ALICIA GARCÍA BERGUA

Alrededor de Virginia Woolf
 

Para Ena

Lo que motivó a Virginia Woolf a escribir el ensayo Tres guineas, publicado en 1938, es que su sobrino mayor, Julian Bell, hijo de su hermana Vanessa, insistió en irse de voluntario con las Brigadas Internacionales a luchar por la República española un año antes. Vanessa y Virginia no pudieron convencerlo de que no fuera, lograron únicamente que no participara en los combates y que sólo manejara una ambulancia. Aun así lo mataron. Cuenta Virginia Woolf en una de sus cartas, citada en el libro de Jane Dunn, Vanessa Bell. Virginia Woolf, que cuando ambas trataban de convencer a Julian a ella le hervían en la sangre los argumentos de Tres guineas. Cuando uno lee este texto, pese al cuidado con que está documentado y razonado, no deja de sentir ni de contagiarse de este hervor de su sangre.

En el tiempo en el que se escribió este texto muchas mujeres, abiertamente o en contra de sus convicciones, apoyaron la guerra, que durante alrededor de diez años sería su entorno. Para Virginia Woolf, particularmente en ese tiempo, la guerra llegó a ser un horizonte gris del que temía no salir viva y en efecto no salió pues se suicidó en 1941, tres años después.

Tres guineas parecería ser a simple vista un alegato en contra de la guerra y a favor de que las mujeres tengan acceso a los mismos espacios sociales de decisión que los hombres. Sin embargo, su fuerza radica realmente en que es una profunda reflexión sobre la desigualdad de los sexos en la sociedad, específicamente la que implicó que durante siglos la mujer no pudiera ser considerada socialmente un individuo y un ciudadano.

 

Los derechos y las responsabilidades que la autora exige para la mujer en este texto han sido ya muy tomados en cuenta ahora por todos los movimientos feministas y en pro de la mujer. (Esto no quiere decir obviamente que todas las mujeres en el mundo los tengan.) No obstante, la simple aplicación o recordatorio de ellos hace que olvidemos cuán recientes son y cuán compleja y profunda es la transformación que ha traído consigo su aplicación. Es esto último lo que se aborda en Tres guineas con una gran lucidez.

Si en su obra novelística en general la autora profundiza en el contraste entre los papeles que la mujer tiene que asumir debido a la función que cumple socialmente su sexo y a su subjetividad como individuo moderno, y hace en realidad un énfasis en las distintas perspectivas desde la cuales las mujeres vemos el mundo –no en vano el personaje principal de Al faro es una pintora–, en Tres guineas aborda el problema de cómo estas perspectivas estaban muy constreñidas y determinadas por el acceso limitado al trabajo independiente y a la educación que tenían las mujeres en su tiempo. Para ella era esencial que las mujeres ganasen su propio dinero, que no dependieran materialmente de los hombres de su familia; y por otro lado era importantísimo que tuvieran acceso a la educación y al libre ejercicio de una profesión. Además, como las mujeres educan a sus hijos, una educación proporcionada por mujeres independientes podía dar lugar a que los hijos hombres no emprendiern ni fueran a las guerras que eran esencialmente masculinas según la autora.

En este ensayo se hace mucho énfasis en las hijas de los hombres con educación, no se habla de las mujeres educadas. Se da por hecho entonces que estas hijas reciben una educación que depende en gran medida de sus padres y por ello, como no fue fruto de su decisión, no pueden obrar con independencia. Por otro lado, estas hijas de los hombres con educación eran educadas en la época de Virginia Woolf en un nicho social aparte. Había algunas escuelas y universidades para las mujeres que eran además de más recientes, considerablemente más pobres. Y la mayor parte de las hijas de hombres con educación de aquel tiempo no eran consideradas por esos hombres dignas de recibir una educación y una libertad para ganarse la vida similares a las de ellos. Además, pese a que a las mujeres se les daba la gran responsabilidad de criar a los hijos hombres, había quienes no las consideraban aptas para educarlos después de que éstos cumplieran catorce años.

Esta desigualdad en la formación y educación de los sexos no sólo conduce, según la escritora, a desventajas femeninas que todos percibimos, impide que las mujeres se formen como individuos independientes que no sólo tengan los mismos derechos sino la capacidad de hacerse responsables que entraña la libertad. Y esta capacidad es la que posibilita asumirse y abrazar la propia vida, la propia historia. Las mujeres durante su vida se hacen responsables de muchas personas más allá de ellas mismas, sus hijos y sus padres para empezar, y muchas veces terminan sin poderse responsabilizar de sí mismas, sin una relación con su pasado y sus propias emociones y pensamientos. Pero para esta relación con uno mismo, para ésta búsqueda de la propia identidad en el todo, se necesita un espacio y un tiempo propios que durante mucho tiempo nunca se tomaron en cuenta ni en la educación ni en la vida de las mujeres.

