JOHN COATSWORTH

Ciclos de Globalización,

Crecimiento Económico

y Bienestar Humano

en América Latina*

 

 

Introducción

América Latina ha pasado por cuatro ciclos de globalización desde los viajes de Cristóbal Colón. El primer ciclo empezó con Colón y duró un siglo. El segundo comenzó a finales del siglo diecisiete y terminó con la Revolución haitiana (1791-1803) y sus ondas sísmicas posteriores. El tercero empezó a finales del siglo diecinueve y culminó con la Gran Depresión. El ciclo más reciente apenas ha comenzado.

La comprensión de la dinámica de los pasados tres ciclos de globalización puede proporcionar una útil perspectiva histórica y analítica sobre nuestra contemporánea era de acelerada integración global. Cada uno de los ciclos de globalización del pasado produjo amplios y mensurables beneficios, así como enormes costos. Aunque por lo menos en dos casos los beneficios a largo plazo fueron benéficos, respecto de la productividad y el nivel de vida promedio, no se distribuyeron con igualdad y ni siquiera con equidad a lo largo del tiempo y a través de la sociedad. Los beneficios netos a corto plazo por lo general fueron exclusivos de una minoría minúscula. Los beneficios a largo plazo tendieron a distribuirse mejor, pero fueron cosechados muy posteriormente, y no por las heroicas generaciones que sufrieron el impacto inicial de la globalización.

Corriendo el riesgo de elaborar una cuestión que ya es totalmente evidente, este capítulo inicia con el intento de una definición históricamente fundamentada. Luego evalúa los efectos de cada uno de los pasados tres ciclos de globalización, en la productividad y el nivel de vida de las sociedades afectadas. El capítulo concluye con algunas lecciones y ciertas preguntas.

 

Procesos de globalización

La globalización puede definirse como un aumento significativo, a largo plazo, de la afluencia de la información, la mercancía o la gente entre regiones distantes de la Tierra. En este sentido, la globalización empezó con la migración del primitivo Homo sapiens sapiens desde el África del Éste hasta Asía, Europa, y, con el tiempo, América. Se intensifico cuando los antiguos imperios desplegaron nuevas tácticas militares, nuevos impuestos y nuevas religiones en muy extensos territorios. La globalización tuvo lugar con el primer desarrollo del comercio y las comunicaciones en el mar Mediterráneo, y, en tierra firme, entre el Medio Oriente y China, así como entre el África sub-saharariana, y el océano Índico. También se dio con la colonización de los archipiélagos del Pacífico y el establecimiento de intercambios regulares a través del océano Índico, así como entre Mesoamérica y la costa del Pacífico de Sudamérica.

 

A diferencia de los posteriores procesos de la globalización, sin embargo, estos primitivos movimientos ocurrieron durante periodos extremadamente largos, interesaron a poblaciones relativamente pequeñas, y excluyeron a grandes porciones de la Tierra. El globo consistía en vastas masas territoriales que tomaba muchos meses, incluso años, atravesar. A nadie se le ocurría enviar mensajes o cartas a través de tan grandes distancias. El comercio interregional se limitaba a mercancías de mucho valor y poco peso. Los movimientos migratorios únicamente se daban por consecuencia de las grandes catástrofes, por ejemplo, los cambios climáticos o las invasiones militares.

 

Los viajes portugueses y españoles alteraron la dimensión y el alcance de los procesos de globalización. Entre 1492 y 1565, por primera vez en la historia del mundo, la apertura del comercio y la comunicación regulares se estableció entre los océanos Atlántico e Índico, así como entre los mares Pacífico y Atlántico. Además, el inicio de los contactos, del comercio y de la migración a través de grandes distancias, gracias a las rutas marítimas, incrementó considerablemente la dimensión de las interacciones globales y acortó el tiempo en que se dieron.

Los navegantes ibéricos, claro es, no "descubrieron" lugar alguno que otros exploradores no hubieran encontrado ya. Pero sí hicieron otros dos descubrimientos mucho más importantes históricamente. Primero, descubrieron de manera empírica los vientos, las corrientes y los dispositivos de navegación que hicieron rutinarios los viajes de retorno. Anteriormente, durante milenios, muchos navegantes habían logrado navegar hasta lugares lejanos, atravesando grandes distancias marítimas. Los grandes avances en la globalización sucedieron cuando los hombres aprendieron a realizar el viaje de regreso, tanto como el de ida. Segundo, los conquistadores y los emigrantes ibéricos descubrieron cómo hacerse ricos, o a lo menos cómo hacer a otros ricos, mediante la transportación de mercancías y personas a través de los mares. Cada uno de los ciclos de la globalización se ha nutrido de los avances tecnológicos en la producción de mercancías, así como en las comunicaciones, avances por cierto vinculados con las nuevas formas de hacer dinero.

Sólo unos cuanto decenios fueron necesarios para que se volvieran totalmente normales las comunicaciones y los intercambios comerciales transoceánicos e interoceánicos. Sólo tomaba un mes, aproximadamente, cruzar el Atlántico, y unos tres meses navegar el vasto Pacífico. Cartas y mensajes con detalladas instrucciones viajaban con regularidad de un lado de la tierra al otro. Las gentes empezaron a mudarse de las regiones de densa población, escasos recursos, y bajos ingresos del planeta (como la España y el Portugal rurales), hacia los territorios despoblados y ricos en recursos de las Américas. El comercio se extendió súbitamente, pero en direcciones totalmente impredecibles. Los portugueses y luego los holandeses invirtieron grandes esfuerzos en ganar y monopolizar el tradicionalmente lucrativo comercio en especias del mar Índico, pero esta empresa jamás rendía más que unas cuantas toneladas de pimienta, clavo y nuez moscada anualmente. El transporte marítimo pronto hizo posible transportar pesadas manufacturas europeas, a cambio de toneladas de plata americana, pero las enormes ventajas económicas del transporte por mar de productos voluminosos, sólo fueron explotadas plenamente con el auge de la trata de esclavos y el comercio de azúcar en el siglo dieciocho. Así, tras los viajes ibéricos, se incrementaron la dimensión, la velocidad y la intensidad de los procesos de globalización. Se pudo desarrollar una economía mundial del comercio, en la que la plata del Nuevo Mundo, por ejemplo, financiaba las importaciones europeas de sedas y especias asiáticas. En el curso de decenios, ya no de milenios, se dieron masivas migraciones, voluntarias y forzadas. El poder naval reemplazó a los enormes ejércitos terrestres de los antiguos imperios y extendió el dominio colonial a territorios no contiguos al centro de la autoridad imperial. Intercambios a la vez voluntarios e imprevistos de personas, gérmenes patógenos, plantas y animales, alteraron la ecología humana y física de inmensas regiones en todo el globo.

