?

La propuesta de Reinhart Koselleck apunta directamente a la comprensión schmittiana de lo político como un fenómeno existencial y ontológico que, a pesar de su aparente paradoja, siempre está históricamente condicionado. Sin embargo, a diferencia de los objetivos de Schmitt de formar una narrativa teleológica para preparar una nueva comprensión del decisionismo político, Koselleck tenía como objetivo comprender el concepto de política a partir de sus procesos fundacionales e históricos. El resultado fue la formulación de una propuesta metodológica que comprende todas las políticas humanas creadas a partir de la definición de conceptos. Esta definición implica una comprensión que comienza desde un punto de vista extralingüístico y que se define, en cambio, como una base ontológica y existencial en cada grupo humano y sus respectivas políticas.

En otras palabras, para resolver los problemas inherentes a la comprensión metafísica schmittiana, la propuesta de Koselleck está comprometida con una historización radical de estas comprensiones ontológicas. Por esta razón, más allá del fuerte decisionismo que sustenta a la propuesta de Schmitt, Koselleck insiste en tomar algunas bases que condicionen lo político sólo para comprender su contingencia. Debido a esto, su crítica al léxico conceptual de la modernidad apunta a la necesidad de rescatar algunas bases contextuales que apoyan cualquier proyecto político, ya que esto nos permite asumir una posición fuera de cualquier capitulación por este o aquel concepto. En este sentido, lo que interesa al proyecto koselleckiano es la posibilidad de pensar en política fuera de cualquier presupuesto hecho a partir de la tradición y la hegemonía. Paradójicamente, este ejercicio sólo puede completarse yendo a las últimas bases que apoyan cada ejercicio, que Koselleck encuentra en algunos elementos metahistóricos que, sin embargo, sólo se pueden implementar a través de un marco histórico-temporal que siempre se expresa en conceptos.

Dicho esto, lo que Koselleck usa de los postulados schmittianos es la idea de que al mismo tiempo que todos los conceptos políticos resultan de los mismos criterios, como la distinción entre amigo y enemigo, su expresión siempre está condicionada por la historia. Para esto, a diferencia de la intención del jurista alemán de proponer una comprensión teológica de la historia, Koselleck pretende comprender que los conceptos políticos son el resultado de su tiempo y, por lo tanto, pueden ser maleables y estar sujetos a cambios. Es decir, frente a la necesidad de Schmitt de reducir un proyecto político en términos fundamentales, Koselleck puede inscribirse entre los pensadores «posfundacionales» cuyo compromiso con la crítica de todos los tipos de política no debe entenderse como el proyecto de una nueva decisión política, sino como la crítica de toda presuposición.

 

La historicidad del concepto. El entendimiento schmittiano en Koselleck

Reinhart Koselleck es reconocido como el autor intelectual de una propuesta metodológica que luego sería nombrada, por él mismo y por los críticos, como una historia conceptual (Begriffsgeschichte). En términos generales, ésta se entiende a partir de un interés por identificar los cambios semánticos de las palabras a lo largo del tiempo, a partir de lo cual puede comprenderse su inserción específica en un campo social y su despliegue exitoso a nivel de la sociedad. En esta línea, se reconoce que la famosa hipótesis que Koselleck formuló junto con Otto Brunner y Werner Conze en 1972 sobre un Sattelzeit («tiempo umbral»), que produce la aceleración y una temporalidad a partir de conceptos en el período moderno, responde a un interés en identificar qué conceptos son necesarios para la génesis de un proyecto intelectual y social. Por lo tanto, la historia conceptual se asocia inmediatamente con una metodología de análisis histórico que, mediante el análisis lingüístico y semántico, trata de comprender ciertos regímenes de historicidad, es decir, el comportamiento de este o aquel período de acuerdo con su semántica conceptual.

Sin embargo, la metodológica de la historia conceptual en Koselleck está lejos del simple interés de comprender a nivel lingüístico la formulación de esta o aquella palabra en el sentido en que una historia de las ideas meramente nominal podría hacerlo. Es decir, en contraste con la intención que también predominaría en la historiografía anglosajona de la posguerra, Koselleck no tenía la intención de separar los conceptos y su expresión en el lenguaje de un análisis puramente existencial. Por el contrario, trataría de unirlos en una propuesta compleja según la cual el lenguaje mismo —y por lo tanto los conceptos— es la expresión de la sociedad.1 Así, es posible afirmar que Koselleck trató de aplicar una teoría compleja de conceptos que no se limita a términos lingüísticos, sino que, por el contrario, también se refiere a términos metalingüísticos y cuestionamientos existenciales con respecto a algunas nociones clave (metahistóricas también) de la condición humana.2 En otras palabras, su proyecto tenía como objetivo mostrar que los conceptos efectivamente transforman las realidades sociales, pero no sólo por el poder performativo de las palabras, sino porque los conceptos también pueden expresar condiciones humanas fundamentales y ontológicas que, sin embargo, siempre aparecen en términos de contingencia temporal y espacial. Por lo tanto, la historia conceptual está lejos de la comprensión de la sociedad en términos lingüísticos, y es más exacto decir que su intención principal es tratar de mostrar cómo algunas estructuras fundamentales humanas —como la sociedad— se expresan en conceptos. En este sentido, podemos entender su enfoque de la historia política conceptual, que, como se mencionó, no tenía la intención de dibujar un enfoque histórico hacia algunos de los lenguajes clave de la modernidad, sino de identificar cómo la política moderna trata la cuestión existencial humana y, a su vez, política.

