LUIS FERNANDO LARA

La familia filológica hoy

 

 

El texto literario es, por excelencia, el punto de partida del estudio filológico.(1) Pero no el texto como pretexto o como impulso para un nuevo texto de naturaleza semejante -otra obra literaria- ni como fenómeno autocontenido al que hay que analizar pormenorizada, sistemática y totalmente -como lo pretendería, sin lograrlo todavía, una "lingüística del texto"-, sino como portador de un enigma que hay que resolver tomando en cuenta cualquiera de los aspectos que ayuden a ello: desde la grafía y el tipo de escritura empleados o la calidad del papel en que está impreso, hasta el vocabulario o las construcciones sintácticas utilizados y, por supuesto, la calidad literaria de sus versos, de su prosa, de sus reminiscencias históricas, el estilo, los hechos biográficos de su autor, el género en que adquiere sentido, etcétera. Por eso la filología no ha pretendido ser jamás una ciencia, con un procedimiento jerarquizado bien establecido y un objetivo final que despeje toda posterior duda; por el contrario, se ocupa de los detalles reveladores de un texto desde una hermenéutica que excluye el plan preconcebido, la aspiración a resolver "de una vez para siempre" su esencia estética o sus características formales, ya no digamos "aplicarle" un cartabón de análisis, elaborado en independencia de él y desde una especulación "teórica", que las más de las veces es sólo ideológica. Dice Luis Villoro: "La ciencia es, ante todo, un acopio de saberes con validez intersubjetiva; la crítica literaria [la filología], en cambio, no podría reducirse a una firma de poderes; sería, antes que nada, un conocimiento personal. En ella, cada quien entra en contacto con un objeto literario, lo percibe, lo goza o lo padece. Los saberes que llegue a tener de su objeto se fundan en ese contacto personal, antes que en razones objetivas".(2)

Una filología supone por eso una afición o un amor por la obra literaria. Y como afición, o como pasión, supone una actitud del conocimiento, manifiesta, ante todo, en el gozo de la literatura, en el gusto por los detalles, por la colección de curiosidades, por la erudición. No se entiende una filología sin amor por el texto y sin una permanente lectura, pero tampoco una filología sin erudición y sin formación en las varias disciplinas que concurren al análisis hermenéutico.

II

¿Es la filología una ocupación con los textos que nazca "naturalmente" en cualquier cultura y en cualquier ser humano? Seguramente que no y por eso hay que explicarla. Si fuera un interés obvio para todo ser humano, no nos preocuparía su estado actual ni su enseñanza; se justificaría por sí misma. La filología nació en Occidente de la necesidad de interpretar documentos valiosos, no de un planteamiento sistemático que comenzara por definir su propio objeto. El ser humano en posesión de sus conocimientos, enfrentado al enigma de un documento opaco en algún sentido. La filología nació de una valoración previa del texto: de la valoración del pasado clásico, de la necesidad de claridad en los libros bíblicos, del afán por elevar la cultura propia -nacional, regional, religiosa- al ámbito de los clásicos, de la necesidad social de establecer un canon -como dicen hoy en día- no sólo estético, sino también moral, para valorar su propia identidad y su propia acción en la vida. No en balde contribuyeron a su instauración social la creación de los Estados modernos, a partir del Renacimiento; la búsqueda de la palabra de Dios en la religiosidad del protestantismo; y el gusto romántico por las tradiciones, los relatos y las líricas populares, el Volksgeist. Todos los monumentos filológicos del siglo XIX y todos los grandes filólogos de la época se caracterizan por haber dejado obras en cualquiera de esas direcciones. Pensemos en Friedrich Diez y Wilhelm Meyer-Lübke, en Gastón París y en Ramón Menéndez Pidal, en el ámbito romance y español. Pensemos también en los filólogos del XX cercanos a nosotros: la escuela pidalina, los miembros del Instituto de Filología de Buenos Aires y el círculo que formó Raimundo Lida en torno de la Nueva Revista de Filología Hispánica en El Colegio de México. Pero recordemos también la filología romántica de los hermanos Schlegel, los Grimm y Herder en Alemania, y el papel de don Ramón en el descubrimiento moderno de la antigua lírica popular española.
Si la filología nació de la instauración social de ciertos valores desde finales del siglo XVIII y sobre todo en el XIX, es de preguntarse qué ha pasado con ella desde la segunda mitad del XX y cuál es su papel social en el XXI que comienza.

 


