La noche triste. 

- I -

La masa del palacio de Axayácatl se alzaba imponente. Una multitud la rodeaba; una multitud frenética, que alzando sus puños en actitud de enojo, amenazaba y mostraba sus iras....
Todos, todos la formaban, todas las clases se mezclaban para pedir

justicia, para clamar venganza: las tilmalli de lino, adornados con hermosos bordados y cubiertas de oro y pedrería, ópalos, turquesas, estetl y chalchihuitl de los tecutli, se observaban entre las burdas mantas con que vestían los macehualli, los plebeyos, cuyos cactli no eran adornados con plumas irisadas, ni su cuerpo cubrían con refulgentes piedras preciosas...

Pero todos tenían contraído el cobrizo rostro, la sangre hirviente y la mirada dura; todos clamaban por su honor lastimado, por su libertad amenazada, por su religión profanada, y miraban a las azoteas del palacio, esperando ver subir al que merecedor se había hecho de sus justas iras y de sus deseos de venganza....
Más, repentinamente, calla la turba, agachan
 
Jorge Mateo Cuesta Porte-Petit (c.1904)
 
Jorge Cuesta (1905-1906)

todos sus cabezas, bajan sus brazos y suavizan su rostro. El emperador Moctecuzohma, el que ha sido humillado, al que han arrebatado su poder y su riqueza, pero que aún es respetado y temido, aparece en la azotea adornado con las lujosas vestiduras imperiales y el penacho de miríficas plumas en la testa erguida.


Mas uno de los nobles, de los tecutli altivos, ni agachó su cabeza, ni suavizó su rostro, sino que mira con su mirada desafiante al emperador, esperando ver salir de él, al profanador, al vil; y, fiero, escucha la palabra, hoy temblorosa del monarca humillado, que se hiciera temer por toda la tierra:
- ¡Calmáos vosotros los tecutli que tenéis de mi sangre principesca en vuestras venas; calmáos vosotros los macehualli que tenéis mi cariño, que tenéis mi protección; calmáos... calmáos todos. El hombre blanco que os exaspera, os pide perdon y permiso para retirarse y se disculpa de los errores que ha cometido. Yo soy el rey, y le perdono y le disculpo y le permito que abandone el país;

 
Jorge Cuesta (c. 1908)
 
Jorge Cuesta (c. 1908)

 

país que erróneamente ha profanado y herido y os digo y os ordeno que hagáis como lo he hecho yo que soy vuestro rey por el mandato de Dios...
Mas entre todas las cabezas agachadas, una se yergue, entre todos los rostros sumisos, uno se encara al rey y entre el otorgador silencio una voz broncínea se escapa de la cara contraída de un gallardo guerrero...

Es el noble que antes no se humillara ante la figura augusta del monarca destronado, es el príncipe gallardo y fiero que, aunque adornado de pedrería y oro, blande en su brazo la macana y lleva el arco en la espalda y el carcax lleno de flechas en el maztlatl....
Es el atrevido, el valiente que, iracundo,habla así, contestando a las palabras del monarca:

- Tú, el afeminado..., tú el cobarde, no eres ya el rey.... Tú ya perdiste el poder inmenso que te diera Mexitli; ya tu caracter se ha disuelto por el temor; ya tu entereza no existe; y si bien te cubren los mantos imperiales

Jorge Cuesta a los 11 años

penales y ostentas las insignias de general, no eres ya, ni el general, ni el emperador: ¡eres el cobarde, el afeminado, el traidor, y, en nombre de los tecutli que, como yo, reniegan de su parentesco contigo, que antes les honrara, y de los plebeyos que son hoy más nobles y más príncipes que tú, te maldigo, y reniego de tu mando...

Y templando su arco, envió una flecha que zumbó a los oídos del emperador asombrado, entre la multitud, ahora más agresiva, más iracunda y más frenética, que le tiró con piedras, a él... a él que antes había sido tan sagrado como los dioses y que como ellos llevaba en la frente el signo de Dios.

- II -

Parpadeaban las estrellas pálidas y pequeñas, se obscurecía la tierra y una paz profunda se extendía por todo el valle de México.... Rielaban las aguas obscuras del lago la luz plateada de la luna y una que otra canoa interrumpía el monótono cuadro de las chinampas cubiertas por la vegetación espesa y florada.

Primera Comunión (6 de Enero de 1914)

Una silueta se alejaba del centro de la gran ciudad, a través de los huecos espacios entre las hileras de las casas, ahora silenciosas y sombrías. Un bulto cargaba, alargado y sin forma definida, y se notaba en sus movimientos el deseo de no estropearlo.

