DANIEL DESSEIN


Las megalibrerías y los libros

 

 

En las megalibrerías las cifras opacan a las letras; los cientos de miles de libros expuestos, las posiciones en los rankings de ventas resaltadas en anaqueles estratégicamente ubicados, los números que indican los miles de ejemplares vendidos en las fajas que adornan los best sellers, los miles de peregrinos que las recorren diariamente. Como ejemplo representativo del fenómeno, la librería más grande de Buenos Aires, la ciudad desde donde escribo, tiene 1500 metros cuadrados de superficie, más de 300.000 libros en exhibición y más de 10.000 visitantes diarios de promedio. Estas cifras intimidarían a cualquier topógrafo que quisiera delinear minuciosamente la superficie del territorio que ocupa este shopping literario. El hecho de que lo que se expone allí sean libros, que apilados formarían una torre de 90.000 kilos, unos 7.500 metros de altura (23 veces más alta que la torre Eiffel) y que tardaríamos más de 300 años sin dormir en leerlos, torna más complejo todo intento de describir acabadamente a esta ‘’biblioteca de Babel’’. Pero no hay que caer en la tendencia moderna de sustituir las ideas por las cifras, de consagrar como único criterio axiológico al accidente cantidad. Lo cierto es que la mayoría de los volúmenes expuestos no alcanzan una mínima calidad literaria;

que dentro de los cientos de miles de visitantes hay un escaso porcentaje de lectores habituales. En muchos juicios apresurados se canonizan indiscriminadamente a los libros; sin tener en cuenta que el libro brinda su formato tanto a la Biblia como a ‘’Mein kampf’’, a obras geniales y a páginas mediocres, a frases inmortales y a párrafos olvidables, a hondas verdades y a grandes mentiras. Sin duda, la diversidad es una de las características salientes de estas librerías; en un mismo ambiente conviven el optimismo ingenuo de Richard Bach junto a los amargos silogismos de Cioran, “El ser y la nada’’ y la “Summa Teológica’’, el vomitivo “Almuerzo desnudo’’ de Burroughs junto a “El candor del padre Brown’’, el omnipresente Coelho al lado de escritores talentosos, y una vasta gama de textos cuya temática va desde el marketing o la jardinería hasta las artes plásticas o las artes marciales.

¿Cómo descubrir los verdaderos Evangelios entre millares de textos apócrifos? La mejor manera de esconder un buen libro es rodearlo de malos libros, convertirlos en agujas de un pajar literario, me reveló un viejo librero. La única brújula para orientarse es la publicidad, las gigantografías y las montañas de libros que promocionan a los best sellers y a las estrellas literarias de los holdings editoriales. La directora de uno de los grupos editoriales más fuertes de Latinoamérica me dijo, hace unos meses, que en la actualidad no se podía luchar contra la marea intentando imponer la buena literatura y que las editoriales debían comprender que lo importante es que el público lea libros, independientemente de su contenido. Creo que este tipo de razonamientos, que pueden encontrar cierto asidero en un corto plazo, en el largo tienen un efecto devastador. Si la industria editorial pretende evitar la fuga de lectores que finalmente naufragan en internet o en los canales de televisión, debe apoyar a las obras profundas, que son las formadoras de bibliófilos, y no a las superficiales y superfluas que terminan defraudando a sus adquirentes y son causa del éxodo no deseado. No debe adoptar las pautas de los medios con los que intenta competir: el privilegio de lo novedoso y efímero en detrimento de lo sustancial y perenne. Simplemente porque en esa área, en la superficie, sus competidores son los especialistas; el reciclaje periódico de miles de toneladas de papel para dar lugar a las novedades es un excelente negocio de la industria papelera pero no de la editorial. Las editoriales tienen que concebir al libro como alternativa y no como otra opción, como un fin en sí mismo y no como un medio más. Asimismo, la crítica debe recuperar el papel que la publicidad le ha quitado. Los grandes libros son los que conceden al lector su lugar como co-creador, no los que le ahorran ese esfuerzo; los que aportan originalidad, belleza y sagacidad; los que estimulan los sueños o la reflexión; los que superan las contingencias del tiempo y las trascienden; todos aquellos que dejan su marca indeleble y operan un efecto transformador en el alma.