Una de las cuestiones de la que era muy consciente Virginia Woolf es que para la formación de la mente del individuo moderno ha sido fundamental la privacía. Sin privacía, sin soledad, no son posibles ni la verdadera compañía, ni el diálogo ni la libertad. La escritora señala especialmente en Tres guineas y en Una habitación propia el hecho de que la vida hogareña de las mujeres está constreñida a un espacio en el que ellas no consiguen tener privacía. En cambio, la individualidad y la privacía de los hombres es estimulada desde el ámbito hogareño. Esta individualidad ya propiciada desde la infancia les da a los hombres, según ella, además de mayor tiempo para ocupar su mente en lo que quieran, mayor seguridad y menos miedo de actuar en los espacios públicos. En realidad los hombres habían sido educados por mucho tiempo , según ella, para desenvolverse públicamente y las mujeres no.

Dado que a lo largo de la historia han existido pocos espacios sociales en los que las mujeres pudieran desarrollarse como individuos, la zona de actividad intelectual en la que mayormente han logrado no sentirse restringidas por su entorno, y más seguras, ha sido, según Virginia Woolf, la literatura, pues para escribir se necesitan pocas cosas, un poco de tiempo y privacía. Es en este espacio virtual, según la escritora, donde muchas mujeres se han desarrollado a sí mismas como individuos, naturalmente en relación con los otros.

Pero este espacio virtual en el que casi siempre han subsistido la inteligencia y la libertad femeninas hasta muy recientemente ha carecido de un gran peso social y político. Es en realidad a esto a lo que quiere llegar ella tras largas digresiones y análisis de ejemplos en este ensayo. La inteligencia y la libertad tienen peso e influencia en las decisiones si éstas son ejercidas por individuos a los que la sociedad en general respeta y les da un lugar. Tradicionalmente los espacios en los que actuaban estos individuos eran jerarquías en gran medida masculinas, y a su vez diseñadas por los hombres. En estos espacios, que han sido fundamentalmente los del gobierno, el ejército, la iglesia y las instituciones educativas, por mencionar sólo los que señala la autora, las mujeres tenían una muy escasa participación como dirigentes. Si la mujer no tenía en aquel entonces un lugar prominente y respetado en alguno de esos espacios y sólo era pariente de alguno de los miembros o realizaba en ellos tareas de subordinada ¿qué capacidad de decisión y de influencia iba a poder tener en ellos?

Esta brillantísima reflexión sobre los espacios de decisión de las mujeres que actualmente es una de las grandes preocupaciones, Virginia Woolf la hizo desde la modestia de su posición privilegiada. Pues si bien ella era hija de un hombre con educación que trataba de ganarse la vida con su trabajo intelectual, trató de hacernos ver que esta posición, que puede ser una ventaja para las mujeres en algunos aspectos, puede ser también un obstáculo que salvar, si el hombre con educación no apoya la verdadera educación de sus hijas.

Detrás de Tres guineas está presente la idea de que si uno no se concibe a sí mismo singularmente, no puede contribuir en su propio nombre a una causa, en este caso la de la paz. ¿Cómo las mujeres podían contribuir a nombre de ellas a la paz o a terminar con la guerra, si vivían en una estructura social y familiar que no les permitía actuar en su propio nombre o encontrarse a sí mismas?

Virginia Woolf se dio cuenta de que si las mujeres prescindían en aquel tiempo de las funciones propias de su sexo en la sociedad y trataban sólo de pensar no podían realmente influir para que las circunstancias cambiaran. Si ciertos hombres querían la guerra, las mujeres relacionadas con ellos de una u otra manera, muchas veces a su pesar, los apoyarían.

Con el pretexto de pensar que las mujeres podrían contribuir a que no hubiera guerra, junto con los hombres, ella le da vueltas en Tres guineas a algo que por su profundidad resulta muy difícil de plantear en términos generales, pero que las mujeres enfrentan en particular: tomar miles de pequeñas decisiones cotidianas, pero no tener casi posibilidad de participar en las grandes decisiones de la especie a la que pertenecen. Esto sigue siendo un problema grave, en un mundo en el que ya hay muchas más mujeres que contribuyen a las grandes decisiones, pero también sigue habiendo muchas que no pueden incluso decidir una parte mínima de su existencia.

Me voy a permitir entonces hacer una pequeña digresión, no sólo porque considero que esta escritora abordó modestamente muchos de los problemas profundos que hoy se sigue planteando el feminismo, sino porque estamos en un momento en el que muchos cambios sociales en la vida de las mujeres, que planeó ella conscientemente para la suya propia y en su literatura, se están dando a gran escala.

