David E. Lorey
Adiós a las soldaderas

Los significados de la celebración del 20 de Noviembre varían. A lo largo del siglo XX, son muchos y diferentes los ingredientes sociales que representan miles y miles de individuos que conviven en sus desfiles y actos conmemorativos. Para los numerosos organizadores, participantes y observadores los cometidos de la festividad resultaban múltiples. El aniversario de la Revolución cumplía varias funciones a la vez. Hoy, a principios del siglo XXI , sólo queda la lejanía de ese ritual público, cuya importancia llegó a ser central en el ambiente social y político del México de los años 20 y 30 .(1) En un país donde menos de la mitad de la población sabía leer y escribir, los desfiles y los actos espectaculares cumplían un papel sólo equivalente al que ejercen actualmente los medios masivos de comunicación. Los festejos consignaban un horizonte de lo nacional. Ahí se representaban los hitos de la edificación del Estado, las metáforas de los conflictos sociales y se fabricaban héroes y antihéroes. A través de la prensa, se forjaba una comunidad imaginaria entre los participantes.(2) La principal diferencia entre esos actos y sus representaciones actuales en los medios masivos es que aquéllos tenían lugar en la vida pública, por lo general en las calles del centro de las principales ciudades, mientras que la televisión, la radio y la prensa despliegan su efecto en espacios privados.

En sus orígenes, el 20 de Noviembre hace las funciones de un teatro público . (Su más cercano equivalente actual sería el cine.) Las fiestas reflejaban la estructura social y fijaban las fronteras de “lo propio”. Dictaban un ejemplo en cuanto a normas y comportamientos sociales en la vida pública. A su manera, definían una relación entre el ciudadano y la esfera civil. Si funcionaban como una pedagogía política marcan, ya en el régimen de Álvaro Obregón, un nuevo lugar para los militares (que conformaban el gobierno), un espacio inédito para las mujeres y un terreno explícito para la juventud. En cierta manera, impulsaron dos sitios de referencia que hacen su aparición en México hacia fines del siglo XIX: el individuo y el Estado.(3) También propician un foro educativo informal: muestran los nuevos valores “revolucionarios'',glorifican acontecimientos y actores, consagran los planes y logros posrevolucionarios. Si en la Colonia el clero católico organizaba festivales como ejercicios de persuasión didáctica, en el México posrevolucionario las conmemoraciones civiles eran un componente esencial del programa de conversión de las viejas “religiones nacionalistas” a los nuevos medios y fines.(4) Y así reforzaban la secularización de los esfuerzos de las recién estrenadas escuelas revolucionarias.(5) Las ventajas con respecto a la educación eran patentes: no requerían saber leer y escribir, su costo era bajo y tenían una gran penetración en el ámbito rural. Al igual que en la educación formal, su impacto más relevante no moldeaba habilidades sino valores. En particular, fomentaban el patriotismo y legitimaban el nuevo papel interventor del Estado posrevolucionario.(6) Y sobre todo: las celebraciones del Día de la Revolución produjeron un nuevo “libro de texto” de la historia de México.

El aliciente básico era la recreación popular. Si hoy la experiencia de la celebración pública, ya secuestrada por los medios de comunicación, se antoja como algo remoto, qué decir de su principal atractivo: la gente se divertía en ellas. En la actualidad, las fiestas se concentran en los hogares y en pequeños grupos; y se llevan a cabo el fin de semana, un hecho bastante reciente que ha desplazado a los festejos religiosos y civiles. ¡Qué diferentes eran los años 20 y 30 cuando las conmemoraciones marcaban el calendario con episodios históricos y de diversión!

Para miles de participantes y espectadores, los desfiles y los actos despertaban entusiasmo; los espectáculos deportivos atraían el interés popular y eran el símil del espíritu propagado por la Revolución. En la tradición de los “buenos tiempos” que universalmente se asocian a las celebraciones públicas, se encuentra una razón para explicar su eficacia política, pues los festivales nunca eran una simple “festividad''. Formaban, educaban y servían como representación de entidades históricas y sociales porque divertían. Para fortuna del historiador, el goce público dejó un amplio –si bien hasta hace poco tiempo olvidado– registro en periódicos, fotografías, así como en archivos tradicionales. Acaso en esta alegría compartida es posible entreleer algunas características del periodo posrevolucionario.(7)

 

El nacimiento de una fecha

Las primeras conmemoraciones del 20 de Noviembre no fueron actos precisamente elaborados. Y, hasta donde se puede percibir, no contaban en modo alguno con el apoyo oficial, si bien había funcionarios que acudían a ellos y algunas oficinas gubernamentales permanecían cerradas.(8) Las veladas sociales y literarias amenizadas por lecturas y música eran las formas más comunes para rendir tributo a los héroes de la Revolución. Las congregaba la figura de Madero. Los maderistas constituían los principales promotores de los eventos.(9)

