JUAN ANTONIO
MASOLIVER RÓDENAS

Diarios

 

Mayo

9


Era tan humano que, renunciando a la inmortalidad, nunca murió como morimos todos los humanos.

Era tan divino que, renunciando a la mortalidad, resucitó para recuperar su inmortalidad y, abandonándonos a nuestra condición mortal, se elevó a los cielos.

10
¡Joder con la intimidad! ¡No para de hablar!

 

Cuando el reverendo José Balmes de Calasanz –que su memoria me sirva de Guía y Consuelo– falleció y ascendió a los Cielos, el Señor le dijo que una vez en la Eternidad nada podía serle ofrecido, puesto que si bien es cierto que fue y dejó de ser y dejó de ser para ser, nunca hizo nada para merecer los cielos porque jamás había sido ni nada había hecho. El Reverendo José Balmes de Calasanz le recordó al Señor los miles de conventos que había fundado, las miles de

almas que había salvado, las miles y miles de oraciones que había rezado en su Santo Nombre, el rechazo de las tentaciones y las flagelaciones.
Pacientemente el Señor le explicó que puesto que en la Eternidad no hay ni pasado ni presente ni futuro, nada de todo lo que había hecho en su Nombre había sido hecho. Enfurecido, José Balmes de Calasanz se reveló contra el Señor, le llamó soberbio, ingrato y mezquino y tras decirle que repudiaba todo lo que había hecho por Él se alejó del Paraíso donde jamás había estado y donde seguiría estando por los siglos de los siglos. Amén.

12
¿Cuántas langostas se necesitan para poder decir que hay una plaga de langostas?

Admiraba tanto a García Márquez que le avergonzaba ser tan pobre.
Según mi editor, que se alimenta de veneno y lo escupe a tiempo, yo soy su worstseller.
Vi a Dios arrodillado ante su imagen.

Yo hablo mucho.

Un día alguien me interrumpió para decirme que hablaba mucho. No dejé de hablar. Simplemente, dejé de hablarle.
A partir de entonces, cuando me dicen que hablo mucho me vuelvo al del otro lado y le digo: "Perdona, es que alguien me estaba interrumpiendo".
Y le cuento algo.

15
Anagrama debería ser un anagrama.

¿Por qué a las mujeres no les gusta pisar hojas? Y, ¿por qué a nosotros nos gusta pisarlas incluso cuando somos mayores?
En su afán de protagonismo lo pasó bien hasta en el entierro de su padre.
¡Ah! ¡Tanto alcohol para tan poca fiesta!

21
Aprender. Creemos que es cosa de adolescentes pero, ¿dónde está el límite? Al final de todo, allí está el límite. En una cama, una carretera o un precipicio. Allí donde llega el límite de lo que has aprendido y ni siquiera has podido aprender que de todos modos no hubiese servido para nada.

Aprender nada. Como las vacas que nos miran con sus grandes ojos sin saber, ni poder saber ni querer saber quiénes somos.

27
Pasea desnuda por la playa con un collar de perlas y entonces me pregunto: ¿lleva el collar de perlas para que admiremos su cuerpo desnudo o lleva su cuerpo desnudo para que admiremos su collar de perlas?

Cuando he encontrado la respuesta se ha perdido ya en el horizonte y entonces me digo: ¿por qué en lugar de pasarme el día haciéndome preguntas no me he fijado en su espalda a medida que se alejaba?
Ahora lo único que me queda es una respuesta estúpida y quién sabe si falaz y la dolorosa ausencia de una imagen que no he visto alejándose bajo la luz salitre y tropical mientras me llega, como una daga, la música de las lejanas fiestas de Veracruz.

28
Cuando se despertó el dinosaurio, todavía estaba allí.

Cuando me desperté, apagué la luz.
Cuando me desperté, perdí la fe.
Se despertó sin poder terminar el libro que estaba soñando que leía.

29
Ana, mi querida Ana Calabrese que nunca estuviste en Calabria: llegabas siempre tarde a todas las citas y sólo a la muerte decidiste llegar antes de hora.

30
Nos desnudamos con la luz apagada para que Dios no nos vea desnudos.

31
Las razones de mi carácter irresoluto son bien claras y no hace falta ir a un brujo o a un psicoanalista para entenderlas. El do-ce de enero de 1939 las ganas de escapar del vientre de mi madre eran muchísimas. Por otro lado, meterme de lleno en lo que se llama el mundo me daba un miedo horrible. Y así sigo.