III

Como disciplina hermenéutica, la filología hacía uso de todos los conocimientos que fueran necesarios para entender adecuadamente un texto. Si se trataba del Poema del Cid, era igualmente importante poner en perspectiva el estado del castellano manifiesto en sus versos y los acontecimientos históricos que relata; interesaba la copia y las características del copista del manuscrito hallado; interesaba la relación de la épica castellana con la francesa, especialmente. El filólogo ha transitado siempre libremente entre diferentes disciplinas; tantas y tan diversas como hagan falta para la aclaración del texto. Naturalmente que tal libertad impone dos condiciones: acumulación de conocimientos precisos y experiencia literaria. De ahí la erudición y el gusto literario que han caracterizado siempre a los filólogos.
Pero el siglo XIX fue rico en novedades intelectuales; incluso, comparativamente, mucho más rico que el XX, que fue el siglo en donde esas novedades se desarrollaron y, sobre todo, dieron lugar a sus efectos tecnológicos. Lo primero que se debe tomar en cuenta es la conformación de las llamadas "ciencias humanas" o "ciencias sociales" desde la segunda mitad del XIX, como una creación positivista que segmentó el núcleo de las anteriores ciencias morales -las Geisteswissenschaften de Dilthey, retraducidas más tarde al español como "ciencias del espíritu"- : la historia, la arqueología, la sociología, la economía y la lingüística establecieron sus condiciones y definieron sus objetos de estudio. En particular observemos lo acontecido con la lingüística. En la tradición europea, la lingüística se gestó dentro de la filología; primero como intensificación del estudio de la lengua literaria; luego como instrumento de reconstrucción de la genealogía de las lenguas indoeuropeas; inmediatamente después como método de estudio de la historia de las lenguas. Bastó con que la ciencia natural, con una persistencia sorda, continuara acusando a la filología de no producir conocimiento verdadero, verificable y predictible, y con que resplandecieran las ciencias del XIX: la biología con la teoría de la evolución, la anatomía y la mecánica, para que la lingüística se definiera a sí misma y se desgajara del complejo de intereses de la filología. El rigor naturalista y sistemático de los Jóvenes Gramáticos alemanes ("Neogramáticos", los rebautizó Ascoli en las lenguas romance), contagiado del ambiente científico de la época, abstrajo por primera vez la lengua de su valor literario. Ferdinand de Saussure, alumno de ellos en Leipzig, pero descendiente de una familia suiza de científicos, sacó las conclusiones que todos esperaban: la lengua tiene un sistema que la subyace y que se ofrece como invariante de todos los textos escritos en ella. La lengua tiene una realidad en la naturaleza humana a la que la gramática normativa y la retórica deforman. La lengua merece ser un objeto de estudio científico por sí mismo, desligado de valores que la trascienden, como los literarios.


La ruptura entre filología y lingüística no se produjo, sin embargo, en ese momento, sino casi medio siglo más tarde, cuando la enseñanza saussureana floreció en Europa, al final de la Segunda Guerra Mundial. El Curso de lingüística general de Saussure se interpretó en tres direcciones: la de los estudios sincrónicos (que eliminan, por principio de método, la historia y el razonamiento del orden histórico, para así poder encontrar el sistema de la lengua), la de los estudios diacrónicos (que no es la versión saussureana de la historia, sino la yuxtaposición en serie de estados sincrónicos de las lenguas) y, frente a estas dos, consideradas "lingüísticas de la lengua", la de la "lingüística del habla", expuesta por Charles Bally, dedicada a las particularidades del habla y el texto específico, en la que el estilo y la peculiaridad de cada texto recobran su valor filológico (la "lingüística del habla" nunca pudo alcanzar una posición equivalente a las otras dos lingüísticas).
El aparato de método de esa lingüística saussureana disponía de dos instrumentos: la conmutación entre signos para discernir una diferencia de significado y, a partir de ella, la identificación de cada uno de los signos conmutados (/perro/:/pero/, /capa/:/cara/) y la oposición binaria, que reduce la búsqueda de diferencias entre signos a sus "rasgos mínimos". Los resultados de las conmutaciones dieron lugar a la primera noción lingüística de la estructura(3), el sueño saussureano de un "álgebra del lenguaje" parecía comenzar a realizarse.
El interés originario de la filología por la lengua del texto literario se vio reforzado e instrumentado por el primer desarrollo de la lingüística. Muchas de las nuevas nociones de análisis venían a resolver dificultades de interpretación que había encontrado la filología: la variación de la escritura en manuscritos antiguos, difícilmente inteligible a base de la noción de "letra", se pudo interpretar de modo congruente mediante la noción de "fonema". Las condiciones de comparación de un texto con otro se podían establecer mejor con la noción de sincronía. La dialectología, que había nacido de la exploración neogramática de las "leyes fonéticas", condujo a un reconocimiento detallado de zonas históricas de diferencias dialectales que, por ejemplo, para la historia de la literatura antigua española, resultaron fundamentales, pero que también enriquecieron a la lingüística diacrónica. Un recorrido por las obras más destacadas de don Ramón Menéndez Pidal, desde su estudio del Poema del Cid y los Orígenes del español, hasta su artículo clásico de "Sevilla frente a Madrid" (escrito, nada menos, que para el volumen Estructuralismo e historia; miscelánea homenaje a André Martinet[4]), nos ilustra quizá de manera ejemplar las relaciones armónicas entre la lingüística y la filología, tal como se presentaban a un filólogo creador, realmente fundador de una escuela filológica y, a la vez, atento a las enseñanzas que ofrecía la lingüística de su época(5).
Pero a la postre, ese modo de cernirse la lingüística sobre la lengua, dejando aparte cualquier otro valor que la "trascendiera" -como pedía Saussure- paradójicamente se volvería contra la filología. En efecto, en la crisis constitutiva del estudio filológico entre las características intrínsecas del texto y su valoración, era posible darse a la búsqueda de valores textuales que pudieran explicarse a partir de su propia complexión verbal y derivar hacia un cientificismo positivista y formalista que terminara por volverse contra la hermenéutica constitutiva de la filología (tampoco se ha de soslayar sino, al contrario, merecería estudiarse con detenimiento, la influencia del horizonte formalista que ya se daba, también desde finales del siglo XIX, en la pintura -la "escuela de París" y sus secuelas: impresionismo, puntillismo, cubismo, fauvismo-, en la música -atonalidad, serialismo, dodecafonía- y, ¿por qué no? en la lógica, con las exploraciones formalistas de la época entreguerras en Europa y Estados Unidos).(6) Surgirían así, en Rusia, el formalismo de Roman Jakobson y el círculo de poetas del que formó parte Mayakovski, y el New criticism en Estados Unidos, que más tarde dieron lugar al estructuralismo literario. La estilística (que deriva de la "lingüística del habla") de Bally, de Karl Vossler y de Dámaso Alonso, en cambio, era una versión propiamente filológica de esa búsqueda.