El 20 de noviembre de 1919 , por ejemplo, el Partido Liberal Constitucionalista llevó a cabo una velada en honor a Madero, a la cual invitó a los “admiradores del apóstol y a los partidarios de la Revolución'', para que estuvieran presentes junto con sus familias en un convivio literario y musical en el Teatro Hidalgo. El encuentro contó con la participación, entre otros notables, de Manuel Ávila Camacho (más tarde presidente, 1940-1946 ).(10) El 20 de noviembre de 1921 , en el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, se llevó a cabo un “acto social” para conmemorar “el año en que Francisco I. Madero inició la Revolución, que primero lo elevó al poder y más tarde lo asesinó.''(11) En presencia del secretario de agricultura y de varios representantes del Congreso, los participantes leyeron el Plan de San Luis.(12)

A principios de los años 20, se escenificó una abierta disputa en torno al significado y la trascendencia de la fecha y el papel de Madero en la Revolución. Se discutía cómo debía recordarse el 20 de Noviembre. La prensa de la Ciudad de México aprovechó la ocasión para criticar los logros revolucionarios. Una editorial de Excélsior, por ejemplo, hacía notar:

 

El día de ayer los revolucionarios mexicanos celebraron el movimiento antiporfirista. A nosotros también nos hubiera gustado celebrarlo, aplaudiendo la Revolución. Si se cumplieran sus ideales y se desecharan los aspectos negativos, algo útil habría sucedido en beneficio de nuestro país. Nuestros campesinos son ahora más miserables, incluso después del reparto de tierras creado por la Revolución. Si continúa como hasta ahora, cualquier persona cuerda en nuestro país ya no celebrará la Revolución de Noviembre de 1910.(13)

 

En la Cámara de Diputados, la relevancia de la fecha también fue cuestionada. El debate sobre si debía ser una celebración oficial se centró en el legado de Madero y en la fecha exacta del inicio de la Revolución. Un diputado se preguntaba si de hecho el alzamiento de los hermanos Serdán, el 18 de noviembre, no debería reconocerse como el comienzo del conflicto. Otro argumentaba que no había transcurrido el tiempo suficiente para celebrar “el inicio de la Gesta”, y que además había demasiados días festivos. A estas sugerencias se opusieron los diputados que acusaron de reaccionarios a los que se negaban a celebrar el día . Cuando el diputado Emilio Portes Gil (después presidente, 1928-1930 ) fue impugnado por oponerse a decretar como oficial la festividad, respondió con una crítica sorprendente al maderismo para explicar porqué se había vuelto contra Madero. Un diputado llegó incluso a opinar que todo el experimento revolucionario, a partir de Madero, había sido un fracaso.(14)

El debate sobre la fecha de la conmemoración muestra que aún no había cristalizado un consenso. Las prácticas iniciales del 20 de Noviembre reflejaban más bien la inventiva de festivales locales que en la conciencia popular todavía no se asociaban con los intentos del gobierno por moldear su significado.(15) Las interpretaciones sobre el aniversario estaban abiertas a la impugnación de diferentes grupos, lo mismo dentro que fuera del gobierno.(16)

Cada vez más el gobierno empezó a interesarse en la festividad. El vínculo entre la fecha y su significado original pronto quedaría eclipsado por otras opciones simbólicas y un cúmulo de consideraciones prácticas. La naturaleza semi-espontánea de las primeras celebraciones se iría diluyendo en un conjunto de actos oficiales orquestados. Surgió cierto consenso: mientras que las críticas de los periodistas y los diputados a la Revolución continuaron expresándose en las décadas posteriores, las impugnaciones del aniversario se volvieron menos frecuentes.(17)

Ya como reflejo de la visión gubernamental, las celebraciones llegaron a representar los principales temas de la consolidación del poder posrevolucionario. Del mismo modo que los hitos de la edificación del Estado y de la nueva nación dominarían el discurso oficial, también definirían el tono y el carácter de las festividades civiles. El reto que enfrentaban los dirigentes era establecer relaciones directas, sin intermediarios, entre el nuevo orden y los agentes sociales.(18)

La modernización, el control y la reforma de las fuerzas armadas fueron temas distintivos que se asociaron a la oficialización del 20 de Noviembre. En el periodo posrevolucionario, el ejército federal se reducía a una institución de membrete. En rigor, las fuerzas armadas estaban compuestas por muchos ejércitos, que se guiaban por lealtades más regionales y personales que nacionales.(19) Hacia 1916, el ejército constitucionalista había crecido hasta llegar a 200,000 efectivos comandados por 50,000 oficiales, con cerca de quinientos que reclamaban el rango de general.(20) Desde ese año, los principales líderes civiles se empeñarían en disolver las lealtades militares locales y dar forma a una verdadera institución nacional que fuera leal a la presidencia.

