OSMAR GONZALEZ  

José Vasconcelos y los intelectuales peruanos

Cartas con José de la Riva Agüero

 

 


En el mes de setiembre de 1916, José Vasconcelos (1882-1959) llegó a Lima(1), estación inevitable en su peregrinaje americano. Llevaba en sus alforjas una carta del intelectual dominicano Pedro Henríquez Ureña dirigida al limeñísimo José de la Riva Agüero (1885-1944), famoso por dos grandes libros: Carácter de la literatura del Perú independiente (1905) y La historia en el Perú (1910); y por ser el máximo dirigente del Partido Nacional Democrático, que él fundó en 1915.

 

A Vasconcelos(2) le llamó la atención que un personaje tan encopetado como Riva Agüero, descendiente de una rancia familia colonial, estableciera con él una “extraña y satisfactoria amistad”. La impresión no era para nada descabellada ni exclusiva de Vasconcelos. Riva Agüero tenía fama de soberbio y distante, con engreimientos de niño genio. Sin embargo, la imagen pública del Marqués de Montealegre y Aulestia poco correspondía con su personalidad privada. Así lo demuestran su correspondencia y trato personal con quienes serían destacados personajes de la vida intelectual y política peruana, como el cuentista Abraham Valdelomar, el indigenista Luis E. Valcárcel y el polifacético Luis Alberto Sánchez, entre los más importantes.

El trato afable con el noble limeño hizo enterrar rápidamente sus prejuicios al visitante mexicano. En sus memorias se leen confesiones como la siguiente: “pocas veces he tenido un amigo más sencillo, más empeñado en hacerme llevadera la estancia en tierra desconocida, a tantas leguas de la patria y del éxito”. Vasconcelos es certero cuando retrata a Riva Agüero como un intelectual por sobre todas las cosas, como historiador y académico irrenunciable a quien caracteriza su profundo amor por la Colonia, cosa ajena al “alma bastardeada” del mexicano por la infiltración en las escuelas y en la prensa del “criterio imperialista protestante”.

En ese mismo año, 1916, Riva Agüero ofrece su discurso “Elogio del Inca Garcilaso”, obra que Vasconcelos califica como de los más iluminadores de su patriotismo continental. El entusiasmo se explica por el común entendimiento de que el mestizo constituía la base de la nacionalidad, a pesar de algunos matices. Mientras Vasconcelos apostaba por un mestizaje mesocrático, Riva Agüero lo hacía por uno que prolongara el prestigio de las familias aristocráticas(3). Estas diferencias se explican por las procedencias de ambos intelectuales: uno, de clase media; el otro, aristócrata. Coincidían en la búsqueda del espíritu que otorgara distintividad a las tierras americanas; y en la oposición sin reservas a lo que en los inicios de siglo se llamaba el vasallaje económico, especialmente el impulsado por Estados Unidos, país que, luego de la Gran Guerra (1914-1918), empezaba a encumbrarse como potencia mundial. Además, ambos afirmaban que para desarrollarse nuestros países necesitaban de la consolidación de una burguesía nacional, asunto que en aquellos años se denominaba —algo gaseosamente— el problema de la clase media.

Vasconcelos y Riva Agüero tenían también diferencias como las que señala Alfredo Barnechea, y no sólo en el plano de las personalidades, sino también en el estilo. Vasoncelos fue un “prosista colérico”.

 

Sus ensayos tenían vuelo alegórico, una naturaleza profética, y su pensamiento procedía por grandes generalizaciones, a veces poco rigurosas sagún algunos de sus críticos. En ese sentido, era la encarnación del típico intelectual ‘latinoamericano’, de prosa copiosa y asistemática, de fáciles aunque a veces brillantes generalizaciones, de denuncias tremendas pero escasas opciones de acción(4).

 

Por su parte, Riva Agüero se caracterizaba por poseer

 

... un espíritu más bien recatado y amante del dato exacto. Su prosa se inflamaba en ocasiones, es verdad, con arrebatos dignos de Chateaubriand, pero esa incandescencia estaba sostenida por la erudición. Por otro lado no lo arrebataba el cambio, la historia por venir, sino el pasado y, a lo sumo, la especulación de la historia que no fue. No fue nunca, para usar una denominación del XVII, un arbitrista; carecía del temple de los escritores reformistas, a diferencia de su contemporáneo y amigo, Francisco García Calderón(5)

 

El arribo de Vasconcelos a Lima coincidió con el mejor momento de la intelectualidad criolla peruana, a la que conoció cuando Riva Agüero lo invitó a cenar a su “espaciosa mansión señorial” de Chorrillos —balneario ubicado al sur de Lima—, producto reciente de la expansión modernizadora de la capital y lugar donde veraneaba la élite limeña. En aquella oportunidad (seguramente saboreando platos típicos del país andino, rematados con una taza de humeante chocolate, a la usanza colonial), el “Ulises criollo” pudo conocer a algunos de los intelectuales más destacados de la época.

José Gálvez, llamado “el poeta de la juventud”, era autor de delicadas crónicas de la vida limeña; Víctor Andrés Belaunde era dueño de un agudo sentido crítico, expresado soberbiamente en sus ensayos sobre la sicología de los peruanos; Luis E. Valcárcel, impulsor de una temprana reforma universitaria en el Cusco en 1909, fue un indigenista radical y quien introdujo la etnología en el Perú; y Guillermo Salinas Cossío, estudió la lírica indígena como una forma de comprender el alma de sus pueblos. Faltaron a esa reunión los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, leaders de su generación, pues ya vivían en París. Francisco era un destacado sociólogo y ensayista, y Ventura un exquisito cronista, autor de cuentos con motivos peruanos y agudo crítico literario. Ambos fueron propuestos para el Nóbel por la comunidad intelectual francesa de los años cuarenta.

 

VASCONCELOS (Y SU PENA DE AMOR) EN LIMA

 

 

Vasconcelos llegó a Lima cuando atravesaba un difícil momento emocional. Viajó con su amante, Adriana, estaba enamorado de ella pero tenían una relación tormentosa (otra de las tormentas del ideólogo mexicano)6. Él era casado y ella vivía en Nueva York. No soportaban vivir separados, pero tampoco se toleraban cuando estaban juntos. Las riñas eran frecuentes y los celos su mejor detonante. Finalmente, ella decidió regresar a su departamento. Vasconcelos, angustiado por la pena y la soledad, le confesó a Riva Agüero sus cuitas amorosas. Para su sorpresa, el noble limeño le reaccionó con frialdad, sin entender el suplicio sentimental por el que estaba pasando. Desconcertado, Vasconcelos prefirió no hablar más del asunto.

Nadie describió mejor el proyecto de Riva Agüero que él mismo, cuando le confesó a Miguel de Unamuno que deseaba dedicarse por entero a la actividad intelectual, sin intromisiones de los sentimientos, “pero —se lamentaba— la carne es flaca”. Vasconcelos —de temperamento apasionado— difícilmente podría encontrar comprensión en un espíritu tan gélido como el de Riva Agüero. Por eso buscó otro más sensible, conocedor de las tribulaciones humanas. En esa búsqueda halló a Valdelomar.

Valdelomar (1888-1919) es el más grande cuentista peruano(7). Nació en Ica, departamento vitivinícola ubicado al sur de Lima en donde se prepara sabroso pisco. Periodista y caricaturista también, Valdelomar fundó la revista Colónida (1916), constituida por un puñado de jóvenes iconoclastas que se mofaban de las acartonadas costumbres oligárquicas. En ella participó, entre otros, el por entonces joven periodista José Carlos Mariátegui. La importancia de Valdelomar fue rápidamente captada por Vasconcelos, quien lo retrataba como “un ‘as’ de su generación [...] El mejor cronista limeño”. Desde el diario La Prensa y el café Palais Concert, Valdelomar pulía con esmero una imagen personal irritante y de ególatra, que caía muy mal en la Lima de su tiempo. También Valdelomar —como Riva Agüero, de quien fuera secretario personal— mostraba una clara escisión entre su imagen pública y la privada, en contraste con su comportamiento de “niño terrible” están las cartas que le escribe a su madre, llenas de espíritu provinciano y de profundo amor filial.

Valdelomar llevó a Vasconcelos a visitar el barrio chino, en la calle Capón, lugar frecuentado por numerosos personajes de la época: Mariátegui, Vallejo, Haya, entre otros. Ahí, Vasconcelos fumó opio, costumbre que Valdelomar conocía perfectamente y que en cierta editorial de Colónida Federico More había enaltecido, irritando a los espíritus pacatos de la época. Era parte de la subversión generacional que encabezaba el escritor iqueño. Pero sobre todas las cosas, Valdelomar era un orfebre de la prosa, empedernido amante del estilo. Por eso le confiesa al visitante, luego de halagar su Pitágoras (que fue editado en el mismo 1916 en La Habana): “¿Conoce usted la prueba a que yo someto un estilo? Me pongo a ensayar un cambio de las palabras que ha usado el autor; si lo que yo sustituyo resulta mejor, el estilo es malo; si no puedo hallar un léxico más preciso, el estilo es bueno [...] Su estilo es claro, es bueno”. Concluida la sesión de opio, Valdelomar se retiró; Vasconcelos, empero, no pudo olvidar su pena de amor.

El ideólogo mexicano, gracias a una conferencia que ofreció en la Universidad de San Marcos —invitado por Riva Agüero— sobre “El movimiento intelectual contemporáneo en México”, conoció al director de la Biblioteca Nacional, el formidable Manuel González Prada (antichilenista a ultranza y el más duro crítico de la plutocracia peruana) quien lo recibió con cariño y le abrió las puertas de la biblioteca para que la consultara libremente. Esta oferta permitió a Vasconcelos sumergirse en la lectura de autores clásicos como Lope de Vega y Aristóteles, encontrando cierto alivio para sus pesares. Después, el propio Riva Agüero llevó a Vasconcelos a conocer a Ricardo Palma (el autor de Tradiciones peruanas), ya convertido en el gran patriarca de las letras peruanas. El tradicionista lo ilustró sobre la historia de las relaciones entre Perú y México, las que Vasconcelos desconocía completamente: “En general, los de mi época desdeñábamos la historia patria [...] y sabíamos más de Grecia y de Tucídides que de Anáhuac y de Alamán”. Anoto que el mismo reproche se encuentra en los trabajos de los intelectuales peruanos de inicios del siglo.