 

IV


La misma idea romántica del Volskgeist y de la etnografía alemana contribuyó de otro modo a la lingüística del siglo XX: Franz Boas, un filólogo austriaco emigrado a Estados Unidos, despertó el interés estadounidense por sus pueblos aborígenes e inauguró la lingüística descriptiva de las lenguas del norte de América. A partir de él comenzó lo que podríamos llamar la tendencia "antropológica" de la lingüística angloamericana: la escuela de Edward Sapir en la Universidad de Yale, que en México recibimos de Mauricio Swadesh y se sitúa en el origen de la lingüística antropológica mexicana, enseñada por muchos años en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sin embargo, la formación de la mayor parte de los lingüistas estadounidenses que contribuyeron al desarrollo deslumbrante de la lingüística en ese país en los años 60, dependió de los servicios de inteligencia militar durante la Segunda Guerra Mundial.(7) El conocimiento del japonés, en particular, y más tarde del vietnamita, de varios dialectos malayos, etcétera, obedecía a las necesidades de proteger a los soldados estadounidenses y de interpretar mensajes en esas lenguas. La traducción y el desciframiento de mensajes fueron dos temas centrales de esa formación lingüística. No fue por coincidencia que el Massachussets Institute of Technology abriera un departamento de traducción automática en su laboratorio de electrónica, en donde años más tarde se produciría el núcleo de la lingüística chomskyana. (Otra cosa es que tal esfuerzo de traducción automática fracasara y que Chomsky no quisiera relacionarse con él.) Buena parte de los fondos que impulsaron la lingüística estadounidense de los años 60 a los 80 fueron de origen militar, como lo revelan los agradecimientos explícitos en muchas obras de la época.
Pero los intereses militares estadounidenses no dieron lugar a las técnicas de análisis que caracterizan a la lingüística descriptiva. Fueron la enseñanza de Boas y la complicación inherente a las lenguas que estudia en el continente americano lo que produjo esas técnicas. Igualmente, el aire positivista que la lingüística heredó del siglo XIX contribuyó a un acercamiento a la lógica moderna, en cuyo lenguaje formal se veía un modelo para el análisis lingüístico. Leonard Bloomfield, un lingüista angloamericano que preside el desarrollo de la lingüística descriptiva en los años 20, se formó también en Leipzig, uno de los centros principales de la vieja y dura filología alemana, pero se orientó después rápidamente hacia el neopositivismo del Círculo de Viena, de cuya inacabada Enciclopedia de la ciencia unificada fue un contribuyente. La lingüística no se circunscribe a la descripción de las lenguas, como la taxonomía no es toda la biología, ni toda la lingüística tiene cuño estadounidense. Pero sin duda ha sido la necesidad de técnicas y de instrumentos conceptuales de análisis el principal motor de desarrollo de la lingüística contemporánea, tanto en su vertiente norteamericana, como europea. Técnicas propias de análisis y afán de formalismo son dos poderosas corrientes que le dan cohesión a la lingüística moderna. Por eso se puede caracterizar la lingüística contemporánea como formalista, de inspiración logicista, naturalista y cada vez más tecnificada.
Una lingüística así ya no es aprovechable por la filología. Los conocimientos técnicos de la lingüística se han vuelto cada día más abstrusos y, sobre todo, cada vez se alejan más de las preguntas que sigue haciéndose el filólogo, pues no son las características universales de las lenguas, ni su alojamiento cerebral o su representación algorítimica lo que pueda llegar a constituir un enigma particular de un solo texto. Por el otro lado, para la mayor parte de los lingüistas, los intereses de la filología resultan cada vez más alejados de lo que ellos persiguen y los miran con completa extrañeza, por no decir que hasta con desdén, pues en esta lingüística, al contrario, la relación de la lengua con la cultura y el valor estético del habla literaria han dejado de considerarse cuestiones importantes.

