Número 77

Kin La Belle

(a la luz clara de la canción y el silencio)

Yvonne Owuor

¡Mbote!
¡Mbote!1

Mientras los fantasmas de las Copas del Mundo presentes, pasadas y futuras me llaman a aventurarme en Kinshasa, bajo el miasma sentimental que es el efecto colateral de cincuenta años de celebración de independencia de Bélgica, tropiezo con un idioma que nació de la música y es hablado en microtonos, de modo que al espectro completo de la emoción humana le es dada una voz y unas palabras para hablar.

Siento el idioma en mi corazón, en mis manos, en mi estómago. Siento la letra del soldado reprendiendo a vendedores de agua que gesticulan con una mano, la música y el baile, el cliché del Congo en vivo. Los vendedores se dan a la fuga. Siento las palabras que lanzan, palabras que se curvan y se quedan cortas ante el soldado que se aleja lentamente. Me doy vuelta. Dos hombres en frente de mí se inclinan, bajan sus cabezas y se acercan de modo que sus frentes se tocan.

Qué forma tan emotiva de encontrarse.

¡Mbote!
¡Mbote!

Una desconocida con miras a ser una peregrina escucha a escondidas las cadencias, el ritmo y el paso de este preciso lugar. La infinitud de la música, de un idioma y un universo dentro del idioma hecho de música para hacer música. Se trata de un viejo lugar. Al primer encuentro la verdad que gime es ésta: la inmensidad, la inmensidad. Y esto no es sólo una referencia a su tamaño.

La cuestión con el lingala está en el saber interior que surge con el primer encuentro; que esto también viene de una canción profunda, profunda, viene del tiempo en el que las palabras no se habían desprendido de la música y quizá del mismo tiempo en el que la humanidad aún no se había infectado de dolor. Anima desde luego sentimientos viejos y nuevos con nombres aún desconocidos. Sus acordes vibran y encuentran resonancia en algo adentro, y sé que para canalizar las sensaciones —si fuera de este lugar— también tendría que cantar, bailar o gritar.

Y una voz resuena. Una desconocida se da vuelta. Porque en la melodía de la lengua ha descubierto acordes que fueron hechos para ella.

Un hombre alto, delgado, hace señas para que se acerque.

Ella echa una mirada alrededor antes de encaminarse.

Él lleva música para venderla.

Música del Este.

¿De dónde es ella?

«¿Cómo sabes de dónde soy?», pregunta ella con un francés malo.

Está en el aspecto, la manera de estar en el mundo. Es el modo de escuchar los sonidos que oyes. Él se inclina para agregar: «Aquí, en donde estás, no siempre es seguro ser del Este. Lucir como tú puede traer problemas».

«¿Por qué?».

«Las Memorias».

«¿Qué memorias?».

«Por ejemplo, no lejos de aquí hubo una quema. Fue en Masina. Hay un altar al patriotismo en el lugar donde estuvo la hoguera. El fuego fue alimentado con grasa humana, los restos de los invasores del Este. Como tú».

«Una corrección. Yo soy del lejano Este».

«¿Kigali?».

«Más lejos».

«¿De dónde?».

«Nairobi».

«¿En serio?».

«Kenia».

«Si tú lo dices».

«Es cierto».

«Entonces di algo en suajili».

Ella titubea. «¿Cómo aprendo lingala en dos semanas?».

Él suelta una risita. «¡Ja! Si puedes decirme que eres capaz de ver el mundo en música, te aseguro que aprenderás lingala pronto».

¿Dijo ver el mundo en música?

«Sí. Ver el mundo como música. El mundo está dentro de la música».

«¿Cómo puedes ver la música?».

Antes de reír dice: «Los ojos tienen oídos propios. Intenta usarlos de vez en cuando. Un ojo puede ver lo que se le pide ver. Entonces pídele a tus ojos: “quiero ver música…”. Ellos te mostrarán… Y luego aprenderás lingala rápidamente».

Perspectivas.

Pienso que el hombre de la música está hablando sobre perspectivas. Un lugar holográfico y desde el cual no importa quién pare la vista, es (podría ser) diferente; el punto de vista cambia, así cambia la historia y la canción. Ojos, quiero ver música.

Estoy siendo cautelosa, aterrada por el conveniente hábito de la historia única, el cual la escritora Chimamanda Adichie denuncia tan elocuentemente. Aquella horrible enfermedad de un único punto de vista sostenido, que nunca cambia, no se le puede permitir cambiar, repetido tan seguido que se vuelve realidad. Eso no es lo lamentable. Lo que es terrible es la pequeñez del mundo ahora comprometido que emerge, esos mundos muertos al nacer que no pueden ver la luz. Los mundos son cosas tímidas, como las almas de los bebés, y necesitan sentir que serán vistos y amados justo como son. Y cuando las voces claman y dictaminan que esto es lo que son y serán siempre, estos mundos se encogen, se retiran y cubren sus rostros, temerosos de lo que la humanidad pueda hacer a todos los sueños y existencias que contienen.