Junio

2
Se llamaba Eloísa y tenía cara de menina. Le gustaba enseñarnos el culo. Nunca llevaba bragas. Se levantaba las faldas y primero nos enseñaba el vientre y luego se volvía para enseñarnos el culo, que estaba siempre sucio de excremento. Se ponía en el último escalón y empezaba a bajar mientras orinaba y se reía. Nosotros nos reíamos de ella. Sólo ahora me doy cuenta de que me hubiese gustado tocarla.

3
Desde que el padre Lanza, S.J. le dijo que sentir placer cuando nos unimos para procrear no es pecado, no ha dejado de parir.

5
Si fuera el dueño de la palabra privilegiada escribiría la palabra privilegiada y ya ni yo ni nadie tendría que volver a escribir.

Escribimos infinitas palabras para buscar esta palabra infinita.
Escribimos mucho por si aparece por azar entre tantas palabras o escribimos poco para reconocerla apenas aparezca.
Los que están más cerca de la palabra son los que no escriben nada. Y más cerca todavía los que escriben nada.
Le dije a Dios: hermano Dios, ya te he encontrado.
Estaba a la intemperie en un paisaje sin puertas. De noche, entre precipicios. Esperaba una mano en mi mejilla. No volvió a amanecer.
Estaba tan solo que me acaricié para consolarme. Todo el cuerpo. Y pensé que aquellas caricias eran como las caricias de Dios.

6
Somos pensadores de excremento.

7
Se querían, y al dejarse de querer dejaron de quererse eternamente.

9
Y entonces la niña se comió al lobo y se acabó el miedo para siempre.

11
¿Y si ahora resulta que lo que hay después de la muerte es otra vida?

12
Iban por un río de aguas espesas. Se alejaban de sus casas incendiadas. Gente nacida para la desgracia. Jamás llegaron a ver el mar.

14
Le obsesionaban los horizontes. Quería saber qué hay detrás de ellos.

Caminaba y caminaba y siempre encontraba otro horizonte, o el mismo que se alejaba continuamente.
Una noche de luna en el horizonte decidió conocer definitivamente la verdad. Tomó la pequeña barca de Eulogio y empezó a remar. Quién sabe si llegó a vernos a nosotros, que desde el horizonte donde estábamos le gritábamos que volviera.

15
Germán Yugo

Marita Salobre
Clara Mercurio

16
¿Por qué no hay jamás un argumento definitivo para nada?

17
Están siempre en el bosque.

19
Todo pasa y el peso que piso es el poso que él puso.

El problema es que en la vida, como en el retrete, de una forma u otra siempre acabas ensuciándote.
Salgo de Masnou para ir a Barcelona. Salgo de Barcelona para ir a Reixac. Salgo de Reixac para ir a Génova. Salgo de Génova para ir a París. Salgo de París para ir a Londres. Salgo de Londres para ir al cementerio de Masnou.

23
A punto de dejar de pensar, escribo este pensamiento.

27
Era homosexual y me quería. Yo no era homosexual y le quería.

Se desnudan. Se acabó el engaño.
Los orificios son, por naturaleza, ínfimos y sucios. No así las protuberancias. Y sin embargo acariciamos las protuberancias para penetrar en los orificios.

28
Dejó de leer, y lo más sorprendente es que jamás volvió a necesitar un libro.

 

30
Cual pluma al viento, así es la mujer. ¿Y el viento cómo es?

¿Por qué nos preocupan tanto los pelos?
Lo malo del cero es que solo no significa nada. Para significar algo tiene que estar siempre a la derecha o a la izquierda.
Primero dejó de fumar. Luego se murió de cáncer.

A pesar de que era poeta, la Naturaleza le caía mal.
Es triste ser mujer. Sobre todo cuando estás triste.

 

 

 

Julio

1
Si hubiera escrito en el siglo XVI ahora sería un clásico.

2
"El que éste libre de culpa que arroje la primera piedra". Agarró la única piedra que tenía y la lanzó con toda su fuerza. Ahora, como está lleno de culpa ya no necesita ninguna piedra.