 

V

La búsqueda de estructura en las lenguas no solamente dio lugar a técnicas, sino que se convirtió en un movimiento intelectual completo. Decía arriba que el paso del interés por las características inherentes al texto literario a su autonomización como fenómeno autocontenido era lógico y sencillo. Nada mejor que una "verdadera ciencia literaria", que buscara en el propio texto los valores que lo fundan. El pensamiento saussureano, en sus conceptos básicos de lengua y habla, de sincronía y diacronía, de significante y significado, de paradigma y sintagma y de conmutación binaria se organizó en una epistemología positivista triunfante en la década de 1960, heredera particularmente del formalismo ruso (de ahí el papel central de Roman Jakobson para la moderna teoría literaria), que definió tanto la literatura, con Mijail Bajtín, Roland Barthes, Tzvetan Todorov y el Grupo Tel quel, como la antropología, con Claude Lévi-Strauss y el psicoanálisis, con Jacques Lacan. El estructuralismo impuso, por primera vez, una "teoría literaria" al texto, que no surgiera de un enigma propio, de un detalle interesante o de una reflexión general sobre el hecho literario, sino de la pre-existencia, considerada real, de estructuras simbólicas en las obras humanas, ya fuera la novela, el cuento y el poema, el romance y el corrido, o la organización de los mitos de pueblos amazónicos y el funcionamiento del inconsciente, que llega, por eso, a "hablar por sí mismo" en el psicoanálisis lacaniano.
Quizá haya sido el estructuralismo la tendencia intelectual más disolvente de la filología, o por lo menos la que abrió el camino a las siguientes. El estructuralismo fue una epistemología completa, no sólo una teoría ni mucho menos una técnica. El decurso histórico de la obra literaria y el historicismo de muchos filólogos se encontraron de pronto con la eternidad de las estructuras del relato y del poema; con la identidad profunda del mito bororo y el teatro barroco; con la imposibilidad de una valoración estética que quedaba cancelada por la identidad natural del fenómeno simbólico, fuera cual fuera su tradición, su lengua o su cultura; y, finalmente, con la abolición de la experiencia personal de la literatura, vuelta intrascendente por el poder de la teoría. Frente al texto había que tener, ahora, esa "teoría" previa, de Barthes, de Todorov, de Kristeva, de Genette, de Algirdas Julien Greimas, que dijera cómo desentrañar sus estructuras, qué papel sistemático tienen sus personajes -desde entonces, sólo "actantes"-, de qué modo se espera que se resuelvan los núcleos trágicos del poema épico o cómo se comunican unos textos con otros, en ese tejido eterno que son las estructuras del sentido.(8)
El estructuralismo abrió además la puerta a la semiología (o semiótica, como hoy parece preferirse nombrarla). Dada la unidad del fenómeno simbólico, cualquiera de ellos vale lo mismo para el análisis: una película de James Bond o las modas del vestido, para Barthes; los carteles publicitarios, la música industrial o los graffitti de las calles. El valor literario, tan caro al filólogo, cedía su lugar al estudio de fenómenos que no había que valorar, sino sólo analizar. El estudio literario se convierte en una disciplina de la semiología.
Que tal análisis muy pronto se hiciera con un libro de marxismo en la mano, mientras más catequístico mejor, y que después diera lugar a las corrientes contemporáneas del desconstruccionismo, del post-colonialismo, de los "estudios culturales", etcétera, es resultado de esa primera vuelta de tuerca que trajo el estructuralismo a la filología.

 

VI

Son dos las condiciones para que la filología subsista: un sentido de su papel en la formación de la cultura, y una capacidad permanente para difundir sus conocimientos con pertinencia para la sociedad en la que vive. La primera condición es la que definía, en el siglo XIX, la inclusión de las disciplinas filológicas entre las ciencias morales. En la medida en que era un valor indiscutido la lectura de los clásicos, por la enseñanza estética, moral e histórica que deparaban, el estudio filológico se justificaba. Para México, tomemos por casos las obras de Alfonso Reyes o las contribuciones de Ángel María Garibay al conocimiento de la literatura náhuatl (sin olvidar sus traducciones de clásicos griegos y latinos). La segunda condición se cumplía por el interés de la educación y, en general de la sociedad, por leer obras literarias valiosas, para las que se requerían explicaciones que ayudaran a comprender su contexto histórico o la lengua en que estaban originariamente escritas (o la complejidad de sus traducciones a otras lenguas).
La segunda mitad del siglo XX modificó las condiciones de la filología: como decía antes, apareció la "teoría" y el prurito de definir positivamente las ciencias humanas, de acuerdo con el modelo de las ciencias naturales. Pero además se desarrolló la industria del entretenimiento que, en principio, podría entenderse como una saludable extensión de la cultura a todas las capas de la población; pero cuyos efectos intelectuales y sociales todavía no acabamos de comprender en su verdadera complejidad y sus más amplias consecuencias.
Han sido la sociología, la filosofía derivada de la "teoría crítica" de Frankfurt (Theodor W. Adorno y Jürgen Habermas) y la "teoría de la recepción", del filólogo alemán Hans Robert Jauss (hoy renovada por Hans Ulrich Gumbrecht), las que más han reflexionado sobre la aparición de la industria del entretenimiento. Sin duda que la literatura forma parte del entretenimiento, de "les loisirs", el "tiempo libre" surgido con la sociedad burguesa.(9) Desde finales del siglo XVIII la obra literaria se insertó en una vida privada que se iba deslindando de la vida pública y que permitía la aparición de una subjetividad, primero expresa como emotividad y sentimentalidad. Especialmente la novela, como Pamela o Clarissa de Samuel Richardson, o Les liaisons dangereuses de Choderlos de Laclos, marca un nuevo valor de la literatura y una nueva sensibilidad. La familia burguesa se había vuelto "público" para una literatura que por primera vez en la historia la dejaba encontrarse en ella. Aparecieron los relatos de viajes, las novelas históricas, los almanaques en que se editaban novelitas edificantes, etcétera. (Esta época, vivida en el XIX en México, comienza a dar interesantes motivos de investigación a los filólogos mexicanos.) Hay "entretenimiento", por lo tanto, desde hace poco más de dos siglos. Lo peculiar de la segunda mitad del XX es la capacidad de hacer ediciones masivas, ya sea de obras verbales (la actual industria del best seller), ya sea de música (los discos y todas sus variantes), ya sea de reproducciones de obras pictóricas. Pero esta mayor capacidad de reproducción de obras en principio artísticas crea una industria y esta industria no sólo comienza a exigir mayor cantidad de obras que reproducir, sino que abre las posibilidades de una literatura que no busca el arte, sino el puro entretenimiento, como la novela policiaca, la novela rosa y, hoy en día, la novela de terror, distanciada del género nacido entre los Shelley a mediados del siglo XIX y orientada, en Estados Unidos, al cultivo de la paranoia colectiva, que caracteriza a su sociedad contemporánea. Dejó de interesar exclusivamente la extensión al público de las obras "canónicas" (un interés central, por ejemplo, de José Vasconcelos y la editorial Cultura en el primer cuarto del siglo XX), para publicar y vender entretenimiento. Para el filólogo, orientado exclusivamente a la explicación de obras culturalmente valoradas, se convirtió este fenómeno en un acontecimiento ajeno, despreciable y mal sufrido.