Algunos años antes de que el historiador alemán elaborara de forma explícita sus enfoques metodológicos, realizó un trabajo previo a la formulación de la historia conceptual que ya contenía sus preguntas fundamentales. Fue principalmente a través de su proyecto de tesis doctoral, que luego se publicaría en forma de libro en 1959, Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, donde Koselleck reconoció la necesidad de emplear un análisis de la crisis del mundo contemporáneo asumiendo algunas hipótesis metahistóricas que le permitieran entender esta condición. Para la formulación de esta propuesta de lectura, utilizó un análisis de ciertas palabras e ideas que permearon sustancialmente no sólo durante el período ilustrado, sino también durante la crisis política que en ese momento se extendía hacia el nuevo totalitarismo de la Europa de la posguerra.

La hipótesis de Koselleck para explicar «la patogénesis del mundo contemporáneo» es que, durante la Ilustración, surgió una actitud fundamentalmente utópica (y apolítica) que, en términos generales, resultó en una conciencia de nula capacidad para tomar decisiones políticas. Específicamente, lo que le interesa es identificar los mecanismos a través de los cuales ciertos conceptos cercanos a la noción de «guerra civil» fueron eliminados y reemplazados por otros que, de diferentes maneras, eliminaron la posibilidad de confrontación y de una decisión política con un fuerte anclaje. Así, su hipótesis sugiere que el Estado absolutista se asume en un primer momento como capaz de controlar todas las decisiones y movimientos, asumiendo él mismo un concepto de lo político que se hipostatiza y contra el cual hubo una nula respuesta por parte de los ilustrados ya en el siglo XVIII. Por el contrario, los ilustrados sólo pudieron incorporar los fracasos del absolutismo en forma de crítica, es decir, desde una política moral que se expresará tanto en las filosofías de la historia como en una actitud de inseguridad a través de un sujeto político despolitizado confinado «a los corredores fuera de las cámaras de la toma de decisiones políticas reales».3 Así, lejos de haber una solución, la nueva gama de intelectuales sólo generó un mecanismo de exclusión de la política, donde el campo de la crítica y de la République des Lettres es incapaz de reconocer otra cosa que filosofías y progresos hipotéticos. Pero en lugar de comprender a este contexto como uno que crea su propio inventario de nuevos lenguajes, Koselleck lo entiende como momento clave para la fundamentación de una actitud y, a su vez, de una definición paradójica de lo político que se resume en la siguiente hipótesis principal: «El proceso crítico de la Ilustración evocó la crisis en la misma medida en que el significado político de esa crisis permanece oculto».4

A diferencia de lo que Koselleck trabajaría en un reconocimiento abierto con el análisis semántico como parte de una historia conceptual, en Crítica y crisis no se enfatiza la aparición de ciertas palabras, sino que identifica un comportamiento a nivel general sobre lo político y, más aún, su expresión determinada en el período a través de su negación misma. Es decir, más allá de la experiencia enciclopédica, aquí el objetivo era identificar el comportamiento y la génesis de una actitud política o, si se prefiere, antipolítica.5 Más allá del nominalismo, Koselleck sugiere un entendimiento que apunta hacia una definición del concepto como una actitud o cierta naturaleza indeterminada que condiciona y desemboca en política. Para entender esto, tenemos que hacer algunas breves consideraciones.

En primer lugar, tenemos que recordar que para la formulación de este proyecto, Koselleck toma como punto de partida a Schmitt, con quién además sostuvo un contacto constante en los años previos a la elaboración de este primer proyecto.6 Además de la comprensión de Schmitt de la crisis de la modernidad como un fenómeno derivado de su propia lógica, Koselleck también heredó de él la necesidad de tratar de definir y comprender la política desde un punto de vista único e incontrovertible, que Schmitt trató de definir en El concepto de lo político a partir de un análisis de las «distinciones propias últimas a las cuales pueda reconducirse todo cuanto sea acción política en un sentido específico».7 Como ya ha sido advertido, se trata de la distinción entre amigo y enemigo.

Según Schmitt, esta definición no trata de definir lo político de manera exhaustiva ni a través de un contenido. Por el contrario, se trata de una «determinación de su concepto en el sentido de un criterio».8 En este sentido, la afirmación de Schmitt tiene por fondo comprender «la esencia de lo político», a partir de lo cual se entiende la insistencia en criticar la supuesta naturalidad de palabras y asociaciones como el Estado, pero también la famosa observación crítica sobre este ente como una hipostatización del concepto de lo político: «El concepto de Estado supone el de lo político».9 Así pues, Koselleck hereda este tratamiento fundamental del concepto de lo político, entendiendo que, más allá de la formulación a nivel lingüístico de ciertas palabras con una actitud política, existe una comprensión previa que, según el sentido lingüístico, se expresa de acuerdo con la aceptación de esta política, como en el período de la modernidad temprana a través del concepto de «guerra civil»; o mediante la eliminación de criterios específicos, como en la modernidad tardía con la creación de una semántica fundamentalmente utópica. Así, la hipótesis del historiador responde a la necesidad de aclarar a través de qué criterios lo político se expresa en un momento determinado: en el marco del análisis de la modernidad ilustrada se entiende a través de ciertos criterios conceptuales (no nominalistas) que, en este caso específico, sirven para eliminar cualquier posibilidad de guerra civil y crear un mundo en el que el binomio amigo/enemigo se exprese en una neutralidad, desde la neutralización utópica.