Acaso el reto más apremiante que enfrentaron los presidentes en los años 20 y 30 fue mantener al ejército (o los ejércitos) al margen de la política. Una y otra vez, unidades armadas rebeldes amenazaban la estabilidad del gobierno. El dilema se reconocía en la opinión pública. En la campaña presidencial de 1929 , por ejemplo, José Vasconcelos (candidato del Partido Antirreeleccionista), tras denunciar que el ejército era demasiado grande para las necesidades de México, hizo un llamado a reducir drásticamente los gastos militares. Por lo regular, las autoridades civiles exhortaban a los soldados y a sus generales a servir a la nación y a las clases humildes.(21)

Para someter a las fuerzas armadas al control presidencial se ejercieron dos medidas claves: una fue deshacerse del excesivo número de oficiales; la otra, separar a las mujeres de los cuerpos militares, las famosas soldaderas. La primera se tradujo en la bien probada táctica de la jubilación adelantada, respaldada con generosas compensaciones para los mandos menores y la transformación de los altos jefes militares en dueños de valiosas propiedades o en beneficiarios de lucrativos contratos gubernamentales. Ningún general, decía Obregón, era capaz de resistir un cañonazo de 50,000 pesos. La estrategia tuvo el efecto de convertir a insubordinados potenciales en empresarios que favorecían la estabilidad antes que las aventuras políticas.(22)

En el régimen de Álvaro Obregón, los jefes castrenses retiraron a las mujeres de las filas del ejército. Durante la Revolución, las soldaderas se habían convertido en las encargadas semioficiales del avituallamiento y los servicios para los soldados más pobres. Representaban cerca de 20% del personal de las fuerzas armadas.(23) La tropa femenina, sin embargo, era considerada por muchos observadores, incluidos algunos jefes revolucionarios como Villa, el sello distintivo de una entidad premoderna y antiprofesional. Elizabeth Salas cita al general Ruelas cuando dice que las soldaderas “en adición a sus desventajas y al lamentable atraso que revelan, nos hacen el hazmerreír de todos los periodistas.''(24) Otros observadores eran más incisivos en sus críticas, al proclamar que las mujeres que acompañaban a los soldados eran “inmorales'' y que practicaban hábitos de higiene muy deficientes.(25) Al intentar modernizar y profesionalizar a las fuerzas armadas a semejanza de las de Europa y Estados Unidos, el secretario de Guerra, Joaquín Amaro, prohibió la entrada de las solda­deras a las instalaciones militares y campamentos, pues las identificaba como la principal causa del “vicio, la enfermedad, la delincuencia y el desorden.”(26) El mismo ejército se encargaría de proporcionar los servicios que antes ofrecían estas mujeres.

El 20 de Noviembre se convirtió en un escenario público para subordinar y profesionalizar las fuerzas armadas. Hacia fines de los años 20, un largo desfile militar comenzó a ser su acto más característico. Los festejos anuales celebrados en Balbuena, el campo deportivo situado en el extremo oriental de la capital, se volvieron cada vez más extravagantes. En su centro se hallaban los rituales que simbólicamente establecían la preeminencia de la autoridad civil, y fomentaban exhibiciones de lealtad por parte de los jefes militares y los soldados hacia el nuevo régimen.

 

El deporte, la violencia y lo femenino

 

Las ceremonias ponían de manifiesto la fuerza de disuación y la disciplina militares a través de la exhibición de justas deportivas y pruebas atléticas. En los desfiles se representaban, a bordo de carrozas, los deportes practicados por el ejército: polo, esgrima, natación, fútbol soccer y béisbol, entre otros.(27) El fútbol americano fue introducido con mucha fanfarria en 1930.(28) Las disciplinas que se percibían como modernas y occidentales daban la pauta.(29) Las expresiones de entusiasmo por los deportes reforzaron su creciente influencia en la vida militar. Nuevos campos, gimnasios y una serie de programas de alcance nacional proporcionaron a las tropas la oportunidad de ejercicio y recreación.(30) La preparación de los soldados se vinculó gradualmente con la disciplina física.(31)

En una evolución que no deja de ser intrigante, los ejercicios militares tradicionales y las actividades deportivas se mezclaron cada vez más. En 1929 , por ejemplo, los actos en las instalaciones de Balbuena consistieron en ejercicios gimnásticos con armas, realizados por tropas del primero y el segundo regimientos de Guardias Presidenciales. El siguiente acto exhibió pruebas atléticas de setecientas trabajadoras de las fábricas de municiones del ejército.(32) En el centro del estadio, justo frente al estrado presidencial, se formaron varias compañías del ejército, todas con uniformes deportivos, “para dar una nota de color y armonioso espíritu de camaradería''.(33) El cambio de uniformes y de ejercicios fue advertido en las páginas de la prensa:

 

En lugar de los vistosos uniformes y las deslumbrantes bayonetas, los participantes en el desfile fueron en su mayoría hombres y mujeres que representaban casi todas las ramas del deporte y llevaban los uniformes del deporte en cuestión... El desfile incluyó varios miles de miembros de la policía, soldados y bomberos, pero todos ostentando la vestimenta propia de cada rama deportiva. (34)

 

Las carrozas y las acrobacias de las unidades deportivas de los militares revestían tal importancia que merecían el escrutinio del presidente mismo. En las ceremonias, el primer mandatario por lo general celebraba los logros de los altos mandos. En 1929 , Pascual Ortíz Rubio elogió las carrozas alegóricas. En 1935, Lázaro Cárdenas encabezó las exhibiciones atléticas en honor de generales, jefes y soldados con veinte años de servicio.

