JOSÈ CARLOS CATAÑO

Cuaderno de ahora

(Extractos de los diarios de 2005 y 2006)

 

 

SI QUIERES pintar el mar no lo veas como movimiento. Fija la retina en las manchas azules, blancas y negras, y permite que sean las manchas las que hablen de fulminaciones. Lo que vendrá después, no le incumbe a tu mirada. Sólo la fijación, la mirada sin parpadeo.

 

EN EL rastro los Encantes encuentro por los suelos un ejemplar de la novela de Graham Greene El fin de la aventura , y sólo luego, cuando trato de enderezarle las tapas, leo la cita que trae de Léon Bloy: "El hombre tiene lugares en su corazón que todavía no existen, y para que puedan existir entra en ellos el dolor". Será por eso que uno tiene ya más lugares conocidos y menos dolor.

GÓMEZ Carrillo, perdido en el dédalo de Jerusalén, sombreado por la melancolía y la extrañeza, recupera el placer del paseante cuando deja de hacerse preguntas. Preguntas a los que pasan por su lado, preguntas a las piedras milenarias, preguntas a los paredones místicos.

La última vez en Jerusalén conseguí esquivar la extrañeza y la melancolía, sobre todo la densidad histórica que conforma lo siniestro de la ciudad. Duró un momento nada más, delante de un paredón místico yo también. Fue un instante suspendido sobre las primeras horas de la noche en que deseé, como me ha ocurrido en Florencia o en Lisboa, habitar en lo alto de una de aquella casas con las ventanas recogiendo el aire.

 

AH, LA tristeza aquella otra vez aquí, tenue y fija como un pañuelo olvidado que recuerda el viento en medio de un paisaje sin signos.

 

LAS NUBES han trabajado hoy muchísimo. Tanto han pasado, tantas y tantas han sido las empujadas por el viento seco más propio de marzo, que se han quedado exhaustas al atardecer, tomándose un respiro sobre el horizonte, con todo el resplandor del ocaso a sus espaldas.

 

HAY UN tiempo que no me perteneció, unos años que me pertenecieron menos y otros que no me pertenecieron en absoluto. El año en que murió mi padre, por ejemplo. A mí me asombra que haya podido atravesar con vida aquellos días espectrales. Tal vez se trataba de morir de una manera análoga a la suya.

 

MATERIA de los sueños: ¿adónde vais, en qué os desvanecéis, cuál es la sustancia de aquello en donde se pierden el humo, las formas de las nubes, el sabor dulce y desconsolado de los sueños? Como si al fondo, hacia el principio de lo que fue nuestra vida, se perdieran allí como lágrimas aisladas las gotas de sangre de lo que fuimos. Y quién podría besarme en la frente que arde de fiebre para que pudiera volver a conciliar el sueño.

LOS VECINOS de arriba se han meneado tristemente sobre el camastro con un énfasis propio de un día de entre semana, y a continuación han guardado silencio como recién llegados a Miércoles de Ceniza.

 

A IBSEN le parecía intolerable que los científicos experimentasen con los animales, siendo que ya existen los políticos y los periodistas.

 

Y ELLA habla, habla y habla, con la boina calada, en el interior de la cafetería, y él escucha, escucha, la escucha, y escucha. ¿A qué mapa se asoma él mientras la escucha? Chispea en la calle. Hay, en los lejanos cielos, nubes de plata, y un trozo de mar como lingote de mercurio olvidado en la esquina de un laboratorio. En el interior de la cafetería, con la boina calada hasta las cejas, ella habla y sigue. El hombre de la floristería frente a la clínica Quirón, recoge los bártulos entre exclamaciones que no van dirigidas a nadie.

Por qué no nos moriremos en instantes como éstos. Ni siquiera pasan coches por la calle. Apenas un ruido. Las nubes altas transcurren en calma. El sábado vacío enfila hacia el fin del día.

 

LLEGUÉ con la lengua fuera a lo alto de la colina, con las cinco de la tarde pisándome los talones. Ya estaba sentada una muchacha en compañía de su perro observando el crepúsculo. La última vez que subí a la colina había una pareja de jóvenes saltimbanquis alemanes, relajados y sonrientes, que me dieron la bienvenida al mirador del secreto, las bocacalles de la ciudad teñidas de la calina sangrienta que huía del poniente, sobre nuestros hombros el temblor del oro y, ya al acecho, el denso azul nocturno.