Una pausa del hombre música. «¿Por qué estás aquí desde Nairobi?».

«Para sentir Kinshasa y, tal vez luego, para escribir las sensaciones».

«¿Sabes lo que escribirás?».

«No».

«Entonces tal vez Kinshasa te dirá algo».
Otra pausa.

«¿Qué puedo venderte entonces?».

«¿Qué es lo que tienes?».

«¿Música?».

«¿Joseph Kabasale?».

«¿Por qué él?».

«El Cha Cha de la Independencia».

«¡Ah! Música nostálgica. Déjame ponerla para que otros puedan oírla. Y cuando la pongamos, veamos qué es lo que hacen. Después de eso puedes comprarla».

El Cha Cha de la Independencia a zuwiye…

Kinshasa produce cacofonías en el cruce de Victoire, y en la mezcla de tantos sonidos y las canciones en un idioma, la vieja canción aún ejerce su magia. Y observamos pasos apresurados que titubean, se demoran dos o tres segundos donde Kabasale celebra. Unos pocos retoman la tonada por debajo de su aliento, las bocas se fruncen al llevar la melodía a otros, tres mujeres —hermanas tal vez, son tan parecidas— se giran simultáneamente para mirar, primero al anuncio sobre la tienda y luego al vendedor de música calvo, alto y delgado, y un desconocido junto a él que las mira apoyado en el umbral de la puerta. Kabasalleh nos llama a todos a los comienzos, y en la canción podemos empezar de nuevo. Borramos Este-Oeste-Norte-Sur y aquellos fuegos impenitentes en la Commune Patriotique de Masina son sofocados durante tres minutos y seis segundos.

La melodía de Kabasale termina. Mis videntes de Kinshasa, mis colegas y compañeros para este peregrinaje, se aproximan, con líneas de preocupación similares en sus frentes. Cinco hombres de una miríada de mundos, alineados con Kinshasa de una u otra manera. Es con y a través de ellos que avistaré este lugar. Son ellos quienes han acordado compartir mi lucha por darle voz a toda nuestra experiencia. Éstos son sus nombres (por ahora): Claus, Junior, Roger, Kiripi y Patrice, quien nos dejará después de pocos días, pero sólo después de que haya dispuesto los senderos y convocado a otros guardianes de la jungla.

Ensayo una resistencia suave ante su mirada, luego me rindo y simplemente me disculpo: éste no fue un intento deliberado de escape. Simplemente seguí la canción en un idioma; éste es el lugar al que me llevó.

«Escucha», dice el Hombre Música.

Otra vez.

El Cha cha de la Independencia a zuwiye…

En el carro negro que se volverá el carruaje metafórico que me llevará a otro destino más. En mis sueños el carro aparecerá, sin conductor y consciente. E incluso entre sueños, me subiré a bordo. Muéstrame.

Ahora me recuerdan que el lingala, como lo amargo en el café, no es sino una de las cuatro esencias que componen la totalidad de Kinshasa. Existen cuatro idiomas nacionales aquí. Los otros tres son el kituba, el chiluba y el suajili.

El lingala tiene un pasado lleno de dolor, me cuentan. Carga muchas heridas. Fue el idioma oficial de la odiada y diabólica Force Publique, la mano que formó el ejército colonial que servía los caprichos del más grande genocidaire del mundo moderno, Lepoldo II. El lingala, me advierten, está bañado en las aguas de los sufrimientos del Congo.
¿Eso explicaría la textura de la nota triste, los microtonos en el idioma?

La quinta esencia, el francés, aunque apreciado, aplicado y usado en todas partes, es considerado un poco como el tío pedófilo que debe ser tolerado porque es parte de la familia y también es útil. Es el idioma oficial, el «otro» idioma seguro que, oficialmente, no está dentro de la cazuela nacional, pero al cual se puede saltar cuando la cazuela nacional llega al punto de ebullición.

Perspectivas.

Después de la cena preguntaré sobre los incendios de Masina.
Una pausa.

«¡Ah! Para citar la Marsellesa: “Qu’un sang impur / abreuve nos sillons! . El asesinato patriótico es un hábito humano que es aumentado cuando ocurre aquí, glorificado cuando sucede en otra parte».

