Xabier Aierdi

De trasatlánticos y piscinas
 

 

 

 

Con el anuncio del cese definitivo de la violencia de ETA comienza una nueva época en el País Vasco, nueva no tanto porque vayan a cambiar notablemente los grandes vectores de la política vasca ni los posicionamientos sociales que constituyen su base, sino por el hecho de que de alguna forma significa que por fin todos los actores se incorporan al sistema, aunque sea para destruirlo desde dentro. De momento, en términos funcionalistas estamos ante un cambio de equilibrio. Con el tiempo, se verá en qué medida se encamina o no hacia un cambio de sistema. Las fuerzas políticas de base estatal se dedicarán a mantener el actual status quo y pretenderán integrar y neutralizar la nueva irrupción nacionalista dentro de los actuales moldes estatutarios; las fuerzas políticas de base nacionalista trabajarán por transformar el sistema estatal, y desgajar de éste el territorio vasco. Que al final del proceso se mantenga o no el sistema es el tema de fondo, pero en el corto plazo lo decisivo es que ya estamos todos; por primera vez, estamos todos. Esta nueva situación se asemeja a la de la concurrencia de “cuatro transatlánticos en una piscina”: pvn (centro-derecha nacionalista), pp (derecha española), pse-psoe (izquierda española) y la constelación de la izquierda abertzale (izquierda nacionalista), aún por concretar.
Ya existían socialmente los espacios, no cabe sorprenderse. Nada nuevo bajo el sol, se sabía, estos eran los cuatro grandes campos sociopolíticos, las cuatro patas de una única mesa. Por diversos motivos hasta fechas recientes no era normal en política lo que era normal en la calle; ahora, comienza a serlo y empiezan a repartirse las cartas, como hemos podido observar en las elecciones municipales de mayo y en las generales de noviembre de 2011. De momento, han cambiado pocas cosas, aunque de una gran importancia. Por un lado, cambia el papel de ETA, que ya es mucho; por otro, las expectativas, que nos introducen en un interesante juego de potencialidades y posibilidades, que generan incertidumbre en unos (¿retrocederá la pulsión centralista?) e ilusión en otros (¿crecerá la centrípeta?).
En parte nos encontramos ante un nuevo comienzo. Si nos retrotraemos al final del franquismo y al comienzo del periodo democrático, es conveniente recordar que el proceso democratizador español intentó una doble integración, la vertical o ideológica y la horizontal o territorial. La primera fue un éxito relativo, se integraron izquierdas y derechas y se cerró en parte el tema de las “dos” Españas, pero desde entonces estamos dándole vueltas a la segunda y parece que va para largo. No termina de perfilarse un modelo de integración territorial entre una voluntad uninacional centralizadora en torno a la idea única de España y otra de carácter federal (confederal) de una España plurinacional[1].
La integración territorial en Euskadi sólo funcionó a medias y se operó una intensa corriente de deslegitimación del proceso constitucionalizador, que luego se recuperó implícitamente a través de la incorporación del pvn y ee en la defensa del Estatuto de Autonomía. Ahora bien, tanto el Estatuto de Autonomía como la Constitución Española fueron repudiados por la constelación de la izquierda nacionalista (Batasuna), que denegaron la legitimidad de la Constitución mientras no se operase la doble decisión de, primero, constituir el sujeto (democracia) nacional y, segundo, sólo si éste la aceptase, considerarla legítima.
Ahora bien, esta doble decisión no ha tenido lugar, ETA ha sido derrotada, y un callejón sin salida en parámetros de práctica violenta han obligado a la izquierda abertzale a incorporarse al sistema político. Esta incorporación ha tenido mucho de irrupción exitosa, ha aúnado bajo una misma sigla a diferentes corrientes del centro-izquierda abertzale y ha vuelto a re-unirse con el partido Aralar, que previamente se había desgajado de la izquierda abertzale por su rechazo a la práctica terrorista aunque mantuviera fines independentistas. Esta irrupción político-electoral supone de facto una seria reconfiguración del mapa político vasco. Por un lado, estamos ante un viejo escenario renovado, en el que mientras tres actores se sitúan con mayor o menor energía en la fase institucional, otro emerge con una lógica de status nascendi (Alberoni), enfrentado a la fase institucional. En consecuencia, en los próximos años habrá que ver si se impone o la fase rutinizada o la carismática. Muy probablemente nos quedaremos a medio camino y en este tejer y destejer penelopiano habrá de valorarse si hemos estado instalados en un tiempo perdido o si nunca es tarde para comenzar un nuevo proceso de convivencia.