 

NO SÉ me ocurrió mejor cosa que irme a la cama con un libro sobre los últimos años de Josep Pla. Insomnio de piedra hasta las cuatro de la mañana. Qué cosa más conmovedora y deprimente su relación ¿sentimental? con x en Buenos Aires. Y la vejez, santo cielo, la próstata...

 

LA ALEGRÍA con que aquella rubia se abrió de piernas, la simultaneidad fascinante con que se abría de piernas y al mismo tiempo sonreía, la sonrisa de sus ojos, las largas piernas, los largos labios, los largos ojos, la largueza tan alegre de toda su enteridad abriéndose. Qué alegría, Señor del Mundo, has dispuesto también en estas criaturas de pura carne abierta, líquida y sonriente.

 

AYER había en el aire de Barcelona una esencia de Corpus Christi "como yo recuerdo los primeros Corpus Christi" clareada por el chillido de los vencejos. Las nubes negras se cruzaban en las alturas y dejaban a su paso grandes lagos esmeraldas pintados con pincel del Renacimiento. Es el color primaveral y azul de Europa que no deja de maravillarme a pesar de los años que llevo viviendo en este continente

 

 

MELANCOLIA de golpe, de plomada hiriente, rueda de molino lazada al alma que te hurga en las entrañas. Y te convierte en silencio, en mirada fija y sin objeto. Ni siquiera tú eres objeto; nada. Nada yaciente y muda, nada enajenada de nada. Nada que agravan todas las cosas que pasan sin dejar huella. Nada de los huideros. Nada que es eco de las cosas que pasan de lejos y te mortifican por no aproximarse a tu escucha. Sólo estás ahí, echado en la cama, y es una tarde de domingo. Tu vida entera es tierra despejada de relieve.

¿ENVEJECER es el tema del poema? ¿Yeats, Gil de Biedma? Envejecer "viene a decir Amiel" es el arte de la sabiduría de la vida.

 

VAGAMOS aterrados entre el resplandor del nacimiento y la súbita ceguera de la muerte.

 

ESTÁBAMOS sentados mirando el crepúsculo sobre la cordillera. Casi sin movernos, nos dejábamos acunar por la música yidis, y con tal intensidad escuchábamos y seguíamos las cambiantes tonalidades del cielo, el vuelo de los vencejos cada día más escasos, como si se hubieran cansado de las embestidas rasantes, de los chillidos y la ferocidad en grupo, que notábamos que el acto de escuchar y mirar a través de los ventanales abiertos nos colocaba ante D-s.

Era D-s el cielo lleno de umbrosos violetas, era D-s el fulgurante, repentino brillo de la primera estrella, que a ratos cubría un cúmulo insignificante y desorientado.

 

 

LAS CORTESANAS regresan a la calle con las primeras brisas del atardecer. Te miran a los ojos sin importarles sus blusas pasadas de moda, los kilos de más, los peinados decrépitos. Desde la opulencia infantil de sus carnes, te sonríen. Con andares rebosantes de sensualidad, y algo toscos también, son estas cortesanas bellezonas de otra época, de otras maneras de respirar. Llevan, con su aire provincial, sobre las canas teñidas, el último resplandor del día. De aquí proviene la melancolía que nos inspiran, también su atractivo cuando imaginamos sus muslos abiertos, la noche eléctrica, polvo y polvo volatizado en la ciega madrugada.

