Número 83

Koselleck y el concepto de historia

Hayden White

Es un gran honor haber sido invitado a presentar esta colección de ensayos y textos.* Algunos lectores de lengua inglesa conocerán ya Futuro pasado, una obra fundamental de teoría histórica. Esta colección de ensayos posee un alcance mucho más vasto que confirma el estatuto de Koselleck como uno de los más importantes teóricos de la historia y de la historiografía de la segunda mitad del siglo XX. La obra de Koselleck tiene efectos importantes en los estudios culturales contemporáneos, los cuales van más allá de las discusiones en torno a los problemas prácticos del método histórico. Se trata del exponente y el practicante más importante de la Begriffsgeschichte, una metodología de los estudios históricos que se centra en el nacimiento y el desarrollo de los conceptos (Begriffe) fundamentales que conforman y subyacen tras una manera distintivamente histórica (geschichtliche) de ser en el mundo.

Si esta formulación del proyecto de Koselleck aparenta ser intimidantemente hegeliana para las sensibilidades anglófonas, esto se debe a que su trabajo mismo se funda radicalmente en la tradición de las Geisteswissenschaften que se extiende desde Kant y Hegel, pasando por Marx, Dilthey y Nietzsche, hasta Weber, Heidegger y Gadamer. No obstante, no existe nada insular en Koselleck. Él posee un conocimiento profundo de las contribuciones inglesas, estadounidenses y francesas a la filosofía de la historia, y asume todos los alcances de la historia europea, desde los griegos hasta el presente, como su campo de indagación.

Sin embargo, es al estudio mismo del concepto de historia al que Koselleck ha dedicado la mayor parte de su vida académica. No se trata de que Koselleck considere el concepto de historia como una especie de paradigma platónico con respecto al cual deberían medirse todas las «ideas» individuales de la historia. Por el contrario, él piensa que la propia noción de historia tuvo un largo período de desarrollo histórico, que se extiende desde Heródoto hasta Gibbon, antes de alcanzar, en el siglo XIX, una conceptualización como un modo fundamental de existencia humana. Antes de esta época, los hombres poseyeron ciertamente un número de ideas asociadas a la «historia», concibiéndola como un método de investigación («indagación»), un lugar («el pasado»), un proceso (temporalidad), una práctica (memoria histórica, celebración, conmemoración), un género literario o, más precisamente, retórico (la escritura de la historia) e incluso la manifestación de una categoría ontológica (la humanidad). No obstante, casi nadie subrayó, salvo raras excepciones (como ocurre en Vico), una diferencia entre la temporalidad natural y la temporalidad histórica, la cual, de acuerdo con Koselleck, es crucial para comprender el papel que el concepto de historia ha desempeñado en la identidad de la sociedad y la cultura en la Europa moderna.

Para Koselleck, la modernidad de nuestra época difiere de todas aquellas modernidades de épocas pasadas de transformación social, de revolución tecnológica y de renacimiento cultural en virtud del «concepto de historia» alcanzado por la cultura europea. Mientras la cultura europea se ha caracterizado siempre por un sentido de la historia, un sentido de tener una historia, un sentido de ser un fenómeno histórico, únicamente en su fase moderna —en algún momento entre 1750 y 1850— la sociedad europea comenzó a pensar y actuar como si ella existiera en la historia, como si su «historicidad» fuera una característica suya. Eso es lo que Koselleck sostiene, y los ensayos de esta colección, traducidos de una manera tan hábil por Todd Presner y sus colegas, confirman esta aseveración con una fuerza y una amplitud impresionantes.

No obstante, estos ensayos no deben ser concebidos como una contribución a la «filosofía de la historia» a la manera especulativa y profética de Hegel, Marx y Spengler. Más bien, pretenden ser contribuciones a la teoría de la historia, sin la cual, Koselleck insiste, los estudios históricos serían difícilmente una ciencia verdadera, incluso si continúan produciendo información cada vez más verídica sobre el pasado.