Cuando ella dice en este ensayo que las mujeres no pueden contribuir a tomar decisiones importantes por sus lazos sociales y familiares, está diciendo simplemente que no se pueden situar muchas veces por encima de esos lazos que pueden determinar, a su pesar, el sentido de sus decisiones. Esto es particularmente importante porque por un lado expresa la justificación de muchos que se sienten o están oprimidos, pero por otro nos está sugiriendo que es cuestión de decisión, de dónde se coloca uno y qué clase de responsabilidad va asumir. Esto no aparece claramente en el ensayo, más bien lo que se enuncia en él, al igual que en el caso de Una habitación propia, es precisamente la falta de un espacio social reconocido, o la estrechez del existente, ya sea para realizar alguna actividad no específica de nuestro género, o bien para tomar una decisión que compete a todos, como ayudar a que se termine la guerra. Pero su manera de escribir, revisando los espacios de decisión de las mujeres desde muchas perspectivas, es como si fuera de hecho arando un terreno intelectual desde el que ahora muchas mujeres, sin advertirlo – es decir, sin tomar en cuenta lo que han labrado sus predecesoras– pueden contemplar la posibilidad de contribuir a tomar grandes decisiones en su sociedad.

 

 

 

El espacio interior del individuo

 

 

Tres guineas es es además un texto en el que Virginia Woolf hizo desembocar muchísimas de sus acuciosas observaciones de las mujeres como personas reales, de sus condiciones de vida y de sus restricciones en el espacio laboral y familiar, que fueron a su vez el material de sus novelas. Virginia Woolf se buscó en el mundo de los otros, pero lo hizo, como pocas lo habían hecho hasta ese momento, en el mundo de sus semejantes, las mujeres.

Esto que ahora sonaría obvio, en su momento y hasta muy recientemente, no lo era, pues como mujer ella se estaba buscando en un mundo en el que si asumías la identidad indiscernible sexualmente en aquel entonces del poeta o del escritor no podías encontrarte sencillamente a partir de los otros, pues éstos eran hombres en su gran mayoría.

Ella vivió en una sociedad creada, en bastante mayor medida que la nuestra, en beneficio casi exclusivo de los hombres; ella y su hermana lucharon denodadamente por tener una vida consagrada a su arte, y no asumir los tradicionales y sacrificados papeles familiares de su madre y de su media hermana Stella. Lo que hicieron fue increíblemente osado pues junto con su hermano Toby, que estudiaba en Cambridge, y los condiscípulos de éste, forjaron un sitio desde el cual reemprender esa búsqueda de uno mismo y el mundo que implica el ejercicio del arte. No es que fueran a dedicarse a escribir en sus ratos libres en medio de las obligaciones con el marido y la familia, o a escondidas de éste. Iban a emprender su oficio con el consentimiento y el reconocimiento del círculo masculino que eligieron, y esto lo hicieron ambas con una claridad intelectual deslumbrante. Probablemente la mayor parte de las mujeres notables que fueron sus contemporáneas no tuvieron la conciencia que tenían ellas de la importancia de tener un lugar entre los hombres de su tiempo, no tras de ellos, o subordinado a ellos. De poder discutir en un plano de completa igualdad.

En los relatos de La señora Dolloway recibe, la autora expone lo que debió sentir siendo el tipo excepcional de mujer que era para su tiempo y aún ahora: una especie de división entre esa parte de su persona que pensaba y creaba con gran seguridad y profundidad, y la parte femenina, tímida e insegura, que tenía que exponerse en esas fiestas de sociedad que la divertían, la excitaban, la atemorizaban y la perturbaban. El hecho era que en estas fiestas ella exponía la parte de sí misma que no se asumía completamente como escritora, sino como la mujer que puede ser además amiga, madre, hija, hermana, esposa, amante. Esto, que constituye la diferencia sexual, y de hecho la sexualidad, es el tema que recorre toda su obra, a ella personalmente la inquietaba no sólo por su circunstancia sino porque quizá intuía que la reflexión acerca de ésta y su transformación iban a ser fundamentales en los tiempos que vendrían. Virginia Woolf parece preguntarse ¿quién es una si puede ser todo eso predeterminado en relación con otros, y ser además en soledad el individuo que escribe, piensa o reflexiona? ¿Dónde está socialmente ese individuo que piensa y reflexiona si es mujer? ¿Cómo está construida la identidad de las mujeres? ¿Cómo construirse una identidad que abarque esos aspectos sociales y biológicos de la personalidad femenina, que en la realidad muchas veces parecen distantes entre sí y algunas irreconciliables?

