Francisco Valdés Ugalde

Jano contra el Coloso del Norte(1)




Los Estados Unidos son la negación de lo que fuimos en los siglos XVI, XVII y XVIII y de lo que, desde el siglo XIX, muchos entre nosotros querrían que fuésemos.

Octavio Paz

 

 

Dos Américas


La historia de México está marcada por contradicciones persistentes entre la tradición y la modernidad. La herencia de su pasado colonial y sus componentes, la feroz destrucción española de las culturas nativas, la intolerancia intelectual y religiosa, la desigualdad social, el absolutismo y el autoritarismo, aunada al temprano éxito económico de Nueva España, que más tarde se desvió hacia el atraso, han chocado cíclicamente con los esfuerzos modernizadores dirigidos a revertir los rasgos del pasado colonial firmemente enraizados en la vida cotidiana.

La vecindad con Estados Unidos ha jugado un papel importante en este conflicto, porque este país siempre ha representado una imagen quimérica de lo que los mexicanos podrían o deberían hacer para superar estas contradicciones. La dialéctica de la relación entre los dos países ha contenido elementos tanto de imitación como de rechazo. La primera como el medio para adoptar las características admiradas de Estados Unidos, y el segundo como resultado de la disonancia con el bagaje cultural y político mexicano, y también como reacción frente al deliberado intervencionismo de Estados Unidos.

Esta larga experiencia de contradicción ha constituido un trauma, resultado de los fallidos intentos por conciliar lo irreconciliable, id est, los opuestos valores culturales y las diferentes trayectorias de Angloamérica y de la América española. Las colonias inglesas de América fueron portadoras de las semillas de un nuevo mundo, diferente al europeo y fundado, en mayor medida que las colonias americanas españolas del sur, en la ruptura con sus orígenes, mientras que estas últimas se concibieron como un intento de prolongar los ideales españoles en el Nuevo Mundo. Así, las colonias inglesas y Nueva España no fueron equivalentes, porque se formaron a partir de mentalidades muy diferentes sobre el pasado, el futuro, y sobre la sociedad que habría de crearse.
Edmundo O´Gorman identificó esta diferencia como la

"oposición entre dos maneras diferentes de comprender el destino de la humanidad y la relación entre el hombre y la naturaleza". Mientras que la mentalidad inglesa posibilitada por la reforma religiosa, se orientaba racional y científicamente y buscaba la transformación del medio natural, el ideal ibérico era la "unidad ecuménica con el reino de los valores de la verdad católica, creída y vivida como de vigencia absoluta y eterna". (O'Gorman, 1997:7-8).


En virtud de esta diferencia, Estados Unidos surgió en la historia contemporánea como un símbolo de la posibilidad de elección. Por el contrario, México ha encarnado la incapacidad de elegir. Aunque no es fácil diferenciarlas, destino y fatalidad podrían ser los términos apropiados para sintetizar estas trayectorias históricas distintas. Para ambas naciones la distinción entre destino y fatalidad ha constituido una representación ideológica de la discrepancia entre autodeterminación y decisión soberana, por un lado, y el peso opresivo de las circunstancias, por el otro. Ésta constituye la principal diferencia entre el ethos político de los Estados Unidos de América y de los Estados Unidos Mexicanos(2), una diferencia que ha permeado la historia de ambas naciones desde el amanecer de su independencia de las metrópolis europeas.
El corpus de narrativas y de teorías que explican las diferencias entre estas dos Américas se ha expandido recientemente.(3) Sin embargo, aunque la literatura ha podido explicar los orígenes de estas diferencias, está muy lejos todavía de ahondar en cómo es que estas sociedades las perciben y elaboran, en un mundo en el que tienen que vivir juntas e interactuar constantemente.
En ese sentido, me parece necesario desarrollar una visión fresca sobre estos problemas, una visión que enriquezca el análisis introduciendo las implicaciones de estas percepciones interactivas para la agencia política y sus constreñimientos institucionales. Como ha señalado Charles A. Hale (1994), a partir de la mitad de la década de los sesenta, en América Latina se registró un declive de la historia política y de las ideas. Los académicos se alejaron de la "historia patria" y dejaron caer luz sobre las estructuras sociales obscurecidas por una historiografía apologética e inclusive épica. Pero esta manera de ver a América Latina alcanzó sus límites y mostró que el análisis estructural no puede remplazar el abordaje de la agencia.
En las páginas que siguen intentaré describir algunos aspectos de las percepciones mexicanas sobre Estados Unidos y mostrar cómo estas visiones han acompañado y contribuido en alguna medida a darle forma al desarrollo de México. Este es un ensayo escrito desde la perspectiva de la ciencia política, cuyo interés es mirar hacia la historia de un país como parte del esfuerzo por explicar su condición actual. Mi objetivo en estas páginas es doble. Primero, están dirigidas a presentar una serie de observaciones sobre algunos episodios del México independiente, teniendo en mente la complejidad de sus relaciones con Estados Unidos. Después, procura trazar líneas de investigación e interpretación sobre la comprensión del papel desempeñado por elecciones, opciones y eventos del pasado en la configuración del presente y en la producción de proyectos de futuro.

La herencia colonial


El pasado y el presente convergieron en la coyuntura de la que surgió el "nuevo" mundo. Angloamérica e Iberoamérica tienen sus raíces en una isla y en una península respectivamente. Mientras que la primera dio vida a la economía continental más fuerte de los tiempos modernos, de la última surgieron sociedades con una fuerte tendencia a la insularidad. Se debe subrayar la excentricidad de este hecho, porque el ethos presente en las raíces de ambas sociedades marcó su trayectoria desde el periodo de la colonia hasta nuestros días.
Las experiencias exitosas del expansionismo europeo encontraron en América su primera y más firme concreción. Los imperialismos ibérico e inglés fueron las fuerzas predominantes en el establecimiento de las dos principales variantes de las civilizaciones europeas: Iberoamérica y Angloamérica. Pero hablar del "nuevo" mundo puede provocar suspicacias, porque en la práctica América abrazó un renacimiento de lo viejo al tiempo que ponía en marcha nuevas formas de arreglos societales.
David Brading (1991:11)(4) sugiere que ningún recuento de los logros imperiales ingleses se puede comparar con los anales que describen las hazañas de los españoles en América. Las Cartas de Relación de Hernán Cortes, o la defensa de los indígenas de Bartolomé de las Casas, son únicas. Su singularidad radica en el hecho de que no tienen paralelo en las cartas y relaciones del imperialismo inglés o de cualquier otra fuerza europea comparable.
A primera vista la observación de Brading puede parecer vana o inclusive un mero ejercicio retórico al inicio de su mayor obra, pero no lo es. Su observación apunta al diferente significado que otorgaron al descubrimiento y la colonización del nuevo mundo ingleses y españoles. Mientras que los primeros transplantaron el espíritu de la Ilustración y la Reforma, los otros trajeron el de la contrarreforma católica y la resistencia a las consecuencias fundamentales de la modernidad. La austeridad de los asentamientos de Nueva Inglaterra se convirtió en el germen de una experiencia de robustecimiento de las instituciones económicas y políticas de largo alcance. Por su lado, aunque la riqueza y el esplendor del imperio español impulsaron la construcción de la "primera" América, con su orgullo criollo y la vitalidad de las tempranas instituciones económicas y políticas de América, terminaron convirtiéndose en el fundamento de uno de los sistemas sociales de linaje europeo que más resistencia han opuesto a la modernización. Las características diferenciales de las colonizaciones inglesa y española se extendieron al continente americano y contribuyeron a moldear a las dos Américas.
La observación de Brading subraya la fascinación de los españoles con las civilizaciones mesoamericanas que descubrieron y la conciencia de su misión de conquista a la vez militar y espiritual. Por contraste, los ingleses más al Norte de América encontraron civilizaciones que motivaron menores desafíos a su esfuerzo de asimilación cultural. El resultado de la conquista española requirió un esfuerzo intelectual más grande en la medida en que los conquistadores trataron de establecer una continuidad entre dos culturas con pasados de gran significación. Por el contrario, en el proceso de colonización inglesa las tradiciones autóctonas fueron de poco interés en comparación con la fundación de nuevas comunidades con gran habilidad para innovar en materia económica y social.
Durante la colonia, Nueva España se convirtió en un verdadero experimento societal. De la mezcla de las poblaciones española y precolombina nació lo que en un principio fue un pequeño grupo de mestizos que creció con el tiempo. Los peninsulares continuaron siendo la mayoría de la clase gobernante, junto con los criollos, o españoles nacidos en América. Grupos minoritarios, incluidos los negros que arribaron como esclavos, y otros resultantes de la mixtura de los cuatro grupos principales constituían el resto de la población.(5)
Así, la primera expresión del expansionismo europeo incluyó un vasto experimento étnico. De hecho, fue el mayor experimento de mestizaje durante el Renacimiento, y la marca étnica del inicio de la modernidad. Paralela a este proceso, la actividad económica en Nueva España se volvió altamente rentable. Durante doscientos años, la novohispana fue una sociedad acaudalada cuya riqueza sirvió de fundamento a la identidad de los criollos, que se consideraban la última frontera de la civilización. Sin embargo, esa sociedad era la variante católica del desarrollo europeo, dominante a la sazón, destinada a permanecer aislada de la influencia de los grandes movimientos intelectuales europeos del siglo dieciocho por causa del absolutismo y la contrarreforma.
Como en el caso de las dos penínsulas occidentales de Europa, España e Italia, Nueva España permaneció prisionera de la ortodoxia católica y fracasó en su intento de desarrollar elites intelectuales y de gobierno capaces de adaptar su sociedad a los nuevos constreñimientos y oportunidades económicas y políticas.(6)
Iberoamérica se caracterizó por el predominio de los peninsulares sobre los criollos dentro de la élite. En Nueva España, los primeros dominaron la relación con el exterior y controlaron los hilos de poder que descansaban en el intercambio entre las colonias, España y Portugal, mientras que los segundos fueron sometidos a esta regla, jugaron un papel menor en los asuntos internos y prácticamente ninguno en los externos. El resultado fue la inexperiencia de los nativos de Nueva España para lidiar con el nuevo orden con el que se encontraron después de la independencia.

"Aconteció, por fin, lo que algún día tenía que acontecer: las colonias iberoamericanas -flores del invernadero tradicionalista- ya responsables de su destino, entraron de lleno en el gran conflicto del que eran producto, pero del que se habían eximido durante tres largos siglos de aislamiento." (O'Gorman, 1997: 20-21).