Sobresalen tres aspectos en estos modernos procesos globalizadores. Primero, los procesos de globalización son multidimensionales, tanto en sus causas como en sus efectos. Si se altera un aspecto, inclusive un solo detalle crucial, el proceso entero puede cambiar su velocidad, dirección, dimensión e impacto. Segundo, acaso por su compleja receptividad, la globalización ha ocurrido en ciclos. Periodos de relativamente rápidos y amplios cambios han alternado con otros de cambio más lento, e incluso de retroceso. Esto es verdad tanto para la globalización en su conjunto como para algunas regiones en particular del globo. Los procesos locales y regionales de integración, a veces se han dado de acuerdo con una temporalidad distintiva, por ejemplo, cuando el rápido aumento en la exportación de un recurso natural que está en vías de agotarse, termina justo cuando el comercio mundial de éste crece porque el recurso local se está agotando, o porque las crecientes existencias mundiales del mismo hacen que los precios se desplomen por debajo de los costos de producción. Aunque este capítulo enfoca primordialmente los ciclos macro-económicos, vale la pena recordar desde el principio que el análisis de las tendencias macro-históricas es algo injusto respecto a las variantes subyacentes. Tercero, aunque es multidimensional y tiene muchos estratos, la búsqueda de la ganancia económica - sea individual o colectiva - ha impulsado con implacable fuerza a los ciclos de la globalización de los últimos quinientos años.

 

La Conquista y la globalización 1492-1630

 

Las migraciones terrestres desde Asia al continente americano probablemente terminaron cuando el puente de hielo entre Siberia y Alaska desapareció en algún momento entre los años 12000 y 9000 a .de C. El primer gran ciclo de globalización en Latinoamérica tras las migraciones ocurrió como resultado de las conquistas y las colonizaciones de los españoles y posteriormente de los portugueses. Entre 1492 y 1537, las expediciones españolas, muchas con la ayuda de aliados indígenas reclutados en el camino, lograron derrotar, derrocar y reemplazar a los principales gobiernos autóctonos del Caribe, Mesoamérica y los Andes. Los portugueses lograron éxitos similares a lo largo de la costa de Brasil, tras su "descubrimiento" accidental, en 1500, por Cabral.

Como resultado de las conquistas ibéricas, una gran parte de la población indígena entró en contacto con los letales gérmenes patógenos de la viruela, la pulmonía, la gripe, y el sarampión, a los que jamás habían estado expuestos anteriormente. Antes de la llegada de los europeos, los indígenas americanos vivían en un medio ambiente patógeno más benigno que el de los pueblos de África, Asia y Europa, en parte porque poseían menos animales domésticos que pudieran contraer y transmitir enfermedades. Esta abrupta globalización epidémica tuvo efectos catastróficos, magnificados por causa del trato que los españoles y portugueses daban a sus súbditos indígenas. La población total de las Américas, antes del contacto europeo, probablemente era de entre 50 y 70 millones, aunque los cálculos oscilan desde menos de 20 hasta más de 100 millones, y siguen siendo objeto de discusiones. Hacia principios del siglo diecisiete, la población indígena americana había caído a menos de cinco millones, aunque un cómputo alcanza los diez millones.

La globalización destrozó el precario equilibrio que les permitía a los indígenas de las tierras altas, las más densamente pobladas, sobrevivir con menos alimentos que los europeos. Los niveles nutricionales, especialmente en el centro de México, tendían a ser bajos en comparación con los europeos, y eran particularmente deficientes en las proteínas necesarias para combatir enfermedades o realizar trabajos físicos prolongados. En las áreas centrales de la conquista europea, las poblaciones indígenas se vieron sujetas no sólo al contagio de las enfermedades europeas, sino también a las prácticas laborales españolas y portuguesas. Justo cuando requerían conservar sus energías para defenderse contra el contagio y vencerlo, más y más indígenas eran obligados a laborar de sol a sol. Inclusive sin la introducción de las nuevas enfermedades, la sujeción a las prácticas laborales portuguesas y españolas probablemente habrían resultado mortales para grandes cantidades de gente.

En la isla de Hispaniola, Colón y los demás inversionistas coloniales principales, enviaron miles de nativos a España en calidad de esclavos, y sometieron al resto a un duro régimen de trabajos forzados. En tales circunstancias, las epidemias en las "tierras vírgenes" probablemente causaron mayores estragos que si los españoles hubieran simplemente partido nuevamente en sus naves, dejando detrás las enfermedades que trajeron. En el curso de una sola generación, casi toda la población indígena desapareció, obligando a los españoles a realizar expediciones de captura de esclavos en otras islas. Una generación después, los indígenas de Cuba, Jamaica y Puerto Rico habían desaparecido virtualmente. En el continente, especialmente en las zonas templadas del centro de México y las regiones similares en los Andes, una sucesión de epidemias redujo drásticamente las poblaciones indígenas, aunque no las destruyó totalmente. Las epidemias en las tierras vírgenes terminaron entre el inicio y la mitad del siglo diecisiete, aunque continuaron los brotes ocasionales, pero menos devastadores, de las enfermedades. Para entonces, más de 90 por ciento de la población indígena había sucumbido.

La globalización también hizo estragos en el medio ambiente durante el siglo tras la Conquista. La deforestación acaecía en cualquier lugar que los españoles y los portugueses eligieran para establecer un asentamiento o abrir una mina. Las erupciones de ungulados, especialmente el incremento masivo del ganado vacuno y de los rebaños de ovejas, se dieron a lo largo y ancho del hemisferio, con efectos perdurables. En un caso bien estudiado, una erupción de ovejas transformó irreversiblemente el valle del Mezquital de México, que de ser un área verde de agricultura intensiva, pasó a ser una región árida de tenaces pastos y matorrales que sólo servían para el pastoreo extenso. La contaminación debida al mercurio fue común en los centros mineros españoles de las colonias. La contaminación de la gente y el suelo no sólo afligió a los trabajadores de una enorme mina de mercurio en Huancavelica, Perú, sino a los de todas las minas de plata donde el proceso de amalgamación con mercurio se usaba para extraer plata del mineral de menor gradación. La decisión española de drenar los cinco lagos que rodeaban a la ciudad de México, destruyó los sistemas de agricultura prehispánicos basados en los terrenos flotantes (las chinampas), y permanentemente alteró la ecología del valle de México.