Creo que aquí ella tocó una cuestión que ahora vuelve a discutirse apasionadamente, aunque quizá en otros términos. Las mujeres cumplimos una función fundamental para la conservación de nuestra especie: la reproducción, la maternidad y el sostenimiento de los lazos familiares, que puede volverse en muchos casos prácticamente el objeto exclusivo de nuestras vidas. Era difícil para las mujeres escritoras de tiempos pasados mantener una independencia personal e intelectual y a la vez sostenerse en esta otra área de la vida, pero aun así hubo grandes excepciones, estoy pensando por ejemplo en Mary Shelley quien vivió del periodismo hasta una edad avanzada. Virginia Woolf estuvo entre las primeras escritoras que entendieron no sólo lo difícil que era para las mujeres cumplir con sus funciones familiares y a la vez dedicarse a una tarea intelectual o artística, comprendió también que estas dificultades y estos dilemas eran en realidad una parte fundamental no sólo de la vida sino de la personalidad femenina, y que éstos han sido muchas veces soslayados en el trazo de los personajes femeninos en el arte, sujetos muchas veces a una idealización en gran medida masculina.

La búsqueda de los lazos entre las distintas facetas de las mujeres recorre los personajes de Virginia Woolf. Por ejemplo, en la cuidadosa observación en Al Faro de la señora Ramsey, que es la madre perfecta, como lo fue su propia madre, en su altruismo y dedicación, y que a la vez como persona resulta lejana, alguien que no comunica directamente su esencia individual, sino que ésta tiene que ser descifrada mediante los trazos y las pinceladas de una escritura que intenta atrapar desde lejos sus movimientos, sus palabras y sus actos. La señora Dolloway –su alter ego– y las mujeres que la acompañan en los relatos son también personajes sociables, cuya esencia no está en la sociabilidad sino más bien en el contraste con ésta. Son personajes que están vistos a partir de su inadaptación al medio, de su imposibilidad de sentirse completamente cómodos dentro de sí mismos. El personaje de Orlando es otra faceta, es una fantasía erótica femenina en la que se trata de huir humorísticamente de la predeterminación biológica del género. La identidad femenina es entonces algo que no se puede exponer del todo, pues son muchas las facetas y, por resaltar alguna, quedan ocultas las demás. ¿Desde dónde podrían entonces contribuir con integridad las mujeres a las grandes causas? Tendría que ser a partir de una conciencia lúcida de las múltiples facetas de su identidad. Y es a esta conciencia lúcida a la que Virginia Woolf contribuyó ampliamente.

Al explorar la subjetividad propia y la de otras mujeres participó en que se abriera en nosotras un espacio de reflexión individual que ahora muchas mujeres poseemos sin cuestionárnoslo mayormente, pero que es algo, sobre todo en nuestro caso, muy reciente. No es que este espacio no haya existido en muchas mujeres excepcionales a lo largo de los siglos, simplemente no era común, no era algo en lo que todas pudiéramos reconocernos y compartir. Virginia Woolf misma y sus personajes femeninos anuncian un siglo en el que los individuos más que trazarse previamente una personalidad, se buscan a sí mismos en su entorno y en su origen, y más que marcar los límites precisos de su papel social, salen a su encuentro. Virginia Woolf es la mujer individuo del siglo veinte, buscándose y construyéndose a sí misma en medio de la multitud, buscando elegir por encima de sus determinaciones y de la tradición. Pone en evidencia que las mujeres no son sólo personajes recreados por el deseo masculino, por el erotismo, o por el realismo mordaz, sino que también son personas a las que la sociedad educa y limita de manera distinta, y que se buscan en su entorno y se construyen a sí mismas.

Y aquí quisiera señalar que al igual que el físico Stephen Weinberg dice de Newton que era prenewtoniano, Virginia Woolf era a mi parecer, prefeminista. Lo cual quiere decir, desde mi punto de vista, que sus ideas nunca fueron impulsadas por ninguna militancia ni creencia, sino que llegó a ellas a partir de sus propios hallazgos. Y esto a mi parecer es a estas alturas una gran lección.

Ella apoyó desinteresadamente la causa de la mujer, simplemente porque sabía que por serlo era la suya. Y esto posibilitó que tuviera a la vez una visión nada tendenciosa y realista de la condición femenina, que ha contribuido en gran medida a la naturalidad y al sentido crítico con los que asumen su condición muchas escritoras contemporáneas.

 

 

 

La mujer ciudadana e individuo

 

 

Virginia Woolf también nos hace claro a los hombres y a las mujeres algo que ahora se vuelve de vital importancia si queremos sociedades democráticas en las que los ciudadanos tengan no sólo posibilidad de decidir sino capacidad de ello. Estas sociedades tienen que formar individuos, y con esto no quiero decir individualistas, sino que me refiero a personas que tengan espacio para reflexionar sobre quiénes son y cuáles son sus nexos con los demás, y que este espacio sea respetado públicamente.

