Pedro Serrano

La torre y el caracol

 

 

 

La identificación de Sor Juana

 

"La razón y la sensibilidad", escribe Octavio Paz sobre Sor Juana en Las trampas de la fe *, "se enlazan en ella, se querellan y vuelven a enlazarse como amantes celosos. Es un diálogo que tiene por teatro su fuero interno y del cual ella es la única espectadora" (SJ, p. 358). No algo muy distinto se puede decir del propio Octavio Paz. En este sentido, muchas de las reflexiones que hace en su libro sobre Sor Juana, además de ser lúcidas lecturas sobre la monja mexicana, son también explicaciones de su propia obra, personalidad y vida. Por ejemplo, la palabra que Paz utiliza para explicar el tipo de carácter de Sor Juana es melancolía. Pero la melancolía es un término sobre el cual Paz ha reflexionado mucho con respecto a sí mismo. La melancolía es por un lado un estado mental, y por el otro una figura, que le ayudan a Paz a establecer una serie de identificaciones en sus ensayos; esa capacidad de identificar es lo que, como él había dicho de Xavier Villaurrutia, le permite "hablar con fantasmas y hacer que las piedras hablen."

Por esta razón, donde podemos encontrar las reflexiones más expuestas de Paz sobre sí mismo, más que en sus propios recuerdos y memorias, perfecta y cuidadosamente construidos, es en su crítica sobre otros escritores. Como se dice de Sor Juana:

Sus poemas revelan, además, que fue una verdadera melancólica. Empleo esta palabra en el sentido que le daban Ficino y Cornelio Agrippa pero también en el de Freud: las dos concepciones se completan. Para los primeros, la melancolía era una suerte de vacuidad interior (vacantia) que, en los mejores se resolvía en una aspiración hacia lo alto; para Freud la melancolía es un estado semejante al duelo: en ambos casos el sujeto se encuentra ante una pérdida del objeto deseado, sea porque ha desaparecido o porque no existe. La diferencia, claro, es que en el caso del duelo la pérdida es real y en el del melancólico imaginaria. Para Freud es curiosa la coincidencia con Ficino –la melancolía se asocia, en ciertos casos, al transtorno psíquico opuesto: la manía, O sea: al furor divino, el entusiasmo de los platónicos.

 

Es importante señalar que la figura de la melancolía aparece en muchos de sus ensayos y poemas recientes, y le ha servido para completar su definición de soledad. Si la soledad es la condición esencial del poeta, o por lo menos una condición que Paz necesita, y que después generaliza como condición para la escritura de poesía, la melancolía es esa especial característica de determinados individuos que hace posible esta soledad. Y si la necesidad de comunicación es la condición paralela y opuesta de esta soledad, el entusiasmo (Dios dentro de nosotros mismos) es el compañero de la persona melancólica. "Plenitud y vacuidad, vuelo y caída, entusiasmo y melancolía: poesía", dice Paz en La otra voz.

Esta identificación de Sor Juana como un reflejo "melancólico" de sí mismo es continuada por Paz en otra parte de su libro:

 

Los poemas de Sor Juana nos revelan lo que nos esconden sus retratos: la realidad no es la representación teatral –la erudición, el ingenio, la fama, el mundo– sino la soledad y sus torcedores. Después de verse en la admiración de los otros, Narciso se ve en el momento de mirarse a sí mismo y se aborrece. En Sor Juana ese aborrecimiento no llega a la destrucción. No rompe el espejo: contempla con melancolía su imagen y acaba por mofarse de ella. La introspección enfila hacia la ironía y la ironía es una manera de quedarse sola. La vida interior fue su verdadera vida. Imagen de la contradicción: fue expresión acabada y perfecta de su mundo y fue su negación.

Esta descripción es equivalente a la definición que hace Paz del poeta moderno, y es una radiografía de lo que le pasa a él. El poeta, para Paz, es un Narciso moderno. La figuración retórica está hecha para probar que el poeta, aunque sufre la misma fascinación que el Narciso tradicional, es capaz de sobrevivir la contemplación de su imagen. El conocimiento que el Narciso moderno logra es el mismo conocimiento de Paz a través de Sor Juana. Ambos están condenados a la soledad, y al final, en el caso de Sor Juana, a ser sacrificada por la sociedad. En su ensayo sobre Villaurrutia, que fue escrito por el mismo tiempo que los tres primeros capítulos de su libro sobre Sor Juana (SJ, p. V), Paz continúa esta exploración de la figura melancólica:

 

El melancólico es irascible y es imaginativo. Por todo esto, es un error confundir a la acedia, enfermedad del espíritu y de los espirituales, con la simple pereza. La acidia paraliza a su víctima y, no obstante, no la deja reposar un momento. Estupor y angustia conjuntamente, es un orgullo que nos petrifica y una ansiedad que nos hace movernos sin cesar, una movilidad rota por ráfagas de actividad creadora. El acidioso no puede tocar a la realidad que tiene enfrente; en cambio, conversa con fantasmas y hace hablar a las piedras.