«Goma del Este está lejos de Kinshasa sólo en la geografía, pero no en la memoria».

Aquí. Otros ecos…

La vergüenza puede ser

alejada con rezos

alejada con bailes

alejada con la bebida

sometida a la amnesia.

Tú también puedes ser parte de nuestro silencio.

Yo me niego.

«No tienes elección. Ahora has escuchado y el ruido ha entrado en ti. Puedes estar lejos del ruido, pero no del silencio, ya estás en él: estás hecho de él. Tomaste la elección cuando te diste cuenta».

«Entonces, ¿cómo puedes vivir con el silencio?».

Una carcajada.

«Apnea. Corta la respiración. Algo así. Corta el oxígeno. Puede tomar tiempo, y a veces la gente muere de silencio. El silencio puede sofocar a muerte».

Escucha.

Me inclino hacia delante.

«Hubo un hombre una vez. Su nombre era Godefroid Munongo.3 Un día en una conferencia, en medio de su discurso, anunció: “Es demasiado. Mañana les contaré cómo matamos a Lumumba”.4 Y el mundo esperó la gran revelación al día siguiente. Pero cuando el alba llegó, el mundo halló que, durante la noche, Godefroid había muerto de un paro cardíaco. Murió justo aquí en Kinshasa».

Godefroid era jefe de los Bayeke, nieto de M’Siri, patriarca de Lubumbashi, que era la capital de Katanga, líder de un Estado dentro de un Estado. Katanga es la locación de la fosa de ácido sulfúrico en donde, dicen los que están al tanto, los restos de Patrice Émery Lumumba fueron disueltos.

«El silencio tiene un aspecto visual, también. Aparte de la fosa no hay evidencia de que el espacio sea diferente de cualquier otro espacio, excepto por el silencio».

Cincuenta años después, es evidente la persistencia de la idea que Patrice Émery Lumumba representa. Los fantasmas permanecen sin descanso cuando sus vidas y sus amores no son correspondidos. Y por su propio acuerdo, los trovadores de paso —se haya vuelto a poner en práctica ese término— hacen sonar los acordes de El Cha Cha de la Independencia. Nos lo cantan a nosotros.

Nos movemos en nuestros asientos. Silenciosos. Y nos miramos mutuamente. Parece que sólo yo estoy sorprendida de que los fantasmas se nos hayan unido y ahora tengan algo que contribuir a estas divagaciones.

Y esta vez escucho las palabras.

Lo opuesto de Kinshasa es Cité du Fleuve. Uno de mis videntes de Kinshasa, el administrador de arte y artistas Patrice Mukurukeza, explica, en broma: «Moveremos el río para reconstruir Kinshasa. Tendremos una ciudad planificada y organizada. Kinshasa escapará finalmente de Kinshasa».

Cité du Fleuve/MbokayaEbale será rescatada del mélange,5 del bruit,6 de los cosmoi enmarañados en que Kinshasa se ha convertido hoy en día. MbokayaEbale será ordenada, limpia, formada en líneas, pintada y de cara al río, a diferencia de Kinshasa habrá una vista equitativa del río. Eso sólo puede ser bueno.

Imagino como sólo podría hacerlo una desconocida, ni siquiera eso, una simple peregrina.

Traducción del inglés:
Max Manzano

© Yvonne Owuor, «Pilgrimage to Kinshasa. Kin la Belle: In the Clear Light of Song and Silence», en African Cities Reader: Mobilities and Fixtures, Ntone Edjabe y Edgar Pieterse (eds.). Publicado por Chimurenga and the African Centre for Cities, 2011.


1 «Hola», «saludos», en lingala, uno de los cuatro idiomas oficiales de la República Democrática del Congo. [N. del T.].

2 «¡Que una sangre impura / inunde nuestros surcos!». [N. del T.].

3 Político congolés, ministro y presidente interino en 1961. Estuvo involucrado en el asesinato del primer ministro Patrice Lumumba durante la crisis del Congo. [N. del T.].

4 Líder anticolonialista y nacionalista congolés, el primero en ocupar el cargo de primer ministro de la República Democrática del Congo entre junio y septiembre de 1960, tras la independencia del Congo de la tutela belga. [N. del T.].

5 «Mezcla» en francés. [N. del T.].

6 «Ruido» en francés. [N. del T.].

7 «Universos» en griego. [N. del T.].

Yvonne Owuor (1968) es una escritora nacida en Nairobi, Kenia. Estudió Inglés en la Universidad Jomo Kenyatta. Su relato Weight of Whispers ganó en 2003 el premio Caine de Escritura Africana. En 2015 su libro Dust ganó el Premio de Literatura Jomo Kenyatta.