 

MALDIGO "esta maldición durará dos minutos" a los que se entregan absolutamente a sí mismos. Desde el principio han aplastado todo vislumbre de disyuntiva, de encrucijada, toda dubitación. La entrega es fruto de una elección. Pero ha sido tan fuerte la entrega que ha borrado por completo el escenario de una elección. Se les ve "se les lee" entregados a sí mismos desde el principio. Desde el comienzo, separados de la vida. Separados de la conciencia doliente que va registrando, entre dudas, merodeos y claudicaciones, los susurros de una decadencia, de un agotamiento, de una cada vez mayor y paralizante desmoralización. Pero ellos no. A ellos no les incumbe estos finales, estas despedidas. Juventud, amor, el aura de los días, esos fuegos de San Telmo que de buenas a primeras podían fosforecer a partir de la repercusión de un sentido: ese olor que vuelve a nosotros, que nos empuja como si fuera la primera vez, esa sensación que nos arrebata, que nos transporta, que por un instante logra sacarnos del mundo... La absoluta entrega. El sacrificio callado en aras de un ideal absoluto. Un paso más y su modo de respirar en esta vida habrá quedado grabado en nuestra memoria, que los saca un momento de paseo por fuera de su muerte.

 

EL MAR estaba esta mañana tan sombrío como una premonición, y eso que en primer plano refulgían las flores blancas de los magnolios, la espumosa vainilla de las sóforas, los paraguas de Chinas tirando a nata quemada, a suflé de azufre. Luego, cuando he vuelto la vista al mar, se divisaban puntos lumínicos entre la bruma que, en las cercanías, envolvía las instalaciones del aeropuerto.

 

LA SENSACIÓNde final, de las áreas desangeladas y limítrofes en las autopistas. Final del horizonte. A los que siguen de pie, mejor ni mirarlos.

¿ EN QUÉ piensa el aviador que surca el crepúsculo? ¿Y la gaviota que se ha alejado en busca de aire fresco y retorna a esta hora despacio y solemne a la orilla del mar? ¿Y el pajarillo veloz huyendo como siempre? ¿Tú y yo vemos lo mismo que miramos? ¿Observamos el mismo atardecer?

Quedamos nosotros, solamente tú o yo, con su atardecer, con su palabra.

 

NOS MIRAMOSy seguimos, se dicen con asombro aquellos que se amaron, aquellos que tanto fueron estando juntos.

Ceniza radiante.

 

HOY ESTABA sentada en la terraza del bar Amigó, a punto de concluir la incursión de cada domingo al mercado de libros viejos de Sant Antoni, la muchacha de rostro como recién llorado. Pedí un segundo café para explayarme en su observación. La melena trigueña le caía sobre los hombros, llevaba los talones al aire y ligeramente sucios, bragas negras... como llevaba falda corta y se escurría en la silla de aluminio, se distinguía fácilmente, esto hoy en día no es difícil de averiguar. A veces miraba hacia la gente que empezaba a amontonarse en las paradas de libros. A veces miraba hacia el interior del bar, hacia la cristalera detrás de la cual yo la espiaba. Era la suya una expresión como de infinita tristeza, como de condesa rusa recién descendida del tren con lo puesto en la Estación de Francia, o de infinito hastío. Si me hubiera acercado a su mesa para mirarle a los ojos... ¿Me hubiera informado de su tarifa? ¿Hubiera ladeado el rostro, hubiera chasqueado la lengua, se hubiera levantado, se hubiera alejado sin saber a dónde iba, el porqué de su expresión?

Traía hoy un libro que dejó sobre la mesa. Tiene los ojos azules. Su piel es muy blanca, lo que llama la atención con la moda del moreno permanente. Se quedaba absorta mirando a los escarbadores en los puestos de libros. ¿La habrán abandonado? Lleva como dos tres o cuatro semanas con expresión desangelada y la podría haber cambiado, se le podría haber pasado la cara de susto o de llanto reciente. Ni tocó el libro. ¿Qué leía? ¿Qué desilusión me llevaría de acercarme a la mesa y descubrir de qué trataba el libro? Podría pasar por italiana. Por eslava. Digamos que puede parecer dálmata, o eslovena. Cuando giraba la cabeza hacia el interior del bar, yo miraba a las palomas en vuelo. Oh misterio.

