Marisol Rodríguez

Occidente de sobremesa

 

 

 

No discutirás sobre identidad en cenas con amigos que se identifiquen con el concepto de Occidente

Hace un par de semanas descubrí una arista que hasta entonces desconocía de la máxima “No discutirás de política y/o religión en comidas o cenas amistosas”.
Una canadiense, un praguense y yo platicábamos sobre nada en la sobremesa de una cena. Después de unos tragos, esa conversación superficial se convirtió en un debate sobre la identidad, mismo que el praguense asestó con la siguiente frase: “Ustedes (mexicanos) no son parte de Occidente”. La declaración me dejó en blanco por un momento, hasta que pregunté, tal vez más para mí que para él: “Y, entonces, ¿de qué sí somos parte?” Ligeramente desconcertado por mi pregunta, respondió categórico: “No sé… nunca lo había pensado, pero no son parte de Occidente”. Su novia canadiense guardaba silencio por primera vez en la noche. Miraba a la nada y fruncía el ceño, esforzándose por decidir si lo que acababa de decir su novio era políticamente incorrecto o si compartía la idea. Al final de un minuto respondió: “Estoy de acuerdo… en mi mente México no es parte de Occidente, ni siquiera de la idea de Norteamérica. Para nosotros, ustedes son parte de Sudamérica… ¿o Centroamérica?”. “Nosotros”, “nosotros” los de Occidente: Praga y Canada. Para “nosotros” Sudamérica tampoco es Occidente…
México-sudamericano-no-occidental, prótesis incómoda y anacrónica de Occidente. Occidentales por eliminación, huérfanos de racionalismo-empirismo, de marxismo-leninismo, de filosofías orientales y hasta de nuestras prehispánicas filosofías primigenias. México… parte de algo, o un monstruo poliforme imposible de definir, categorizar y agrupar.
México no tiene un pabellón fijo en la Bienal de Venecia y un graffiti montado como si fuera parte de la señalética oficial cercana al Arsenale, una de las dos sedes más importantes de la Biennale, me da una pista agridulce que me recuerda las palabras del praguense: Anonymous. Stateless. Immigrants Pavillion. La flecha que nos dirige a este pabellón imaginario apunta hacia el lado opuesto del Arsenale, hacia donde están “todos los demás” países, los que no tienen lugar en las sedes principales.
Desencantada con el trillado mote de “la meca del arte”, prefiero describir con convicción a la Bienal de Venecia como el foro donde se puede palpar con mayor claridad la política aplicada al arte. Una exhibición de todos los carteles que por más de cien años han vestido a este evento nacido en 1895 confirman esta idea al mostrar gráficamente la transformación de la imagen de la Bienal a partir de los años 30, convirtiéndola en trofeo político de abismalmente diferentes causas, comenzando por la del fascismo italiano que en 1942 (edición XXIII) convirtió a la Bienal en su estandarte de guerra, siguiendo claramente en la edición xxv de 1959 en la que los países aliados triunfan gráficamente sobre los países del eje, incluida Italia, y terminando con la solidaridad “Per una cultura democrática e antifascista” que los carteles de la Bienal de 1974 promovieron bajo el lema “Testimonianze contra el fascismo. Libertà al Cile” (Testimonios contra el fascismo. Libertad a Chile), un año después del asesinato de Salvador Allende.
Desde entonces, 1974, los carteles que le dan identidad y presencia mundial a la Bienal nos hablan de tendencias, de la lenta homologación global del diseño gráfico que se manifiesta en tipografías anacrónicamente formales —como la perpetua Helvética—, monotonía visual y recursos sintácticos de la imagen que los procesadores de texto más mediocres de hoy aplican automáticamente, demandando de nosotros sólo un par de clicks.
El contexto se diluyó en el cartel y el cartel da cuenta de la substancia. La Bienal se ocupaba, hasta su edición pasada, de temas como “Sueños y conflictos” (edición L, 2003), “La Experiencia del Arte” (edición LI, 2005) “Piensa con los sentidos - Siente con la mente”, (edición LII, 2007 en la que México participó por primera vez) y la anterior “Construyendo mundos” (edición LIII, 2009).
La idea de que el arte existe por y para él mismo, para experimentarse, para pensarse, para sentirse en un universo paralelo que nos transporta a un jardín mágico donde no hay dolor, hambruna o conflicto, sino color, poesía y belleza está presente de forma casi literal en la Bienal de Venecia, incluso cuando este año el tema general intenta regresar la conversación a una actualidad de identidades complejas, ejemplificadas en la confusión que provoca en la identidad propia una inocente afirmación: “Ustedes no son parte de Occidente”.

