Número 79

Presentación

¿Cuál es el vínculo que guarda la idea de lugar con respecto a lo que algunos asumen por no-lugar? El proyecto estructuralista de mediados del siglo XX nos enseñó que gran parte de los procesos semánticos que las sociedades establecen como propios, pueden ser vinculados a nociones de orden «dicotómico». En este sentido, el etnólogo francés Claude Lévi-Strauss identificó ciertos paralelismos conceptuales para estudiar, analizar y clasificar algunos elementos de las sociedades tradicionales con respecto a algunos otros de la civilización occidental, de acuerdo con sistemas articulados polarmente: algunos de ellos serían salvaje/moderno, bricolage/bricoleur, magia/ciencia. Por su parte, Michel de Certeau promovió —notablemente en su libro La invención de lo cotidiano— una diferencia significativa entre las nociones de lugar y de espacio: por un lado, el lugar referiría al orden, la «geometría» y la función, mientras que, por el otro, el espacio lo haría al movimiento, la conexión y la práctica.

Este expediente tiene la finalidad de introducir al lector en la dicotomía entre el lugar y el no-lugar, entre la presencia y la ausencia y, por esto mismo, entre la estructura y la «anti-estructura». Si se compara con la definición elaborada por Michel de Certeau con respecto al concepto de espacio (entendido como el lugar histórico y/o antropológico del que habla, según sus propios términos, Marc Augé), el no-lugar representaría negativamente la falta de presencia, de identidad y de historia.

En el ensayo aquí publicado, Marc Augé aborda retrospectivamente (casi veinte años después de la publicación de su libro más famoso o, como mínimo, el más comentado y que sin duda es el protagonista de este expediente: Los no-lugares. Introducción a una antropología de la sobremodernidad) la noción de no-lugar tomando esta vez como referencia los paradigmas del urbanismo contemporáneo en su expansión a escala mundial. Las grandes ciudades han consolidado, acrecentado y desarrollado importantes núcleos de índole político que albergan de manera uniforme algunos estratos antes diferenciados de la cultura global. Este tipo de organización inédita de los espacios, que se afianza en lugares tan distantes, supone que lo local y lo global se vuelvan nociones un tanto «miopes» para entender algunos de los fenómenos geopolíticos más relevantes que acontecen en el mundo contemporáneo. De esta forma, Augé propone pensar los no-lugares (en su acepción plenamente empírica) como espacios «practicados», espacios «uniformes» que mantienen por momentos empatía con la localización y la identidad (con lo «único» y lo «propio»), pero que a la vez tienen como únicos elementos de experiencia fenomenológica de los sujetos que los atraviesan la movilidad, la fugacidad y la nada.

Francisco de la Peña nos acerca de manera detallada a la obra completa de Augé, explicitando algunos puntos clave que servirían para entender el desarrollo de la teoría de los no-lugares, pocas veces estudiada en relación con el resto de su obra. De acuerdo con De la Peña, la noción de no-lugar fue concebida tras múltiples experiencias y revisiones teórico-metodológicas de un trabajo etnológico referido a lo que podría considerarse como las antípodas del espacio urbano usualmente asociado a trabajos de Augé. De mantener una estrecha relación con el marxismo y el estructuralismo lévistraussiano (durante sus primeros años como etnólogo), a principios de la década de 1990 comenzó a proponer una «antropología de la sobremodernidad» sustentada en trabajos etnográficos que sólo con el tiempo se fueron aproximando a los escenarios urbanos contemporáneos, por ejemplo, el metro de la ciudad de París o las calles de Luxemburgo.

Por su parte, José Alberto Sánchez Martínez propone una teoría de los no-lugares fundamentada en las ciencias de la comunicación. A partir de Augé piensa los no-lugares como aquellos espacios «intransigentes y cambiantes», que producen una cierta cultura que puede ser llamada «de la ubicuidad». Si los lugares se delimitan a través del ordenamiento socio-cultural de lo «histórico» que operan y graban material y subjetivamente, los no-lugares son indisociables de una crisis de identidad y de una ausencia de la historia, las cuales suelen propiciar un sentido de anonimato en quienes los viven. Sánchez Martínez separa este proceso en tres facetas distintas: el anonimato involuntario, el anonimato voluntario y el anonimato digital. La aparición de formas de anonimato diversas en la historia humana le permite proponer un tránsito analítico de la relevancia social y antropológica que tienen los no-lugares (empíricos) a los «meta-lugares»: estos últimos espacios virtuales que digitalizan y re-conectan los espacios posibles (casa, oficina, escuela, lugares de entretenimiento, etcétera).

Eliud Gálvez Matías remite a los no-lugares como los «paisajes» por excelencia del mundo contemporáneo, en el sentido de que se han tornado en espacios con diversas variabilidades estéticas y materiales que dependen de la experiencia y de la percepción de los sujetos que los viven e implican una evolución de las sensibilidades más cotidianas hacia las condiciones que son impresas por tales espacios. Retomando al historiador de las mentalidades Jean Delumeau, Gálvez desarrolla la idea de que el concepto de ciudad ha acrecentado en los últimos años una estrecha relación con el sentimiento y la noción de «miedo» y, desde esta perspectiva, los no-lugares —en los cuales tienden a conformarse todos los lugares de la ciudad— representan con su singular consistencia esos andares del miedo, esas corporalidades reprimidas en que se desenvuelve el acontecer cotidiano de sus poblaciones bajo una premisa del completo anonimato.

Miguel Ciprés, coordinador del expediente «Genealogías de los no-lugares»