El mágico logro de Paz es que esta proyección de sí mismo en Sor Juana y en Villaurrutia no disminuye nuestro entendimiento de los escritores que él estudia. Uno está de acuerdo con él no porque sus apreciaciones puedan ser confirmadas, sino porque es capaz de encontrar las correspondencias imaginativas necesarias entre determinados datos biográficos y determinados textos para dar así forma a una lectura muy personal. La inteligencia y la emoción de Paz trabajan juntas en sus lecturas críticas, y están siempre en juego en casi todo lo que escribe (para bien tanto como para mal). Los escritores que Paz estudia se convierten en personajes de su narrativa personal, de su muy particular biografía intelectual; pero al mismo tiempo, y ésta es la paradoja, esa búsqueda retórica de sí mismo en el espejo de otros escritores nos da a nosotros una mayor comprensión sobre estos últimos.

El libro de Paz sobre Sor Juana, y hasta cierto punto el de Villaurrutia, no son sino proyecciones de sí mismo. Como el propio Paz lo dice: "No podría decir, al final, como Flaubert sobre Madam Bovary, ‘Madame Bovary c’ est moi.’ Pero lo que sí puedo de hecho decir es que me reconozco en Sor Juana." Este reconocimiento es su propia creación, y ha sido hecho con mucho cuidado a lo largo de las más de seiscientas páginas de su libro, paso a paso, cubriendo todos los flancos, para lograr una verosimilitud que pueda tanto satisfacer sus necesidades personales en el hecho de la escritura como construir una penetración muy poderosa en la propia Sor Juana.

 

 

 

La imagen paterna y la elaboración del yo intelectual

 

 

Es interesante comparar la interpretación que hace Paz del papel que tienen en la vida de Sor Juana su abuelo y su padre con la relación de Paz con sus propios padre y abuelo. Paz hace todo el tiempo hincapié en que, en el caso de Sor Juana, la figura del padre ausente es crucial tanto para su desarrollo literario como para el social:

 

El hecho de que Juana Inés casi nunca menciona a su padre es una prueba más del abandono de Pedro Manuel de Asbaje[...] Todas estas circunstancias me inclinan a creer que el vínculo entre su padre y Sor Juana fue inexistente. Mejor dicho esa relación fue análoga a la que nos une con los ausentes; fue una relación imaginaria. Las relaciones con los ausentes están a la merced de nuestra subjetividad: el ausente es una proyección de nuestros deseos, odios y temores[...] La proyección infantil de la imagen paterna, en sí misma compleja, debe haber sido en ella singularmente complicada y contradictoria. Tres figuras se mezclaban, sin duda, en su imagen de la paternidad: la del padre biológico[...] la del substituto y rival[...] y la del abuelo, con el que vivió y al que, casi seguramente, consideraba como su verdadero padre[...] De todos modos, es imposible que la imagen legendaria del padre no haya estado teñida de rencor por su abandono. Rencor, y probablemente, secreta y despechada admiración. (SJ, p. 110)

Esta lectura de Sor Juana no es otra cosa que la proyección de las vivencias de Paz en la figura de la monja. En la cita anterior Paz manipula los datos históricos de Sor Juana para expresar uno de sus dolores íntimos: "una admiración secreta" por el padre que Paz nunca se hubiera atrevido a confesar si no era de esta manera (a menos que fuera en un poema, como se verá más adelante, pero los poemas, ya sabemos, son autónomos), y que ha necesitado construirse en el reflejo de Sor Juana para poder ser dicha. Tan es así que Paz, tan meticuloso, repite compulsivamente la misma definición, casi con las mismas palabras, en la página siguiente: "Una mezcla de resentimiento, nostalgia y –¿por qué no?– secreta admiración"(SJ, p. 111)

No dudo que Sor Juana haya tenido una compleja relación con la imagen paterna; sin embargo, los adjetivos que definen esa experiencia en la lectura de Paz son otra cosa. No hay nada en los escritos de Sor Juana que muestre tales sentimientos hacia el padre. Como él mismo reconoce, Sor Juana nunca menciona a su padre, "salvo de manera indirecta y para referirse a su estirpe vascongada" (SJ, p. 111). Pero si el caso de Sor Juana no muestra esto, la historia de Paz sí. Su padre fue un periodista político y, durante la revolución mexicana, formó parte de la facción zapatista. Cuando Octavio Paz, padre, se integra a la revolución, su hijo y su esposa se fueron a vivir con el abuelo; más tarde, cuando el padre de Paz es nombrado representante de Zapata ante el gobierno estadounidense, la familia se fue a vivir con él a Los Ángeles. Paz viviría allí año y medio. Después de ese periodo regresaron de nuevo a casa del abuelo, en Mixcoac, en ese entonces un pequeño pueblo cerca de la ciudad de México. El padre de Paz, que al término de la revolución formaba parte de la facción derrotada, nunca se recuperó. Murió en circunstancias muy tristes en 1934, cuando Paz tenía veinte años y ya había publicado su primer libro de poemas, Luna silvestre. En su largo poema Pasado en claro Paz mezcla en una serie de metáforas polivalentes la totalidad de la vida de su padre, su absurda derrota, y la distancia que los separó. Existen, en el trasfondo, los años de la revolución con sus imágenes míticas de caballos y trenes e incendios, y al mismo tiempo su deprimente resolución en la vida personal del padre, con aquellos caballos transformados en un potro de tortura, las fogatas de campamentos en una pesadilla de alcohol, los ferrocarriles de la guerra en la estación terminal en la que su padre acabó sus días, y el resultado global de toda la revolución mexicana simbolizado en una derrota personal. Por el poder de, como Octavio Paz hubiera dicho, la analogía, se da una suerte de destino, a la vez personal y colectivo, visualizado en todos los elementos de esa vida:

 

Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.