Por su manifiesta popularidad, los eventos atléticos y las competencias, oficiales y no oficiales, se convirtieron en la mayor atracción. Las festividades deportivas atraían individuos de todas las condiciones sociales, incluidos muchos que no parecían particularmente atléticos. Un observador hizo notar irónicamente que “de los desfiles atléticos debemos señalar que los participantes sólo son atletas de membrete, pues se incluyen flacos, bajos y gordos, de hecho cualquiera que se considere con bastante elasticidad.''(35) Ya en los años 30 , los deportes pasaron a ocupar el centro tanto de los actos militares como de los civiles.

“Los Juegos de la Revolución'' se establecieron en 1930 . Cárdenas, a la sazón presidente del oficialista Partido Nacional Revolucionario ( pnr ), anunció este nuevo capítulo en una inserción pagada en Excélsior :

El presidente del PNR invita a los habitantes del Distrito Federal a presenciar el desfile de atletas que participarán en los Primeros Juegos de la Revolución, organizados por este partido para conmemorar la gloriosa fecha de la iniciación del Movimiento Emancipador.

 

El desfile comenzaba en la estatua de Carlos IV para dirigirse al Zócalo, donde los atletas prestaban un “juramento atlético”, una combinación de auto de fidelidad y credo deportivo. El presidente encabezaba el acto.(36) El PNR se había convertido cada vez más claramente en el organizador de las festividades. En 1932, dos enormes banderas del partido oficial seguían a los escuadrones de motociclistas en el desfile.(37) Su órgano, el diario El Nacional , le dedicó buena parte de su cobertura y publicó ediciones conmemorativas. Al mismo tiempo que aumentaba la participación del partido, los desfiles seguían siendo un atractivo popular. La Palabra hizo notar en 1934 que entre los 60,000 atletas que desfilaron se encontraban tanto participantes “oficiales'' como “espontáneos”.(38)

Esto hace pensar que las actividades deportivas y los rituales atléticos se utilizaban por su eminente potencial para imitar, moldear y desactivar la violencia.(39) Así lo argumenta Mona Ozouf con respecto al caso francés: “La representación teatral de la violencia... es una forma de disminuir a la violencia que se representa.''(40) Simbólica y prácticamente las competencias deportivas encauzaban conflictos hacia actividades no violentas. Los desfiles reforzaban la impresión de la ausencia de la violencia real en los lugares públicos: propiciaban la libertad de movimiento corporal al aire libre y creaban una atmósfera de control y disciplina.(41)

Los actos deportivos funcionaban de una manera similar a los concursos entre las pequeñas bandas musicales estudiadas por Guy P.C. Thompson en el estado de Puebla, que ofrecían salidas a las rivalidades entre las comunidades.(42) Los deportes desviaban la animadversión hacia formas no violentas entre individuos, comunidades y regiones. Como lo señala Mary Kay Vaughn, a menudo resultaban predominantes al desplazar a otros rituales simbólicos como las lides musicales, pues el entrenamiento y el mínimo equipo requerido se hallaban al alcance de todas las comunidades.(43) También entre algunos sectores sociales organizados, el deporte desempeñó una función sustancial. Así, en 1937, el Sindicato de Ferrocarriles organizó sus juegos sindicales, donde se enfrentaron, entre otros, los “maquinistas” contra el “personal administrativo”.(44)

A nivel nacional, los rituales deportivos cumplieron un papel simbólico similar. Ejemplo de esto es la forma en que el desfile moldeó la conflictualidad de lo que la mayor parte de las elites del momento veía como una amenaza social al nuevo orden: el resurgimiento de la rebelión popular. Como lo advierte Marjorie Becker, “el espectro de los ejércitos populares rondó a los vencedores constitucionalistas durante dos décadas.''(45) Si bien no gozaban de la simpatía popular, los ejércitos revolucionarios tenían una composición popular; sus filas estaban conformadas por grupos pertenecientes a las clases más humildes. Dada la conmoción de una guerra civil teñida por resentimientos étnicos y de clase, las exhibiciones deportivas deponían en un plano simbólico la amenaza de otros alzamientos con trasfondo social y popular.(46) Parte de la eficacia de los desfiles para representar este papel se originó en el carácter urbano de los espacios en los que se escenificaban. La arena de la ciudad excluía simbólicamente las tensiones rurales que habían nutrido a los ejércitos rebeldes.

