PIEDAD BONETT

La dura superficie



 

Desde su orilla

 

Si ese hombre con sus pústulas dijera
pudiera decir yo
quizá hablaría de una mujer llorando sobre un río de ropas
de alguien que dice ¡Apúrate! y madruga
o de cómo sangraba la gallina
allá patasarriba
pobrecita

de una moneda
bajo la lengua
Si

y de la zurriaga
de su chasquido de agua en las espaldas

quizá diría
la verdad que le falta a este poema

pero ahora llueve
sobre su frente en sus zapatos llueve
caen las gruesas gotas formando charcos pardos
pero tal vez el sol hinche sus labios
y escupa y sangre y tiemble y nos maldiga
mientras yo escribo aquí bajo mi lámpara
sin frío ni calor y ese hombre con sus pústulas
desde su orilla de papel burlón
alza su mano sucia y me hace un gesto obsceno.


Regreso

 

Uno a uno han llegado los hermanos
atendiendo al llamado desnudo de la muerte.
Regresan
de sus altas ciudades invernales
con sus abrigos fúnebres y sus pequeños odios, sus rencores,
y un miedo antiguo
golpeando sus pechos como una dura aldaba.
Mientras la madre muere lentamente,
reconocen los cuartos, saquean la cocina,
hablan de tiempo,
hablan de patria,
y cuando alza su vuelo el moscardón azul de algún recuerdo,
en la sala en penumbra,
como un grupo de extraños que en un vagón del tren mira el
------------------------------------------------------paisaje,

ensimismados, callan.
Ahora está llorando quedamente
la madre sostenida por su cielo de almohadas:
alguien ha de haber muerto –razona– y se lo ocultan.
Si no, ¿cómo se explica que hayan venido todos,
al mismo tiempo todos,
y se vean tan tristes, sus muchachos?

Paisaje

El sol de mediodía, su luz sonámbula,
el recio azul del cielo tirante y sordo,
el aire y su ondulante resplandor de hojalata,
las vacas tardas, tontas, en el verde infinito,
y las moscas zumbonas,
tornasoladas,
su círculo de muerte coronando el silencio;
los ojos como espejos, y en los ojos,
el ave circular, la nube pasajera;
y las manos atadas,
y la tierra
donde crecen los yuyos fieramente,
las zarzas, el jaramago, las madreselvas.
Todo esperando el lente de los fotógrafos;
y a lo lejos la risa de las hienas.

Día de gracia

Yalila, Moraima, Zulena.
Sus nombres suenan como agua derramada en aldeas ardientes
de extrañas geografías. Van frescas y ruidosas
alumbrando el domingo bogotano
como soles inversos. Son las muchachas negras, en bandada,
que han dejado sus cuartos, sus cocinas,
y van a un baile, al cine,
parloteando alegres mientras fuman Pielroja.
Los viandantes las miran
levemente curiosos,
como a extraños satélites de su blanco planeta,
sin comprender la música sagrada
y montaraz y antigua de sus risas.

Certeza

Siempre hay paz en la certeza
–Truman Capote

 

Hasta el fondo del vaso
desde tu oscuro fondo
caían las palabras
difíciles
amargas
caían como gotas espesas y brillantes
que iba sorbiendo el tiempo

como arena finísima
caían
haciendo un agujero
en mi mano extendida

y cada gesto
era ya para siempre

ideograma de tintas visibles
de un idioma
que iba olvidando mientras lo aprendía

y el instante nacía cada vez
para morir
en memoria y en fuga de presente.

Tenerte era perderte.

No tenerte
es esperar
confiada
que no llegues.

Naturaleza muerta

El pájaro
ha venido a posarse sobre la roca
y vibra allí, en lo alto,
como una efímera llamita colorada.
Entre uno y otro vuelo, la dura superficie
da apoyo a su fatiga.
El cuello palpitante, los ojos rápidos,
las patas de bambú,
son pura levedad contra el rigor del risco.
El mar, más allá del furioso acantilado,
es un amplio silencio sin orillas.
Ahora se eleva el pájaro, se fuga,
y el cielo abre su espacio a sus frágiles días.
La roca, árida, invulnerable, permanente,
no necesita al pájaro, me digo.

Tanguito

¿A qué tumba has huido que no oyes
cómo te llama a voces
mi silencio?

El abrazo

Entrañable y preciso
como el anillo de un tronco muy antiguo
o un órgano que estalla
eso que yo que tú
ay cuando todo lo que es palabra muere
desatamos

lo que pujando nace con fuerza de raíz
y ata y anuda
con sus lianas los cuerpos repentinos

paréntesis de luz y de silencio
donde crece temblando lo callado

 

Piedad Bonett, "La dura superficie", Fractal n° 16, enero-marzo, 2000, año 4, volumen V, pp. 93-100.