Paz publicó la primera edición de Pasado en claro en 1975, y una nueva versión de este poema en 1978. Durante la primera mitad de esa década impartió dos cursos sobre Sor Juana en la Universidad de Harvard, y dio una serie de conferencias, otra vez sobre ella, en la ciudad de México. En ese tiempo escribió el capítulo de su libro dedicado a la infancia y desarrollo de Sor Juana; ambos trabajos (Pasado en claro y el capítulo sobre la infancia de Sor Juana) son parte de un proyecto común: la recuperación de su propio pasado. Paz escribe esos capítulos sobre Sor Juana para darle forma a su propia vida, para entenderse a sí mismo. Tanto en su poema como en su largo ensayo sobre Sor Juana, está trabajando el mismo proyecto. Cambia la manera de lidiar con él sólo por la naturaleza de los géneros literarios, aunque estos respondan a la misma necesidad.

Pero si la identificación de los padres mutuos es muy significativa, la de los abuelos es todavía más determinante, tanto para la reconstrucción de su propia vida, como para la invención de su Sor Juana. Ésta, como ella misma lo dice, vivió de niña en casa de su abuelo, y en su biblioteca realizó sus primeras lecturas. A su vez, el abuelo de Paz fue un importante político e intelectual del periodo porfirista. Irineo Paz escribió una biografía del dictador, varias novelas, obras de teatro, sus memorias y un libro de poemas. Como Sor Juana, Paz pasó la mayor parte de su infancia en casa de su abuelo, y fue en la biblioteca de éste donde leyó sus primeros libros. Es interesante comparar la manera en que Paz habla de su abuelo en Pasado en claro con la memoria de su padre en ese mismo poema. Si con su padre nunca pudo tener una conversación, e incluso ahora que está muerto hablan siempre de cosas diferentes (¿qué tipo de cosas? Paz nunca lo dice), el abuelo le enseñó: "a sonreír frente a la caída y a decir frente a los desastres: al hecho, pecho. Las dos últimas líneas dedicadas a éste son quizás uno de los momentos más emocionales e íntimos del poema, con la delicadísima caída de la última frase:

 

(Esto que digo es tierra
sobre tu nombre derramada: blanda te sea.)

En el caso de Sor Juana, dice Paz, "La relación filial entre la niña y el anciano asumió la forma de una iniciación intelectual" (SJ, p. 116). Esto va a estar relacionado con el desarrollo, tanto de Paz como de Sor Juana, como poetas. Ambos fueron niños solitarios en un mundo de adultos. Los libros –o mejor dicho el libro como imagen– se convierten durante la infancia en un refugio para la sensibilidad:

 

La figura del abuelo es ambigua: no sólo está en el lugar del padre sino que está más allá de la masculinidad... El abuelo no sólo es la compensación por la ausencia del padre, sino que representa la sublimación de la sexualidad masculina. Es virilidad pacificada, sexualidad trascendida. La ambigüedad opera en ambas direcciones, la positiva y la negativa: si la vejez disminuye la virilidad, también la transmuta. El signo negativo se vuelve positivo porque el abuelo es dueño de un tesoro no menos valioso que la sexualidad viril: una biblioteca. (SJ, p. 116)

La descripción psicológica de estas imágenes de la biblioteca, el abuelo y la sexualidad masculina, pueden ser muy controvertidas, sin embargo son significativas en una lectura de estructuras psicológicas del propio Paz. Los libros son una especie de refugio del mundo, pero al mismo tiempo son un vínculo con él (nuevamente, soledad y comunión):

 

Los libros[...] son sexualidad pacificada y depurada[...] sublimación de la sexualidad viril por una virilidad asexuada, descarnada e ideal. La sublimación por la cultura resolvió transitoriamente su conflicto. El costo fue grande: las letras –los signos de las cosas– substituyeron a las cosas. Desde entonces Juana Inés vivió en un mundo de signos y ella misma, según se ve en sus retratos, se convierte más y más en un signo. ¿Qué dice ese signo? Esta es la pregunta que ella no cesó de hacerse hasta su muerte y a la que este libro pretende dar respuesta. (SJ, p. 117)

Como dije, Paz está buscando en su libro sobre Sor Juana una respuesta a su propia vida. No es fortuito que Las trampas de la fe sea su libro más elaborado. Es una extensa biografía, llena de reflexiones sobre la sociedad colonial mexicana, la cultura de la contrarreforma, el siglo XVII, pero también un ex-cursus comparativo con las sociedades totalitarias modernas y el papel del intelectual que las enfrenta. Sor Juana es el enigma que le permite su propia introspección, y también nuevas definiciones en una anagnórisis continua. Si Pasado en claro es el resumen poético de su vida, su libro sobre Sor Juana es la reconstrucción sesgada de ésta. Cada vez que trata de explicar las reacciones de Sor Juana está en realidad pensando en sí mismo. El título del libro, Las trampas de la fe, es como una alerta roja con respecto a sus propios movimientos sociales y a sus complejidades psicológicas. Paz desarrolla un fresco de la sociedad de Sor Juana y compara sus enfrentamientos con la Iglesia con sus propios enfrentamientos con la izquierda mexicana. Sigue su vida, paso a paso, y paso a paso la refleja en su propia historia e imagen. En Pasado en claro Paz se ve como un niño solitario y curioso entre un mundo de adultos:

 

También me dieron pan, me dieron tiempo,
claros en los recodos de los días,
remansos para estar solo conmigo.
Niño entre adultos taciturnos
y sus terribles niñerías,
niño por los pasillos de altas puertas,
habitaciones con retratos,
crepusculares cofradías de los ausentes,
niño sobreviviente
de los espejos sin memoria
y su pueblo de viento.

