Héctor Guillén

Veinte de diciembre*

 

 

La comparación entre los periodos "populista" (1970-1982) y "neoliberal" (1982-1994) de la economía mexicana arroja, según la reconstrucción histórica que propone Héctor Guillén en la primera parte de este ensayo, "cifras en verdad apabullantes" en favor de los dos sexenios "populistas". En los años setenta, la productividad, el empleo, el poder adquisitivo y el poder interno bruto per cápita crecieron en forma acelerada (5% al año aproximadamente), mientras que en los años neoliberales el rasgo distintivo fue el estancamiento y el crecimiento negativo. La segunda parte de su análisis recorre las principales estaciones del ascenso y el derrumbe del "modelo neoliberal". Formula una polémica interpretación de la crisis de la economía mexicana a partir de diciembre de 1994 y una reflexión sobre los límites de la globalización y de la economía de mercado en general. Sugiere también opciones para desalentar el ingreso de capitales especulativos e impulsar otro modelo de desarrollo para la economía nacional.

 

La balanza de pagos

Ya en los años cincuenta, los economistas de la CEPAL se plantearon el problema de corregir el déficit de la cuenta corriente. La naturaleza estructural del desequilibrio los llevó a concluir que la política devaluatoria no era la mejor solución para modificar la tendencia de las importaciones a crecer más rápido que los ingresos. Fue el caso de la devaluación de 1954. El precario excedente de la cuenta corriente de la balanza de pagos que arrojó el saldo de 1955 no se mantuvo en los años siguientes. El déficit reapareció en 1956 y permaneció hasta 1983. Entre 1983 y 1985, y después en 1987, los excedentes en la cuenta corriente de la balanza de pagos se deben, en realidad, a una política económica recesiva que afectó el monto de las importaciones. En 1988, el déficit surgió una vez más, y en 1992, año en que rebasó la suma de 20 mil millones de dólares, la situación empeoró notoriamente. Los responsables de la conducción de la economía en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari no reaccionaron ante el desequilibrio de la balanza de pagos. Las declaraciones de Pedro Aspe en aquel entonces -recogidas más tarde en El camino mexicano de la transformación económica (pp. 47-48)- no dejan lugar a dudas:

En lo que respecta a la balanza comercial y la cuenta corriente, hemos observado que esas variables pasaron de un excedente antes del Pacto [de Solidaridad Económica] a un déficit que hoy es considerable. Sin embargo, a diferencia de lo que se afirma, las cifras no son el reflejo de una economía sobrecalentada y generada por el gasto del gobierno y por la deuda exterior, sino por una aceleración de la inversión financiada directamente por la repatriación de capitales, los flujos de inversiones de firmas extranjeras y los préstamos voluntarios del sector privado. En consecuencia, pese a que el déficit es notorio, se han acumulado reservas que en noviembre de 1991 se acercaron a la suma de 16 000 millones de dólares, cifra jamás alcanzada en México.

En el mismo texto, Aspe resaltaba incluso las bondades del déficit de la balanza de pagos:

Las cifras de la balanza comercial confirman la idea según la cual este deterioro se asocia a una recuperación económica sana. La mayoría de las importaciones son bienes de capitales o bienes intermediarios importados por el sector privado y, eventualmente, permitirán la producción de bienes destinados a la exportación o bien aquellos que sustituyen a los de importación. Además, hay que señalar que muchas de esas importaciones representan la contraparte de un aumento sin precedente de la inversión extranjera debido a la confianza que se ha ganado el país y a la posibilidad de contar con una zona de libre comercio en América del Norte.

Algunos economistas de izquierda no compartían el optimismo del secretario de Hacienda. Hacia principios de 1992, Arturo Huerta ya observaba indicios de desequilibrio y fragilidad en la economía:

La sobrevaluación del cambio no es un signo de solidez, ya que redunda en un déficit exterior financiado por factores externos a la economía nacional (la entrada de capitales, por ejemplo)... La paridad y la reducción de la inflación que provoca no se sostienen en bases reales tales como la producción y el aumento de la productividad... Mientras que las reservas internacionales permanezcan en un nivel alto, suficiente para financiar la brecha exterior, la paridad se mantendrá. La persistencia de esta paridad y los problemas de productividad y de competitividad de la producción nacional acentuarán el déficit del comercio exterior y acabarán por aumentar el déficit de la cuenta corriente y las presiones sobre las reservas, lo que pondrá en tela de juicio el sostenimiento de la paridad. (Riesgos del modelo neoliberal mexicano, pp. 92-93.)