Política y/o sociedad

Independientemente de lo que depare el futuro, aflora el principio de realidad y volvemos a donde solíamos estar. Hasta ayer parecía imposible hablar de pluralidad y de la convivencia a pesar de la existencia de ETA, aunque ETA ha sido uno de los motivos por los que se habla del pluralismo en el País Vasco, porque ETA lo ha negado expresamente. Otro motivo por el que recurrentemente se habla de pluralismo es la misma existencia del nacionalismo. Allí donde no hay nacionalismo subestatal exitoso, no se habla de pluralismo o se habla únicamente del social; donde lo hay, parece que es el único ámbito territorial en el que existe el pluralismo; no, en cambio, en el territorio del Estado que lo subsume.
En el primer párrafo de su novela Conversación en la Catedral, Vargas Llosa le hace preguntar a uno de los protagonistas, Zavalita, la siguiente cuestión: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Es una pregunta pertinente para el País Vasco, porque en algún momento también se jodió el País Vasco. Pocos coinciden en las causas de este suceso, pero sean las que sean las razones concretas[2], en la base lógica de esta ruptura está la pretensión de la pureza, consustancial a la construcción de cualquier orden por otra parte. Ante nosotros confluyen como incompatibles el orden soberanista y el constitucional. Cada proyecto de orden sustituye la posibilidad de hacer cosas juntos por la lógica de cómo remover los obstáculos para constituir un orden de pureza según el diseño del “jardinero”, sea nacionalista vasco o español. Frente a este diseño, los hechos de la sociedad vasca im­plican pluralidad, complejidad, afiliaciones y lealtades múltiples, pero los discursos políticos y muchos intelectuales, que se han adentrado en esta disputa y han añadido su granito de arena, simplifican la sociedad hasta acomodarla a su procusta visión previa. No es descabellado mantener que en el País Vasco la política conspira contra la sociedad, cada parte quiere una sociedad a su medida, menospreciando la realmente existente, y entonces es cuando los sueños de cada parte se transforman en pesadillas de la otra, y viceversa surge la situación que Charles Taylor ha caracterizado como alianza de neuróticos, mecanismo según el cual “cada parte tiene tendencia a actuar inconscientemente sobre los temores del otro”.[3]

En consecuencia, este mecanismo depurador posibilita que hoy por hoy todos se perciban como asediados en el País Vasco, tanto los nacionalistas como los no nacionalistas, los soberanistas como los constitucionalistas y sobreabunde la angustia. Por otra parte, se muestran muy cansados aquellos que no se adscriben a ninguna de estas clasificaciones. Por todo ello, tras la remoción del obstáculo ETA, volvemos a donde estábamos y hemos estado siempre, porque en Euskadi es igual de obsesivo tanto hablar de la permanencia del conflicto de identidades como caracterizar Euskadi como país de ciudadanos[4]. Comenzando con estos últimos, con los que prefieren un país de ciudadanos, suele ser muy frecuente que simultáneamente cuestionen y afirmen lo siguiente: “¿Conflicto?, ¿Qué conflicto? ¡Hablemos de lo que les interesa a los vascos!”[5]. Estamos pues donde estábamos, unos, los nacionalistas, sobrepreocupados por mantener la marca étnica de la diferencia, en la que según Barth no importaba dónde radicaba la diferencia nosotros-ellos, sino la capacidad que se tuviera para mantenerla en el tiempo o en diferentes coyunturas. Los otros, los constitucionalistas-españolistas, están igual de atareados borrando insistentemente la línea que declaran inexistente.

Bien, y ¿qué les interesa a los vascos?