En un documental sobre Octavio Paz de Claudio Isaac, El lenguaje de los árboles, Paz se retrata como un niño solitario, en un viejo jardín con algunos árboles. "Entre todos aquellos árboles", dice Paz, "mi predilecta era la higuera[...] podía quedarme solo allí, treparme en la higuera y, escondido en el follaje, pensar que navegaba y que exploraba el espacio[...] La higuera era la tentación y la imitación del heroísmo, de la acción. Sin embargo, muy pronto me di cuenta de que mi destino no era la vida activa: no quería ser santo ni héroe. Tampoco era la vida contemplativa del filósofo. Mi destino, pensé desde niño, era el destino de las palabras." Esta imagen del niño solitario entre un mundo de adultos es la misma que escogió para retratar a Sor Juana:

 

Niña solitaria, niña que juega sola, niña que se pierde en sí misma. Sobre todo: niña curiosa. Ese fue su sino y su signo: la curiosidad. Curiosa del mundo, curiosa de sí misma, de lo que pasa en el mundo y de lo que pasa dentro de ella. La curiosidad pronto se transformó en pasión intelectual: el ¿qué es? y el ¿cómo es? fueron preguntas que se repitió durante toda su vida. (SJ, p. 108)

Esta imagen de la soledad como un don del destino a la propia infancia para alcanzar un desarrollo intelectual, es decir ese emblema de la vida de Paz, va a encontrar su representación en Sor Juana. El vínculo entre la soledad externa y el conocimiento interno también está presente en la manera en que Paz la imagina. En una imagen sumamente condensada Paz logra narrar toda la vida de la monja. Ella es un caracol metafórico que construye desde su imaginación una casa sinecdóquica. Este caracol que Sor Juana destila de su propio yo se transforma en una pirámide de conocimiento (o torre de Babel), que termina por desvanecerse en el aire. Después de haber dejado atrás su propio yo, convertido consecutivamente en una pirámide, un caracol, una casa, una obra, una historia y un cuerpo, Sor Juana se vuelve finalmente una entidad intelectual libre:

 

Juana Inés construye su casa espiral –su obra– con la substancia misma de su vida. Cada vuelta es un ascenso hacia el conocimiento y cada vuelta la encierra más en ella misma. La imagen del caracol termina por desvanecerse: Sor Juana está sola en la inmensa explanada de su sueño lúcido. (SJ, p. 125)

La imagen del caracol que labra su propia casa no está muy lejos del laberinto solitario que Paz construyó muchos años antes como el único lugar que un poeta puede reconocer como su sitio verdadero. "La soledad", dice en El laberinto de la soledad, "es el fondo último de la condición humana." Podemos ver su propia obra como una elaboración continua de repetidas metáforas y temas (otredad, soledad, modernidad, libertad, signo), de la misma manera en la que, según él, Sor Juana construye su piramidal y laberíntico caracol de conocimiento. Esto es tanto un reconocimiento como una apuesta. El movimiento analógico del caracol espiral metafórico de Paz le permite penetrar continuamente en su interior: simultáneamente, mediante el mismo movimiento retórico, la persona entusiasta y melancólica sube por la escalera de un conocimiento personal que se abre al mundo.

 

 

 

La justificación de la figura social

 

 

En el libro La otra voz, el ensayo "Ruptura y Convergencia" cubre una vez más la mayoría de las ideas previas de Paz sobre poesía moderna; sin embargo, también se abre a un nuevo campo que vincula los dos temas principales de su pensamiento. Si la relación entre poesía moderna y sociedad fue de confrontación y mutua desconfianza (analogía e ironía –o igualdad y libertad, desde otro punto de vista), en este libro, y especialmente en su último ensayo, "La otra voz", Paz transforma esa confrontación en la posibilidad de encuentro; la nueva palabra que le permite este reconocimiento es "fraternidad". No hay contradicción entre lo que Paz dijo previamente y esta nueva proposición, pero la paradoja expresada señala irónicamente la dirección de este nuevo movimiento del caracol retórico:

 

La soledad, de nuevo, se presenta como su elemento natural, su condición originaria: Juana Inés es una planta que crece en una tierra de nadie. También es un destino: la soledad es la estrella –el signo, el sino– que guía sus pasos. Su caminar por el mundo es un desprendimiento del mundo y un internarse en ella misma[...] He hablado de soledad no de aislamiento[...] se puede estar solo en el bullicio del mundo y ese fue, probablemente, su caso. (SJ, p. 127)

En un ensayo famoso, Julio Cortázar compara a Octavio Paz con una estrella de mar. La definición que da Paz sobre Sor Juana no es muy lejana de la de Cortázar sobre Paz. La soledad, la estrella, la planta solitaria que crece en la tierra árida, el signo, el destino, son todos ellos símbolos que forman parte del mismo emblema en la propia figuración de Paz. Su identificación con ella no trabaja únicamente en el nivel poético. También se extiende a la vida social. Tomás Segovia observó la contradicción en Paz entre el deseo intelectual por una vida ascética y una vida política y social muy activas. Paz trabajó para el Servicio Exterior mexicano durante muchos años. Hay una similitud entre la vida de reclusión de Sor Juana en el convento, aparentemente de completa soledad, pero en realidad socialmente muy ajetreada, con el propio tiempo de Paz en el Servicio Exterior. Durante todos esos años tuvo que lidiar con las muchas insignificantes molestias del cerrado mundo de las embajadas y sus funcionarios; sin embargo, tuvo una vida social activa, muy aparte de sus obligaciones burocráticas, primero en París, donde rápidamente formó parte del mundo cultural (gracias a su amistad con los artistas surrealistas que vivieron en México durante la guerra, como Benjamin Péret, quien le presentó a la mayoría de ellos); y después en la India, en donde como embajador y como figura pública ya bien establecida pudo lidiar con sus intereses más privados con suficiente libertad.