 

 

 

LAS DIVAGACIONES VASCONCELIANAS SOBRE LIMA

 

 

Tres años después, en 1919, de su visita a Lima, Vasconcelos publicó un pequeño libro muy poco conocido, Divagaciones literarias, compuesto por textos que trasuntan un espíritu arrebatado y nostálgico. Recientemente, en el año 2002, la Asociación Nacional del Libro de México ha reeditado esta obra, “como un obsequio de los libreros y editores de México” y con motivo de la celebración del Día nacional del libro, 12 de noviembre, en dicho país.

Una parte importante de las divagaciones vasconcelianas está dedicada, justamente, a sus recuerdos limeños. El cariño que recibió por parte de la familia que lo alojó es evidente, según escribe en imaginaria carta: “Cada vez que sueñe con personas queridas, se me aparecerán ustedes; siempre que vea la luna, entre el recuerdo de noches sentimentales, de amores violentos o de congojas hondas, pasará también la suave imagen de ustedes”(9).

Como señala el prologuista, Felipe Garrido, los recuerdos de Vasconcelos siempre aparecen encarnados en figuras femeninas: “Sofía con sus bellos ojos que adivinan la pena y la alivian; Rosita con sus cabellos rubios y sus alegres risas; y doña Sofía, modelo de mujer fuerte, que a través de la viudez y la pobreza educó a sus hijos en el decoro y la virtud rigurosa”(10). La amistad sincera con que fue recibido y atendido son exaltados por Vasconcelos sin cortapisas: “¡Ciudad voluptuosa, para mí sólo tuviste actitudes de sonrisa, acaso porque no penetré en tus misterios...! Herido llegué a tus albergues y en ellos todo me fue bálsamo...Te rememoro como un blando sueño...”(11).

El intelectual mexicano también se sintió profundamente conmovido por las tristezas emanadas por las melodías de un yaraví, y cuyos sentimientos más profundos se sentía incapaz de transportar a las palabras: “La literatura universal es todavía pobre e incompleta como medio de expresión, porque desde el principio descuidó activar y asimilar dentro de sí el arte de escribir los sonidos”(12).

Algo de la vida cotidiana de la Lima de principios del siglo XX nos cuenta Vasconcelos. Se comía a las 8 p.m. con platos a los que recuerda con deleite: pallares, cau-cau, conchitas, además de elogiar la preparación de nuestro arroz. Igual admiración expresa por los “inimitables dulces limeños”: nueces en conserva, limones rellenos, pastas monjiles... Y, luego, una copa (o más) de vino. Por su parte, las mujeres dejaban transcurrir su vida casi sin salir a la calle, absorbidas por los quehaceres de la casa y, por ello, siempre fatigadas. Usualmente, después de la comida, pasaban a un salón para ponerse a cantar.

En la mirada nostálgica que Vasconcelos proyecta sobre los limeños, describe a éstos como “transnochadores por hábito”. Si no van al teatro o alguna reunión se asoman a los balcones tradicionales o pasean por las calles hasta pasada la medianoche. Era frecuente que incluso después del paseo ingresaran a la casa a seguir charlando y comer algo más. El sentimiento de sus recuerdos es una combinación de dulzura y tristeza. Sin embargo: “Y a pesar de tanto recuerdo tierno ni una carta os he escrito, oh mis amigos de Lima”, confiesa con sentimiento de culpa. Pero sigue imaginando el momento en que les dirija una carta que será muy larga y la manera como ésta será recibida: “Me imagino lo que entonces sucederá: Luis se presentará a con mis pliegos, se negará a mostrarlos antes de que todos estén reunidos, y después de la cena, juntos todos en el salón, los leerá despacio; ya al final le temblarán las palabras, y acaso en los ojos de ellas habrá algo de llanto como en los míos al escribirla”(13).

Cuando faltaba poco para que Vasconcelos abandonara el Perú y continuara su vagabundeo por tierras sudamericanas, éste portaba una profunda rabia y desconsuelo. Su espíritu estaba asediado por los celos, escribía cartas injuriosas contra su amada y al mismo tiempo esperaba ansiosamente noticias suyas. Era un hombre apasionado y contradictorio, que se agitaba incesantemente por su pena amorosa; una pena que no halló el consuelo que necesitaba en los intelectuales a los cuales frecuentó en Lima y que le seguiría pesando un tiempo más. No obstante, la relación que Vasconcelos mantendría con los intelectuales peruanos sería intensa y —no podía ser de otra manera— tormentosa. Pero especialmente amigable fue su afinidad espiritual con Riva Agüero.

AMISTAD EPISTOLAR

 

 

 

En el Archivo Histórico Riva Agüero (AHRA) de Lima ubicado en la antigua casona del mencionado historiador peruano, se conservan trece cartas cruzadas entre ambos intelectuales (término que, como veremos, a ninguno agradaba). Sólo dos de ellas han sido publicadas hasta el momento, el resto permanece inédito. Gracias a la generosidad de los albaceas que celosamente cuidan la herencia del historiador peruano(14), ahora puedo ofrecer una propuesta de análisis del contenido de dichas cartas, con el propósito de conocer un poco más las personalidades de estos dos hombres de pensamiento, tan importantes en las culturas de sus respectivos países, como en la de Anérica Latina.

Como se puede observar en las cartas (y se refrenda en las memorias del intelectual mexicano), la amistad surge inmediatamente. No hay nada que no se pueda decir franca y directamente. Se trata de un tipo de relación que no necesita de prudencias ni de maquillajes a la hora de manifestar una opinión. Asimismo, las cartas nos permiten ver la creciente amargura que invade a ambos pensadores, luego de que sus ideales de juventud no se vieran concretados debido a la forma de ejercer la política a la que estaban acostumbrados los caudillos de turno.

La primera carta corresponde a Vasconcelos, y está fechada el 28 de diciembre de 1916. Ya se encuentra en Lima y la envía a Chosica —una pequeña ciudad que se ubica en la sierra de Lima y de agradable clima seco, ideal para pasar días de campo—, donde el noble limeño tenía su casa de descanso.

En dicha carta, Vasconcelos le agradecía a su anfitrión por su invitación a visitar dicha localidad. Lo único que le preocupaba era el temor al “zoroche” (mal de altura); no obstante, acepta la invitación. Pero la carta contiene cosas mucho más importantes. Vasconcelos subraya que le han causado alegría los sucesos políticos últimos (se refiere al bloqueamiento de una candidatura al parlamento de Riva Agüero), y se lo dice directamente, “aun con temor de desagradarlo”. A continuación explica el por qué de su alegría, expresando de paso el pobre concepto que tenía de los caudillos latinoamericanos:

 

Generalmente el político gasta en la lucha todo el poder de su carácter y cuando llega al triunfo ya no puede hacer más que seguir la rutina; de todas maneras hay muchos hombres bastante mediocres que pueden desempeñar esas funciones útiles al pueblo; pero los pocos escogidos que a la vez que talento poseen sentido humano hondo de honradez y de amor, deben educar, no gobernar. En nuestros países hay una infinidad de cosas por hacer, que un hombre enérgico como Ud. puede realizar haciendo más bienes que si llega al [sic] Presidencia donde todo su tiempo se agotaría en intrigas contra Chile y combinaciones para defenderse de rivales ambiciosos y malévolos. El gobernante influye por el exterior de las sociedades y es conducido por ellos, el pensador influye por dentro y le imprime impulso independiente y rumbos nuevos. Ud. puede hacer una infinidad de cosas útiles nobles y verdaderamente grandes mucho más grandes que ceñirse una faja bicolor emblema de un ideal incompleto mientras no lo animan corrientes interiores de nobleza y cuando esas corrientes todavía no brotan es mejor ponerse a horadarlas.

 

Lamentablemente, no conocemos la respuesta de Riva Agüero, que debía haberla expresado personalmente en el encuentro previsto en Chosica. De todas maneras, por sus ensayos políticos sabemos que no difería en mucho de la opinión de Vasconcelos, es más, por pensar prácticamente igual fue que decidió —junto con sus compañeros generacionales— ingresar a la política: como un intento de purificarla, de hacerla útil en la campaña de la regeneración nacional, para servir a los intereses del país y no a los de grupo, como había sucedido en la mayoría de nuestros países durante prácticamente toda su historia. Por ello, porque coincidían en los aspectos claves, Vasconcelos y Riva Agüero podían hablar entre ellos con sinceridad y sin temor de herirse. Eran espíritus coincidentes en su manera de enjuiciar la política latinoamericana.

En la segunda carta (con membrete de la “Compañía Sud Americana de Vapores”, escrita desde el Vapor Huasco y fechada en febrero 3 de 1917), Vasconcelos le dice a Riva Agüero que no quería cruzar el Ecuador sin escribirle unas líneas de despedida y agradecimiento por lo bien que lo trataron él y sus amigos durante su estadía en Lima. Le confiesa que sufrió mucho, pero que los peruanos no tuvieron culpa alguna, al contrario, “sí encontré en la generosidad de su simpatía, un alivio eficaz de mis penalidades”. Se refiere especialmente a su pena de amor ya mencionada.

Vasconcelos prosigue:

 

Probablemente voy a entrar en nuevas tormentas [¿anticipación del título de parte de sus memorias?], cuando menos a un vivir más agitado que el que en Lima hice (de soledad y dolor) y es seguro que alguna vez echaré de menos los instantes de amable reposo mental y moral que la amistad de Ud. supo darme.

 

Finalmente le da a conocer su nueva dirección para seguir escribiéndose: Dr. Fco. J. Castellanos - Galiano 52, Habana.

En la tercera carta, también escrita por Vasconcelos, ahora desde Nueva York, el 2 de junio de 1917, Vasconcelos le envía a Riva Agüero el acuse de recibo de los dos libros que éste le envió a la Hispanic Society (al parecer Elogio del Inca Garcilaso de 1916, y La Historia en el Perú, de 1910). Asimismo, le dice que se instalará en San Antonio, Texas, en donde espera establecerse con un semanario de combate y de literatura. Su nueva dirección será Olive St. 1025, San Antonio, Texas, en Estados Unidos.

En la cuarta carta, del 15 de septiembre de 1917, Vasconcelos escribe, ya instalado en la mencionada ciudad. Le cuenta que vive “pacíficamente” con su esposa e hijos “en espera que Carranza se muera o lo echen, lo cual va largo”. Le adjunta dos textos. Uno, los versos del poeta potosino, Manuel José Othón(15), y el otro una monografía sobre la Catedral de México.