4
¿Por qué llora un niño cuando le bautizan? ¿Porque se ha hecho pipí? ¿Porque le molesta el agua? ¿Porque no le gusta el nombre que le ponen? ¿Por el olor del incienso? ¿Porque el que hace de padre no es su padre? ¿Por que le gustaría ir a jugar y no puede ni sabe? ¿Porque no recuerda de dónde ha venido? ¿Porque le queda mucha vida por delante? No. El niño llora porque quiere la teta de su madre y su madre no se puede sacar la teta en la iglesia.

5
Perdona que esta emoción

que no puedo expresar
y que es sincera
no sea la primera.

 

8
El gallo empezó a cantar

y me quedé sorprendido
pues en mi pueblo no hay gallos
y jamás ha amanecido.

        

14
Caminas encorvada por el peso de las tetas y es una lástima sorprendente, pues en la cama pareces la maja desnuda.

¿O es que la maja desnuda posaba así para el sordo Goya porque sabía su fatal condición de mujer encorvada por el peso de las tetas?
¿O es que el pintor de las pobladas cejas por exigencias estéticas (él, el pintor de la pintura negra) le suplicó a la duquesa que se echara en el diván donde los pechos flácidos y abundantes son, con sus pezones, como nenúfares en el agua?
¿O es que el pintor del gesto hosco centraba todo el cuadro, el desnudo, en otro punto, lo que explica la extraña expresión de ella?
¿O era simplemente la historia de una duquesa que al desnudarse dejaba de serlo y de un pintor que pintaba a una mujer desnuda que era una duquesa que por el simple hecho de desnudarse dejaba de ser una duquesa pero no dejaba de ser una duquesa?
Aristocracia. Artistocracia. Sexocracia.
Caminas encorvada por el peso de tus abundantes tetas. Caminas hacia el diván, como todas las mujeres, y allí está el pintor esperando impaciente a que te desnudes. El pintor que borra el vello del pubis o que cubre el pubis con una mano que es la mano del pubis. De ahí la extraña mirada, burlona, turbia, luminosa, en trance mientras abandonas el cuerpo desnudo a los ojos del pintor y abandonas languidamente tus tetas.

16


Dice un dicho popular

de un autor desconocido
que quién se mea en un nido
nunca volverá a cantar.

17
El mundo es un pañuelo porque vivimos en un valle de lágrimas.

23
– ¿Y la mierda de Picasso cómo era?

– Pues mira, como la de san Juan de la Cruz.

26
Monólogo interior.

¿Y qué iba a ser? ¿Una charla entre amigos?

27
Cuando llueve en Santiago es que vamos a estar bien. Ayer murió Ventejo y la señora Rosa quiso matarse, se lo contaba llorando a su esposa. Había mucho sol y el aire estaba lleno de mosquitos. "Vuelan pero están muertos", dijo mi madre. Siempre dice algo así, algo que recuerda, porque hace tiempo que está ciega y sólo vive de recuerdos. Pero podrían picarle y hacerle llorar los ojos. "Es señal de que va a llover", dice apesadumbrada. No puede ver las paredes, no puede vernos a nosotros, no sólo apesadumbrada por la lluvia, pues. Y yo pienso así: cuando llueve en Santiago es que vamos a estar bien. Pero no llueve, siempre estamos en el jardín con el sol y los mosquitos y mi madre está ciega y sólo ve los recuerdos.

29
Dos amigos del alma van a un burdel. Son amigos del alma y les agrada acostarse con la misma mujer y luego comentar la experiencia. Van siempre a burdeles de calidad, es lo que les recomendó Abilio, el marido de Eva. Como recomendado por un obispo. Insisten siempre en que el otro sea el primero y siempre es Abelardo el que sube primero, porque Manfredo sabe que es meticuloso y obsesivo con la higiene. Hay también otra razón: Abelardo tiene orgasmos muy rápidos y muchas veces ni siquiera copula. Pero esta vez se demora más de lo acostumbrado. En cambio, cuando baja parece desolado. "¡No subas, te lo ruego!", le dice. Manfredo pide una explicación que no obtiene, sólo le llegan súplicas. Será otra de sus bromas. "Me defenderé", dice mientras sube las escaleras riendo. A los pocos segundos se oye un portazo y baja Manfredo apoyándose en la barandilla, como si fuese a desvanecerse. Abelardo le ayuda a sentarse. "Te lo advertí, Manfredo, te lo advertí." "¿Tardaste tanto porque te gustó? ¿Finalmente conseguiste una relación normal?" "Nunca pude imaginar que una cosa así pudiera ocurrir." Se abrazaron y lloraron y salieron llorando y abrazados del prostíbulo. No quisieron mirar la ventana iluminada donde uno encontró el placer y el otro el horror.