Ahora bien, esta idea, aunque no se reconoce explícitamente en las páginas del libro, es esencial para comprender el desarrollo existencial (y extralingüístico) de la historia conceptual. Por un lado, Koselleck asume que, de hecho, hay estructuras binominales que, como «amigo y enemigo», detentan el poder semántico de los conceptos, asumiendo que hay una especie de estructura antropológica que va más allá de la historia y codifica lo político y su historia. A partir de aquí se entiende el interés que luego se encontrará en la historia de tratar de reducir, á la Schmitt, todo el comportamiento conceptual de la historia según «criterios específicos», para lo cual toma no sólo el binomio «amigo y enemigo», sino también otros como «amo y esclavo», «femenino y masculino», «bárbaro y civilización», así como «experiencia y expectativa».10 Es pues desde esta perspectiva schmittiana, cercana también a la crítica ontológica de la política, que Koselleck insiste en que la formación de unidades políticas en la historia siempre responde a la formulación de conceptos y, más en específico, que ciertos conceptos están delimitados aun antes de su expresión en nominalismo de acuerdo con esta estructura previa. Se entiende también que, por ejemplo, un concepto político nunca crea una actitud política radicalmente novedosa, sino que ésta siempre responde a la estructura antes mencionada, pues sólo desde aquí se puede entender la formulación de palabras. Ahora bien, esto no quiere decir que el lenguaje y sus entramados semánticos no generen, de hecho, una actitud o un espacio político, sino que, más allá de toda diferencia nominalista, esto siempre resultará en la creación de un espacio de diferencia de los grupos sociales. Así, Koselleck insiste en que:

 

Una unidad social o política de acción se constituye sólo mediante conceptos en virtud de los cuales se delimita y excluye a otras, es decir, en virtud de los cuales se determina a sí misma. … siempre se exigen conceptos en los que un grupo se debe reconocer y determinar a sí mismo, si es que quiere poder aparecer como unidad de acción. Un concepto, en el sentido que aquí se está usando, no sólo indica unidades de acción: también las acuña y las crea. No es sólo indicador, sino también un factor de grupos políticos y sociales.11

 

Por lo tanto, en la comprensión fundamental schmittiana de que «todos los conceptos políticos son conceptos polémicos»,12 Koselleck reconoce que existe una fórmula previa a cualquier formulación del concepto y, también, que el concepto es el punto de partida y el fundador de la configuración y la actitud de cualquier movimiento o fenómeno político. Por consiguiente, no se trata sólo de una apreciación lingüística de tales o cuales palabras políticas, sino también de una apreciación de la esencia de la política y de su expresión en el lenguaje. Como lo señala Oliver Marchart, tiene que haber una distinción con respecto al nominalismo puro, pues «no sólo el discurso político sino el lenguaje como tal funcionan políticamente».13 En tal sentido, más allá del nominalismo, Koselleck entiende ya en Crítica y crisis que los conceptos políticos no remiten solamente a meros fenómenos lingüísticos, sino a ciertas asunciones fundamentales. Y en ese sentido, las actitudes políticas, como la utopía y la despolitización, son también tratamientos del concepto de lo político.

Por otro lado, estos gestos schmittianos en Koselleck no deben entenderse como parte del programa del jurista para generar, desde el compromiso con una ontología, un ejercicio final y fuertemente anclado de lo político, sino que pretende generar un marco de análisis para la aclaración teórica de una posible historia política existencial. Además, este préstamo de El concepto de lo político, con sus implicaciones en la lectura ontológica de lo político, no implica la necesidad de basar una historia basada en preceptos metafísicos, como cuando Schmitt nos hace pensar que toda la historia responde a lo teológico, ya sea a través de su negación o de su cercanía. Por el contrario, la afirmación es parte de la insistencia de Koselleck en proporcionar a la historia un análisis preciso de las categorías existenciales. En Crítica y crisis esto se reitera constantemente, por eso insiste en que dicho análisis debe prestar atención a la neutralización histórica de las decisiones políticas: «Las dudas y la apertura de todas las decisiones que aún están históricamente pendientes parecen haber sido eliminadas, o las decisiones se manifiestan en la mala conciencia de quienes están sujetos a ellas».14

Pero es especialmente en sus artículos de publicación posterior donde se reconoce la insistencia por esta razón que Koselleck también reconoce como un fracaso debido a la nula capacidad de atentar contra el historicismo académico. En oposición, reconoce ciertos énfasis (como el de Heidegger, por ejemplo) para comprender la historicidad del ser sin la necesidad de caer en la relatividad total del historicismo. Pero, según su lectura, aunque el énfasis en el Dasein heideggeriano nos permite vislumbrar una lectura del ser, no reconoce aspectos antropológicos que también son históricos: «La historicidad se trata como una categoría de la existencia humana, sin embargo, no se tematizan estructuras intersubjetivas o transindividuales. … Por eso, por un lado, el peligro de una ontología transhistórica de la historia se esconde detrás de la fructífera categoría de historicidad».15 Por lo tanto, podemos sugerir que el estudio schmittiano del concepto de lo político le permite ver los criterios específicos como una especie de ontología y, a su vez, la historia de los conceptos responde a la actualización de éstos de acuerdo con su historicidad, lo que no responde a la necesidad de un relato transhistórico para comprenderlos, sin embargo, como formas contingentes. Desde este otro ángulo, el criterio de Schmitt que delimita los antagonismos y crea política se expresa en Koselleck como todo aquello que puede proporcionar historicidad y, al mismo tiempo, una ontología —pero contingente— en la historia. Es posible entender esto a través de esta declaración:

 

La historicidad y las categorías que se le asignan se abren a una historia (Historik) y a una metahistoria que investiga la movilidad en lugar del movimiento y la capacidad de cambio en lugar del cambio en un sentido concreto. Existen muchos criterios similares para la actuación y el sufrimiento histórico (historisch) que son básicamente «intemporales» en toda la historia y sirven para desbloquear la historia (Geschichte). Estoy pensando en tales criterios como «amo y sirviente»; «amigo y enemigo»; la heterogonía de propósitos; las relaciones cambiantes del tiempo y el espacio con respecto a las unidades de acción y el poder potencial; y el sustrato antropológico para el cambio generacional en la política.16

 

Podemos apreciar con ello que la intención no es formular una narrativa cristiana como lo hace Schmitt, a partir de la cual se funda un camino teleológico según el cual se puede apreciar la proximidad a la esencia de un concepto. Frente a esto, la historia es el resultado de expresiones contingentes del mismo concepto, que cambian según los criterios. Para éstos, el análisis de un proyecto como Crítica y crisis puede entenderse a partir de la insistencia en aclarar no sólo la actitud moderna, sino también la razón por la cual, según él, la modernidad es un período político pasivo.17

Por lo demás, como lo sugiere Niklas Olsen, en la correspondencia entre Koselleck y Schmitt se expresa la necesidad del primero de comenzar con un análisis ontológico de lo político para comprender su posible neutralización en el contexto particular del surgimiento del totalitarismo, extendido hasta la posguerra y los conflictos entre bloques de la Guerra Fría: «El punto de partida de un análisis histórico-ontológico debe … ser la guerra civil contemporánea».18 Como hemos visto, en Crítica y crisis, Koselleck se basa en la definición conceptual de lo político desde una estructura que asume al conflicto como punto de partida para mostrar que, en la modernidad ilustrada, este concepto se desarrolla a través de su negación. Podemos ver esto, en primer lugar, a través de la eliminación de cualquier principio garante de una decisión política pura que, aunque Koselleck no lo define, parece insistir en la definición schmittiana de la política como antagonismo:

 

Políticamente impotente como sujeto de su soberano, el ciudadano se concibió a sí mismo como moral, sintió que la regla existente era abrumadora y la condenó proporcionalmente como inmoral ya que ya no podía percibir lo que es evidente en el horizonte de la finitud humana. La dicotomía de la moral y la política hizo inevitable la alienación de la moral de la realidad política…19

 

Puede verse que esta sugerencia de la Ilustración como un período «antipolítico» se basa en la idea de que el utopismo ilustrado tenía la clara intención de crear condiciones de igualdad, siempre patrocinadas por el Estado como un centro que, ahora, utiliza diferentes dispositivos institucionales y legales para marginar el conflicto, actitud que, según sus análisis, se extiende también al mundo contemporáneo. En este sentido, Koselleck encuentra el compromiso de comprender la guerra civil contemporánea desde las categorías ontológicas en un tratamiento del concepto definido a partir de su operatividad antagónica. Tanto es así que los conceptos «equivalen en esto a los del espacio y el tiempo» (es decir, son casi aprioristas) y por eso, en consecuencia, fundamentan esta o aquella temporalidad.20

En otras palabras, estas categorías, y aún más, su surgimiento como resultado de un antagonismo interno (también definido como inherentemente existencial) son la condición de posibilidad para el surgimiento del concepto a partir de su horizonte: «Éstas son categorías de conocimiento que ayudan a apoyar la posibilidad de una historia».21 Por lo tanto, más allá de la formulación de una metahistoria, en Koselleck hay un interés en resolver las habilidades existenciales de la política para comprender su funcionamiento y, más aún, la generación de historia por ellos. Así, esta historia conceptual como conocimiento ontológico de la política para el presente tendría la intención de revelar la forma en que aquellos a priori formulan su propio régimen de historicidad, entendiendo que esto, a su vez, no se limita a la definición contextual de una temporalidad, sino a cualquier definición conceptual dentro de ella.

 

Más allá del concepto. La historización de toda política

El reconocimiento de los horizontes bajo los cuales funcionan y se desarrollan los conceptos permite, entre otras cosas, pensar en la historia como una serie de sucesiones interminables para la primacía de este o aquel concepto y, por lo tanto, de una forma de política y de historia. Esta comprensión se basa en la necesidad de pensar en la humanidad en constante conflicto, más allá de las generalizaciones excesivas. En autores como Koselleck esto tiene el objetivo de utilizar la historia como una herramienta para reconocer en el mundo contemporáneo la posibilidad de una política a través del reconocimiento de su decisión. A su vez, eso coincide con algunas de las ideas de lo que en los últimos años se ha llamado «pensamiento posfundacional», cuya insistencia en aspectos que van más allá de las presunciones naturales, pero también en elecciones clave y en el campo de la ontología, ha dado nacimiento a una nueva esfera política. Es así que para Marchart, quien piensa que la ontología y la política se pueden redefinir una vez que se revela su contingencia, el concepto de lo político que aparece en el pensamiento moderno y posmoderno presenta la oportunidad de una nueva forma de pensarlo una vez que se ha demostrado su núcleo. Marchart señala que esto puede encontrarse en la insistencia de un análisis como el de Koselleck, pues la intención fundamental es develar el tratamiento del concepto, sólo con la intención de liberarlo de sus ataduras con la tradición:

 

Al final de la politización de los conceptos se halla, pues, el concepto de lo político. Lo que ocurrió junto con la politización de los conceptos fue la dislocación del horizonte fundacionalista. Ahora bien, cuando el cambio de horizonte vuelve al punto de partida, o sea, después de un proceso de continua autonomización, lo político mismo (lo político como aquello que no puede ser confinado dentro de los límites del ámbito de la política) se convierte en un nuevo horizonte.22

 

En concordancia con la tesis de Marchart, podemos entender en la misma línea la intención de Koselleck por comprender el concepto de lo político. Como hemos sugerido, los análisis de Koselleck del período moderno intentaron comprender la falta de fundamentos políticos, así como los merodeos detrás de las estrategias de democratización que ocultan las estructuras existenciales. Koselleck trató de proporcionar un estudio de cómo esto se oscureció, creando no sólo una actitud pasiva, sino también «temporalizando la crítica» y la decisión política. En este sentido, lo que Koselleck intentó hacer, a través de la crítica histórica, fue demostrar que todos los conceptos políticos, además de estar sujetos a la polémica, dependen de sus propias estructuras de temporalización, para lo cual luego se puede entender su funcionamiento autónomo. Por lo tanto, además de las claras intenciones conservadoras con respecto a las actitudes ilustradas, encontramos en Koselleck un espíritu iluminado cuya intención es tratar de liberar el concepto de lo político del ámbito de la política, alabando su propia autonomía que surge de hecho de su propia lógica. Es decir, al mismo tiempo que desprecia el espíritu de los conceptos modernos, Koselleck reconoce en ellos actitudes fundamentales que son inherentes a la política moderna, como la democratización y la temporalización.23 Para esto, es necesario el uso de un punto de partida ontológico, así como su insistencia en su contingencia. La propuesta de Koselleck puede entonces leerse como un intento de dar al concepto de lo político su autonomía desde el núcleo de la historia.

Sin embargo, antes de llegar a tal conclusión, esta idea también debe ser analizada por críticas severas, ya que el uso del análisis ontológico y las presunciones históricas en esto parecen ser paradójicos, si no contradictorios. En otras palabras, un problema fundamental con respecto al uso de presunciones metahistóricas y estructurales para el análisis histórico es que, a pesar de la insistencia en radicalizar su condición de contingencia, este tipo de análisis tiende a pensar la historia humana en términos metafísicos. El uso del concepto de lo político, por ejemplo, nos muestra que, a pesar de la insistencia de sus fundamentos históricos, toda la historia está dada por la misma inercia. En el caso de la historia de los conceptos, este problema parece mostrar, por un lado, que toda la historia está escrita y realizada por aquellos que tienen el poder de crear un nuevo lenguaje y que, en tal sentido, toda la historia entendida a partir de conceptos políticos es sólo el resultado de los que aparecieron en las esferas públicas. O en otras palabras, parece que todos los conceptos políticos que prevalecen son los de los ganadores de la historia. Por otro lado, esto podría conducir a una serie de problemas con respecto a la escritura de la historia por sí misma, en la que el historiador crea una serie de pasos para los cuales el historiador elige qué conceptos pueden ser o no importantes.

El problema se asocia comúnmente con la propuesta ontológica de Schmitt, cuya intención y acciones con respecto al apoyo del nazismo afirman que el uso de la ontología transhistórica demuestra la base de una narrativa histórica con intenciones dictatoriales y de presuposiciones metafísicas. Recordemos que, paralelamente a la definición en el sentido de un criterio, Schmitt trató de dar al concepto de lo político una narrativa de acuerdo con los fundamentos de la teleología cristiana que, en su opinión, también extendía las fórmulas cristianas hacia la modernidad. En el texto que acompaña a la publicación de El concepto de lo político, que tiene por nombre La era de la neutralización y la despolitización, Schmitt es más enfático al señalar cómo, a través de ciertos conceptos modernos, el poder de toma de decisiones, que es más cercano en su pureza dependiendo de cómo se marque la distinción de amigo/enemigo, se degrada con el advenimiento de una técnica y las esferas múltiples del proyecto moderno de secularización. Esto también se expresa en su hipótesis multicitada que sugiere que la modernidad no es más que una actualización en diferentes denominaciones conceptuales de lo político que, en esencia, se actualizan de acuerdo con el principio teológico: «Todos los conceptos centrales de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados …. Lo cual es cierto no sólo por razón de su evolución histórica, … sino también, por razón de su estructura sistemática».24 Esto, de hecho, muestra que más allá de las intenciones historiográficas, Schmitt trató de abrir un camino para comprender la aparición de un nuevo soberano cuya efectividad política podría lograrse a partir de los errores de la historia.25

