Número 80

Presentación

Como condición básica, como algo inmutable y trascendental, como construcción cultural, lo humano ha sido motivo de múltiples reflexiones. Entre las derivas de su análisis, es frecuente pensar que en el siglo XX, y especialmente como resultado de la violencia de la Segunda Guerra Mundial, se produjo una rotura en la tradición occidental que sostenía al concepto de lo humano. Es posible ejemplificar esta crisis con la interrogación que, luego de lo abyecto de los campos de exterminio, Primo Levi plasmará en el título de su obra Si esto es un hombre. El Hombre como ideal en el centro del proyecto de la modernidad y ya antes, ¿era eso, era la industrialización de la muerte, la socavación de sentido? Luego de Auschwitz y Kolimá, pero, sobre todo, luego de las múltiples infamias posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ¿dejó de ser válido el sentido positivo de lo humano tal como lo había planteado la Ilustración, la paideia aristotélica o la ciudadanía en Cicerón? Incluso cabría preguntarnos: ¿realmente fue hasta el siglo XX cuando surgió esta crisis del concepto de lo humano?

En este número 80 de Fractal presentamos la primera de dos partes constitutivas del expediente titulado «La crisis del concepto humano». Las preguntas anteriores se actualizan en una reflexión en torno a los límites que fueron tocados en esta referida crisis. Emmanuel Taub interviene en su «Elogio de la finitud» con un trabajo que analiza, desde la filosofía, la relación entre teología y política, donde emana el problema de la escatología y la verdad en una reflexión que va más allá de la construcción del Otro y de lo Mismo en la modernidad, destacando cómo el problema del final de los tiempos constituye una responsabilidad con y en el tiempo presente. Es bastante interesante ver cómo Taub trata el tema del mesianismo y los augurios de los finales desde Heidegger, Benjamin, Camus, Derrida y Platón, entre otros, para advertir la necesidad de un vínculo más estrecho entre las tareas del filósofo y del teólogo con vistas a la reconstrucción de las comunidades políticas presentes.

María Antonia González Valerio en «De animales, de humanos y de la cuestión acerca de lo que (no) somos» se interroga, a partir de un horizonte donde lo humano determina a escala planetaria el destino de lo vivo, el límite de aquello que ya no puede ser pensado con base en lo que no es humano, sino en un sentido aristotélico-hegeliano, donde límite es eso en que los limitados son tanto como no son. Así, el análisis de González Valerio extirpa lo humano como centro de la reflexión para, entonces, conducirse hacia lo animal. De este modo, la autora aborda el caso de los animales intervenidos genéticamente en el bioarte, donde se pone en cuestión el parámetro de funcionalidad e instrumentalidad con el que la ciencia opera y donde brota un modelo de comprensión de lo real en el cual la pregunta «para-qué» es casi incorrecta.

El lector de este expediente encontrará después la traducción de un ensayo de Frédéric Neyrat, «Crítica del geoconstructivismo», filósofo francés que ha reflexionado en los últimos años sobre algunos de los problemas prácticos y teóricos que acarrea el inicio de aquello que el químico Paul Crutzen definió como Antropoceno, en cuanto era geológica supuestamente determinada por «la Humanidad» como un agente único y unificado. Frente a los programas de «geoconstrucción» de la propia Tierra, en torno a los cuales giran las soluciones ofrecidas por los teóricos de una modernidad reflexiva con respecto a los problemas más íntimos de una modernidad pre-reflexiva, Neyrat identifica formas catastróficas de accionar todavía humanas, demasiado humanas.

Una interrogante de las formas de accionar de los seres humanos debe dirigirse ahora a los dispositivos de gobierno que regulan la sociabilidad, especialmente aquellos del derecho. Al respecto, Stephanie Graf desenvuelve en «Adorno y la justicia en las sociedades posfascistas» un análisis en torno a la justicia en las sociedades posteriores a la Segunda Guerra Mundial a la luz de las reflexiones que Theodor W. Adorno, tomando como centro los conceptos de libertad y de voluntad y el problema de la relación de éstos con el Estado de derecho. Graf nos dice que esta reflexión es indispensable para la sanidad de todo sistema de justicia en un Estado de derecho y, en general, para toda consideración moral y ética. La solución no puede estar en negar la imposibilidad de una definición limpia de los conceptos de voluntad y de libertad, sino que es menester integrar esa imposibilidad en su propia determinación. Sólo reconociendo las contradicciones reales, dirá la autora, se puede avanzar hacia una teoría del derecho que esté más cerca de la justicia.

En el entendido de esa crisis del proyecto humanista moderno, Víctor Eduardo Sánchez Luque nos explica en «Una arqueología del campo de concentración» que los campos de concentración y de exterminio no pueden seguir siendo pensados como meras excepciones históricas dentro del camino de la civilización occidental, perpetradas por monstruos enarbolando la barbarie y cuya erradicación significaría el regreso al bien. Esa manera de comprender el problema, la cual ha construido históricamente un «otro» abominable, opuesto al Hombre y la civilización, ha inmunizado al presente de lo que ocurrió en los campos y, sobre todo, de la latencia continua de su ignominia. Los humanos, dice Sánchez Luque, construyeron Auschwitz y Kolimá, por lo tanto, los campos de concentración no son lo otro o el afuera de lo humano, sino una pregunta por ello.

La segunda parte de este expediente será publicada próximamente en el número 81 de Fractal.

Juan Aurelio Fernández Meza