Llegado al campo el indio, que era la silueta, cerca del lago, se detuvo, colocó el fardo en el suelo, que apareció ante la luz difusa y mortecina de la luna, que antes no lo alumbrara entre la sombra de las paredes de las casas; era un cuerpo humano, vestido lujosamente, adornado con plumas de quetzal y pájaros-mosca, y entre las plumas y las telas se notaba por momentos el reflejo amarillo del metal precioso. Mas una mancha cubría su pecho, una mancha, cuyo origen y aspecto habían ocultado las sombras, pero que tomó un tinte distinguible bajo los rayos plateados de la luna pálida... Era una mancha de sangre. Su rostro no tenía el brillo de los demás rostros y sus ojos estaban cerrados... Era un cuerpo humano, pero un cuerpo humano muerto....

 
Jorge y Néstor Gregorio Cuesta
Porte-Petit (1917-1919)

 
Jorge Cuesta (c. 1919-1920)

III

Era el cadáver de Motecuzohma el majestuoso, del emperador grandioso que se hiciera temer por dondequiera que pasaba con sus tropas adictas, con sus ejércitos grandes, de soldados aguerridos y valientes, que iban en busca de los prisioneros que serían llevados ante la faz insaciable de Tezcatlipoca, para que el topiltzin les extrajera el corazón en la enrojecida Techcatl o les desprendiera del cuerpo la cabeza en el sagrado cuauhxicalli...

Era Motecuzohma, el descendiente de Illuicamina...
Era Motecuzohma que había muerto, y ¡ay! asesinado por los invasores que predestinara Quetzalcoatl el sabio y misterioso, por serles, también, inútil a ellos...
Él, el aconsejado por los dioses, el que mantuviera y aumentara el poder del imperio extensísimo que conquistara Illuicamina, era despreciado por los suyos y asesinado por los blancos ¡Pobre monarca!...

Y una llamarada se alzó y entre lo

Jorge Cuesta en la época de su llegada a la Ciudad de México (1922)

rojizo de su fuego, fué convertido en cenizas el imperial despojo, que religiosamente fueron regadas en las aguas movedizas del lago, por el servidor, que antes fiel, lo era ahora en su muerte aunque ocultamente.


IV.

De repente, no son ya las monótonas voces de las ranas, no los augureros cantos del tecolotl, son los redobles estruendosos del teponaxtli y los cantos de guerra de los caracoles, los que se escuchan, y como por esos sonidos evocada, la movediza silueta de una caravana, se ve avanzar por una de las calles de la, hace un momento, tranquila Tenochtitlán....

Pero ¡oh rareza! la caravana es silenciosa, es fantasmal, ningún ruido la ha anunciado, a no ser los que, centinelas avizores, emitieran por el caracol sonoro o por el estruendoso teponaxtli. Y a su evocación, surgiendo también, se ven por todas las calles, las extrañas figuras de hombres que corren, con penachos de plumas en la cabeza, chimal al brazo y la macana temible en la diestra....

Jorge Cuesta (c. 1934)

Pronto se reúnen, pronto se enfrentan al grupo que forma la caravana silenciosa, y pronto también, callan las ranas sus soliloquios y los tecolotl sus cantos, espantados por el sonido del cañón y de los arcabuces, por los alaridos de los combatientes y los cantos guerreros del caracol y el redoble del teponaxtli....

Los relámpagos, no azulosos y plateados, sino rojizos y trágicos, fuljen, y es el trueno del cañón más sonoro que el trueno del rayo....
Y alumbrada por la luz mortecina de la luna, se nota una masa confusa, informe, agitada entre las calles de la gran ciudad.


V

Todo ha vuelto a quedar en silencio. Nada turba ya la paz solemne del valle....
Canta la alondra, y a su llamado acude la aurora rosácea y ténue que colora las nubes del horizonte y que riega su luz por los campos, por los lagos y por la callada ciudad que se despierta....
Trinan los pájaros entonces, huelen las flores, se coloran los pétalos y una harmonía deliciosa se nota en todas partes....

Jorge Cuesta (c. 1936)

En la lejana serranía, ignorantes de todo, el cenzontle, el ruiseñor y las demás aves canoras, dan al viento las melodías de sus cantos....
Entre las dos masas imponentes de los dos volcanes de faz blanca, se asoma la del sol, luminosa y ardiente...