ILLUMINATIONS

“IllumiNations: Reflections of Earth es un espectáculo de fuegos artificiales, lásers y fuentes danzantes con una banda sonora conmovedora (…) en el área de los pabellones del World Showcase (…) que reúne el pasado, presente y futuro de nuestro planeta y sus naciones de colores”.
Walt Disney World.


Durante 5 meses cada dos años, la Biennale (de arte) ocupa la ciudad de Venecia con 3 tipos de eventos. Por un lado está la exhibición principal que este año gira en torno al concepto ILLUMInations, idea que según la directora y curadora de esta edición, Bice Curiger —cofundadora de la revista Parket, actual directora de la revista del Tate Modern y poseedora de un sólido curriculum como curadora de arte contemporáneo internacional— se aplica metafóricamente a los desarrollos recientes en las artes de todo el mundo, en donde distintos grupos forman colectivos con personas que representan una amplia variedad de actividades y mentalidades más locales; paralelamente se exhiben los Pabellones Nacionales, en donde los países participantes realizan de manera individual una curaduría especial; y los Eventos Colaterales, en los que prestigiados curadores realizan exhibiciones con base en conceptos específicos no necesariamente relacionados al tema eje.
ILLUMInations se exhibe en 2 sedes principales; El Arsenale, antiguo astillero y base militar, parcialmente en uso en la actualidad, cuya extensión cubre el 15% de Venecia; y el Giardini di Castello, un enorme parque construido en el siglo XVIII por órdenes de Napoleón Bonaparte para transformar la recién conquistada, y densamente poblada, ciudad de Venecia en un entorno más acorde con los valores estéticos de la Ilustración francesa.
Al interior del Giardini se encuentran 30 pabellones, edificios de arquitecturas eclécticas entre sí, cuya asignación a diferentes países se determinó, con contadas excepciones, en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, congelando con esto un momento en la historia de la Guerra Fría del que sobresale significativamente el pabellón norteamericano en prominente ubicación a un lado del Padiglione Centrale, el principal edificio del Giardini, construido en 1894 por Bartolomeo Bezzi.
Con los ojos puestos sobre el Occidente en su definición más tradicional, las únicas excepciones al eurocentrismo de esa Biennale petrificada en las arquitecturas del Giardini di Castello están en la inclusión de países latinoamericanos: Venezuela, Brasil y Uruguay; relevantes para Europa y Estados Unidos en tanto región económica, los tres fueron partidarios en mayor o menor medida de las políticas de los aliados y se integraron a la sede principal de la Bienal en 1953, 1959 y 1960, respectivamente.
Podemos, desde una lejanía temporal que nos engolosina con los entresijos de la política internacional, especular acerca de las razones que permitieron la entrada de estos países a la Biennale. Al respecto, algunos síntomas destacan, el primero: la postura ante EE.UU. de Uruguay durante la Segunda Guerra Mundial, permitiéndole al primero construir bases navales y aéreas en su territorio y rompiendo relaciones con los países del eje un mes después del ataque a Pearl Harbor para después declararles la guerra en 1945 a cambio de su pase a la Conferencia de San Francisco (en la que se elaboró la Carta de las Naciones Unidas, tratado fundacional del organismo); el segundo: La actuación de la Fuerza Expedicionaria Brasileña, infantería de 25,700 hombres y mujeres, único ejército sudamericano en participar consistentemente en la Segunda Guerra Mundial junto con las fuerzas aliadas entre 1943 y 1945; y la tercera, el descubrimiento del potencial petrolero venezolano a partir de 1914, la suspensión del desarrollo de su industria petroquímica durante la Segunda Guerra Mundial, su posterior explotación y las consiguientes pugnas entre las petroleras norteamericanas por el derecho a explotar los yacimientos.
Las razones que determinaron el trazo actual del Giardini di Castello estuvieron, sin duda, profundamente influenciadas por motivos y actuaciones políticas, sean o no los que se mencionan supra. Estas decisiones políticas tienen como consecuencia un trazo cultural de Occidente, su cultura artística y visual, que acompaña a la Biennale hasta la actualidad. La naciones iluminadas son estas. Los aliados iluminados que modelan la conciencia universal.