La quinta carta es la primera que tenemos de Riva Agüero, la que redactó en su residencia limeña el 14 de noviembre de 1917. En ella le agradece a Vasconcelos la monografía sobre la catedral pero le dice que los versos de Othón no le han llegado, por eso le pide que le envíe otro ejemplar, si dispusiera de él. El interés de Riva Agüero por conocer a este autor es grande, pues no tiene de él más referencias que las que ofrece Henríquez Ureña en una temprana antología. Además, le anuncia que va a editar unos ensayos literarios y políticos, así como reimprimir un ensayo biográfico que escribió en su primera juventud donde describe el ambiente peruano del siglo XVIII(16).

En los asuntos políticos, Riva Agüero le informa a su amigo mexicano que tanto él como su partido (el Nacional Democrático-PND) están empeñados en evitar el aumento de emisión de papel moneda que el gobierno desea llevar a cabo “con el propósito de garantizarlas mediante depósitos en bancos norteamericanos”. Luego, señala algo poco destacado por los analistas posteriores, adversarios ideológicos de Riva Agüero, quienes no han relevado de manera suficiente su pensamiento antinorteamericano:

 

... sabe que admiro a los yanquis —continúa el limeño—, pero que no quiero absorción económica ni política de factoría, y el momento actual, de tan muertos[?] resultados por la guerra europea, hace aún más absurdo este intento de completa solidaridad económica, que por otra parte nadie nos exige ni necesitamos para vivir y seguir prosperando en nuestra modesta espera. Nuestra actitud ha acabado por divorciarnos del gobierno, que nos combatirá de hoy en adelante como enemigos declarados y nos negará toda posición legislativa pero ni yo ni mis amigos hemos entrado en política para buscar prebendas y acomodos. Hay también un proyecto llamado de conscripción vial, monstruosidad insigne (que tiende a restablecer la mita española, y la contribución personal y a fomentar el alcoholismo) contra el cual tenemos propuestas aun a riesgo de echarnos encima a todos los hacendados...[aquí se interrumpe la copia de la carta].

 

Es interesante resaltar algunos temas que Riva Agüero señala en su carta, su defensa nacionalista para buscar evitar “la absorción económica y política yanqui”, y el sentido que le confiere al hecho de ingresar a la política, tanto de él como de su partido. También es necesario enfatizar su oposición al gobierno, a pesar de ser un primo suyo el presidente, José Pardo y Barreda. Además, líneas de esta carta echan por tierra la hipótesis de que el Riva Agüero de estos años haya sido un pensador “feudal”. Su oposición al proyecto de conscripción vial, que consistía en utilizar fuerza de trabajo indígena a manera de una “contribución personal” en provecho de los hacendados, nos revela a un Riva Agüero sumamente claro en su propuesta antiterrateniente. Lo curioso es que dicho proyecto fue llevado a cabo durante el modernizador gobierno de Augusto B. Leguía (1919-1930), del cual Riva Agüero fue acérrimo enemigo.

En la sexta carta, Vasconcelos le escribe a su amigo peruano ya desde San Diego, California, el 5 de febrero de 1919. Le cuenta que salió de San Antonio para unirse a su partido en México, pero que fracasó en su objetivo, y que mientras tanto trabaja en “negocios de abogado”. Por otra parte, lamenta que el conflicto entre Perú y Chile(17) se esté reavivando como consecuencia del no cumplimiento del Tratado de Ancón, según el cual Chile debía haber devuelto a Perú los territorios de Tacna y Tarapacá en 1894. Vasconcelos creía que para solucionar este conflicto era mejor promover

 

... una cruzada de intelectuales o ya que a Ud. no le gusta esa palabra moderna, ni a mí tampoco, una cruzada de poetas que se dedicaran a calmar los ánimos en Lima, a desterrar el odio, a desacreditar el rencor y que después fuera a Chile a predicar la justicia, o imponer la concordia a exigir la unión. Mientras Perú y Chile estén divorciados moralmente, no se puede pensar seriamente en dar los primeros pasos para la unión latinoamericana y sin esta unión nunca llegaremos a nada nunca significaremos nada.

 

Quizás sin saberlo, Vasconcelos tocaba una fibra muy sensible en el espíritu de Riva Agüero: su patriotismo. En diversas oportunidades, el historiador peruano había señalado que una de las heridas que debían ser sanadas era la abierta por la derrota ante Chile. También había dejado en claro que no creía en los sueños bolivarianos de unidad, sino en el fortalecimiento de los estados, especialmente el peruano, el cual debía recuperar el lugar de predominio que antes exhibía. Por ello, la prédica vasconceliana de unidad latinoamericana debió, si no disgustarle, al menos causarle reservas a Riva Agüero. Lamentablemente, tampoco tenemos testimonio de su respuesta, si la hubo.

Por otro lado, Vasconcelos le anuncia a Riva Agüero que le ha enviado su libro El monismo estético, aunque cree que también pudo habérselo mandado Julio Torri. También le pregunta a su corresponsal limeño si ya editó su libro sobre el paisaje peruano(18) y le pide que se lo envíe si así fuera. Para ello le da su nueva dirección: 2856 5th. St.- San Diego.

Ésta será posiblemente la última —o, en todo caso, una de las últimas— carta que Vasconcelos pudo escribir a la residencia limeña de Riva Agüero. Pocos meses después, en mayo de 1919, ingresó Leguía al poder luego de cerrar el Congreso cuando éste se disponía a nombrar al nuevo presidente luego de ajustadas elecciones. El nuevo gobierno fue absolutamente hostil con Riva Agüero, éste tuvo que salir del país, hacia Europa, donde permaneció durante los once años que duró el leguiísmo.

El largo gobierno de Leguía fue objeto de oposición tanto de Riva Agüero como de Vasconcelos. Éste, quien había mantenido una profunda ligazón con el Perú, fue nombrado por la nueva juventud estudiantil como su Maestro en 1920. La carta que dirigió Vasconcelos a los estudiantes peruanos es emotiva y la inició denunciando “este triunfo de Caín allá en el Perú”, refiriéndose obviamente a Leguía. La comunicación es larga y está llena de recuerdos de su viaje a Lima:

 

No puedo olvidar tampoco lo que debo personalmente al Perú en los días en que era libre y yo arribé allá perseguido y sin más título que el de ser un mexicano que había sido perseguido por todos los dictadores de su patria, y eso me abrió todas las puertas y me ganó todos los pechos. Como la visión de una vida aparte guardo el recuerdo de aquel viaje y tiemblo de pensar en la emoción de un retorno a Lima; me cogería el ambiente y tendría que volver a vivir las horas profundas, las horas amargas, los ásperos deleites, la asombrosa, la desgarradora vida de mis diez meses de amor, de desesperación y de videncia(19).

 

Por este sentimiento que guardaba hacia el Perú no resultaba extraño que Vasconcelos siempre buscara estar ligado a este país de una u otra manera. Un personaje que catalizaría los sentimientos de gratitud y cariño sería Víctor Raúl Haya de la Torre, el más grande político peruano del siglo XX. Sucedió que Haya de la Torre fue un tenaz opositor del presidente Leguía, y se ligaba orgánicamente a los emergentes trabajadores urbanos (obreros y artesanos) buscando dirigir la participación política de éstos, influidos básicamente por las ideas anarquistas. Esto hizo natural que Haya se opusiera al intento de Leguía por consagrar el Perú al Sagrado Corazón, acto con el cual el dictador buscaba estrechar su alianza con los sectores conservadores de la iglesia peruana. Haya acompañó a la multitud trabajadora que se oponía a la decisión de Leguía en las jornadas memorables del 23 de mayo de 1923, que —según algunos—, dieron nacimiento político a la nueva generación, la conocida como la del Centenario de la Independencia del Perú, ocurrida en 1821. Debido a la capacidad de conducción mostrada por Haya, éste se convirtió en un personaje incómodo para el gobierno; es así que Leguía decidió condenarlo al exilio. Cuando Haya llega a Panamá recibe una invitación de Vasconcelos para que trabaje con él en la Secretaría Nacional de Educación Pública, en tiempos de Álvaro Obregón. La influencia del ideólogo mexicano sobre el joven político peruano fue muy importante, pues de él incorporó la misión del Estado como agente educador, así como afirmó sus principios de unidad latinoamericana. Según Pedro Planas, Haya tomó de Vasconcelos el término tan caro a aquél: Indoamérica.

El 27 de abril de 1921, Vasconcelos pronunció un discurso en el acto de entrega del nuevo escudo de la Universidad Nacional de México. En esa ocasión dijo:

 

... teniendo en cuenta que en los tiempos presentes se opera un proceso que tiende a modificar el sistema de organización de los pueblos, substituyendo las antiguas nacionalidades, que son hijas de la guerra y la política, con las federaciones constituidas a base de sangre e idioma comunes, lo cual va de acuerdo con las necesidades de fundir su propia patria con la gran patria hispanoamericana que representará una nueva expresión de los destinos humanos(20).

 

Palabras similares pronunció Haya el 7 de mayo de 1924, cuando hizo entrega de una bandera con el escudo vasconceliano al presidente de la Federación de Estudiantes de México:

 

Esa bandera que yo os entrego [...] es nuestro blasón vasconceliano de la Universidad de México, hecho pendón, es el escudo de nuestra casa universitaria(21).

 

La relación con el Perú siguió siendo intensa por parte de Vasconcelos, aunque ello se debiera a motivos amargos, como el asesinato de un joven intelectual peruano, Edwin Elmore, a manos del poeta peruano José Santos Chocano, coronado como “el Poeta de América” por el propio Leguía en 1922.

ACUSACIONES EN MEDIO DE PASIONES

 

 

Dentro del panorama poético del Perú, es indudable que José Santos Chocano (1875-1934) es uno de los representantes más grandes en el presente siglo. Su estilo, vigoroso y castizo, representa la más alta expresión del modernismo en dicho país. Como testimonio de su gran producción poética se pueden mencionar obras como Iras santas, Fiat Lux!, Ayacucho y los Andes, entre otras

El bardo peruano era todo un personaje, dueño de una fuerte personalidad egolátra, desbordada y arrebatada. Su vida fue intensa, y en ella estuvieron presentes los conflictos amorosos, las turbulencias políticas, los amagues subversivos, un homicidio, el encarcelamiento y su propio asesinato. A pesar de ser un poeta —o quizás precisamente por ello— amaba la acción y siempre estaba dispuesto a involucrarse en las pasiones políticas. Así lo hizo tanto dentro como fuera de su país. Su reino sí era de este mundo.

Chocano colaboró con el gobierno autocrático del guatemalteco Estrada Cabrera. También estuvo en México como convencido seguidor de Francisco I. Madero. Luego del asesinato de éste, el cuartelazo de Victoriano Huerta y el estallido de la guerra civil, Chocano apoyó a los revolucionarios Pancho Villa y Venustiano Carranza(22).