Ya iluminado todo, se adivina lo sucedido en la noche que, no obstante que había sido noche de estrellas y de luna, había sido triste.
Los cadáveres yacen por las calles; ya españoles encorazados, ya indios cubiertos por las pieles del ocelotl o las plumas del águila; y las aguas agitadas del lago, aparecen enfangadas y rojizas.
Y allá, a un lado de la calzada que pretendiera cruzar la silenciosa caravana de los conquistadores, bajo un ahuehuetl corpulento que tiende sus ramas como innúmeros brazos y destaca su sombra, un hombre llora, un hombre barbado y blanco, cubierto con una coraza, que hoy no centellea, opacada por las purpúreas manchas de la sangre... Es el conquistador que llora por la muerte de algunos de sus soldados y la indecisa suerte de los que aún viven.

Jorge Cuesta, fotografía de Manuel Álvarez Bravo (c. 1930)

A su lado, Malintzin cabizbaja y triste pretende consolarle y le tiende sus

brazos, mientras que el ahuehuetl cubre con su sombra a ambos, y destaca su figura hierática y altiva.

* * *

En una cena, en la mesa de la derecha, al fondo, Jorge Cuesta y personas no identificadas.

El fastidioso.

Por la vía Sacra, en Roma, Horacio, el poeta latino, paseaba con el objeto de distraer su ánimo de los trabajos agobiantes que había tenido en los días anteriores.

Cuando más descuidado estaba, se dio cuenta que a su lado iba un sujeto de aspecto repugnante, o mejor antipático, que, al apercibirse de que el poeta había notado su presencia, le saludó afectuosamente, expresándole sus deseos de acompañarle en su paseo pues, para él, era imposible pasear sin un acompañante que le sirviera para escucharle.
Horacio, extrañado por la brusca introducción de tal sujeto, le hizo notar que él no le había llamado por serle más grato, pasear sin compañía alguna.
- Pero,- replicó el impertinente - cómo es posible que una persona ilustrada, como ud., se niegue a entablar conversación, pecaré de inmodesto, con otra, no menos ilustrada, que soy yo.

Dibujo de Jorge Cuesta por Carlos Orozco Romero

 

- Si es que yo, - hubo de contestarle Horacio - voy a visitar a unos amigos que viven al otro lado del Tíber que a ud. no conocen y por tanto, no debe ud. venir conmigo.

- Pero eso es solucionado de una manera: me presenta ud. a ellos, y...
- Mas si ni a mí me es conocido ud.
- Ya le he hecho una relación de mis cualidades, más o menos extensa o comprensible, en cuanto a mi nombre....
- Sea - dijo Horacio no encontrando qué replicar, resignado a seguir con tan fastidiosa compañía que no dejó un momento de hacerle escuchar una serie de frases sin sentido y vanas.
Después, recordó Horacio la predestinación que a él hiciera una adivina cuando fué pequeño diciéndole que temiera a esa clase de fastidiosos, porque uno de ellos le procuraría un daño que acaso fuera la muerte.

Comida a Enrique Diez-Canedo (2 de septiembre de 1932). De pié (de izquierda a derecha): Florisel, Xavier Villaurrutia, Francisco Monterde, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Manuel Toussaint, Artemio del Valle-Arizpe, Xavier Icaza, Enrique González Rojo, Bernardo Ortíz de Montellano, Guillermo Jiménez, Jorge Cuesta y Celestino Gorostiza. Sentados: Samuel Ramos, Roberto Montenegro, Julio Torri, Salvador Novo, Enrique Diez-Canedo, Palma Guillén, Gonzalo Zaldumbide, Enrique González Martínez y Mariano Azuela.

 

En lo alto.

(Imitación de Leopoldo Lugones).
Alto, más alto que los techos rojos de las otras casas, menos lejos de las estrellas que aparecen, frente al sol que se hunde en un incendio que platea la nieve del volcán, estaba la terraza en que me hallaba contemplando el sublime aspecto del crepúsculo, que evocó en mi imaginación una serie de ensueños
Desprendidos, como yo me sentí desde lo alto, del contacto terreno, del contacto de lo real, surgieron como fantasmas evocados a un conjuro, como imágenes salidas a un llamado.

¡Los ensueños que tuve! ¡Mis ensueños! ¡Mis ensueños que son ambiciones y son ansias! ¡Ambiciones de triunfo, ambiciones de premio, ambiciones de gloria; y ansias de trabajo y de dicha y de ciencia y de amor!
Y tras los ensueños, los recuerdos llegaron haciendo surgir nuevas imágenes.
Recordé los grandes hombres que pudieron hacer reales las formas de sus sueños, que pudieron descender hasta la multitud sus visiones miríficas,

Jorge Cuesta en Xochimilco, a su derecha se encuentra su padre, Don Néstor Cuesta Ruíz.

que pudieron triunfar, formándose una aureola de gloria que admiración causó.
¡Galileo, Lavoisier, Stephenson, Franklin, Miguel Angel, Velázquez, Rembrandt, Mozart, Beethoven, Lizst, El Dante, Shakespeare, Hugo, Ibksen, Verlaine!