Su problema se debió a que a causa del aislamiento, no desarrollaron habilidades para enfrentar la nueva era de las naciones modernas. Inmediatamente después de la colonia, Lorenzo de Zavala describió agudamente la actitud de los criollos:

"Trescientos mil criollos querían entrar a ocupar el lugar que tuvieron por trescientos años sesenta mil españoles." (González Pedrero, 1993:XXV)

El resentimiento infectó a la mayoría de los grupos sociales. Durante la colonia, criollos, indios y castas fueron desplazados por los peninsulares. Entre las clases medias, constituidas básicamente por criollos y mestizos, existía el convencimiento de que su lugar en la sociedad tenía que balancearse. Cuando la conspiración de Hidalgo fue descubierta en 1810 y la junta de los conjurados iba a ser hecha prisionera, el padre fundador exclamó:

"Caballeros somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines."


Pero la confusión sobre lo que habría de hacerse era completa. La invasión napoleónica a España y el subsecuente conflicto entre monárquicos y liberales se reflejó en las colonias americanas en el debate sobre su estatus ¿Se trataba de reinos de segunda clase o reinos por derecho propio que tenían un contrato con la corona (originariamente, los reyes de Castilla y Aragón), y por tanto iguales a los reinos de la península? ¿Tenían un status menor y debían considerarse provincias inferiores a las de Iberia? La respuesta prevaleciente a esta pregunta fue la primera. Nueva España era un socio igual, no de España como un todo, sino de la corona como soberana de una unión de reinos y provincias. Nueva España era uno de estos socios (Brading, 1973:59-148).
Los efectos de la caída de la corona española bajo Napoleón y el movimiento de independencia dieron pie a una crisis de identidad en la que los novohispanos tenían que encontrar su propio camino. El nacionalismo mexicano de la primera mitad del siglo XIX se fundamentó en la herencia colonial. La imagen dominante entre las clases intelectuales y en el poder era la de la civilización hispánica transplantada a América, aunada a la religión católica y a la cultura patrimonial. La fuerza de esta imagen nacía precisamente del hecho de que la Nueva España "...no fue realmente una colonia, en el sentido recto de la palabra, sino un reino sujeto a la corona de España como los otros que componían el Imperio español: Castilla, Aragón, Navarra, Sicilia, Andalucía, Asturias." (Paz, 1979:54).
Por eso, los primeros "encuentros" entre el naciente México y Estados Unidos no fueron menos que traumáticos. En 1811 el padre fundador del México independiente, Miguel Hidalgo y Costilla, huyó del país después de la derrota del ejército insurgente en Puente de Calderón. Junto con sus militares, Hidalgo se trasladó al norte, primero a Saltillo y después a Texas, en un esfuerzo por protegerse de las tropas reales. Esto significó el principio del fin; muchos oficiales insurgentes habían sido aprehendidos y las posibilidades de recuperarse disminuían. Casi 40 años después, Lucas Alamán se refirió a este episodio en su Historia de México.

Era opinión general entre los mexicanos al principio de la revolución, y lo fue por muchos años después, hasta que tristes desengaños los han hecho variar, que los Estados Unidos de América eran el aliado natural de su país, y que en ellos habían de encontrar el más firme apoyo y el amigo más sincero y desinteresado, y fue por tanto a donde Hidalgo trató de dirigirse desde luego. (González Pedrero, 1993:42).


Luis de Onís, embajador español en Estados Unidos, fue testigo de las aflicciones de Bernardo Gutiérrez de Lara, enviado de Hidalgo a Washington en representación de los insurgentes mexicanos(7). Éste contactó a las autoridades americanas para solicitar su apoyo para la causa mexicana en contra de España. James Monroe, secretario de Estado en ese momento, concibió un plan para apoyar a los revolucionarios mexicanos, dentro del contexto de la rivalidad entre Estados Unidos y España por Cuba y otras cuestiones. Comunicó su plan al enviado de Hidalgo, quien lo registró en su diario como una oferta por parte de Estados Unidos para ayudar a los revolucionarios, a condición de que éstos adoptaran en su país una constitución similar a la de Estados Unidos. Monroe inclusive se aventuró a decirle a Gutiérrez de Lara que esto allanaría el camino para la anexión de México a la federación americana. Eventualmente, procedimientos similares con el resto de las Américas confluirían en la creación de la entidad más poderosa que se hubiera construido. Como señala González Pedrero.

Todos los historiadores coinciden en la indignada sorpresa de Gutierrez de Lara al escuchar tamaña proposición. Trueba señala que don Bernardo escribió entonces en su diario, todavía con el susto encima; 'Ayúdame María Santísima, y líbrame de estas gentes'. Pintorescas primicias de la diplomacia independiente de México, en relación con los Estados Unidos. (González Pedrero, 1993:32).


En abril de 1812 Onís le presentó un reporte completo al virrey Venegas sobre los planes americanos en Nueva España:

Este gobierno se ha propuesto nada menos que fijar sus límites en la embocadura del Río Norte o Bravo, siguiendo su curso hasta el grado 31 y desde allí tirando una línea recta hasta el mar pacífico, tomándose por consiguiente las provincias de Nuevo Santander, Coahuila, Nuevo México y parte de la provincia de Nueva Vizcaya y la sonora. (González Pedrero, 1993:329).


Estos cálculos no estaban lejos de lo que ocurrió posteriormente: la independencia de Texas y la anexión de los territorios del norte de México.

La trayectoria de la independencia y el dilema democrático(8)


En el siglo XIX, una era de rápido crecimiento económico en otras latitudes, México vio limitado su desarrollo económico por su herencia de tradicionalismo y autoritarismo. También vivió una época de cruciales decisiones políticas marcadas por la necesidad que tuvo la élite política de dar al país una Constitución democrática. El obstáculo mayor fue la tradición institucional de absolutismo, perpetuada en estructuras económicas, que impregnaron el naciente régimen político a pesar de la voluntad por fundar instituciones democráticas.
Al analizar la historia económica del final de la época colonial y en el siglo XIX, John Coatsworth (1978) ha observado que si este país hubiera tenido una organización económica diferente, podría haber desarrollado estándares económicos similares a los de otras economías del Atlántico Norte durante el mismo periodo, y por tanto, el contraste con estas economías no habría sido tan agudo como llegó a ser durante el siglo XIX.
Esta vertiente de análisis histórico enfatiza que las instituciones juegan un papel endógeno central en la determinación de la forma de los mercados y estados nacionales. El periodo colonial presentó dos grandes obstáculos al crecimiento económico: geografía y "feudalismo". Ambos dan cuenta de la diferencia de la productividad de la economía mexicana y la de Estados Unidos (Coatsworth, 1978:91). Desde 1800 hasta el final del siglo XIX, el ingreso per capita en Nueva España declinó. En ese año, el ingreso per capita de Nueva España representaba el 37 por ciento del de Gran Bretaña y 44 por ciento del de Estados Unidos. En los años siguientes y hasta el final del siglo, hubo un declive sostenido, llegando a ser, en 1860, de entre el 13 por ciento y 14 por ciento respectivamente, y de 12 por ciento para ambos casos en 1895. Las cifras del ingreso total muestran una tendencia al declive aún más acusada. Mientras que en 1800 el ingreso total de Nueva España representaba el 21 por ciento del de Gran Bretaña y 51 por ciento del de Estados Unidos, en 1860 declinó al 5 y 4 por ciento respectivamente, y en 1895 cayó al 4 por ciento y 5 por ciento. Esta tendencia se revirtió en gran medida durante el Porfiriato, cuando se introdujeron reformas económicas que no habían sido implementadas durante el siglo XIX. (Coatsworth, 1978 :82, tablas 1 y2).
La disminución comparativa de la productividad de México se originó en su organización económica. La zona geográfica económicamente dominante, el México central, siempre estuvo pobremente comunicado con el resto del territorio, por lo que el transporte resultaba muy caro para permitir la expansión del comercio. Por otro lado, durante el periodo colonial el comercio con España constituyó un privilegio monopolizado por la corona y los peninsulares. Ambos factores inhibieron la inversión para el mejoramiento del transporte, elevando los costos de la actividad económica. Prevalecieron los privilegios y monopolios que obstruyeron la actividad empresarial y la innovación económica ("feudalismo"). Ambos constituían "un conjunto de políticas, leyes e instituciones (que) magnificaron en lugar de disminuir, la brecha entre los beneficios privados y sociales de la actividad económica" (Coatsworth, 1978:91-92). La principal consecuencia de esta brecha consistió en que los agentes privados carecieron de incentivos para involucrarse en actividades económicas, dada la mínima recompensa que podían esperar del sistema económico en su conjunto.
Estas limitaciones institucionales, tanto legales como prácticas, podrían haberse transformado durante el proceso de independencia. Como señala Hale, "los borbones habían empezado a limitar los privilegios especiales, más adelante, la Constitución de 1812 hizo avanzar este proceso, afectando a la inquisición, la menta, las guildas, las comunidades indígenas y la universidad." (Hale, 1968:114).
Pero la independencia de México no la llevaron a término quienes, como Hidalgo y Morelos, demandaron reformas democráticas y económicas, sino quienes se oponían a ellas. Después de diez años de guerra civil y de derrotar a la insurgencia popular, la élite colonial encabezada por Agustín de Iturbide declaró la independencia de España para evitar el impulso reformista proveniente de Europa que ya había prosperado en Estados Unidos. Con la "consumación" de la independencia las estructuras coloniales de las que se beneficiaba esta élite se hicieron invulnerables a las nuevas disposiciones constitucionales españolas.
La coalición encabezada por el "emperador" Iturbide fue incapaz de imponer su hegemonía. De este modo dio inicio un periodo de guerras civiles y de intervenciones extranjeras que se extendió hasta la década de 1850, cuando se proclamó una segunda constitución liberal. A pesar de ésta, la inestabilidad política prevaleció durante casi todo el siglo y se sumó a los obstáculos para el desarrollo económico.