Básicamente mover la línea, cada uno para su lado, porque seguimos en un soterrado conflicto simbólico, entre un nacionalismo vasco que sobrelleva con cierto susto un proceso de implosión social y un nacionalismo español que, tras muchos años de espera, desea presentarse con una propuesta inconfesada de post-nacionalismo, presentando en un contexto de pluralidad nacional como a-ideológico el discurso de la ciudadanía. Esta obsesión identitaria, depuradora, e incorporados, consciente o inconscientemente, a la mencionada conspiración de la política contra la sociedad, hay una cierta obstinación por ambas partes en no querer trasladar al ordenamiento político lo que la sociedad vasca viene expresando desde hace tiempo. Bueno, desde siempre. Si analizamos la evolución y las tendencias de las tres últimas décadas, el balance evangelizador ha sido muy poco fructífero, porque ninguno de los bloques ha conseguido aminorar el peso y volumen del bloque adversario.
Comenzando con algunos datos recurrentes, si cruzamos los datos de la identidad subjetiva escogida por la población vasca con la media que confiesa en la escala izquierda derecha, en la de satisfacción con la situación económica y en la de abertzalismo (soberanismo) / españolismo podemos ver que hay muy poca variabilidad en la primera (1.52 puntos de un extremo a otro), muy poca en la segunda (0.45 puntos) y una notable polarización en la tercera (5.20 puntos).

Tabla 1. Autoidentidad nacional declarada y escalas ideológica, nacionalista y de satisfacción con la situación económica y distancias entre extremos (Medias)

 
Izquierda-
Derecha
Satisfacción con la situación
económica
Abertzalismo-españolismo
Sólo vasco
3,26 5,46 2,14
Más vasco que
español
3,83 5,18 3,36
Identidad dualS 4,30 5,34 4,98
Más español que vasco 4,67 5,01 6,29
Sólo español 4,38 5,09 7,34
Media CAPV 3,94 5,32 4,08
Distancia entre
extremos
1,52 0,45 5,20

