DANIEL GOLDIN

La cascada

 

 

I


Por ésta, mi boca muda, llamo palabras
y brotan escupitajos de cal, cascadas de piedra, cascajo,
blancas piedras cavadas en su cavidad sin fundamento.
Un sordo latido en la piedra dura
resuena en mi oído y lo alimenta.
Aquí hubo un río. Oigo su ronco tronar contra las rocas,
el gozo con que azota su propia transparencia
y una puerta se abre en mi oído y entra el viento
el puro aliento que enmascaran las palabras.

Ah, si la sangre fuera hielo o diamante,
gélida daga que rasgara el corazón.

Detrás de las largas paredes del olvido
-varado ante un espejo-
alguien quisiera morir para ser el agua
y dejarse caer por las cañadas
ebrio en el brío que revienta contra la arista.
Qué gozo aquel. Qué gozo también pasar las horas
bajo la lluvia escuchando
conversaciones en lenguas que no entiendo.
Ese arrullo tiene algo que despierta.
A la otra orilla del mundo
- ahí donde nadie llega-
un río construye y hace ondular
habitaciones en el aire, carpas ligeras:
murmura promesas
que no son de aquí ni de allá:
respira. Sólo el rumor del agua las habita. En la noche
cuando su transparencia es un secreto
que conduce al silencio a su morada.
Animales de cristal, gráciles bestias,
gacelas de transparencia sigilosa
se acercan a abrevar a este venero
su secreto, un lucero.

II

Tracatrá tra. Escucha el ruido del río contra las rocas.
Su casaca de cuencos huecos silenciando la pradera.
El brío bruto, siempre igual
siempre distinto. Implacable tracatrá trá.
Trae acá todos los sentidos posibles.
Todos los sentidos, ¿son posibles?

Hay que depurar la espuma.

Más que un hablar,
la promesa de una escucha.
Habla
muda. Habla ya.


III


Mirar al mundo con los ojos de nadie.
Habitarlo desde la ausencia.
Mitad despierto, mitad dormido.

Evasivas sílabas del sueño.
El rumor del agua contra las rocas,
vocablos del cantar que tanto añoras

¿Volver al día
y tomar la lengua por prestado:
decir como un tonto que despierta al gallinero
que nada dice, que nada dice
con aliento de vicio
y espuma de rabia por la boca?


 


IV


Oh, Sibila
Oh Maldita señora del sueño
parte mi corazón en dos
y deja que una parta con tu arrullo.
Y que la otra se vuelva roca, abandónala.
Tú que lo has atravesado con tu canto,
hazlo roca, hazlo agua,
hazlo quebrarse.
Que pase la noche en vela
y no vuelva el día a congraciarse.

Fuego y sangre.
Hielo y Sangre.
Y en el medio
-un instante-
Tú, la impasible,
Tú, el imposible
silencio:


V


Ploc- dijo el viejo- , ésa es la llave, clávala en tu frente.
Si vas al río y sondeas la corriente,
recuerda que la piedra siempre hace "ploc" antes de hundirse.
Luego dijo "ploc", murió y me dejó a solas.
Tomé una piedra y la lancé con toda mi fuerza.
Salió un hombre a reclamarme su vidriera.
Y anoté una sentencia trasnochada:
Ay, las cosas del hombre nada tienen que ver con el agua.
Y, esto ¿con qué tiene qué? ¿Y esto qué?
¿Osé un desliz?

Deliz deliciosa osa
aletea y roza
responsos apenas audibles
donde reposa
y de pronto corta y troza
trueca cuencos y conchas
desechos en el lecho
de un río seco en el que brama la espuma:
¿se abre la bruma?

Y esto ¿con qué?
Y esto ¿qué?

¿Llama la sangre que martilla?
¿Qué batalla? La boca triza
calcáreas huellas, criptas, criptogramas.
Se quiebran. Vibran:

Sangre y no agua,
lodo y no sangre
¿y con esta parda agua
he de educar a mis hijos
diciéndoles es por aquí y no por allá.
Inventa tu canción
(¿qué otra cosa podría decirles?)
que todo este ruido es silencio,
que esa música que escuchan
no es suya?


VI


Solitario, el príncipe de la casaca
vagaba por la vereda devanando vanos devaneos
cascaba nueces viendo fluir el agua
montado en su renco corcel
de aliterada filigrana engastada.
Cabalga y en su caída especula
potencialidades que el exceso murmura.
Hila y endilga desvelado, siempre habla bla bla
de lo mismo. De muro a muro, estólido
ante un espejo de agua.
¿Es tiempo este ir y correr pues no hay retorno?
Como el idioma: recuerdos y promesas provisorios.
Una casa abierta a la horas
Casa de Oración, de verbo y sustantivos
sin sustancia, ¿verbigracia un jardín especular y
sustituto? Ayuno cabalgar que horada horas,
heridas despierta, hordas de muertos
de agonistas y agonías
las propias huellas de un extravío.
de muro a muro.