Agosto

5
Mi primer viaje fue en un cochecito para niños que en realidad no se podía llamar así porque era inmenso. Era siempre un viaje muy breve: mis hermanos mayores se turnaban para mover el coche adelante y atrás para que me durmiera o no llorara o dejara de llorar. El chirrido de los muelles oxidados no me dejaba dormir, pero esto no podía decírselo a mis hermanos porque todavía no sabía hablar. Cuando mis hermanos se cansaban de moverme se iban a jugar a la avioneta, al caracol o a la puerta del inglés o a saltar a la comba o al escondite y yo me quedaba solo contemplando el cielo, el humo de las chimeneas y las hojas de la acacia. Un día, por curiosidad, me asomé para ver el suelo (estaba harto de ver siempre el cielo) con tanta torpeza que me caí. Todavía tengo una pequeña protuberancia en la frente. No hace falta una memoria muy privilegiada para acordarse de una cosa así. El caso es que nunca más volvieron a meterme en aquel coche aunque sí metieron a los tres hermanos que llegaron a este mundo después de mí, menos sensibles a los muelles oxidados y menos curiosos por saber si el suelo es distinto del cielo.

El próximo viaje fue más extraño. Fui a Barcelona con mi padre y con Lozano. A la ida no pasó nada especial. A la vuelta estaba la luna en la ventana siguiéndonos todo el rato. Me sorprendió muchísimo porque en el jardín de casa estaba siempre quieta. Al día siguiente empecé a correr por el jardín pero la luna seguía quieta. A partir de entonces me di cuenta de lo especiales que son los viajes. También había oído en casa que tío Salvio había viajado de Cuba a Barcelona para morir en el lugar donde había nacido. Yo podía imaginar que alguien tomase un barco o un tren para escapar de la muerte, pero no al revés. Y además, para morir, qué más te da un sitio que otro. Luego me enteré que los elefantes, que tienen fama de ser muy sabios y flemáticos, hacen lo mismo, no viajan en tren, claro, a quién se le ocurre, sino que corren hacia el cementerio de elefantes y lo recorren con unos ojos muy melancólicos hasta que encuentran el sitio más tranquilo y se echan a dormir para no despertarse más.
De pequeño me veo siempre viajando: yendo en bicicleta o en patinete, agarrándome a la escalera de detrás del autobús de Teyá, corriendo al lado del tren y saludando a los pasajeros o pidiéndoles a los carreteros que me dejasen subir a los carros. Una vez hasta subí a la carroza de los muertos "¿Te dan miedo los muertos?", me preguntó el enterrador al ver que hacía la señal de la cruz al pasar la carroza. Le dije que no y me invitó a que subiese. Por el camino me iba diciendo en qué casas había estado y en qué casas iba a estar pronto. "¡Vosotros sois muchos pero malos clientes!", se rió. Le conté cómo de pequeño me había caído del cochecito y de como estuve a punto de morir. "A los niños pequeños los llevamos en un saco", dijo. "Es mucho dinero eso de la carroza." Le pregunté que a quién llevaba muerto y me dijo que al espíritu santo pero no me lo creí. Al llegar al cementerio me pidió que le ayudara a bajar al muerto. Me puse a temblar. "¿Que te pasa? ¿Te piensas que los muertos muerden? Son la gente más inofensiva del mundo." Me pasó una mano por la nuca. "¿Ves aquella paloma?, me dijo. Es el espíritu santo, que se nos ha escapado. Espera aquí, que te llevo otra vez al pueblo. ¿Sabes leer? Pues lee los nombres de las lápidas. Son todos gente de nuestro pueblo. Hay que acordarse de ellos y aprender a quererles."

