Antonio Rubial García

No creo

 

 

 

No creo en un Dios hecho a la medida del hombre, en un Dios condescendiente y amoldable, como una barra de plastilina, a nuestras necesidades.

No creo en un Dios que está más preocupado por quien se acuesta con quien que por la explotación y la miseria a la que son condenados miles de seres humanos en el planeta.

No creo en un Dios que desprecia a las prostitutas, a las lesbianas, a los drogadictos, a los sin hogar, a los guerrilleros, a los homosexuales, a los suicidas, a las madres solteras y que se alía con los narcotraficantes, los pederastas, los capos de la mafia, los políticos corruptos, los dueños de casas de juego, los fabricantes de armas de fuego y los contaminadores de la tierra.

No creo en un Dios que prohíbe el uso del condón y de los anticonceptivos pero al que le tienen sin cuidado el hambre, la marginación y la expansión se enfermedades que destruyen el sistema inmunológico.

No creo en un Dios con una moral doble, en un Dios que no distingue entre robar por necesidad y robar para controlar los mercados.

No creo en un Dios que acepta sobornos, que tiene elegidos, que necesita pleitesía, que requiere de nuestras pobres ofrendas, que está pendiente de nuestros pensamientos más vanos.

No creo en un Dios que concibe la desigualdad entre los sexos como algo natural y que considera que la mujer no es lo suficientemente perfecta para ser digna de recibir el orden sacerdotal.

No creo en un Dios que juzga y condena, en un Dios que no tolera la disidencia y que está con los conformistas.

No creo en un Dios que apoya a genocidas como Franco, Videla, Pinochet, Busch o Saddan y que está de acuerdo con el borreguismo, con la manipulación de los medios y con la idiotización del género humano.

No creo en un Dios que prefiere veladoras, oraciones, sacrificios, limosnas y peregrinaciones a una recta conciencia y a la solidaridad con los otros.

No creo en un Dios que nos da inclinaciones y apetitos y que nos obliga al mismo tiempo a la abstinencia y a la renuncia.

No creo en un Dios que amenaza con las penas en un futuro incierto pero que mantiene a miles de seres humanos en un infierno en esta vida.

No creo en un Dios que me ofrece un paraíso en el más allá a cambio de una vida desdichada en el más acá.

No creo en un Dios que me recuerde todo el tiempo lo mucho que ha hecho por mí y a cambio de todo su amor debo sacrificar mi libertad y vivir de manera incondicional sometido a sus “representantes”.

No creo en un Dios que me quiere limitado y perrunamente fiel, perpetuamente niño, fácilmente moldeable, sin buscar cambios ni cuestionar, dócil y sumiso, humilde y agachado.

No creo en un Dios paternalista, monárquico, autoritario, señor de horca y cuchillo, dictador, juez implacable, señor de los ejércitos.

No creo en un Dios inflexible, puritano, intolerante, fascista, manipulador y chantajista.

No creo en un Dios que ha sido hecho a la imagen y semejanza del hombre, en un Dios construido a partir de nuestras debilidades, de nuestra impotencia, de nuestras limitaciones, de nuestros miedos, de nuestros sufrimientos.

No creo, y con todo... nadie me podría llamar incrédulo.