Más allá del optimismo de unos y el pesimismo de otros, la situación se volvió cada vez más delicada. La política neoliberal impulsó de manera ostensible el conjunto de las exportaciones, y en particular, las industriales. En los años que van de 1982 a 1992, éstas pasaron de 3 018 a 15 327 millones de dólares. Sin embargo, las importaciones crecieron con mayor velocidad. La razón fue, en parte, la subvaluación del peso y, en parte, la acelerada política de apertura comercial.**

 

Cuadro 6***

Deuda

Año

Pago de intereses
millones de dólares

Exportaciones de petróleo
y gas natural
(millones de dólares)

1989
9 278
7 292
1990
9 195
8 921
1991
8 388
7 265

Fuente: Nacional Financiera. La economía en cifras. 13a. Edición.

 

En el mismo periodo, las importaciones de manufacturas pasaron de 12 971 a 40 314 millones de dólares, según las cifras reportadas por Nacional Financiera (La economía mexicana en cifras, 11a. y 13a. ediciones). Como los ingresos petroleros no alcanzaban a cubrir ni siquiera el pago de los intereses de la deuda externa, la brecha creciente entre las importaciones y las exportaciones de servicios y manufacturas produjo un déficit abrumador. En 1993, el déficit de la cuenta corriente llegó a 23 393 millones de dólares, y en 1994 a 28 863 millones de dólares. Pierre Salama extrajo una lección fundamental de la experiencia mexicana: "Desprovista de una política industrial que protegiera a las empresas debilitadas, la apertura exterior no podía sino debilitarlas aún más, a excepción de algunas que se vieron reforzadas por la crisis." ("De quelques leçons économiques de l'histoire latino-américaine récente", mimeo., París, 1995, p. 6.)

 

La cuenta corriente

 

Al dilema del déficit se añadió un aumento de las reservas internacionales para asegurar la paridad del peso a los capitales internacionales (cuadro 7). A fines de 1993, la reserva ascendía a 25 110 millones de dólares, es decir, lo suficiente para sostener una política monetaria fuerte frente al dólar a un tipo de cambio cercano a los 3 000 pesos (ése fue el año en que se le quitaron tres ceros al peso). El financiamiento de la cuenta corriente de la balanza de pagos se reforzó con la afluencia de capitales extranjeros atraídos por las privatizaciones, la posibilidad de instalar industrias en un país de salarios bajos y, sobre todo, el desarrollo de una bolsa de valores abierta a inversionistas no residentes en el marco de la desregulación financiera.

Los noventa anuncian un nuevo fenómeno. Frente a la recesión de las naciones industrializadas, algunos países de Asia, Europa del Este y América Latina "emergen" gracias a su capacidad para atraer capitales internacionales. En La tyrannie des marchés (París, 1995, p. 61), Henri Bourguinat ofrece algunas cifras al respecto: "En 1993, se invirtieron 40 millones de dólares en acciones emitidas por estos países (la cuarta parte del total del flujo de los movimientos transfronterizos). Según el Banco Mundial, la inversión directa extranjera se elevó a 56 mil 300 millones de dólares en el curso de ese mismo año, lo que representó un aumento de 23.2% con respecto a 1992."

En Asia Oriental, el Pacífico, Europa Central y América Latina las bolsas de valores se activaron y los títulos de deuda renegociada atrajeron a los inversionistas extranjeros. Los acreedores privados empezaron a sustituir a los públicos. Con los países "emergentes", el mercado financiero mundial parecía orientarse hacia una nuevo polo paralelo a Estados Unidos y Japón. Algunos economistas llegaron a pensar que el ascenso de los mercados "emergentes" era el signo precursor de una redistribución de poderes: los países "nuevos" desplazarían en parte a los industrializados, cuyo crecimiento se mostraba endeble, y atraerían capitales del mercado internacional que -las estadísticas lo demuestran- llegaban en forma masiva.