VII


Harías bien en callarte, pero si quieres cantar macera tu lengua
en los arrullos de tu madre ,- dijo La Abuela Paridora de Pies Umbríos.
Madre muda, hija y nieta de madres mudas,
tú, que me heredaste el desamparo,
tú, que me adurmeciste con una lengua prestada,
invéntame una.
Dame un arrullo para dormir a mis hijos
dame:
El silencio que anhelo
¿mora en el arrullo que no cantaste?

Toda lengua es prestada.
Toda lengua es invento.
Toda lengua es viento.

VIII


El copei es una planta de hojas más pequeñas que un dedo
que verdea sobre las rocas. La he visto crecer
bajo un chorro inclemente que castigan las pardas aguas del río Carrao.

Dejarse golpear es toda su fortaleza
atada a una roca,
fiel a su potro torturador,
inmóvil y simultáneamente
dócil. Un solo brazo en su rosa de los vientos,
una sola estrella guía su travesía,
a fuerza de cavar e ir ahondando.
Hasta que un día se desprende
y se pudre en las aguas turbulentas
Y de tanta tozuda fidelidad,
de tan estulta sapiencia
sólo queda espuma:

No hay salida ahí tampoco.

Todo es y está
y puede ser permanentemente.

Aquellas plantas no escogen su camino.
En la cascada del Sapo
sus pequeñas hojas pecioladas se doblan bajo el chorro
pero no se quiebran:
¿Saben algo que no dicen? ¿Dicen algo?
¿Dijo algo aquella muchacha que una tarde
quiso ser agua? ¿Supo algo que yo ignoro?.
Días después su cuerpo apareció
enredado entre los mangles, corrompido por las aguas,
Nadie reconoció en su rostro ¿Encontró la salida?
la dulce nana que la arrulló entre las piedras.

Aquella extranjera solitaria nadaba desnuda
como buscando chapotear en un tiempo prístino sin fracturas.
Pues dicen que le dijeron que los antiguos
sabían. Pero sólo el movedizo presente permanece.
Y no hay resquicio.

¿Quién murmura? ¿Quién invita a ese convite?

Hay que depurar la espuma

Piedra sobre piedra, hasta vencer al peso.
Y luego, de súbito
un viento se levanta

Cantar con los oídos de nadie
Escuchar.
Rever invertido

Quisiste ser el agua
y eres viento,
te sentiste viento y eres lodo
un mojón que se agrieta
bajo un sol paciente.
Música y silencio.
Bajo un sol paciente

Quisiste ser un río.
Eres otro.

Déjalo sonar:
don, don. El don de la paciencia
Olvida. Don. Don.

El dolor que estalla
esparce música serena
cuando te rompe el corazón
También el silencio.
Don. Don.
Dona el don.
Habla.

IX


Así cavada
la ausencia
nunca es tal.
Quieta despierta.

Llamo palabra y escupo piedras.
Varadas ante esta puerta
¿muertas? ¿Que nada dicen?

Pero aun en el blanco silencio de esta página
el fragor de horas extraviadas: tracatratrá, tracatra
trá. Lejanos fantasmas
Hordas heridas
prolongando la imposible despedida.
Estás acá ¿Estás acá?
Aquí, allá: Estacas.
Albor sin dueño:

Traen acá , comparten panes
y peces.
Sal, comparte panes y peces
y sal.

Hay que depurar la ausencia.
Cascada, nunca es tal
Tracatracatrá. Tracatratrá, tracatrá.
Hay que depurar la ausencia.
Tracatracatrá. Tracatrá, tracatrá.

Ésta no es la puerta.
Si algo fuera, sería
un canal que riega un huerto
de frutas silvestres,
un jardín sin fin
y sin descanso: Un invento que se desvela
Un vacuo latir desvelado
Un generoso ayuno,
venero hondo y promisorio.

Tracatracatrá. Tracatratrá, tracatrá.
Y eres otro. Y eres otro.

Por esta mi boca muda,
ni aquí ni allá,
en ese fragor sostenido,
en este fragor que se evade.
tracatrá, tracatrá
trae acá
tra.

 

 

Daniel Goldin, "La cascada", Fractal n° 22, julio-septiembre, 2001, año 6, volumen VI, pp. 92-101.