Las conquistas ibéricas y la subsecuente despoblación condujeron al abandono y pérdida de las técnicas agrícolas prehispánicas. La mayor destrucción ocurrió en las áreas de densa población prehispánica, como el Valle de México, donde los españoles no entendieron o prefirieron ignorar la técnica de los terrenos flotantes que habían proporcionado a Tenochtitlan gran parte de sus alimentos. En muchas regiones, los conocimientos técnicos tradicionales, los sistemas de irrigación, las terrazas, etcétera, cayeron en el olvido. Sin embargo, tales pérdidas ya habían ocurrido muchas veces en la historia prehispánica de las Américas. Los sistemas de irrigación de Teotihuacan y de la mayoría de las ciudades-estados mayas de las tierras bajas, por ejemplo, ya no se usaban mucho antes de la llegada de los españoles. Estos sistemas desparecieron, al menos en parte, como resultado de desastres ecológicos fabricados por el hombre, asociados con la sobrepoblación. Las chinampas que abastecían a la gran ciudad de Tiwakanu, en las riberas del lago Titicaca, habían desaparecido mucho antes de que los incas conquistaran la región, y una centuria antes de que los hermanos Pizarro llegaran. Decenios de sequías habían hecho descender el nivel del agua en el lago, inutilizando los canales de Tiwanaku. En la era de la posconquista, el colapso demográfico causó el abandono de la infraestructura indígena creada para dar servicios a poblaciones mucho mayores que las que habían logrado sobrevivir a las epidemias. Dadas las pérdidas poblacionales en el siglo dieciséis , y la subsecuente caída en la demanda de alimentos, los efectos inmediatos del abandono de los sistemas agrícolas indígenas acaso fueron pequeños. Por ejemplo, es indiscutible la arrogancia de las autoridades de la ciudad de México, que en poco tenían las consecuencias para las chinampas del drenaje de los lagos, pero el impacto negativo en el abastecimiento de alimentos hubiera sido mucho más notable si la población de la ciudad durante el siglo dieciséis no hubiera caído de unos 200 000 habitantes, hasta menos de 30 000. La globalización también produjo considerables beneficios a largo plazo, aunque la catástrofe humana durante el siglo tras la conquista hace difícil contrapesarlos con los millones que perecieron. Al mismo tiempo que la población indígena se colapsaba durante todo del siglo dieciséis, hasta entrado el diecisiete, la productividad agrícola, los niveles de nutrición, y el ingreso per cápita aumentaron en muchas áreas. La evidencia fragmentaria de estas tendencias es mayor en Mesoamérica que en los Andes, pero es persuasiva. La evidencia respecto a otras regiones es ambigua y con frecuencia difícil de evaluar. En el centro de México y en algunas de las más pobladas tierras altas de los Andes, la gente que sobrevivió a las epidemias tendió a abandonar las tierras marginales para establecerse en las tierras más fértiles y más irrigadas. Esto ocurrió espontáneamente en algunos pueblos. En muchos casos, sin embargo, las autoridades coloniales forzaron a los indígenas sobrevivientes a reubicarse en nuevas ciudades y pueblos con gentes de otros lugares. Con frecuencia, los españoles y otros forasteros acapararon las mejores tierras, entre las que habían quedado vacantes tras las epidemias, y reubicaron a los antiguos pobladores indígenas como peones en sus haciendas. Sea cual fuere el proceso, los resultados fueron impresionantes. La producción agrícola total cayó al mismo tiempo que la mortalidad aumentaba, pero el ingreso per capita aumentó cuando los sobrevivientes se volvieron a asentar en las mejores tierras.

El "intercambio colombino" de especies de plantas y de animales también contribuyó al crecimiento de la productividad. La biodiversidad prosperó tanto en el viejo como en el nuevo mundo, pero fue mayor en las Américas. El Viejo Mundo tenía 12 de las 14 especies de animales domésticos del globo, y aproximadamente 500 de las 640 especies vegetales cultivadas por el hombre. La conquista y la colonización llevaron al viejo mundo la diversidad y la mezcla de cultivos de la agricultura del Nuevo Mundo. Las Américas aportaron el maíz, la papa, el chile, el frijol, el cacahuate, el tomate, el cacao y las frutas tropicales, para mencionar sólo las más exportables de sus plantas cultivadas. Los transplantes europeos en el nuevo mundo incluyeron el trigo y otras legumbres, la viña, la cebolla, la caña de azúcar, el arroz, y diversos árboles frutales. Esta mayor diversidad incrementó las opciones disponibles para los agricultores, y por lo tanto la productividad agrícola, en ambos lados del Atlántico.

La introducción de los animales domésticos también produjo beneficios. Aunque la explosiva multiplicación de animales con pezuñas perjudicó los cultivos e incluso algunos ecosistemas en su totalidad, a la larga fue positivo el impacto de la introducción de animales domésticos. Estos nuevos animales transformaron tanto las prácticas agrícolas como los niveles alimenticios, especialmente en Mesoamérica. Los europeos trajeron caballos, bueyes, burros, vacas, borregos, cabras, cerdos, pollos y diversos otros animales, incluyendo gusanos de seda y mascotas de todo tipo. En el contexto de la acelerada despoblación, el hecho de que los animales requirieran más tierra, pero menos labor, para producir beneficios nutricionales equivalentes, incluso pudo haber ayudado a incrementar la resistencia al elevar los niveles de nutrición. Con el tiempo, las poblaciones indígenas aprendieron cómo controlar y utilizar las nuevas poblaciones de animales. Los pequeños vertebrados domésticos, especialmente los pollos y los cerdos, se volvieron comunes en las comunidades indígenas a través de las Américas. Incluso en las regiones fuera del control europeo, la propagación de caballos y ganado salvaje, desde las pampas argentinas, en el sur, hasta las grandes planicies de los Estados Unidos y de Canadá, en el norte, transformó el nivel de vida de los nómadas indígenas. En ambas regiones, los indígenas adoptaron el caballo para extender su actividad cazadora. En Mesoamérica y en las grandes planicies, y probablemente también en el resto de las Américas, la cantidad de proteínas cárnicas en las dietas indígenas aumentó considerablemente, con efectos positivos en la estatura, el vigor, y la longevidad.

La conquista europea y la colonización tuvieron otros efectos que estimularon la productividad. Los españoles y los portugueses introdujeron nuevas herramientas y tecnologías, así como nuevas instituciones y nuevos métodos de organización de la actividad económica. Los territorios americanos importaron naves, vehículos rodantes, la forja del hierro y el acero, la minería profunda, y la química del curtido de la piel y de la elaboración del jabón, junto con el dinero y el crédito comercial. La introducción del comercio foráneo también contribuyó al avance de la productividad. Por desgracia, muchos de estos beneficios no llegaron hasta las poblaciones indígenas, ya sea porque para la mayoría la muerte ocurrió demasiado rápido, o porque los conquistadores y sus descendientes impusieron reglas que concentraron las ganancias privadas en las manos de las minorías europeas y criollas. En resumen, la conquista y colonización europeas del Nuevo Mundo produjeron a largo plazo amplios beneficios que la mayor parte de la población indígena no pudo ni apreciar, ni gozar - puesto que a los pocos indígenas que lograron sobrevivir se les prohibía por ley cosecharlos.