Venice Biennale = Showroom of Western Hegemony

Sobre la fachada del pabellón de Rumania, escrito con pintura blanca, se puede leer la obra “Mural on the facade” de Anetta Mona Chisa & Lucia Tkácová. Polaca y eslovaca, respectivamente, ambas artistas viven y trabajan en Praga. La obra consiste en escribir algo así como los pros y los contras de estar en la Bienal de Venecia.
Por un lado (el primero que se ve) “20% of reasons not to be here” enlista frases como:

- Because Jan Verwoert said: Forget the national” and we like him.
- Venice Biennale is a choicing-on-money mercantilist fossil
- The zoo effect
- We have nothing to wear for the opening
- Venice Biennale=Showroom of Western Hegemony

Del otro lado, las “80% of reasons to be here” no son tan elocuentes como las primeras, aunque develan una interesante dicotomía:

- Good excuse for massive outfit shopping
- To fight the way the world map is folded
- Confrontation, verification, gratification
- To hike up our price
- To pussify the Biennale

El juego entre rechazo y aceptación a la hegemonía de occidente y sus modelos culturales y políticos es evidente en esta y las otras obras del pabellón rumano, en el que además se puede ver un homenaje al artista consagrado Ian Grigorescu, quien habiendo vivido durante la etapa socialista de este país de Europa del Este, ha dedicado su trabajo durante décadas a la reflexión acerca del lugar de Rumania dentro de un repentino esquema en el que, después de la caída del régimen de Nicolae Ceausescu en 1989, esta nación se inserta en la cultura occidental, uniéndose a la Unión Europea apenas en 2007.
El catálogo de Performing History, como se titula esta participación, consiste en una larguísima entrevista a las curadoras, Maria Rus Bajan y Ami Barak en la que se regresa una y otra vez a la pregunta de si es Rumania parte, o no, de Occidente y de cuál es su lugar en el panorama europeo. La insistencia se lleva a un siguiente nivel, cuando se le entrega al visitante del pabellón una encuesta que incluye preguntas como “¿Hasta qué punto usted piensa que el mensaje de los artistas representa al Este y su forma de expresar su propia historia?” El 58% de los encuestados opinó que “lo expresan muy bien”. En otra se pregunta “Si tuviera que comparar las presentaciones en esta Bienal de artistas de Europa del Este y Europa Occidental, ¿Cuál cree que capturó mejor las especificidades de la memoria histórica europea?” El 70% de los encuestados contestó que “ambos”, el 17% contestó que “los del Este”, el 11% contestó que los de Occidente.
La cuestión se aborda con tanto énfasis en los pabellones de países con antecedentes de comunismo o socialismo (además de Rumania, República Checa, Polonia) que de pronto tiene sentido el inesperado afán del checo por cuestionar mi propia identidad. El Occidente como parte esencial de la definición identitaria tiene sentido sólo para quienes no son parte de él.
La lucha entre pertenecer pero, aparentemente, negarse a ser absorbidos es evidente en estos pabellones. En el extremo opuesto, los pabellones latinoamericanos (dentro del Giardini: Venezuela, Brasil, Uruguay; fuera, en el Arsenale: Argentina; en la ciudad: México), largamente asumidos como parte del concepto “Occidente” —comenzando su proceso de occidentalización en el siglo XVI —, emulan sus formas de representación. Incluso naciones como Venezuela, que actualmente mantiene un discurso político casi incendiario dentro del contexto latinoamericano en contra de, por ejemplo “el imperialismo yanqui”, presenta obras que bien podrían trasladarse al pabellón norteamericano o británico y significar más o menos lo mismo utilizando, además, los mismos modos de representación que han nacido en estos centros de creación de la “hegemonía de occidente”.
Una vez más, como en cada feria comercial y cada bienal los artistas latinoamericanos responden a las motivaciones de esa caduca e hiper ambigua idea de occidente a la que pertenecemos por default.
Para los europeos del Este la preocupación está aun fresca y es un elemento conflictivo, simbólico tal vez de la nostalgia por algo que nunca fue, y muy probablemente nunca será.
La portada de un “número especial” de Le Monde de hoy (octubre 28, 2011) anuncia el “hundimiento de Europa” dada la crisis de la deuda que viven los países, no de Europa, sino de la Eurozona, conformada por 17 estados que han adoptado el Euro como moneda oficial. 17 estados de las más de 4 decenas que componen al continente.
Pero no le podía decir todo esto a mi amigo checo. Ponerse político, religioso, y aparentemente también identitario, mata las cenas y reuniones amistosas y familiares y aliena a quienes habrán de proveernos de hospedaje cuando vayamos a sus países a escapar de nuestras propias crisis de identidad. Pero no te equivoques, amigo checo. TÚ no eres parte de occidente, estás a un margen de cuaderno —o a una gran crisis de deuda interna— de no ser parte de Europa.