Esta trayectoria explica las tesis de Chocano sobre la capacidad que le atribuye a las dictaduras para organizar a nuestros países. En su folleto de 1922, titulado Apuntes sobre las dictaduras organizadoras, Chocano sustenta que las dictaduras son positivas porque permiten restructurar al Estado y a la sociedad, al mismo tiempo que ayudan a eliminar a las oligarquías dominantes. Sus tesis le valieron las simpatías de intelectuales tan prestigiosos como la del argentino Leopoldo Lugones, quien anunció que había llegado para América Latina “la hora de la espada”.

Fueron estas ideas las que ocasionaron los disgustos y reprimendas de Vasconcelos contra Chocano. Aquél, opuesto totalmente a las tesis del peruano, hizo la siguiente y terrible acusación: al caerse la lira del poeta se podían ver los cascabeles del bufón, aludiendo a las colaboraciones de Chocano con algunas dictaduras latinoamericanas. Por su parte, “Aladino” —apelativo del poeta andino—, quien no se distinguía por sus delicadas formas precisamente, replicaba al mexicano acusándolo de “farsante”.

La ríspida polémica que se desató entre Vasconcelos y Chocano(23) tuvo trágico resultado, pues éste mató al ferviente y joven vasconcelista peruano, Edwin Elmore, y fue llevado a prisión. Las influencias que Chocano tenía en el gobierno de Leguía permitieron que saliera de la cárcel antes de que terminara su condena.

La historia es, de modo resumido, la siguiente. Elmore, nacido en Lima en 1890, se encontraba organizando un Congreso Libre de Intelectuales Iberoamericanos. Era, además, un consecuente antileguiísta. Por medio de un programa radial se opuso a la dictadura y al vate, quien la apoyaba. Luego escribió un artículo para el diario La Crónica en donde calificaba al poeta como “vulgar impostor”. El texto no fue publicado pero alguien se lo enseñó a Chocano. Éste, lleno de ira, le escribió una carta en la que lo amenazaba diciéndole: “Miserable: como he aplastado a Vasconcelos, te aplastaré a ti, si no te arrodillas a pedirme perdón”(24). La mala fortuna hizo que Elmore y Chocano se cruzaran cuando el primero llevaba su carta a El Comercio y el segundo salía de la Imprenta “Minerva” de José Carlos Mariátegui adonde había ido a disculparse con éste porque no iba poder estar presente en la inauguración de la misma el 31 de octubre de 1925. Elmore y Chocano se miraron con furia, cruzaron palabras cargadas de ira. El joven periodista abofeteó al poeta, Chocano sacó su revólver y le disparó a su opositor, quien murió el 2 de noviembre de dicho año. Por su parte, el poeta se entregó a las autoridades. Las razones que esgrimió Chocano para justificar su asesinato fueron que Elmore blandía ideas antiperuanas. Ya preso, Chocano, por medio de su hoja, La Hoguera, siguió atacando a Elmore de prochilenismo e incluso al padre de éste, a quien acusaba de traición a la patria durante la guerra con Chile.

En verdad se vivía un ambiente caldeado por el conflicto peruano-chileno a causa de la entrega de Tacna y Arica a Perú. En Washington se discutía la validez del Tratado de Ancón (1884). El 9 de abril de 1925 el presidente norteamericano, Calvin Coolidge, dictó su Laudo Arbitral, disponiendo que se ejecute en ese año el plebiscito previsto para 1894 y que Tarata se reintegrara a suelo peruano. El gobierno peruano se opuso terminantemente, pues exigía que se le devolvieran Tacna y Arica, las llamadas “provincias cautivas”.

En algún momento, Chocano dejó deslizar el rumor de que las supuestas ideas antiperuanas (o prochilenas) de Elmore fueron susurradas a su oído por Vasconcelos, precisamente. Según Chocano, Vasconcelos había expresado su convicción de que Tacna y Arica debían ser entregados a Chile por estar “mejor preparado para la dirección y el gobierno”. Vasconcelos, obviamente, como defensor de una patria americana —como Elmore, recuerda— refuta esas acusaciones con vehemencia y recuerda el profundo amor que lo une al Perú. Sin embargo, el sentimiento que lo liga a dicho país no significa que apoye a su presidente, Leguía, al cual sirve justamente Chocano:

 

No soy matachín ni perdonavidas, pero por eso mismo le he dicho al señor Chocano que lamentaba verle dejar la lira del poeta por la vara de cascabeles del bufón(25).

 

La polémica entre Chocano y Vasconcelos ya tenía cierta historia. El ideólogo mexicano había criticado desde Constantinopla, mediante su artículo “Poetas y bufones” (de 1925), el personalismo de Chocano y el apoyo de Lugones a las autocracias. En dicho artículo, que se publicó también en La Crónica de Lima, Vasconcelos decía lo siguiente de Chocano:

 

... dejó en México las páginas más brillantes de su vida; aquí se hizo verbo de la nobilísima revolución contra Victoriano Huerta, sus arengas se leían por la noche en los campamentos, en las esperas prolongadas del vivac(26).

 

Y proseguía haciendo cada vez más lacerantes sus palabras y juicios:

 

... lo grave es que ya desde aquí comenzó Chocano a enseñar el cobre, a soltar el barniz de poeta, para dejar a descubierto al lacayo.

 

Se trató de una fiera disputa. Chocano respondió en su artículo “Apóstoles y farsantes”:

 

Basta reparar en el escándalo con que alude él, como enemigo que parece sentirse del Amor y de la vida, a mi afán de placeres, para comprender que el licenciado Vasconcelos [Vas-con-celos] tiene, de conformidad con su mismo aspecto personal, una lúgubre alma de jesuita o fariseo

 

Inmediatamente, escritores, periodistas y artistas redactaron una declaración en la que manifestaban su “solidaridad intelectual y espiritual con José Vasconcelos”, a quien reconocían como “a uno de los más altos representantes del espíritu y la mentalidad de América” (Lima, octubre de 1925). Entre los firmantes se encontraban J.C. Mariátegui, Luis Berninzone (quien después sería secretario de Chocano), Luis Alberto Sánchez (prolífico escritor y miembro del Partido Aprista), Manuel Beltroy, Carlos Manuel Cox y Edwin Elmore(27) . Los campos se habían decantado irreconciliablemente.

Es curioso notar las afinidades y paradojas inesperadas que se establecieron entre peruanos y mexicanos, teniendo como centros ordenadores a las figuras de Vasconcelos y Riva Agüero. Ambos tenían espíritus parecidos, eran apasionados, francos, directos, y continuaron procesos espirituales similares: de entusiastas reformadores de juventud a amargados conservadores en la madurez. Por ello, y no obstante algunas diferencias, la amistad entre Vasconcelos y Riva Agüero se mantuvo imperturbable hasta el final de sus días. Mientras que Vasconcelos fue un enemigo a ultranza de Chocano, éste se congraciaba con Riva Agüero en sus tesis de defensa de las autocracias; aunque Vasconcelos se identificaba y se sentía a gusto con un escritor como Valdelomar, Riva Agüero no era capaz de entender la nueva propuesta modernista de aquél; mientras Vasconcelos se convertía en un penate de la nueva generación peruana (la del centenario de la independencia peruana, es decir, la de Haya, Mariátegui, Sánchez, Basadre y otros), ésta era la enemiga más acérrima de Riva Agüero y sus compañeros (como Belaunde, los hermanos García Calderón, entre otros).

LUEGO DEL ENTUSIASMO JUVENIL

 

 

Vasconcelos, uno de los más importantes creadores de instituciones durante y después de la Revolución, paulatinamente se fue encontrando en una posición de desacuerdo primero, y de franca hostilidad hacia el régimen después. Como correspondencia, los gobiernos post-revolucionarios lo veían como un personaje incómodo. En 1924, Vasconcelos postuló a la gobernatura de su estado, Oaxaca, pero no contó con el apoyo del entonces Secretario de Gobernación, Plutarco Elías Calles, ni del general Obregón. Vasconcelos perdió las elecciones, pero denunció que las elecciones fueron amañadas. No obstante, la decisión fue irrevocable.

En pleno gobierno de Calles, Vasconcelos volvió a salir de su país como exiliado, hasta 1928. Aun así, fue postulado como candidato a la presidencia por sus simpatizantes. Desde Los Ángeles, California, nuestro personaje lanzó su candidatura captando adherentes, básicamente entre las capas medias e intelectuales. El presidente de entonces, Emilio Portes Gil, se comprometió a respetar los resultados de las elecciones. Promesa vana, pues los vasconcelistas fueron hostigados, perseguidos y encarcelados, cuando no asesinados. Finalmente, el triunfo se lo adjudicaron al candidato oficial, Pascual Ortiz Rubio. Estos hechos fueron definitivos para el cruel desencanto de Vasconcelos, quien volvió a salir de su país. Posteriormente, mientras vivía en Estados Unidos, se unió al general Calles —su anterior adversario—, para oponerse a Lázaro Cárdenas. En 1940 regresó a México y fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. Un signo de cómo habían variado sus ideas es el que durante la Segunda Guerra Mundial apoyó a los países del Eje.

Por su parte, Riva Agüero, también había sufrido sus encontronazos con la política y el poder. En un primer momento fue aceptado como miembro de un partido político, básicamente porque se consideraba que no representaba peligro alguno para el orden vigente y porque él mismo era un descendiente de las élites oligárquicas. Posteriormente, cuando el PND fue perfilando su programa, captando a jóvenes intelectuales y teniendo una presencia pública más consistente, su cuestionamiento a ciertos pilares del régimen convirtieron a Riva Agüero y a su partido en elementos perturbadores para la pax oligárquica. Por ello, las élites que controlaban el precario aparato estatal fueron consistentes en bloquear las candidaturas del nuevo partido e, incluso, en manipular los resultados con el fin de que no tuvieran una representación importante en el Congreso. Si bien estos sucesos amargaron a Riva Agüero, el arribo de la dictadura leguiísta fue el hecho que terminó por sustraer al Marqués de sus posturas modernizantes y de sus proyectos de “regeneración nacional”. En adelante, luego de 1930, Riva Agüero, ya convertido en un católico ultramontano, fue parte del poder que antes había criticado. Durante la dictadura del mariscal Oscar R. Benavides (1933-1939) fue nombrado ministro de Educación, cargo homólogo al de Vasconcelos durantes los años del general Obregón, así como alcalde de Lima. Terminó sus días como un ferviente fascista.

Las trayectorias de ambos pensadores y sus relaciones con el poder terminaron en un punto similar: el desengaño con respecto a los cambios que planearon llevar a cabo para alcanzar el desarrollo nacional. Sentimiento de frustración e impotencia ante el poder de los caudillos y de los intereses personalistas.