El respeto al ciudadano, al individuo como espacio de pensamiento y de decisión es una idea judeocristiana que se estableció definitivamente para nosotros en Los derechos del hombre y en general con la Ilustración. Sin embargo, han sido los hombres los que más se han desarrollado con ella en la historia de Occidente, aunque muchas veces sólo sea superficialmente.

Las mujeres no sólo somos en un sentido amplio individuos recientemente reconocidos por nuestra sociedad, también nuestro carácter de ciudadanas en un sentido pleno tiene poco tiempo, en contraste con la historia masculina de Occidente.

El hecho de que las mujeres hayamos tenido que arribar al entendimiento de nuestra individualidad por un camino no marcado socialmente, sino más bien recorrido personalmente, ha transformado también la búsqueda individual de los hombres del siglo veinte.

La individualidad masculina ha tenido pese a todo una gran cantidad de casilleros en los que desarrollarse socialmente, la individualidad femenina se ha ido teniendo que abrir paso muchas veces en terrenos donde tradicionalmente era rechazada. Esto obliga nos obliga a repensar a todos la esencia del individuo y su papel en la sociedad.

De Tres guineas se desprende la idea de que el individuo no debe ser tanto el ego que imponen autoritariamente ciertas condiciones, sino algo que construimos socialmente, en un diálogo con nosotros mismos y con los demás.

Actualmente hay pensadores, como Francis Fukuyama, que piensan que la sociedad se ha feminizado, en la medida que las mujeres se han liberado. Las mujeres están ocupando espacios de responsabilidad que los hombres han abandonado. Esto ocurre tanto en el terreno laboral como en la familia. Las mujeres siguens trabajando en general por menos dinero, entonces en muchos espacios laborales las contratan porque cuestan menos. Por otro lado, muchas mujeres son cabezas de familia. Esto ha implicado según Fukuyama que los hombres gasten más en sí mismos y hayan abandonado muchas de sus funciones sociales tradicionales. Para Fukuyama esto es según él el final del orden social. Para las mujeres, a mí parecer, es el principio de un nuevo orden.

Esta feminización de la sociedad a la que alude Fukuyama tiene que ver precisamente con el hecho de que para las mujeres arribar a los puestos de responsabilidad y lograr desarrollar ciertos papeles tradicionalmente masculinos ha sido también consecuencia de una liberación y de una búsqueda personal. Los hombres se han visto sometidos a la lógica externa de las jerarquías tradicionalmente masculinas, las mujeres han llegado a ellas en muchos casos salvando sus barreras y sus límites, teniendo que abrirse espacio creativamente y desarrollando personalmente sus posibilidades y sus alternativas. Y esto ha cambiado todo radicalmente, incluso la forma de ser de los propios hombres en esas jerarquías.

Las mujeres están descubriendo gracias a este recorrido personal muchas cosas que para los hombres parecían ser triviales porque eran vistas siempre bajo ciertos cánones sociales rígidos. Las mujeres están profundizando en la naturaleza humana desde su propia perspectiva, están viendo lo que parecía trivial con cierto asombro. Y esta profundización individual enriquece a toda la sociedad.

El individuo occidental moderno es un producto medieval, según el historiador Aaron Guevich. El individualismo empieza a desarrollarse como un tipo de personalidad que se verá reflejada en las confesiones y en las autobiografías. Es producto de una introspección en gran medida religiosa, y de poner en el centro la máxima socrática: "conócete a ti mismo" que sería muy importante en el Renacimiento. Dante y Petrarca son personalidades de este tipo de individualismo, en el que el poeta se distanciaba y se diferenciaba de los demás para poder mirarlos singularmente y quizá mirarse en ellos. Por otro lado, en la locura de Opicinus de Canistris, un clérigo que vivió en la primera mitad del siglo XIV, podemos vislumbrar lo que para un escritor y un ser humano modernos podría estar dentro de la norma: "Que cada cual explique su vida en el sentido espiritual (spiritualiter) de acuerdo con sus recuerdos, y que de ese (espiritual, simbólico) mismo modo descubra el significado de su familia y de sus actos, y de todos los sueños que consiga recordar. Y que lo discuta todo con su propia conciencia. Entonces, después de comprender la verdad del mundo, lo que se consigue al contraponer el engaño con la fe, él, con ayuda de Dios, estará en condiciones de emitir un juicio justo sobre su propia persona, siguiendo mi ejemplo (exemplo mei ipsius)."

Este autor escribió una autobiografía delirante en la que todos los acontecimientos europeos confluían en su propio yo, él proyectaba lo que le ocurría sobre el mapa de Europa. En su patología hay sin embargo una característica que se desarrollará en el individuo moderno, sobre todo en los intelectuales, que la instrospección implique el desarrollo de un mundo interior, que es a la vez que una visión singular una representación personal y que pretende ser autosuficiente hasta cierto punto del exterior.