Un resultado de la lucha armada fue establecer simbólicamente la autoridad civil por encima de todas las demás fuentes de autoridad. Los rituales ayudaron a definir el doble papel del gobierno: como mediador de conflictos y como legítimo depositario de los medios para ejercer la violencia pública. Las ceremonias reunían a las entidades militares y civiles en nombre de la Revolución de una manera que ponía de relieve la preparación de las fuerzas armadas para defender el nuevo orden.(47) Las competencias civiles terminaron por eclipsar a los desfiles militares atléticos, sí bien estos continuaron desempeñando el papel de representar el nuevo sitio de la fuerza legítima –y su asociación con el Estado– desde la más pequeña comunidad hasta el ámbito nacional en el corazón de la ciudad capital.

Un aspecto de la construcción del Estado en los años que siguieron al conflicto fue la integración de las diversas regiones del país. La Revolución había reactivado el regionalismo contra el que había luchado Porfirio Díaz. La fragmentación en el ejército (con sus muchos jefes) era una de sus expresiones. Las tendencias centrífugas parecían desgarrar a México. La subordinación de los intereses regionales a los del centro se volvió uno de los mayores retos políticos.(48) La integración regional se convirtió en uno de los temas característicos de las exhibiciones deportivas. En 1931 , una carrera de maratón de relevos comenzó en Puebla en la casa del mártir Aquiles Serdán y llegó al Palacio Nacional en los momentos más emotivos de la ceremonia. Ese mismo año, La Prensa destacó que el desfile incluyó representantes de varias regiones. En 1932 , las crónicas desplegaron con fanfarrias el hecho de que habían participado atletas de diecinueve estados.(49) Y, desde luego, también se llevaron a cabo actos conmemorativos en las capitales de los estados en todo el país, como un reflejo de las celebraciones de la Ciudad de México.(50) Los deportes prohijaron el desarrollo de una imaginaria comunidad de mexicanos: participantes y pueblo estaban atentos a las competencias en todo el país. Para todos la meta eran las exhibiciones en el Zócalo de la capital de la nación, en presencia del presidente.(51)

Estos símbolos de integración regional expresaban dos tendencias relacionadas entre sí. Primero, la incorporación de las regiones en las celebraciones mostraba una nación con un horizonte de fragmentos que se unían luego de diez años de guerra civil, un conflicto provocado en buena medida por la diversidad regional de intereses. Tal es el proceso que Jean Meyer describe como “la transformación del mosaico que era México en un moderno Estado-nación''.(52) En segundo lugar –y de manera especialmente evidente en el ritual de relevos de Puebla a la Ciudad de México–, subrayaban el vínculo de subalternidad de las regiones para legitimar el gobierno central.

El conflicto entre el nuevo Estado y las fuerzas armadas, cuyo eje fue afirmar la autoridad definitiva del presidente, tuvo su paralelo en la confrontación entre el gobierno y la Iglesia católica. Al igual que las fuerzas armadas, la Iglesia contaba con un mayor grado de lealtad en la sociedad que el nuevo Estado. Además, como lo hace notar Meyer, “llenaba un vacío político y representaba el papel de una oposición sustituta'', una posición que finalmente condujo al enfrentamiento violento con el gobierno entre 1926 y 1929.(53) Para contrarrestar su influencia, el gobierno buscó inculcar sentimientos patrióticos y nacionalistas, y reservarse para sí mismo la lealtad del pueblo. Las celebraciones de la Revolución reflejaban el anticlericalismo oficial de manera moderada.

Después de 1929 , las iglesias fueron obligadas a izar la bandera el 20 de Noviembre, una importante concesión simbólica de una institución que conocía el poder de tales símbolos. Los pronunciamientos oficiales fijaron, al menos desde el punto de vista retórico, una nueva relación: “los templos (eran) propiedad de la nación.''(54)

 

El trastorno de los roles

 

Los actos conmemorativos también sirvieron para figurar conflictos sociales más que políticos, sobre todo las fricciones provocadas por la transformación de la condición de la mujer. Si algo cambió después de la Revolución fue el lugar de las mujeres en las fuerzas armadas. Lo hicimos notar antes: mientras que durante la guerra civil desempeñaron un activo y combativo papel, en los años 20 la tendencia a modernizar y profesionalizar el ejército las excluyó de sus filas. Su posición en el desfile reflejaba esta nueva situación. Primero se crearon unidades “militares'' formadas por mujeres policías, lo que implicaba la separación de unidades de hombres y mujeres, y la consiguiente minimización de la relevancia de ellas.

Al mismo tiempo que quedaban relegadas de los actos militares, fueron desplazadas hacia otros roles. Participaban, por ejemplo, lo mismo junto con hombres que separadas, en los actos deportivos y dancísticos. Durante las festividades de 1930, estuvieron presentes unas dos mil estudiantes.(55) En 1934, 60,000 atletas de uno y otro sexo desfilaron a lo largo de las avenidas “en gallarda formación''.(56) Jóvenes y “bellas'' jugadoras de tenis marcharon por las principales avenidas y pasaron frente al balcón presidencial “mostrando sus mejores sonrisas. Los aplausos no se hicieron esperar.''(57) Provistas de uniformes multicolores, juraron lealtad al presidente.

