ENTREVISTA CON ANGELO D' ORSI

La memoria conspicua*

 

Su ensayo sobre la cultura en Turín durante el periodo entre las dos guerras ha servido como pretexto para desmeritar la envergadura del antifascismo turinés desde Gobetti hasta Bobbio.

Fui utilizado en forma vulgar por quienes quieren derribar con el accionismo** cualquier resistencia moral.

Me sentí mal leyendo Il Foglio. Mis maestros son Norberto Bobbio y Franco Venturi. Y ahora heme aquí transformado en un arma política en su contra. Es una manera terrible de hacer polémica cultural.

Angelo d'Orsi, profesor de historia en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Turín, acaba de leer en el periódico de Giuliano Ferrara los artículos que se refieren a su ensayo La cultura en Turín entre las dos guerras (Einaudi), una investigación que explora la amplia zona gris de intelectuales comprometidos con el fascismo.

Francamente no creí haber escrito un libro tan escandaloso.

 

 

 

La carta de Franco Antonicelli ­una misiva de aprobación al régimen escrita en 1929­ con la cual Il Foglio abre fuego contra el antifascismo, ya había aparecido en uno de mis trabajos hace quince años; pero en aquel entonces no provocó ningún escándalo. Un tropiezo, el de Antonicelli, que hay que inscribir en la Italia aliberal de la época. Hoy en día hay quienes quieren sacar provecho al dar la imagen de una noche oscura en la que todas las vacas son negras. ¡Tiranos y víctimas, opresores y oprimidos: todos parecerían tener la misma responsabilidad! Todos juntos apasionadamente, feos, sucios y malos, en aquella "Italia a las almejas" largamente despreciada por una "hipócrita predicación moralista". Es más o menos lo que escribe Il Foglio.

Profesor, su libro ya es un caso editorial. Einaudi, símbolo de la cultura accionista, publica una obra en la que se derriba el mito de un Turín antifascista...

Para empezar le rogaría distinguir entre lo que realmente escribí y lo que refieren las crónicas periodísticas. Norberto Bobbio, a pesar de haberse referido a mi trabajo con palabras conmovedoras ­"Escribiste cosas amargas pero ciertas: éramos serviles..."­, me llamó ayer enojadísimo: "¿Cómo se te ocurre decir que Leone Ginzburg no era un intelectual adamantino?"

¿Y usted que le contestó?

Que simplemente jamás lo pensé ni lo escribí. Ginzburg es una de las figuras más altas y nobles de la cultura italiana. Su intransigencia es ejemplar. En 1934, cuando Mussolini impuso a los profesores universitarios el juramento de fidelidad al fascismo, fue de los pocos que no firmó. Una decisión valiente que se conjugaba con una inteligencia espectacular. Pero además sostengo que Ginzburg heredó de Gobetti un modelo de apertura cultural, una actitud de colaboración intelectual incluso con el adversario político. Su ser profundamente antifascista no le impidió escribir en la revista fascista de Ugo Ojetti. Pero ciertamente no se trataba de una elección ambigua. Estaba convencido de que era lo correcto.

Muchos intelectuales antifascistas colaboraron en revistas o instituciones fascistas. Me viene a la mente el Primato de Bottai o la Enciclopedia Italiana de Gentile. Fue un camino cultural y político compartido ampliamente.

Tal vez la novedad de mi ensayo ­con el cual Bobbio, por ejemplo, disiente­ consiste en superar la antítesis fascismo-antifascismo es el estudio de la cultura turinesa entre las dos guerras. Yo sostengo que entre los intelectuales de afiliaciones diferentes existía en general una solidaridad de clase que terminaba por neutralizar las distinciones políticas. Las razones de la inteligencia prevalecían sobre los ideales. Los intelectuales son fisiológicamente ambiciosos. Así que, aun entre los más expertos, aun entre los que demostraban desprecio por un movimiento que consideraban rudamente plebeyo, muchos se doblegaron a la voluntad del Duce: por vileza, por miedo, por temor a perder la cátedra o por colaborar con algún diario de prestigio.

Es decir, una amplia zona gris caracterizada por los tropiezos, la contigüidad y la implicación. ¿Pero la existencia de esta amplia zona no da mayor valor a los que no se doblegaron? ¿Aquella minoría heroica que ahora se quiere derribar?

Por supuesto. Yo los defino como héroes, a veces por casualidad, a veces por necesidad, y sólo en algunos casos por elección propia. A menudo llegaron a la oposición de forma inconsciente. Hijos de la burguesía turinesa, se sentían naturalmente destinados a una carrera intelectual. Para algunos de ellos, la cárcel fue una gran escuela de antifascismo. Pienso en el atormentado camino político de Massimo Mila, que maduró sus ideales ­él también entre tropiezos­ encerrado en una celda. Además estaban los que se podrían llamar fuera de serie ­como Ginzburg, Giaime Pintor y Renzo Giua­ quienes llevaron su elección a consecuencias extremas.