 

CUÁNTO cansa la sátira. Los hombres, las gentes, como prefieras llamarlos. Los observas haciendo crucigramas, o con la cabeza hundida en los diarios deportivos, o con expresiones destempladas en el autobús. Ellas, las pobres, arrastran el carrito de la compra, o con una maleta a la puerta del asilo esperan a que las dejen entrar. Para qué seguir... Qué tendría que ser lo que a mí me oriente y me hiciera avanzar, si es que puedo avanzar más allá de lo que el tiempo me envejece. Y esta sensación de final de ruta. Donde soy el primero en mecerme en la relatividad que critico. Sin la firmeza que te proporciona la determinación, el arrojo, la clarividencia, sino el cansancio que te aporta el cuerpo, su advertencia, cada mañana, de que esto se acaba, que cualquier día puede por fin estallarte el corazón. Y que para qué habrá servido haber vivido.

 

OLAS que se rompen en medio del mar. Pobre espectáculo, como briznas de hoguera que se lleva el fuego, como los años que se amontonan y no tienen ninguna utilidad. Hojarasca fulminada.

 

SERÍA igual de decepcionante abandonar la escritura mientras siguiera pensando.

Ésa era la ilusión de mi amiga x : encerrarse en casa los domingos para ver los partidos de fútbol por la televisión.

Pero seguiría pensando.

No estoy seguro de que aislado en una cabaña cesara el pensar mortificante. No estoy seguro de que, finalmente, contemplando el horizonte del mar, éste no anegara todo pensamiento.

El horizonte siempre devuelve la mirada convertida en pensamiento.

Por lo tanto, qué podemos hacer... Mirar, pensar, escribir. Dejar de hacerlo, mirar hacia otro lado. Y volver a escribir, a pensar, a mirar.

Volver a interpretar y a interpelar. Seguir, así pues, llamando a la muerte.

 

TAMBIÉN la naturaleza ha jugado esta mañana a los símbolos. Pero como si se hubiera cansado de la gravedad con que se investía, las nubes graves, el sol amortajado..., ha terminado por dejar que el viento soplara con fuerza, y han quedado en el cielo unas nubecillas sin importancia como para no llamar la atención de nadie.

 

IBA por el bosque que corona el parque Güell tanteando senderos. Tomé por una curva que descendía entre pinos y matorrales hasta una pequeña hondonada y, en el contrapecho, contra la luz crepuscular en que reverberaba la silueta del Tibidabo, emergieron dos inmensos almendros cuajados de pétalos blancos.

 

ASÓMBRATE en lo idéntico: Otra vez este conato de himno ya antiguo, mientras abandono Barcelona en autocar como en los buenos viejos tiempos: cielo azul, verdes plátanos, retamas en flor, fronteras columbradas a lo lejos, amapolas, dientes de león, cardos en los arcenes, urracas sobrevolando mariposas, sotos petrarquistas, cañaverales, el asombro renovado de divisar el cauce de los ríos, "Francia: 131 km", los hayedos con los pelos de punta.A LA melancolía sólo le falta la u de la muerte para ser perfecta.

 

SENTADO a la mesa de un bar almorzaba con las puertas vidrieras descorridas, el enorme televisor de plasma en un altillo de la esquina, y a$)A(*, los billaristas Deberían todas las televisiones del mundo desterrar para siempre a los tarados heroicos que vuelan hacia Dios reventándose las tripas, y programar a los billaristas, sujetos pálidos y ojerosos, con chaleco y corbata de lazo, los árbitros con guantes blanco de algodón, toda la gente en silencio, nada de toallas sudadas, ni jadeos ni aplausos ni griteríos, nada de eso, Dios jugando al billar con los cometas y estrellas sobre el tapete verde.

 

DE REPENTE a los árboles le salen tallos hasta en la base del tronco. Observo los nísperos repletos de frutos, lo que tenía asociado a junio, cuando comenzaban las interminables vacaciones de verano. Y todo es alborozo en la ladera de enfrente, la orientada al norte, a cuyo socaire se balancean el amarillo prieto de los dientes de león y el malva de los cardos. Hay ya espigas crecidas. Pero en la parada de Sanllehy ya no sube al autobús aquella mujer que yo juraría polaca o ucraniana por su aspecto, que lo hacía en invierno sobre las ocho de la noche, cuando las estrellas titilaban sobre las esqueléticas ramas de los olmos. Es la sensación que se repite en los últimos años: ¿y qué habrá sido de aquella de ojos almendrados y verde melancolía?, ¿y qué de aquel otro?, ¿y qué de aquello otro?