Así, las transformaciones en la sociedad se expresaban en la cambiante fisonomía de los desfiles, en particular en la manera en que los contingentes eran ubicados, ataviados y ordenados. En un marcado contraste con las celebraciones prerrevolucionarias del Día de la Independencia, en las cuales a menudo representaban símbolos abstractos como el Progreso, la República, la Caridad,(58) en los desfiles de la Revolución se presentaban cada vez más como un grupo corporativo.(59)

Los actos atléticos femeninos destacaban el afán por establecer funciones “modernas''. En vista de que las mujeres eran cada vez más numerosas en los trabajos de “cuello blanco'', en profesiones ligadas a la burocracia y a las oficinas, y dado que exigían una presencia política para su nuevo perfil laboral,(60) participaron más activamente. Marchaban en grupos bien organizados y disciplinados de acuerdo con las profesiones que eran aceptables como mecanógrafas, enfermeras y secretarias. En 1935, al subrayar la importancia de la disciplina, el periódico Excélsior se refirió a la “perfecta organización y a la constante e impecable disciplina'' de las marchistas.(61) En los desfiles aparecieron también representantes de las obreras industriales.(62)

El nuevo papel de las mujeres como consumidoras, resultado de una “revolución del consumo'' que se había extendido en las ciudades mexicanas desde el Porfíriato, también se puso de manifiesto en el espacio creado por el 20 de Noviembre. Las celebraciones ofrecían a los marchistas, tanto hombres como mujeres, un despliegue paralelo de mercancías.(63) Mientras desfilaban, podían admirar un paisaje de aparadores arreglados por los comercios para la ocasión, que exhibían la mercancía moderna disponible para las crecientes clases medias.

El hecho de que la incorporación de las mujeres se escenificó en estos términos resultó perturbador para muchos. En una caricatura de 1940 , un joven que ve el desfile de las atletas comenta a otro:

 

–Por favor, no digas nada a nadie, que esa rubia es mi novia.

–¿Tendré que decir que también es mía?

 

El primero de ellos no quiere que se sepa que su novia desfila en la calle. La actitud de ella le resulta amenazante en un contexto de papeles admitidos para hombres y mujeres. La confesión del segundo, y su implícita preocupación por la fidelidad de ella, parecen confirmar el miedo, quizá muy extendido, de que una presencia más activa de la mujer en la esfera pública conduciría a cambios perturbadores, incluso a una menor sumisión en la vida privada.

Otra caricatura, esta vez de 1944, muestra a una pareja ya mayor en la cocina. El marido (“El marido ejemplar'' es el encabezado de la caricatura) lleva un delantal mientras fríe unos huevos. La mujer, vestida con el uniforme del desfile y cubierta de sudor, increpa al hombre: “¡Vamos a ver sí te apuras...! Vengo hecha polvo del desfile atlético...'' Aquí, las funciones tradicionales se han revertido, con la mujer en uniforme que da órdenes al marido ataviado con un delantal. De nuevo, el desfile expresaba el trastorno de los roles establecidos. En ambas caricaturas, los lugares tradicionales de los varones parecen hallarse cuestionados por el nuevo orden. Las percepciones de los desfiles revolucionarios, al menos en los casos mencionados, reflejaban el malestar con respecto a las cambiantes nociones de los ámbitos apropiados para los sexos.

 