 

VII

Pese a todo ello: al cientificismo que impone teorías y al papel del entretenimiento en la sociedad burguesa (de la que seguimos formando parte), se ha conservado la disciplina filológica, aunque de manera más reducida y generalmente incomprendida. Sus revistas son de baja circulación, si las comparamos con las revistas literarias e intelectuales, como Vuelta, Letras libres, Fractal o Nexos.(10) Sin embargo, dentro de lo limitado de su público, sus publicaciones siguen demostrando que es posible y valioso resolver enigmas que plantean los textos. Quizá no tenemos mejor ejemplo reciente en México que el del libro de Antonio Alatorre y Martha Lilia Tenorio, Serafina y Sor Juana. Pero podríamos agregar muchos de los textos que hoy están escribiendo acerca de la literatura mexicana o de las literaturas latina y griega investigadores de la UNAM, de El Colegio de México y de otros institutos de investigación, o los estudios dedicados a la antigua lírica española de Margit Frenk, publicados, entre otras revistas, en Anuario de Letras y la Nueva Revista de Filología Hispánica.

 

VIII

Decía antes que el interés por darle una definición positiva al conocimiento que produce la filología dio lugar a la "ciencia literaria", que tiende a considerar al texto como un fenómeno autocontenido, al que no le hace falta historia, ni biografía, ni contexto cultural e incluso ni siquiera comprensión de la lengua en su realidad histórica, en su evolución y en su gramática, sino solamente grandes "modelos teóricos" e instrumentos "formales" de análisis. Autolegitimada como ciencia, parece que a la "ciencia literaria" ya no le hace falta una legitimación social basada en su contribución a la formación de la cultura y la difusión de sus conocimientos; por el contrario, para apuntalar sus aspiraciones científicas optó por el aislamiento intelectual, por la publicación no erudita, sino especializada, con una terminología abstrusa y con una argumentación poco flexible y desligada de la inteligibilidad social.
Esta situación se ha planteado de manera aguda en Estados Unidos. Andrew Delbanco en su punzante artículo "The Decline and Fall of Literature",(11) hace un relato pormenorizado de la situación de los estudios literarios en las universidades norteamericanas. Los efectos de las teorías desconstruccionistas, postcolonialistas, homosexualistas, feministas, etcétera, sobre los estudios literarios están siendo devastadores. Los estudiantes se alejan de ellos y aquéllos caen en el ridículo, la insensatez, la frivolidad y el falso cientificismo. Es bien conocido el famoso fraude del físico neoyorkino Alan D. Sokal, a quien la revista Social text, dedicada a los "estudios culturales", publicó un texto irracional y mentiroso sin darse cuenta de ello. Con el título "Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity", compuso un artículo en que propone que la realidad física es una convención social y verbal, sobre la que interfieren las ideologías machistas y capitalistas. Llena de guiños terminológicos y maneras calcadas de los tópicos de moda en los "estudios culturales" y el desconstruccionismo, logró que esa farsa se tomara en serio. La justificación posterior del director de la revista es todavía más penosa(12) que el hecho mismo. De un modo ácido, pero devastador, Sokal logró demostrar así la impostura de ciertos "estudios culturales" norteamericanos. En sí, el texto de Sokal no es de literatura, sino de física, pero al considerar la física como texto -una tentación de la semiótica contemporánea y del análisis del discurso- y seguir las pautas "de análisis" de esa clase de estudios, los desenmascara y pone en evidencia la incapacidad de los responsables de la revista para darse cuenta de un texto mentiroso, así como el peligro en que quedan los estudios de orientación semiológica, de desdeñar el sentido y los conocimientos de las demás ciencias en favor de las ideologías de moda. En México no se ha producido un fraude de esa clase y seguramente no son muchos los estudiosos de la literatura, la lingüística y la semiótica que llegan a esos extremos. Sin embargo, un párrafo como el siguiente, tomado de una revista real, da la voz de alarma en la misma dirección: "esta investigación se ha realizado de acuerdo con las perspectivas de la metaepistemología que se caracteriza por unir la epistemología del sujeto cognoscente con la del sujeto conocido..." Una "ciencia literaria", una semiótica y un análisis del discurso que desdeñen la inteligibilidad social, que no se pregunten cuál es su pertinencia científica y cultural, que no pongan a prueba sus conceptos y sus métodos de trabajo, y que ignoren los límites de sus propias capacidades terminan por deslegitimarse y por contaminar al resto de la familia filológica. Hay que tomar en serio, también nosotros, el comentario de Delbanco: "if the humanities are in danger of becoming a sideshow in the university, it is we, the humanists who, more than demographic changes or the general cultural shift toward science, are endangering ourselves".