Cultura, ley e historia: adaptación versus innovación


Las condiciones que impidieron la institucionalización de la democracia, postulada en las constituciones mexicanas, no han recibido atención adecuada. Daniel Cosío Villegas atisbó este problema cuando señaló que "la buena ley escrita no basta para crear gobernantes demócratas; ni la mala ley escrita engendra forzosamente tiranos; los engendran, en definitiva, las condiciones ambientes." (Cosío Villegas, 1980:198).
Esta afirmación, hecha por uno de los más distinguidos intelectuales mexicanos del siglo XX, resulta intrigante. Cosío Villegas se refería a las condiciones esquizofrénicas del gobierno de la ley y de los valores democráticos, que en México son estructuras formalmente institucionalizadas, pero que de manera informal (y yo diría que permanente) son utilizadas para legitimar la arbitrariedad como un pilar del sistema social.
La explicación de las disparidades entre sistemas formales e informales reside en la existencia de códigos de acción implícitos que a menudo predominan sobre códigos formales. Ejemplos son la persistencia de la tortura como práctica de autoridad extendida a pesar de la leyes hechas para proscribirla; la autoridad practicada por encima de los límites legales que debiera respetar; coaliciones hegemónicas en el Congreso y en el Poder Judicial que suprimen los contrapesos entre poderes; transgresiones de la ley por ciudadanos ordinarios que van desde el soborno a las autoridades hasta la apropiación de bienes ajenos; la expansión de economías informales que evaden regulaciones estatales y obligaciones colectivas, etc. Lo que estos ejemplos tienen en común es la dificultad de reconciliar la vida real con los valores públicos sustentados en la ley. La contradicción persistente entre los sistemas formales e informales a contribuido a la imposición del autoritarismo sobre la democracia, ya que los rasgos democráticos del sistema político descrito en el ámbito formal es subordinado a prácticas que no tienen cabida en los supuestos de la legislación moderna.
Una de las brechas entre sistema político formal e informal data, al menos, de la lucha de independencia y la formulación de la Constitución de 1824. Esta brecha está conectada íntimamente con intentos hechos en esa época para copiar instituciones de otras latitudes, especialmente de los Estados Unidos de América. La Independencia y su secuela puede ser considerada la etapa de "elección", cuando los mexicanos de la época contemplaban el desfile de imágenes de la "modernidad" a ser adoptada y seleccionaron el marco institucional que modelaría la vida política. Pero la selección fue frustrada por la falta de condiciones, incapacidad y dificultades de la élite para diseñar un sistema capaz de naturalizar exitosamente la modernidad en el escenario mexicano.
Sin embargo, los mexicanos no encontraron en Estados Unidos la única fuente de inspiración para el proceso de construcción de instituciones. España, Francia e Inglaterra eran ejemplos en los que se inspiraban conservadores y liberales. Sin embargo, lo que trajeron de Estados Unidos (gobierno democrático, división de poderes y soberanía popular) se mezcló con instituciones anacrónicas (como la intolerancia religiosa, por ejemplo).
La experiencia constitucional mexicana fue traumática durante el siglo XIX y solo aparentemente exitosa durante el XX. El transplante del modelo constitucional de Estados Unidos a México es evidencia de que el verdadero sistema normativo es aquél que está inscrito en los valores arraigados en una época y que un fuerte contraste entre estos y el sistema legal no conduce sino a un desencuentro permanente.
Resulta sencillo ilustrar esta afirmación. A pesar de los intentos por trazar lineamientos e inclusive por imitar rasgos de la organización de gobierno de Estados Unidos, la experiencia mexicana de la construcción del sistema político se caracterizó por la centralización y el desbalance de poderes entre el Ejecutivo, por un lado y el Congreso y el Poder Judicial, por otro. La intensidad de la influencia de Estados Unidos fue inversamente proporcional a la capacidad de los mexicanos para transformar su entorno y adaptarlo al liberalismo y a las instituciones económicas modernas.
Cuando Rousseau escribió en su Contrato social que la base de la democracia es la voluntad general del pueblo, dio origen a una idea que ayudó a encementar (¿minar?) los cimientos de las repúblicas latinoamericanas. En el temprano siglo XIX la mayor parte de los escritores y activistas liberales de América Latina recibieron la idea de Rousseau junto con el impacto de la Revolución Francesa y los usaron para construir sus nuevas naciones. A la vez, el republicanismo estadounidense, especialmente las ideas de Alexander Hamilton y James Madison, informaron el diseño de estructuras democráticas basado en elecciones y división de poderes.
Las nuevas repúblicas se nutrieron de ambas experiencias, creando una contradicción intrínseca a su maquinaria política. Por una parte, una voluntad colectiva (la volonté general) debía formarse a través del voto ciudadano y transfigurarse en acción gubernamental. Por la otra, la libertad individual debía ser protegida contra la acción de la autoridad. Las racionalidades colectiva e individual se estrellaron una contra otra en el seno mismo del Estado, permitiendo que los funcionarios actuaran en el nombre de la personalidad colectiva de la nación y se apegaran a la ley más en términos formales que reales. Como personeros de la nación violaron frecuentemente los límites de la libertad individual y cuando se circunscribieron a los términos de las normas legales abandonaban lo real para entrar en el reino de una abstracción sin correlato en los hechos.
Como insinué antes, los mexicanos no miraron hacia Estados Unidos como su única fuente de inspiración para la construcción de instituciones. Liberales y conservadores usaron como ejemplos a España, Francia e Inglaterra. De hecho, los mexicanos instruidos sabían más de lo que ocurría en algunos países de Europa, principalmente España y Francia, ya que ésta era todavía la principal fuente de preocupación en relación con las cuestiones económicas y políticas de México.(9) La copia de instituciones estadounidenses como el gobierno democrático y la división de poderes, tuvo un origen de negligencia e insuficiencia que irremediablemente hizo que aquellas se mezclaran con instituciones y costumbres anacrónicas, como la intolerancia religiosa, el patrimonialismo y la impunidad. Lo que nunca pudo establecerse y sigue pendiente de inscribirse en nuestra realidad es aquél motivo con el que empieza la Constitución estadounidense y que es, acaso, su secreto más recóndito: el establecimiento del gobierno de la sociedad "por reflexión y elección".(10)
No obstante, dada la influencia e importancia de Estados Unidos, es paradójico que al revisar el periodo de 1810 a 1830, ni los participantes ni los historiadores hayan reportado interacciones significativas entre los líderes mexicanos y americanos. Sólo las intervenciones deliberadas de Estados Unidos en América Hispana han parecido dignas de atención, y la literatura más abundante sobre el período se centra en ellas. En la mayoría de las relaciones históricas no hay trazas de los debates intelectuales y políticos estadounidenses, a pesar de la importancia que pudieron haber tenido para la toma de decisiones.
Los actores fundamentales de la escena política jugaron importantes roles en las discusiones sobre la adaptación de las instituciones modernas al país, y al hacerlo, constantemente dirigieron su mirada hacia Estados Unidos como uno de sus principales puntos de referencia. El testimonio de un testigo, Servando Teresa de Mier es elocuente: "La nación, carente de un programa aceptaba ilusionada uno ya elaborado de fabricación norteamericana... la consecuencia ha sido que ahora todo tiene en México la marca de fábrica de esa procedencia". (González Pedrero, 1993:296).
Servando Teresa de Mier pronunció estas palabras en el famoso discurso que dirigió al Congreso Constituyente el 13 de diciembre de 1823,(11) en un último esfuerzo por oponerse a casar federalismo y división de poderes como en la constitución de Estados Unidos.(12) Haciéndose eco de las palabras de Mier, Edmundo O´Gorman afirma que a partir de ese episodio México entró en el camino de la adaptación en lugar del de la libertad (González Pedrero, 1993:296).
En estos años de la historia mexicana, que de hecho constituyeron un periodo fundacional, porque la Constitución promulgada en 1824 sentó las bases del Estado mexicano,(13) se dio la encrucijada en la que convergieron muchas coyunturas. Los liberales triunfaron sobre los conservadores al derrotar a Iturbide, cuyo "imperio" fue efímero.(14) Al mismo tiempo, los federalistas triunfaron sobre los centralistas al constituirse una república federal, que estableció un ejecutivo débil y un congreso fuerte. Detrás de estas formas políticas se mantenía la voluntad de deshacerse del absolutismo español, de construir un Estado basado en la soberanía popular (contra la autoridad real), y de encontrar una forma de hacer compatibles la integridad territorial y la autonomía local.
Servando Teresa de Mier, Lorenzo de Zavala y José María Luis Mora, entre otros, hicieron agudas observaciones sobre el papel que jugaban las imágenes que tenían los mexicanos (y ellos mismos) sobre Estados Unidos: Mier escribió:

La prosperidad de esa república vecina ha sido, y está siendo el disparador de nuestras Américas porque no se ha ponderado bastante la inmensa distancia que media entre ellos y nosotros... Aquel era un pueblo nuevo, homogéneo, industrioso, laborioso, ilustrado y lleno de virtudes sociales, como educado por una nación libre: nosotros somos un pueblo viejo, heterogéneo, sin industria, enemigos del trabajo y queriendo vivir de empleos como los españoles, tan ignorante en la masa general como nuestros padres, y carcomido de los vicios anexos a las esclavitud de tres centurias. (Mier, 1945:77).

Zavala consideraba que México y otras repúblicas latinoamericanas tenían las fórmulas, las frases, las palabras, los nombres, los títulos, en suma, todas las apariencias constitucionales de la república de los Estados Unidos del Norte; aunque falta mucho para que las cosas, la esencia del sistema, la realidad corresponda a los principios que se profesan[...] obsérvese el curso de ambas revoluciones: á Washington, Franklin, Mongomery, por una parte; á Hidalgo, Morelos y Matamoros por la otra: á los primeros proclamando la independencia y la libertad; á los segundos la religión y los derechos de Fernando VII [sic].(15) Recuérdese lo que eran los norteamericanos antes de su independencia, su estado de civilización, la forma de sus instituciones, la estensión de su comercio, la homogeneidad de castas[...]y lo que eran los mexicanos esclavizados, supersticiosos, divididos en diferentes castas, desiguales en consideraciones sociales, mucho mas desiguales en propiedades, riquezas y empleos. (Compárese el acta memorable de 4 de julio de 1776; monumento en mas glorioso erigido al culto de la filosofía y de la felicidad de los hombres: y por la otra parte ese plan de Iguala[...]una transacción con...hábitos y estado de superstición del país: un tratado...entre la civilización y la ignorancia; un convenio entre la libertad y el despotismo." (Zavala, (1985 [1845]: 300-301).