Durante los años veinte, al parecer, la correspondencia entre Vasconcelos y Riva Agüero se había interrumpido. Según las fuentes documentales de las que se disponen, el intercambio epistolar se reanuda en 1932, por medio de una carta escrita por el ilustre mexicano desde Gijón, el 29 de setiembre. En ella le agradece a Riva Agüero el envío de su folleto sobre Goethe(28). También lo felicita por haberse reintegrado a su patria, luego del oncenio, pues figuras como él “le dan [a la patria] y no le quitan, caso no muy frecuente en nuestros pueblos”. Seguramente, Vasconcelos está pensando en su propio caso.

En la octava carta, del 13 de noviembre de 1932, Riva Agüero le responde desde Lima a Vasconcelos, quien se encuentra todavía en España. Le dice que efectivamente ha vuelto al Perú hace dos años y que no espera volver a salir de él.

 

Ojalá que nuestras incurables facciones y pronunciamientos no me vuelvan a lanzar de aquí, con destierro perentorio o disimulado e hipócrita.

 

Le comenta que se encuentra bien en el nuevo gobierno y que no piensa aceptar cargo alguno...

 

porque nuestro Presidente [se refiere al general Luis M. Sánchez Cerro] es bien intencionado pero irreflexivo, violento e inseguro. Frente a él, a pesar de sangrientas represiones, ruge el aprismo extremista, que se jacta de ser imitador del infausto Calles y de anhelar para nosotros régimen semejante al que Ud. tan merecidamente flagela en La Antorcha.

 

Es necesario explayarse en algunas de los temas mencionados. Sánchez Cerro fue el coronel que despojó a Leguía del poder. Fue él, además, quien mandó reprimir a la llamada “revolución de Trujillo” de 1932. Esta revolución fue la reacción aprista ante lo que este partido consideró el fraude electoral que le arrebató el justo triunfo que le hubiera permitido llegar al poder. La dura represión con que el gobierno liquidó la rebelión aprista culminó con el fusilamiento de miles de apristas en las ruinas prehispánicas de Chan Chan, en el departamento de la Libertad, al norte del Perú.

Riva Agüero también le comenta a Vasconcelos sobre lo que considera un conflicto inminente de Perú con Ecuador y Colombia, por problemas limítrofes que nunca se llegaron a zanjar luego de la separación de la metrópoli española y de la fundación de los diversos estados sudamericanos.

 

Es lamentable la suerte de toda esta América indo-española, anarquizada, arruinadísima y desangrada, desde su hermoso Méjico hasta Bolivia y Paraguay, que luchan jadeantes en la selva, y Chile que se desploma en el desconcierto y la miseria, renegando de todas las tradicionales virtudes que lo constituyeron antes en admirable excepción. El espectáculo no consiente consuelos. Largo y trabajoso será el porvenir que nos redima.

 

La carta nueve es escrita por Vasconcelos desde Somio, Argentina, el 15 de diciembre de 1932. Le responde a Riva Agüero alarmado por la peligrosa situación internacional en la que parece van a verse tres países sudamericanos, lo que acrecienta su desolación. Así se lo confiesa: “Si, el estado de nuestra América española es desconsolador y no le veo rem[e]dio próximo. Lo de Perú y Colombia me alarma de verdad”.

Vasconcelos se ubica en la franca oposición al gobierno de Calles en su país, por ello celebra que el gobierno peruano haya roto relaciones diplomáticas con él:

 

El rompimiento de ustedes con Calles me dio gusto, por fin hubo un gobierno que se atreviera con el mito de los protestantes americanos, el mito de Calles reformador social. Yo no tengo motivos de encono con los apristas, pero los censuro que no hablen de Calles en público tal y como muchos de ellos que lo conocen, hablan en privado.

 

De alguna manera, se entiende que Vasconcelos no sienta encono por los apristas, pues su fundador, Haya de la Torre, como vimos, fue su secretario durante el gobierno de Obregón. Sin embargo, Vasconcelos considera qu el aprismo como fuerza revolucionaria no tiene mayor futuro

 

... creo que la actual derrota los disgregará, porque a que puede asirse sino al triunfo sea el que fuera quien no tiene más plan que una economía y política mal digerida? Esas gentes cuando consiguen que comer se callan y la doctrina la trasforman siempre de acuerdo con alguna variedad de la Nep Leninista

 

La carta diez Vasconcelos la escribe desde Adrogué, Buenos Aires, el 1 de junio de 1934, con la dirección siguiente: Ferrari 397. Para entonces, Riva Agüero ya había renunciado a su cargo de ministro de Educación por conflictos que tuvo con relación a los programas de cursos. Riva Agüero era intransigente en la defensa de los principios católicos que debía, según su criterio, impartir el sistema educativo peruano. Por esa defensa Vasconcelos lo felicita:

 

Sobre todo por la claridad con que supo precisar el sentido educacional, y la orientación nacionalista a base de fusión de lo indio en lo español y no de antagonismo de lo indio contra lo español como lo han venido haciendo los protestantes ya[n]kees y sus secuaces inconscientes o conscientes. Confío en que su país sabrá volver a llamarle. La causa que le obligó a salir, honra la firmeza de sus convicciones.

 

Por otro lado, Vasconcelos se felicita del arreglo pacífico entre Colombia, Ecuador y Perú, y por la celebración de un nuevo centenario del Cusco, antigua capital del imperio Inca.

La carta once es escrita por Riva Agüero desde Lima, el 28 de junio de 1934. Obviamente, continúa explicando las razones de su renuncia al Ministerio de Educación. Le comenta a Vasconcelos que quiso en esa cartera cumplir labor depuradora:

 

Buena parte de nuestros maestros primarios y profesores de segunda enseñanza son apristas y aun bolcheviques encubiertos; y enseñan una Historia del Perú plagada de falsedades, para lo que se sirven de textos anticuados y adulterados, que reproducen la famosa leyenda negra, forjada por los viejos enemigos de España, y neciamente aceptada y coreada pro nosotros. Están preparando así generaciones indigenistas que, si son lógicas, rechazarán toda cultura europea y latina, y tendrán como ideal una sangrienta y suicida lucha de clases [...] por desgracia los inconscientes legisladores derechistas no me dejaron tiempo bastante para defenderlos.

 

Por otra parte, señala que en departamentos exclusivamente indígenas, como Cusco y Puno, están

 

... muy amagados por los misioneros protestantes, que entre nosotros ejecutan una obra de desnacionalización total, preparando los caminos al definitivo protectorado yanqui. Porque veo estas cosas y me indignan, me llaman fanático quienes no las entienden.

 

Después, Riva Agüero invita a Vasconcelos a enviar artículos para El Comercio o La Prensa —pronto a reaparecer—, y órgano del partido nacional o agrario.

La carta doce es la respuesta de Vasconcelos, fechada el julio 16 de 1934. Se queja de periódicos mexicanos que antes le pagaban muy bien, pero que ahora ni lo mencionan. Le confiesa un plan que está procesando: trasladarse al Ecuador, pues su actual presidente es su amigo. Le agradece a Riva Agüero por sus gestiones para que envíe colaboraciones para diarios limeños. Más aún, le adjunta un artículo llamada “El indigenismo desorientado” para que trate de publicarlo en Lima. Sobre el pago por sus colaboraciones deja a Riva Agüero en entera libertad para negociar el monto.

El artículo mencionado es una pieza que refleja de manera exacta lo que Vasconcelos piensa en esos momentos. Primero enfila contra aquéllos que acusan a la Colonia como un régimen exclusivamente despótico, pues recuerda que antes los imperios Azteca e Inca se caracterizaban por el despotismo sin que nadie ahora repare en ello: “Se trata de un veneno mental que se inocula al indio, en el secreto del trabajo proselitario o en el escándalo bolcehevizante (sic)”. Vasconcelos para entonces, es un fiel defensor de lo hispano:

 

... no se trata de defender un pasado más o menos turbio, ni de agradar o desagradar a nuestros lejanos parientes, los herederos de los ancestros hispánicos peninsulares, sino defender la honra propia, manoseada por la propaganda extranjera. Pues los españoles a quienes así se calumnia no son los abuelos de los que hoy viven en España, sino abuelos nuestros. Y es canalla un pueblo que tolera a los extraños el fisgeo, la calumnia de los antepasados.

 

El sentimiento pro-español manifestado por el ideólogo maexicano era suscrito en su totalidad por Riva Agüero, quien desde su regreso al Perú ya había emprendido una serie de estudios genealógicos para relievar la herencia hispana en nuestras tierras.

En la misma carta en la que adjuntó el artículo reseñado, Vasconcelos se refiere a la realidad argentina señalando que, a diferencia de Perú y Mexico, tiene otros problemas que discutir

 

... porque propiamente [los argentinos] no tienen problema indígena. Pero creo como usted que la lucha ha de librarse en el Pacífico entero. En México no pierdo la esperanza de un levantamiento general, aunque no sé cuándo podrá ocurrir.

 

Además, le envía un recorte donde consta su iniciativa de cambiar el escudo nacional. Inmediatamente prosigue comentando el momento que vive su país.

 

Para evitar el peligro que es ya casi desastre, habría que comenzar por deshacer la obra de Juárez. Los de hoy son unos rufianes al servicio del imperialismo, pero que se escudan en la tradición juarista que ya era de traición, con apariencias de liberación de conciencias [...] En México lograron desposeer al nacional, con pretexto comunista, pero la propiedad ha pasado al trust.

 

Sobre los maestros en su país confiesa que también son comunizantes, coincidiendo con los juicios que Riva Agüero había espetado contra los maestros peruanos: “pero yo se los quité [lo comunizante] aumentándoles el sueldo [...] no hay más solución de la que decía Chesterton; hacerlos conservadores, dándoles algo que conservar”.

La última carta, la trece, que completa el paquete disponible en el AHRA, Vasconcelos la escribe desde Hermosillo, Sonora, y está fechada el 17 de diciembre de 1938. Riva Agüero está en Roma de vacaciones y allá dirige la misiva.

Vasconcelos se alegra de que a su amigo peruano le hayan gustado sus memorias contenidas en La tormenta donde, entre otros temas, relata su experiencia limeña, especialmente cómo conoció a su amigo Marqués. Por otro lado, Vasconcelos se complace porque los principios por los cuales Riva Agüero ha luchado se estén realizando.