Notas

* Extracto del ensayo “México y su festival revolucionario. Celebraciones del 20 de Noviembre en los años 20 y 30”.
1 Ver la discusión sobre los diferentes tipos de celebraciones públicas en Erick Hobsbawm et. al., The Invention of Tradition, London, Cambridge University Press, 1992, p. 9. 2 Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 1991, pp. 22-36, 67-82.
3 William E. French, “Progreso forzado: Workers and the Inculcation of the Capitalist Work Ethic in the Parral Mining District”, en William H. Beezley et. al., Rituals of Rule, Rituals of Resistance, pp. 191-212. Cf. Christopher Lane, The Rights of Rulers: Ritual in Industrial Societies: The Soviet Case, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, p. 61. En torno a las dimensiones “totalizadoras” e “individualizadoras” en la formación del Estado, ver Philip Corrigan y Derek Sayer, The Great Arch: English State Formation as Cultural Revolution, Nueva York, Basil Blackwell, 1985.4 W. H. Beezley, op. cit., p. 2.
5 F. Turner, The Dynamic of Mexican Nationalism, Carolina, University of Carolina Press, 1968, pp. 266-272; Lynn Hunt, Politics, Culture, and Class in the French Revolution, Berkeley, University of California Press, 1984, p. 68.
6 Sobre las similaridades con el caso francés, ver Eugen Weber, Peasants into Frenchmen: The Modernization of Rural France, Stanford, Stanford University Press, 1976, p. 332.7 Ver Charles Rearick, “Festivals in Modern France: the experiencie of the Third Republic’’, Journal of Contemporary History, nº 12, July, 1977, p. 440. Sobre el goce compartido en la celebración pública, ver Roy Rosenzweig, Eight Hours for What We Will: Workers and Leisure in an Industrial City, 1870-1920, Cambridge, Cambridge University Press, 1983, p. 2.
8 El Demócrata, 20 de noviembre, 1922, p. 1.
9 Idem.10 El Demócrata, 19 de noviembre, 1919, p. 5.
11 Excélsior, 21 de noviembre, 1919, p. 1.
12 La celebración de las veladas no desapareció después del periodo inicial. En 1934, por ejemplo, un grupo promaderista anunció su velada anual, con entrada libre y acceso a todos los asientos del Palacio de Bellas Artes. La Prensa, 20 de noviembre, 1934, Segunda Sección, p. 1.13 Excelsior, 21 de noviembre, 1923, p. 3.
14 Diario de Debates, Cámara de Diputados, xxix Legislatura, 11 de noviembre, 1920.
15 Ch. Rearick, op. cit., p. 444.
16 Ibid., p. 445.17 Ver comentarios críticos similares en los medios informativos recopilados por Ilene V. O. Malley, The Myth of Revolution: Hero, Cults and the Institutionalization of the Mexican State 1920-1940, Nueva York, Greenwood Press, 1986, p. 24.
18 Reinhard Bendix, Nationbuilding and Citizenship: Studies of Our Changing Social Order, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1985, en particular las páginas 89-105.
19 Dudley Ankerson, Agrarian Warlord: Saturnino Cedillo and the Mexican Revolution in San Luis Potosí, DeKalb, Northern Illinois University Press, 1984, p. 195.20 Edwin Liewen, Mexican Militarism: The Political Rise and Fall of the Revolutionary Army, 1910-1940, Westport, Greenwood Press, 1968, p. 45.
21 Idem., pp. 106-120.
22 E. Liewen, idem., pp. 58, 64; p. 118. También se utilizaron otros métodos como la fragmentación de jefaturas militares. Se ordenó que divisiones del ejército se emplearan en proyectos de obras públicas. El número total de soldados se redujo a 50,000 hombres. Joaquín Amaro, secretario de Guerra, contrajo gradualmente el presupuesto militar. En los años 30, el presupuesto disminuyó aún más. Se construyeron escuelas para los hijos de las familias de militares, se incrementaron las prestaciones para servicios médicos, se estableció un sistema de seguro de vida, el servicio militar obligatorio se aplicó a partir de 1939.
23 Elizabeth Salas, Soldaderas in the Mexican Military: Myth and History, Austin, University of Texas Press, 1990, pp. 36 y 40.
24 Idem., p. 49.
25 Sobre las soldaderas zapatistas, ver Francisco Ramírez Plancarte, La Ciudad de México durante la revolución constitucionalista, México, Ediciones Botas, 1941, p. 406.
26 E. Liewen, op. cit., p. 94.27 La Prensa, 20 de noviembre, 1929, p. 3.
28 Excélsior, 15 de noviembre, 1930, Segunda Sección, p. 3.
29 Sobre el cambiante y relativo prestigio de los deportes, ver John W. Loy, Barry D. McPherson, y Gerald Kenyon, Sport and Social Systems: A Guide to the Analysis, Problems, and Literature, Reading, Mass., Addison-Wesley, 1978, p. 365.
30 E. Liewen, op. cit., p. 95.
31 Excélsior, 21 de noviembre, 1929, p. 1.32 La Prensa, 20 de noviembre, 1929, p. 3.
33 La Prensa, 21 de noviembre, 1929, p. 1.
34 Excelsior, 21 de noviembre, 1931, Segunda Edición, p. 2.
35 En un tono similar, el mismo comentarista opinaba que los desfiles atléticos beneficiaban únicamente a los vendedores de “disfraces’’. La Palabra, 19 de noviembre, p. 3.
36 Excelsior, 20 de noviembre, 1930, p. 4.37 La Prensa, 20 de noviembre, 1932, p. 8.
38 La Palabra, 19 de noviembre, 1934, p. 1.