Mora atribuyó el fracaso del marco constitucional para proporcionar estabilidad y progreso a la supervivencia del absolutismo. Fue la misma acusación que hizo Mier cuando se rehusó a establecer un ejecutivo débil. Pero en 1830 Mora podía extender su juicio a 16 años de gobierno constitucional y concluir que la principal falla se expresaba en la recurrencia del Ejecutivo (federal y de los estados) a pedir al Congreso "poderes extraordinarios" para mantener la estabilidad. La raíz de este problema la encontró en la falta de control del gobierno sobre el gasto público.

El primero y principal objeto de sistema representativo, es acordar las contribuciones por medio de los representantes de la nación, y tomar cuenta de la inversión de los caudales públicos. Todo pueblo conservará su libertad mientras tenga en su poder los cordones de su bolsa. Esta expresión del célebre autor de las Cartas de un Colono de Pensilvania,(16) se ha hecho un axioma de legislación constitucional en todos los pueblos libres. Mora (1994 [1830]: 124-131)

Mora finalizó su Ensayo haciendo un llamado a realizar reformas que realmente reforzaran la estructura republicana más allá de las apariencias.
Como si la profecía de Teresa de Mier se hubiera cumplido, Estados Unidos ejerció una "alucinación" sobre los mexicanos. La imitación de las estructuras republicanas de Estados Unidos en la nueva República Mexicana estaba destinada al fracaso, porque las raíces económicas e históricas de ambas naciones son profundamente diferentes.

Mora y el problema de la Reforma


A pesar de la larga guerra de Independencia (1810-1821), durante esa época en México había optimismo sobre la posibilidad de que el país se convirtiera en una de las naciones emergentes de las revoluciones modernas. Los movimientos de independencia de Iberoamérica eran vistos como parte un proceso más amplio de cambio inaugurado por las revoluciones norteamericana y francesa. El liberalismo, que se convirtió en la ideología político-económica dominante, tomó su lugar entre las elites y vehiculizó sus intentos por construir un nuevo orden poscolonial. Este optimismo estaba basado en el dominio del partido liberal. De acuerdo al historiador David Brading:

Durante los años 1824-1855, el credo dominante de la nación política era el liberalismo... La verdadera división de la política mexicana residía entre las diferentes facciones del liberalismo;... La mayoría de los liberales[...]creían en la libertad y en la soberanía de la voluntad general, en la educación, la reforma, el progreso y el futuro. (Brading, 1973:157).


Los liberales mexicanos también pensaban que "el progreso de Norteamérica (es decir, los Estados Unidos) era resultado directo de sus instituciones políticas." (Hale, 1968:195).
Sin embargo, aún en el apogeo del Liberalismo, como hasta nuestros días, los esfuerzos políticos por transformar "viejos" regímenes para producir "modernidad" chocaron con prácticas sociales y coaliciones interesadas en mantener intocados esos regímenes. Durante la guerra de Independencia, la derrota de los insurgentes dirigidos por Miguel Hidalgo y José María Morelos a manos de los criollos y los peninsulares conservadores levantó las primeras suspicacias en el sentido de que el ámbito social que había de transformarse iba a ser más resistente al cambio de lo que se pensó en un principio. Aunque los conservadores estuvieron fuera del poder la mayor parte del tiempo hasta la década de los cincuenta, continuaron expandiendo y mejorando su concepción política y económica.
El mejor exponente de las ideas conservadoras era Lucas Alamán, quien sostenía que la oposición entre la herencia española y la inglesa era insuperable, que la ambición de Estados Unidos era controlar el hemisferio occidental, y que sólo una vasta alianza hispánica (Hispanoamérica y España) que entrelazara religión, idioma y costumbres podría resistir al imperialismo norteamericano. Alamán vio a la tradición como una fuente de legitimidad.(17)
El esfuerzo por construir un nuevo orden constitucional implicaba desarrollar nuevas definiciones, desde el significado mismo de la ciudadanía, hasta los derechos del Estado y de los individuos en la constitución de la esfera pública. Un país nuevo, nacido de uno de los episodios más brillantes del imperialismo español, se enfrentaba a la necesidad de superar su pasado feudal y de colocarse entre las naciones del mundo "moderno". Una historia reveladora a este respecto es la evolución intelectual y política de José María Luis Mora, a quien puede considerarse el padre fundador del liberalismo mexicano.
Bajo la influencia del liberalismo europeo y americano, Mora sostenía que sólo a los propietarios debían otorgarse derechos ciudadanos. Éstos constituían la única clase social que merecía respeto y que tenía intereses que defender frente al Estado. También pensaba que se debía establecer un balance entre el poder central y el de los estados. Pero la evolución de los acontecimientos políticos le hizo percatarse de que la brecha entre el modelo constitucional y la realidad social era tan profunda, que muy poco se podía lograr a través del imperio de la ley. De hecho, el ámbito efectivamente gobernado por la ley era muy pequeño, porque en ese momento prevalecían la confusión y el "desorden" en la sociedad.
En realidad, si existía una fractura decisiva en la sociedad mexicana, ésta era la que había entre la ley y las prácticas sociales efectivas. Los ejemplos cruciales de esta contradicción eran la perversa combinación de las instituciones republicanas modernas con prácticas políticas tradicionales: el federalismo se pervirtió por la presencia de caciques locales y hombres regionales fuertes; el presidencialismo se pervirtió por el caudillismo; los jueces eran fáciles de comprar o intimidar; el Congreso se asemejaba más a una corte que al prestigioso poder de las legislaturas modernas.
Mora comprendió las implicaciones de este problema cuando reconoció que ninguna de las nuevas repúblicas iberoamericanas había consolidado un gobierno estable. Esta inestabilidad nacía del hecho de que estas repúblicas

no han adoptado del sistema representativo otra cosa que sus formas y su aparato exterior; en que han pretendido combinar y unir estrechamente las leyes y hábitos despóticos y mezquinos del viejo absolutismo con los principios de un sistema que sólo debe ser libertad y franqueza. (Hale, 1999:108)

El constitucionalismo de Mora cambió la defensa de la libertad individual por una reforma de la sociedad que la hiciera posible. Los privilegios de la iglesia católica, los militares y los hacendados fueron el leit motiv de su desengaño. En sus alegatos por establecer las obligaciones y los derechos del gobierno, distinguió el derecho a afectar la propiedad corporativa del derecho a afectar la propiedad privada. Esta última debía protegerse porque era un derecho de los individuos que precedía a la sociedad, mientras que la primera debía ser objeto de una reforma social conducida por el Estado. Sin haber sometido al clero y a los militares al gobierno civil y expropiado las tierras de la iglesia (que era dueña de casi dos terceras partes del territorio nacional), la fundación de las instituciones liberales mexicanas era inalcanzable. Mora murió en 1850, antes de que las reformas sociales y políticas se implementaran a nivel nacional.
En 1836 el Congreso reemplazó la Constitución de 1821 por las Siete Leyes, un acto conservador que reforzó el poder presidencial, suprimió el federalismo y contrajo las libertades ciudadanas. El conflicto entre liberales y conservadores se agudizó, Texas declaró su independencia (1836), la inestabilidad política hizo del país su presa y los militares ocuparon los espacios más prominentes de la actividad política. En 1843 un nuevo Congreso promulgó otra Constitución que solamente sobrevivió tres años. Dos años más tarde, el Congreso de Estados Unidos admitió a Texas a la Unión, y la guerra entre México y Estados Unidos (1847-1848) terminó con la pérdida de los territorios del norte del país.
Una sociedad que se veía a sí misma como heredera de un pasado glorioso, resuelta a proyectarlo hacia el futuro, tenía que admitir que se encontraba en un punto en el que el fracaso comenzó a erosionar la confianza en sí misma. El México poscolonial había sido incapaz de encontrar su camino entre las naciones modernas; a cambio, se enfrentó en el campo de batalla con "el Coloso del Norte", el último de los poderes nacidos de la expansión de las alguna vez humildes y desdeñables colonias de Nueva Inglaterra.

Liberales y conservadores


Los moldes de comportamiento de la élite y las estructuras heredadas de la colonia funcionaron en un mismo sentido: la obstrucción del desarrollo económico y político. En palabras de Octavio Paz: "La independencia de México fue la negación de lo que habíamos sido desde el siglo XVI; no fue la instauración de un proyecto nacional sino la adopción de una ideología universal ajena del todo a nuestro pasado." (Paz, 1979:57).
México se encontraba luchando con su pasado para acceder al mundo "moderno". El rasgo distintivo de este intento fue que la clase gobernante o negaba el pasado para poder adaptar el país a las imágenes de modernidad generadas en Europa y Estados Unidos, como lo hicieron los liberales, o abrazaba el pasado para oponerse a los modelos modernizantes extranjeros, como los conservadores. El motto de Mora revela la posición de los liberales: "El más sabio y seguro medio de precaver las revoluciones de los hombres, es el de apreciar bien la del tiempo, y acordar lo que ella exige, y acordarlo no como soberano que cede sino como soberano que prescribe." (Villoro, 1967:243)
En el lado opuesto, al justificar el proyecto monárquico, Alamán apuntaba que éste


"formaba una continuación no interrumpida de principios reinantes desde la Conquista, y en un país como la América española, donde la Conquista es todo y de ella deriva el derecho de propiedad, cuya única fuente son las mercedes de terrenos hechas en nombre del monarca, esta sucesión legitimaba y afianzaba todos los derechos, los cuales hoy no descansan en base alguna..." (Villoro, 1967:235).