La narrativa de este siglo y la del pasado han explotado al máximo esta capacidad de ensanchamiento y absorción de la personalidad individual. En un día de la vida de Leopold Bloom terminó latiendo, por ejemplo, toda la intensidad de una ciudad, y la mente de Proust atesoró cuidadosamente y recobró para la ficción las memorias de toda una vida.

A este ensanchamiento de la personalidad individual pocas mujeres tuvieron acceso directo en tiempos pasados, más bien ellas fueron el objeto en la mayoría de los casos de muchas de estas ilusiones y mistificaciones literarias . Pocas tuvieron la oportunidad de crearse su propio mundo interior, pero lo hicieron y de manera memorable. La obra en general de Virginia Woolf es en este sentido una gran apertura, ella crea un mundo imaginario y propio en el que las mujeres tienen un papel activo y principal. Nos plantea claramente la cuestión de que las mujeres no son sólo seres que enfrentan las circunstancias valerosa o inteligentemente o sensiblemente, tienen un mundo interior propio, a partir de la recreación de sus experiencias y conocimientos que enriquece la participación social del individuo.

 

 

 

El grano de arena individual

 

 

En su libro deThe Mysteries of Identity, Robert Langbaum hablando del poeta Wordsworth dice que para Hume "El yo es una construcción retrospectiva de la imaginación, y que por esta razón ‘la memoria no sólo descubre la identidad, sino que constribuye a su producción’. Sólo mediante la memoria podemos crear el yo viendo la continuidad entre las percepciones pasadas y presentes; sólo a través de la memoria podemos concebir ‘la cadena de causas y efectos que constituye nuestro yo o nuestra personalidad’." Para Hume el yo es producto de un proceso de cuya construcción quizá hayan dado el mayor testimonio los escritores. Esta construcción del yo en la medida en que la sociedad y la religión la fueron dejando en manos de los individuos tuvo según Langbaum muchas implicaciones en la representación y relación de los individuos con el mundo exterior: "Detrás de esta declinación de los imperativos sociales en Occidente descubrimos un problema epistemológico, de teoría del conocimiento y de la percepción que nos regresa al romanticismo. La contraparte epistemológica del narcisismo es el solipsismo ‘la teoría de que el yo es el único objeto real de conocimiento o la única cosa existente (OED)’. El solipsismo era la condición que temían los románticos, el peligro estaba en el individualismo y la autoconciencia de este estado particular. Como herederos del gran esfuerzo crítico de la Ilustración, el esfuerzo que disolvió el sistema cristiano de los valores creados por Dios en correspondencia con la creación divina del alma en el ser humano, los románticos o postkantianos encontraron que los valores, que sin embargo percibían en el mundo, eran los que ellos proyectaban, que el mundo bello y significativo de sus vívidas percepciones era un mundo organizado imaginariamente. Dado que la imaginación perceptiva tenía que ser autoconsciente e individual, una forma de conocer el mundo externo a través del yo y de conocerse a través del mundo, el yo llegó a ser el dios creador del mundo.

"Desde las alturas de esta suposición, los románticos se vieron ante el abismo, frente a la enorme cuestión de si ellos y las otras personas eran reales y eran en verdad la única realidad viviente, de si no morirían de soledad claustrofóbica en la prisión de su yo. Requirió de una gran vitalidad sobrepasar la Ilustración, hacer una organización imaginaria del yo y de la experiencia que pudiera recombinar los mundos del sujeto y del objeto, valores y hechos que la Ilustración rompió en dos. Cuando les falló la vitalidad, los románticos fueron incapaces de proyectarse hacia el mundo exterior y hacer una conexión con él; fueron entonces incapaces de recibir del mundo exterior la vitalidad necesaria para alimentar su propia vida. Se sintieron perdidos en la prisión no sólo del yo sino de los huesos, donde reside su único resto vital..."

En la primera mitad de este siglo muchos escritores occidentales modernos en su mayoría hombres, y en apariencia no románticos, se encontraron todavía ante la incapacidad o el horror de alimentar su propia vida, su propia experiencia con el mundo exterior, por los grandes cambios y también los horrores inimaginables que sobrevendrían. Algunos se refugiaron en los sentimientos religiosos del antiguo mundo de valores cristianos y vivieron entonces en el mundo de los muertos vivientes, como T. S. Eliot, otros se pusieron a diseñar una esperanza, por ejemplo, D. H. Lauwrence, a partir del sexo y el amor, otros se recrearon con el absurdo y la anulación de la identidad como Beckett, o con la nostalgia de la vida cotidiana en su ciudad natal, como Joyce, o imaginando futuros aterradores posibles como Orwell, etcétera. Y otros, entre los que está Virginia Woolf se dedicaron a observar con mucho detalle el mundo que los rodeaba y a relacionarse con él, pues de eso dependía conocerse a sí mismo y quizá encontrar algún sentido en medio de ese caos que fue la guerra.

