FERNANDO ANTONIO ROJO 
BETANCUR

Marta Palau: la inmigración,

la transgresión, la frontera

 

 

 

 

Marta Palau y el arte rupestre

 

Las diferentes manifestaciones rupestres en Baja California nos dan un panorama de las necesidades no solo sociales y tribales, sino también de las motivaciones espirituales y religiosas de los hombres de antaño; motivaciones que perviven y que testimonian todo el potencial creador del ser humano.

Emulando fuerzas sobrenaturales, el hombre pugnaba por asumir un poder sobre la realidad y así podía también conjurarla a partir de pinturas elaboradas con una intencionalidad mágica. En las instalaciones de Marta Palau nos encontramos algunos “personajes” a los que ella denomina Nauallis que recuerdan la monumentalidad de algunas figuras rupestres en Baja California. En especial podríamos mencionar aquellas improntas de pie, magnificadas en su instalación Nómadas ii , que hacen referencia a los pies girados de algunas figuras humanas plasmadas en los abrigos rocosos de Baja California. El juego con las dimensiones que instaura a partir de los pies, rompe con las proporciones que los objetos tienen en dichas representaciones y pro­yectan la figura humana hacia lo desmesurado a partir de un fragmento. Instaurando así un mundo de gigantes que comparte sus dimensiones con los animales monumentales que encontramos en algunas representaciones del arte rupestre bajacaliforniano. El juego con las dimensiones nos permite desarticular los cánones establecidos y acceder al mundo de lo “monstruoso” y de lo “terrible”. De este modo, la artista se permite trascender los límites que le impone la materia, y abre diversas posibilidades semánticas durante sus procesos creativos. Estas posibilidades permiten que obras del pasado cuyo contexto está perdido para nosotros, puedan fungir como fetiches originarios o primigenios.

 

La obra de arte como fetiche: fetichismo y animismo

 

De la misma manera en que los hombres prehistóricos nombran el universo, los artistas actuales se apoderan del mundo mediante imágenes y objetos, activando así el potencial de lo imaginario. Esto les permite convertirse en mediadores entre el mundo real y sus simulacros. Hay una predisposición innata del ser humano a crear objetos cargados de magia que adquieren facultades metafísicas y funcionan como umbrales hacia lo inefable. Por ello existen arquetipos universales que generan la creación de formas fetichistas primordiales que perduran en el tiempo. Se trata de formas que instauran un culto a objetos diversos entre los que figuran los elementos de la naturaleza: los astros, los animales y los objetos inanimados a los que se diviniza. Estos se convierten en referentes de cultos populares y adquieren poderes especiales que les permiten fungir como fetiches, ídolos o reliquias. El vínculo entre el fetichismo y el animismo radica en que la imagen representacional del fetiche implica una proyección de fuerzas metafísicas que rebasan el objeto que las asila. Incorpora a dioses y demonios de diversa naturaleza que operan sobre la psique del ser humano.

Los fetiches son símbolos de las divinidades que representan, encarnan sus valores, personifican “potencias superiores” e invisibles pero semejantes a las “potencias humanas”. La fuerza que ejerce el poder fetichista sobre los objetos rebasa la materia y se independiza de ella; los dioses y demonios pueden “viajar” de un objeto a otro sin perder su identidad. Por lo tanto, un objeto-fetiche puede perder su valor mágico y regresar a su materialidad física. Recupera entonces su potencial poético y se convierte de nuevo en un posible depositario de valores otorgados por la mirada de los seres humanos. El objeto fetiche devela en ese momento su vínculo con la ausencia, delata que no es dios ni demonio y pone en evidencia la insuficiencia de la materia. De este modo se muestra como la gran mentira: simula, suplanta, es impostor y permite la entrada del azar. Detenta además de diversas cargas emotivas, una psico-energía inmaterial inherente a la materialidad de los objetos devocionales que, aunque insuficiente, hace sentir su presencia. En la existencia callada de los objetos fetiche percibimos su dinámica relación con el mundo y su permanencia en la ausencia. Ellos habitan un no espacio y un no tiempo que les otorga cierta configuración fantasmagórica pero que no les exime de su materialidad concreta. Tanto el espectador como el artista que interactúan con una pieza u objeto-fetiche celebran la instauración de su dialéctico juego que muchas veces se inserta en una cotidianidad que permite incluso una sacralidad inédita en la cual no hay distinción entre la experiencia sensorial y la abstracción. En este sentido la creación de objetos fetiche es excusa de muchos artistas actuales para definir, en la narrativa poética de su obra, una visión del mundo que vincule metafísicamente aquellos poderes invisibles que animaron el universo del hombre primitivo. Dichos poderes se asocian al pensamiento mágico , transgrediendo límites otrora religiosos en una búsqueda cosmogónica, ontológica y estética de identidad espiritual.