Me quede leyendo los nombres. Muchos eran nombres como los amigos de mi colegio: Maristany, Rosés, Subirats, Galbany, Raventós, Domenech, Ramentol, Millet, Puig, Castellar, Pinazo, Lafau. A veces estaban los nombres de toda una familia, que se habían ido muriendo poco a poco, o como los Pages, que se ahogaron todos en una barca. Ninguno se llamaba como nosotros. Tenía razón el enterrador. Que salía en aquel momento enjuagándose la boca y escupiendo el vino. "Vamos, muchacho, regresemos a la vida, no nos queda otro remedio. ¿Qué has aprendido?

"Nada, señor Simón."

"Y tú como sabes que me llamo Simón?"

"Porque lo dice la canción de mi madre."

"Y tu madre qué canta, si se puede saber?"

"Eso, señor Simón."

"Ese eso no puede ser una canción. Anda, sube y cántame lo que me canta tu madre. A ver si resulta que tengo a alguien que piensa en mí entre los vivos, porque los únicos que tienen algo que agradecerme son los muertos, y los pobres no pueden ni saben. Ven que te aúpe."

Subimos al pescante. El enterrador se puso su sombrero de copa o de cilindro, un sombrero especial. Íbamos por el camino del cementerio, pero alejándonos, un camino sin asfaltar y en sombra: era como ir por un túnel de árboles por los que se filtraban los rayos del sol. Nunca el pueblo me pareció tan bonito visto así, de lejos, en el territorio de los muertos, allí donde las mariposas vuelan muy bajito y donde las sombras no se mueven y donde la tierra huele a cal y a hierba quemada.

"¿Y la canción?, me dijo. "¿Me la cantas?"

"¿Se puede cantar, aquí?"

"¿Estás triste o contento?"

"Estoy muy contento."

"Acuérdate de esto: has ido a ver a los muertos y estás contento y a mí me has alegrado el día. Nadie quiere saber nada de los muertos. ¿Tú has visto a alguien que quiera que se lo lleven de su casa? ¿Has visto alguna ciudad donde los cementerios estén en el centro, al lado de los cines y de las tiendas? Y sin embargo, ¿a ti te ha molestado alguna vez un muerto? ¡No saben! ¡Hasta la gente mala se vuelve buena al morir! ¡Esta es la gran resurrección! Estás contento y me haces llorar. Anda, canta la canción. ¿Cómo te llamas?"

"Diego."

"Me gusta. No hay ningún Diego en el cementerio."

"Sí. Diego Vera, un niño de siete años."

"Muy buen observador."

"Iba a mi colegio. Y usted, ¿se llama de verdad Simón?"

"Tú me dijiste que me llamaba así. Es como nos llamamos los enterradores. ¿A que no sabes a quién he enterrado hoy?"

Iba a decir que a su corazón, a lo mejor era eso lo que quería que dijese.

"Al espíritu santo", le dije.

"Lo que viste no era el espíritu santo."

"Ya lo sé ¿Quién era?"

"Una paloma mensajera."

"¿Qué es una paloma mensajera?"

"Una paloma viajera. Le ponen un mensaje en una pata para que lo lleve a su destino. A veces salen del cementerio para que lleven la noticia de la muerte de algún ser querido a cualquier parte del mundo. No lo olvides. Cuando veas volar a una paloma recuerda que a veces llevan un mensaje triste. ¡Estoy llegando tarde!":

Y se alejó. Y no he vuelto a verle. Pocos días más tarde subía una carroza por la carretera. Nos asomamos al balcón excitados. "¡Mamá! ¡Mamá! ¡El enterrador!"

Era otro enterrador. Mamá no nos escuchó. Cantaba o gritaba o lloraba y nunca nos escuchaba ni nos hablaba.

"¿Y Simón?", grité al hombre de la carroza.

"¿Qué Simón?", gritó a su vez.

"Simón, el enterrador."

Se volvió y señaló con la mano el ataúd. "¿El enterrador? Aquí está. Que en paz descanse y deje descansar."

Mamá estaba en la cocina cantando:

"A París va papá
en el rápido de Irún.
Si vas a París papá
cuidado con los apaches."

Los apaches también viajan. Galopan, galopan y caen muertos entre la patas de sus caballos que siguen galopando. Me gustaban las canciones de mamá. Era triste porque nunca nos hablaba, y porque cantaba canciones tristes. A lo mejor un día me asomo al balcón y un apache me dice: "¿Te subes a mi caballo?" Y yo le digo que sé una canción que me ha enseñado mi madre. Pero tampoco esta vez la voy a cantar.