 

En México la situación es más complicada y más difícil; el poder de la masonería es, entre nosotros, mayor que nunca. Y no veo esperanza alguna de cambio, mientras la desesperación popular, agravada por la miseria, no provoque uno de nuestros cambios violentos, única manera de renovación, allí donde el voto es un mito.

 

Luego, Vasconcelos le cuenta que tres meses antes lo echaron de Estados Unidos, que luego le quisieron dar permiso para una estancia indefinida pero que ya no quiso aceptar. Y, en un plano más personal, le confiesa que está contento viviendo con sus dos nietecitas.

Finalmente, se despide de su viejo colega:

 

Para bien de la América deseo que Ud. regrese pronto al Perú, para seguir actuando. En todo caso, cuente siempre con la simpatía y el afecto y los votos por su prosperidad de su viejo amigo y colega.

No deja de ser sintomática esta despedida, donde Vasconcelos impela a Riva Agüero a actuar y a influir con su protagonismo en su país, pues no es el único. El gran amigo de Riva Agüero, Francisco García Calderón siempre le escribía en el mismo sentido: que ingrese a la política, pues él, siendo la mejor esperanza con que cuenta el Perú, es el único que puede dirigir el destino de éste hacia le regeneración nacional(29).

Algunos años después de esta última carta, en 1944, Riva Agüero muere en un hotel de Lima (pues había mandado a remodelar su vieja casona del centro de la ciudad). Inmediatamente, su gran amigo, Víctor Andrés Belaunde, director y fundador de la revista de su generación, Mercurio Peruano, decide dedicarle un número de homenaje, e invita a Vasconcelos a escribir algunas líneas. En su “Homenaje a Riva Agüero”, el ilustre mexicano escribe lo siguiente:

 

... porque un interés humano, exige que no se rompa la cadena que une a los muertos con los vivos, el pasado con el porvenir, la Academia Mexicana de la Lengua, rinde homenaje al colega que ya es entre nosotros una memoria esclarecida; para mí, el recuerdo de un consuelo que me dió la vida, cuando me era más necesario. Cree el joven que el mérito ha de ser excepcional, genial, para que despierte la admiración devota. Luego, así que se contempla, en su pequeñez, el contraste de lo que ambicionamos y lo que logramos, el dolor del propio fracaso nos convence de que vale más que la gloria, el buen corazón y si a esto se añade, como en el caso de Riva Agüero, una inteligencia luminosa, entonces podemos decir con certeza: ¡Un alma grande penetra en la tradición del espíritu iberoamericano, al cerrarse el curriculum vitae de José de la Riva Agüero!

 

 

* * *

 

 

Tanto Vasconcelos como Riva Agüero fueron ideólogos de sus respectivos países, intelectuales, aunque el término no les gustase, que buscaron relacionarse con el poder para utilizarlo como una palanca capaz de realizar cambios en beneficio de sus respectivas sociedades. Ambos concibieron la realización de México y Perú dentro de un proyecto mestizo, como síntesis de las dos herencias básicas que las constituyen, la blanca occidental y la andina. Por eso mismo, porque idearon planes de integración nacionales sintieron la necesidad de introducirse en las pasiones políticas, para tratar desde el gobierno de encauzar a sus países por el camino del desarrollo. La frustración ocasionada por los obstáculos insalvables que les tendieron sus clases políticas respectivas volvieron tanto a Vasconcelos como a Riva Agüero en dos personajes desencantados y amargados, a los que, sin embargo, no podemos eludir de nuestras reflexiones actuales.

 

 

 

PRIMERA CARTA DE JOSÉ VASCONCELOS A JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO

Lima, Dic. 28 1916

Sr. Dr. D. José de la Riva Agüero

Chosica

Muy querido amigo:

Su invitación me causa entusiasmo y la acepto, solo tengo un temor el “zoroche”30, pero me atreveré y creo que yendo por escalas no será cosa mayor.

Su carta me prueba que ha leído Ud. con gran detenimiento mi ensayo y se lo agradezco. Los incidentes políticos a que Ud. se refiere me han causado alegría permítame que se lo diga aun con temor de desagradarlo: los he visto como un castigo de las potencias divinas por la falta de equivocar la misión. Generalmente el político gasta en la lucha todo el poder de un carácter y cuando llega al tiempo ya no puede hacer mas que seguir la rutina; de todas maneras hoy muchos hombres bastante mediocres que pueden desempeñar esas funciones útiles al pueblo; pero los pocos escogidos que a la vez que talento poseen sentido humano hondo de honradez y de amor, deben educar, no gobernar, en nuestros países hay una infinidad de cosas por hacer, que un hombre enérgico como usted puede realizar haciendo más bienes que si llega al Presidencia (sic) donde todo su tiempo se agotaría en intrigas contra Chile y combinaciones para defenderse de rivales ambiciosos y malévolos. El gobernante influye por el exterior de las sociedades y es condenado por ellos, el pensador influye por dentro y les imprime impulso independiente y rumbos nuevos. Ud. puede hacer una infinidad de cosas útiles nobles y verdaderamente grandes mucho más grandes que ceñirse una faja bi color emblema de un ideal incompleto mientras no lo animen corrientes interiores de nobleza y cuando esas corrientes todavia no brotan es mejor ponerse a horadarlas. En fin cada quien ignora lo que hará y en parte también resuelve por sí, pero a mí su cuestión política, en estos días me ha dado gusto, perdóneme si esto envuelve dureza.

Espero su aviso respecto al itinerario y rogándole me salude muy respetuosamente a su señora madre, quedo afmo. s.s.

 

José Vasconcelos

 

 

INDIGENISMO DESORIENTADO(31)

José Vasconcelos

El morbo procede de México; allí lo incubaron las influencias empeñadas en disolver el Continente hispánico; allí [l]o hemos observado al microscopio y lo hemos padecido en sus efectos. Se trata de un veneno mental que se inocula al indio, en el secreto del trabajo proselitario o en el escándalo de la hoja bolcehevizante (sic). Uno y otro obedecen a idéntico plan, y ambos dicen: “estos criollos degenerados, descendientes de los españoles brutales, llevan siglos de explotarte, sacude su dominación, destruye las clases altas, apodérate de las tierras que fueron de tus abuelos; reniega la religión romana y adopta la de Lutero”. Hace cuarenta años, hace cincuenta que, al amparo de leyes ingenuamente amplias, recorren el continente los buscadores de monopolios y los pescadores de almas ignorantes.

Y ya es tiempo de que se opere una reacción en nuestras propias conciencias. Ya es urgente repetir lo que nadie debiera ignorar... Analicemos parte por parte la patraña astuta. “Que los españoles desposeyeron a los indios” es, en gran parte una colosal mentira. En primer lugar, no puede ser desposeido quien jamas poseyó. Los indios de México no conocieron la propiedad, es decir el uso exclusivo individual de una parcela. Entre los aztecas no había mas que un propietario que, lo era también de la vida de los cultivadore[s]: El Emperador. Y sobre la tierra pesaba, no solo el Imperio, pesaban los militares, los jueces y caciques. Al labrador se le dejaba lo que deja todo régimen de fuerza, sin exceptuar el régimen ruso, el puño de maíz para el alimento y dos varas de tela para el taparrabo. La cosecha en su totalidad era requisada, estilo ruso, puesto que el estilo ruso de hoy es el de Atila y el de todo despotismo. El despotismo incaico no era menor. Pero tanto en el Perú como en México, las consecuencias del régimen despótico estaban agravadas por la escasez de la economía regional. No es fácil ni siquiera imaginar lo que era la vida en las mesetas peladas de Tiahuanaco y de Anahuac, sin otro cultivo de importancia que el maíz. Alimento que, en Europa, se reserva para el ganado. Con solo haber importado el cultivo del trigo, los españoles otorgaron al Nuevo Mundo un don de cultura que no igualan, ni los ferrocarriles ni los aviones, suponiendo que ferrocarriles y aviones fueran don de razas dominadoras. No lo son, porque ambos pertenecen al acervo de la civilización contemporánea, de que formamos parte y ambos los pagamos con nuestro dinero, cuando no los explotamos con nuestra propia técnica. En cambio, cada vez que el misionero católico reunía a los aborígenes, para enseñarles a sembrar el grano de trigo, en vez de grano de maíz se consumaba una obra de educación trascendental y también de caridad, porque el misionero no era agente de trust, ni vivía de donaciones de trusts. Vivía del lugar y con la misma modestia que el indio y sin recargar la miseria del indio con una familia mas. El indio era su familia, espiritual y económicamente.

Pero volviendo al problema de la propiedad. La primera vez que el indio tuvo, disfrute de propiedad sobre su suelo nativo, fué cuando las Leyes de Indias reconocieron la personalidad de las comunidades, mas bien dicho, crearon esas comunidades. Hasta ese momento la tierra quedó libre del cacique, del juez, del príncipe, del Inca o del Moctezuma. Por primera vez al reglamentarse la comunidad indígena, a imitación del municipio castellano, al crearse el ejido, el bien comunal, el aborigen salió del régimen bárbaro de propiedad, en que siempre había vivido vara entrar al tipo romano de derecho que es la base de todo régimen de propiedad, incluso el socialismo, el colectivismo y el marxismo. Antes de las leyes de Indias, no había en América ni noción jurídica de propiedad, ni disfrute legal de los bienes producidos por el trabajo. El trabajo y la persona pertenecían como en la Rusia actual, al partido, es decir al Inca con su ejército de funcionarios y de polizontes. La Checa aborígen, aplicaba tormentos tan suaves como clavar con espinas los párpados del siervo infiel y ponerlo a mirar el sol hasta que cegaba. Y si por azar se producía una sublevación, cundía el regocijo entre la plebe y los sacerdotes, porque aquello daba cuerpos a la ceremonia del hartazgo de corazones. Nunca nadie ha puesto en duda, el sin numero de testimonios al respecto, pero no es nuestra intención divagar mucho sobre historia. El presente nos reclama una atención bien informada y urgida. Insistimos nada mas en que, el derecho de propiedad del indio sobre las tierras del continente, nació con las instituciones importadas por el español. Y la primera gran diferencia que hay entré el régimen de colonización española tan denigrado y el régimen de colonización inglesa tan alabado de quienes lo ignoran, consiste en que, los españoles aplicaron las ventajas del derecho romano a los indios, en tanto que los ingleses, reservándose para sí, el derecho romano, aplicaron a los indios, un procedimiento mas cruel que el de Atila. Los desalojaron para siempre, de sus territorios, echandolos a los desiertos y a la marisma. Y si no se vieron obligados a arrojarse en masa al mar, ante el avance anglosajonizante, es porque, en el camino quedaban, mas que diezmados deshechos, a punto que, ya no quedó masa humana que ahogar.