Sorprendentemente, la gran ausencia fue la de un proyecto endógeno, nativo, capaz de combinar selectivamente el pasado y la imitación de caminos exitosos para alcanzar la modernidad. Tal posibilidad hubiera significado una innovación, pero ésta no se llevó a cabo. ¿Por qué?
Liberales y conservadores constituyeron los principales "partidos" en la competencia por el poder estatal durante la segunda mitad del sigo XIX. Los primeros querían restablecer una constitución democrática después de los gobiernos de Santa Ana,(18) mientras que los segundos demandaban el establecimiento de una monarquía; los primeros reclamaban un régimen democrático, liberal y reformista, mientras que los otros lucharon por traer a un príncipe europeo para que gobernara a la nación. El triunfo de los liberales encabezados por el presidente Benito Juárez dio lugar al Congreso Constituyente de 1856, que estableció una república democrática e introdujo drásticas medidas en contra de la iglesia terrateniente.(19) La expropiación de las tierras de la iglesia provocó un radical antagonismo de los conservadores pro-eclesiásticos y esta situación llevó al país a un nuevo periodo de conflicto, en el que el gobierno liberal fue depuesto y Maximiliano de Habsburgo coronado Emperador de México. Unos años más tarde éste fue derrocado, dando lugar a la restauración de la República y al regreso de Juárez como su presidente.
Durante este periodo la influencia de Estados Unidos en México fue decisiva. La reforma liberal se inspiró en gran medida en la experiencia de ese país. Los liberales querían transformar los obstáculos que impedían a México alcanzar una prosperidad económica similar a la de Estados Unidos, considerado el modelo a seguir. Después de remover un gran obstáculo al expropiar las tierras de la iglesia y ponerlas a la venta y de restablecer las instituciones democráticas, la reforma liberal empezó a implementar algunos proyectos económicos y políticos positivos.(20)
Sin embargo, las heridas que liberales y conservadores se infligieron durante un largo siglo de guerra civil y de desacuerdos sobre el proyecto nacional no cicatrizaron. Por el contrario, permanecieron abiertas y continuaron minando la posibilidad de articular el desarrollo económico y la democracia.
La herencia colonial y la experiencia fallida de formar un gobierno nacional eran parte de una situación más compleja. Liberales y conservadores se habían comprometido en un largo conflicto. Lo que estaba en juego era la forma de implantar la "modernidad" en la vida de la nueva nación. Sin embargo, lo que ambos partidos entendían por "modernidad" era muy diferente. Los liberales querían deshacerse del pasado colonial con todos sus privilegios, los conservadores deseaban prolongar la grandeza de la sociedad virreinal. Ambos enfrentaban lo que Edmundo O'Gorman llamó la paradoja de Jano.(21) Por un lado, si los liberales triunfaban en el proyecto de establecer una nueva sociedad, tendrían que reformarla, pero al intentarlo hasta sus últimas consecuencias (y lo hicieron en una medida considerable), debían sacrificar el credo liberal.
Esenciales para este credo son la propiedad y los derechos individuales; si éstos se establecían, tendrían que respetarse. En los fundamentos del ideal liberal hay una larga oposición entre dos visiones: "historicismo" y "convencionalismo". El primero considera que las formas históricas de propiedad no se pueden alterar sin incurrir en la violación de los derechos individuales, y el segundo sostiene que las convenciones son esenciales para alcanzar consensos sobre los derechos de quiénes tendrían que establecerse y cómo hacerlo. Mientras que el convencionalismo acepta la intervención deliberada en el diseño de los derechos de propiedad, el historicismo lo rechaza. En México, las diferencias entre liberales y conservadores estaban bien representadas por estos dos "partidos históricos" de la doctrina liberal, y aunque no existía un acuerdo total sobre este punto en ninguno de los dos bandos, los liberales tendían a reformar los derechos de propiedad, mientras que los conservadores evitaban hacerlo. Si el sueño imperial de los conservadores hubiese triunfado, se hubieran restaurado muchas de las estructuras coloniales caras a la imagen de sociedad que éstos tenían, imposibilitando el progreso material.(23)
La consecuencia de esta paradoja fue que la reconciliación con la tradición no fue posible, al menos en la forma en que conservadores y liberales intentaron "conciliarlas".

Fue así que el conflicto conservador-liberal, reducido por nuestro análisis a la disyuntiva de dos imposibilidades, las de no poder seguir siendo como ya se era y de no poder ser como Estados Unidos, se ventiló de hecho como una pugna entre dos orgullos, el de participar en un modo de ser históricamente superior al de Estados Unidos y el de participar en un modo de ser naturalmente igual al de Estados Unidos. (O'Gorman, 1977:37).

Los rasgos estructurales de la sociedad mexicana conspiraron en contra de la posibilidad de que México se convirtiera en una nación moderna que requería de una gran reforma económica, política y cultural, o que se llegara a un cierto compromiso entre liberales y conservadores. De hecho esto fue lo que sucedió, aunque de manera oscura, no mucho después de que el presidente Juárez reasumiera el poder. Hacia el final de su mandato, Juárez decidió postularse para la reelección y ganó, aunque murió ocho meses después. En el contexto político del momento, la reelección constituía una flagrante contradicción de los principios liberales por los que Juárez había luchado. La reelección para la presidencia era vista como una imitación de la tradición caudillista, precisamente aquella de la que los liberales trataban de deshacerse.
La inquietud entre los militares aumentó con rapidez, porque Porfirio Díaz, el soldado republicano triunfante frente a los franceses y el emperador Maximiliano, se obsesionó con la idea de ser presidente. Se levantó contra Juárez, pero cuando éste murió, la batalla dejó de tener sentido. Cinco años después, Díaz se rebeló contra la reelección de Sebastián Lerdo de Tejada, sucesor de Juárez. En esa ocasión triunfó y tomó el poder. De esa fecha en adelante, habría de permanecer en la presidencia durante treinta años.(24)
México terminó el siglo XIX en la encrucijada entre estabilidad y dictadura, en la medida en que se confrontaba con la inestabilidad que resultó de la desastrosa experiencia de alternancia entre la democracia liberal y la monarquía conservadora. En la base de este fracaso democrático se encontraban las mismas causas que condujeron a una dictadura estable. Las elites que habían sido incapaces de establecer un orden político democrático fueron atraídas por el prestigio político y militar de un nuevo caudillo.
El régimen de Porfirio Díaz se caracterizó por su mirada hacia el exterior. Pasado el "siglo" de formación de los órdenes económico y político internos, México inició un periodo de profundas influencias externas, y la de Estados Unidos se convirtió en la más importante, aunque como consecuencia del balance de poderes en el escenario internacional, Inglaterra, Francia y Alemania también jugaron papeles importantes. De hecho, México fue uno de los escenarios de la lucha entre estos poderes, y se convirtió en un país en el que las estrategias imperialistas influenciaron fuertemente la identidad nacional. (Katz, 1982 :I, cap. I).