Fuente: Barómetro Ikuspegi, 2009

Asimismo, puede decirse que la media de la primera columna, la de ubicación ideológica, nos indica que estamos en una sociedad ligeramente escorada a la izquierda (3,94); en la segunda, la de satisfacción, que la población vasca no muestra a grandes rasgos ni mucha ni poca satisfacción con la situación económica (5,32), además de no haber diferencias según identidad subjetiva declarada y, en la tercera, la de nacionalismo, una sociedad que se define a sí misma como ligeramente nacionalista vasca (4,08).
Ahora bien esta escasa polarización ideológica y la mayor polarización identitaria se mantiene de forma recurrente. Datos similares pueden obtenerse en las series del Sociómetro,[6] en el Euskobarómero[7] o en cualquier investigación sociopoítica que pregunte sobre estas cuestiones.
En esta constante en las puntuaciones de las dos distintas escalas, la identitaria y la ideológica, no se está experimentando la pretensión anti-nacionalista de reducción del conflicto identitario a favor de una visión que se centraría en conflictos de recursos y de bienes económicos. Dicho de otra manera, las luchas simbólicas en la Comunidad Autónoma del País Vasco no se centran alrededor de disputas sobre estas posiciones o diferencias sociales, porque la distancia recurrentemente se encuentra en la escala nacionalista, que es la que monopoliza no sólo las agendas política y mediática sino también la que opera socialmente. Es decir, socialmente no se atisban conflictos sociales relevantes, porque los posicionamientos en la escala ideológica nos indican que estamos en una sociedad estructuralmente cohesionada y en donde las distancias sociales no tienen plasmación ideológica, ni probablemente pueden dar lugar a posiciones sociales e ideológicas polarizadas. En cambio, sí subsiste la disputa sobre cómo debe organizarse el País Vasco desde las lógicas nacional e identitaria.
Dicho de otra manera, desde una perspectiva estructural no están muy alejadas las poblaciones nacionalista vasca y la nacionalista española, aunque la primera tenga globalmente una ligera mejor posición de status. Ahora bien, las distancias económicas y de recursos no dan margen a que surja un conflicto ideológico porque son fácilmente subsumibles en el marco del actual arco parlamentario. Es más, la división electoral nos indica que no es la escala ideológica la que más condiciona sus opciones, sino que todavía subsiste una elección previa, en términos nacionalistas, vascos o españoles, que funciona a modo de filtro, y que demarca unos territorios de porosidad limitada. De hecho, hay mayor porosidad social que política. Ahora bien, este conflicto de identidad que está en la base de los resultados electorales encuentra una difícil plasmación política, por lo que parece adecuado recurrir a la evolución de actitudes y posicionamientos.
Con las series del Euskobarómetro, que recogen la evolución de los 30 últimos años, y si recurrimos a la “autoidentidad subjetiva”, los datos nos indican que alrededor del 50% de la población de la Comunidad Autónoma del País Vasco afirma de forma sostenida que es predominantemente vasca, entre el 35% y el 40% afirma tener una identidad doble (vasca y española) y menos del 10% afirma ser de identidad predominantemente española. De hecho, la identidad predominantemente española va decreciendo, quizás volviéndose marginal, y subsumiéndose en la identidad doble.
En cuanto a la “forma de estado deseada” por la población vasca también hay grandes continuidades, con momentos de cierta volubilidad. Los resultados indican que la opción centralista, la vuelta al modelo de Estado centralizado, se ha vuelto absolutamente marginal y, en consecuencia, el juego se establece entre primar la forma autonomista o la federalista, porque se dividen en tres partes casi iguales los que desean independizarse de España (30%), los que optan por el actual modelo autonómico (30%) y los que preferirían un modelo federal (30%), entendido como punto situado entre la independencia y el autonomismo. En consecuencia, si de alguna forma habría que buscar un punto virtuoso parecería que debería establecerse en lo que podríamos considerar como forma federalista. Incluso a pesar de que es muy difícil de concretar qué pueda ser la forma federal, y que incluso se tienda a equiparar el actual estado autonómico con el federalismo, sí parece que en las opciones realizadas por la población vasca no es ésta la lectura que se hace. La reclamación independentista tiene un suelo firme en alrededor del 30%, y aunque sufre algunos altibajos, alrededor de un tercio de la población vasca declara bastantes o muchos deseos de ser independiente.
Junto a estos deseos de independencia alrededor o más del 40% de la población afirma sentirse nacionalista vasca y alrededor del 50% dice no serlo. De esta última, es evidente que una parte se siente directamente nacionalista española y otra pospone su decisión en ausencia de situaciones límite, compatibilizando su no nacionalismo vasco, o su anti-nacionalismo vasco, con una identidad subjetiva doble sin por ello sentirse manifiestamente o intensamente españolista. El posicionamiento en el sentimiento nacionalista adopta distintos gradientes, de forma que ni todos los no nacionalistas vascos son españolistas, ni todos los nacionalistas vascos son independentistas, ni todos los que se declaran no nacionalistas vascos sean auténticos cosmopolitas desarraigados[8].
Este complejo panorama tiene su plasmación electoral. Si recurrimos al análisis diacrónico, podemos concluir que durante el periodo democrático, más allá de los votos prestados, coaliciones, momentos estelares, situaciones de polarización, etc., el techo electoral del pvn se sitúa en alrededor de 400.000 o menos votos, el de psoe en alrededor de 300.000 votos, el de la izquierda abertzale en 250.000 y el del pp en 225.000 en la cae. Asimismo, hay alrededor de 150.000 votos que suelen repartirse entre partidos de menor presencia.
La reciente irrupción de Amaiur en el sistema electoral ha supuesto un repunte del voto nacionalista vasco, pero en los últimos años se estaba operando una relativa corrosión o erosión de este bloque, que cada vez muestra una mayor fragilidad y porosidad tanto en su representación electoral como en su presencia social. Es díficil cuantificar cuánto afectaba en este proceso la presencia de ETA y en qué medida su desaparición supondrá el fin de este debilitamiento. Con base en la diferencia entre voto nacionalista y no nacionalista en la Comunidad Autonóma Vasca, el proceso de erosión comenzó a partir de los años 90, concretamente en en 1993, y en él influyeron tres dinámicas complementarias:
1) el arrastre de la lógica española de la alternancia posible cuando el pp comienza a disputar de forma creíble la hegemonía del psoe. Si hasta entonces Euskadi parecía una isla electoral poco influida por el tempo electoral español (el voto dual, por ejemplo, era residual en comparación con el caso catalán), la creciente pugna entre el psoe y el pp (que llevaría finalmente a la victoria a este último en 1996) provocó una inercia en el contexto vasco que mejoró las posiciones electorales de ambos;
2) al atractivo de la reivindicación nacional vasca durante los 80 (envuelta también en una épica antifranquista), sucedió un paulatino cansancio en los sectores menos comprometidos emocionalmente con el nacionalismo vasco, que empezó a verse más como una eterna queja insatisfecha (el llamado victimismo nacionalista); y
3) la presión del mlnv sobre la sociedad con su apuesta por la “socialización del sufrimiento”, y el momento álgido del asesinato por parte de ETA del concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco en 1997, contribuyó a dar cohesión política y mayores incentivos de movilización electoral a los sectores sociales no nacionalistas o decididamente nacionalistas españoles.

