FABIO MORÁBITO

Un árbol de puros pájaros, sin ramas

 

En la playa

El viento, más

que yo,

se fuma este cigarro

entre mis dedos,

dejándome el placer

de sólo tres o cuatro bocanadas,

y el mar expropia las palabras

que te digo,

porque, acostada, no me oyes.

El sol, el viento y la marea

te ensordecen

y cuando me levanto

para dar dos pasos,

viendo mis huellas que se imprimen

en la arena,

pienso que esas pisadas mienten,

que ya no piso así desde hace no sé cuándo;

son huellas de otro

que sobrevive en mis pisadas, pues las mías

son mucho menos elocuentes.

Tú, en cambio, que me ves

completo e indivisible,

sabes mejor que nadie cómo soy mortal,

cómo mis huellas en la arena me describen

y cómo se plasma en ellas lo que soy,

sabes mejor que nadie cómo no escucharme.

* * *

¿Qué es un jardín?

¿Esta hierba pareja?

¿Estas plantas reunidas por capricho,

que la naturaleza nunca ha juntado?

¿Se ha dado algún jardín sin nuestras manos?

El viento ¿hace jardines,

llevando lejos las semillas?

Jardín de viento,

jardín sin manos,

¿sabría reconocerte si te encuentro?

 

Insomnio

Mi pie, supersticioso,

busca el tuyo,

mi pie parásito del tuyo,

como si el sueño fuera de los dedos;

sacarte el sueño con el roce de mi pie,

moverlo de lugar sin levantar las sábanas,

dejando todo como está,

la cama como está,

tu sueño como está,

te lo prometo.

 

* * *

Hacemos el amor

para sacar la lengua.

La calentura expulsa

esa primera víscera,

la sola que se enseña.

La calentura máxima

sería expulsarlas todas.

Sacarse el alma, el éxtasis.

 

* * *

a mi hermano

Hay hermanos que no aprenden

con la edad a caminar parejos,

a nivelar sus años en la calle.

Uno se apura y se adelanta,

y el otro, pisando

el surco abierto por su hermano,

se ensimisma,

tomando el surco como propio,

de modo que el favor es mutuo:

el de adelante se hace cargo del trayecto

y deja al otro libre de soñar

y especular,

quizá de ver más lejos,

y el soñador, al emular

los pasos del hermano que se apura,

los absorbe

para que el otro sienta cada paso propio envuelto

en otros pasos que lo siguen,

que lo disculpan

y lo exoneran de pisar,

que borran cada paso suyo

para que vuele en vez de caminar.

 

* * *

Yo también estuve en un coro,

en una voz sin grietas.

Jamás oí las voces

que debajo de esa voz

salían como salían por una grieta.

Nunca aprendí la voz de cada rostro.

Desde que empezamos, el maestro

nos convirtió en una sola voz sin rostro.

Nunca escuchó las voces que teníamos.

Sólo una voz herida es una voz audible.

No sé qué oían los que nos oían.

 

* * *

Arriba, en la azotea,

dibujan círculos

alrededor de los tinacos,

como buscando prolongar

el vuelo que los une,

pero la inspiración se ha ido.

No volverán como vinieron.

Hay un dicho entre los pájaros:

la parvada que te lleva

no es la misma que te trae.

Y a veces no hay parvada de regreso

y cada cual, como lo supo Ulises,

vuelve solo y como puede.

Y debe de haber pájaros

que se resisten a dejarse ir en una

y luchan por no ver ni oír

un cielo que se surca

por gusto y no por hambre,

y, si las ven pasar,

se quedan a cubierto,

entre las hojas y las ramas,

sin acudir a su llamado.

Les hablan de una Troya que no han visto,

no creen en la existencia de los Cíclopes

y no han probado qué se siente

cuando de pronto se vacían los nidos,

se enciende un vuelo sin un fin preciso

y cada cual mide su ser de pájaro sin árbol,

de pájaro entre los pájaros,

un árbol de puros pájaros, sin ramas.

morabito@servidor.unam.mx

 

Fabio Morábito , "Un árbol de puros pájaros, sin ramas", Fractal n° 20, enero-marzo, 2001, año 5, volumen VI, pp. 11-15.