FRANCISCO SEGOVIA

De guardia

(fragmentos)

 

 

 

 

--Se hila y se deshila el ovillo de las nubes.

Se enrosca en su remanso la serpiente del apantle.

Los chopos cardan luz al mediodía.

Sólo nosotros no cambiamos

fijos en la guardia.

 

--No vuelven las aguas por su cauce.

¿Y quién ha visto a las nubes repetir una figura?

El río corre las nubes cambian. Sólo nosotros

nos quedamos en la guardia

como ausentes.

*

 

Llega la tarde.

La garita se funde a las piedras de su cerro:

otro peñón nomás contra el ocaso.

 

Y los alfiles de la guardia

quietos

como una balaustrada...

 

Mi mujer debe andar ahora

de vuelta de las tierras deshaciendo

el empedrado que dejaron a sus pies

las jacarandas.

 

*

 

El aire seco y los atardeceres

turbios y violáceos

como una polvareda.

 

Hasta cuando bebemos

mascamos tierra.

 

Si aún queda un agua limpia

es en los ojos donde queda.

 

*

 

Alza su copa de aire en el aire

el flaco ciprés del humo.

 

Hablamos bajo su sombra

y en torno a su raíz de lumbre.

 

¡Que haya quien escuche

estas historias simples

como un ruego!

 

*

 

Dejamos caer negras palabras

sobre el polvo apisonado de la tierra.

Palabras veloces que corren a esconderse

en las rendijas de las piedras. Las dejamos

reptar un poco entre nosotros y miramos

su ponzoña con los pies someramente alzados.

No lo hacemos por herirnos unos a otros

sino porque haya algo de contraste

en la llanura inmóvil

y la palidez del ocre.

 

*

 

Ratas y tlacuaches roen

de noche las paredes

de las ollas.

 

Los más jóvenes dicen

que ése es el ruido

que se les mete al sueño.

 

Los demás escuchamos en silencio.

Los dejamos

temer a sus fantasmas

no a los nuestros.

 

*

 

Llanos ocres que apacientan

pardas tolvaneras.

También su pienso es polvo.

 

*

 

¿No es hija del fuego esa lagartija

que cruza chapaleando el charco?

 

Tal vez --como nosotros--

va a la misa del sol

pero le reza al agua.

 

*

 

Día y noche rumiamos las mismas cosas.

Y vestimos siempre lo mismo.

Pero en palacio --dicen-- cada día

hay algo nuevo. Prendas nuevas

nuevas expresiones cosas

desconocidas y recientes...

 

¿Qué se irá a cenar

allá esta noche?

 

Nos preguntamos siempre lo mismo

que nuestros enemigos.

Y llevamos la misma ropa...

 

Nuestras palabras saben

a palabras extranjeras.

 

*

 

¿Qué confianza podíamos tener

en esas órdenes llegadas de tan lejos?

Si resistimos el asedio

fue fiándonos de Dios

y los caballos.

 

Formado ya consejo les dijimos:

"Qué ¿vale más la disciplina que la sangre?"

Pero ellos respondieron:

"No tienen sangre ustedes;

sólo su obediencia".

 

Sabemos hoy obedecer con esta sangre

que se abre paso por las venas

como el cálculo helado que desgarra

la vejez de un hombre...

 

De nuestra antigua resistencia

ya sólo compartimos el silencio.

 

*

 

Campos agostados renegridos

donde medran la ponzoña y la cizaña.

Campos que la bilis y las leyes oscurecen

 

como ese negro nubarrón

que ya comienza desde arriba

a escupirnos en la cara.

 

*

 

La tormenta sacó a la superficie

trozos de madera corales algas

que se pegan al casco como dedos

de un náufrago y nos hacen bambolear.

 

En el mástil desnudo ruge el viento

vengativo.

Sólo el cielo radiante está quieto.

Sólo el cielo.

¡Tan lejos!

 

*

 

Aquellas manchas a lo lejos

¿son vacas que pastan en la bruma?

 

Es otoño nuevamente y en palacio

--dicen-- hay un nuevo gobernante...

 

El día se demora en sus reflejos

como un gato que se lame los ijares.

 

¿También él siente en su indolencia

que la guerra no se acaba por perdida?

 

*

 

Sobre la reina y el rey

dedos de grasa y de carbón.

 

Lo que apostamos a este pókar

no tiene las manos limpias.

 

*

 

Rueda de la fortuna

--vuelta y vuelta.

 

Vamos pisándoles la huella

a los que nos persiguen

--vuelta y vuelta--

también rendidos.

 

*

 

"Aquí yace..." dice su lápida.

Y yacer es un acto

que no acaba...

 

¿Y nosotros? ¿Cuáles son

los actos nuestros?

Estamos a la espera

haciendo tiempo...

 

"Aquí descansa..."

sin descanso.

 

Después de todo sigue siendo

un hombre de acción.

 

*

 

Cada quien se busca el alma

en la camisa en la reliquia

de un retrato o en aquellas

palabras que resuenan

donde algo queda...

