Pedro Serrano

Ocultamiento de Elena Garro

 

 

 

En 1937, a los veintitrés años, Octavio Paz participó en el segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Valencia. Este hecho fue muy importante para él, tanto en el aspecto personal como en su carrera literaria, ya que allí entró en contacto por primera vez con muchos escritores con los que después seguiría teniendo relación.


Circunstancias históricas, tales como la derrota de la República española y la Segunda Guerra Mundial, iban a hacer que estas amistades se afirmaran, pues muchas de ellas se exiliaron en México; además, el hecho de ser el único que los conocía le iba a dar un juego público que quizá no esperaba tener tan pronto. No obstante, hay que señalar que uno de los rasgos más marcados de Paz fue la curiosidad. Sin esa curiosidad que lo hizo salir siempre de sí mismo, nunca habría entrado en contacto con estos escritores, y con todos aquellos a quienes fue conociendo a lo largo de su vida.

Antes de ir a España, Paz estaba en Yucatán, enseñando en una escuela rural; si bien no era miembro, sí era muy cercano a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios. En Valencia, relata Ruy Sánchez, Paz “se encontraría con escritores que no había imaginado conocer a su edad: el mismo Neruda, Louis Aragon, César Vallejo, André Malraux, Stephen Spender, Jorge Guillén, Julien Benda, Tristán Tzara, Vicente Huidobro, Miguel Hernández, Luis Cernuda, entre otros”.(1) Santí agrega a esta lista los siguientes nombres: Cowley, Ehrenburg, Landsberg y Luckács.(2) En sus memorias, Spender recuerda haber conocido a Paz y a su esposa en Valencia. No obstante la discreción de Alberto Ruy Sánchez, era imposible no mencionar a Elena Garro en este viaje, pero la manera en que lo hace muestra una vez más el estricto control que Paz ejerce sobre los relatos de su propia vida:

En junio de 1937 regresa de Mérida a la ciudad de México y se casa con Elena Garro, quien más de veinte años después será autora de la novela Los recuerdos del porvenir. Ella sería, con el tiempo, coreógrafa, dramaturga, guionista de cine y periodista. Tendría una hija en la siguiente década, llamada Helena, y finalmente se divorciarían varios lustros después. En el momento de casarse, ella iba a cumplir dieciocho años y él tenía veintitrés. Inmediatamente se fueron a España. Porque estando en Yucatán, Octavio Paz había recibido una invitación para asistir a un congreso de intelectuales antifascistas que debería celebrarse en Valencia.(3)

Éstas son las únicas líneas que Ruy Sánchez dedica a alguien que compartió, de un modo o de otro, más de veinte años de la vida del poeta. ¿Cuándo se casaron, qué les ocurrió durante todos estos años, cuándo nació su hija; por qué, cuándo y dónde se divorciaron? Todos estos hechos están borrados, sólo aparecen fechas muy vagas y ningún dato. Es un agregado más a la secreta leyenda que rodea la vida de Paz. Pero el ocultamiento es mayor en Paz mismo. En uno de sus textos autobiográficos escritos para sus Obras completas, Paz dice que la invitación a España se la hizo llegar una amiga cercana, es decir, Elena Garro.

Pero esta historia de ocultamientos no termina ahí. ¿Hubo algún vínculo, por ejemplo, entre su relación con Elena Garro y la historia narrada en Piedra de sol? Nunca nadie ha relacionado la vida y la obra de Paz. ¿Qué hace decir a Ruy Sánchez: “varios lustros después”, en vez de dar la fecha precisa, como sería natural en un estudio crítico, incluso en uno tan ligero como éste? La discreta aproximación de Ruy Sánchez a la vida de Paz no es fortuita. Es el propio Paz el que ha inhibido cualquier intento de reconstrucción. Como él mismo dice de Xavier Villaurrutia: “Él fue uno de los últimos representantes de cierta moral de la burguesía mexicana… Esa moral, hecha más de modales que de preceptos, más cerca de la estética que de la ética, puede resumirse en una palabra: decencia… Decencia es moral de clase media alta: recato, circunspección, preservación de la intimidad y, en el fondo, un gran orgullo y un gran miedo al qué dirán.”(4) En el caso de Paz, esta “decencia” va más allá, pues constantemente manipuló su propia vida para que encajara en su proyecto e imagen literarios. Paz atacó a los regímenes comunistas por la distorsión que hacían de la historia; sin embargo, él fue el primero que retocó sus fotografías. Y fue el primero también, a través de la fuerza de su autoridad, que presionó a sus críticos para que hicieran lo mismo.