Los estudios históricos profesionales modernos nacieron en el siglo XIX, a partir de un deseo por un conocimiento del pasado que estuviera libre de cualquier presupuesto teológico, metafísico e ideológico, y el cual resultara productivo de una información detallada sobre la naturaleza de esas personas que aspiraban a constituirse como nación a raíz de la Revolución francesa. Para construir una imagen de la realidad histórica con la cual fuera posible medir la falsedad de sus diversas construcciones ideológicas, la historia tenía que ser estudiada de una manera objetiva y desinteresada. Sin embargo, puesto que la ideología fue pensada como el resultado de poner la teoría por encima de la recolección de información sobre el pasado —tal y como atestiguan los efectos infames de la filosofía de la historia en el pensamiento social y político—, los estudios históricos permanecieron atrapados en medio de un dilema: para llegar a ser una ciencia, tenían que tener una teoría; pero un interés en la teoría parecía anular ese interés hacia los hechos singulares del pasado en los que los estudios históricos se centraban. Sin embargo, la resolución de este dilema estaba contenida implícitamente dentro de aquello que pasó a ser llamado la visión historicista de la realidad histórica, la cual postuló la historicidad no sólo como un modo específicamente social de ser en el mundo, sino uno marcado además por una experiencia particular de la temporalidad. Así, el «contenido» de la historia podía ser aprehendido como una realidad social que atraviesa cambios bastante diferentes a los de la naturaleza. Puede considerarse que el cambio histórico difiere del cambio natural a causa de su heterogeneidad, multinivelidad y variabilidad en los coeficientes de aceleración. Con el descubrimiento de que el tiempo de la historia era diferente del tiempo de la naturaleza, los hombres también comenzaron a creer que el tiempo histórico podía ser afectado por la acción y la intencionalidad de los humanos de formas que el tiempo natural no puede, que la historia puede ser tanto «hecha» como «sufrida» y que un saber histórico fiel a su «concepto» proporcionaba las posibilidades para una ciencia de la sociedad que llevara a cabo un balance entre las pretensiones de la experiencia y la insistencia de la expectativa, la esperanza y la fe en el futuro.

Los lectores de habla inglesa pueden tener algunas dificultades con algunos de los términos clave de Koselleck, sobre todo con el de «concepto». Permítanme tratar de exponer el término al contrastarlo con otros que también ocupan el mismo dominio semántico. Para esto es necesario que consideren la frase «el concepto de historia». Esta frase puede ser diferenciada de frases similares como «imagen de la historia», «idea de la historia», «teoría de la historia», «filosofía de la historia», etc. Algunos ejemplos de imágenes de la historia serían las representaciones míticas de la musa Clío, las Parcas o el Destino; la «fortuna» de Maquiavelo, el «Ángel de la Historia» de Walter Benjamin, la «rosa en la cruz del presente» de Hegel o la clásica «historia magistra vitae». Se trata de expresiones metafóricas que tratan de traer a la mente la noción de la historia al dotarla de los atributos propios de algunas imágenes o símbolos convencionales.

En cambio, una «idea de la historia» sería una intuición (o una percepción) de fenómenos históricos que se someten a la racionalización por medio de la aplicación de categorías de pensamiento que se estiman adecuadas para su análisis. Así, por ejemplo, de Tucídides puede decirse que tuvo una idea de la historia diferente a la de Heródoto en virtud de las categorías específicas de pensamiento que utilizó para ordenar sus materiales, para evaluar relatos contradictorios acerca de los mismos fenómenos, para tramar su historia y para presentarla de una manera propia y única. Tucídides utiliza varias de las mismas categorías utilizadas por Heródoto, pero añade un conjunto de categorías distintas —tomadas, por ejemplo, de la medicina hipocrática— para elaborar los materiales de su objeto de estudio y presentar su verdad como una de un género distinto a la verdad de Heródoto. Y lo mismo vale para Polibio, Livio, Tácito, Orosio, Comines y Salutati, llegando a Maquiavelo, Guicciardini, Scaliger, Bayle, Voltaire y Gibbon. Cada uno de estos historiadores ofrece en sus trabajos una «idea» diferente de la historia —considerada como una secuencia de acciones y acontecimientos que ocurren en un espacio dado en un lapso de tiempo dado— mediante la cual hacen una distinción entre aquello que contará como un acontecimiento histórico y otros tipos de acontecimientos, entre acontecimientos significativos o importantes y acontecimientos insignificantes o sin importancia, y entre relatos verídicos sobre estos acontecimientos y relatos meramente imaginarios, ficcionales, míticos, engañosos o simplemente erróneos.