Figura 1. Diferencia entre el voto nacionalista vasco y el no nacionalista en los comicios celebrados entre 1977 y 2011 (% votos válidos sobre censo).

Finalmente, la geografía electoral de cada una de las distintas corrientes y de los diferentes partidos nos indica que en Gipuzkoa está más presente el soberanismo, en Bizkaia el nacionalismo institucional y en Álava y Navarra el constitucionalismo/españolismo. Con base en este conjunto de datos, donde los planos de la identidad, de la opción política y de la forma deseada de organización política tienen una superposición díficil, estamos ante una sociedad que no sólo es plural. Ante esta complejidad, la pluralidad comunitarizada es una respuesta insuficiente, aunque suele ser la más frecuente, porque,
1) a los nacionalistas no les interesa la sociedad vasca real, porque les gustaría imaginar una realidad homogénea en la que anclar el pluralismo. Les gustaría la pluralidad si tuvieran resuelto el tema del Estado-nación, porque el pluralismo siempre es mucho más fácil de sobrellevar e incluso aceptar cuando se posee un Estado nación, y en eso llevan razón. Así, el soberanismo en su versión soft pretende una lectura al alza de la autonomía realmente existente como vía de integración de sus aspiraciones sin romper el recipiente. En su versión hard enlaza con la tradición nacionalista vasca de la secesión y la constitución de un Estado-nación propio, porque en todo esto los nacionalistas sin Estado piden lo que hay y lo que hay es Estado-nación; y
2) a los no nacionalistas/constitucionalistas, a los españolistas no les gusta la sociedad vasca real, porque la creen arcaica, etnicizada, y, sobre todo, porque básicamente problematiza su situación cotidiana, cómodamente integrada en el Estado-nación realmente existente. Y tienen su razón, para qué cambiar un marco que consideran suficientemente cómodo. Para evadirse de esta incertidumbre, la petición del Estado-nación de los otros les parece innecesaria y afirman que hoy por hoy el Estado es inadecuado por anémico y bulímico (anémico para lo grande y bulímico para lo pequeño) y porque los constitucionalistas como buenos alqu3imistas pueden transformar el etni(ci)smo implícito en el Estado-nación realmente existente en una seductora melodía patriótica.
Este disgusto con lo existente da lugar al centrifugismo como lógica política, a la minusvaloración de las lógicas de estabilidad y consenso y a la búsqueda más o menos explícita, más o menos desesperada, del sueño de la pureza. Frente a esta pretensión sería mejor sacar conclusiones de los datos aportados, de su complejidad, y convenir con Imanol Zubero cuando afirmó que “Euskadi es un país por construir, pero no por descubrir”[9]. Hace años, Walker Connor afirmaba que el ciudadano típico de una minoría nacional en el interior de un estado democrático moderno con base nacional mayoritaria diferente desea “la etnocracia, pero no la independencia”, y presentaba un modelo de trece actitudes[10]. De ese modelo, aquí se entresacan solamente las que parecen más relevantes y que pueden explicar lo que en parte sucede en nuestra sociedad (la numeración corresponde al orden establecido por Connor):
1. Los miembros de las minorías etnonacionales manifiestan sustancialmente menos afecto por el estado que los miembros del grupo dominante.
3. La mayoría de las personas, sin embargo, no perciben el asunto en términos de sí o no. Lazos afectivos hacia el estado coexisten con la conciencia etnonacional.
4. En muchos casos en que un movimiento separatista es activo, muchas personas, normalmente la mayoría del grupo implicado, no están a favor de la secesión.
6. Sin tener en cuenta su postura hacia la secesión, hay un número predominante que sí están a favor de cambios importantes en el sistema político que llevarían a una mayor autonomía.
7. En donde se permite a los partidos separatistas presentarse a elecciones, su voto no es un indicativo adecuado del sentimiento separatista.

Si este listado de actitudes es generalizable de manera universal, y lo es en el caso vasco, es probable que la sociedad vasca esté practicando un vasquismo preopolítico e inconsciente, pero que no termina de conseguir su reflejo en el plano político. Contrariamente a la fecundación de lo político por lo social, la situación vasca se asemeja más a una contaminación o determinación de lo social por lo político, lo que explica lo que afirmábamos más arriba: que todos los sectores se perciben a sí mismos como asediados y con escasa capacidad de comunicabilidad e intercambio[9].