 

IX

No me he referido, hasta ahora, a la "crítica literaria" como un objetivo diferente a los de la filología y los estudios literarios. Y es que no ha sido la crítica el objetivo primario de la filología, sino la aclaración y la interpretación. Tampoco ha sido ese el objetivo de la "ciencia literaria", que elude cuidadosamente el compromiso estético y la valoración, precisamente a causa de su aspiración a la ciencia. Pero en una sociedad tan compleja como las actuales, en donde la industria del entretenimiento produce semanalmente novedades de lectura, la crítica literaria se impone como una necesidad de orientación, como un elemento central de la formación cultural y estética del ciudadano. En México, a diferencia de otras sociedades, en las que la crítica literaria cumple con su importante función social, no hay publicaciones periódicas dedicadas a la orientación literaria de los lectores comparables, por ejemplo, con el Times Litterary Supplement, el New York Review of Books, Die Zeit, Le Nouvel Observateur o el suplemento literario de El País español; apenas Sábado de Unomásuno, o más recientemente Hoja por hoja, se han propuesto una crítica literaria abarcadora de las publicaciones recientes (los suplementos culturales de los demás periódicos no alcanzan esas características[13]) y tratan de cubrir ese vacío (se dirá que una sociedad cuyos miembros leen apenas un libro al año, según las últimas estadísticas -y me temo que tal libro sea de "superación personal"- no necesita publicaciones de crítica literaria; pero quizá debiéramos invertir la cuestión: una sociedad no lee, si no se le despierta el interés por leer, y un buen camino es la orientación eficaz y rápida que ofrece la crítica literaria).

 

X

No me referiré aquí a la crítica literaria que es obra de escritores, sino a la que proviene de profesionales de los estudios literarios, que es el principal objetivo de este ensayo. En México, los filólogos y estudiosos de la literatura que ejercen la crítica literaria en revistas y periódicos tienen que hacerlo marginalmente, no como una ocupación central y legítima de su profesión. Es decir, a la crítica literaria como tal, dedicada al público, no se le reconoce un valor social (ni universitario, ni científico, obviamente). La actividad profesional en las "letras", que sigue siendo el nombre tradicional de la enseñanza filológica, literaria y lingüística en nuestras universidades, no valora la crítica y no incluye la preparación necesaria para hacerla. (Muchas veces escucho voces escandalizadas por la cantidad de estudiantes de letras que abandonan los estudios universitarios antes de terminarlos o que nunca presentan su tesis y su examen de licenciatura. Si se siguiera la trayectoria de esos "desertores" en las editoriales y los periódicos, se vería, por un lado, cómo lo poco que aprendieron les ha servido para ocupar esos puestos de trabajo, a pesar de no haber recibido la formación pertinente; por el otro, cómo es ahí en donde hay una necesidad social comprobada de los estudios literarios, que las universidades no quieren reconocer.) Frente a esta falta de interés universitario por la crítica, los periódicos, en cambio, aprovechan a otra clase de profesionistas de la prensa para sus páginas de crítica literaria: los periodistas egresados de las carreras de "comunicación" en las universidades, a quienes por la amplitud de su campo sólo alcanza a dárseles panoramas informativos -en los mejores casos- de historia literaria, pero no una formación seria y comprometida con el valor de la crítica en la formación de la cultura. Se ha venido así a producir un periodismo de la literatura con todos los vicios del periodismo moderno: la búsqueda de las ocho columnas, la nota espectacular, la persecución del escritor premiado, el elogio del escritor comprometido con alguna causa social, independientemente de su valor literario. Es el "exitismo" el principal motor del periodismo literario. Como tal, no crea lectores ni forma el juicio estético, sino que contribuye a destruir la memoria y la perspectiva, que son dos elementos centrales de la cultura.
Es decir: entre una filología erudita y unos estudios literarios con pretensión científica, la crítica literaria queda excluida o al menos marginada de la familia filológica.