¿POR QUÉ siempre nos maravillan las azafatas de los aviones cuando las vemos salir por el portal de su casa con el mínimo equipaje?

 

TU TIEMPO termina: así también podrías decirlo. Sobrevuelas bajíos y arrecifes. Las charcas se rebosa de recuerdos estancados. Todo lo que sigue es ya una gracia, y en tu mano está el íntimo, callado agradecimiento.

 

LA BELLEZA es severa y difícil, escribía Balzac. Así que espero a que amanezca. Que la forma del día nuevo, procedente de todos los días, se cumpla como día distinto. Asómbrate en lo mismo. Una vez más.

 

CÓMO los corrompes, Poder Tan memos, tan ocupados, tan envanecidos los vuelves a estos tontos del bote.

 

LA PATRIA no se encuentra en la infancia. La patria no se encuentra en el lenguaje. La patria no se encuentra en los libros que uno ha ido reconquistando. La patria no se encuentra. Y está bien que nunca en nosotros se encuentre la patria.

 

DE REPENTEse te ocurre que este vivir resistiendo podría presuponer algún tipo de justicia, aunque lo que adviertes de verdad es que la justicia ni existe ni existirá en el futuro.

¿Para qué hablar entonces de justicia cuando lo que observas a tu alrededor es arreglo y conveniencia?

El editor te confía los beneficios de autores que tú mismo sabes mediocres, y te habla de aquella que, todos sabiendo que es su amante, viaja de un lado para otro pagada con dineros públicos. Ella se cree joven todavía, tiene una buena agenda de contactos y sabe lo que hay que mostrar ante los ojos de los otros. Triunfa, y se mantendrá en el lugar intocable en el que la cultura oficial sitúa a los autores de poca monta, mansos y vistosos, con la misma función que los bibelots en las casas burguesas.

 

PARECIERA que la hermana pequeña ha bajado del pueblo a visitarla. Hablan quedamente y miran con desgana hacia las otras mesas. Parecen cansadas, cariñosas pero cansadas. Como si hubieran pasado la noche la una trabajando y la otra esperándola en un rincón de la cafetería. Pudiera ser también que hayan acudido a visitar a la madre enferma. La único destacable de la mayor es la blusa blanca de hilo que trasluce unos pezones tan negros como las raíces de su pelo platino. Sus ojeras están marcadas de oscuras noches, de oscuros tragos de orujo, de oscuros trasiegos por los humedales del barrio de la Ribera o de este mismo Barrio Chino. Será un poco más joven que yo, pero ya la siento como una hermana, como la conocida de una madrugada muda en mis años en tinieblas.

 

SE VA aprendiendo que el individuo se disipa en los actos de sociedad. Antes uno se enfadaba, tiraba colillas en los vasos, hacía lo que fuera para petardear las veladas literarias. Ahora también uno ha aprendido en cierto modo? a desenvolverse como un fantasma, a... disolverse.

 

AL AMANECER el aire que entra por la ventana trae sabor a tierra tibia. Cuando abro el portal escucho el último pitido de un barco que zarpa. No recuerdo haberlo escuchado en los años que llevo viviendo en Barcelona. Si acaso, si exprimo la memoria como el calor lo hace conmigo, siento de un modo vago un alba remoto cubierto de bruma cálida como hoy, después de alguna jornada de lance amoroso. Descendiendo hasta la plaza de Sanllehy, cae a punto de que la pise la hoja de una buganvilla color cereza. Las puntas de los cipreses parecen tórtolas posadas sin ánimo de moverse. Ya se extiende la raya de la mañana entre las antenas a punto de introducirme en la boca del metro. Llego al mercado de libros viejos de Sant Antoni a tiempo de otro café, muy rápido. El bochorno se pega al pecho antes de que el primer librero comience a darnos las cajas que afanosamente vaciamos y ordenamos sobre las tablas del puesto los de siempre, los tres gatos de siempre, que parecemos monaguillos con síndrome de abstinencia ante el altar en la amanecida de los domingos.

