Número 79

Tres poemas

Andrea Alzati

Krakatoa

Decir que tengo la certeza de que
si meto la mano al fuego y
la saco de inmediato
puedo evitar incendiarme.

Es así como quisiera
poder decir que
leo sobre la mística de la muerte
y encuentro cómicas las promociones

de los servicios funerarios.
A los catorce años me preguntaron
si me daba miedo morir y dije que no
porque ya estaría muerta.

Los muertos no sienten miedo.
Si meto un dedo en una flama
y la saco suficientemente rápido
podré sentir el fuego sin incendiarme.

Perfeccioné mi técnica para no colorear
fuera de la raya rellenando los cuadritos
de los boletos del melate
con los números que mi papá

me daba anotados en un papel.
Ciento cincuenta y dos millones de pesos
para hacer tu vida más fácil.
Si miro el fuego y no lo toco

podría jurar que no quema
y que se parece más al aire que a las brasas.
Wikipedia señala que Krakatoa
ha hecho erupción en tres ocasiones:

417 d. C. 535 d. C. y 1883.
La destrucción fue de una magnitud equivalente
a 7000 bombas Hiroshima.
Ciento setenta y cinco millones de pesos

equivalen a la explosión de otro volcán
cuyo nombre no importa
 y que fundió los cerebros de los aldeanos
 en milésimas de segundos.

La lava es magma que asciende hacia la superficie,
si quisiera meter mi mano derecha a la lava
y sacarla lo suficientemente rápido para no quemarme
no podría hacerlo.

Si quisiera ganar ciento setenta y dos millones de pesos
qué pensaría el fuego de mí.
Qué ruido emite una persona
cuando gana ciento ochenta y nueve millones de pesos:

(¿Qué tanto se abre su boca para gritar, gemir, llorar de la
emoción o
sonríe solamente?)

«Se cree que el estruendo de la mayor de las erupciones
es el sonido más alto registrado en la historia».
A qué sonido humano sería más prudente comparar
el ruido que hace un volcán

al hacer erupción:
un grito
un gemido
un llanto
todos los anteriores.

Esta mañana vi la foto de una actriz de Hollywood
sosteniendo la flama de un encendedor de plástico rojo
en la punta de su lengua.
Cuánto tiempo lo sostuvo ahí.

Quiero pensar que cuando me muera
no haré ningún ruido
mi desaparición no oscurecerá el cielo.
La historia no va a registrar el silencio de mi muerte.



Caldo

conservo en la regadera dos recipientes con agua
un recipiente pequeño con agua dentro de otro recipiente más grande con agua
dentro de la regadera caliente a veces
veo un caldo de cultivo a veces
conservo la postura en cuclillas un caldo
de conserva la postura de un simio
de una mosca en la regadera una mosca fruto
de la generación espontánea del caldo de cultivo
de moscas de frutas que conservo en la regadera
cepillos de dientes en mi boca
moscas en la regadera miro una mosca en la regadera y no la miro
mis ojos están posados en la generación de una mosca
cultivo ojos me lavo los dientes cultivo dientes
recibo caldos recipientes de caldos de cultivos
de cuerpos tibios en cuclillas mirando moscas mirando
pies no soy un simio ya no soy una mosca
una certeza es una mosca que ha entrado por la coladera
una certeza se cultiva en un caldo de moscas
una certeza cabe en un frasco de orina
cultivo recipientes de agua
frascos de orina caldos
de certezas que cultivo que
conservo como mosca pegada
al foco incandescente del deseo
soy una mosca en cuclillas lavándose las manos con la baba del mundo
la baba podría ser una certeza redonda
como la boca de mis recipientes
como la boca de mi boca
como el caldo que cultivo generación tras generación espontánea
de caldos de deseos de moscas y más moscas
generándose espontáneamente
soy un caldo en cuclillas en la regadera
soy un caldo generado generación tras generación de moscas
que han entrado por la coladera



Passer domesticus

waiting
as if the sp-
arrows
thinning above you
are not
already pierced
by their own names
Ocean Vuong

del edificio que colinda con mi
ventana brotan
alambres que parecen nacer del esqueleto
mismo de la ciudad

 

amarro un pan tostado viejo al
alambre

 

dejo la ciudad por
tres semanas

 

regreso & un gorrión ha
descubierto el pan
se para sobre el
alambre &
mientras canta se
alimenta de ese pan que yo ya
había
olvidado

 

alimentar a los gorriones comunes de
la ciudad
muy pronto
se vuelve una tarea esclavizante

 

la cornisa de la ventana donde
pongo pan
molido y semillas se ha ido
llenando de caca
y de plumas

 

el diálogo perpetuo con
los perros de la casa se ha extendido
también a los
pájaros
hoy ya les di dos veces regresen
mañana no
se pelién
hablar con los perros y
los pájaros
se parece tanto a hablar con dios a hablar solo a hablar
por hablar
& sería
inútil esperar una respuesta me resisto
a nombrarlos más allá de
el rojo, el amarillo, el del pico medio roto los pájaros que
alimento no son
sublimes como las aves de
los documentales
y por eso los amo
y les hablo
y considero a veces
nombrarlos.

Sobre el autor
Andrea Alzati (1989) es una poeta nacida en Guanajuato, México. Estudió la Licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México. Ha participado en las antologías Poetas parricidas (2014) y Los reyes subterráneos (2015). Es autora del libro de poemas Animal Doméstico (2017).