Sí sólo extrajeramos de Tres guineas la argumentación y las ideas sería simplemente un encendido y conmovedor escrito político, con el que aún podríamos seguir iluminándonos. Pero es también una acuciosa investigación en la que ella convoca a múltiples posibles interlocutores de su tiempo y de tiempos pasados para discutir y dialogar sobre los espacios de decisión de la mujer como individuo en la sociedad. Mientras algunos de sus contemporáneos hombres se dirigían con sus obras al mundo exterior como si fueran los pequeños dioses de su mundo interior y el mundo exterior fuera algo simplemente puesto allí para ellos, Virginia Woolf dejaba entrar a su mundo interior y personal múltiples voces. Esto, desde mi punto de vista, hace de Tres guineas un texto único, pues más que un texto es un espacio de discusión de aclaración al que Virginia Woolf invita, como si fuera la señora Dolloway, no sólo a discutir sino a dar testimonio. A ratos ella como escritora parece una especie de juez crítico a la que le están dando ejemplos de hechos que se deberían de tomar en cuenta para llegar a cualquier conclusión sobre el asunto. Su tono no es el de "yo creo", "yo pienso", "yo los acuso", sino que pese a lo emotivo está siempre mostrando que incluso las injusticias que expone no son ni siquiera elucubradas por ella, ella es simplemente la transmisora.

Las mujeres tenemos la capacidad de abrigar en nuestro seno a un ser humano en sus primeros meses de vida; también, como muchas hembras del mundo animal, poseemos la capacidad y el instinto de hacer nuestro nido y de habitar nuestro cuerpo como si fuera nuestro hogar, nuestro refugio. Para nosotras, entonces, quizá sea natural habitar nuestra mente, no como una oficina, un laboratorio, una computadora o un cubículo de investigación; la podemos habitar como si fuera una sala confortable en la cual han quedado ciertos recuerdos dignos de una emotiva y humorística reflexión.

Esta luz interna también nos muestra lo distinta que es la camaradería femenina de la masculina; las mujeres comparten este habitarse a sí mismas, no dialogan entre sí fingiendo que sus mentes son desvanes cerrados que ocultan todas las debilidades que podría atacar el enemigo. En la amistad las mujeres comparten sus habitaciones, invitan a dormir a sus amigas y conversan con más franqueza sobre lo que han visto y han sentido.

En este ensayo como en otros textos de Virginia Woolf uno percibe esta capacidad femenina de incluir, de acoger a los otros dentro de sí misma, de departir y conversar. Esta capacidad sería quizá la contraparte de perderse, de negarse frente a los otros que muchas veces se les achaca a las mujeres. En este ensayo en particular, el igual que en sus novelas Entreactos y Las olas, ella muestra esta capacidad no sólo de recrear un mundo exterior que se presenta ante ella en sus propios términos y que ella tiene que traducirlo a un estilo literario específico, que es el caso de Al faro, sino esta capacidad femenina de cohabitación que no implica necesariamente la pérdida de la individualidad, sino la de entender la propia singularidad como parte del continuum más vasto de la feminidad y de la humanidad a final de cuentas. Esto se debió en gran medida quizá a la intensísima comunicación que tuvo con su hermana Vanessa, y en general con sus hermanos y amigos, que le hizo asumir muy auténticamente que las mujeres no eran solamente una causa política en abstracto, sino un mundo desconocido y oculto en gran medida fuera y dentro de una misma. Tres guineas se diferencia de muchos textos feministas no sólo por su estilo literario impecable, sino por su ausencia tanto de exhortación a la lucha como de intenciones teóricas. Es un reclamo para el que cita adversarios y testigos, es también la alusión a toda una serie de importantísimos detalles que suelen pasar inadvertidos.

A propósito de esto también querría ahondar en otra cuestión, el mundo interior de las mujeres está lleno de gente en singular, no de personas cuya situación se convierte en una abstracción o en una cifra, sino personas como una o distintas de una. Muchos hombres critican a las mujeres porque se toman personalmente las cosas, porque no pueden muchas veces sobrepasar su propia circunstancia y ver entonces el bosque y no los árboles. El papel biológico que nos toca jugar a las mujeres quizá sea un poco determinante en este sentido, el tenerse que ocupar de la sobrevivencia de los que nos rodean hace que prestemos mucha atención a lo que constituyen todas las facetas de la personalidad de un ser humano. Tres guineas es un texto lleno de gente agrupada alrededor de unas pocas en realidad pero muy profundas ideas sobre la falta de espacio de decisión en la sociedad que tienen las mujeres. La fuerza de las ideas de Virginia Woolf está precisamente en que está tomando en cuenta muchísimas vidas femeninas singulares y muchísimas ideas en contra y a favor de la libertad femenina en múltiples ámbitos. Pese a pertenecer a un mundo que, como vimos, quizá limitaba su entendimiento de las diferencias en las culturas y en las sociedades, hay en ella una percepción de los seres humanos que se está haciendo cada vez más necesaria. Las personas son parte de una familia, su singularidad tiene sentido solamente dentro de un entorno social en el que conviven distintos individuos.