Usted entonces no refuta el mito del Turín accionista...

Yo digo otra cosa. Turín, fuente de esta minoría, ha sido ligado al mito indefectible de una intelligentia antifascista. La verdad es que bajo la Mole el único verdadero antifascismo fue el obrero.* Cuando Mussolini regresaba de sus visitas a la Fiat, llegaba de un humor negro: entendía que ahí su credo no arraigaba. En cambio, en las tertulias intelectuales turinesas tenía un terreno más fértil, por conveniencia o por vileza.

Entre los que tuvieron actitudes ambiguas, usted cita también a Luigi Einaudi, Luigi Firpo, Giulio Debenedetti y Giacomo Debenedetti. ¿Acaso no hemos aprendido de muchos escritos ­entre los cuales está el testimonio de Zangrandi­ que el viaje a través del fascismo fue largo, difícil, complejo?

Claro que lo fue. La toma de conciencia fue lenta, cansada, llena de aflicciones. Algunos llegaron al antifascismo sólo con la caída de Mussolini. Hoy estos personajes rebotan en primera plana para ser utilizados con fines vulgares y sensacionalistas.

Usted sostiene que no es cierto que la cultura era naturalmente antifascista. ¿Qué quiere decir exactamente?

No es correcto afirmar que sólo el antifascismo produjo una cultura con mayúsculas. Le daré dos ejemplos. Il Selvaggio, dirigido por Maccari, en 1931, publicaba artículos sobre el cine americano y los fermentos expresionistas alemanes. Asimismo Diorama, la página tres de la Gazzetta del Popolo, era la mejor sección cultural de periódicos producida en aquel entonces. Sin embargo, era indudablemente fascista.

¿El maestro Bobbio estaría de acuerdo?

Seguramente no. Pero, ­repito,­ mi trabajo no lo decepcionó, aunque él llame "mordaces" algunas de mis consideraciones. Si pienso que en 1931, frente al juramento de fidelidad al fascismo, sólo doce profesores dijeron no a Mussolini...

¿Pero es correcto emitir juicios sumarios? ¿Nunca se ha preguntado qué hubiera hecho en su lugar?

Me lo pregunto continuamente, y por eso no emito juicios. Soy historiador y me apego a los documentos, que hago públicos aun cuando sean desagradables. Pero no permito a nadie utilizarlos con fines políticos, mezclando verdugos con víctimas, tiranos con dominados. Nunca hay que olvidar que el fascismo fue un movimiento político que introdujo en Italia la violencia y la práctica persecutoria contra la persona. Un régimen opresivo, tiránico y semitotalitario. Quien habla de consenso actúa de mala fe. Hay consenso cuando existe libre elección entre dos opciones. Ese no fue el caso del fascismo.

A propósito, Il Foglio lo coloca en un firmamento intelectual que incluye a De Felice y a Galli della Loggia, así como a Pietrangelo Buttafuoco y a Giorgio Fabre (que descubrió la famosa carta de Bobbio al Duce). ¿Cómo se siente?

Incómodo. Es un grupo con el cual disiento profundamente. Fui de los primeros en atacar a De Felice por su biografía mussoliniana. Siempre le he reprochado no haber tomado en cuenta la enseñanza de Salvemini, según la cual un historiador tiene el deber de tomar posición. No existe una historiografía neutral, y el estudioso que se declara como tal es un tonto o actúa de mala fe.

Profesor d' Orsi, entonces tome posición...

Soy independiente de izquierda radical, discípulo indigno de Norberto Bobbio, Franco Venturi y Luigi Firpo. También fundé la revista Nuvole, heredera del gobettismo. Luego me peleé con mis amigos gobettianos y ahora espero sus sablazos...

Por el momento le llegaron elogios de Il Foglio. ¿Cómo se lo explica?

El antiaccionismo es la obsesión de cierto grupo que en el pasado se enamoró de Craxi y ahora ovaciona a Berlusconi, dos figuras políticas que han contribuido a desvalorizar el componente ético de la política. Con el accionismo quieren derribar el núcleo duro de una resistencia moral.

 

*Entrevista de Angelo d' Orsi con Simonetta Fiori aparecida en La Repubblica, el 18 de mayo de 2000.

Traducción del italiano: Clara Ferri


 

Entrevista con Angelo d' Orsi, "La memoria conspicua", Fractal n° 20, enero-mrzo, 2001, año 5, volumen VI, pp. 147-152.