Juan Gustavo Cobo Borda

Poemas


 

Epitalamio

Dame luz que yo seré tu sombra.
Dame agua que yo seré tu sed.
Es tan corta la eternidad
para empezarnos a querer.

Acúname
en la desvalida tibieza
con que todos nos sabemos
inermes y desnudos.
Cobíjame con la fuerza
que yo te daré.

Abre siempre el día
con un vibrante
sonido de trompeta.
Cierra siempre el día con la flauta dulce
que aviva el fuego secreto
de la intimidad.
Conjuguemos un plural
tan férreo como libre.

Déjame ser la niña que corría en el jardín.
Déjame ser el niño que ganaba el mayor premio
y seguía jugando indiferente y feliz.
Mis sueños más oscuros se han hecho clarividentes para ti.
Respeta mi utopía, que es la tuya también. Búsqueda

¿Qué aguijón
nos obliga a ir
tras espejismos?

¿Con qué fuerza
irreprimible
la sugerencia
de la dicha
nos encadena
a imágenes obsesivas?

Mares que rugen
dejan abierto un abismo.

Aquel que conduce
al más vasto
continente desconocido.

Las feroces selvas
donde late
el corazón imbatible
a la espera de quien
vuelva música
su delicado,
su atroz latido.


Las madres terribles

Se creen perpetuamente jóvenes
y amigas descomplicadas de sus hijos
pero los castran con sevicia.

Expertas en el chantaje afectivo
proclaman a los cuatro vientos
lo invaluable de sus sacrificios.

Hasta que un día,
con la cara manchada por el cigarrillo,
reciben el portazo
con que sus hijos se van,
rotos pero felices,
escupiendo sobre su falacia
de carceleras honestas, francas y comprensivas.

Se quedarán atónitas
en busca de un almuerzo, una salida,
una misa, un psicoanalista.

Las comidas con bolero,
guitarra y amante efímero
que aleje por pocos días
el espectro de su rostro
ya roído
por la grandeza inconmensurable
de su infinito vacío

 

Grecia de nuevo

Playas ásperas de piedra
y el sol y la luna
conviven bajo un mismo cielo.

Aroma de cordero
y las estatuas caídas,
al desgaire,
entre los matorrales del museo.

Tiendas de dulces, recargados de miel
y siempre el tropel bullicioso
de empleados públicos en huelga:
Maestros, médicos, oficinistas.

Pequeñas iglesias
saturadas de incienso
y en los muros,
del génesis al Apocalipsis,
la historia integra
con su dorada aura
de icono bizantino.

Los ritos ortodoxos
se vuelven aun más puros
en el recoleto jardín de los monasterios.
Ese silencio venció a los turcos

Grecia zarpa de nuevo
para detener, hoy como ayer,
los toscos ídolos persas
y sus reyes rudos.


 

Juan Gustavo Cobo Borda, "Poemas", Fractal n° 24, enero-marzo, 2002, año 6, Volumen VII, pp. 127-132.