 

DIOS LOS cría y ellos se juntan. Así como la manada analfabeta de la poesía común hace piña entre ellos, estos otros, con maneras más sutiles, se agrupan también y se prohíjan con dedicatorias y citas interesadas. Pertenecen al sector místico del conocimiento inefable y del merodeo en torno a la pintura modosa, sin sangre y tontorrona. Confunden los pucheros de la Teresa castiza de Ávila "como la leyó Américo Castro con las digresiones sobre los muertos pasados por la hoja del papel. Todo, como la quietud en que viven, asépticos y controlados, sin sobresaltos, en orden y pulcritud. Escribientes del blanco consabido, de la vacuidad manida. Místicos del ayuntamiento del cielo y de la tierra sobre la mesa de formica universitaria, del éxtasis a la vista del cuadro minimalista en la pared.

 

ELLA ha marchado unos días a la costa. Ni iniciales ni nombre propio. Ella¿Quién? Ella: no hay otra.

 

LA EGOLATRÍA de x ya parece mayor que la de aquel paisano suyo que en verano paseaba en su yate a los de la Academia Sueca que invitaba a las Islas. Ahora ha "expuesto" con x , ilustrador tremendo de sus coplas trascendentes. La ocasión no le puede pasar en balde para el autobombo, que no sale de ahí, y es algo con que estremece a los de su parroquia en cada ocasión que tiene, que no son pocas, pues hay que ver cómo a los bobos se les presta caso y se les redoblan las tribunas para sus necedades. Elevado por el éxtasis del palio, no para mientes en castigar a infieles y exentos del altar en donde él oficia. Tras loarse la función de indagación moral de su poesía, golpea con los nudillos a sus contemporáneos y repite una vez más a Mallarmé: "Mis contemporáneos no saben leer".

 

NOSOTROS trabajamos por dentro pero vivimos afuera.

Por ejemplo ayer, observando la ronda de los bebedores con los que puntualmente coincido. Ellos siguen un itinerario pautado, conocido, y terminan dentro de la casa donde todavía les viven las madres, la familia, el calendario local, las costumbres que los ahoga pero que les sirven también de asidero.

En cambio uno avanza por la calle escapando del calor tórrido, y se tumba finalmente en la cama del hotel al amparo de las altas paredes, con su bóveda puntiaguda, las ventanas abiertas por debajo de las cuales pasan, hasta la madrugada, los bebedores que peroran en voz alta.

 

EN EL autobús subía un amiga con otra riendo a grandes carcajadas, un poco caballunas y grandotas, con los pelos negros y ensortijados, sin ser atractivas en absoluto, más bien desagraciadas como una tarde de domingo provincial, pero con los muslos a la vista generosamente, unos muslos blancos, también rotundos y caprichosos, pues mientras daban cuerda a las risotadas, los abrían y los cerraban, por lo que el jubilado que venía a mi lado, ante la puerta misma del autobús, se desesperaba por si se bajaba en la siguiente parada o seguía un rato más el trayecto pendiente de verles las bragas negras, o coloradas, o aun de color violeta, que habría que ver cómo irían de decoradas por dentro las amigas estas.

 

EL HOMBRE golpea la tierra por no soportar su belleza callada. Tienen que hablar los dioses por ella, tienen que interpretarla, tienen éstos que sosegar a los brutos a través de los clérigos. Mientras, el hombre se ensaña con cuanto respira sobre su superficie de oscuridad y enigma indescifrables. Mono energúmeno y voraz con la pretensión de satisfacerse siempre al momento. Los dioses no son más que aceleraciones de la eternidad, traídas al presente para calmar al mono, rudimentario o refinado.

 

COMO los trozos que se desprenden de las órbitas siderales, vienen hasta nosotros los paisajes todavía entumecidos por el dolor. Domingo, las cinco de la tarde, la luz alimonada en las fachadas de la avenida Diagonal, el taxi que corre sin obstáculos para llevarme puntual a la cita con un amigo de seis o siete años atrás.

Parece mentira, es lo primero que uno piensa. Todos estos años sin ganas especiales de vernos, y entrar de pronto en su casa, tan amplia y ordenada como siempre, tampoco él apenas cambiado, sólo los gatos nuevos y soñolientos, agazapados bajo las mesas de los ordenadores o sesteando cerca del ventanal que da a la calle.