Futuro imperfecto

Todo este conjunto de posiciones, actitudes, bloques electorales se mantendrá y conviene aceptar cuanto antes por pura higiene mental la existencia de un doble conflicto: el interior que tiende a no reconocerlo o lo minusvalora el nacionalismo vasco y el exterior que tiende a negarlo el no nacionalismo. Las prácticas política e intelectual dominantes de la actualidad nos alejan del pluralismo complejo y nos mantienen en una pluralidad comunitarizada muy alejada del pluralismo y que no permite articular el vasquismo como objeto pre-político de consenso. Deseamos creer en la posibilidad del vasquismo, pero cada sociedad tiene su propia historia, que permite o impide construir determinados objetos políticos. La historia vasca y las lógicas étnicas y políticas impidieron la confección del vasquismo desde sus inicios, lo imposibilitaron a comienzos de la transición y queda la duda de si será posible en lo que algunos llaman la segunda transición. Hasta el momento, quien lo ha promovido ha terminado desapareciendo.
El vasquismo socio-cultural y prepolítico y el nacionalismo cívico vasco sólo serán posibles en un estado que como máximo aspire a un patriotismo político en el marco de una identidad superior, la europea. En consecuencia, el nacionalismo vasco debe repensar su estatonacionalismo y el nacionalismo estatal su modalidad de patriotismo, porque frente a quienes gusta distinguir entre nacionalismo cultural –el vasco– y el político –el español–, el cultural es eminentemente político y el estatal sólo obtendrá semi-lealtad por parte de los partidarios del cultural en la medida en que se restrinja a una interpretación literal de patriotismo constitucional. España tiene más futuro en la medida en que sea un Estado de naciones, no una nación de naciones. En consecuencia, y sabiendo que todo Estado desea ser nación y toda nación desea ser Estado, el nacionalismo vasco debe abandonar su marcada tendencia a buscar salidas a-legales, su lógica étnica, no sustituir la ineludible construcción nacional mediante lo que no es sino restauración de un pasado inservible para tal fin, abandonar la noción de nación hecha a favor de nación por hacer y, más concretamente, el nacionalismo institucional debe abandonar su permanentemente Síndrome de Penélope, despreciando los fines de semana lo que ha gestionado durante muchos años los días laborables.
Por otro lado, el no nacionalismo y el españolismo debe abandonar su tendencia a obviar la carga étnica incorporada en Estado-nación (español). Muchas veces la formulación del patriotismo sólo esconde mucho nacionalismo españolista. En suma, debe abandonar su arrogancia, que no es sino un préstamo o una prolongación del poder emanado del Estado.
En la medida en que ambos nacionalismos emprendan una revisión en esta dirección, podrán acompasar los ritmos políticos a los ritmos sociales, porque a día de hoy los comportamientos sociales dominantes en los que cabe una gran capacidad de transación no tienen plasmación política. Es más, ocurre más bien lo contrario, que incluso las personas deniegan en el plano político lo que practican en el social.
En el plano más politico, un consenso básico orientado a canalizar el suelo común que supone el vasquismo, exige al menos un acuerdo de mínimos entre pvn, psoe e izquierdas abertzales. Si la territorialidad no es mera retórica, y para el caso de Navarra, exigiría el concurso ineludible del pp-upn.
No parece que vayan por esos derroteros las pretensiones, y era objetivo de upn (Unión del Pueblo Navarro) derogar la transitoria constitucional que dadas las circunstancias permitiría la incorporación de Navarra a la Comunidad Autónoma de Euskadi. Este acuerdo-consenso exige la suspensión parcial de la competición partidaria, porque es precisa al menos la lealtad de dos actores, uno por cada campo, aunque idelamente mejor de los cuatro, o también la posibilidad de que lleguen a pactos previos dentro de cada campo y luego entre campos. Con este conjunto de mimbres, y dadas las nuevas circunstancias, se abre otro nuevo campo de posibilidades, en el que:
1) el pse ocupa una situación muy debilitada porque no tiene una oferta identitaria propia que ofrecer y en parte debe reinventarse, porque a la crisis de identidad de la izquierda se superpone en su caso la crisis de identidad nacional a ofertar;
2) el pvn ha sido reterritorializado por el empuje de la izquierda abertzale, está inserto en una manifiesta lucha con ésta por la hegemonía en el campo nacionalista, y en el próximo ciclo electoral se le dificulta el futuro porque para mantenerse y lograr una distribución territorial que le permita jugar a ser árbitro, debe pescar tanto en caladeros de clase media urbana nacionalista, de la que una parte relevante vota a Amaiur-Bildu, como en los de la no nacionalista;
3) la izquierda abertzale (Bildu-Amaiur-Aralar) se ha hecho hegemónica en la geografía del euskara y dada su equilibrada distribución territorial, así como la composición social de su electorado, puede probar en constituirse en el sujeto que juegue el papel de burguesía nacional que ningún otro partido ha querido o sabido hacerlo. Sería una ironía de la historia que la izquierda abertzale se dedicase a realizar ese papel, pero está en sus manos. Ahora bien, también tiene a mano otra tentación que le alejaría del anterior objetivo, el de plantear abiertamente la lucha por la hegemonía, dar únicamente preferencia al plano político con estrategias independentistas, y olvidar la dimensión sociocultural; y
4) el pp vuelve a ganar centralidad al gobernar tanto el gobierno central como los territorios navarro y alavés.
Ahora bien, también es lógico plantearse que en la medida en que la izquierda abertzale o nacionalista ha permanecido al margen del proceso institucionalizador durante tres largas décadas y ahora ha irrumpido con tanta fuerza en el poder institucional desee comprobar que los límites de lo posible no están horadados, porque aducirá que no ha habido voluntad de transgredirlos. Es posible por ello que se pierda otra década en desear hacer posible lo imposible, en comprobar si los límites lo son objetivamente o porque no se han forzado. De alguna manera, la izquierda abertzale tiene que probar por sí misma la capacidad de sustentación de la sociedad vasca, su concreta sociología y su grado de resiliencia. Cuánto más dure esta operación más se pospondrá la búsqueda de consensos, pero parece cuanto menos una fase inevitable.
De todas formas, la fragmentación identitaria, los posicionamientos políticos asentados, las distintas geografías sociopolíticas, los problemas de territorialidad exigen ser conscientes del juego de equilibrios al que están obligados los diferentes sujetos políticos, que no deben olvidar que las constantes sobre las que hay que hacer política en el País Vasco no han varíado sustancialmente y que no hay pautas sencillas para cuestiones complejas. Y, si con la desaparición de ETA, se pueden deslindar definitivamente el conflicto violento del político, hay que tomar consciencia de que el político no es sólo un juego de mayorías, sino de cohesión y viabilidad. Pero, el político es a su vez el conflicto por excelencia del País Vasco, el de la acomodación identitaria. A la visión constitucionalista le exige no eludir la discusión basándose en supuestas imposibilidades legales y al nacionalismo actualizar su proyecto con base en lógicas proactivas.
Para unos y otros se ha acabado la excusa. Estas potencialidades experimentarán en paralelo la discusión sobre la convivencia, la forma de articular los reconocimientos por los daños generados/experimentados, la lucha por el relato y la memoria de lo sucedido, etc., que no será fácil de eludir y que supondrá un plus de tensión a la cotidianeidad política, pero es una discusión que desde una lógica democrática es inaplazable. Hay tarea para rato. Bienvenidos pues a un futuro que por conocido no deja de ser novedoso. Probablemente, los trasatlánticos caben en las piscinas, siempre que haya prácticos de puerto sensatos, porque la navegabilidad depende de las corrientes de fondo, que llevan mucho tiempo siendo las mismas. Ahora bien, quepan o no, hay cuatro y para rato.