La dictadura


Después de la Independencia, los patriotas criollos estaban ampliamente convencidos de la estatura de México en comparación con Estados Unidos. Tenían un fuerte sentido de la superioridad de Hispanoamérica frente a la sociedad angloamericana. La guerra con Estados Unidos rompió abruptamente esta imagen y la reemplazó por la certidumbre de que la balanza se inclinó en favor de Estados Unidos cuando Dios abandonó a sus turbulentos súbditos católicos.
La Independencia significó la pérdida de una identidad. Como afirma Brading, el mundo colonial encontró en la Nueva España el ámbito para la creación de una nueva personalidad histórica. Una vez que perdió el esplendor y consistencia de tres siglos, el vacío dejado por la confusión, impuso una dolorosa búsqueda de la identidad nacional, que ya no se podía encontrar dentro de los límites exclusivamente nacionales.
La independencia de Texas y la invasión de Estados Unidos, con la consecuente amputación de los territorios del norte, dejaron una profunda herida en la conciencia nacional.(25) Las implicaciones de ese hecho histórico fueron tremendas. El resultado final de la política caudillista fue la pérdida de cerca de la mitad del territorio del país. El orgullo nacional ha lamentado esa pérdida desde entonces. La Independencia, la guerra civil, los gobiernos liberales y conservadores se enfrentaron a la dura realidad. México ya no era la primera América, sino la frontera en donde la civilización hispánica encontró sus límites. El Coloso del Norte estableció sus fronteras territoriales del sur. México y Estados Unidos iniciaron una nueva fase de su relación en la que la interacción entre ambos países se convirtió en un hecho cotidiano.
En este contexto, la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia tuvo dos implicaciones. Por un lado, finalizó el conflicto tradicional del siglo XIX entre conservadores y liberales. Díaz era el héroe que derrotó a los conservadores y derrocó a las fuerzas de Maximiliano. Juárez, por su lado, había expropiado las tierras de la iglesia. Cuando Díaz tomó el poder no había enemigos internos significativos que se opusieran al programa liberal. Por otro lado, la paz se había alcanzado y se imponía la reconciliación con los conservadores, ya que la unidad nacional en torno a las políticas modernizadoras era posible (y necesaria).
Díaz suavizó los embates de los liberales a la iglesia católica y abrió la puerta a los conservadores dispuestos a apoyar su régimen. La pax porfiriana abrió el camino al desarrollo económico otorgando al capital extranjero garantías de estabilidad política y social. Se invirtieron recursos europeos y norteamericanos en ferrocarriles, energía, petróleo, minería, puertos, etc. Los sectores más productivos estuvieron dominados por compañías extranjeras, y como resultado, los intereses locales obtenían beneficios en la medida en que los primeros se expandían. Por ende, la dependencia económica fue la principal consecuencia del subdesarrollo.
La mirada hacia otros países para adoptar sus modelos dejó de centrarse en el ámbito de lo político subrayado por conservadores y liberales, y se trasladó hacia lo económico. Ahora la tecnología, el capital y la organización eran vistos como las llaves del "orden" y el "progreso". Se mantuvo el interés tradicional por algunos países europeos, principalmente Inglaterra y Francia, pero la influencia de Estados Unidos creció constantemente y contribuyó a moldear los asuntos internos y la identidad nacional, el paisaje urbano, los negocios y todos los grandes temas económicos.
Durante el Porfiriato, la influencia del Curso de Filosofía Positiva de Augusto Comte fue decisiva en la configuración del ambiente intelectual detrás de las políticas estatales. La élite de los "científicos" dio forma a la administración durante el gobierno de Díaz, cuya característica sobresaliente fue la separación de la política y la administración. "Poca política y mucha administración", fue el lema que inspiró a los intelectuales que gobernaban el país. En este contexto, orden y progreso no eran meras palabras, sino el espíritu detrás de los actos y las decisiones del régimen. El siglo de guerra e inestabilidad tenía que superarse para que México entrara a la modernidad llevado del puño de hierro de Porfirio Díaz.
Justo Sierra, José Ives Limantour y Bernardo Reyes fueron tres de las personalidades más importantes del gobierno del dictador. La educación, las finanzas y la milicia fueron los respectivos campos en los que aplicaron sus proyectos modernizadores. El medio que utilizaron para alcanzar la meta de la modernización fue el de la aplicación de la ciencia y la tecnología en las decisiones del gobierno. Para los estándares de ese momento, el de Díaz era un gobierno tecnocrático, en el que el presidente se hacía cargo de los problemas políticos y sus ministros de los problemas técnicos y económicos. Díaz mantuvo firmemente esta división del trabajo, y su gabinete prácticamente no intervenía en asuntos políticos.
Los resultados de las políticas de Díaz fueron notables. A pesar de que el sector rural sufrió varias crisis, la minería creció de manera sostenida (6 por ciento anual entre 1895 y 1905), y las tres mayores industrias (azúcar, textiles y tabaco) que doblaron su ingreso. De 1890 a 1900, la capacidad de producción de energía eléctrica se incrementó cinco veces, y la construcción de vías férreas se convirtió en la empresa más impresionante en la que se embarcó su gobierno. La inversión pública en comunicaciones recibió especial atención y tuvo un gran impacto económico. Hacia 1900, 44 compañías extranjeras que aportaron el capital y la tecnología, habían construido 15 mil kilómetros de vías férreas (González, 1976:234-235).
En el sector público se llevaron a cabo varias reformas, entre las que la política fiscal fue particularmente exitosa. Limantour, ministro de finanzas, terminó con los impuestos aduanales internos que existían desde el periodo colonial. Bajo su dirección se actualizó la estructura de los impuestos y el sector público recaudó más del doble entre 1888 y 1904.(26)
La construcción de ferrocarriles y comunicaciones en general contribuyó a integrar el mercado doméstico y explica en gran medida el éxito del crecimiento de la actividad económica interna y la inserción de la economía nacional en el panorama económico internacional (Coatsworth, 1979). El Porfiriato se reconoce como un periodo de reformas económicas que contribuyó a superar algunas de las más importantes limitaciones institucionales al crecimiento económico.
Durante esos treinta y cinco años de dictadura se logró una suerte de síntesis entre liberalismo y conservadurismo. Las peculiares formas que lo permitieron eran ciertamente extrañas a una "democracia" liberal. De hecho no existía democracia alguna, pero las formalidades democráticas se mantenían rigurosamente. El régimen de Díaz celebraba elecciones de acuerdo con la Constitución de 1857, que prescribía el sufragio universal con un sistema de elecciones que partía de los distritos en los que se elegían delegados electorales, en los que a su vez se elegían gobernadores, diputados y senadores. La estabilidad del régimen descansaba en el fuerte liderazgo ejercido por el general Díaz al frente de los militares y en los amplios márgenes de autonomía otorgados a los gobiernos locales, en los que hombres fuertes encabezaban la política de la provincia, siempre en consonancia con las líneas establecidas por el caudillo. Una red de lealtades y clientelismo dio forma a las bases sobre las que se construyó la estabilidad. En la cúspide de la pirámide se encontraba Díaz, cuya presencia era esencial para la supervivencia del sistema.
Sin embargo, el imperio de la ley estaba lejos de ser realidad. Los pactos políticos que garantizaban la estabilidad y la paz se construyeron sobre bases informales, y la ley se utilizó como una forma de legitimación de los actos de gobierno. De manera que el régimen porfirista parecía impecable desde un punto de vista legalista, aunque los derechos reales, ya fueran humanos, civiles, sociales o políticos, fueron sujetos de un alto grado de arbitrariedad que afectaba a las clases medias y bajas y beneficiaba a las clases altas y a los intereses extranjeros. En la visión del dictador, esta era la única manera de "domar " a un país que todavía no estaba preparado para la democracia.
El lado oscuro de la legalidad del régimen era la subordinación real de las cortes y los magistrados al poder del caudillo. Lo mismo sucedió con las autoridades estatales, locales y con el Congreso. Los derechos políticos también se condicionaron. Los ciudadanos tenían derecho al voto, pero las únicas organizaciones políticas que estaban autorizadas legalmente para actuar, eran las que cada elección proponían la candidatura de Díaz para la reelección.(27) Aunque se toleraba la libertad de prensa, cuando surgían problemas políticos ésta era fuertemente restringida. Durante la última década de su mandato Díaz fortaleció progresivamente el control político de la prensa y de los emergentes clubes y partidos(28) que se desarrollaron en la clandestinidad.(29)
Esta particular contradicción entre el imperio de la ley y la política real ha intrigado a historiadores y observadores, y puede considerarse como uno de los rasgos característicos de la política en México, no exclusiva del Porfiriato, sino extensiva a la colonia y a la historia contemporánea. Jano tenía dos caras, no solamente por la escisión, pasada y presente, entre liberales y conservadores, sino porque la vida real y los principios constitucionales estaban divorciados.
De hecho, las demandas democráticas fueron una de las causas iniciales de la Revolución Mexicana. El movimiento por el cambio democrático que buscaba acabar con la dictadura terminó en una insurrección y 10 años de guerra civil. A esta exigencia se unían la de justicia social para proveer a las comunidades campesinas despojadas con tierras y agua, y el derecho de los trabajadores a sindicalizarse.
La presencia de Estados Unidos en México durante el Porfiriato incluyó compañías de ferrocarriles y mineras, así como una fuerte presencia diplomática. Fue en estos años que Estados Unidos se convirtió en el mayor inversionista en México, constituyéndose en un verdadero Coloso del Norte, cuya influencia era inevitable e irreversible para los mexicanos.
Justo Sierra, ministro de educación de Díaz, viajó a Estados Unidos en 1895 y registró sus impresiones del viaje en una serie de artículos periodísticos que tituló En tierra yankee. Sus expresiones de asombro ante la visión de las maravillas del progreso son interminables, como lo son también los sentimientos de extrañamiento frente a una cultura que percibía ajena a sus valores. Cuando regresó a México, después de cruzar la frontera por El Paso, escribió:

Adiós, pues, ¡oh! Tierra de lo repentino, de lo colosal, de lo estupendo; naciste ayer y has crecido en una hora... Me voy a la tierra de las horribles chozas de adobe, de las casas bajas, "banales" y sin confort, a la tierra de las personas lentas, negligentes, anémicas...¿Supe ver? Apenas. ¿Supe mirar? ¡Tampoco! ¿Supe discernir? No pude. ¿Qué me queda? Me queda una especie de zumbido de oídos en el espíritu; una especie de visión apocalíptica, una serie de fragmentos de una espiral de fierro, cuyas vueltas ocúltanse en las brumas del horizonte y cuyos extremos se pierden, arriba en la irradiación del cielo, y abajo en la noche del infierno... Por esos fragmentos de tramos corre la gente sin cesar, sin cesar, go ahead, go ahead...(30) (Carballo, 1996:165).


El alfa y omega de la revolución mexicana


La historia de la Revolución Mexicana es la historia de un crepúsculo. Su estrella nunca alcanzó realmente su zenit pero tampoco se desvaneció por completo. La razón por la que se le puede definir así es doble. Por un lado, aunque la construcción de un régimen democrático fue una demanda esencial del movimiento maderista al inicio de la revolución, el legado de Madero se desvaneció rápidamente entre los militares revolucionarios, quienes dieron prelación al crecimiento económico y los derechos sociales sobre la democracia y los valores ciudadanos.
Estados Unidos jugó un papel fundamental en el sostenimiento de esta política. La diplomacia de este país moderó las acciones más radicales de la revolución representados en la Convención Constituyente de 1917 negándose a reconocerlos diplomáticamente. Por su parte, el Primer Jefe Venustiano Carranza estaba dispuesto a llegar a un acuerdo con Estados Unidos después de cerca de diez años de guerra civil. La necesidad de legitimar al nuevo gobierno y de hacerlo aceptable para los poderes internacionales dominantes, principalmente para Estados Unidos, motivó a Carranza a inaugurar una política internacional que combina una retórica nacionalista y antimperialista con negociaciones realistas con el gobierno de dicho país.
Durante ese periodo Estados Unidos intervino frecuentemente en México. Primero cuando el embajador Henry Lane Wilson colaboró para derribar a Madero de la presidencia y restaurar las fuerzas porfirianas. Después, al ocupar Veracruz con el fin de derrocar a Victoriano Huerta, y por último, cuando en 1916 invadió el territorio mexicano por el norte para perseguir a Francisco Villa y castigar su incursión en Columbus, Nuevo México. Nacionalismo y anti-americanismo se convirtieron en fuertes sentimientos de respuesta entre la población mexicana.
La revolución se convirtió entonces en un movimiento en busca de una nueva identidad nacional, que incluyó esfuerzos por diferenciar a México de Estados Unidos. La obra de José Vasconcelos se encuentra entre las principales contribuciones que inauguraron una nueva concepción de la nacionalidad mexicana. Su contribución abarcó desde la construcción de nuevas instituciones del régimen revolucionario,(31) hasta la transformación del sistema escolar en uno con fuertes valores nacionales e hispanoamericanos. Vasconcelos siempre vio a Estados Unidos con lentes hostiles, aunque reconocía algunos aspectos que consideraba positivos y valiosos.
Sus primeros años transcurrieron en Piedras Negras, en la frontera con Eagle Pass, Texas. Gracias a su condición familiar de clase media pudo asistir a la escuela en el lado americano. De esta experiencia Vasconcelos obtuvo la ventaja de una educación con estándares más altos que en el lado mexicano, y un sentimiento de frustración por la falta de oportunidades educativas en México.
Escasamente poblado en ese entonces, el lado mexicano de la frontera con Estados Unidos se convirtió en uno de los sitios en los que la presencia de Estados Unidos se volvió indisoluble de la experiencia mexicana. El otro lado, como se denomina en la jerga norteña al país del Norte, era una frontera que había que construir.
Vasconcelos, el gran intelectual y "maestro de las Américas", el así llamado "civilizador" de la revolución mexicana comienza el primer tomo de su autobiografía Ulises Criollo con una imagen de Estados Unidos partiendo el desierto para trazar la nueva frontera en la que se encuentran Sonora y Arizona. En una de las primeras remembranzas de su niñez, trae a la memoria un día (1886-87?) en su pueblo Sásabe, "poco menos que una aldea", un lugar al que el gobierno mexicano mandaba a sus empleados a encontrarse con los yankees. Dice,

Fue un extraño amanecer. Desde nuestras camas, a través de la ventana abierta, vimos[...]un grupo extranjero de uniforme azul claro. Sobre la tienda que levantaron flotaba la bandera de las barras y las estrellas. De sus pliegues fluía un propósito hostil. Vagamente supe que los recién llegados pertenecían a la comisión norteamericana de límites. Habían decidido que nuestro campamento, con su noria, caían bajo la jurisdicción yanqui, y nos echaban: 'Tenemos que irnos - exclamaban los nuestros- y lo peor -añadían- es que no hay en las cercanías una sola noria; será menester internarse hasta encontrar agua'. Perdíamos las casas, los cercados. Era forzoso buscar dónde establecernos, fundar un pueblo nuevo... (Vasconcelos, 1983:I, 7-11).