 

Cada quien se aparta y halla

su Padresuyo a solas...

 

Porque no nos juntan los rezos

sino ese puñado de actos simples

que hacemos frente al fuego

o por ver que el agua es agua

y motivos los motivos...

 

Sólo este puñado

de supersticiones

diariamente acabaladas...

 

Superstición el agua

el fuego

los motivos...

 

*

 

En palacio siembran siempre

bugambilias amarillas

y naranjas. Pero les crecen rojas.

Dicen los jardineros que quién sabe

de qué está hecha esa tierra

sobre la que se alza triunfalmente

el palacio de gobierno.

 

*

 

El sonido de unos pies que lijan el suelo

es un hombre vivo;

la sombra que interrumpe el espejeo

de la luz entre las hojas

es un hombre vivo;

el despertar de un aleteo en plena noche

es un hombre vivo...

 

Confiamos nuestra vida a estos indicios

y en todo vemos hombres vivos

por no mirarnos muertos.

 

*

 

Alrededor de la liebre

que cazaron los perros

revolotean los zopilotes

y las moscas:

Habrá repartición...

 

Hay quien vino aquí buscando la justicia

y hay quien vino huyendo de ella...

 

A cada quien su tajada.

 

*

 

No nos perdonan los muertos.

Sus ojos azorados

y mandíbulas abiertas --"¡Ah!

¿Por qué me entierras

tan de prisa?"-- ya no creen

que debajo de la piel hay algo

que no se pudre al aire.

 

No recuerdan que detrás

de los pesados nubarrones hay un cielo

y que el fuego alumbra

la llama en la fogata.

 

No nos perdonan los muertos.

Pero ¿cómo no cerrar sus ojos

atar sus quijadas y enterrarlos

para que duerman en paz

los vivos de esta guerra?

 

*

 

Noches heladas

y la sola compañía de la niebla

o febriles delirando

a solas con la bruma.

 

Pero cuando hay ocasión

de hablar entre nosotros

nos dejamos esas cosas

en el labio de la copa

avergonzados.

 

*

 

Sabemos qué hacer todos los días

como sabe el sol andar

su camino sin pastor.

 

¿De qué nos va a servir

un nuevo comandante

si no sabe estar callado?

 

No se dan órdenes

entre hombres de costumbres.

 

*

 

¿Cuándo empezó esta guerra?

 

En palacio juegan a las damas y se olvidan.

Las damas --dicen-- son

un juego largo. Más largo

que cualquier guerra.

 

Y ellos ¿saben ellos cuándo

comenzaron su partida?

 

*

 

Un reflejo

malva en su mejilla porque yo

me ponía junto a ella

como un crepúsculo secreto.

 

Una breve quemadura

que la noche enfriaba y disolvía...

 

Pero ella conservaba la tibieza

y soplaba en la brasa de mis sueños

hasta que clareaba el horizonte...

 

*

 

Aun sin resignarnos

nos vamos a rendir

al fin al sueño...

 

También la noche

se ahogará en sí misma muerta

de celos por el mundo

que poco a poco ya no mira...

 

¿Así habrá de terminar el universo?

 

Se levanta un viento entre la sombras...

 

¡Confianza!

 

*

 

El silencio de los muertos

es un silencio muerto...

 

¡Oh tú que te callabas viva

como se calla el agua quieta!

 

*

 

El mar a oriente y hacia el sur

una tierra estrangulada y ríos

cada vez más flacos...

 

Esta mañana

no hallamos agua a ras del suelo...

¿Qué patria defendemos?

 

Anoche quizá cruzamos la frontera

y hoy vamos a extenuarnos

en una tierra trabajosa

que ni siquiera hemos soñado.

 

¿Qué patria es ésta patria

de sonámbulos?

 

*

 

No tengas asco.

Hunde ahí tu cucharón

como un cuchillo en sebo tibio;

sacarás agua tan limpia

que te hará pensar

que se la robas a los duendes.

 

No tengas miedo. El chichicaxtle

sana en un instante como sana

el aire que saja tu machete.

 

*

 

Su abuelo se hizo al monte

en estos mismos cerros

donde él combate ahora

contra su abuelo:

 

"Es costumbre

--dice-- como todo

asunto familiar"...

 

Lo miran con recelo los que piensan

volver a la reja del arado un día

y los que no. Le reprochan

que desnude su verdad:

 

"Al extranjero y al enemigo

es en el espejo

donde hay que buscarlos".

 

*

 

Bajamos a la costa

un día. Salimos al mar.

¡El mar!

 

Miramos mudos el agua y nos cegaron

las navajas de su luz.

 

Pero es otro el abismo

del que no han sanado nuestros ojos:

 

sobre el mar color de plúmbago

la viva desnudez del aire.

 

*

 

Toda superficie

para el destello del sol;

toda hondura

para la sombra de la noche

 

como el agua.

 

*

 

Una piedra al estanque.

Que su peso rompa

el hechizo que mantiene

al agua con el agua

y las aguas juntas como labios

que guardan un secreto.

 

 

Francisco Segovia