Notas

[1]  La actual situación de crisis y la imputación a las comunidades autónomas de ser parte del problema económico por su comportamiento despilfarrador se está usando para un intento de recentralizar el Estado, intentando homogeneizar políticas descentralizadas por la vía de los hechos consumados.


[2] Según mi visión, este periodo comenzó en 1993, cuando la derecha española se ve virtualmente capacitada para desbancar al psoe del gobierno de la mano de José María Aznar. La polarización de aquellas elecciones, el triunfo in extremis del PSOE, la alianza de éste con ciu, el furibundo anti-catalanismo (¿antinacionalismo?) que se extiende desde el PP, la utilización de la trama del gal y de la corrupción para desgastar al PSOE, la instrumentalización del PP del cumplimiento íntegro de las penas y su negativa a respetar el punto relativo a la reinserción y la consiguiente fractura del Acuerdo de Ajuriaenea, el terrorismo de eta, etc..., crearon el caldo de cultivo que hace posible la aparición de posiciones que eclosionarían tras los sucesos de Ermua. En este periodo se superpondrán sin solución de continuidad varios procesos de forma entremezclada: la posibilidad de la definitiva españolización de España, la lucha antiterrorista, la lucha por la libertad, etc... y un fuerte y repetitivo discurso antinacionalista.