Tres ejemplos ilustran el fenómeno: 1) En los noventa, los países "emergentes" lograron atraer alrededor de 45 mil millones de dólares, que representaban 10% del total de las euroemisiones en el mercado internacional de capitales. 2) Durante 1993, los inversionistas institucionales (pensiones, cajas de retiro, sociedades aseguradoras, sociedades de inversiones, etc.) adquirieron 35 mil millones de dólares de obligaciones Brady (sobre un total de 90 mil millones) y más de 15 mil millones de deuda renegociada. 3) En el mismo año, los inversionistas no residentes en México llegaron a controlar dos terceras partes del mercado interno de Tesobonos.

 

Cuadro 7

Reservas totales (excepto de oro) en millones de dólares

1987

12 464

1988

5 279

1989

6 329

1990

9 863

1991

17 726

1992

18 942

1993

25 110

Fuente: Estadísticas Financieras Internacionales, FMI.

 

Cabe recordar que algunos economistas consideraron la deuda contraída en dólares a corto plazo -los Tesobonos- como una medida excesiva de la administración salinista. El gobierno lanzó una emisión masiva de Tesobonos (28 mil millones de dólares a principios de 1994) pagaderos a un año y al tipo de cambio al día del vencimiento, que acabaron concentrándose en manos de inversionistas institucionales extranjeros. Los Tesobonos sirvieron para sostener el mercado de divisas durante el segundo semestre de 1994 y crearon lazos estrechos entre la circulación de los valores públicos y el mercado de cambios. No es extraño que los inversionistas extranjeros se hayan sentido atraídos por la economía mexicana.

Durante el periodo de enero de 1989 al primer semestre de 1994, la inversión extranjera en México alcanzó un monto de 48 mil 800 millones de dólares. El 30.4% correspondía a inversiones extranjeras directas, 25.3% a las que fluyeron a valores de renta fija (CETES, Tesobonos, etc.) y 44.3% se colocaron en valores de renta variable. De manera paulatina, México financió el déficit de la cuenta corriente con capital extranjero, en su mayoría de portafolio, que en 1993 representaba 85.3% de la inversión (véase Miguel Peñaloza y Tomás Peñaloza, Crisis 95, México, 1995). En realidad, estos capitales tienen una naturaleza especulativa y volátil y no constituyen una fuente de financiamiento estable. Se trata, como se dice en la jerga financiera mexicana, de "capitales golondrinos" que dependen a un mismo tiempo de la fragilidad de la información y de lo que sucede en otros mercados "emergentes". Si las reformas económicas del presidente Salinas de Gortari daban la impresión de contar con la confianza de los inversionistas, ésta no fue suficiente para atraer inversiones directas productivas.

Sin embargo, el modelo neoliberal mexicano parecía dar resultados para ciertos capitales. En primer lugar, el capital-dinero generador de intereses. En segundo, el gran capital monopólico industrial que mostró una enorme capacidad para desplegarse en el mercado exterior y capitalizó el proceso de apertura. Finalmente, el capital monopólico extranjero, sobre todo el norteamericano, que colocó con facilidad sus productos en el mercado nacional y trasladó una parte de su producción a México. El neoliberalismo mexicano suscitó el aplauso casi unánime de los economistas extranjeros, como J. Williamson, quien se declaró un "admirador" de Salinas y de su predecesor De la Madrid por "realizar con tanta rapidez reformas económicas y reunir al equipo económico acaso más poderoso del mundo para lograr esas reformas". Jagdish N. Bhagwati compartía una opinión similar sobre las transformaciones de la economía mexicana. Carlos Fuentes elogió varias veces el éxito de la reforma económica de Carlos Salinas de Gortari. El novelista llegó a escribir en Nuevo tiempo mexicano (p. 128) que "Salinas logró estabilizar una economía que había tocado fondo, controlar la inflación, liberar al Estado de las cargas superfluas, obtener excedentes presupuestarios excesivos y abrir una economía cerrada y sobreprotegida al libre comercio y a la integración global". Además, la adhesión de México a la OCDE parecía un asunto de trámite y no quedaba más que esperar su incorporación a la ALENA para que el país abandonara definitivamente el grupo de las economías subdesarrolladas.

 

La debacle

 

Detrás del éxito aparente del modelo neoliberal mexicano se escondía una polarización creciente de la distribución de la riqueza que, de por sí, se hallaba altamente concentrada. En los años noventa, la caída del salario real fue abrupta (cuadro 8). Si partimos de un nivel salarial de 100 en 1982, el salario se redujo a 43 en 1993. Por su parte, la proporción de pagos y salarios en el PIB pasó de 37.2% en 1982 a 23.3% en 1993.