Lo que ninguno de estos proveedores de «ideas» de la historia proporciona, sugiere Koselleck, es propiamente un «concepto de la historia», entendido como el modelo de una estructura de relaciones lógicas a través de la cual se distingue entre un relato de la realidad propiamente histórico y un relato no histórico o ahistórico. Un concepto de historia especificará el contenido común de todas aquellas ideas de la historia que forman las obras de los historiadores magistrales del mundo: el contenido del tema específico de la historia, por un lado, y el contenido de las formas de la escritura histórica, por el otro. Un concepto de historia identificará los contenidos compartidos de todas las ideas de la historia que han contribuido a la definición de una forma distintivamente histórica de conocer la realidad en cuanto historia.

No voy a seguir interrumpiendo al lector el acceso a los ensayos aquí reunidos, los cuales ya se presentan de una manera persuasiva. Sólo agregaré que, en lo general, la teoría de Koselleck sobre el concepto de la historia se caracteriza por las siguientes tesis.

En primer lugar, el proceso histórico está determinado por un tipo distintivo de temporalidad diferente a aquella que se encuentra en la naturaleza. Esta temporalidad está multinivelada, está sujeta a coeficientes diferenciales de aceleración y desaceleración, y funciona no sólo como una matriz dentro de la cual ocurren los acontecimientos históricos, sino también como una fuerza causal en la determinación de la realidad social en sí misma.

En segundo lugar, la realidad histórica es realidad social, una estructura internamente diferenciada de relaciones funcionales en las cuales los derechos y los intereses de un grupo entran en conflicto con los de otros grupos, lo cual conduce al tipo de conflictos en los que la derrota se experimenta como un fracaso ético que requiere reflexión a propósito de «¿qué salió mal?» para determinar el significado histórico del conflicto mismo. Koselleck formula un interesante argumento según el cual el conocimiento histórico (a diferencia de la información sobre el pasado) es impulsado por el tipo de reflexión teórica al que son movidos los vencidos en un conflicto de importancia histórica mundial (sus ejemplos son Tucídides, Tácito, Maquiavelo y Niebuhr) por la necesidad de preguntar: «¿Qué salió mal?», o: ¿cuál es la naturaleza de la realidad histórica, en la que casi siempre se extravían los esquemas mejor establecidos? En el dominio de la teoría histórica, nos cuenta Koselleck, nada surte tanto efecto como el fracaso en un combate en el que ambos lados sienten que representan el lado correcto. Los victoriosos apenas tienen razones para la reflexión teórica. Como máximo, sólo necesitan conocer los hechos. Por otra parte, los vencidos tienen que preguntarse por la naturaleza de una realidad que permite que la esperanza se expanda sólo para después abandonarse a la desesperación. Así, el patrón de «auge y caída» es intrínseco al pensamiento genuinamente histórico, pero otro patrón, el del «progreso», es discernible para la consciencia histórica capaz de distinguir entre una derrota y el nuevo conocimiento de la realidad que la experiencia de la derrota vuelve posible.