¡Nos agobian tantas preguntas, tantas posibilidades, tantas razones desconocidas! ¿Por qué son redondos los relojes o por qué es redonda la imagen que tenemos de los relojes? ¿Por qué son redondos los pozos? ¿Por qué son redondas las plazas de toros? O las naranjas valencianas, que luego no hay forma de ponerlas en cajas (¿por qué no son redondas las cajas?).

En Georgia, no recuerdo en cuál de ellas (¿por qué escribo tanto si cada vez recuerdo menos?), hay un instituto de las Formas que trata de establecer las razones de las formas, la relación entre las distintas formas y, sobre todo, de encontrar el origen de la Forma, la Forma original. Los Formolólogos (que no hay que confundir con los formólogos de Minnesota) de la Escuela Psicoanalítica han llegado a la conclusión de que la forma inicial es el orificio que surge del vacío. El ser humano está obsesionado por "ocupar" el orificio, de ahí que las tres actividades serviles sean el beso (de la boca o del pezón), la copulación por la vulva y la copulación por el ano. Los masturbadores son los que rechazan cualquier tipo de forma en torno al vacío: cada acto masturbatorio es un acto de rebeldía, de rechazo del padre, de la madre y del mundo orífico general. Si fundaran un partido político los masturbadores en unas erecciones generales dominarían el mundo (el general Franco, demos al César lo que es del César, fue el primer creador de la Democracia Orgánica). Si fundaran una secta religiosa se acabarían las demás religiones porque el ser humano (no en vano se le llama así, humano, humo informe que busca definirse en una forma circular, el ano) está condenado a la forma y siente la necesidad de liberarse de la forma. Dios nos puso el ano detrás para que no viésemos el vacío y nos condenó a que el vacío fuera el lugar del excremento. Sin nostalgia el onanista, a diferencia del anista, adora la forma, la acaricia: se acaricia como forma absoluta que es.

14
Vivieron juntos tanto tiempo que se pasaban el día sacándose la lengua. Aquellas lenguas que tanto se besaran.

Dormían en una cama de matrimonio. A hachazos consiguieron hacer dos camas individuales.

¡Todo el tiempo que ha pasado vistiéndose con el único fin de que la desnuden!

15
Amorcito: tu esclava te pide de rodillas (¡para que me mires el escote, pillín!) un gran favor: he dejado la ropa en la lavadora y hay que ponerla en la secadora. Es nuestra ropita íntima y cuando la saques cierra los ojos que me ruborizo y me tiemblan los rizos. Conozco tu mirada. Nunca más te pediré este favor (¡a no ser que te haya gustado!) y me comprometo a encargarme yo de la ropa hasta la eternidad.

Amorcín: he tenido que dejar la ropa en la lavadora porque telefoneó Eugenio para lo de las clases y las traducciones. ¡Deséame suerte! Sé que estás muy ocupado, así que no te preocupes de meterla en la secadora (¡la ropa, marrano!). Ya lo haré yo cuando vuelva. Pero antes tendrás que darme un besito.

Tono: te he dejado la ropa en la lavadora. ¿Te molestaría ponerla en la secadora? Si hace sol podrías ponerla a secar en la terraza. ¡No las bragas, que no eres el único voyeur del Reino!

Tono: ¿podrías poner la ropa en la secadora? 40 minutos. Gracias

Tono: si quieres poner tú ropa (que al fin y al cabo la has usado tú) en la lavadora puedes hacerlo cuando quieras. Yo he lavado la mía antes de ir a la biblioteca.

Sino he vuelto a las dos no me esperes para comer.

Supongo que no es mucho pedirte que pongas la ropa en la lavadora. ¿O ahora resulta que tengo que ser yo la que se ocupe de las cosas de la casa?

15


¿Tuvo alguna vez una erección, Él?

Amar a Margo
Amar amargo
Amar–
go!