39 Sobre deportes y violencia, ver Loy et al., op. cit., pp. 287-288, 387; y Paul Connerton, How Societies Remember, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, p. 49. Ver asimismo Thomas G. Sanders, “Social Functions of Futebol”, en G. Harvey Summ (eds.), Brazilian Mosaic: Portraits of a Diverse People and Culture, Willmington, Scholarly Resources, 1995, pp. 159-162.
40 Mona Ozouf, Festivals and the French Revolution, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, p. 103.
41 Idem., pp. 27-28.
42 Guy p.c. Thomson, “The Ceremonial and Political Roles of Village Bands, 1846-1974”, en Beezley et al., op. cit., pp. 307-342.
43 Mary Kay Vaughn, “The Constructíon of the Patriotic Festival in Tecamachalco, Puebla, 1900-1946”, en Beezley, et al., op. cit., pp. 213-245.
44 Archivo General de la Nación (en lo sucesivo agn), Ramo Lázaro Cárdenas, vol. 107, exp. 135.21/37.
45 Marjorie Becker, Setting the Virgin on Fire: Lázaro Cárdenas, Michoacán Peasants, and the Redemption of the Mexican Revolution, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1995, p. 5.
46 Kevin J. Middlebrook, The Paradox of Revolution: Labor, the State, and Authoritarianism in Mexico, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1995, pp. 154-155; Cf. George L. Mosse, The Nationalizatíon of the Masses: Symbolism and Mass Movements in Germany from the Napolenic Wars Through the Third Reich, Nueva York, Howard Fertig, 1975, p. 82.47 No sólo en torno al 20 de Noviembre se redefinió el papel de las fuerzas armadas en lo que respecta a los actos rituales. Un ejemplo fascinante sobre el tema de la acción militar en favor del nuevo Estado se manifiesta en la celebración del “Día del Árbol’’ (20 de febrero), que a principios de los años 30 servía de ocasión para que los jefes militares aparecieran plantando árboles en las campañas nacionales contra la deforestación. Ver, por ejemplo, Excélsior, 14 de febrero, 1932, p. 7. Ese año, el secretario de Guerra ordenó a los jefes de operaciones militares de todo el país “organizar festivales en honor de los árboles y plantar tantos como sea posible’’. En 1935, Excélsior informaba (15 de febrero, p. 3) que tropas serían responsables del cuidado de los árboles, con lo cual quedaban satisfechas “las intenciones del Presidente de la República.’’48 Alan Knight, The Mexican Revolution, Lincoln, University of Nebraska Press, 1990, vol. 1.
49 La Prensa, 20 de noviembre, 1932, p. 3.
50 Excélsior, 19 de noviembre, 1934, p. 7 y 21 de noviembre, 1934, pp. 1, 10, para los detalles de Puebla y Veracruz. Ver también Loy et al., op. cit., p. 287.
51 B. Anderson, op. cit.
52 Jean Meyer, “Revolution and Reconstruction in the 1920s”, en Leslie Bethell (ed.), Mexico since Independence, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, p. 239.53 J. Meyer, op. cit., p. 205.
54 Para un reportaje sobre la primera ocasión en que la Iglesia cumplió con esta ley, ver Excélsior, 15 de noviembre, 1930. Ver Alan Knight, “Popular Culture and the Revolutionary State”, pp. 401-406. Asimismo Peter L. Reich, Hidden Revolution: The Catholic Church in Politics since 1929, ucla, tesis de doctorado, 1991, p. 64.55 Excélsior, 21 de noviembre, 1930, p. 8.
56 La Prensa, 19 de noviembre, 1934. Ese año el desfile se celebró el domingo anterior al martes 20.
57 Excélsior, 19 de noviembre, 1934, p. 6.
58 Ver, por ejemplo, las viñetas de las carrozas del desfile en Clementina Díaz de Ovando, Las fiestas patrias en el México de hace un siglo, 1883, Ciudad de México, Centro de Estudios de Historia de México, condumex, 1984.
59 Ver William H. Beezley, “Recreating the Creation of Mexico: Pondering the Nineteenth Century Celebratíons of the Independence”, Mimeo.60 Ver Shirlene Soto, Emergence of the Modern Mexican Woman, Arden Press, 1990; Frederick Turner, The Dynamic of Mexican Nationalism, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1968, pp. 189-200; y Vivian M. Vallens, Working Women in Mexico during the Porfiriato, 1880-1910, San Francisco, r&e Research Associates, 1978. Una creciente participación de la fuerza de trabajo femenina parece haber ocurrido sobre todo en los años 20 y 30 entre las mujeres solteras. Ver Lanny Thompson en Jaime Rodríguez O. y Virginia Guedea (editores), Five Centuries of Mexican History: Papers of the VII Conference of Mexican and North American Historians, Ciudad de México, Instituto Mora, 1992, pp. 307-324.
61 Excélsior, 18 de noviembre, 1935, p. 8. También se celebraba el papel de la mujer en la Revolución. Ver, por ejemplo, El Nacional, 20 de noviembre, 1936, p. 1.
62 El Nacional, 20 de noviembre, 1936, p. 8.
63 Ver Stephen B. Bunker, Consumers of Good Taste: Marketing Modernity in Northerh Mexico, 1890-191011, tesis de maestría, Universidad de Columbia Británica, 1994, p. 2; y Rosalind H. Williams, Dream Worlds: Mass Consumptíon in Late Nineteenth-Century France, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1982.

David E. Lorey, "Adiós sa las soldaderas", Fractal nº 31, octubre-diciembre, 2003, año VIII, volumen VIII, pp.111-130.