 

La globalización, el azúcar y la esclavitud, 1680-1791

 

El segundo ciclo de la globalización se dio en los trópicos americanos con la propagación del cultivo del azúcar y de la esclavitud en las plantaciones, desde Brasil hasta el Caribe. Mientras que el primer ciclo surgió del complejo encuentro de los europeos y los indígenas, abarcando así el hemisferio entero en un grado u otro, el segundo ciclo involucró principalmente a las zonas tropicales del nuevo mundo. Aunque más limitados geográficamente en el continente americano, los efectos de este segundo ciclo de globalización se extendieron tanto en África como en Europa.

Los portugueses y los españoles trajeron la caña de azúcar asiática y los esclavos africanos al continente americano. Al principio, sólo los portugueses exportaron cantidades sustanciales de azúcar, hasta 9 000 toneladas hacia 1600. Las plantaciones de azúcar con esclavos no predominaron en los trópicos americanos, sino hasta finales del siglo diecisiete. La transición empezó hacia 1640, cuando los holandeses facilitaron el transporte al Caribe de esclavos, plantas, tecnologías y equipos, desde los territorios del noreste de Brasil, que le habían arrebatado a Portugal temporalmente (1630-1654). Hacia 1740, tanto la isla británica de Jamaica (exportaciones de 36 000 toneladas al año, y la isla francesa de Saint Domingue (61 000 toneladas) producían más que Brasil (27 000 toneladas). Las demás islas británicas, holandesas, francesas y danesas, estuvieron lejos de alcanzar la misma cifra.

La producción azucarera no se hubiera podido desarrollar en las Américas sin la migración de una población trabajadora proveniente de otro hemisferio. A principios del siglo dieciséis, el primer ciclo de la globalización ya había aniquilado a la población indígena del Caribe, y reducido mucho la de Brasil y otras colonias del continente. Sólo los esclavos podían solucionar la escasez de trabajadores tropicales en el nuevo mundo, pues sólo los esclavos podían ser forzados a laborar, a cambio de un salario de mínima subsistencia, en las regiones donde la tierra era abundante y la fuerza laboral escasa. Los hacendados brasileños esclavizaron inicialmente a los indígenas, pero éstos morían o huían en tales cantidades, que las expediciones de los cazadores de indígenas hasta las lejanas regiones del interior ya no lograban capturar los suficientes para poder reemplazarlos. El azúcar se hubiera podido producir (y así lo fue posteriormente) mediante trabajadores libres a sueldo, pero el nivel de salario requerido para atraer y transportar a emigrantes europeos libres hasta las regiones tropicales americanas adonde escaseaba la fuerza laboral y abundaban las enfermedades, era mucho mayor que el costo de importar esclavos de África. En las Antillas británicas, los colonos ingleses primero se asentaron en Barbados, Nevis, y St. Kitts, pero fueron desalojados por las plantaciones de esclavos cuyos propietarios podían pagar más por las tierras, haciendo que subiera su precio, puesto que la producción de azúcar con esclavos africanos resultaba más lucrativa que el tabaco y el índigo cultivados por los pequeños propietarios libres.

Entre 1500 y 1888, durante los cuatro siglos de la trata de esclavos transatlántica, unos nueve millones de africanos fueron enviados al Nuevo Mundo. De estos, 1.3 millones llegaron entre 1500 y 1700, cerca de 7000 anualmente en promedio. En el siglo dieciocho, la era del auge de la esclavitud africana en las Américas, más de cuatro millones de esclavos fueron trasladados allí a la fuerza. Hacia 1770, más de 50 000 esclavos llegaban cada año, la mayor parte en naves británicas. La mayor parte de los esclavos se vendió en las regiones del cultivo de caña en Brasil, y en las Antillas británicas, danesas, holandesas, francesas y españolas.

De esta manera, los esclavos africanos repoblaron algunas partes de América tras el colapso de la población indígena. Entre 1492 y 1800, más africanos que europeos emigraron al Nuevo Mundo. Los africanos no llegaron a las áreas donde la mayor cantidad de indígenas había muerto, las tierras altas, densamente pobladas, de México y de Perú. Y tampoco llegaron a las regiones de mayor migración europea, a fin de sumarse a las poblaciones trabajadoras libres de las ciudades, los centros mineros y las haciendas agrícolas, cuya producción abastecía a los mercados locales o regionales. La trata de esclavos transatlántica depositó la mayor parte de su carga humana en minúsculas áreas de la costa tropical, esparcidas en una angosta franja del noreste de Brasil, en el norte de Sudamérica, y en un pequeño número de islas caribeñas.

Las plantaciones de azúcar en América no abarcaban más que unos cuantos miles de kilómetros cuadrados, todos ubicados en la costa o a poca distancia de la costa, usualmente menos de veinticinco kilómetros. Excepto en los pocos lugares adonde los ríos navegables le daban a las tierras del interior acceso al mar, era tan caro transportar por la vía terrestre el azúcar, incluso después de reducido a porciones procesadas o a melaza, que era necesario cultivarlo cerca del océano. Esta limitación también afectó la producción de otros productos agrícolas, mucho menos importantes, producidos mediante la labor de esclavos, como el cacao, el algodón, el arroz y el tabaco, hasta que la era del ferrocarril comenzó hacia 1830.

Las limitaciones respecto a la ubicación también limitaron el impacto ambiental de la producción de azúcar. Sin embargo, la deforestación resultó extensa tanto en el Brasil como en las islas. Los bosques se talaron a fin de sembrar caña y proporcionar combustible a los molinos de azúcar, a la construcción urbana, y a otros fines. Los bosques costeros del noreste de Brasil, de Río de Janeiro, de Sao Paulo, de Minas Gerais, y de otras zonas adonde había asentamientos, en gran parte desaparecieron durante la era colonial, alterando permanentemente el paisaje de extensos territorios.