Y en ellos admiré sus manos de trabajo, callosas y recias de unos que a la Humanidad llevaron al progreso; delicadas y finas de otros, señalando con energía las sublimes formas que evocar supieron sus imaginaciones geniales; y las de los demás, arrancando, locas, a los sonoros instrumentos sus notas melodiosas, penetrantes, emocionantes, también sublimes!
Y comparé a ellos con los hombres de ahora, con los hombres de mi patria que no saben formar el camino que la conduzca al poder, a su multitud al progreso, y a todos a admirar algo sublime que sabe mostrar una voz armoniosa acompañada de ademanes enérgicos que indican los horizontes nuevos que descubrió el visionario lúcido, que sabe evocar con su música bella, un arrancador de arpegios de las cuerdas sonoras.

Dibujo de Jorge Cuesta por
Xavier Villaurrutia.

Y entonces, mi ambición se despierta, el ansia me llena y miro brotar de la multitud heterogénea de mi patria antes obscura, una legión luminosa de hombres grandes que llene de luz.


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Y volví a verme sólo en lo alto, encima de los techos rojos de las otras casas, menos lejos de las estrellas que parpadeaban ya.

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Formación de la patria.

Surgió, apareció, ya sólido, ya formado, ya grande, el cuerpo de bronce de la patria. Apareció después de tres siglos de haber estado la aleación en el crisol, colorándose de rojo, líquida, pareciéndose en su incandescencia al mismo fuego que la fundía y que la hacía candente. Apareció después de tres siglos de difícil trabajo que inundó de sudor los campos y hasta de sangre; que hizo opacarse a la atmósfera con el humo obscuro desprendido del constante combustible

   
   
Jorge Cuesta (c. 1936)

que alimentaba la fundición; que dió a los crepúsculos un color rojo más intenso, más vivo, y que, hasta en la noche, colorando con sus llamas la transparencia de la atmósfera, hacía que se vieran rojas las estrellas.

Y después de tres siglos, los hombres que la hicieron, palparon las formas de su cuerpo sólido y pudieron admirar sus líneas bellas, apreciar su solidez, su tamaño y ¡ay!, entonces también notaron el producto de sus descuidos: los defectos que podrían hacerla, hasta inútil. No era homogénea la mezcla. En algunas partes era sólo el metal blanco el que se veía: el estaño; esas partes eran frágiles. En otras sólo era el cobre rojizo, también frágil.
E intentaron levantarla sobre un viejo pedestal; pero sucedió lo previsto: se rompió y su mole pesada cayó sobre los trabajadores ardorosos y la sangre formó el charco en que yació la estátua mutilada y rota.
Mas, pronto, vuelven a lamerla las llamas, a ponerla incandescente, a fundirla;

 

vuelve un nuevo trabajo arduo, difícil; vuelven nuevos trabajadores más tenaces....

Y allí se llegaron, como los caballeros se llegaban en la fundición de las campanas a dar sus sortijas al fuego, a dejar cuanto poseían. Allí, en la boca humeante del crisol gigantesco, arrojaron sus espadas los militares; allí, arrojaron los herreros sus yunques y martillos, los labradores sus azadas, los escritores sus pequeñas plumas; allí trajeron los párrocos humildes y los obispos altivos, las campanas pequeñas y las grandes campanas de sus parroquias y catedrales; allí, llegaron los poetas y arrojaron sus liras y las mujeres sus joyas; y allí, muchos que no tenían qué arrojar, arrojaron sus cuerpos que envolvió la llama, como la patria bandera al cadete heroico de Chapultepec.
Más de un siglo duró el nuevo trabajo, la nueva formación más que compostura de la simbólica estatua, del cuerpo gigantesco de la patria. Y, hoy, después de ese siglo, vamos a intentar levantarla.... Aún algunos defectos

Probablemente, una de las últimas fotos tomadas a
Jorge Cuesta (1941-1942)

hacen temer un nuevo desengaño; pero vamos a intentar levantarla.