 

XI

Volvamos ahora a la lingüística. Realmente México es un paraíso de trabajo para cualquier lingüista. Viven en su territorio pueblos de un centenar de lenguas tan diferentes entre sí como el chino, el italiano, el bantú y el húngaro (bastaría con citar el náhuatl, el purépecha, el zapoteco o el maya para indicar sus diferencias, pero para la mayor parte de la población resultan más desconocidas éstas que aquéllas). No sólo eso, que ya es suficiente para un lingüista que aprecia la variedad de las lenguas y de los temas de conocimiento que ofrecen, sino que además representan cuestiones dolorosas e importantes de la vida nacional, en cuya solución el lingüista puede colaborar.
Distinguiré tres orientaciones de los lingüistas: la lingüística descriptiva, la lingüística de la capacidad de hablar y la lingüística de las lenguas de civilización contemporáneas. Hay dos motivos para dedicarse a la lingüística descriptiva: históricamente, en una sociedad que tiene una sola lengua predominante y ha pasado dos siglos tratando de unirse en una sola nación, el primer motivo es salvar la memoria de las lenguas amerindias, de manera semejante a como se descubre y se restauran las zonas arqueológicas o se estudia la epigrafía maya o zapoteca; es decir, hay un motivo etnográfico y coleccionista a la antigua, "museístico", se podría decir, que da lugar a documentos y catálogos de esas lenguas. El español, una lengua tan estudiada desde hace quinientos años, no es objeto de esa clase de estudios descriptivos, pero de él hablaré más adelante. El indigenismo, que es un componente central de la ideología nacionalista mexicana, ha orientado a muchos lingüistas hacia el compromiso con los pueblos indios. Para estos lingüistas, la lingüística descriptiva es un instrumento básico de trabajo, pues hay que conocer bien las lenguas antes de pasar a elaborar gramáticas, diccionarios, libros de texto, etcétera, que requiere su intervención en los procesos de educación, de defensa concreta de los derechos humanos y de las luchas políticas de los indios.
Pero la lingüística contemporánea no sólo tiene un objetivo descriptivo. Precisamente en cuanto es una ciencia hay intereses universales que guían muchas de sus investigaciones. Centrada en la capacidad de hablar del ser humano, desde las características neurobiológicas del cerebro hasta el desarrollo de la lengua en los niños y los daños de la sordera y las lesiones cerebrales, la lingüística debe operar como el resto de las ciencias: con laboratorios, situaciones experimentales, grandes bases de datos, hipótesis, procedimientos de verificación, teorías, etcétera La legitimidad social de esta lingüística está delimitada por su capacidad para ofrecer contribuciones verdaderas al conocimiento universal de la capacidad humana de hablar.
Por último, hay una lingüística de las lenguas de civilización contemporáneas. Es un hecho que, de los varios miles de lenguas que se hablan en el mundo, hay un puñado de ellas que guían la civilización contemporánea y se van convirtiendo en dominantes para grandes núcleos de población. El español es una de ellas. Los lingüistas dedicados al español tienen, en su gran mayoría, una procedencia filológica y no por casualidad: la dimensión histórica y tradicional de la lengua española es un elemento central de sus características actuales. Se puede estudiar el proceso de adquisición del español entre niños para quienes es lengua materna o para quienes es segunda lengua; se puede estudiar el proceso de educación de la lengua en la escuela elemental; se puede estudiar el papel del español en los medios de comunicación, así como en los textos científicos; se puede intervenir en la elaboración de libros de texto, de gramáticas, de diccionarios, de programas de computación, de ejercicios terapéuticos para aliviar diferentes lesiones que afectan a la lengua o a su expresión, etcétera. Pero también se siguen estudiando diferentes momentos y características de la historia del español, tanto en España como en América, y siguen apareciendo contribuciones importantes, pues todavía quedan enigmas y las concepciones lingüístico-filológicas actuales renuevan o iluminan cuestiones anteriormente inadvertidas. En todos estos casos, esta lingüística del español conserva las justificaciones sociales de la filología: su capacidad de contribuir a la formación de la cultura y de participar en la civilización contemporánea; su capacidad de actuar en la educación general.
La lingüística, sin embargo, ha caído desde hace años en el mismo piélago en que cayó la "ciencia literaria". Mal desgajada de sus pasados filológico y antropológico, mal incorporada a los métodos de las ciencias, pero impulsada por los intereses militares de los años 60 a 80, que derramaron grandes cantidades de dinero en las universidades estadounidenses,(14) se apresuró a considerar "ciencia natural", adoptando sus estilos, pero sin aprender bien los fundamentos que la legitiman: la necesidad de observar fácticamente los fenómenos, sin imponerles un cartabón previo de análisis; la necesidad de llevar a cabo largos procesos de acumulación de datos reales, en vez de descartarlos con la pura introspección individual; la necesidad de que los instrumentos de análisis (que no son, desgraciadamente, probetas, microscopios o sensores electrónicos, sino construcciones conceptuales) tengan validez general y no dependan de una sola escuela; el compromiso de que los resultados obtenidos se puedan verificar prescindiendo de la corriente interpretativa a la que se adscriban sus autores. Buena parte de la lingüística de la capacidad de hablar, que es la más prestigiosa, se ha convertido en un juego frívolo de especulaciones, malamente llamadas "modelos teóricos", sin sustento fenoménico, sin conciencia del desarrollo histórico de la lingüística, y sin compromiso de inteligibilidad científica y social.