En la obra de Palau podemos descubrir una intención de retomar la comunión con la Naturaleza a través del fetichismo. Por ello instaura un método para comunicarse mágicamente con las fuerzas telúricas a través de los símbolos y signos, puesto que busca sintonizar su existencia con las fuerzas del Cosmos. Los lugares en los que hace sus montajes se vuelven espacios provocados, escenarios rituales que, a través de lo simbólico, abren un umbral hacia lo mágico, lo tectónico y lo mítico. Se aboca a plasmar espacialmente, como en tiempos del animismo, la representación matérica de seres sobrenaturales, de entidades míticas, de espacios y situaciones remotas mediante la elaboración de formas puras y objetos primigenios que fungen como símbolos originarios. Las Nauallis adquieren una categoría ritual y operan mágicamente como pequeños altares u ofrendas votivas que trascienden la problemática cotidiana de las fronteras y proponen una espiritualidad atemporal vinculada con lo “primigenio”. La presencia de seres primigenios, muy a la usanza de su repertorio plástico, nos remite a las experiencias mágico-rituales propias del mundo de los chamanes.

Marta no sólo conjura, sino que invoca y evoca a sus Nauallis, seres espirituales con los que ella tiene una participación mística, una comunión y un vínculo cósmico.

 

Resignificación del concepto de pensamiento mágico:

Instalaciones Doble muro y Nómadas II

 

En su instalación Doble muro , Marta Palau denuncia la problemática de los inmigrantes indocumentados y del muro fronterizo entre México y Estados Unidos. De esta manera hace alusión al doble muro que quieren construir a lo largo de la frontera de México con Estados Unidos y que ya existe en algunas áreas de Tijuana. El recorrido entre un muro doble que propicia la instalación, es un recorrido de dos paredes levantadas a base de una serie de estructuras de madera en forma de columnata que hace alusión simbólica a los dos muros que se están erigiendo: uno de metal y el otro de cemento.

En Doble muro tenemos una silueta humana tejida en fibras y tramas naturales ubicada en el suelo, rodeada de los dos muros simbólicos. Esta figura nos evoca las siluetas que demarcan con gis en el suelo los policías o agentes de medicina legal para establecer una huella del cadáver y su posición corporal. Tiene en su cabeza una pequeña abertura en forma de umbral. La silueta hecha en petate está inspirada en una figura del arte rupestre. Marta la retoma de las pinturas en las cuevas de Baja California y bautiza a este personaje como el hombre de Baja, (establece un juego doble e irónico con el lenguaje, refiriéndose a un hombre dado de baja, es decir, asesinado, y vincula esta idea con la del hombre rupestre de Baja California). De esta manera logra aludir a un joven real muerto a manos de un policía norteamericano, en el momento de saltar el muro. Este hecho acaeció a finales del año 2005 y fue difundido ampliamente por la prensa que hizo hincapié en que el sujeto había sido asesinado con un balazo en la espalda, lo que enfatiza la cobardía del perpetrador del acto y la alevosía con la que actúan las autoridades fronterizas norteamericanas en los casos que involucran a inmigrantes ilegales.