En tercer lugar, una consciencia histórica crítica surge tras advertir una brecha entre los acontecimientos históricos y el lenguaje utilizado para representarlos; tanto por los agentes implicados en esos acontecimientos como por los historiadores que retrospectivamente tratan de reconstruirlos. Advertir la disparidad entre el lenguaje y la realidad histórica constituye la base de la principal disciplina auxiliar de la historia: la crítica de fuentes (filología, paleografía, diplomática, heurística, hermenéutica en general). También constituye la base del reconocimiento de que cualquier relato histórico es una construcción en el discurso de una realidad pasada, antes que una simple traducción, a un lenguaje contemporáneo, de los hechos contenidos en las evidencias. La disparidad que existe entre nuestra experiencia de la realidad y el lenguaje del que disponemos para representar esta realidad y esta experiencia, es lo que infunde en el concepto de historia la constatación de que la historia es un proceso con un final abierto antes que una ciencia cerrada y una fatalidad. El historiador crítico tiene que proceder sobre la base de la constatación de que tiene que inventar para su propio tiempo y lugar de trabajo un lenguaje adecuado para la representación de la realidad histórica.

La historia de la historiografía, según el enfoque de Koselleck, es una historia de la evolución del lenguaje de los historiadores, un lenguaje que, conceptualmente, es cada vez más consciente de sí mismo, que está cada vez más al corriente de la dificultad de aprehender la experiencia de los demás en los términos adecuados para su realidad. En este punto, la obra de Koselleck converge con las de Barthes, Foucault y Derrida, quienes destacaron el estatuto de la historiografía en cuanto discurso, y no tanto en cuanto disciplina, y caracterizaron la naturaleza constitutiva del discurso histórico frente a sus pretensiones de veracidad literal.

Por último, y éste es el cuarto aspecto de la noción del concepto de historia en Koselleck, un concepto propiamente historicista de la historia se constituye por la constatación de que aquello que llamamos «modernidad», «modernización» y «modernismo» no son más que facetas del descubrimiento del concepto de la historia en nuestra época. El programa ilustrado de la modernización, con sus expectativas en la posibilidad de mejorar la sociedad a través de la extensión progresiva de la hegemonía de la razón, la ciencia y la tecnología sobre la naturaleza y la cultura, presupone el concepto de la historia como su condición de posibilidad. Nuestra diferencia con respecto a todas las eras y las épocas anteriores de nuestra historia consiste precisamente en la creencia de que existimos en la historia entendida como proceso de desarrollo progresivo en el que tanto la sociedad como el conocimiento que tenemos de ella son de naturaleza histórica. Las aporías del modernismo —tanto en las artes y las letras como en las ciencias humanas y naturales— son una función del descubrimiento de la historicidad tanto de la sociedad como del conocimiento.

Ciertamente la idea de que nuestro conocimiento está sujeto a la misma regla de la evolución que nuestros objetos de estudio genera una especie de relativismo, en la medida en que la validez epistémica tiene que considerarse como fundada en el tiempo, en el espacio y en las circunstancias sociales de su producción. Sin embargo, Koselleck insiste en que este relativismo no proporciona argumentos para el nihilismo o un escepticismo paralizante. El relativismo histórico, concluye, elude el pirronismo a causa de su sustitución de la certidumbre relativa del conocimiento que podemos tener de nuestra sociedad y cultura por la certidumbre absoluta prometida por todas las formas de idealismo. El concepto de historia incluye un concepto del conocimiento histórico que se sabe siempre provisional y abierto a la revisión. A medida que el conocimiento histórico disuelve los mitos, las mentiras y las falsificaciones de la historia, asegura una base estable desde la cual examinar y ampliar ese «espacio de la experiencia» en el que los hombres construyen una noción de la realidad humana que es siempre cambiante y que, cada vez más, llega a ser ella misma.

 

Traducción del inglés: 

Alan Cruz

 

* Prefacio de Hayden White a la antología de textos de Reinhart Koselleck, The Practice of Conceptual History. Timing History, Spacing Concepts, trad. Todd Pressner, Stanford, Stanford University Press, 2002, pp. ix-xiv. [N. del T.].

Sobre el autor
Hayden White (1928-2018) nació en Tennessee, Estados Unidos. Obtuvo su maestría y doctorado en la Universidad de Michigan (1952 y 1956, respectivamente). Entre sus obras se cuentan Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (1973) y Pasado práctico (2014).