¡Trabajadores decididos, trabajadores que habéis sido eternos; que habéis perdurado desde que los dos metales, encarnaciones simbólicas de las dos razas, se encontraron, se unieron, se mezclaron, formando la aleación que sería la carne de la patria; carne de bronce, carne dura, carne que es mezcla del cobre que era la del azteca y llevaba sus instintos guerreros, su tenacidad, su carácter, con la carne blanca del español, que llevaba sus frágiles ensueños, con el estaño luminoso que adquiriría una dureza firme al formar la carne de bronce del latino-americano; ¡trabajadores decididos, trabajadores que habéis sido eternos, ¡aprestáos! ¡Aún yace la estátua en el charco de sangre; ya está sólida y formada, pero aún yace; si bien ya sus duras líneas parecen indicar la contracción de sus músculos que hará que se levante, que se yerga, con poca ayuda de vosotros.

quiebra como hace un siglo

Alicia Echeverría Muñoz, primero novia y después amiga y confidente de Jorge Cuesta.

 

El cablegrama.

(Imitación de Emilia Pardo Bazán).

Eran las 9 de la noche. En ese momento, Don Francisco cerraba la ventana de su cuarto, cuya obscuridad hendía la amortiguada luz de una lámpara de petroleo. En un rincón estaba la cama que nada llamativo enseñaba y junto a la cama una mesa de noche sobre la que había una botella con agua y un vaso cuyo aspecto denotaba que solamente había sido mojado por la que deslizaría por el gaznate su dueño y no por la que limpiaría sus paredes, ahora opacas por el polvo, exteriormente.

Frente a la mesa de noche, al extremo de la cama, sentado en una silla desvencijada, cuyo asiento de paja ya estaba roto, procedía Don Francisco a la fastidiosa operación de desvestirse, para entregarse sobre su cama, ni muy suave, ni muy limpia, en los brazos halagadores de Morfeo.
Por fin, después de desperezarse, estirando los brazos, y de bostezar ruidosamente, se dispuso a entrar en su cama, cuando recordó lo que hacía todas las noches: quitarse su escapulario,

Palacio Municipal de Córdoba, Ver.
Corredor de la casa de la familia Cuesta Porte-Petit en Córdoba, Ver.

colocarlo en su mesa de noche y de rodillas ante él, rezar las oraciones que venía repitiendo desde que las aprendió de su madre, 18 años en su tierruca y 11 en América, contando los dos primeros de su infancia, aunque no recordaba Don Francisco si durante ellos ya podía pronunciar las palabras de esos rezos.

Pero ¡oh sorpresa!, por más que palpaba su pecho y rascaba su cuello, al querer tomar el escapulario, no lo hallaba. Lo buscó por el suelo, alumbrado por la débil luz de la lámpara de petróleo, cuyo tubo protector estaba tan transparente como el vaso; lo buscó entre sus ropas, revolviendo toda la que en su único armario tenía y la de la cama, y, a duras penas, por su temprana obesidad, pudo deslizarse bajo de ella en busca del objeto perdido.
Mas no.! ¡En su cuarto no estaba.... Las diez de la noche señalaba ya su reloj, y aún no aparecía.... ¿Iría a buscarlo en la tienda? ¡Si!; el temor religioso, la superstición, venció en su ánimo y con la lámpara

Jorge Mateo, Víctor Gregorio, Juan Elpidio y Néstor Gregorio Cuesta Porte-Petit, el día de la primera comunión de Jorge Mateo (6 de Enero de 1914).

en la mano, en paños menores, sin tomar siquiera un cobertor como abrigo, pasó a la bodega o trastienda que comunicaba con su cuarto, y allí buscó también entre las latas lustrosas y sucias de manteca, entre cajas amontonadas en trincheras, atrás del barril de vino recién llegado de España, entre los bultos blancos de harina con dos salientes como orejas de cochino y entre los sacos de frijol, maíz, arroz y de

sal, amontonados desordenadamente sobre un piso negro, mugriento, en algunas partes hasta resbaladizo. Pasó después a la tienda y buscó debajo del mostrador, en los cajones, detrás de las botellas ordenadas en los tableros, de las latas de conservas, de los paquetes de cigarros, quitando todo de donde estaba para colocarlo después del mismo modo. Hasta que, con la cara bañada en sudor, lustrosa como las latas de manteca, regresó a su cuarto, y se echó sobre la cama abatido y cansado, mientras, quemado todo el petróleo que la lámpara en su receptáculo tenía, aumentando y disminuyendo su tamaño, alumbraba la llama por vez

La familia Cuesta Porte-Petit. De pie (de izquierda a derecha) Juan Gustavo del Corazón de Jesús, Néstor Gregorio, Gladis Fay (esposa de Néstor), Víctor Gregorio, Natalia Virginia Flora y Jorge Mateo. Sentados, Doña Natalia Porte-Petit Troubel, Doña Cornelia Ruíz Portugal (abuela paterna) y Don Néstor Cuesta Ruíz. Los niños son: Lourdes y Juan Manuel Corona Cuesta (hijos del primer matrimonio de Natalia Cuesta), 1936-1937.