La agricultura de las plantaciones de azúcar produjo enormes beneficios económicos a corto plazo. Las ganancias de esta industria, que tenía tanta fama de remuneradora, especialmente en el Caribe, sirvieron para nutrir el consumo de lujos, las carreras políticas, y los portafolios de inversiones de los propietarios, tanto los ausentes como los residentes. Se pondera menos la alta productividad, dado el precio del azúcar en el siglo dieciocho, de las economías agrícolas de las Antillas. El PIB per capita de las islas de azúcar fue mayor que el de las trece colonias británicas de Norteamérica, durante todo el del siglo dieciocho. Incluso la Cuba española, que produjo más tabaco que azúcar hasta el fin del siglo dieciocho, tuvo un PIB per capita superior al de los Estados Unidos, por lo menos hasta principios de 1830. Tal éxito económico ocurrió a pesar de los efectos de las frecuentes guerras y las consecuentes revueltas de los esclavos de las plantaciones y de los esclavos cimarrones. Sólo cuando estalló Haití se pudieron entrever las aboliciones venideras.

Después de 1791, la esclavitud en Latinoamérica ya no se asocia con el crecimiento económico y el éxito comercial. Únicamente su restauración en los estados del sur norteamericanos pareció hacerla factible como institución moderna en una sociedad en vías de modernización. En Latinoamérica, las plantaciones de esclavos sólo prosiguieron en Brasil y en Cuba, pero el resultado fue el estancamiento, en vez del crecimiento, económico.

Al igual que el primer ciclo de globalización en América Latina, el segundo produjo enormes costos a corto plazo. Mientras que el primero aniquiló a millones de indígenas americanos, el segundo infligió tremendos sufrimientos en los millones de africanos raptados de sus hogares y transplantados por fuerza en las insalubres costas tropicales del mar Atlántico. Al igual que en el primer ciclo, las ganancias privadas a corto plazo tanto motivaron como recompensaron a los europeos cuyo negocio era el azúcar. En contraste con el primer ciclo, sin embargo, no resulta tan claro que muchos de ellos cosecharan grandes ganancias a la larga.

Los historiadores y los economistas han debatido durante decenios sobre los vínculos, si es que existen, entre la agricultura de las plantaciones de esclavos y el retardo económico a largo plazo. Sea cual fuere la naturaleza de estos vínculos, es bastante claro que ni la esclavitud ni el cultivo de la caña de azúcar contribuyeron de manera duradera ni al crecimiento económico ni al desarrollo, en Brasil o en el Caribe. Por otra parte, el muy debatido asunto sobre cuánto pudo contribuir la esclavitud, si es que algo contribuyó, a la revolución industrial en la Gran Bretaña o los Estados Unidos, actualmente se ha desplazado de nuevo hacia el punto de vista que en el pasado asignaba a la esclavitud, y a las ganancias que propició, un rol significativo y positivo. Si esto es verdad, entonces la distancia entre los ganadores y los perdedores en el segundo ciclo de globalización, es tanto temporal como geográfica. La revolución industrial jamás llegó a la mayor parte de las zonas donde existieron las antiguas plantaciones de esclavos en las Américas. 31

 

La globalización y el crecimiento impulsado por las exportaciones,

1880-1929

 

El tercer ciclo de globalización ocurrió desde el inició del crecimiento económico impulsado por las exportaciones, en los últimos decenios del siglo diecinueve. Sucedió en diferentes momentos de lugar en lugar, pero el proceso asumió características similares a través de Latinoamérica. La demanda, por parte de los países de Europa occidental y de los Estados Unidos, de alimentos y materias primas, se elevó durante la revolución industrial. El capital y la tecnología de los países desarrollados le permitieron a Latinoamérica construir los ferrocarriles que hicieron posible que la riqueza de las tierras y los minerales se abriera a la explotación lucrativa. La deuda pública externa financió la infraestructura necesaria, incluyendo los subsidios ferrocarrileros. La inversión directa foránea se derramó en las minas y las plantaciones. Enormes cantidades de trabajadores europeos emigraron a diversos países, sobre todo del cono sur (Argentina, Brasil, Chile, y Uruguay), cuando la demanda de fuerza laboral creció y los salarios reales aumentaron. Al Caribe también llegaron bajo contrato muchos trabajadores de la India. Por vez primera desde el siglo dieciséis (en el continente) o el siglo dieciocho (en el Caribe), las economías latinoamericanas crecieron más rápidamente que la población. 32

La globalización de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, transformó a economías enteras en periodos de tiempo relativamente breves. La velocidad y la extensión del proceso en mucho excedieron el ritmo y la profundidad de la globalización más reciente. El comercio extranjero representaba hacia 1910 una proporción mucho mayor del PIB total, que la que hoy existe en la mayor parte de los países de América Latina. 33 La inversión extranjera, medida como el flujo anual de nuevos recursos, o como el valor de los bienes pertenecientes a los inversores extranjeros, hace un siglo era mucho más importante en las economías de América Latina. 34 Esto sugiere cuán grande puede ser el potencial de alcanzar en el mercado mundial un grado de integración mucho mayor que el que Latinoamérica ha logrado desde que empezó el más reciente ciclo de globalización, a principios del decenio de 1980.

Los beneficios relacionados con este tercer ciclo de globalización han demostrado ser enormes, tanto a corto como a largo plazo. En promedio, el PIB per capita y el nivel de vida crecieron más rápidamente en los principales países de América Latina que en los países desarrollados del norte del Atlántico, entre el final del siglo diecinueve y la Gran Depresión. La productividad y los salarios se acercaron, aunque no llegaron, a los niveles de las economías industriales avanzadas. Esta tendencia a la convergencia terminó e incluso experimentó algunos reveses en el medio siglo posterior a 1930, pero las economías de la región no dejaron de crecer. Algunas economías principales, incluyendo las de México y Brasil, alcanzaron entre 1950 y 1970 tasas de crecimiento relativamente grandes. 35

Aunque las economías de Latinoamérica no pudieron mantener las altas tasas de crecimiento de la era anterior a 1930, la actuación en conjunto de las principales economías en el siglo veinte fue equiparable, grosso modo, a la tasa de crecimiento del PIB per capita en los Estados Unidos (aproximadamente 1.6 por ciento anualmente durante todo el siglo). 36 Esta tasa equivale a un impresionante aumento sin precedentes, en los pasados cien años, del PIB per capita, el cual se cuadriplico. En otros términos, las principales economías de la región tuvieron un PIB per capita ajustado a la paridad del poder de compra (PPC) [ purchasing power parity (PPP) adjusted GDP per capita ], que equivalía aproximadamente a una cuarta parte del nivel en los Estados Unidos en 1900 y a finales del decenio de 1990. 37 Así, al finalizar el siglo veinte , la actuación de las economías latinoamericanas estaba a la misma distancia respecto a la de los Estados Unidos, que a principios del siglo.