Paz hace un vínculo implícito entre la vida del poeta moderno, obligado a trabajar en un lugar que le permita desarrollar sus propios intereses personales, y la vida de Sor Juana, forzada a entrar al convento como el único lugar en la sociedad colonial en el que una mujer podía tener espacio para su desarrollo intelectual. Paz resalta con justeza esa realidad de Sor Juana, pero también proyecta en ella su propia habilidad para convertirse en una figura intelectual muy poderosa. Tal habilidad, dictada por la necesidad de construirse un medio favorable para sí mismo como escritor, tiene también su lado oscuro: la compleja necesidad, en el poeta moderno, de invadir el campo político y social. En este sentido, el pasaje siguiente sobre Sor Juana puede ser leído como un retrato sesgado de sí mismo:

 

Juana Inés se movía con ligereza en los torbellinos palaciegos y pronto se convirtió en uno de sus centros. Esta preeminencia no sólo se debió a sus cualidades sino, me aventuro a decirlo, a uno de los rasgos menos simpáticos de su carácter. Su gusto por las zalamerías y su afición a nada discretas adulaciones de los poderosos. Esta desdichada inclinación es una nueva prueba de su narcisismo y de su coquetería; asimismo, de su inseguridad psíquica. (SJ, p. 139)

Existen cuatro argumentos distintos que trabajan juntos en el párrafo anterior para exonerar esa actitud, no en Sor Juana sino, sin decirlo, en el propio Paz. El primero es el reconocimiento de tal habilidad; el segundo, la crítica de las partes más debatibles de ella; el tercero, la explicación intelectual o psicológica que la produce o permite; y finalmente el cuarto, el vínculo entre la monja y el poeta moderno ("su común narcisismo e inseguridad psíquica"). Ser mujer, lo que en la sociedad colonial mexicana era una construcción ideológica problemática, tiene sus coincidencias con el lugar y la función que los poetas desempeñan en la sociedad moderna. No había un papel legítimo para el poeta en la malla social moderna y, como paz mismo ha mostrado en varios de sus libros, había una contradicción entre el proyecto de la sociedad moderna y la del poeta moderno:

 

Desde el romanticismo los poetas son los hijos rebeldes de la modernidad; al herirla, la exaltan; los lectores reproducen esa ambivalencia y se reconocen en esa herida y en esa exaltación, porque también ellos son hijos de la modernidad y están ligados a ella por los mismos lazos filiales y detestados. La poesía moderna ha hecho y hace la crítica de la modernidad precisamente por ser moderna; sus lectores se reconocen en ella por la misma razón. La modernidad, desde su nacimiento, está en lucha con ella misma: en esto consiste su ambigüedad y el secreto de sus continuas transformaciones y cambios. La modernidad emite actitudes como tinta el pulpo. Esta crítica, indefectiblemente, se vuelve contra ella misma.

De modo análogo, Paz considera que en la sociedad colonial no había lugar para una mujer que quería escribir poesía, y que también quería ser una intelectual; Sor Juana tuvo que construir un ambiente particular para su propio desarrollo personal, fuera del mundo y al mismo tiempo en cercano contacto con él.

El hecho de que fuera mujer, intelectual y poeta, obligó a Sor Juana a lidiar con la sociedad con extrema astucia y cuidado. El mínimo error en sus movimientos habría permitido que sus "protectores" y superiores, como en su momento sucedió, la destruyeran. Fue su sorprendente habilidad para obtener el apoyo que necesitó de la persona precisa en el momento preciso lo que le permitió lidiar con esas autoridades con suficiente libertad de movimiento durante la mayor parte de su vida. Cuando ese apoyo finalmente se cayó, en 1591, Sor Juana se vio forzada, tanto por su confesor como por el arzobispo, a vender su biblioteca y su colección, para dar su dinero a la Iglesia, y dejar de escribir todo lo que no fuera motivo piadoso –ella lo aceptó, pero el resultado es que dejó de escribir completamente, y que murió poco tiempo después–. Nuevamente, Paz utiliza hechos reales de la vida de Sor Juana para proyectar sobre ellos una lectura de su desarrollo individual, el cual de ninguna manera presenta las dificultades reales de Sor Juana, –aunque, valga decirlo, yo nunca menospreciaría la fuerza de las dificultades psicológicas en el poeta moderno–. En el caso de ella, esos problemas fueron con autoridades reales. Si es verdad que la figura de Narciso fue significativa para ambos, es Paz, como poeta moderno, y no Sor Juana, el que vive una "inseguridad psíquica" con relación a ella.