¿Qué es lo que marca la señora Dolloway? el contraste y la relación con una sociedad en la medida en que esta última es también tremendamente necesaria.

Quizá para muchos escritores no resulta tan imperativo trasladar a la obra la vida personal, ya sea por pudor, o porque ésta no se considera una fuente de conocimiento. En el caso de ella esto parece ser todo lo contrario, la obra era quizá un terreno en el que la vida personal se hacía, más clara, bella, y llevadera. Y regreso aquí a la construcción del yo que citaba Langbaum con referencia a Hume; probablemente ésta perdió tanto peso para muchos de los escritores contemporáneos a Virginia Woolf, que algunos como Beckett pensaron en reducirla al absurdo, o impedir que fuera un problema en la construcción del lenguaje de la obra de arte.

Sin embargo, el yo femenino no había tenido esa oportunidad que tuvo Wordworth, según Langbaum, de recrear su proceso de construcción a través de la poesía. Virginia Woolf vio esa oportunidad y la tomó de una manera moderna y diferente, esa frontera que marcaron los románticos entre ellos y el mundo exterior sería atravesada por esta autora de una manera muy distinta a sus contemporáneos: diría de alguna manera "yo soy mi mundo exterior", "yo soy mi mundo", "soy inseparable de él, no soy sin él, por lo tanto, ábranme un espacio, abran un espacio a mi forma singular de ser".

Resulta obvio, después de decir todo esto, que Virginia Woolf siempre escribió de cara a la realidad. Su obra fue una forma de asumir y enfrentar su realidad, nunca de darle la espalda. Pensar en su vida a través de su literatura y en el mundo que la rodeaba fue una manera de conocerse, de saber y de construirse intelectualmente como individuo. Sus experiencias personales fueron lo suficientemente duras como para que hubiera tratado de no responsabilizarse racionalmente de su propia condición individual y sumergirse en una ficción completa.

Su obra es una manera de llevar al individuo a ese campo de integración y de socialidad humanas que es la literatura. En ella también cuentan ante todo las singularidades humanas, los individuos como personajes de su propia historia. Tres guineas no puede ser entonces un panfleto político ni un manifiesto militante pues está escrito con este mismo impulso literario de acoger la singularidad del individuo.

Recordemos de nuevo las circunstancias históricas en las que ella escribió Tres guineas: el sobrino muerto en la guerra civil española, la guerra mundial a punto de estallar, un mundo en el que las ideologías totalitarias y adversarias del individuo empezarían despuntar. Probablemente sintió que Tres guineas y su última novela Entreactos eran embarcaciones sumamente frágiles en medio de ese océano para sostener sus ideas y recreaciones del universo femenino y familiar.

Virginia Woolf fue testigo del gran sacrificio de su madre y de su medio hermana Stella en aras de la obra intelectual de su padre. Él se dedicó a realizar exhaustivamente una historia de la literatura inglesa, mientras ellas se ocupaban de la vida de una extensa familia. La mamá prácticamente murió de agotamiento por su devoción de madre y esposa y su dedicación a la caridad. Stella era la hija mayor a la que le había asignado el mismo papel. Pese a que Vanessa y Virginia la instaron a que hiciera su propia vida, murió poco después de casarse.

Para Virginia Woolf era muy claro que su sociedad en ese momento no apoyaba principalmente a las mujeres en calidad de individuos que pudieran desarrollarse intelectualmente, y ante la vorágine de acontecimientos mundiales que sobrevinieron, es posible que viera esta realización social como algo increíbemente lejano. Quizá se fue de este mundo con la sensación que muchos tenemos de la fragilidad de la inteligencia. Muchas cosas tuvieron que suceder, entre ellas que las mujeres tuvieran que tomar muchos los puestos de los hombres, para que su comprensión de la causa femenina pudiera reinar. Quizá la inteligencia no puede por sí sola cambiar la sociedad, pero sí al individuo, y ya hemos visto como de pronto los granos de arena empiezan a germinar

Alicia García Bergua, "Alrededor de Virginia Woolf", Fractal n° 17, abril-junio, 2000, año 4, volumen V, pp. 69-90.