Los costos de la globalización entre 1880 y 1930, como en los periodos anteriores, no fueron insignificantes. Incluyeron una larga lista de problemas humanos y ambientales, desde la proliferación masiva, desorganizada y malsana de los asentamientos urbanos, hasta la contaminación masiva del aire y el agua, la deforestación extensa, y la explotación sin mesura de los recursos naturales no renovables - problemas todos éstos que enfrentaron en su momento los Estados Unidos, Europa occidental, y otros países de industrialización tardía de Europa oriental y de Asia.

En América Latina, el inicio del crecimiento económico impulsado por las exportaciones también produjo una especie de desigualdad impactante, de la cual la región aún debe recuperarse. El primer y más visible desastre ocurrió allí donde el crecimiento económico, la imposición gubernamental, y la construcción de ferrocarriles, convergieron en asaltos prolongados contra los derechos de propiedad tradicionales y a veces no registrados de los indígenas y los campesinos pobres de los pueblos, desde México en el norte hasta Bolivia en el sur. Los ferrocarriles le abrieron vastas extensiones territoriales a la explotación comercial lucrativa. 38 Cuando las aisladas pero productivas tierras se hicieron accesibles, olas usurpadoras de poderosos fuereños, usualmente con colaboradores locales, llegaron a región tras región. La propiedad de la tierra, y por lo tanto de los ingresos de la agricultura, se concentraron mucho más que jamás en el pasado. En varios países, especialmente en México, tal abrupta redistribución de los bienes provocó desordenes políticos y sociales. 39 Fuera del ámbito agrícola, el desarrollo industrial y minero requería inversiones cada vez mayores, sumas cada vez más "globales". La productividad y los salarios crecieron, pero se elevaron todavía más las ganancias del escaso capital, frecuentemente foráneo.

Una segunda dimensión de este impacto de la desigualdad afectó a las regiones con poca fuerza laboral, donde los productores exportadores impusieron, y los gobiernos pusieron en vigor, sistemas coercitivos de trabajo forzado, contratos obligados, e inclusive la esclavitud, para incentivar la producción exportadora. Estos sistemas incluían la imposición de tiendas de raya rurales, así como de reglamentos sobre la vagancia, que a las autoridades locales, en Cuba, Guatemala y partes de los Andes, les permitían obligar a los trabajadores reacios a laborar en las plantaciones exportadoras. 40 En las áreas de cultivo de henequén, se introdujeron nuevas formas de esclavitud, sancionadas por el régimen de Porfirio Díaz, que envío a Yucatán a los rebeldes indios yaquís del norte de Sonora, junto a la frontera con Estados Unidos, para que fueran vendidos en subasta a los propietarios de las plantaciones locales. 41 A principios del siglo veinte, los trabajadores chinos de las tierras altas peruanas se rebelaron una y otra vez contra las condiciones de virtual esclavitud en que vivían. 42 Formas coercitivas de "enganche" o contrato obligado, también se desarrollaron en el sur de México, Centroamérica, y partes de los Andes. La migración, el crecimiento de la población, y los gobiernos reformadores, ayudaron a abolir tales prácticas, pero en muchos casos sólo tras decenios de explotación abusiva.

En tercer lugar, la diferencia en los salarios de los trabajadores sin capacitar y de los trabajadores capacitados, tendió a crecer, al tiempo que la demanda de estos últimos superó a la oferta en los primeros decenios del crecimiento económico. Éste es un rasgo común en los arranques económicos. En Latinoamérica, la migración de los trabajadores rurales no capacitados a las ciudades mantuvo bajos los salarios de este tipo. En algunos países, especialmente Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, la migración europea contribuyó a abatir aún más tales salarios, en relación con los de los trabajadores capacitados, aunque aumentaron los niveles reales de todos los salarios.

Finalmente, el fracaso de muchos gobiernos latinoamericanos, respecto a la inversión adecuada para el desarrollo de los recursos humanos, también contribuyó a exacerbar inicialmente y luego a prolongar las desigualdades en los ingresos que hacen de esta región la menos equitativa del mundo. El desarrollo económico sostenido sí contribuyó a incrementos positivos en todos los indicadores convencionales del desarrollo humano - la longevidad, la salud, la educación, y otros por el estilo. La expectativa de vida en Latinoamérica aumentó de menos de 40 años en promedio, a más de 65 años, a finales del siglo veinte. Las tasas de mortalidad infantil cayeron de 300 a 400 por 1000 nacimientos normales en 1900, a menos de 50. El analfabetismo cayó de 80 por ciento a cerca de 10 por ciento. 43 Estos logros requirieron sustanciales inversiones en los recursos humanos, que fueron dificultadas aún más por causa de las tasas de crecimiento poblacional, las cuales aceleradamente alcanzaron su cima en muchos países durante los decenios de 1950 y 1960. Sin embargo, el progreso en muchos países de Latinoamérica, y particularmente en las naciones históricamente divididas por las diferencias de etnia y de raza, ha quedado rezagado con relación a la capacidad económica de la región y a los requerimientos mínimos para el progreso económico moderno. Es probable que parte de la explicación de este fracaso histórico yazga en el costo relativamente bajo de las habilidades y de la tecnología que Latinoamérica empezó a importar a finales del siglo diecinueve. Muchos políticos liberales, cuyos antecesores ideológicos algunos decenios antes habían insistido en que la educación era crucial para el desarrollo nacional, a la sazón veían la inversión extranjera y la migración europea como las claves de la modernización económica.

Cuando las altas tasas de crecimiento económico, que empezaron a finales del siglo diecinueve, terminaron con la Gran Depresión , las principales economías latinoamericanas se volvieron internas. La participación de la región en el comercio internacional declinó ininterrumpidamente desde 1945. 44 En la era de la posguerra, la decadencia de la participación de Latinoamérica en el comercio mundial ocurrió en parte porque varios exportadores mundiales perjudicados por la guerra se recuperaron, pero la decadencia continuó hasta el decenio de 1970. La mayor parte de las economías menores de Latinoamérica no se volvieron tan internas como las mayores, porque sus mercados eran demasiado pequeños como para absorber la producción de las eficientes fábricas manufactureras de gran dimensión. 45 Los cinco países de Centroamérica intentaron superar esta limitación mediante la creación de un mercado común en 1960, pero el esfuerzo se colapsó cuando las tensiones económicas estallaron en la guerra fronteriza de 1969 entre El Salvador y Honduras. 46 Las políticas de sustitución de las importaciones que se llevaron a cabo vigorosamente en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Uruguay en la era de la posguerra, incluso si se contrapusieran a las economías menores que tendieron más a la exportación, tuvieron el efecto de reducir la participación latinoamericana en el comercio internacional, de 13.5 por ciento en 1946, a 4.4 por ciento en 1975.