Una de las principales peculiaridades de Octavio Paz es la habilidad para haber encontrado durante toda su vida aquellas posiciones que le permitieran mantener tanto su libertad de movimiento intelectual como una proyección pública (nuevamente, el caracol y la pirámide). Otra es la capacidad para no ser aniquilado por aquellos que le han ayudado en su ascenso social y personal. Tanto en su vida privada como en la pública siempre ha logrado obtener el apoyo que necesita en el momento adecuado, y siempre lo ha aprovechado al máximo. No estoy tratando de fabricar en Paz la imagen del oportunista, sino la de un hombre capaz de utilizar las oportunidades que se le presentan, y también de vivir las complejidades de ellas. Como él mismo dijo no hace muchos años, con respecto a sus estrechos vínculos con el principal consorcio de la televisión mexicana: "Yo he sido utilizado por Televisa de la misma manera en que yo la he utilizado". Paz no es un hombre inocente, sino un animal político muy astuto. Nuevamente, lo que dice de Sor Juana puede ser aplicado a él:

 

[Ella] dominó este arte hecho de ingenio, disimulo, paciencia y sangre fría. Sobrevivió durante más de veinte años de vida conventual y de intrigas eclesiásticas y palaciegas no sólo gracias a sus prendas morales e intelectuales sino a su habilidad. La forma en que se sirvió de sus relaciones con el palacio virreinal revela un tino político nada común[...] Juana Inés fue una naturaleza correosa y flexible, terca y sinuosa, deferente pero obstinada. (SJ, p. 177)

En una novela autobiográfica Elena Garro narra sus años con Paz en París. Es una novela compleja y controvertida, y es difícil establecer precisamente el vínculo de esta novela con la vida de Paz y Garro sin la existencia de una biografía independiente del poeta. No obstante, muestra un lado de su relación y, hasta cierto punto, nos permite hacer conjeturas sobre la precavida actitud de Paz respecto a los poderes sociales y políticos. No podemos basar nuestra interpretación del desarrollo personal de Paz únicamente en la ficción de Garro sobre su vida en común (el resultado sería doloroso y horrible). Sin embargo, sí da alguna información parcial que puede ser útil. Hay una parte en que la novela muestra la angustia del esposo de Mariana (cuyo nombre es Augusto, con obvias referencias al nombre del poeta) con respecto a su cargo como representante extranjero en París. Esto puede ser una versión exagerada de lo que realmente pasó, pero en esa época –sería alrededor de los cincuenta– Paz no era todavía la figura en que se convertiría años después, y ciertamente se hubiera visto en una posición muy difícil en caso de perder el empleo. De modo que aparte de la mala voluntad por parte de Garro (lo que en la novela es hábilmente logrado, ya que nunca es Mariana, la personificación de Garro, la que habla, sino son los otros personajes los que dan "testimonio" por ella), podemos fácilmente imaginar que en esos años de París, encerrados en un intenso aunque difícil matrimonio, Paz debió estar muy preocupado por su futuro y su carrera. Señalo esto porque en su libro sobre Sor Juana Octavio Paz hace una defensa sesgada de su propia historia al describir dos aspectos diferentes de la personalidad de la escritora:

 

He señalado muchas veces su timidez frente a la autoridad, su respeto a las opiniones establecidas, su temor ante la Iglesia y la Inquisición, su conformismo social. Todo esto no fue sino la mitad de su persona, la más externa. La otra mitad fue su profunda decisión de ser lo que quería ser, su búsqueda paciente y subterránea de una autosuficiencia psíquica y moral que fuese el fundamento de su vida y su destino de poeta e intelectual. La obstinación con que se empeñó en ser ella misma, su habilidad y su tacto para sortear los obstáculos, su fidelidad a sus voces interiores, la secreta y orgullosa terquedad que la llevó a inclinarse pero no a quebrarse, todo esto no fue rebeldía –imposible en su tiempo y en su situación– pero sí fue (y es) un ejemplo del buen uso de la inteligencia y la voluntad al servicio de la libertad interior. (SJ, p. 390).

Este párrafo es revelador en varios sentidos con respecto a la actitud y movimientos del propio Paz. En realidad no es una defensa de la vida privada del poeta sino de su yo interior. Paz dice que algunas actitudes de esa vida pueden ser exoneradas si existen fines más altos que justifiquen tales actitudes; ése fue, según él, el caso de Sor Juana, y los altos fines de la monja explican los lados controvertidos de su personalidad. Pero la observación (puesta entre paréntesis) de que esto es válido en nuestro tiempo complica la historia. La actitud de Sor Juana hacia la autoridad fue ley común, no solamente en la Nueva España, sino en todo el cuerpo de la sociedad occidental de su tiempo. Como dice Paz en otros ensayos, fue con la llegada de la modernidad con lo que el vínculo entre conocimiento y autoridad se rompió. La misma vara no mide las mismas cosas.

Es cierto que Sor Juana fue muy hábil en el manejo de su vida y de su carrera, pero la distinción entre lo interno y lo externo de una persona, desde el punto de vista de Paz, difícilmente puede aplicarse a una mujer del siglo XVII. En alguien como Octavio Paz, en conflicto por un proyecto personal opuesto tanto a las desigualdades sociales como a los dogmatismos de la modernidad, al tiempo que comprometido durante muchos años con un puesto dentro del gobierno mexicano, incluso como representante en el extranjero, la oposición es significativa. La razón por la que Paz hace esta observación es en realidad la creación de una identificación más. Es cierto, como él dice, que Sor Juana tiene una personalidad muy compleja e inteligente, y que ésta le permite moverse con habilidad dentro de una sociedad fuertemente represiva y distorsionadora, pero el juego de oposiciones entre una época y otra no necesariamente se corresponde.