Vasconcelos relata que no tiene un recuerdo claro del lugar, porque era muy pequeño entonces, pero transmite la viva imagen de estos

...hombres de uniforme azul no se acercaron a hablarnos; reservados y distantes esperaban nuestra partida para apoderarse de lo que les conviniese. El telégrafo funcionó; pero de México ordenaron nuestra retirada... Los invasores no se apresuraban; en su pequeño campamento fumaban, esperaban con la serenidad del poderoso. (Vasconcelos, 1983:I, 10).

La percepción de Vasconcelos sobre Estados Unidos y su relación con México fue una de las más influyentes durante el México posrevolucionario. Su narrativa sigue el curso de los eventos durante el Porfiriato, la revolución y sus consecuencias, de las que él mismo se convertiría en protagonista, primero y en víctima después, cuando perdió las elecciones presidenciales y los generales en el poder le impusieron el exilio.
En el trasfondo de esta experiencia, se alzó un sentido de conflicto civilizatorio. Angloamericanos y mexicanos no solamente son personas diferentes, sino civilizaciones opuestas. En una de sus obras más influyentes, Bolivarismo y Monroismo (1934), Vasconcelos concibe la diferencia entre Estados Unidos y los países hispanoamericanos como una diferencia civilizatoria. Comienza su libro afirmando:

"Llamaremos bolivarismo al ideal hispanoamericano de crear una federación con todos los pueblos de cultura española. Llamaremos monroísmo al ideal anglosajón de incorporar las veinte naciones hispánicas al Imperio nórdico, mediante la política del panamericanismo." (Vasconcelos, 1934:7)

En este libro, Vasconcelos demanda la unidad de Hispanoamérica frente a la influencia norteamericanea e inglesa en el subcontinente. Religión, geografía e identidad se ven amenazados por "El monroísmo se nos revela en ella como una serpiente que constriñe el cuerpo aletargado de Hispanoamérica" (Vasconcelos, 1934:15).
El argumento efectúa un resurgimiento del conflicto liberal-conservador, porque para Vasconcelos la historia mexicana, la fuente de experiencia de la que, a su juicio, tenían que abrevar todos los países hispánicos, es reinterpretada desde el punto de vista de actitudes y valores pro o versus anti-Estados Unidos. Juárez aparece como un traidor a la nación como Santa-Anna; Lorenzo de Zavala es retratado como socio del "cuervo" Samuel Houston en la independencia de Texas y así sucesivamente. Por otro lado, Lucas Alamán, el primer ministro de relaciones exteriores mexicano y la figura clave del conservadurismo decimonónico, es reivindicado como el primer gran opositor al panamericanismo y de hecho, como la figura que derrotó al monroismo en las reuniones panamericanas en las que se discutió la creación de un acuerdo comercial hispanoamericano o uno que incluyera a toda América. Joel Roberts Poinsett era el embajador de la administración del presidente John Quincy Adams (1825-29) durante esas reuniones, en las que Alamán se le enfrentó, ganando los votos de las naciones hispanoamericanas para su propuesta de excluir a los Estados Unidos del acuerdo continental de comercio.
Vasconcelos comenta que Alamán puso un alto a la política de Adams dirigida a controlar "América para los americanos". "Alamán creía en la raza, creía en el idioma, creía en la comunidad religiosa. En suma, Alamán daba al bolivarismo el contenido que le estaba faltando. Y sin sobresaltos liquidaba el monroísmo." (Vasconcelos, 1934:10).
Raza, religión y lengua. La trilogía de la identidad hispánica se entretejió para construir una barrera frente al "imperio nórdico".(32) Las tres fueron leit motives de los escritos de Vasconcelos a todo lo largo de su vida. Aun cuando reconocía las virtudes del trabajo, observancia de las reglas y adherencia a la gran "familia cristiana" como características positivas de Estados Unidos, consideraba que éstos constituían una amenaza a la misión y el destino de la "raza cósmica". Las ambigüedades reunidas en este concepto forzaron a Vasconcelos a buscar su significado en el pasado, donde podía encontrar los componentes de una civilización distintiva para afirmarla en el presente. México es visto por él como el sitio en el que estos componentes se mezclaron y del que emergería una gran sociedad. La condición para que esto ocurriera era resistir a la absorción del Coloso del Norte, con sus espurias logias masónicas, sus sectas protestantes y su insípida blancura.
Fuertemente influido y hasta obsesionado por la ideología racial (no exenta de una inclinación fascista) Vasconcelos afirmó en La Raza Cósmica:

En la América latina existe, pero infinitamente más atenuada, la repulsión de una sangre que se encuentra con otra sangre extraña. Allí hay mil puentes para la fusión sincera y cordial de todas las razas. El amurallamiento étnico de los del Norte frente a la simpatía mucho más fácil de los del Sur, tal es el dato más importante[...] Pues verá enseguida que somos nosotros de mañana, en tanto que ellos van siendo de ayer. Acabarán de formar los yanquis el último gran imperio de una sola raza: el imperio final del poderío blanco. Entre tanto, nosotros seguiremos padeciendo en el vasto caos de una estirpe en formación[...]lo que de allí va a salir es la raza definitiva, la raza síntesis o raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos...
Y continúa la comparación: "la misión del sajón se ha cumplido más pronto que la nuestra, porque era más inmediata y ya conocida en la Historia [...] no había más que seguir el ejemplo de otros pueblos victoriosos... He ahí por qué la historia de Norteamérica es como un ininterrumpido y vigoroso allegro. (Vasconcelos, 1948:30-31).


A pesar de la fuerte presencia de Vasconcelos en el debate público, durante el siglo XX, el dominio del nacionalismo mexicano fue superado por el nacionalismo revolucionario. La revolución dejó su huella en la construcción de las instituciones políticas y económicas del México moderno. Vasconcelos fue por un tiempo el hereje que encabezaba a la tribu de disidentes del movimiento revolucionario. Aquellos que, habiéndose unido al movimiento maderista, no se rindieron incondicionalmente a la alianza militar que emergió triunfante de la guerra civil. Después de colaborar, como Vasconcelos mismo, con los generales en el poder en la década de 1920, estos disidentes comenzaron a oponerse a la corrupción y el autoritarismo argumentando que el tiempo de los militares había terminado y que se tenía que construir un nuevo régimen político democrático.
En 1929 Vasconcelos se postuló a la presidencia como candidato independiente y fue derrotado; sus seguidores fueron reprimidos por las fuerzas gubernamentales, abandonó el país y buscó refugio en Estados Unidos. Como Hidalgo, Juárez y Madero antes que él, Vasconcelos probó el doblez de la doctrina de Estados Unidos fuera de su territorio. Se le permitió vivir en Los Angeles, fue reconocido como una figura democrática, pero el sistema "democrático" unipartidista que se inauguró después de su derrota se granjeó el reconocimiento de Estados Unidos sobre la base del pragmatismo necesario para enfrentar los problemas de la relación entre los dos países. De ahí en adelante la historia es de sobra conocida: a partir de 1920, los militares revolucionarios primero y sus símiles civiles gobernaron el país sobre el fundamento de una legitimidad revolucionaria organizada en un partido hegemónico.
Ni el nacionalismo revolucionario con su carga de autoritarismo, ni lo que se puede llamar el nacionalismo mesiánico acuñado por Vasconcelos y adaptado en una versión más ligera por sus seguidores,(33) pudieron establecer una perspectiva coherente en torno a la forma en que debía de tratarse a Estados Unidos en relación con los asuntos mexicanos. Por un lado, la falta de democracia y un discurso nacionalista cada vez más empobrecido llevaron al debilitamiento de la política exterior mexicana. Por otro, la incapacidad para comprender la cultura, los usos y costumbres de Estados Unidos condujeron a una exageración de los esplendores del pasado mexicano y de las posibilidades del país para proyectarlos al futuro. La carga del pasado obstruyó la capacidad de construir el presente desde una perspectiva dirigida a metas futuras.
La obra de Octavio Paz, una generación posterior a Vasconcelos, contiene una visión más fresca e intelectualmente fértil de los Estados Unidos. Está relacionada con su comprensión independiente de la historia de México y de la de Estados Unidos.
Con la obra de Paz(34) aparece finalmente una ruptura radical con el pasado colonial en el horizonte intelectual mexicano. En algunos de sus ensayos más iluminadores, Paz examina el periodo colonial como aquel en el que Nueva España se aisló de los movimientos de las reformas calvinista y luterana, y más tarde de la revolución filosófica y científica de la Ilustración. Lo mismo le sucedió a España en el continente europeo. Aún cuando figuras como Francisco Suárez (1548-1617) y Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) ejercieron una importante influencia en los esfuerzos por hacer coincidir la cultura política española con el resto de la Ilustración europea, el absolutismo y el prejuicio religioso perduraron por más tiempo que en los países del norte de Europa. Para la Nueva España, este aislamiento representó la pérdida de oportunidades de ajustar sus estructuras internas a la perspectiva del mundo del futuro. Por el contrario Estados Unidos, ya fuera por medio de la religión, la política o la ciencia, representó la tendencia contraria.
Como hijo de la temprana Europa moderna (un "retoño de Occidente"), México interrumpió sus promisorias posibilidades y permaneció cautiva en la defensa del catolicismo. El aislamiento de la Ilustración impidió el encuentro con el pensamiento crítico, núcleo de la modernidad. También implicó aislamiento del pensamiento técnico y económico. Con la defensa ultramontana de la autoridad de la iglesia católica sobre todos los asuntos seculares, Nueva España primero y México después, impidieron la formación de algunas de las instituciones modernas. La ciudadanía, el imperio de la ley, la libertad de expresión y organización, la democracia y el mercado no se establecieron o lo hicieron muy débilmente. La consecuencia general de esta trayectoria histórica fue el atraso.
La visión de Paz sobre la diferencia entre Estados Unidos y México incluye un examen de la historia del primero en el que encuentra tendencias opuestas. Como en un espejo invertido, Estados Unidos y México representan los dos extremos de la partición europea que produjo la disputa sobre la modernidad. Diferentes y hasta opuestos, los dos países están inevitablemente unidos y su relación tendrá que producir una nueva realidad, a un tiempo síntesis última de la historia de Occidente y una nueva realidad por derecho propio.
Pero de acuerdo con Paz, este camino se encuentra con un gran obstáculo. Estados Unidos no es un país como otros. Es un poder imperial, y esa es una de las razones que impiden el establecimiento de una relación estable y productiva con su vecino del sur. México ha imitado las instituciones políticas y económicas de Estados Unidos, añadiendo su propio modo de vida a esos formatos. En este contexto, la principal diferencia entre México y Estados Unidos es que el primero ha sido incapaz de ver el futuro sin cargar con la culpa, las cargas y las contradicciones del pasado, mientras que la historia de Estados Unidos comenzó con una ruptura con su pasado europeo y la decisión de construir nuevas instituciones.
Paz obtiene una lección sencilla pero contundente: la modernidad no es factible sin una ruptura con el pasado, y ésta sólo es posible mediante una reconciliación con las tradiciones. En otras palabras, no hay futuro sin olvido, pero éste nace de la reconciliación; y ésta incluye a Estados Unidos.