18
Testaruda. Inteligente sólo en algunas cosas. Astuta a la hora de aprovechar su inteligencia. De muy buen gusto pero no elegante. Agresiva con la sociedad y con casi todos los individuos, incluso los más queridos. Confundía el nacionalismo con el progresismo. Frígida por razones que ignoro, pues no siempre lo fue. Hipocondríaca disfrazada de ecologista: todo lo que comía tenía que perjudicarle, pues todo estaba contaminado y los alimentos ideales se encontraban en países lejanos, tal vez inexistentes. Fumadora intolerante con los que habían dejado de fumar. El tabaco y la nostalgia de una pureza ambiental que jamás existió, ni en los vergeles del Paraíso. Murió sin Dios y sin amigos, con alguna hermana fiel y el llanto de los que vivíamos lejos. En vida había acabado por convertirse en el centro unificador de la familia; viajaba a Estocolmo, a Londres, a Vallensana, a Zaragoza, a Híjar, a Vinaroz. Centro de otra nostalgia o de otro espejismo, pues la familia se había desintegrado hacía mucho y sólo existía como nombre, cada uno de los Masoliver agobiado por la nostalgia de lo que tal vez no había desaparecido porque no existió jamás. De alimentar en nosotros esa nostalgia dolorosa y sensual ella, la más ética y frígida, fue la principal responsable. Y de eso murió. Ahora la familia, dispersa y desintegrada, vive en torno a su muerte.

21
Llaman la atención los criterios de Bruno Schlegel sobre el arte. La extrema delicadeza con la que expone sus puntos de vista nos obligan a responder o reaccionar con delicadeza, y ésa es la primera trampa. La segunda trampa es que no queda claro si se está dirigiendo a críticos de arte, a profesionales que ya no pueden ser convertidos, o a simples aficionados que siempre buscan el aliciente de alguien que les dé nuevas ideas. Una tercera trampa son las citas: con frecuencia Schlegel se apoya en autores totalmente desconocidos e incluso muchas veces los artistas son igualmente desconocidos. Llama la atención asimismo que su obra se haya popularizado tanto en Italia, en Francia, en Estados Unidos o en Japón y no haya sido publicada jamás en su país de origen. Decir o sospechar de Schlegel que es un tramposo sería ponerlo a la altura de cualquiera de nuestros críticos, algo injusto e insultante. Las mentiras de Schlegel invitan a la reflexión, son atractivas, tienen ese carácter polémico que necesita toda obra de arte para resucitar continuamente, para vivir en una aureola de eternidad. Sin embargo es muy difícil decir cuáles son las teorías centrales del pensador centroeuropeo. Podría decirse, eso se me ocurre ahora pero no es una improvisación, que la originalidad de su pensamiento, si así puede llamársele, es que carece de una teoría central e incluso de todo tipo de teoría. Su obra nos lleva directamente al cuadro que comenta. Es así como hemos descubierto a Casablanca o a Donaggio, a la escuela finlandesa de litógrafos, a los alfareros de Capadocia o a los litólogos hititas. Ni una referencia a los grandes, a los consagrados por los mercados internacionales. Si menciona a Tàpies es porque Tàpies ha callado astutamente durante años la influencia de un desconocido entre nosotros: Molenski. Si menciona a Picasso es porque le sirve para ilustrar el antifonalismo en la pintura mediterránea. Una obra como "El ocaso de la paleta", todavía inédita en nuestro país, debería estar en la biblioteca de todo pintor. Y enseñaría a nuestros críticos a ser más humildes. Schlegel murió este verano agobiado por la melancolía: había llegado a la conclusión de que no hay relación alguna entre el arte y la crítica, incluso entre la obra de arte, el pintor y el observador. Trató de comprar su propia obra a los editores para destruirla, y los editores vieron en esa extravagancia (lo que se conoce como "el síndrome de Kafka") una forma de promoción, aun sabiendo que eso iba a llevar a Schelegel a la muerte, como ha ocurrido. Su éxito está asegurado y sin duda muy pronto se va a convertir en un bestseller en nuestro país. Y no es arriesgado predecir que llevará un prólogo de Enrique Vil Amat. Si no se le adelantan Juan Villoro o Pere Gimferrer.

22
Sólo queda un amor: el que no existe.

23


Tres tristes trastos
La tramontana mágica
Los besos satánicos
El pantalón de las visitadoras
La muerte de abstemio Cruz
Mi idolatrada hija Sissi
Los funerales de la mama grande
Últimas tardes con Matesa

Historia de una ramera

 

24
–¿A quién odias más en la vida?
–A la vida.
–¿Te gustaría morir?
–Si no fuera tan definitivo.
–¿Qué país te gusta más?
–El otro.
–¿Te sientes catalán?
–Sí.
–Esto nos honra.
–A mí no.
–¿Te gustan las mujeres?
–¿De quién?
–Eres muy coñón.
–Sí, me llaman el Gran Coñón del Colorado.
–¿Por qué del Colorado?
–Porque a la gente le cuesta hacer juegos de palabras. No todos tienen el talento de Cabreo Infante.
–¿Te puedo hacer una última pregunta?
–Exacto.