 

 

 

La apropiación imposible

En este sentido, vale la pena observar las adjetivaciones con las que Paz subraya el aspecto oculto de esa defensa de su propio yo en el lugar de Sor Juana, en oposición a ese lado "externo" y controvertido: su "profunda determinación", su "búsqueda enterrada", sus "voces internas", su "pertinencia secreta", su "libertad interna". Todo esto, dice Paz, es para nosotros "un ejemplo del buen uso de la inteligencia". No obstante, esta oposición entre lo interno y lo externo es más válida cuando se aplica al artista e intelectual moderno. Es el poeta moderno el que tiene que justificar ser un oficinista, no un escritor de los siglos de oro, quien consideraría tal ocupación absolutamente natural. Esta autodefensa se logra finalmente, a través de la figura de Sor Juana, en el párrafo siguiente:

 

Sor Juana fue "humana, demasiado humana", no en el sentido trágico de Nietzsche, sino en su decisión de no querer ser ni santa ni diabla. Nunca renunció a la razón aunque, al final de su vida, la hayan obligado a renunciar a las letras. Si no la sedujo la santidad, tampoco sintió el vértigo de la perdición. Mejor dicho, como todos los seres superiores, sufrió las dos tentaciones, la de la elevación y la del abajamiento, pero resistió. No quiso ser más de lo que era: una conciencia lúcida. (SJ, p. 173).

En realidad esta definición corresponde más a la imagen que de sí mismo tiene Paz, y el hecho de aplicarla a Sor Juana muestra el grado de asimilación que alcanza su lectura de la monja mexicana. Sin embargo, esta apropiación no termina allí. La identificación más extrema a la que Paz se atreve con Sor Juana –y que dice mucho sobre la capacidad de sus poderes imaginativos– se da mediante un poema francés contemporáneo a Sor Juana que Paz traduce e incorpora al cuerpo del libro. Esta tenaz y sutil labor de apropiación es al mismo tiempo juguetona y macabra, entrañablemente infantil y tétricamente real.

El poema es anónimo, de modo que permite su total apropiación por parte de Paz. Es, dice, "una suerte de contrapunto fúnebre y libertino del soneto de Sor Juana..." (SJ, p. 383). De hecho es más que eso: es la apropiación imaginativa de la vida, la muerte, el cuerpo y el alma de Sor Juana, y de algún modo, la oscura declaración del sentido profundo del libro de Paz:

 

Soñé anoche que Filis, de regreso,
bella como lo fue en la luz del día,
quiso que gozase su fantasma,
nuevo Ixión abrazado a una nube.
Se deslizó en mi lecho murmurando,
ya desnuda su sombra: "Al fin he vuelto,
Damón, y más hermosa: el reino triste
donde me guarda el hado, me embellece.
Vengo para gozarte, bello amante
vengo por remorir entre tus brazos."
Después, cuando mi llama se extinguía:
Adios –dijo–, regreso entre los muertos.
De joder con mi cuerpo te jactabas,
jáctate hoy de haber jodido mi alma. (SJ, p. 383)

Aparte de la traducción del francés al español hay otras traslatio que tienen lugar en este poema. Hay una traducción histórico–lingüística: Paz se traslada y traduce a sí mismo en el lenguaje poético del siglo XVII, para compartir con Sor Juana su mundo lingüístico; y hay una traducción imaginativa temporal; con esta fuerte apropiación de su lenguaje, Paz logra traer el fantasma de Sor Juana no sólo al presente de su poema sino al suyo propio. Si la lectura que propongo de la apropiación por parte de Paz de la figura de Sor Juana puede parecer exagerada, este poema muestra hasta qué punto esta exageración radica en el propio Paz, y en el poder retórico de su imaginación. Con este poema finalmente construye un vínculo muy poderoso aunque oculto con Sor Juana. En su libro esto se presenta con cierta ligereza, juguetonamente, como un mero divertimento u ocurrencia; sin embargo fue el último paso en la construcción de una identificación. Paz se sumergió en el siglo XVII e hizo de éste un emblema del XX.

Octavio Paz ha dicho que el poeta es la única persona en la modernidad en que la analogía, la correspondencia oculta entre las cosas, está aún viva. La analogía, dice Paz en Los hijos del limo, "es la creencia en la correspondencia de todos los seres y mundos", y la poesía es "una de las manifestaciones de la analogía". Es por eso que, según Paz, la poesía no puede ser asimilada por la modernidad, pues es excéntrica y es siempre su crítica: "Si la analogía hace del universo un poema: un texto hecho de oposiciones que se resuelven en consonancias, esto también hace del poema un doble universo[...] La poesía es la otra coherencia, no hecha de razones sino de ritmos."

Los poetas modernos usan la analogía en sus críticas para organizar sus propias representaciones, para decir algo sobre los otros que en última instancia es relevante para su lucha personal, y para nuestra comprensión de ella. Doy un ejemplo distinto, de T.S. Eliot, en el que este otro poeta moderno utiliza la figura de Pascal para representarse a sí mismo: "Pascal es un hombre de mundo entre ascetas, y un asceta entre hombres de mundo; tuvo tanto el conocimiento de lo mundano como la pasión del ascetismo, y en él ambos están fundidos en una totalidad individual."