 

última, la blanca carátula de su grueso reloj, que señalaba la una de la mañana....
No se molestó Don Francisco en encenderla nuevamente; quedó en la cama, presa de su temor religioso, de su superstición, creyendo descubrir siluetas extrañas entre la sombra que lo envolvía y oyendo ruidos procedentes de la tienda que lo paralizaban, aterrado, en su cama y quizá, pues impedía la obscuridad que se le viera, hacía el terror que palideciera su rostro siempre colorado como un tomate y se erizaran más sus cabellos ya de por sí híspidos y cortos.

Más devoción tenía en ese escapulario que en los santos de la parroquia de su pueblo natal. Su madre se lo puso al cuello momentos antes de partir, diciéndole: "Cuídalo; no lo pierdas. Llévalo siempre sobre el pecho que él hará que te sonría la fortuna. Lo ha bendecido el párroco y yo lo he besado." Y desde entonces, todas las noches se cercioraba de que lo llevaba consigo y le rezaba las únicas oraciones que sabía, pues su olvido de todas las cosas que no tuvieran

Doña Natalia Porte-Petit Troubel, madre de Jorge Cuesta.

relación con su tienda, había hecho que aún no se fijara en comprar una imagen sagrada que fuera motivo de sus rezos.
Por fin, la claridad del nuevo día sacó a Don Francisco de sus meditaciones y temores, y aún lo buscó por todos lados, hasta que llegó la hora en que los parroquianos acudían a hacer sus compras. Sea por la turbación de que estaba poseído, por su temor religioso, sea porque, en efecto, la pérdida de su escapulario trajera a Don Francisco una serie de males, ese día fueron pocas las ventas y a más de un parroquiano le dió vuelto, más de lo que debía darle fijándose hasta pasado un rato.

Cerca del medio día era, cuando entró el muchacho del telégrafo que traía para él, sí, para él, un cablegrama ¡Un cablegrama! El primero que recibía en su vida. ¿Qué le anunciaría? ¿De qué mal le daría noticia?
Era de España. ¿Habrían muerto sus padres? Sí, lo que decía ese cablegrama, que no se atrevía a abrir, era el mal que anunció la pérdida

Natalia Virgina Flora Cuesta Porte-Petit (c.1930).

de su escapulario. ¡No le cabía duda!
Y duda fue la que tuvo después. ¿Lo abriría? ¿Se enteraría del funesto aviso?
Mil veces palparon sus dedos que temblaban las orillas del sobre que guardaba la noticia fatal, y mil veces lo colocó sobre su mesa.


Nunca en su vida tuvo una emoción como esa. Nunca había pasado una noche sin sueño. Nunca había dejado de comer, dominado por una idea que le impidiera desear otra cosa que no fuera relacionada con ella.

Natalia Virgina Flora Cuesta Porte-Petit (c.1928).
Don Néstor Cuesta Ruíz

¡Labra, poeta, tu barro, porque es tuyo nomás! ¡labra, labra! y después por el mundo, tu palabra, turbe la paz!

Bello fuera, poeta, más bello que un canto acabado de hacer, que labraras tu vida, nomás que tu vida, poeta, y ofrecieras a Dios en tu muerte la obra piadosa de tu ciencia fuerte, tu verso más puro, tu mármol más vivo, tu más dulce rosa....! ¡Bello fuera, poeta, más bello que un canto acabado de hacer!
Pero débil has sido, tan débil como grande tu alma, como grande tu amor... ¡Y así vas en tu vida, perdido, por las selvas umbrosas que dicen tan sólo, en sus ayes de viento y de hojas, ¡dolor! ¡dolor! ¡dolor!
Y no encuentras, poeta, por más que concentras en ello tu mira y tu fe, la voz de la hermana inteligente y robusta, que te ordene con voz dura y suave que a Dios busques, y hagas tu obra en tu vida, y ponga en tu mano la llave que abre el armario que guarda los tarros de miel!

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De izquierda a derecha: ¿Roberto Montenegro?, Jorge Cuesta, Guillermo Jiménez, Florisel. Del otro lado de la mesa volteando hacia la cámara, Francisco Monterde y personas no identificadas (c.1938).

 

¡Poeta, funde tu campana;
da fuego ya a la fundición...!
¡Que oiga, poeta, la mañana
de tu campana la canción!

Será su bronce el más sonoro
de los de toda esta región;
que en el crisol pusiste oro
como en ninguna otra aleación.

Hierro también pusiste; hierro
tibio que fué viejo balcón,
¡que a dulce risa diera encierro
y paso a beso y a canción!