 

 

Cuadro 8
Salarios

Año

Salario real a
Año
Repartición b

1982

100
1976
40.3%

1988

57
1982
37.2%

1993

43
1993
23.3%

 

a) Salario mínimo a precios constantes. Índice.

b) Salarios y pagos en relación con el PIB.

Fuente: J.C. Valenzuela, Investigación económica, núm. 211.

 

La pobreza que ya padecía una buena parte de la población al inicio de la crisis de 1982 no hizo más que agravarse. Entre 1984 y 1989, el porcentaje de familias que vivían por debajo del umbral de pobreza aumentó de 20% en 1984 a 28% en 1989 (50% en las regiones rurales). Si identificamos dentro de la población más pobre a los grupos que se encuentran en condiciones de extrema pobreza (es decir, aquellos que son incapaces de proveerse de la alimentación necesaria para trabajar normalmente), las mismas cifras oficiales señalan que en 1987 más del 20% de la población (léase: 17 millones de mexicanos) vivían en condiciones paupérrimas.

La situación estalló en 1994, año marcado por una grave crisis social y política. El 1º de enero se produjo el levantamiento zapatista de los indígenas de Chiapas. Pese a que la rebelión sacudió al país, las reservas internacionales crecieron; en marzo, llegaron a 25 885 millones de dólares. Fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia, acaecido el 23 de marzo, el que provocó importantes pérdidas en las reservas (en junio se habían reducido a 16 509 millones de dólares). Las autoridades financieras lucharon por retener a los capitales extranjeros invertidos en México mediante operaciones de intercambio con inversionistas institucionales. Para detener el retiro masivo de sus fondos invertidos en CETES, les ofrecieron convertirlos a Tesobonos.

Según el último informe del presidente Salinas de Gortari, los nuevos asesinatos políticos no impidieron que las reservas se incrementaran ligeramente durante los siguientes meses; en noviembre, llegaron a 17 200 millones de dólares. El 1º de diciembre de 1994, Ernesto Zedillo, economista, egresado de la Universidad de Yale, tomó posesión de la presidencia. Los primeros dieciocho días de su mandato se desarrollaron en aparente tranquilidad. El lunes 19 de diciembre se produjo una serie de movimientos intempestivos en los medios financieros. El índice de precios y cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores cayó 4.15% y el dólar aumentó por segunda ocasión consecutiva hasta el tope de la banda de cambio. El 20 de diciembre, la Secretaría de Hacienda devaluó el peso 15%; el tipo de cambio pasó de 3.5 a 4 pesos por dólar. Si la estrategia pretendía tranquilizar a los inversionistas mexicanos, en la práctica produjo el efecto contrario; la desconfianza y el malestar hicieron presa de los principales actores de la economía, quienes sabían que la sobrevaluación del peso rebasaba el 15% y que el Banco de México estaba perdiendo sus reservas. Las acciones de la Bolsa de Valores cayeron estrepitosamente y las autoridades se vieron obligadas a suspender la venta de 69 emisiones. Por su parte, el mercado de divisas fue presa de una fuga de capital evaluada en 2 mil 500 millones de dólares. Ante la especulación, el 22 de diciembre el gobierno optó por dejar flotar el peso, que tan sólo en tres días perdió 60% de su valor frente al dólar. Las reservas de divisas disminuyeron considerablemente, y a finales de diciembre se habían reducido a 6 mil millones de dólares. En un mes se perdieron 11 mil millones de dólares. La renegociación masiva de Tesobonos con los inversionistas norteamericanos desencadenó una espectacular disminución de las reservas del Banco de México. La desconfianza afectó a toda América Latina y al resto de los países "emergentes". Desatada por la devaluación del peso, la crisis monetaria indujo a los grandes capitales a fugarse de los mercados "emergentes" y a buscar sitios más estables; se produjo una "fuga hacia la calidad". Los inversionistas siempre acaban por abandonar países que inspiran, como México, incertidumbre. El resultado es el deterioro de sus mercados financieros. El "efecto tequila" se tradujo en el hundimiento de las bolsas de valores de América Latina y en el fortalecimiento del dólar norteamericano y canadiense. El espectro de la inestabilidad y la recesión de la década de los ochenta retornó a las economías latinoamericanas.