Sin embargo, también existe un análisis que afirma que Schmitt propone una comprensión de la humanidad como «existencia sin fundamento», por lo que algunas de las figuras clave como el partisano, el soberano, el volk, entre otras figuras, demuestran que Schmitt entendió las humanidades como históricamente determinadadas por la «situación».26 Es decir, más allá de las evidentes presuposiciones en cuanto a la transferencia de contenidos, Schmitt reconoce que, a pesar de todo, cada momento actúa de acuerdo con su propia lógica y, a pesar de la evidente transferencia teológica, los conceptos se formulan de acuerdo con cierta autonomía. Pues si bien hay una estructura de base, lo que ésta revela es una fragilidad fundamental de todo lo político. Como lo señala Michael Marder, si la ontología política se define aquí en términos de una «existencia sin fundamento», esto es precisamente «porque ya no se está atado sólo a modelos espaciales, sino que depende de la temporalidad de la situación histórica, asignaturas colectivas e individuales».27 De ahí que la crítica de Schmitt hacia algunos discursos fundamentales de la modernidad como el liberalismo y la Ilustración deba entenderse como una forma de dar autonomía a la política a través de esta historización radical. 28

Como hemos visto, esto prueba otra conexión entre Schmitt y Koselleck que, junto con el reclamo de radicalizar al Dasein, le permite desarrollar la idea de que todos los conceptos son de hecho históricos y que, como tal, un concepto claro de política y su historia sólo funcionan desde la historicidad radical. Esto también permite a Koselleck formular la idea de que los conceptos están condicionados al mismo tiempo a nivel ontológico e histórico. Así entendemos la afirmación de Koselleck según la cual, a pesar de su reconocimiento de la existencia de algunas intenciones estructurales de larga duración, éstas sólo pueden adquirir sentido si se entiende que están siempre sujetas al tiempo:

No importa si la singularidad de las experiencias primarias se explica por el razonamiento causal a lo largo de la sucesión de eventos, por condiciones a largo plazo o por significados perdurables …. En cualquier caso, el método que reconstruye un caso y pregunta cómo fue posible en primer lugar, siempre se basa en la multicapa temporal, es decir, que las experiencias se crean de manera única29

Ésta es la razón principal por la que Koselleck reconoce, más allá de las condiciones metalingüísticas, que todos los conceptos deben tener como condición el hecho de que pueden ser cambiables y, por lo tanto, de que son en esencia maleables.30 Y, al igual que Schmitt reconocerá más tarde en El nomos de la tierra, Koselleck reconoce que todos los conceptos deben tener su espacialización adecuada, sin la cual el tiempo y otros fenómenos no pueden ejecutarse hacia y para el concepto.31

Sin embargo, una vez más, esto no significa que Koselleck haya entendido la historia como un papel clave para tratar de rehacer una nueva narrativa á la Schmitt en la que los errores del pasado puedan corregirse. Y es por esto que aparecen nuevas paradojas. Recapitulando la intención de su proyecto inicial, Koselleck intenta determinar cómo es que la modernidad, en su carácter utópico, genera un horizonte de sentido metahistórico, en cuyo carácter utópico y reformista esconde una idea de un futuro perpetuo, desde la cual pensar la historia como emancipación «viene ser tan importante como dominar la naturaleza».32 En este sentido, parece paradójico que Koselleck insista en que, a pesar de las críticas hacia el dominio de la naturaleza como principio de temporalización de la política, la historia vuelve a ser importante.

Por lo demás, el propio Koselleck reconoce que, para cambiar la Historia (Geschichte), se deben crear nuevas condiciones, pero éstas no pueden exceder algunos de los giros metalingüísticos previos, como el de amo y esclavo. Así, por ejemplo, afirma que «toda reescritura de la historia existe bajo la presión de una transformación de la experiencia que obliga al historiador a sustituir las explicaciones nuevas por las existentes o complementar las explicaciones existentes». Pero, como también señala, esto «altera el estado lingüístico de una historia pasada sin necesariamente dejar de ser “la misma” Historia»33. Es decir, no importa cómo se reescriba la Historia, estas presunciones antropológicas y ontológicas no pueden ser superadas y, al mismo tiempo, siempre están sujetas al tiempo y al espacio. En otras palabras, hemos de pensar que, como él mismo lo sugiere, un concepto determina a lo político, entendido esto como una condición particular que en absoluto se asemeja con la política: «Como Carl Schmitt también concretó esta oposición con su propia toma de partido, en principio acuñó una fórmula que no se podía superar en tanto que condición para la política posible. Pues se trata de un concepto de lo político, no de la política».34 Así, entendemos que la insistencia de Koselleck por dotar autonomía a la política se puede entender sólo desde esta condición de historicidad radical, según la cual, además, hay una diferencia de facto entre aquello que se presenta al momento como lo político, y la política, que resultaría de la suma de estas experiencias. Desde luego, esto no quiere decir que se desconozca la importancia de ciertas estructuras y, mucho menos, de los lenguajes políticos, sino que se insiste en una doble y compleja hipótesis de que sólo reconociendo éstas se puede entender la suma histórica de ellas: «Independientemente de las precondiciones prelingüísticas que entran o han entrado en la historia, la realidad de las historias pasadas sólo está presente en sus formas lingüísticas».35

Es así que sugiero que podemos interpretar el análisis koselleckiano no como un intento más que presiona desde las «enseñanzas de la historia» para un nuevo decisionismo político basado en nuevos criterios dados por la Historia, sino, en cambio, que su propuesta puede ser entendida como la necesidad de entender que no importan cuántas presunciones se tengan, ya que la historicidad siempre gana en cuanto a la determinación. Después de todo, como él mismo señala: «El costo que la “Historia” nos carga con sus imposiciones de significado es hoy demasiado alto para nosotros si pretendemos actuar».36 Por eso sugiere que tendríamos que no es la historia misma en cuanto magister vitae la que nos puede llevar a un análisis más responsable del presente, sino que solamente podemos asumir que estamos sujetos a ella. Por esto, insiste Koselleck que:

…estos resultados no deben cargarse con el significado de una Historia autorrealizada. Hacerlo sería engañar a los humanos sobre su responsabilidad hacia ellos mismos y hacia los demás, … que no pueden, en ningún caso, evadir. La historia no es un tribunal ni una coartada.37

Esto también sugiere que esos «peligros de una ontología transhistórica» no pueden marcarse nuevamente con una nueva comprensión de un decisionismo político desde el conocimiento de la ontología. Más bien, muestra cómo a través de la historia, todos los conceptos pueden ser nuevamente políticos y, por lo tanto, cambiados, rechazando toda naturalización e ímpetu positivo como los de las ideologías modernas. Por lo tanto, si los conceptos pueden volver a ser políticos a través de la historia, no se trata de reconocer la virtud de su valor temporal, ni de reconocer cómo podrían crear un nuevo horizonte de futuro, sino de asumir que todo concepto político siempre es cuestionado por la historia y, por lo tanto, es susceptible de maleabilidad.

 

La contingencia de los conceptos como apertura

El análisis de Koselleck comprende el desarrollo humano en la historia como lo dan algunas condiciones metahistóricas y metalingüísticas que, de hecho, condicionan todos los conceptos y, por lo tanto, la historia misma. Esta idea parece colocar su propuesta entre la teoría de la historia en la que todo se reduce a lenguaje, y a través de la cual la historia se lee simplemente como una disciplina, como una circulación del conocimiento en un sentido foucaultiano y, también, como mero discurso. Pero, a diferencia de la idea de que la historia —y por lo tanto el tiempo— está condicionada por las palabras y es esencialmente discurso, Koselleck trató de lograr una mayor comprensión de cómo se dan las palabras, tomando algunas de las otras influencias en el pensamiento político posmoderno. En este sentido, el uso de bases teóricas, como la crítica schmittiana de la ontología de lo político, le permitió crear una idea según la cual la historia no sólo está condicionada por las palabras, sino también por algunas operaciones primordiales que son afectivas: los conceptos. Así, como afirma Pankakoski, los conceptos «no son simplemente un reflejo o una representación de las estructuras sociales y el interés, sino que también son instrumentales para proporcionar la autocomprensión de los actores sociales y políticos».38

Así, debemos entender su propuesta como un intento de proporcionar un suelo teórico para la historia de tal manera que, en compás con el peligro de algunas conclusiones del pensamiento posfundacional, no decaiga en nihilismo. Más bien, estos intentos muestran un interés por lograr una nueva teoría de la historia que, de hecho, sea teóricamente fuerte. Entonces, contra algunos de los comentarios nihilistas de toda la historia como discurso, lo que Koselleck intenta hacer es darle a la historia una nueva teoría para su funcionamiento, ya que como él afirma: «Sólo la teoría transforma nuestro trabajo en investigación histórica».39 Por lo tanto, la historia de los conceptos se muestra como una forma de darle a la historia su propia capacidad de reflexión política, no convirtiéndola en un ejemplo de lo que se puede y no se puede hacer, sino dándose cuenta de que, de hecho, todos los conceptos —que incluyen la idea de la historia— están dados por el tiempo y el espacio.

En el caso de los conceptos políticos, se trata de ir más allá de la transferencia y estructura sistemática de un mismo modelo, pues aun cuando éstos responden a criterios compartidos, el camino que los hace valer es diferente. En otras palabras, más allá de la univocidad del concepto de lo político, la propuesta de la historia conceptual atiende la radicalidad histórica de toda formulación nominalista, no sin renunciar a las bases necesarias para dar cuenta que, en efecto, los conceptos son formulaciones humanas y, por lo tanto, contingentes. Así, la propuesta de Koselleck permite asumir la probabilidad de contingencia de la política, que resulta así escindida en su entendimiento con respecto a la historicidad del concepto.

En este sentido, la metodología de la historia conceptual permite acercarse a la política desde dentro, reconociendo tanto su disfraz conceptual y nominal, como su esencia autónoma. Por ello, se reconoce que a pesar del interés compartido por realizar un diagnóstico de los malestares contemporáneos desde la ontología, ésta se usa ahora tanto para revelar la fragilidad de los discursos como para proveer de un andamiaje teórico desde el cual, una vez asumida esa autonomía, la política pueda ser operable. En otras palabras, es necesario asumir una constante carga tanto de historicidad como de contingencia, según la cual hay que concretar una política acorde a las necesidades, pues, como él afirma: «Mientras las unidades humanas de acción delimiten y localicen, existirán conceptos contrarios asimétricos y técnicas de negación que seguirán influyendo en los conflictos hasta que surjan otros nuevos».40

 

Bibliografía

 

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Notas

1 Dos figuras contemporáneas a Koselleck son de suma importancia: John Pocock y Quentin Skinner, ambos representantes de la llamada Escuela de Cambridge. Tanto Pocock como Skinner prestaron atención a la historicidad de los lenguajes políticos, en el entendido en que es bajo los códigos que éstos se presentan, que la política y su historia se desenvuelven como mero discurso. La diferencia con Koselleck es que el enfoque de ambos autores es estrictamente nominalista, e insiste en que los lenguajes políticos sólo pueden ser entendidos de acuerdo con su transferencia histórica.