Si Elena Garro ha sido reducida por Ruy Sánchez a unas cuantas líneas confusas, en la propia escritura de Paz esta esposa convertida en “amiga cercana” es casi inexistente, hasta épocas recientes en que Paz tuvo que enfrentar declaraciones directas de ella. En sus escritos reunidos he encontrado únicamente un pasaje en el que la menciona; es un artículo sobre José Moreno Villa, y en realidad no es ella la mencionada, sino “mi retrato y el de Elena, en la casa de Guerrero Galván”, pese a que en el momento en que escribió estas líneas no se había divorciado de ella.(5) Paz ocultó todo lo que podía relacionar su historia literaria con su vida de casado, incluso si, como es natural, algunas partes de esta vida las vivieron juntos y muchas de estas experiencias fueron importantes para ambos. Vale la pena observar el contraste con su segundo matrimonio, que Paz mencionaba continuamente. Lo que sigue es un recuerdo significativo de sus días en Valencia:

Un domingo fui con dos amigos, los poetas Manuel Altolaguirre y Arturo Serrano Plaja, a un lugar cercano a Valencia y tuvimos que regresar a pie ya que perdimos el último autobús. Ya era de noche, caminábamos por la carretera y de pronto el cielo se incendió con los disparos de la artillería antiaérea. Los aviones que no podían penetrar en Valencia debido al fuego de las baterías republicanas arrojaban sus bombas en los alrededores de la ciudad, precisamente por donde nosotros estábamos. El pueblo al que llegamos estaba iluminado por los disparos. Lo atravesamos cantando la Internacional para mantenernos con valor y para animar a los habitantes, y después nos refugiamos en una huerta. Los campesinos nos fueron a ver y cuando supieron que yo era mexicano se conmovieron. México ayudaba a la República y algunos de aquellos campesinos eran anarquistas. En pleno bombardeo regresaron a sus casas a buscar comida y nos trajeron un poco de pan, un melón, queso y vino. Haber comido con los campesinos bajo las bombas…, yo esto no lo puedo olvidar.(6)


Pero lo que sí olvidó completamente es que también Elena Garro estaba presente. Lo que sigue es la narración del mismo acontecimiento, hecha ahora por Elena Garro:

Un domingo, Serrano Plaja y Manolo Altolaguirre quisieron ir a nadar. A Paz le pareció magnífico. Nos fuimos al Salar en un autobús que salió retrasado. El pasaje de canales, acequias, huertas, arrozales y además la playa, nos deslumbró. Vimos que la tarde caía con precipitación. Era necesario apresurarse para alcanzar el autobús y echamos a andar por la carretera rumbo a Valencia. “Es el sistema de riego de los árabes”, explicó Serrano Plaja. Paz temía perder el autobús, y yo creía que no existía: “Te equivocas, el Estado se ocupa de que esté a la hora”, dijo Serrano. “Cuando el Estado ordena sólo desordena”, respondí y Manolo estuvo de acuerdo conmigo y él y yo nos adelantamos para poder hablar sin ser “ortodoxos y objetivos”.
De pronto, sin previo aviso, apareció una flotilla de “Junkers” que se dirigía a Valencia. El cielo a lo lejos se abrió como un enorme abanico de chorros de luz que se movían como echando aire. La barrera era infranqueable. Sin embargo, flotillas de “Junkers” venían una tras otra y la carretera se llenó de campesinos que corrían en dirección opuesta a la de Valencia. –Vienen en un portaaviones –dijo Serrano Plaja y Manolito y yo echamos a correr con los campesinos. Paz corrió tras de nosotros, me alcanzó, me sujetó por un brazo y ordenó: “¡Nosotros vamos a Valencia!” Manolito se sublevó: “Chico, es absurdo avanzar hacia donde caen las bombas.” Los aviones que no lograban cruzar la barrera antiaérea soltaban su carga explosiva muy cerca de nosotros y lo lógico era alejarse, como hacían los campesinos. Empavorecida, me solté de la mano de Paz y corrí a campo traviesa y empecé a hundirme en el lodo: me había metido en un arrozal. Surgieron una viejecita y un viejecito que me sacaron de la carretera y me llevaron a su casa, situada al borde de la carretera y todos nos reunimos en su huerto. “¡Échate bocabajo y no cierres la boca. Las bombas desplazan aire y pueden estallar los pulmones! ¡Detente la nuca con las manos, la sacudida puede desnucarte!”, ordenaba Serrano Plaja, tendido bocabajo sosteniéndome la nuca.–¡Qué buenos sois! ¡Qué buenos! –repetía Manolito a los dos viejecitos, que, de pie, observaban el fragor de la batalla. –Ya pasó todo, ya pasó todo, pequeña –repetían ellos. Muy tarde se fueron los aviones. Nos sentamos en el huerto oscuro, al amparo de las ramas bajas de los árboles. El viejecito nos obsequió melones y rebanadas de un pan muy blanco, envuelto en una servilleta también muy blanca. Allí, en la oscuridad del huerto, descubrí que los dos viejecitos eran dos santos que se habían aparecido para consolarnos y cobijarnos del peligro, y ante la frase repetida de Manolo: “¡Qué buenos sois, qué buenos!” recordé los Evangelios y los milagros. Ya sin miedo echamos a andar hacia Valencia, y sucedió otro milagro: nos recogió un automóvil que nos llevó a la ciudad oscura. Manolito perdió su bañador.(7)