Si no supiesemos que la leyenda negra española es obra de la perfidia de enemigos que detestan por igual a españoles y a indios, sería cosa de reírse cuando ciertas doctrinas y ciertas propagandas, hablan de la crueldad del español y llevan en la mano el Evangelio que invita a tirar la primera piedra, pero al que está limpio de culpa.

El indio comenzó a ser propietario, gracias a su incorporacion a la sociedad colonial española que ademas le otorgó personalidad jurídica, de menor, ciertamente, pero de ser humano a quien no se puede sacar el corazon por un capricho de cacique, ni hacer azotar en la plaza pública, ni a pretexto de heregía, porque, hasta la Inquisición, fué con el indio, benigna.

Apesar de todo, el indio sufrió con la conquista. Y nadie niega que las encomiendas y las mercedes de tierras beneficiaban en primer lugar al conquistador. Nadie niega que en las encomiendas y en las minas perecieron indios a millares. Aun se ha hablado de una despoblación motivada por lo horrores de la conquista. Seguramente no se tiene en cuenta, el aumento indudable de población originado por la aparición del mestizo. Pero suponiendo que hubieran muerto los indios por millones. Al final de la conquista quedaban indios en número de millones y todavía hoy subsisten en la América española millones de indios. En Norteamerica no llegan a medio millon los supervivientes del paternalismo anglosajón. Ya sé que, se habla de la escasa población indígena del pais del norte. Pero este es otro mito sin prueba. No hay razón para suponer que no había tambien, millones de indios desde el Canadá hasta Florida y la California, inmensa region de tierras mas fértiles que las del altiplano del Peru y que las tierras de la meseta mexicana. El ritmo de las invasiones en Mexico es constantemente de norte a sur. Si el exceso de poblacion hubiese estado en el sur, es claro que el ritmo migratorio habría sido inverso. El clima tampoco es motivo, porque excelente clima tiene California y clima, válido para el desarrollo humano hay en Luixiana, en Missouri etc, para no hablar sino de las regiones donde no es excesivo el invierno.

Los indios del norte no dejaron ciudades porque eran nómades, estilo mongol y atrasados con relación a los imperios del sur, como que siempre es mas avisada espiritualmente la población de climas apacibles. El caso del Mediterraneo en Europa se repite también en América. No había cultura en el Norte, pero no hay un solo sitio de la inmensa extension que invadieron los anglosajones, donde no encontraran los exploradores y los pioneers, poblaciones indígenas numerosas. Tan numerosas que siempre, costó guerra, desalojarlas.

En todo caso, convenimos en que las conquistas, procesos de barbarie son siempre crueles, siempre devastadoras y no negamos los abusos del encomendero, los horrores del periodo de la ocupación. Pero lo que es indispensable rectificar es la especie burda, falsa, inicua, que supone que los otros fueron unos santos y que nuestros padres, los españoles y los indios que se enlazaron con ellos, eran solo asesinos y foragidos.

Ya es tiempo de que la historia se enseñe con decencia y con verdad. Y no hay decencia en tolerar un texto que ademas de falso, denigra la casta española, la tradicion española, la cultura española. No la hay porque no se trata de defender un pasado mas o menos turbio, ni de agradar o desagradar a nuestros lejanos parientes, los herederos de los ancestros hispánicos peninsulares, sino defender la honra propia, manoseada por la propaganda extranjera. Pues los españoles a quienes asi se calumnia no son los abuelos de los que hoy viven en España, sino abuelos nuestros. Y es canalla un pueblo que tolera a los extraños el fisgeo, la calumnia de los antepasados.

Que nos entiendan bien, desde el principio, los sectores(?) que viven en desamparo. No pretendemos justificar a nadie, ni abogamos por la perpetuación o conservacion de los métodos coloniales. Cada época trae su técnica. La colonia fué magnífica, ya lo iremos viendo y el presente debe aspirar a volverse, a su modo, también una era magnífica. Defender la tradición española no es alegato en favor de la encomienda; lo es en favor de la autonomía, el acierto y el bienestar de la presente generación. Lo que por el momento pretendemos es revivir el orgullo de cada in dio puro, sin gota de sangre española que debe decir al intruso; calla porque fuiste, peor que estos, con mis hermanos de arriba [d]el mapa y calla tambien porque el indio de hoy, no necesita tutelajes mentales. El indio de hoy tiene una lengua que no esta ofrecida en permuta; es lengua en que han cantado poetas aborígenes. Y el indio de hoy, aún con estos malos españoles, puede elegir amor y mujer entre ellos. Lo que, por aquí haya de cambiarse será cambiado pero será perdurable la mezcla y fusión de estas dos razas que hoy bregan para formar patrias y no factorias. Quiero que el indio sienta el orgullo de que, al conquistarlo españoles fué porque eran en su tiempo la mejor raza de Europa. Y la prueba es que otros conquistaron nada mas, pero no asimilaron.

En artículos sucesivos trataremos nuevos aspectos del tema.

 

J. Vasconcelos

 

 

HOMENAJE A RIVA-AGÜERO(32)

José Vasconcelos

En un periodo extraño de mi vida, suerte de sonambulismo, cargado de amarguras y alegrías en contraste violento, tuve la fortuna de encontrarme con José de la Riva Agüero y Osma. Corría el año de mil novecientos diez y seis, en la vieja Lima de los Virreyes, todavía sin modernizar. En el aire, brumas que hacen muelle, voluptuoso el ambiente; en los rostros luz y sonrisa. Y mucha juventud en las almas, pese al marco antiguo de la ciudad. Entre todos, ya desde entonces, sobresalía Riva Agüero, el joven señor de la tez blanca y sonrosada, mirar inteligente, afable ademán y noble corazón. La fortuna había acumulado en él sus dones: talento claro, que cierto humorismo escéptico volvía más atractivo; abolengo rancio, rentas seguras. Además sobrio y activo, preocupado con los problemas de su patria y desinteresado en su servicio, era natural que no le faltase, ni la consagración de uno que otro envidioso que negara sus méritos indiscutibles.

Una modesta carta de presentación; una plática o dos, fueron para mí el sésamo que abre hogar y corazón, por grandes que sean la distancia que separa a los hombres y la diversidad de sus temperamentos. Y es que bajo una apariencia de mundana frivolidad, Riva Agüero brindaba las mieles de una amistad fiel y comprensiva. Su secreto estuvo en que sabía interesarse en los demás, no obstante que su posición le hubiera permitido encerrarse en torres inaccesibles.

Europeo por los viajes y por la sangre, era un enamorado de su patria; un nacionalista confesado y sin embargo nadie le aventajaba en el afán de enterarse de la vida y la historia de los demás hombres del mundo; sobre todo del estado de los pueblos, que como México, eran para él, prolongación de su cosa peruana. Con frecuencia dejó sus quehaceres para hacerme recorrer los rincones históricos o bellos [d]e Lima, o me llevó por el interior del país, en viajes de maravilla, para contemplar llanuras feraces o cordilleras sin agua ni plantas. En todas partes su espíritu era espectáculo mejor que el panorama. Luego, como su actividad juvenil era infatigable, organizaba conferencias, lecturas, reuniones. Una disertación, tuve que dar en San Marcos, obligado por su gentileza, sobre literatura mexicana; un tema que por cierto me era difícil de exponer. Pero me ayudaron sus preguntas. Su arte de interrogar me llevó a descubrir zonas enteras de lo mexicano que antes no había contemplado. Su poder de fascinación despertó en mí, el deseo de asomarme al común pasado histórico de nuestras viejas naciones. Hablando con él, me di cuenta del valor de la tradición en el destino de los pueblos. El era todo lo que yo no era. Su temperamento, adecuado a brillar en sociedades y academias, era un polo de mi individualismo retraído; su doctrina ortodoja en religión y en política, era la otra cara de mi revolucionarismo, un tanto agresivo de entonces. ¿Nos unió, quizás, la curiosidad de entrar cada uno, en zona espiritual tan diversa de la propia? Sólo sé que conversábamos con la mayor indiscreción y con irreverente desenfado. Y que era más frecuente nuestra disidencia que nuestro acuerdo

Conocía él su Perú, palmo a palmo. En largos viajes a pie y a caballo, se había aproximado a la gente, había conversado con los vecinos. De esos viajes surgió un libro interesantísimo por sus reflexiones y como documento de la demografía de la época: “Los Paisajes Peruanos”, que tanto acrecentaron su fama.

La leyenda de lo incaico le atrajo desde la juventud. Su amor de lo indígena era profundo, como nacido de su ardiente hispanidad. No era entonces moda el indigenismo, ni podía producirle ventajas, ni en lo intelectual ni en lo político. Sin embargo, le dedicó lo mejor de su inteligencia, sin dejar de comprender y de reconocer que las civilizaciones aborígenes en la época de la conquista, eran sistemas cerrados al progreso.

El drama de la conquista robó su atención en la misma época en que otros de su generación, nos preocupábamos con los problemas de la literatura griega en Gilbert Murray o en Nietzsche. Sus primeros ensayos los dedicó al Inca Garcilaso de la Vega, ese personaje fantástico que debiera ser estudiado en todas las primarias Continente Hispánico como antepasado espiritual del mestizaje y aún del criollismo.

Con la historia, fue la geografía peruana una de las mayores preocupaciones de Riva Agüero. ¿Qué se podía hacer en un territorio que, según su definición, es un desierto salpicado de oasis? La independencia, solía decir, dejó reducido al Perú a un pequeño Estado, en tanto que se formaban naciones con sus antiguas provincias. En efecto, el Virreinato del Perú, segundo nada más del de México, fue la potencia dominante del Sur. Y el alma de Riva Agüero, que era un alma imperial, se dolía del recorte geográfico tanto como de la pérdida de la ambición, en las generaciones de la República.

En país más organizado, más capaz de aprovechar a sus hijos, ¿qué duda cabe?, Riva Agüero hubiese sido un Presidente glorioso, un Primer Ministro a lo Pericles, que aparte de fomentar el cultivo y la industria; se habría rodeado de sabios y de artistas, para hacer de Lima una metrópoli del espíritu, y del Perú una soberanía gloriosa. El mismo soñó algo de esto, al empeñarse en la creación de un partido político que, integrado por una juventud ilustrada; se proponía llevar al poder público su desinterés y su talento. Un conservador a la inglesa hubiera sido él para su patria en el gobierno. ¡Y los que finjen una sonrisa de piedad frente a las posibilidades de éxito político de un ciudadano encumbrado por el nacimiento y la fortuna, que reflexionen en Churchill, el aristócrata que ha salvado, incluso á los soviéticos!