La relación entre el pensamiento analógico y el racionalismo crítico es una relación inconmensurable, es decir una relación que no puede rastrear y retraer sus vínculos. Sólo los puede mostrar. El poeta moderno, con un pie en la racionalidad moderna y el otro en la analogía mítica, construye sofisticados argumentos críticos que a la vez justifican sus operaciones racionales y, si se les expone, sacan a la luz los motivos emocionales ocultos tras esas operaciones. Es en este sentido en el que Las trampas de la fe es una justificación vital de Paz.

Paz tiene razón cuando ve que la principal diferencia entre la racionalidad moderna y la poesía moderna estriba en la comprensión del lenguaje y de su relación con el mundo (si no, véanse por ejemplo los limitados y racionalistas entendimientos del lenguaje que aparecen en los argumentos de los científicos estadounidenses en su reciente polémica contra la filosofía francesa actual). Pero el poeta moderno se mueve de una categoría a otra; comprende las definiciones racionales pero las rechaza o las particulariza. Tiene un vínculo con otra manera de entender el mundo, que si no es más verdadera, en algunas circunstancias sí resulta más adecuada. El sentido de las cosas se vuelve entonces, en lugar de lógico, retórico. La poesía moderna puede ser vista –dependiendo del punto de vista– como último remanente de una comprensión del mundo premoderna, siempre opuesta a la modernidad, o como una lectura más amplia de éste; una lectura que, en lugar de oponerse a la racionalidad, trata de incluirla en una consideración más amplia de la realidad. Prefiero este punto de vista.

En su libro sobre Sor Juana Paz trata de descubrir de qué manera esa corriente secreta corría en la época y sociedad de monja. Esta corriente ha ayudado a Paz a organizar, en su propia terminología analógica, el fundamento de la correspondencia. Lo que Paz dice del poeta moderno es exactamente lo mismo que dice del siglo XVII; el vínculo entre la analogía paciana y el universo de Sor Juana puede ser visto con claridad en la siguiente cita:

 

El siglo XVII fue el siglo de los emblemas y sólo desde dentro de esa concepción emblemática del universo podemos comprender la actitud de Sor Juana[...] Pero los jeroglíficos y los emblemas no sólo eran representaciones del mundo sino que el mundo mismo era jeroglífico y emblema. No se veía en ellos únicamente una escritura, es decir, medios de representación de la realidad, sino a la realidad misma. Entre los atributos de la realidad estaba el ser simbólica: ríos, rocas, animales, astros, seres humanos, todo era un jeroglífico, sin cesar de ser lo que era. Los signos adquirieron la dignidad del ser; no eran un trasunto de la realidad: eran la realidad misma. O más exactamente: Una de sus versiones. Si la realidad del mundo era emblemática, cada cosa y cada ser era símbolo de otra. El mundo era un tejido de reflejos, ecos y correspondencias. (SJ, pp. 220–221)

Aunque en este párrafo Paz no está hablando del poeta moderno, sino que está construyendo el marco histórico que va a permitir comprender la época de Sor Juana, si sacamos este marco de su quicio podemos, sin dejar de ser fieles a Paz, aplicarlo a su comprensión desde la "analogía" de la mentalidad del poeta moderno. Esta inclusión, que no es abierta sino implícita, vuelve de cabeza la explicación racional de la historia; pero también propone algo que Octavio Paz no ha considerado en su totalidad.

En lugar de, como Paz hubiera querido, hacer de la poesía una entidad metahistórica, una "otredad" que permitiera una comunicación y un conocimiento independiente de la temporalidad, esta inclusión abre un vínculo inconmensurable entre cosas y tiempos, y entre poesía e historia. En su libro sobre Sor Juana, Paz realiza tres diferentes movimientos: primero, dibuja un retrato de ella dentro de su tiempo y sociedad; después, la ve no solamente como precursora sino como representante del poeta moderno; finalmente hace de ella una imagen de sí mismo. De esta manera logra al mismo tiempo ser Sor Juana, ser también el poeta moderno, y convertirse en un ser metahistórico. Como Luis Mario Schneider ha dicho: "la historia poética de Paz es la historia de una concepción de vieja progenie. Es la voz que revela a su Elegido, es la reiterada imagen bíblica del Verbo, es el lenguaje que le ha sido deparado al poeta".

Paz reconoce que la concepción que de sí misma tiene Sor Juana como poeta no es la misma que la del poeta moderno, pero gracias a esta amplificatio del vínculo entre "la corriente oculta" de la poesía moderna con el universo del siglo XVII logra establecer la base retórica de su propia identificación e inclusión. Todas estas distintas capas están funcionando juntas al mismo tiempo. Y nosotros podemos movernos de una a la otra para explicar ya sea esta situación (la identidad individual de Paz) o las otras (la realidad de Sor Juana, la naturaleza del poeta moderno). Con su libro sobre la monja, Paz se instala como heredero legítimo de toda una tradición poética. Con él también, construye una autobiografía mítica disfrazada de biografía de una monja del siglo XVII. Y establece, finalmente, el último movimiento por parte de Paz, en una larga y metódica construcción. El melancólico, recapacitemos, es aquel capaz de "hablar con fantasmas y hacer que las piedras hablen".

 

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*Octavio Paz, Las trampas de la fe, México D.F., 1990. En lo sucesivo, se abrevia como SJ

 

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Pedro Serrano, "La torre y el caracol", Fractal n° 6, julio-septiembre, 1997, año 2, volumen II, pp. 97-120.