Palau evidencia la situación de racismo y discriminación que han padecen aquellas personas, que, en el intento de saltar el muro para atravesar la frontera, han perecido. En este caso la artista se remite a la simbología rupestre y la actualiza como un instrumento de denuncia política haciéndola parte de su repertorio plástico. Los materiales que utiliza son cuidadosamente seleccionados para ese fin: madera y lodo con amarres de diferentes fibras para los elementos arquitectónicos, y petate para el entramado de la figura humana. Con respecto a los elementos arquitectónicos haremos énfasis en las columnatas dobles (mencionadas algunos párrafos atrás), elaboradas a manera de escaleras. Se trata de piezas alargadas y estilizadas, formadas por estructuras de madera, que se erigen hacia el cielo y que nos remiten al concepto de elevación. Este tipo de elementos verticales son recurrentes en la iconografía de Marta Palau, al grado de que se convierten en verdaderos ideogramas. Las escaleras se consolidan como un aporte semántico dentro de los lenguajes plásticos que ella misma elabora. El petate, la metáfora de la escalera, y las alusiones al arte rupestre llevan implícito el tema de las inmigraciones y se convierten en referencias plásticas pre-determinadas. Aparecen en muchas de sus Nauallis en las que simbolizan, al igual que en Doble muro, la esperanza y la desesperación. Las escaleras, en la obra de Marta, tienen la función de ser puentes, pues permiten pasar de un lugar a otro, de un estado a otro. Fungen como un umbral hacia lo metafísico que se enfatiza a través del artificio de una silueta que nombra una muerte real: a través del petate que emula la huella testimonial de la muerte, Marta logra darle continuidad a una situación de violencia que en realidad es efímera, y permite que ésta se convierta en representativa y ejemplar de todas las situaciones similares a ella. El muro, conformado por múltiples escaleras, se vuelve símbolo irónico y ambiguo de vida y muerte, de oportunidad, de riesgo, y trágico umbral trascendente hacia la otra vida. El deceso de un solo individuo se convierte, a través del arte, en símbolo y fetiche del momento de la muerte de todos los inmigrantes víctimas de la violencia fronteriza. Dicho deceso adquiere con ello una dimensión descomunal que lo convierte en monstruoso. Afecta la simbología misma de la escalera, por lo que el mensaje intrínseco al sentido ascendente de la escalera se ve contaminado por la frustración propia de la violencia fronteriza a la que alude.

Si bien las escaleras en la obra de Marta comunican el ámbito físico con el ámbito espiritual, las vías de acceso hacia lo divino que propone esta artista, tienen un sabor amargo. Por un lado son el reflejo simbólico de la necesidad del hombre de elevarse por encima de sus limitaciones y configuran la posibilidad de rebasar el límite último, por el otro, estas no dejan a un lado una ironía que subvierte su función de controlar tanto el ámbito terrenal como el celestial. Los elementos verticales en la obra de Marta, son, en consecuencia, una paradoja: por un lado son vía de acceso, y por el otro son impedimento. Las escaleras instauran una metáfora orgánica de las posibilidades metafísicas, pero, a la vez, no se deslindan de su materialidad por lo que no pueden más que denunciar un hecho concreto a través de la plástica. En resumen, las escaleras de Palau no son únicamente umbrales hacia la esperanza sino también testigos de desesperación e impotencia.

 

La frontera como tópico

 