 

 

 

Septiembre

1
Bajó por el sendero. Empezó a disparar hacia el mar, pero como vio que ni surgían manchas de sangre ni se oían aullidos ni quedaba en la superficie el impacto de los disparos subió de nuevo hacia el sendero. Necesitaba disparar. De pronto apareció, como una visión, un niño rubio. Se detuvo apuntó y le disparó en la frente. Se oyó el ruido como de algo que se rompía y el niño se quedó inmóvil, con los ojos abiertos, pero no se caía. Aterrorizado, bajó de nuevo por el sendero y se arrojó al mar.

2
La escalera para subir al cielo estaba detrás de la montaña de San Mateo. Cuando al verle partir tan de madrugada y vestido de aquella manera su mujer le preguntó adónde iba a aquellas horas, le contestó que al cielo y ella se rió divertida. Al llegar a Teyá se tomó un café antes de dirigirse a la montaña y al salir también se despidió con un "Adiós, me voy al cielo", que todos celebraron con señales de divertida aprobación. San Mateo se le apareció como un monte mucho más grande de lo que él recordaba de niño, cuando iba con sus amigos al entierro de la sardina o al entierro de la tortilla. Debía de hacer mucho tiempo que nadie subía a la montaña, porque no había ningún sendero. Se perdió muchas veces hasta que al final vio la altísima escalera que le sirvió de punto de referencia. A pesar de que era un día radiante, la escalera estaba envuelta en una fina neblina azulada. El valle estaba lleno de almas. La subida se le hizo muy ligera y amena, porque le acompañaban el susurro de las almas, las infinitas especies de pájaros y la lejanía del mundo. Pero al llegar al cielo le dijeron que no podía entrar porque no era alma. Tampoco podía descender, porque era una escalera para los que abandonaba definitivamente la tierra. La escalera de descenso era la que había junto al río Besós, que llevaba al infierno. Lo único que podía hacer era esperar a que el alma saliera de su cuerpo. Pero él no quería morir ni esperar allí sentado a que llegase la muerte. Las nubes por las que caminaban él y las almas que estaban esperando la hora de su entrada eran muelles y caminar no producía el mínimo cansancio. Decidió que caminando de nube en nube podría descender a la tierra y regresar a su casa. Al fin y al cabo, que había estado en el cielo podía decirlo sin mentir a nadie. Empezó a caminar, pero las nubes se fueron haciendo cada vez más finas hasta que no aguantaron su peso y se precipitó a la tierra.

Pasó una larga temporada en el hospital. Recordaba lo vivido como una experiencia maravillosa y la certeza de que había un cielo y que allí ascendería un día su alma le llenaba de una serena alegría. Pero no quiso contar la verdad de cómo se había caído, porque le daba miedo el dolor de las inyecciones que le ponían cada vez que contaba algo, sobre todo cuando hablaba del cielo. Y no podía entender las lágrimas de su mujer y de sus hijos, que se hablaban en voz baja como si también las palabras pudiesen herirle. Sin duda pensaban que regresaría al monte apenas sanase. Y lo siguen pensando. Lo que no saben es que no quiere sanarse pues, así me lo ha confesado, es en la cercanía de la muerte donde encuentra la cercanía de la verdadera vida. Ellos lloran por él y él no puede llorar por ellos, porque es demasiado feliz para poder sentir dolor o compasión. Vive su agonía en la nostalgia de las almas que conoció y, como Cristo en la cruz, anhelando el momento de la exhalación. Y lo único que lamenta su cuerpo es que, cuando esto ocurra, sus ojos muertos no podrán contemplar cómo sale el alma de su boca para volar hacia ese mágico monte sin senderos, San Mateo, tan cerca de su pueblo y tan lejos de los que en él habitan.

Juan Antonio Masolivier Ródenas, "Diarios", Fractal n° 7, octubre-diciembre, 1997, año 2, volumen II, pp. 155-178.