2 Estas precondiciones son exploradas y bien definidas en un artículo de aparición tardía: «Linguistic Change and the History of Events». Ahí, se reconocen tres dualidades metahistóricas comunes que anteceden a todo concepto: antes-después, adentro-afuera, y arriba-abajo, que también se define como amo-esclavo. Son pares de oposición «sin los cuales ninguna Historia surgirá, independientemente de la forma que adopten en casos particulares». El objetivo principal para esto era crear el argumento en el que «el lenguaje y la historia no pueden ser simplemente equiparados», cf. Reinhart Koselleck, «Linguistic Change and the History of Events», p. 137. La traducción es mía.

3 R. Koselleck, Critique and Crisis. Enlightenment and the Pathogenesis of Modern Society, p. 9.

4 Ibid., p. 2.

5 Lo más cercano a un análisis propiamente semántico lo encontramos en el Excurso que acompaña a la publicación. Ahí particularmente, Koselleck identifica el tratamiento del concepto de «guerra civil» en el Diccionario de Pierre Bayle y en la Enciclopedia, que luego del siglo XVIII desaparece y es más bien sustituido por nociones como «espectaduría» o «neutralidad».

6 La relación entre Koselleck y Schmitt se dio fundamentalmente a través del intercambio de cartas previo a la escritura de la primera versión de Crítica y crisis. La compilación de algunos fragmentos de éste intercambio se encuentra en Niklas Olsen, History in the Plural. An Introduction to the Work of Reinhart Koselleck y en N. Olsen, «Carl Schmitt, Reinhart Koselleck and the Foundations of History and Politics». Una revisión de la influencia intelectual también se encuentra en Tim Pankakosky, «Conflict, Context, Concreteness: Kosellleck and Schmitt on Concepts». Asimismo, Koselleck tiene un estudio preciso sobre la crítica al utopismo en Carl Schmitt, en «The Temporalization of Utopia».

7 Carl Schmitt, El concepto de lo político, p. 6.

8 Idem.

9 Ibid., p. 49.

10 N. Olsen, op. cit., p. 65.

11 R. Koselleck, «Semántica histórico-política de los conceptos contrarios», p. 206. Las cursivas son mías.

12 C. Schmitt, op. cit., p. 60. Véase también N. Olsen, op. cit., p. 188.

13 O. Marchart, op. cit., p. 85.

14 R. Koselleck, Critique and Crisis, p. 186.

15 R. Koselleck, «On the Need for Theory in the Discipline of History», p. 2.

16 Ibid., p. 3.

17 Al respecto, Koselleck enfatiza que el decisionismo no está del todo ausente, sino que se hace parte únicamente del ámbito moral: «El carácter dudoso y abierto de todas las decisiones históricamente sobresalientes parece haber sido eliminado, o las decisiones se manifiestan en la mala conciencia de los que están sujetos a ellas», R. Koselleck, Critique and Crisis, p. 186.

18 R. Koselleck citado por N. Olsen, op. cit., p. 69.

19 R. Koselleck, op. cit., p. 11. Las cursivas son mías.

20 R. Koselleck, «“Espacio de experiencia” y “horizonte de expectativa”. Dos categorías históricas», p. 335.

21 Idem.

22 O. Marchart, op. cit., pp. 84-85.

23 Koselleck sostiene, en el Diccionario de conceptos fundamentales de 1972, que hay cuatro factores básicos que condicionan la aparición de nuevos conceptos: democratización, temporalización, ideologización y politización.

24 C. Schmitt, Teología política, p. 17.

25 Una lectura de esta falta de historicidad se ofrece en Bernhard Radloff, «Heidegger and Carl Schmitt: The Historicity of the Political».

26 Asumiendo la importancia de la historicidad, Schmitt también sugiere que todo concepto es político «en referencia al caso decisivo», C. Schmitt, op. cit., p. 68.

27 Michael Marder, Groundless Existence. The Political Ontology of Carl Schmitt, p. 187. Las cursivas son mías.

28 Olsen sugiere lo siguiente: «Koselleck consideraba las categorías compatibles con la noción de una historicidad radical (la idea de que todas las cosas están sujetas a cambios en el tiempo y en el espacio), pero debido a que sus distinciones conceptuales en un sentido formalista trascienden la Historia, también veía en ellas un punto de vista atemporal y, por lo tanto, analíticamente estable, desde el cual se podía describir, explicar y evaluar el cambio histórico … y, en cuanto a la dimensión política, se suponía que el estricto formalismo de las categorías pasaría por alto todas las formas de significado utópico, de unidad o de dirección de la historia», N. Olsen, History in the Plural, p. 8.

29 R. Koselleck, «Transformation of Experience and Methodological Change: a Historical Antropological Essay», p. 72.

30 N. Olsen, op. cit., p. 172.

31 R. Koselleck, «On the Need for Theory in History», p. 7.

32 R. Koselleck, Critique and Crisis, p. 11.

33 R. Koselleck, «Linguistic Change and the History of Events l», p. 156.

34 R. Koselleck, «Semántica del cambio histórico de la experiencia», p. 251.

35 R. Koselleck, «Linguistic Change and the History of Events», p. 156.

36 R. Koselleck, «On the Meaning and Absurdicity of History», p. 195.

37 Ibid., p. 196.

38 T. Pankakoski, op. cit., p. 442.

39 R. Koselleck, On the Need of Theory in History, p. 6.

40 R. Koselleck, Semántica del cambio histórico de la experiencia, p. 250.