 

Conclusiones

 

Desde el colapso financiero a principios del decenio de 1980, América Latina se ha embarcado en un nuevo ciclo de globalización. Como en las eras anteriores, la globalización ha llegado antes a ciertos países y regiones, como Chile y México, que a otros. Algunas de las economías principales, como las de Argentina y Brasil, han optado por ahora no depender en el sector externo para hacer más dinámicas a sus economías. El ciclo de globalización de finales del siglo veinte aún se encuentra en una fase tan temprana de su desarrollo, que bien podría verse bloqueado por la inercia o aun revertido por las estrategias económicas de los decenios anteriores a 1982, basadas en el retorno al mercado interno. Las presiones del mercado y las preferencias políticas elitistas, sin embargo, siguen impulsando hacia la globalización. Es ineludible la lógica económica de este fenómeno, pero la viabilidad política de los gobiernos democráticos que adopten la globalización en el siglo veintiuno, dependerá en gran medida de la magnitud y la distribución de los costos y los beneficios. Se puede medir la globalización de una economía mediante la proporción de las exportaciones con relación al PIB. En Argentina y en Brasil, tal proporción aún fluctuaba entre 5 por ciento y 10 por ciento, en 1998. En Chile y en México, ésta fue de 25 por ciento y 24 por ciento, respectivamente. 47

Los tres ciclos de la globalización que se analizaron en este capítulo compartieron ciertas características que en cierto grado parecen caracterizar al proceso contemporáneo. Primero, cada ciclo de globalización hizo que se incrementara la productividad de las economías afectadas. Tras la Conquista española, el PIB per capita aumentó considerablemente a finales del siglo quince y del siglo dieciséis, alcanzó mayores niveles todavía en las economías caribeñas basadas en la esclavitud del siglo dieciocho, y nuevamente despegó en la época del crecimiento impulsado por las exportaciones, a finales del siglo diecinueve y principios del veinte. La apertura al comercio externo, al capital, a la tecnología, a las ideas y a los emigrantes, usualmente ha promovido el crecimiento económico, mientras que las economías menos integradas o cerradas han tendido a crecer más lentamente. Esto es verdad ya sea que se comparen los casos dados en un mismo periodo, ya sea que se comparen las tasas de crecimiento dentro de los países o entre los países que atraviesan fases de mayor o menor integración en la economía global. 48

El segundo punto en común es la alarmante tendencia a que una minoría minúscula coseche la mayor parte de los beneficios a corto plazo de la globalización - los conquistadores españoles, las esclavocracias, las oligarquías exportadoras y los inversionistas extranjeros. Los europeos sobrevivieron a las epidemias que ellos desencadenaron en el Nuevo Mundo, y terminaron por poseer las riquezas minerales, los títulos de las tierras que anteriormente habían pertenecido a indígenas americanos que perecieron, y el monopolio de los puestos políticos superiores y de los ingresos del erario. Los propietarios de esclavos obligaron a sus bienes humanos a trabajar a cambio de una mínima subsistencia, muy por debajo del nivel salarial que una economía de libre mercado hubiera fijado. Las oligarquías usurparon las tierras, obtuvieron ganancias altas con el escaso capital que invirtieron, y crearon gobiernos que sistemáticamente desatendieron a los recursos humanos de su nación.

Tercero, estas tres globalizaciones coincidieron con la rápida caída en el nivel de vida de la mayoría de la gente, y con un alza rápida de la inigualdad. Los indígenas americanos, vueltos aún más vulnerables por la explotación abusiva y la trasplantación, murieron por millones debido a las enfermedades europeas. El auge de la trata de esclavos transatlántica redujo el estatus legal y la integridad física de millones de africanos y sus descendientes. El crecimiento basado en la exportación produjo el despojo extensivo de las tierras de los campesinos, agrandando la diferencia entre los salarios de los trabajadores calificados y los no calificados, así como la malsana proliferación de las barriadas miserables y las favelas. En cada ciclo también hubo extensos daños ambientales, aunque se concentraron regionalmente.

Finalmente, el primer y el tercer ciclo produjeron beneficios a largo plazo que con el tiempo se extendieron a través de la sociedad. El alza en el ingreso per capita en el siglo dieciséis no continuó, pero la reanudación en el siglo diecisiete del crecimiento de la población, por lo menos en Mesoamérica, ciertamente le debió algo a las mejoras en la productividad y en el nivel de vida. El mejor argumento respecto a la proposición de que la globalización puede producir bienestar, sin embargo, viene del tercer ciclo. Las tasas relativamente altas de crecimiento económico que se alcanzaron en el medio siglo anterior a 1930, contribuyeron con el paso del tiempo a mejoras mensurables en el nivel de vida, gracias tanto a los salarios reales más altos, como al incremento de los recursos generadores, procedentes de una base de impuestos más amplia, que se destinaron al gasto público y a la inversión pública.

La historia profundamente contradictoria de los pasados ciclos de la globalización en América Latina, realza la importancia de que los políticos, los productores y los ciudadanos emprendan esfuerzos conscientes para comprender y fiscalizar de mejor manera la distribución de los costos y de los beneficios en el futuro. La "optimización Pareto" - la condición de que nadie sufra, aun cuando algunos ganen - sería un enorme paso adelante. Al iniciarse un cuarto ciclo, permanece sin respuesta una pregunta crucial. ¿Se han desarrollado lo suficiente las ciencias naturales y políticas en el curso de 500 años, como para reducir los riesgos de la globalización a niveles aceptables? ¿Será posible distribuir los costos y los beneficios del cuarto ciclo de manera más equitativa, y con menos perjuicios para el medio ambiente?

 

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Traducción de Mariano Sánchez-Ventura

 

* Publicado en Globalization and the Rural Environment, eds . Otto T. Solbrig, Robert Paarlberg, and Francesco di Castri, Cambridge, Massachusetts, David Rockefeller Center for Latin American Studies y Harvard University Press, 2001, pp. 23-47.

Respecto de la magnitud y la configuración de la economía ibérica transatlántica, ver Carla Rahn Phillips, "The Iberian Atlantic", Itinerario: European Journal of Overseas History 23, 1999, pp. 84-106.

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Ídem , cap. 4.

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La "reducción" o "congregación" de pobladores indígenas en ciudades de estilo español, en Perú, se dio con las reformas del virrey Francisco de Toledo hacia 1570; reubicaciones forzadas similares ocurrieron en toda Mesoamérica. Ver Stern, Peru 's Indian Peoples, cap. 3.