 

VIVIREMOSsiempre entre impostores. Impostores que han perdido el sentido del ridículo, si no es que ya empezaron sin pudor su carrera de trepadores. ¿Qué hace, por ejemplo, este x que habla de la anomalía del pensar, cuando hace un año se sentaba a la mesa de autoridades en la Feria del Libro de Guadalajara? ¿Dónde estaba entonces, y en cada ocasión que tiene de sentarse a comer con las autoridades, su pensar no anómalo?

 

 

EN CASA de A . R . en Sarrià, que no conocía. Es un ático al que se llega por una estrecha escalera y sin ascensor y que se abre a una pequeña terraza que mira al mediodía. Estuvimos seleccionando los poemas para el libro que le traduciré. Poeta lento y merodeador de la forma, A. representa la Cataluña cordial a la que me siento próximo, la que también llevo, sin duda, conmigo, como él me ha recordado en más de una ocasión. No sé cómo explicarlo, este viejo problema, esta fidelidad de condena, la atalaya de extranjería que me construí para poder dialogar con mis Islas. Al salir a la calle, la luna llena me venía de frente. Continué caminando por Vía Augusta. Una riada de faros rojos y blancos abandonaban la ciudad debido a los días festivos que se avecinan. Había, quieto, un hierbajo en la acera, y, de lejos, un avión se aproximaba hasta él procedente del mar antes de virar y tomar tierra.

 

 

CON SOMBRERO o camisas de colorines, gregarios y casposos. Qué dicha haberlos sorteado a tiempo, después de que vinieran en mi busca recabando mi apoyo, unos, de la persecución lingüística que decían padecer, otros, por encontrar en mí la simpatía diferente para sus chorretes vanguardistas. En castellano y en catalán, tal para cual. Qué suerte el amigo a . r . en su calle de Sarrià, en el delta del Ebro, en Brasil. A recaudo de los sobadores de poesía. A mí, desafecto de toda patria. Sí, frente a estos de la caspa vanguardista, de intervenciones, guateques y apelotonamientos grupales, sigo suscribiendo mi elogio del forastero que rechaza asimilarse. ¡Qué maravillosos estaban todos "no olvido la escena de la que me aparté por asco" el día que enterraron a Miquel Bauçà en sociedad!

 

 

SÁBADO, dieciséis de diciembre de 2006 , aquí, en esta casa en la ladera del mediodía en la colina del Carmelo. La fecha¿Treinta y dos años de la muerte de mi madre? Por algo no se tirará uno del tren en marcha si hiciera el cómputo fríamente. ¿Más años transcurridos que el tiempo que viví a su lado? Cómo no va a sentirse uno extraño a su pasado, con esa sensación siempre latente de haber vivido en varias vidas, en varias películas de las que puede salir de las que de hecho debe salir en cuanto se apagan las luces de la sala.

La fecha El testigo. ¿De qué forma puede seguir siendo uno el testigo de aquella fecha, con lo dicho acerca de la extrañeza?

Uno se hace también testigo, sin embargo. Se convierte uno, mediante su palabra, en testimonio. Frente al testimonio, la fecha ha trascendido (o ha descendido) hasta convertirse en fotograma de una narración ajena. El relato, las palabras me son inocuos en tanto que ya tienen existencia propia., distinta de la mía. El relato transcurre alejado del mío propio, que es aquello que voy construyendo día a día, también con palabras, con sensaciones todavía sin pensamientos, con pensamientos todavía sin entidad fijada.

Pero esto no quita el dolor, aun con el tiempo transcurrido y sus deformaciones en el recuerdo. La sombra que se posa, desde el lejano 16 de diciembre de 1974, viene a ser la misma. También en su instante histórico fue un golpe que me vino ajeno, que me marcó como si yo no estuviera inmerso en su película. Sombra dulce sobre mis ojos, sombra líquida, sombra de presencia que reverbera entre mis pestañas.


José Carlos Cataño, “Cuaderno de ahora”, Fractal nº 44, enero-marzo, 2007, año XI, volumen XII, pp.151-168.