 

La lección

 

La experiencia mexicana constituye una prueba más de la incapacidad de la política neoliberal para hacer frente a la crisis económica. Su estudio invita a reflexionar sobre el funcionamiento general de los mercados financieros internacionales. En teoría, los mercados financieros son considerados una forma económica que se acerca a la perfección; por su eficacia, deben asegurar una distribución óptima de la producción en el mundo entero. Globalizar el financiamiento, extender las opciones a deudores y acreedores, ampliar la gama de instrumentos financieros y reforzar la competencia son medidas que, desde esta perspectiva, deberían impulsar el desarrollo de sistemas bancarios y financieros más eficaces.

Sin embargo, la realidad es muy distinta. Los mercados de capitales guardan una relación distante y arbitraria frente a los mercados de bienes y servicios. En ellos, la oferta y la demanda coinciden. Por el contrario, en los mercados de capitales sólo las compras de divisas, cuyo objetivo es importar o invertir en el extranjero, se rigen por esta coincidencia. Las estrategias que pueden seguir las casas de cambio para intervenir en el mercado están determinadas, generalmente, por los instintos de los propios cambistas. Las tasas de cambio obedecen a fuerzas desconectadas del comercio y de la inversión. La especulación de divisas ha adquirido proporciones asombrosas. El valor en dólares de las operaciones en los mercados cambiarios internacionales representa hoy cerca de treinta veces el valor en dólares del comercio mundial de bienes y servicios. Los capitales, que antes se empleaban en operaciones de arbitraje relativamente inofensivas y destinadas a aprovechar las anomalías efímeras de las tasas cambiarias y de las tasas de interés, hoy son utilizados con una frecuencia inquietante para desequilibrar las monedas vulnerables y obtener enormes ganancias especulativas.

La crisis mexicana muestra que los efectos desestabilizadores de la movilidad financiera internacional son más graves en los países subdesarrollados que en los desarrollados. Este fenómeno nos obliga a reflexionar, una vez más, en la antigua propuesta del Tobin-tax. En 1978, el economista Tobin propuso la creación de un impuesto para las operaciones financieras puras, es decir, aquellas que no guardan relación directa o indirecta con el comercio internacional o la inversión. Ya en aquel entonces, se preveía que los problemas de su aplicación serían enormes: ¿cómo decidir si la compra de una divisa dará lugar a una inversión directa o a la importación de un bien? Por otra parte, este sistema impositivo debe ser unánimemente aplicado por todos lo países, incluidos los "emergentes". En realidad, la aplicación en un futuro previsible del Tobin-tax o de alguna de sus variantes se antoja difícil; pero de no aplicarse, continuará la tendencia actual que propicia la movilidad internacional de capitales especulativos.

Los responsables de la política económica mexicana deben hacer frente al déficit estructural de la cuenta corriente de la balanza de pagos, y no limitarse a sostenerlo con capitales especulativos de corto plazo que ingresan al país con la misma rapidez con la que salen. Contrariamente a los lineamientos actuales, la reducción del déficit se logra mediante una política industrial capaz de modernizar el aparato productivo y hacerlo más eficiente y competitivo a nivel internacional. En otras palabras, es necesario reducir el déficit a través de la disminución de las importaciones que resultan de la recesión y de la devaluación del peso. Sin embargo, esta política industrial sólo es factible como parte de una estrategia de orientación neoestructuralista que hoy es rechazada por los gobernantes del país.

 

 

______________________

*Segunda parte.

**En el ensayo "Algunas experiencias devaluatorias" (Comercio Exterior, marzo, 1995, p. 276), David Ibarra escribió al respecto: "La apertura al exterior multiplicó la competencia sobre el mercado interior y, en cierta medida, redujo las presiones inflacionarias, pero hizo crecer importaciones que sustituyeron los productos de muchas empresas mexicanas. Las compras al exterior crecieron con mayor velocidad que las exportaciones. Durante el periodo 1989-1993, la demanda global de la economía aumentó en promedio 5% anual, mientras que el producto sólo creció 3%. La diferencia fue cubierta con exportaciones.

***La numeración de los cuadros continúa a la de la primera parte de este ensayo. (Véase Fractal nº4.)

 

 

Traducido del francés por Suely Bechet

 

 

 

Héctor Guillén, "Veinte de diciembre", Fractal n° 5, abril-junio, 1997,año 2, volumen II, pp. 103-116