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Crosby, Columbian Exchange, caps. 3 y 5. Los efectos en la dieta aparentemente también fueron benéficos, aunque la sobre-dependencia en el maíz en Italia, y en la papa en Irlanda, causaron severos problemas hasta muy entrado el siglo diecinueve. Ver ídem . , pp. 183-185 y Arturo Warman, La historia de un bastardo: maiz y capitalismo, México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM y Fondo de Cultura Económica, 1988.

Crosby, Columbian Exchange, caps. 3 y 5. También, Joseph M. Prince y Richard H. Steckel, "Tallest in the World: Native Americans of the Great Plains in the Nineteenth Century", en NBER Working Paper Series, Historical Paper 112 , Cambridge, MA, National Bureau of Economic Research, 1998. A la implantación voluntaria de plantas y animales, debe añadirse el número incalculable de "polizones" - especialmente los pastos y otras "hierbas", así como los roedores y los insectos - que realizaron el viaje trasatlántico secretamente, al igual que las bacterias y los virus que a tantas personas mataron. Algunas de estas especies socavaron la productividad, al reducir las cosechas, pero su efecto neto a la larga aparentemente no disminuyó mucho las ganancias que fueron posibles gracias a las nuevas cosechas y a los nuevos animales de trabajo.

La recuperación de la producción de plata en la Nueva España (México) y el virreinato de Perú (Bolivia y Perú) en el siglo dieciocho, junto con el resultante crecimiento del comercio exterior, también pueden verse como una especie de proceso de reglobalización tras ese "siglo de depresión" que fue el siglo diecisiete. En el caso mexicano, sin embargo la producción de plata en 1800 tan sólo fue marginalmente mayor, si no efectivamente menor, en términos de ingresos per capita, que en 1700, mientras que la producción de plata del Perú jamás se acercó siquiera a alcanzar, incluso en términos absolutos, la producción anterior a 1630. Tocante a Mexico , ver John H. Coatsworth, "The Mexican Mining Industry in the Eighteenth Century", en The Economies of Mexico and Peru during the Late Colonial Period: 1760-1810 , eds. Nils Jacobsen y Hans Jürgen Puhle, Berlin, Colloquium Verlag , 1986, pp. 26-45. Tocante al Perú, ver Enrique Tandeter, Coercion and Market: Silver Mining in Colonial Potosí, 1692-1826 , Albuquerque, University of New Mexico Press, 1993.

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31 Ver los ensayos en Barbara L. Solow y Stanley M. Engerman, eds., British Capitalism and Caribbean Slavery: The Legacy of Eric Williams , Cambridge, GB, Cambridge University Press, 1987, especialmente la introducción de los editores.

32 El mejor estudio y análisis es Kevin H. O'Rourke y Jeffrey G. Williamson, Globalization and History: Evolution of a Nineteenth-Century Atlantic Economy , Cambridge, MA, MIT Press, 1999.

33 Victor Bulmer-Thomas, The Economic History of Latin America since Independence , Cambridge, GB, Cambridge University Press, 1994, apéndice 2, pp. 438-441.

34 Michael J. Twomey, "Patterns of Foreign Investment in Latin America in the Twentieth Century", en Latin America and the World Economy Since 1800 , eds. John H. Coatsworth y Alan M. Taylor, Cambridge, MA, David Rockefeller Center for Latin American Studies, Harvard University Press, 1998, pp. 177-185.

35 Bulmer-Thomas, The Economic History of Latin America since Independence, apéndice 3, pp. 442-447. También, André A. Hoffman y Nanno Mulder, "The Comparative Productivity Performance of Brazil and Mexico, 1950-1994", en Latin America and the World Economy Since 1800 , eds. John H. Coatsworth y Alan M. Taylor, Cambridge, MA, David Rockefeller Center for Latin American Studies, Harvard University Press, 1998, pp. 88-90. Ver también Maddison, "Explaining the Economic Convergence of Nations, 1820-1989", y O'Rourke y Williamson, Globalization and History, cap. 1, pp. 20-61.

36 Maddison, "Explaining the Economic Convergence of Nations, 1820-1989", pp. 20-61.

37 John H. Coatsworth, "Economic and Institutional Trajectories in Nineteenth-Century Latin America", en Latin America and the World Economy Since 1800 , eds. John H. Coatsworth y Alan M. Taylor, Cambridge, MA, David Rockefeller Center for Latin American Studies, Harvard University Press, 1998, pp. 23-54.

38 John H. Coatsworth, "Railroads, Landholding and Agrarian Protest in the Early Porfiriato", Hispanic American Historical Review 54, febrero de 1974, pp. 48-71.

39 La Revolución mexicana empezó en el oeste de Chihuahua, donde el acaparamiento de tierras por parte de las elites, inspirada por la construcción de los ferrocarriles, provocó que las víctimas recurrieran a las armas. Ver Friedrich Katz, The Life and Times of Pancho Villa , Stanford, Stanford University Press, 1998, p. 28. Respecto al Brasil, ver Todd A. Diacon, Millenarian Vision, Capitalist Reality: Brazil's Contestado Rebellion, 1912-16 , Durham, Duke University Press, 1991, cap. 4.

40 Un estudio apropiadamente escéptico de toda conclusión mal fundamentada, es el de Arnold J. Bauer, "Rural Workers in Spanish America: Problems of Peonage and Oppression", Hispanic American Historical Review 59, 1979, pp. 34-63.

41 Ver la obra de Allen Wells, Yucatán's Gilded Age: Haciendas, Henequen and International Harvester, 1860-1915 , Albuquerque, University of New Mexico Press, 1985.

42 Wilfredo Kapsoli, "La crisis de la sociedad peruana en el contexto de la guerra", en Reflexiones en torno a la guerra de 1879 , eds. Jorge Basadre, et al , Lima, Francisco Campodonico F. y Centro de Investigación y Capacitación, 1979, pp. 339ss.

43 El caso mexicano es típico. Ver Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, Estadísticas históricas de México , 2 vols., México, Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, 1985, vol. 1, caps. 1 y 4.

44 Bulmer-Thomas, The Economic History of Latin America since Independence, p. 271.

45 Las seis principales economías que cambiaron su economía vieron su participación en el mercado caer de 8.9 por ciento, a menos de la cuarta parte de ese nivel (2.2 por ciento), en 1975; las economías menores y más abiertas cayeron poco más de la mitad, de 4.6 por ciento a 2.2 por ciento.

46 Ídem , p. 271.

47 World Bank, Entering the 21st Century: World Development Report 1999/2000 , Oxford, Oxford University Press, 2000, pp. 254-255.

48 Hay una comprobación reciente de esta tesis en Alan M. Taylor, "On the Costs of Inward-Looking Development: Price Distortions, Growth, and Divergence in Latin America", Journal of Economic History 58, marzo de 1998, pp. 1-28.