 

XII

¿Y qué pasa con la familia filológica en nuestras universidades? La historia de la evolución de la filología, los estudios literarios y la lingüística forma parte de la rica complejidad del pensamiento en el siglo XX. La naturaleza de los hechos que estudian debiera conservarlas en el centro de la vida intelectual, junto a la filosofía. Pero sucede lo contrario: sus especializaciones, el ansia de ser ciencias y el olvido de su papel en la formación de la cultura las aleja de la vida pública intelectual; se escabullen de la búsqueda o de la construcción del sentido de la vida presente; de la responsabilidad de la acción moral. Las facultades de filosofía y letras, que fueron tanto tiempo la conciencia de las universidades, ahora se interpretan como conglomerados de ocupaciones light frente a las facultades de ciencias naturales y de tecnologías.
Urge que construyamos un nuevo sentido social para nuestras disciplinas, que asuma los cambios experimentados por las sociedades y defina su papel en la formación de la cultura y en el conocimiento científico del lenguaje. Es bien claro que la familia filológica no puede seguirse concibiendo de la misma manera en que se la entendía hace cincuenta años. Pero también lo es que una deriva inconsciente, como la que ha vivido en ese lapso, la conduce a la trivialidad y a la pérdida de legitimidad social. Ojalá no tengamos que hacernos un día la misma pregunta que apareció recientemente en los periódicos, invitando al público a discutir: "¿Es prescindible la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales?"(15)

 

Notas

1. No quiere decir que un texto no literario, como una crónica o un tratado toledano de astrología, no sean objetos posibles de estudio filológico, pero lo son en cuanto que la filología, a su vez, es ancilar para la historia.
2. En su "Respuesta a Antonio Alatorre", en ocasión del discurso de ingreso de éste a El Colegio Nacional, Revista de la Universidad de México, Nueva época, XXXVII,8, diciembre de 1981, p. 14.
3. Véase Le structuralisme, de Jean Piaget (Presses Universitaires de France, 1968), À quoi sert la notion de structure, de Raymond Boudon (Gallimard, 1968), L'idéologie structuraliste, de Henri Lefevbre (Anthropos, 1971) y la edición de Roger Bastide, Sens et usage du terme structure (Mouton, 1972).
4. Publicado por la Universidad de la Laguna, en las Islas Canarias, 1964.
5. Yakov Malkiel, uno de los filólogos más destacados de los últimos años (muerto apenas hace cuatro o cinco) todavía podía sostener, en la década de los 60, que "it still remains true that a radical, unhealable break between the two approaches [philology and linguistics] cannot be seriously advocated in a subfield as clearly predestined to yield a perfect testing ground for experiments in diachronic research as is the Romance domain" en "Distinctive traits of Romance linguistics", publicado por Dell H. Hymes, Language in Culture and Society: a Reader in Linguistics and Anthropology, Harper & Row, Nueva York, 1964.
6. En este punto sigue siendo una obra fundamental de reflexión el ensayo de Ortega y Gasset sobre La deshumanización del arte.
7. No Noam Chomsky, en cuya historia intelectual juegan un papel destacado el ser hijo de un rabino, el interesarse por el sionismo socialista y el haber buscado una formación matemática antes de dedicarse a la lingüística; tampoco del todo la corriente del Instituto Lingüístico de Verano (William Cameron Townsend y Kenneth Pike), nacida del compromiso evangelizador de varias iglesias protestantes estadounidenses, inspiradas en el mandato de Cristo y en el pasaje bíblico de Pentecostés (aunque ha habido denuncias, fundadas, de que varios de estos lingüistas han trabajado también para diferentes servicios de espionaje estadounidenses; véase "El Instituto Lingüístico de Verano, instrumento del imperialismo", documento de la Agence Latino-Américaine d'Information, Québec, publicado por Nueva Antropología, 9(1978), 117-142).
8. Véase la crítica que hacía Antonio Alatorre a ese predominio de la "teoría" sobre la experiencia literaria en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, "Crítica literaria tradicional y crítica neo-académica", publicado en la Revista de la Universidad de México, citada antes, pp. 6-13 y en las Memorias de El Colegio Nacional.
9. A este respecto, véase Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, Gustavo Gili, Barcelona, 1981 (es traducción de Strukturwandel der Öffentlichkeit. Untersuchungen zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellscheft, 1962).
10. Aunque la Nueva Revista de Filología Hispánica distribuye 800 ejemplares de cada tomo semestral.
11. Publicado en The New York Review of Books, 4 de noviembre de 1999.
12. El artículo fue publicado en Social Text 46/47 (spring/summer 1996), pp. 217-252. Se puede consultar tanto el texto, como la respuesta y otras informaciones con cualquier navegador de internet, buscando "Sokal hoax".
13. Pero además, la poca crítica literaria que se ejerce en revistas y periódicos adolece muchas veces de un carácter laudatorio, comprometido no con un público general, sino con los grupos de los que forman parte los autores, con sus amistades y sus enemistades.
14. Me atrevo a relatar un anécdota personal: en 1976 pasé el verano en el curso de lingüística matemática y computacional del Centro Nazionale Universitario di Calcolo Elettronico, de Pisa, Italia, que auspiciaba la IBM. Allí conocí a seis israelíes que no compartían el trasfondo humanístico de varios de los asistentes. Al preguntarles de dónde llegaban, se limitaron a contestarme: del ministerio de la defensa de Israel.
15. Aviso en La Jornada, 25 de enero de 2001, para invitar a los egresados de esa facultad de la UNAM a discutir la crisis por la que atraviesa.

Luis Fernando Lara, "La familia filológica hoy", Fractal n° 21, abril-junio, 2001, año 6, volumen VI, pp. 43-64.