Precisamente, de mi trato con Riva Agüero obtuve, entre otros bienes, el de verme libre del prejuicio partidista que pregunta la filiación del hombre y no la calidad del hombre. Un Riva Agüero, Presidente Peruano, hubiera levantado la categoría de todo el Continente Hispánico.

No pudo ser; y si por tiempo corto, fué Ministro del Gabinete, falto de poder directo, poco pudo lograr, y al fin decidió retirarse de la política. Lo había hecho varias veces, con anterioridad. Y en esas treguas, fiel en esto a la tradición, así se tratase de una tradición republicana, hizo lo que tantos próceres del talento y la virtud, han tenido que hacer en nuestro Continente: buscó en el exilio la satisfacción de los afanes infinitos que atormentan la conciencia del hombre. Nacido para la reflexión y el estudio, nadie lo vió en recreos vulgares de esos que gastan el bolsillo, la salud y la dignidad. Para encontrarlo era menester acudir a la Biblioteca del lugar en que se hallare. Muchas visitó en sus viajes dilatados. Y si también mucho viajó, muy pronto el temperamento le dictó sus preferencias, y Roma y Madrid, junto con Lima, fueron las ciudades de su corazón. ¡Cuántas veces, desde Roma o el Escorial, pensó en México, el hermano gemelo de su Perú adolorido! Testigo soy de que el drama de México le conmovía la sensibilidad y la ilusión. La historia de nuestro Virreinato mexicano le era tan familiar como su historia peruana.

En el extranjero adquirió conocimientos, pero siempre con el fin de aplicarlos al desarrollo de la patria cultura. Cada vez, tras de ausencias más o menos largas, su presencia en el Perú, provocaba la actividad noble, la discusión ilustrada. No en vano, desde la época en que le conocí, era su casa señorial de Chorrillos el centro literario de toda su generación; una especie de Ateneo sin reglamentos en que se hablaba de todo, con aquel ingenio limeño, ágil y elegante. Los poetas, los escritores, los músicos eran acogidos allá con perfecta hospitalidad, periódicamente. Dos damas exquisitas: la madre del escritor y su tía creaban un ambiente de hogar, para quien fué soltero empedernido, sin otro interés que las ideas, ni otra pasión que la patria, el mundo y su religión Católica, Apostólica, Romana.

Nombres que después reconoció como ilustres el Continente, se ensayaron en el decir, en el pensar, en el soñar, durante aquellas cenas de prolongada sobremesa, en que las mentes rutilaban, sin mengua de la cordialidad. Pocos de aquellos comensales van quedando. De algunos hasta el nombre se habrá perdido o habrá de perderse muy pronto. De Riva Agüero nos queda, ahora, una obra escrita, importante para el Perú y para la América Hispánica. Pero así no hubiese dejado ni libro ni verso, la memoria de su gran corazón bastaría para que nos causara dolor su tránsito. Por otra parte, no es el contemporáneo a quien toca medir el legado de los que se van. Es demasiado corto el plazo en que hemos de entrar por la misma ruta, a esa aventura de sombras que es la muerte y que confiamos se ha de resolver en aurora perenne.

A pesar de eso, y porque un interés humano, exige que no se rompa la cadena que une a los muertos con los vivos, el pasado con el porvenir, la Academia Mexicana de la Lengua, rinde homenaje al colega que ya es entre nosotros una memoria esclarecida; para mí, el recuerdo de un consuelo que me dió la vida, cuando me era más necesario. Cree el joven que el mérito ha de ser excepcional, genial, para que despierte la admiración devota. Luego, así que se contempla, en su pequeñez, el contraste de lo que ambicionamos y lo que logramos, el dolor del propio fracaso nos convence de que vale más que la gloria, el buen corazón y si a esto se añade, como en el caso de Riva Agüero, una inteligencia luminosa, entonces podemos decir con certeza: ¡Un alma grande penetra en la tradición del espíritu iberoamericano, al cerrarse el curriculum vitae de José de la Riva Agüero!

NOTAS

 

 

1Las breves notas de este apartado se basan en las memorias de José Vasconcelos, especialmente en “Mi amigo el Marqués”, “Una lección de arqueología” y “Arrecia el nublado”. Ver: Memorias I. Ulises criollo. La Tormenta, FCE, México, 1983, págs. 771-792.

2Vasconcelos llegaba a Lima luego de haber participado en el efímero gobierno de Eulalio Gutiérrez, y de ser obligado a salir de México después de que Venustiano Carranza tomó el poder. En Nueva York debió aceptar un puesto en International Schools, cuyas oficinas estaba encargado de abrir en la capital peruana.

3Vasconcelos abordará el tema en dos libros. En La raza cósmica, de 1925, señalará: “La tesis central del presente libro [es] que las distintas razas del mundo tiendena mezclarse cada vez más, hasta formar un nuevo tipo humano, compuesto por la selección de cada uno de los pueblos existentes”. En: Obras completas, t. IV, Libreros Mexicanos Unidos, Colección Laurel, México, 1958, pág. 903.

Y en Indología, de 1926, dirá: “El destino ha querido que las razas que viven en la América Latina no se mantengan separadas, sino que junten aun sus sangres. De esta mezcla ha surgido el mestizo de indio y blanco, el mulato de negro y blanco, y estas mezclas no son más que levadura de una estirpe humana que tendrá que reemplazar a todas las razas conocidas hasta la fecha”. Op. Cit., t. IV, pág. 1297.

4Alfredo Barnechea, “Vasconcelos y Riva Agüero. Un estudio latinoamericano sobre la reacción”. En: Héctor López Martínez (editor), Homenaje a don Aurelio Miro Quesada Sosa, Academia Peruana de la Lengua, Academia Nacional de la Historia, Consorcio de Universidades, Lima, 1998, págs. 54-55

5 A. Barnechea, Op. Cit., pág. 54

6“Adriana aparece en las últimas páginas de Ulises criollo y su figura apasionada domina toda La tormenta. Se presentó en 1911 en el despacho de Vasconcelos, con tarjeta de Madero, pidiéndole que la defendiera ante la opinión pública de una campaña de difamación que la prensa porfiriana venía sosteniendo contra ella. Era una mujer guapa, de carácter aristocrático, ociosa y sentimental: a veces todo esto se juntaba y la hacía aparecer un poco loca”. José Joaquín Blanco, Se llamaba Vasconcelos, FCE, México, 1977, pág. 55

7 Entre sus principales obras se cuentan El caballero Carmelo y La ciudad de los tísicos.

8 José Vasconcelos, Divagaciones literarias, Asociación Nacional del Libro, México DF, 2002

9 “Recuerdos de Lima. Nocturno”, Op. Cit., pág. 39

10 Op. Cit., Loc. Cit.

11 Op. Cit., pág. 41

12 Op. Cit., pág. 43

13 Op. Cit., pág. 51

14 Aprovecho la oportunidad para agradecer a Carlos Gálvez, secretario del Instituto Riva Agüero, quien me proporcionó las cartas que ahora analizo. También a Guadalupe Rodríguez, por su ayuda en la transcripción de dichas cartas.

15Una biografía completa de este poeta se puede encontrar en el libro de Rafael Montejano y Aguiñaga, Manuel José Othón y su ambiente, Universidad Autónoma de San Luis Potosí-Centro de Investigaciones Históricas de San Luis Potosí, San Luis Potosí, 1997.

16 Seguramente, se refiere a su ensayo sobre uno de los más importantes ideólogos de la emancipación peruana, José Baquíjano y Carrillo.

17 La Guerra del Pacífico entre Perú y Chile (1879-1883), también es conocida como la guerra del guano y del salitre.

18 En 1912, Riva Agüero, realizó un viaje por la serranía peruana. Producto de este periplo, el historiador peruano escribió preciosas páginas llenas de sentimiento patriótico. Sin embargo, esas notas recién verían forma de libro definitivo en 1955, antes sólo se conocían algunos fragmentos publicados en algunas revistas limeñas.

19 “Mensaje a los estudiantes peruanos”, en Obras completas t. IV, págs. 824-825

20 José Vasconcelos, “El nuevo escudo de la Universidad Nacional”, en Obras Completas, t. IV, pág. 777

21 En Pedro Planas, El joven Haya, Okura editores, Lima, 1986, págs. 23-24

22 Para conocer la biografía de Chocano es imprescindible leer sus Memorias. Las mil y una aventuras, Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1940, y la obra de Luis Alberto Sánchez, Aladino o vida y obra de José Santos Chocano, Libro Mex Editores, México, 1960.

23 La recolección de los artículos que constituyen y rodean a esta polémica se puede encontrar en Poetas y bufones. Polémica Vasconcelos-Chocano. El asesinato de Edwin Elmore, Agencia Mundial de Librería, Madrid, s/f.

24 En Luis Alberto Sánchez, Op. Cit., pág. 437

25 “El trágico fin de Edwin Elmore”. Carta enviada al director del diario El Sol, de Madrid, y escrita en Milán, noviembre de 1925. En Obras completas t. IV, pág. 897

26 En L.A. Sánchez, Op. Cit., pág. 430

27 Una relación especialmente interesante es la que analiza Claude Fell entre Vasconcelos y Mariátegui. Para el peruano, Vasconcelos era un autor especialmente importante en la construcción de la conciencia crítica de América Latina, incluso publicó un artículo sumamente extenso del mexicano, “El nacionalismo en la América Latina”, de 1925, en su revista Amauta. No obstante, también los marcaron las diferencias, especialmente en cuanto al problema del indio y de la reforma agraria. Ver: Claude Fell, “Vasconcelos-Mariátegui: convergencias y divergencias. 1924-1930”, en Cuadernos Americanos Año IX, Vol. 3, No. 51, mayo-junio de 1995.

28 Quizás ello indique que se siguieron comunicando e, incluso, viendo, probablemente en Europa. Por otra parte, es necesario señalar que Vasconcelos, al igual que Riva Agüero tamién le dedicó un ensayo al escritor alemán.

29 Una crónica de la relación entre Riva Agüero y García Calderón se puede encontrar en mi libro Riva Agüero en sus cartas, Ediciones El Laberinto, Lima, 1996.

30 Mal de altura.

31 He tratado de respetar al máximo la ortografía original, sólo he corregido algunos errores mecanográficos mínimos.

32 Texto aparecido en3 la revista Mercurio Peruano, No. 213, Lima, diciembre de 1914.


Omar Gonzales, “José Vasconcelos y los intelectuales peruanos”, Fractal nº 49, abril-junio, 2008, año XIII, volumen XIII, pp. 29-64.