Hierro también pusiste; pero
de ese que da el guerrero son,
¡ya vibra el reñidor acero,
cuando atraviesa un corazón!

¡Poeta, suena tu campana
tiemble en los aire su almo son!
¡Oiga en sus luces, la mañana
cómo es que ríe tu campana
como si fuera el corazón!


...................................................

 

APUNTES SOBRE ANDRÉ BRETON

En el sueño encuentra Breton el modelo para la obra de arte. La imitación de la naturaleza la convierte el suprarrealismo en la imitación del sueño, y todavía un día descubre que la imaginación, para no distinguirse del sueño, sólo necesita fluir con libertad, sin que ninguna presión exterior la modifique y a ninguna ambición deliberada alimente. ¿Pero quién la alimenta a su vez? ¿Quién alimenta al sueño? No es la realidad, no, sino la realidad fracasada. Pero si ella lo nutre no es para completarse o para corregirse con él. Es tiempo de advertir que lo que en el sueño se completa es el sueño mismo y que aquel acto fallido al que se pretende que el sueño recompense y que en él se origina, no podrá ser, por eso mismo, sino el propio sueño fallido. La rebeldía no se manifiesta en el sueño. El tropiezo en la realidad es lo que la constituye: fracasar es la rebeldía. El sueño es como la venganza de Dios.


A Jorge Cuesta amical hommage, André Breton (A Jorge Cuesta homenaje amistoso, André Breton).
Ejemplar entregado a Jorge Cuesta por André Breton durante su visita a México en 1938.