Todo recuerdo es una visión particularizada de un hecho. Seguramente a Paz no le podía gustar este ligero relato de tan importante acontecimiento. Incluso el primer título de la narración de Garro (“A mí me ha ocurrido todo al revés”) ironiza la historia de Paz; el final, con la ligera nota acerca de la pérdida del traje de baño de Manuel Altolaguirre, es francamente regocijante.

Ambos escritores cuentan casi los mismos hechos, pero lo que para Paz era un grupo de campesinos anarquistas se convirtió en la historia de Garro en una pareja de santos “viejecitos”. Podemos imaginar lo incómodo que el poeta debió estar cada vez que sus opiniones o historias fueran socavados por tan irreverentes comentarios. La compleja y difícil relación entre Paz y Garro recuerda la de Eliot y su primera esposa, quienes, como la pareja mexicana, vivieron más de quince años juntos, muy angustiosos en la vida real, pero muy productivos para su obra. Esas relaciones fueron muy importantes, ya que significaron un esfuerzo por reconocer al otro y una lucha entre la incapacidad para hacerlo y la presión de ese otro para ser reconocido e incluido. Lucha sin solución en ese momento, pero enfrentada de la mejor manera en que estos dos poetas modernos lo podían hacer.

Lo que la comparación entre los dos relatos muestra es aquello que Paz silencia para reconstruir su pasado en una dirección particular. La historia real es revertida y distorsionada para que encaje en una narrativa en la que él es el personaje principal, y tiene que ver directamente con la creación de su figura pública. En este sentido, Paz no tiene una biografía personal, sino sólo una literaria. Y quizás uno de los problemas con Elena Garro era que ella personalizaba continuamente esta construcción. Todo en su biografía tiene que trabajar en esta dirección, y lo que no ayuda simplemente desaparece. El resultado de esto es la elaboración de un grupo muy rígido de relaciones y sentidos, hecha de “signos en rotación” en los cuales cualquier personaje real, cualquier persona, es transfigurada en un símbolo de su propio desarrollo literario. ¿Qué hacer entonces con alguien que todo lo lleva al terreno cotidiano? ¿Cómo ocultar la pérdida del bañador de Manolito Altolaguirre?

En el fondo, el relato de Paz no es muy diferente de la narrativa pictórica de los muralistas mexicanos, quienes yuxtaponían los diferentes elementos de la historia para construir una composición alegórica. Reconstruyamos la escena como un mural: primero, el fresco histórico: la Guerra Civil Española, uno de los principales capítulos del siglo XX. Después, el grupo de poetas, participantes activos que comparten ese momento trascendente con otro grupo, éste de campesinos anarquistas.

Hay un paralelismo entre el grupo de los tres poetas que entran cantando la Internacional y el de los campesinos anarquistas que les ofrecen comida. Todos estos hombres son hombres en su siglo, tal como se titula uno de los últimos libros de Paz. Su propia nacionalidad, finalmente, trabaja como el punto focalizador de esa fraternidad trascendente y universal. Hay una perfecta simetría entre todos los elementos que la forman, y el efecto logrado es el de la alegoría del nuevo hombre. Por supuesto que no hay cabida para “el traje de baño de Manolito”, ni para la chica aterrorizada que se cae en los arrozales, ni para mencionar la edad de esos campesinos. Lo que vale la pena notar es que esa manera de organizar las cosas siguió vigente en Paz durante toda su vida. Podemos visualizar la escena como si ésta hubiera sido pintada por Diego Rivera: en un extremo del mural, un grupo de poetas antifascistas, uno de ellos vestido con los colores de la bandera mexicana, protegidos todos por las palabras de la Internacional escritas sobre ellos (la pintura tiene que recurrir a otras convenciones para construir sus narrativas); en el otro extremo, el grupo de campesinos anarquistas ofreciéndoles vino y pan y melón. Incluso podemos tener un título para este fresco: “El lugar de la prueba”, como Paz mismo llamó a su conferencia inaugural del Congreso Internacional de Escritores, que en 1987 conmemoró el quincuagésimo aniversario de aquel otro congreso mítico.