[3]  Charles Taylor, Acercar soledades. Federalismo y nacionalismo en Canadá, Gakoa, San Sebastián, 1999.

[4]  El Viceconsejero de Cultura del Gobierno Vasco, Antonio Rivera, en entrevista de 14 de noviembre de 2010, ante la pregunta de la periodista Eva Larrauri afirmaba: “El Contrato Ciudadano por las Culturas, el plan estratégico que impulsa el departamento, va camino de no alcanzar el consenso”, declaraba “Nuestra intención es que el Contrato salga adelante. El problema no es si de partida debe alcanzar un acuerdo mayoritario o no. Sabemos cuál es la posición de las Diputaciones, una postura estrictamente política, pero lo importante es que el documento se mejore con las aportaciones de los sectores, de la ciudadanía, del futuro Consejo Vasco de la Cultura, y que se ponga a funcionar. Discutimos y perdemos mucho tiempo en debates parapolíticos que no tienen esencia y retrasamos las oportunidades de desarrollo. El punto de confrontación es de referencias: nosotros hablamos de ciudadanos, y la palabra produce urticaria a los nacionalistas, que prefieren hablar de comunidad, palabra que a los que no somos nacionalistas nos genera cierta zozobra. ¿El que hace una película o edita libros tiene que estar dependiendo de si el Gobierno y la Diputación son partidarios de una cosa o de la otra?”, El País del País Vasco, pág 6. (la cursiva es nuestra).

[5]  Por ejemplo, desde la llegada del Gobieno Vasco, el Gabinete de Prospecciones Sociológicas del Gobierno Vasco ha eliminado la pregunta sobre la autoidentidad subjetiva, porque han decidido que las preguntas que les disgustan no son importantes. Un gran error sociológico, porque sin entender esa matriz actitudinal, en Euskadi no se comprende nada.

[6]  Barómetro de Opinión del Gabinente de Prospección Sociológica (Instituto de Opinión Pública) Presidencia del Gobierno Vasco.

[7]   Instituto de Opinión Pública del Departamento de ciencia Política y de la Administración de la Universidad del País Vasco/EHU.

[8] “Somos del tipo de viajeros internacionales que nuestros enemigos califican de “cosmopolitas desarraigados”, que carecen de las auténticas identidades de grupo que permiten demandar derechos colectivos: somos personas inútiles para los intereses de los propios grupos porque nuestros propios movimientos a través de las fronteras de los Estados requiere de la protección de nuestras individualidades, no del reconocimiento de nuestros grupos”. Kwane Anthony Appiah, “Los fundamentos de los derechos humanos”, en Michael Ignatieff, Los derechos humanos como política e idolatría, Paidos, 2003

[9]   Imanol Zubero, “Paisaje después de la batalla”, Sal Terrae, Santander, 1999, págs. 243-256.

[10]  Walker Connor, “Democracia, etnocracia y el Estado Multinacional moderno: paradojas y tensiones”, en A. Pérez-Agote (ed.), Sociología del Nacionalismo, Vitoria-Gasteiz, 1989, 111-130.

[11]   Para este tipo de situación es interesante recurrir a Linz, eminente politólogo y poco proclive al nacionalismo, cuando afirma que «todo sistema político democrático que funcione parte del supuesto de que la lealtad de los ciudadanos hacia el Estado, independientemente del régimen o gobierno que esté en el poder, tiene que ser mayor que su lealtad a otro Estado ya existente o en proceso de crearse. […] La legitimidad del Estado dentro de sus límites territoriales es una condición previa a la legitimidad de cualquier régimen y es especialmente importante en el caso de una democracia que tiene que garantizar las libertades civiles a todos los ciudadanos... Un sistema político estable asume que los ciudadanos en todas las partes del país deberían sentirse obligados por las decisiones de las autoridades y no sentir lealtad a otro Estado». Ahora bien, añadía también Linz lo siguiente en una entrevista con Aurelio Arteta: «Lo que pasa es que el ámbito en el que se establecen las instituciones democráticas no se decide se decide democráticamente. Es una realidad que viene impuesta por la historia, las circunstancias».