Las equivocaciones orales, los tropiezos, los actos fallidos, entre los que considero el suicidio y toda clase de muerte accidental, tienen un sentido, como el sueño. En cada tropiezo hay voluntad de tropezar. Bienaventurados los que fracasan porque su fracaso es el triunfo de la voluntad que se rebela.
¿Qui suis-je?, se pregunta Breton en el comienzo de Nadja. Si alguien ha tenido para mí la consistencia y la insistencia de un fantasma es él. ¿Se da cuenta y es por eso que intenta disminuir cortésmente su presencia, casi alejarla, casi suprimirla? A nadie le conozco esta presencia física tan incisiva, tan feroz, que ningún disfraz, ningún disimulo puede ni gobernar, ni contener. Vi a Breton como haciéndose violencia a sí mismo siempre, para no dilatarse, para conservarse una proporción humana, cortés. Su esfuerzo sólo acentuaba para mí la constante amenaza de su extensión y de su desbordamiento. Por mi parte, es seguro que no podía ocultar la exasperada incomodidad en que me ponía, ni sofocar mi ansiedad cuando le atribuía a mi timidez y a mi torpeza para expresarme en el idioma que, resistiéndome, me obligaba a permanecer constantemente extranjero, lo que no me salvaba, por otra parte, de su cercanía brutal. El mismo hechizo me había encontrado, si bien menos distinto, en sus libros y sigo encontrando todavía, ahora sí con menos confusión. No lo puedo decir sin angustia.
Cada momento siento más inminente su opresión y más fatal mi incapacidad de evadirme. Confieso, es decir, no puedo ocultar que me trastorna. Quisiera bien descubrir la mistificación de que me hace víctima y salvarme; pero querría más entonces, ayudar yo mismo a la duración del engaño en que oscureciera. No tengo temor de escribirlo, pues bien sé que no es mi incredulidad ni mi candor lo que allí juego, que no es mi razón siquiera, sino un encantamiento que aun cuando pudiera medirlo penetrando en el pensamiento, en el propósito de Breton, y que él no intenta ni podría identificar, por lo demás, con él no lograría ni ridiculizarlo ni suspenderlo. No tengo, pues, ese temor, o esa pretensión ahora que reúno los apuntes que mi libertad recoge. Pues no puedo ocultar también que la guardo, por la misma razón de que la pierdo allí.
El artificio, si así puedo llamarlo, pienso que reside en su desdén. Me seduce, me atrae este ademán que se desprecia en el mismo instante que se dibuja. Me seduce este acto que se cumple contra la voluntad que obedece y que lo desprecia hasta hacerlo parecer como un acto gratuito. Y me interesa seguir el progreso de esta fe oculta que no fatiga el peso (o la falta de peso) de este desdén en cuya atmósfera crece y se robustece cuando se cree que va a languidecer y a enflaquecerse. Me apasiona esta lucha en donde la fatiga ajena, y que él finge propia por escrúpulo de honradez o no finge, sino adquiere solamente, le hace decir, (lo que no puede menos, como desafiándole, que exaltarme): "No observo menos con qué habilidad la naturaleza trata de obtener de mí toda clase de devistements. Bajo la máscara del fastidio, de la duda, de la necesidad, trata de arrancarme un acto de renunciación en cambio del cual no hay favor que no me ofrezca. Autrefois, je ne sortais de chez moi qu'après avoir dit un adieu définitif à tout ce qui s'y était accumulé de souvenirs éclatants, à tout ce que je sentais prêt à s'y perpétuer de moi même".
Reconocerlo en esta frase me permite no atribuirle sus errores, lo que indudablemente me alivia, quiero decir, me entusiasma. Pero si considero que sus contradicciones, a él, a su vez, no lo contradicen, sería para mí ocioso correr tras ellas. No lo pretendo, sino espontáneamente me veo obligado a encontrar en el gesto
que parece que lo divide y lo traiciona, la razón que lo mantiene inseparable de él ¿Es posible contradecirse?, me hace también preguntarme, y recordar a Freud que lo ayuda, y a mí también ciertamente, a no dudar que no hay actos falsos sino cuando se esclavizan a una verdad supuesta, y que aun en ellos, la contradicción, el error que producen, es un error por la misma razón que pretenden traducir una insubstituible realidad. El suprarrealismo es la verdad, (la vocación) que Breton supuso, es la opinión que en sí mismo quiere perpetuar. Es una fortuna que no lo consiga, es una fortuna que se equivoque y se liberte. Él lo sabe bien, además "la sola palabra libertad es todo lo que exalta todavía". Es inútil para él hacerse una teoría, o una denominación de la que este sentimiento se sujete. Aun sin ella no lo pierde; aun a pesar de ella lo conserva. Es inútil también que fuera de él busque el impulso que lo sostenga a flote, o se olvide del propio que realmente lo apoya: flota naturalmente, a pesar suyo, si se quiere. No perdería yo si apostara que ese orgullo, o esa humildad, a que antes me refería, lo desafía y sí lo quiere.
Una disposición rebelde es la que se pide a toda hora, la que lo guarda en un perpetuo estado de desconfianza. Si se equivoca a veces, si se equivoca con frecuencia, no será porque desista de él, sino porque se empeña en conservarlo. La intención es más noble que la actitud, pues ésta se guarece, teme y lo que arriesga disminuir con ella es la inocencia que con ella pretende defender. La honradez es un privilegio de la fuerza; la fuerza es lo único inocente que hay. Hay una riña en decir "una inocencia escrupulosa". Decir "una honradez escrupulosa" me representa el menos inocente esfuerzo. Y cuando Breton, refiriéndose a los locos dice que "son gente de una honradez escrupulosa y cuya inocencia no tiene igual sino en la mía", ya sospecho de él, aunque se me diga que no es una razón suficiente para sospechar de él, de que se haya valido de un lugar común; para mí, valerse de un lugar común, sin renovarlo -y aquí Breton no acentúa ciertamente la palabra "escrupulosa"-, es consentir por su debilidad, con su temor. Y en ese descuido, solamente advierto la falta de inocencia de Breton, la interrupción de su inocencia, si así puedo decirlo.
Véase cómo describe la historia de su rebeldía: "A la imaginación que no admite límites, ya no se le permite más que ejercerse según las leyes de una utilidad arbitraria; es incapaz de asumir durante -mucho tiempo este papel inferior y, alrededor de los veinte años, -prefiere, en general, abandonar al hombre a un destino sin luz"... "No se representará, de lo que le sucede o puede sucederle, sino aquello que refiere este acontecimiento a una multitud de acontecimientos semejantes, acontecimientos en los cuales no ha tomado parte, acontecimientos fallidos. Qué digo, lo juzgará con relación a uno de esos acontecimientos más merecedor de confianza en sus consecuencias que los otros. No veré allí, bajo ningún pretexto, su salud"... "Querida imaginación, lo que amo en ti sobre todo es que tú no perdonas".

 

EPITAFIOS

I

(Jorge Cuesta)

Agucé la razón
tanto, que oscura
fue para los demás
mi vida, mi pasión
y mi locura.
Dicen que he muerto.
No moriré jamás:
¡estoy despierto!

II

Duerme aquí, silencioso e ignorado
El que en vida vivió mil y una muertes.
Nada quieras saber de mi pasado.
Despertar es morir. ¡No me despiertes!

Xavier Villaurrútia.


Los documentos publicados forman parte de la colección privada de:
Victor Peláez Cuesta
La concepción y posición gráfica es de:
Emilio Peláez Guerrero
La transcripción lite y la revisión la hicieron:
Jesús R. Martínez Malo
y
Francisco Segovia