Fieles a sus orígenes [...] los Estados Unidos han ignorado siempre al otro. En el interior al negro, al chicano o al portorriqueño; en el exterior: a las culturas y sociedades marginales. Hoy los Estados Unidos se enfrentan a enemigos muy poderosos pero el peligro mortal no está fuera sino dentro [...] Para vencer a sus enemigos, los Estados Unidos tienen primero que vencerse a sí mismos: regresar a sus orígenes. Pero no para repetirlos sino para rectificarlos: el otro y los otros -las minorías del interior tanto como los pueblos y naciones marginales del exterior- existen. No sólo somos la mayoría de la especie sino que cada sociedad marginal [...] representa una versión única y preciosa de la humanidad. Si los Estados Unidos han de recobrar la entereza y la lucidez, tienen que recobrarse a sí mismos y para recobrarse a sí mismos tienen que recobrar a los otros: a los excluidos del Occidente." (Paz, 1983:159)

Conclusión. El modelo y la copia


Las páginas precedentes ofrecen un puñado de imágenes sobre la influencia y la interacción de los estados unidos en/con México y su historia. La principal conclusión es que la dinámica de la historia de Estados Unidos ha impactado a México a través de la recurrencia del contraste entre ambos países. México aparece como Jano con sus dos caras, siempre mirando hacia pasado y futuro sin poder reconciliarlos. La imagen de Estados Unidos como un gigante cuya fuerza deslumbra y provoca atracción y repulsión permea la historia mexicana.
La influencia de Estados Unidos ha sido por tanto decisiva en la formación de las identidades mexicanas, como lo ha sido también la resistencia a dicha influencia. Las instituciones económicas y democráticas norteamericanas han fascinado la mente de los mexicanos, pero la fascinación es al mismo tiempo motivo de movimiento y parálisis. De tiempo en tiempo, la influencia de Estados Unidos en asuntos mexicanos ha sido paradójica, porque a la vez que ha inspirado las instituciones democráticas y republicanas, ha conducido a los mexicanos a aferrarse a su pasado, contribuyendo a la posposición del tiempo en que las instituciones modernas, democráticas tengan poderes reales tanto como formales.


Notas
1Este artículo es una versión modificada y actualizada de "Janus and the Northern Colossus. Perceptions of the United States in the Building of the Mexican Nation", publicado en The Journal of Américan History, Vol. 86, núm. 2, septiembre de 1999.
2 Nombre oficial de México desde 1824, que se utiliza en formalidades políticas y burocráticas únicamente.
3 En la literatura reciente, informada por enfoques pluralistas, tienden a aparecer más de dos Américas. Ciertamente existe una América francófona en el norte y en el Caribe, una portuguesa en Brasil y una América nativa en diversos países. Sin embargo, mi argumento se centra en las dos principales herencias que influyeron en la construcción de las grandes regiones americanas.
4 En el original en inglés, el título de esta obra de Brading es The First America.
5 Se les conocía como castas. Existían 22 combinaciones raciales diferentes, a las que correspondían status legales y sociales diferenciados. Alexander von Humboldt calculaba que hacia el final del siglo XVIII la población mestiza alcanzaba el 40 por ciento y los "indios" otro 40 por ciento, mientras que los peninsulares y los criollos juntos representaban 20 por ciento.
6 Octavio Paz dedicó su extenso ensayo sobre Sor Juana Inés de la Cruz (1988) a describir este problema.
7 En 1810 Hidalgo envió a Pascasio Ortiz de Letona a Estados Unidos como ministro plenipotenciario, para solicitar apoyo. Más tarde, en 1915, el presidente Madison decretó la amonestación de cualquier clase de ayuda de parte de los ciudadanos y empleados de gobierno norteamericanos a los revolucionarios mexicanos. El episodio de Gutiérrez de Lara se ubica entre estos dos hitos.
8 Uso la palabra "trayectoria" en el mismo sentido del concepto "path dependence" (North, 1990: 92-104) que se explica a continuación.
9 La invasión napoleónica de España y de la Europa continental constituía la principal preocupación de las elites latinoamericanas en ese momento, ya que se encontraban en una coyuntura en la que emergieron desacuerdos sobre su status colonial.
10 Alexander Hamilton, The Federalist Papers (I).
11 A este discurso se le conoce como su Profecía Política.
12 Hale (1968:193-197) argumenta que las principales fuentes del federalismo en México no se encuentran en la experiencia estadounidense, sino en la tradición española del gobierno local y municipal. Sin embargo, la redacción de la constitución se guió en la Constitución de Estados Unidos.
13 Estas bases resultaron insuficientes, ya que la inestabilidad política llevó a dos congresos constituyentes más, en 1857 y 1917.
14 Iturbide llegó al poder en 1821, cuando se logró la independencia de España, y cayó en 1823.
15 El Grito de Hidalgo en Dolores declarando la independencia en 1810, invocaba la religión y la soberanía de la corona como las reivindicaciones más importantes de la revolución de independencia. El movimiento que encabezó se dirigía en contra del tratamiento por parte de la metrópoli hacia Nueva España como si ésta no fuera un reino independiente sujeto a la corona por contrato y no solo por medio de la fuerza. Esta era la visión del líder del movimiento, aunque una vez que éste se convirtió en un levantamiento popular, el ideal independiente adoptó la soberanía nacional en contra de España como parte central de su programa (véase Villoro, 1968).
16 Aunque la referencia original en español no es conclusiva, Mora parece referirse al libro de John Dickinson, Letters from a Farmer in Pennsylvania, to the Inhabitants of the British colonies (Boston, 1768).
17 Su argumento en contra de Estados Unidos se extendía a la religión, el lenguaje, el conocimiento y las costumbres. Su estilo a menudo grandilocuente subraya contrastes entre las dos culturas y en ocasiones adquieren tonalidades de desprecio hacia los Estados Unidos. Sin embargo, su influencia perdura hasta el presente.
18 Este conflicto estuvo mediado por el papel jugado por la milicia. Antonio López de Santa Anna se convirtió en un caudillo nacional debido a la falta de control de los civiles sobre los militares. A pesar de sus proyectos, ni conservadores ni liberales podían emprender algo sin el apoyo o la complicidad de los militares.
19 Esta medida incluyó la expropiación de las tierras de las comunidades indígenas. La propiedad corporativa de la tierra y otros privilegios feudales fueron el blanco de la reforma liberal encabezada por Juárez y su grupo.
20 De hecho, el gobierno de Juárez inauguró una nueva era de estabilidad. Pero otra vez el precio que hubo que pagar fue el de la dictadura, porque el experimento democrático terminó en 1977, cuando Porfirio Díaz llegó a la presidencia.
21 El significado mitológico de Jano implica la contradicción insoluble entre el pasado y el presente que no pueden ser reconciliados en una sola cara.
22 Por otro lado, la fe liberal en la mano invisible de la economía liberal contrastaba con las políticas de intervención estatal defendidas por conservadores como Lucas Alamán (Hale, 1969:249). Di Tella (1996, cap. 7) analiza extensamente el debate que tuvo lugar entre las elites en torno a las alternativas económicas. Su descripción del "desarrollismo" ilumina los roles que jugaron liberales y conservadores en la definición de la agenda económica entre la década de 1820 y la de 1840.
23 De hecho, esta paradoja se presentó cuando Maximiliano se negó a desmantelar las reformas liberales realizadas durante el gobierno de Juárez, argumentando que restablecer la propiedad de la iglesia católica, entre otras medidas, obstruiría el progreso económico. Esta negativa es prueba de su filiación a estándares europeos de "modernidad", y le trajo consecuencias adversas, porque perdió el apoyo de algunos conservadores.
24 Con la sola interrupción en 1880, cuando su amigo Manuel González le sucedió. Díaz retomó el poder en 1884 y permaneció en la presidencia hasta 1911.
25 La Doctrina Monroe introdujo en el siglo XIX un largo conflicto al oponer el panamericanismo al hispanoamericanismo. El recientemente independiente gobierno mexicano tuvo que enfrentar este problema. Dicha doctrina contradecía el hispanoameircanismo al insistir en el establecimiento de una alianza defensiva de todo el continente americano en contra de la amenaza de las potencias europeas, mientras que la élite mexicana oponía a esta política una que subrayaba la unidad de los países ibéricos y católicos, claramente diferenciados de Estados Unidos.
26 De 34 millones de pesos en 1888, a 86 millones en 1904 (González, 1976:231).
27 En diciembre de 1890 el congreso aprobó la reelección indefinida del presidente.
28 Díaz tenía una famosa expresión: "ese gallo quiere máiz", que hacía referencia a su forma predilecta de cooptación: comprar a los opositores.
29 Véase Guerra, 1985, tercera parte.
30 En inglés en el original.
31 Vasconcelos fue rector de la Universidad Nacional y Secretario de Educación. En 1929 fue candidato a la Presidencia. Luego de su derrota se exilió en Estados Unidos.
32 Vasconcelos acuñó la frase "Por mi Raza Hablará el Espíritu", lema de la Universidad Nacional.
33 Principalmente los del Partido Acción Nacional.
34 Aquí se requiere de una acotación. Como cualquier generación intelectual, Paz no actúa por su cuenta. Pertenece a una generación que incluye a otros individuos que han hecho considerables contribuciones a este problema. Esta generación ha luchado por superar la ceguera de las visiones nacionalistas, e incluye a un buen número de autores. Uno de los imprescindibles en relación a las visiones que en México se tienen sobre Estados Unidos, es Carlos Fuentes, cuya obra no está considerada aquí.



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