La obra de Palau recupera de un modo fragmentario y casi delirante una “pureza ancestral” a través de los remanentes culturales de tiempos remotos. El Pasado que recupera Marta Palau, no es el que comúnmente conocemos como la Historia sino que se abisma en la experiencia estética casi a manera de los románticos del siglo XVIII: es una confluencia retórica de imaginarios, en la cual los rituales y la magia, eminentemente politizados, se adaptan a las diferentes problemáticas sociales actuales. Tijuana, Baja California, y en general la frontera México-Estados Unidos, fungen como temas recurrentes para reelaborar visiones de lo “ancestral” que permitan instaurar un nuevo vínculo con el tiempo. Se trata de temas cambiantes, lo que obliga al artista a relacionarse con lo inconcluso y lo inacabado. La frontera en las instalaciones de Marta Palau, ha estado referida históricamente al imaginario inspirado en las pinturas rupestres de Baja California que ella concibe como un Pasado inmortalizado en las imágenes inquietantes que perviven en los abrigos rocosos. Las pinturas a su vez no se conciben como obras acabadas sino también como fronteras cuyos referentes simbólicos, culturales y plásticos son posibilidades expresivas para los artistas posmodernos en general. El espacio en sus instalaciones emula y simula (y en algunos casos suplanta) de manera simbólica la pervivencia de culturas remotas. Marta genera un mapa artificial a través de materiales naturales que aluden a una geografía que se convierte en ficticia a través de una estética fetichista. Es aquí en donde su obra logra saltar de lo concreto a lo indeterminado y dirige la atención de sus espectadores hacia el mundo de lo intangible. Su trabajo plástico alude a fronteras invisibles y a migraciones potenciales, disociando así su obra de la linealidad temporal determinada por la Historia. A través de una dramaturgia compositiva genera ámbitos espirituales en donde los escenarios artificiales sirven de telón a un sinnúmero de acontecimientos que, desde la metáfora, denuncian las injusticias sociales. Sus instalaciones son campos simbólicos de rituales de guerra, de movilizaciones masivas y de nomadismos que no pierden su vínculo con la realidad. En su obra, Marta invoca un orden mítico invisible que se inserta en un orden simbólico visible; de ahí proviene, como hemos visto, su potencial polisémico y sus polaridades dialécticas. A diferencia del muralismo mexicano que heredan parte de los inmigrantes como forma de expresión artística, Marta rompe con la épica pictórica de este movimiento y privilegia el aspecto lúdico propio del arte, para referirse a este fenómeno histórico, económico y social. El “arte de la frontera” ha sido un arte bandera de los marginados, de los otros , que pretenden pasar al otro lado, tema que encontramos expresado de manera similar en la obra de Marta.

 

Nauallis: magia, poder, eros y pulsión de muerte

 

El fetichismo en la obra de Marta Palau puede interpretarse desde el punto de vista psicoanalítico como una auto-satisfacción pulsional y una perversión que en este caso trasciende el vínculo con lo sexual y se adhiere al Origen y al Espíritu. Las Nauallis guerreras alteran el rol femenino convencional y afectan con ello al eros encausándolo hacia una actividad bélica tradicionalmente atribuida a la condición de lo masculino. Con ello se observa una des-erotización parcial que se canaliza hacia la violencia que alude a la parte destructiva de la condición humana en cuanto a su sentido andrógino. La inclusión de lo masculino sacraliza a las Nauallis desde una perspectiva distinta y las convierte en una especie de amazonas posmodernas. Las Nauallis fungen no sólo como presencia de una sexualidad variable y fragmentada, sino que se nos presentan como fetiches relacionados con una pulsión tanática, inversa al proceso creador que, sin embargo, se vuelca hacia una escatología que nuevamente la rescata como potencial innovador. La reversión del potencial erótico, expresado en la violencia, nutre la condición mágica de las instalaciones de Marta, pues las convierte en conjuros místicos que sirven como continentes del “ser” y del “crear”. La artista utiliza el poder fetichista de sus Nauallis para sublimar, a través de la estética y del lenguaje plástico, sus ideas políticas. Marta instaura un juego de sustituciones, analogías e imaginarios primigenios en el ámbito creativo del arte. La dualidad sexual de las Nauallis y sus roles bélicos son un sistema auto-erótico de perversión o recuperación de una energía narcisista vinculada con la propia artista. Las Nauallis sirven como continentes proyectivos de la intencionalidad ontológica y creadora, pues a través de ellas Marta ritualiza todo el potencial generador del universo femenino. Su obra confluye en una dialéctica de conceptos opuestos y disímiles: el gesto bélico, el Origen, el erotismo, el tánathos, la violencia, el territorio, la frontera, el nomadismo, las migraciones, la postura política y el pensamiento mágico. Todos estos elementos contrastan y originan un lenguaje heterogéneo y un sentido para la obra de Marta Palau. En este caso, el fetichismo se refiere también a la permanencia de lo rupestre como gran fetiche primigenio.

 

Bibliografía

 

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Fernando Antonio Rojo Betancur, “Marta Palau: la inmigración, la trasgresión, la frontera”, Fractal nº 40, enero-marzo, 2006, año X, volumen XI, pp. 155-165.