No hay duda de que para Paz esa experiencia fue una experiencia real de fraternidad, y por supuesto que logró captarla muy bien. En su relato, el pasaje es presentado como un momento de trascendencia para un grupo de gente, lo que comparte con el relato de Garro; sin embargo, esa trascendencia, que les sucede como individuos, es modificada de tal modo que lo que resalta es su sentido simbólico. Paz despoja a todos los participantes de su historia personal, incluido él mismo, para que puedan funcionar como elementos edificantes en una configuración más amplia. Pero, hay que señalarlo, ésta es únicamente una desposesión a medias, pues el movimiento alegórico no llega lo suficientemente lejos como para organizar un nuevo sentido figurativo, despojado de la vivencia. No es ni una verdadera alegoría, ni un simple recuerdo personal.

Lo contrario sería despojarse totalmente de una presencia propia, y lo que importa no es desaparecer, sino consolidarse como una figura no amenazada, es decir, como figura de autoridad. El hecho está contado como si fuera simplemente un recuerdo, pero a través de su desarrollo empieza a tomar la forma de una alegoría de la modernidad. Sin embargo, no llega a convertirse realmente en eso: los personajes reales (excepto los borrados), con sus complejidades y asimetrías, emergen como un grupo sagrado de figuras despojadas de cualquier historicidad personal, y el resultado es una ambivalencia muy efectiva entre historia y mito. Es revelador que el personaje más problemático en la historia real del evento fuera totalmente suprimido. ¿Qué habría sido de este relato si Paz hubiera permitido a Elena Garro aparecer y dialogar? Habría tenido una organización completamente diferente, más humana y más real, menos edificante, quizás. Al final, se puede leer esta confrontación de relatos como una representación del diálogo que (no) pudieron construir. Y ésta es precisamente su modernidad, afirmada en esas manipulaciones.


El problema con esta clase de narraciones es que saca del plano de la escritura los hechos reales que construyeron determinado suceso; pero sólo así se puede construir ese ambiente artificial en el cual no es la persona de Paz, sino su figura, la que encaja de manera perfecta. Independientemente de las razones que llevaran a su separación, Elena Garro tuvo que ser borrada de su vida y obra simplemente porque la oposición entre ella como individuo y como proyección del yo del poeta (es decir, como mujer real y como símbolo) era imposible de resolver, precisamente por el tipo de estrategias que Paz utilizó para enfrentar sus problemas y por el tipo de construcciones que elaboró.

Las recientes memorias de Paz están también hechas para probar esta o aquella tesis, nunca para mostrar a la persona real detrás de la figura construida. En este sentido, más que recuerdos personales o reconstrucción de las preocupaciones y vicisitudes por las que pasaba en determinado momento, lo que tenemos en los escritos autobiográficos de Paz es una lectura mediatizada del mundo por un hombre que nunca dejó de escribir su biografía intelectual. La consecuencia de esto es que el individuo desaparece en el ámbito más extenso de sus especulaciones teóricas. La escritura y la vida, entonces, se convierten en el cerrado lugar de una poética, y los individuos no son individuos, sino ejemplos de una lectura esquemática y restringida del mundo.

 

 

NOTAS

1 Alberto Ruy Sánchez, Una introducción a Octavio Paz, Joaquín Mortiz, 1990. p. 41.
2 Enrico Mario Santí, Introducción, en O. Paz, Primeras letras (1931-1943), fce, 1987 p. 28.
3 A. Ruy Sánchez, op. cit. p. 38.
4 Octavio Paz, Xavier Villaurrutia en persona y obra, México, fce, 1978, pp. 19-21.
5 O. Paz, Las peras del olmo, México, unam, 1957, p. 210.
6 Rita Guibert, Siete voces, México, Novaro, 1974, p. 279. En su introducción a la entrevista, Guibert dice: “No obstante, todas estas conversaciones no fueron casuales ya que Paz, quien está profundamente interesado en el lenguaje mismo, nada ama ‘más que la perfección verbal’. Algunas ocasiones él toma notas antes de responder mis preguntas o me pide que borre sus respuestas grabadas hasta que éstas correspondan exactamente en sentido y forma con sus pensamientos. Además, en el manuscrito mecanografiado que le envié para la aprobación, Paz reescribió algunas de sus respuestas, borró otras, insertó algunas nuevas en un intento de reconciliar su pluralidad de voz, de pensamiento, y de ego.” (op. cit., p. 184).
7 Elena Garro, “A mí me ha ocurrido todo al revés.” Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 346, abril, 1979, p. 40. Recogido en Memorias de España, 1937, México, Siglo XXI, 1992, pp. 49-50.

 

Pedro Serrano, “Ocultamiento de Elena Garro”, Fractal nº 47, octubre-diciembre, 2007, año XII, volumen XII, pp. 61-70.